Capítulo 10
Strömstad, 1924
Fue a tumbarse en la cama con un paño húmedo en la frente. El médico la había examinado a conciencia antes de prescribirle reposo. Ahora, el doctor se hallaba en el salón hablando con su padre y, por un instante, Agnes se preocupó ante la eventualidad de que se tratase de algo grave. Atisbó en los ojos del doctor un destello de alarma que, no obstante, pasó enseguida, cuando le dio una palmadita en la mano y le dijo que todo iría bien y que sólo necesitaba algo de reposo.
No podía contarle al bueno del doctor la verdadera razón de su debilidad: que tanto trasnochar durante todo el invierno había minado su salud. Ése era el diagnóstico que ella misma se daba, pero no le quedaba otra opción que guardarse el secreto. Seguramente el doctor le recetaría unas gotas reconstituyentes y, dado que había decidido poner punto final a la aventura con Anders, no tardaría en reponerse del cansancio. Entre tanto, no le haría daño guardar cama y dejarse cuidar durante una semana o dos. Agnes pensaba en lo que iba a pedir para el almuerzo. Ahora que la cena de la noche anterior había ido a parar al retrete, sentía que el estómago gruñía pidiendo alimento. Quizá unas tortitas o las exquisitas albóndigas de la cocinera, con patatas cocidas, salsa de nata y mermelada de arándano.
Oyó pasos en la escalera, de modo que se acurrucó en la cama, bajo la manta, y empezó a quejarse débilmente. Sí, pediría albóndigas, se dijo un segundo antes de que se abriese la puerta de su habitación.
* * *
La ira había ido germinando en su interior desde el día anterior. ¡Menudo descaro! Desde luego, esa individua no tenía escrúpulos. Mira que señalarlo a él como sospechoso ante la policía… Kaj no era tan ingenuo como para ignorar que los rumores empezarían a volar de casa en casa y, cuando eso ocurriese, su palabra no tendría la menor importancia; lo único que se asentaría en la cabeza de la gente sería que la policía fue a su casa a preguntar sobre la muerte de la niña. Cerró los puños con fuerza y, tras unos segundos de vacilación, se puso la cazadora y salió con paso decidido. La valla que había levantado entre las dos parcelas le impedía cruzar directamente, de modo que salió para luego entrar en la parcela vecina y dirigirse a la casa de los Florin. Antes de ir, se había asegurado de que tanto Niclas como Charlotte estuvieran fuera de casa. Ahora iba a oír aquella bruja alguna que otra verdad. Puesto que contaba con que ella, como los demás habitantes del pueblo, no cerraba con llave, entró directamente sin llamar y fue sin titubear a la cocina. La mujer se alarmó al verlo entrar, pero se calmó enseguida adoptando esa expresión suya tan cortante y repipi. Se creía alguien, como si fuese una maldita reina y no una simple provinciana.
—¿Qué coño haces mandando a mi casa a la policía? —vociferó Kaj aporreando la mesa con el puño.
Ella lo observó con frialdad.
—Preguntaron si sabíamos de alguien que quisiera el mal para nuestra familia y no me costó mucho pensar en ti. Si no sales de mi casa ahora mismo, llamo a la policía. Así verán por sí mismos de qué eres capaz.
Kaj tuvo que controlarse para no abalanzarse sobre ella y estrangularla con sus propias manos. La calma aparente de Lilian agudizó más aún su ira y en torno a sus ojos se formaron pequeñas manchas rojizas.
—¡A ver si te atreves, maldita bruja del demonio!
—¿Quién, yo? ¿Acaso no iba a atreverme yo? Desde luego, puedes estar seguro. Llevas años molestándonos a mí y a mi familia, amenazándonos y acosándonos —aseguró llevándose la mano al corazón con gesto teatral y adoptando aquella expresión de víctima que Kaj había aprendido a odiar a lo largo de los años.
Siempre se las arreglaba para conseguirlo. Él quedaba como el malo y ella como la víctima, cuando en realidad era al contrario. Él había intentado ser mejor persona, de verdad que lo había intentado. Y había intentado demostrar que era demasiado bueno para rebajarse al mismo nivel que ella. Pero hacía un par de años que decidió que, si ella quería guerra, guerra tendría. Desde entonces, todos los medios valían.
Una vez más tuvo que contenerse y le masculló entre dientes:
—Que sepas que no te has salido con la tuya; la policía no parecía muy inclinada a creerse tus mentiras sobre mí.
—Ya, bueno, pero la policía puede investigar otras posibilidades —observó Lilian con maldad.
—¿A qué te refieres? —preguntó Kaj, aunque enseguida él mismo contestó a la pregunta en cuanto comprendió adónde quería ir a parar—. ¡Cuídate de meter a Morgan!, ¿me oyes?
—No creo que tenga que decir nada —respondió ella alegrándose de su desgracia—. La policía no tardará en averiguar por sí misma que en la casa que hay junto a la nuestra vive alguien que no está bien de la cabeza. Y todo el mundo sabe lo que esa gente es capaz de hacer. Si no, no tienen más que leer los informes de sus archivos.
—Esas denuncias son pura mentira, ¡y tú lo sabes! Morgan no ha pisado jamás tu parcela y menos aún anduvo mirando de ventana en ventana.
—Bueno, yo sólo sé lo que vi —respondió Lilian—. Y la policía también llegará a saberlo en cuanto miren los documentos.
Kaj no le respondió. No tenía sentido.
Entonces la ira se apoderó de él.
Concentrado al máximo en los documentos que tenía delante, Martin dio un salto en la silla cuando Patrik llamó a su puerta.
—¡Vaya! No era mi intención provocarte un infarto —dijo Patrik sonriendo—. ¿Estás ocupado?
—No, entra —respondió subrayando la invitación con un gesto—. Bueno, ¿cómo fue la cosa? ¿Os dijo el maestro algo de la familia?
—La maestra —aclaró Patrik—. No, no gran cosa —añadió tamborileando los dedos sobre su pierna con impaciencia—. No sabía de ningún problema en el seno de la familia Klinga. En cambio, sí que obtuvimos algo más de información sobre Sara. Al parecer, tenía DAMP y era difícil de tratar.
—¿En qué sentido? —quiso saber Martin, que sólo tenía una vaga noción de una enfermedad cada vez más frecuente.
—Exceso de energía, desasosiego, agresividad si no se salía con la suya, dificultades para concentrarse.
—Pues parece que no era fácil tratar con ella —observó Martin.
Patrik asintió.
—Sí, así lo veo yo también, aunque, claro está, la maestra no lo dijo así de claro.
—¿Notaste tú algo de eso cuando veías a Sara?
—Era más bien Erica la que la frecuentaba. Yo sólo la había visto de pasada y lo único que recuerdo es que me pareció una niña llena de vida. Pero nada que me llamase la atención.
—Por cierto, ¿cuál es la diferencia entre DAMP y TDAH? —preguntó Martin—. A mí me da la sensación de que ambos conceptos se utilizan más o menos en las mismas situaciones.
—No tengo la menor idea —admitió Patrik encogiéndose de hombros—. Ni siquiera sé si su problema tiene algo que ver con su asesinato… Pero por algún sitio hay que empezar, ¿no?
Martin asintió y señaló el montón de documentos que tenía sobre la mesa.
—He estado comprobando las denuncias por delitos sexuales de los últimos años y no hay nada que verdaderamente encaje. Varias por agresión a niños en el seno familiar que hemos tenido que archivar por falta de pruebas. Sí tenemos una sentencia de uno de esos casos; recordarás a aquel padre que abusaba de su hija, ¿no?
Patrik asintió. No había muchos casos que le hubiesen dejado tan mal sabor de boca como aquél.
—Torbjörn Stiglund. Pero él aún está encerrado, ¿verdad?
—Sí, he llamado para comprobarlo y ni siquiera ha salido de permiso, así que podemos borrarlo. Por lo demás, la mayoría de lo que tenemos son violaciones, pero a mujeres adultas, y algún caso aislado de vejaciones, aunque también contra adultos. Por cierto, ahí apareció un nombre familiar —Martin señaló el archivador que Patrik tenía antes en su despacho y que ahora había pasado al del colega—. Espero que no te moleste que me haya traído el taco de la familia Florin que estaba en tu…
—No, claro, sin problemas —aseguró Patrik—. Me figuro que te refieres a las denuncias de Lilian contra Morgan Wiberg.
—Sí, según esa mujer, el joven se metió en su parcela e intentó fisgar por la ventana en varias ocasiones mientras ella se cambiaba de ropa.
—Ya lo he leído —respondió Patrik con voz cansada—. Pero, si he de ser sincero, no sé qué actitud adoptar ante esa información. Tengo la sensación de que nada de eso guarda mayor relación con la realidad… Más bien parecen acusaciones cruzadas y, desde luego, un despilfarro muy eficaz del tiempo y los recursos de la policía.
—Yo me inclino a pensar lo mismo, pero, a la vez, no podemos cerrar los ojos al hecho de que en la casa de al lado vive un posible mirón. Ya sabes, los delitos sexuales suelen empezar justo con ese tipo de acciones —observó Martin.
—Sí, lo sé, pero me parece demasiado rebuscado. Supón que es cierto lo que dice Lilian Florin, cosa que yo dudo mucho. En ese caso, estaríamos diciendo que Morgan quería fisgar para ver a una mujer adulta desnuda; no hay nada en ello que indique un supuesto interés sexual por menores. Además, ni siquiera sabemos si el asesinato de Sara comenzó con una agresión sexual. En la autopsia no había nada que abogase por ello. Pero quizá valga la pena investigar algo más a Morgan. Al menos, tener una charla con él.
—¿Crees que habrá alguna posibilidad de que vaya contigo? —preguntó Martin ansioso—. ¿O has empezado a tomarle cariño a Ernst?
Patrik hizo un mohín de disgusto.
—No, eso no pasará nunca. Y por mí, encantado. La cuestión es qué dirá Mellberg.
—Ya, pero por lo menos podemos preguntarle. Me da la impresión de que últimamente funciona con un perfil más bajo. Quién sabe, quizá esté ablandándose con la edad…
—Lo dudo —dijo Patrik riendo—, pero le preguntaré. Podríamos salir esta tarde, porque tengo algún papeleo que resolver antes.
—Me viene de perlas. Así a mí también me da tiempo de terminar esto —dijo Martin señalando el montón de denuncias—. Con suerte, para entonces tendré un informe completo. Aunque, ya te digo, no te hagas ilusiones, no parece que haya nada que nos cuadre.
Patrik asintió.
—Haz lo que puedas.
Gösta se dormía ante el ordenador. Tan sólo el golpe de la barbilla contra el pecho lo despertaba hasta el punto de impedirle caer de lleno en la nebulosa del sueño. Quién pudiera tumbarse un rato, se decía. Si pudiera echar un sueñecito, estaría listo para acometer el trabajo.
El estridente timbre del teléfono le hizo dar un respingo en la silla.
—¡Mierda! —exclamó sin que el número que apareció en la pantalla mejorase en absoluto su humor.
¿Qué querría ahora la vieja? De pronto pensó que tal vez debería abrigar sentimientos algo más humanos, teniendo en cuenta lo sucedido, y se calmó antes de contestar.
—Gösta Flygare, comisaría de policía de Tanumshede.
La voz que contestó al otro lado del hilo telefónico sonaba excitadísima y tuvo que pedirle a la mujer que se calmase un poco, pues no entendía lo que decía. Ella no pareció tomar nota, de modo que le repitió:
—Lilian, hábleme un poco más despacio, apenas oigo lo que dice. Respire hondo y cuéntemelo otra vez.
Lilian pareció recibir el mensaje y retomó el relato desde el principio. Gösta quedó atónito. Aquello sí que no se lo esperaba. Tras un par de intentos de calmarla, consiguió que Lilian colgase. Cogió la cazadora y se dirigió al despacho de Patrik.
—Oye, Hedström —le interpeló Gösta sin molestarse en llamar.
Patrik estaba trabajando con la puerta abierta, así que consideró que le estaba bien empleado que la gente entrase sin más.
—¿Sí? —preguntó Patrik.
—Acabo de atender una llamada de Lilian Florin.
—¿Sí? —repitió con renovado interés.
—Parece que ha ocurrido algo en su casa. Asegura que Kaj la ha agredido.
—¿Qué demonios estás diciendo? —se alarmó Patrik haciendo girar la silla para poder ver a Gösta de frente.
—Pues sí, dice que llegó a su casa hace un rato y que empezó a protestar y a gritarle, y que, cuando intentó echarlo de allí, la emprendió a puñetazos con ella.
—¡Qué barbaridad! —exclamó Patrik incrédulo.
Gösta se encogió de hombros.
—Bueno, eso es lo que dijo. Le prometí que iríamos enseguida —añadió mostrándole la cazadora.
—Sí, por supuesto —respondió Patrik levantándose al tiempo que tomaba la suya de la percha.
Veinte minutos más tarde, ya estaban en casa de los Florin. Llamaron a la puerta, Lilian les abrió casi de inmediato y los invitó a pasar. Tan pronto como estuvieron dentro, la mujer empezó a gesticular airadamente con los brazos.
—¿Ven lo que me ha hecho? —gritaba señalando una leve rojez en la mejilla antes de subirse la manga para mostrarles el cardenal del brazo—. Si no va a la cárcel por esto…
Lilian iba alterándose cada vez más y la excitación parecía impedirle hablar con claridad.
Patrik le puso la mano en el brazo sano para calmarla, y le dijo:
—Vamos a investigarlo, se lo prometo. Por cierto, ¿ha ido a que la vea un médico?
Ella negó insegura:
—No, ¿debería hacerlo? Me atizó en la cara y me agarró del brazo y me zarandeó, pero creo que no tengo mayores lesiones —admitió a disgusto—. Aunque quizá necesiten pruebas fotográficas y demás, ¿no?
El rostro de Lilian se iluminó por un segundo hasta que Patrik se vio obligado a destruir sus esperanzas.
—No, creo que es suficiente con que lo hayamos visto nosotros. Vamos a hablar con Kaj, a ver cómo continuamos con este asunto. ¿Hay alguien a quien pueda llamar?
Lilian asintió.
—Sí, puedo pedirle a mi amiga Eva que venga a hacerme compañía un rato.
—Bien, pues llámela, prepare un café e intente tranquilizarse. Esto se arreglará, ya verá.
Patrik intentó darle ánimos, pero, para ser sincero, había algo en el dramatismo interpretativo de aquella mujer que le inspiraba cierta repulsión. Tenía la sensación de que había alguna cosa más.
—¿No tengo que presentar una denuncia formal? ¿Rellenar algún impreso y esas cosas? —preguntó Lilian esperanzada.
—Ya lo veremos después. Antes, Patrik y yo iremos a mantener una charla con Kaj —respondió Gösta en un tono de inusitada autoridad.
Lilian no se conformó con tan vagas promesas.
—Si tienen pensado hacer la vista gorda con este asunto sólo por pereza de intervenir cuando una pobre mujer indefensa resulta víctima de una agresión terrible, sepan que no pienso quedarme de brazos cruzados, de eso pueden estar seguros. Para empezar, llamaré a su jefe y luego iré a los periódicos si hace falta, y…
Gösta interrumpió su perorata con voz de acero:
—Nadie tiene intención de hacer la vista gorda con nada, Lilian, pero vamos a hacer lo que hemos dicho: iremos a hablar con Kaj y luego atenderemos los aspectos formales del incidente. Si tiene objeciones al procedimiento, cuenta con nuestro beneplácito para llamar a la comisaría y presentar todas sus quejas ante nuestro jefe, Bertil Mellberg. De lo contrario, volveremos en cuanto hayamos hablado con el inculpado.
Tras unos segundos de lucha interna, Lilian pareció comprender que había llegado el momento de capitular.
—Bueno, si es así, llamaré a Eva. Pero cuento con que vuelvan dentro de un rato —murmuró con acritud.
Sin embargo, no fue capaz de abstenerse de una última demostración dando un portazo que resonó en todo el barrio.
—¿Qué piensas tú de esto? —preguntó Patrik, al que aún le costaba digerir que Gösta, precisamente, se hubiese ganado el respeto de aquella mujer.
—Pues…, no sé, la verdad… Yo… —comenzó Gösta indeciso—. Hay algo que no acaba de… cuadrarme.
—Sí, a mí me pasa lo mismo. ¿Sabes si Kaj ha recurrido a la violencia física durante tantos años de desavenencias?
—No y, si lo hubiese hecho, habríamos tenido una conversación al respecto ipso facto, créeme. Por otro lado, tampoco lo habían acusado antes de un asesinato, aunque sea con poca base.
—No, claro, en eso tienes razón —respondió Patrik—. Pero no me parece que dé el tipo de hombre que recurre a la violencia, no sé si me explico. Más bien lo veo como a alguien que va poniendo zancadillas, si tiene ocasión.
—Yo también me inclino por pensar eso. En fin, veamos qué nos dice.
—Sí, vamos a ver —convino Patrik al tiempo que llamaba a la puerta.