7

Con el único propósito de deshacerse de los nudos musculares que tenía acumulados en la espalda, Erika había llamado a Bellatrix para que acudiera esa misma tarde a auxiliarla. Habían pasado dos semanas desde el fatídico encuentro con Elizabeth, pero la joven Erika aún tenía grandes secuelas. Por supuesto, la asistencia a su puesto de trabajo había sido un calvario, y más cuando comprobó que Cameron había desaparecido. No sabía nada de él. No había vuelto a ponerse en contacto con ella y ese detalle tan importante la desesperaba por completo. ¿Qué tenía planeado? ¿Había renunciado a su puesto con tal de no seguir viendo a su examante? ¿Había provocado algún espectáculo para que le despidieran? ¿Tan poco le importaba que ya parecía haberla olvidado?

Erika abrió la puerta y su mejor amiga sonrió, tan radiante como siempre, pero esta vez parecía ir con cautela, como si tuviera miedo de meter la pata.

—Pasa.

—Siento la tardanza —se disculpó Bella—. Había un tráfico de locos.

—No te preocupes, ya no importa. —Se cruzó de brazos—. Últimamente nada importa.

—Erika…

—¿Qué?

Su amiga cambió de idea en el último segundo y prefirió no decir nada.

—¿Por qué me miras de esa forma? —espetó Erika con un mal humor que crecía como la espuma—. ¿Acaso crees que voy a romperme?

—No, supongo que no…

—Bien, pues entonces empecemos cuanto antes.

Ambas cruzaron el largo pasillo y fueron a la sala de los masajes. Erika se quitó el albornoz blanco de seda y se quedó desnuda sobre la camilla, tumbada boca abajo. Después, cerró los ojos y no volvió a mencionar palabra alguna. Sentía las manos de su amiga por la espalda, posicionándose en los puntos donde más incomodidad sufría.

—¿Últimamente sufres más tensión de lo habitual?

Por supuesto, era una pregunta ridícula, y Erika lo sabía. Era la estrategia que tenía su amiga de tantear el terreno. Pero no pensaba ponérselo fácil. Hablar del tema era lo último que le apetecía hacer, así que, si Bella quería respuestas, iba a tener que hacerlo mucho mejor para tentarla.

—Tengo dolores casi todos los días —se limitó a decir.

—Entiendo. —Subió las manos hasta los hombros y el cuello—. Tienes muchos puntos de tensión.

—Para eso has venido. Te pago para que los elimines.

—Oh, lo sé. Sencillamente quería asegurarme…

—¿De qué hablas?

—Bueno, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado… —Bellatrix carraspeó, indecisa.

Molesta por el interrogatorio, Erika se dio la vuelta sobre la camilla y la miró con frustración.

—Ya es suficiente, Bella. —Frunció el ceño—. Déjalo ya.

—¿Qué?

—Sabes muy bien de qué hablo. No soy idiota, y creo recordar que tú tampoco, así que dejémonos de estupideces. Sabes que no te funciona conmigo.

—¿Te enfadas conmigo simplemente porque me intereso por cómo te van las cosas? —Bella soltó un soplo de indignación.

—¿Y cómo crees que me está yendo? ¿Crees que estoy pasando por la mejor etapa de mi vida? —Apretó los dientes—. No, claro que no. —Sus ojos se humedecieron ligeramente.

—¿Estás bien? —preguntó Bellatrix.

—¿Cuándo demonios dejarás de hacerme la misma pregunta una y otra vez?

—Cuando me demuestres que puedes controlar la situación. —Fue tajante y directa, diciéndolo sin pestañear—. ¿Hace cuánto que no duermes?

—¿Qué? ¿A qué viene esa pregunta?

Para contestar a eso, la joven se acercó hasta su bolso y sacó un pequeño bote de pastillas, dejándolo a la vista para que Erika pudiera verlo.

—He visto las pastillas, Erika. ¿Desde cuándo necesitas somníferos para dormir?

Erika se quedó con la boca abierta, incrédula al reconocer el bote. Era suyo. ¿De dónde lo había sacado?

—¿Ahora me espías? —le reprochó alzando la voz—. ¿Con qué derecho te entrometes en mis asuntos?

—Sólo me preocupo por ti, nada más.

—No necesito que lo hagas.

—Vamos, ¿a quién pretendes engañar? No necesitas fingir. Sé lo mucho que debe de dolerte.

Erika se mordió el labio, expresando su rabia. Ella tenía razón, pero era demasiado orgullosa para admitirlo.

—Tú no sabes nada.

—Te equivocas, sé una parte, Erika. Y sabes que cuentas conmigo. —Bajó la voz a modo de complicidad—. Para lo que sea.

Erika se tapó el cuerpo con el albornoz y terminó por abrazarla.

—Te lo agradezco pero no es suficiente. No sé qué hacer —sollozó—. Me estoy volviendo completamente loca.

—Sabes que esta pesadilla no terminará hasta que decidas hablar con él.

—Para hacer eso antes tendría que encontrarle.

—¿No sabes dónde está? —dijo Bellatrix mientras arqueaba las cejas.

—No. —Torció la cabeza con pesar—. Desapareció de una día para otro. Esperaba poder encontrarle en la oficina, pero se ha esfumado. He preguntado a los chicos si saben algo, pero nada de nada. No tengo ni idea de dónde puede estar ni qué es lo que pretende. Es… como si la tierra se lo hubiera tragado. Es muy frustrante.

—Pues no dejará de serlo hasta que actúes como una mujer adulta.

—Di lo que tengas que decir, Bella. Odio las indirectas.

—Mírate. —La sujetó por los hombros—. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar? ¿Hasta cuándo vas a permitir que te afecte tanto?

Erika soltó el aire y se empequeñeció. No podía más.

—No puedo evitarlo.

—Oh, claro que puedes, Erika. Nunca he conocido a nadie como tú. Eres fuerte, valiente y decidida. Ahora debes seguir siéndolo. Perderle fue tu decisión. Tú terminaste con él.

—Lo sé —murmuró—. Fui yo quien dio el primer paso, pero aun así…

—¿Te arrepientes?

—Yo… no lo sé. —Agachó la cabeza—. Hay una parte de mí que no puede evitar echarle de menos, pero también sé que es mejor así. Estar lejos el uno del otro es la única forma de no acabar haciéndonos daño.

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

—Intentaré seguir adelante. —No estaba nada convencida de ello—. Como sea.

—No lo intentes, hazlo.

—¿Y si no puedo?

—Ya encontrarás a alguien que sí merezca la pena.

—Bella, Cameron merecía la pena.

—Sí, pero recuerda que desde el principio sabías que estaba casado, y eso nunca ha sido sinónimo de libertad. —Endureció la mirada—. Yo hablo de tener a alguien que siempre esté disponible para ti, sin condiciones.

—Ahora mismo lo último que necesito es a otro hombre en mi vida. No dan más que problemas.

—Sí, y tu querido Cameron se lleva la palma.

—Lo sé, pero me hace tanta falta… —Rompió a llorar de inmediato, incapaz de mantener a raya sus emociones.

—Odio decirte esto, pero… te lo dije. Creías que podías controlarlo pero no ha sido así. Te enamoraste de él. —Bellatrix la abrazó con fuerza y trató de consolarla.

—Y estoy pagando por ello, créeme. —Soltó un suspiro—. Tener a su mujer tan cerca fue horrible. Creí que iba a morirme. Lo peor de todo es que no tengo ni idea de si sospecha algo. Parecía tan relajada y accesible…

—Eres muy precavida, Erika. Nunca dejas huellas.

—Por desgracia, no puedo decir lo mismo de él. Es muy impulsivo, y si por error ha dejado que ella lo descubra…

—De ser así, ¿no crees que hubiera actuado de otra forma? —Miró hacia arriba, meditando con toda su atención—. Si yo fuera ella y descubriera que mi marido se tira a una de sus compañeras de trabajo, te aseguro que removería cielo y tierra para dejar las cosas claras. —Le dio un apretón cariñoso en el hombro—. No te preocupes por eso. A partir de este mismo instante quiero que pienses únicamente en ti. Sé todo lo egoísta que puedas. No más hombres casados, no más secretos. Tu vida empieza desde cero, y más vale que reacciones.

—Tienes razón.

—Yo siempre tengo razón, querida —dijo en tono burlón—. Vamos, túmbate. Aún no hemos acabado.

Erika agradecía esa compañía tan llena de vitalidad, pero la soledad le parecía una opción más adecuada al caos que se desataba en su cabeza.

—No quiero ser grosera, no después de lo que haces por mí, pero…

—¿Qué?

—Creo que será mejor que te vayas. —Arrugó los labios—. Ahora mismo necesito estar sola.

—¿Estás segura?

—No, pero tampoco quiero aburrirte con mis problemas.

Ante aquel comentario, Bella sonrió de oreja a oreja, quitándole importancia.

—Cielo, eres mi mejor amiga. Tus problemas son mis problemas. —Le guiñó un ojo—. Además, tengo que acabar tu masaje. Luego me lo agradecerás.

Dejándose convencer, Erika se tumbó y cerró los ojos. La verdad era que su magullada y tensa espalda pedía a gritos auxilio. Si quería recuperarse del todo, antes tendría que empezar con lo básico, y estar físicamente bien era el primer paso.

—No sé qué haría sin ti —dijo un minuto después, dejando escapar ese carácter sentimental que en el fondo la definía.

—Es curioso, yo pienso exactamente lo mismo.

El tiempo pasó en el reloj y las cosas se calmaron ligeramente. Al menos contaban la una con la otra. Iba a ser una camino muy arduo y probablemente el rumbo se torcería demasiadas veces, pero al menos había que probar suerte; que funcionara, ya era otro asunto. Imaginarse los días sin él se catalogaba directamente como la prueba más difícil de toda su existencia.

De repente, irrumpiendo en sus oídos, se escuchó el sonido claro de unos golpes secos contra la puerta de entrada. Alguien estaba llamando. La dos se miraron con extrañeza.

—Qué raro —murmuró Bellatrix—, ¿esperas a alguien?

—No, que yo sepa. —Se puso el albornoz y se levantó—. Iré a ver…

—Oh, no —espetó cortándole el paso—. Ni hablar, tú te quedas aquí. Tienes que aprovechar cada momento, relajarte y, por si no te has dado cuenta, no estás en condiciones para abrir. Tienes un cuerpo envidiable, pero no debes enseñárselo al primero que llame a tu puerta. —Soltó una pequeña carcajada—. Ya voy yo.

—Gracias.

—¡No me las des! —exclamó desde el pasillo.

Erika se quedó justo allí, de pie, con los brazos cruzados y a la espera, deseando saber de quién se trataba. Tan mala suerte tuvo que cuando quiso reaccionar ya era tarde. Sólo había una persona en el mundo que llamaría de esa forma.

—¿Qué haces aquí? —dijo Bella desde la distancia—. ¡Fuera!

Erika no lo dudó un instante y salió al pasillo, pero se encontró literalmente con el cuerpo de Cameron cortándole el paso.

—¡Tú! —exclamó volviendo a ella toda la rabia que había estado reprimiendo y que ahora salía como la lava de un volcán en erupción—. ¡¿Qué estás haciendo aquí?!

—Tenía que verte.

La expresión de él hablaba por sí sola. Había adelgazado unos cuantos kilos, la corbata que colgaba de su cuello estaba con el nudo flojo, tenía el pelo rubio despeinado y revuelto, y unas feas ojeras le ensombrecían los ojos. No era el hombre que acostumbraba a ser. ¿Qué le había pasado?

—No puedes quedarte. —La tensión había vuelto a apoderarse de su cuerpo—. Ni siquiera sé por qué has venido.

—Claro que lo sabes —dijo Cameron agarrándola de la muñeca—. Tenemos que hablar.

—¡Suéltame! —Se zafó de él y retrocedió unos pocos pasos—. No tengo nada que hablar contigo.

—Sabes que eso no es cierto, Erika.

Erika movió las aletas de su nariz e inhaló un fuerte olor a cerveza.

—¿Has estado bebiendo?

—No.

—¡Joder, Cameron! No me mientas. —Le señaló con ira—. ¡Apestas a alcohol!

—¡Y qué importa eso!

Bella, que había permanecido callada durante ese intervalo, decidió intervenir:

—¿Quieres que llame a la policía?

Hasta Erika se sorprendió por su respuesta tajante:

—No.

—¿Estás segura?

—Sí. Ya me encargo yo.

—¿Quién eres tú? —espetó Cameron de muy mal humor al saber que no estaban solos.

—Alguien que te dará tu merecido si no la dejas en paz.

—¿En serio? —Se volvió hacia ella, desafiante—. Demuéstramelo.

—¡Basta! —gruñó Erika—. No la tomes con ella. Ha estado a mi lado cuando tú ni siquiera has aparecido.

—No tiene por qué entrometerse.

—Lo haré si lo considero oportuno —retó Bellatrix con sus cinco sentidos puestos sobre aquel tipo que no debería haber aparecido.

—Nadie te ha pedido tu opinión —masculló él—. Además, ¿cuántos años tienes? No tienes nada que hacer aquí. Estamos hablando los mayores.

—Bella —entonó dulcemente Erika—, estaré bien. Te lo prometo. Déjanos a solas, por favor.

—De acuerdo, pero que quede claro que lo hago por ti. —Le lanzó una mirada gélida a Cameron—. Estaré fuera, por si me necesitas.

La puerta del gran apartamento se cerró y tanto uno como otro se devoraron con las miradas. Había tanto rencor, dolor y odio contenido en ellas que ardían.

—Lo creas o no —empezó a decir Erika—, estás fuera de mi vida, así que si has venido a por mí, pierdes el tiempo.

—Eso es lo que te repites una y otra vez para convencerte, pero me basta con mirarte un segundo para saber que me sigues queriendo como el primer día.

—Con eso no basta.

—Pero ¿qué estás diciendo? El amor es lo único que importa.

—¿Ahora lo llamas así? —reprochó—. Esto no es amor. Ni siquiera sé lo que es. Lo has destruido todo.

—No todo. —Se acercó lentamente hacia ella.

—No, no te acerques.

—¿No te das cuenta? —entonó apretando la mandíbula con fuerza—. Los dos sabemos la verdad. No puedes arrancarme de ti sin esperar consecuencias catastróficas.

—Sé que las habrá, y las asumo. —Levantó la cabeza mostrando un orgullo que en realidad ya no tenía—. El dolor no durará para siempre.

—Puede que no, pero si no luchamos ahora, en un futuro ambos tendremos una cicatriz que no se podrá borrar.

Erika soltó un grito ahogado y comenzó a dar vueltas, pasándose las manos por el pelo, mostrando su desesperación.

—Ya vuelves a hacerlo, igual que todas esas otras veces —dijo—. Te abalanzas sobre mí y me haces creer que no existe otro camino, pero yo sé que sí. Sé que lo hay en alguna parte, lejos de ti.

—Separados no somos nada. Juntos… somos capaces de todo.

—Estás tan desesperado que eres capaz de decirme cualquier cosa con el propósito de engatusarme de nuevo. —El corazón se le iba a salir del pecho—. Lee mis labios: ya no tenemos nada en común.

—No digas eso.

—Sólo estoy diciendo la verdad. Estoy intentando asumirlo y seguir adelante. Tú deberías hacer lo mismo en lugar de cometer más errores.

—Tú no eres un error. Eres la mujer más maravillosa que he conocido en toda mi vida…

—¡Cállate! —rugió—. ¡Cierra la maldita boca! ¡No quiero escucharte más!

—Erika, no puedes esconderte de mí. —La miró como alguien enamorado hasta los huesos—. Aunque cierres los ojos, aunque te empeñes en imaginar que nada de esto ha pasado, eso no significa que lo nuestro haya terminado. Tú misma lo dijiste. Te fijaste en mí desde el primer momento en que pusiste un pie en la empresa. Para mí eso significa algo. Llámalo destino, azar… Llámalo como quieras, pero es un hecho y nadie puede deshacerlo, ni siquiera tú.

—Estás tan ciego que no quieres verlo. Por mucho que lo desee, jamás podré estar segura respecto a ti. No mientras sigas con tu mujer. —Las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. Hemos pasado momentos únicos, pero todo eso forma parte del pasado y ya no puede restablecerse. Hemos tenido una oportunidad para hacerlo posible, pero no siempre hay un final feliz.

—Pero…

—Cameron, por favor. No me destroces más y desaparece de mi vista.

—No —susurró Cameron como si ésa fuera su palabra favorita.

—¡Fuera! —chilló ella perdiendo los nervios.

—¡He dicho que no!

Erika no creía posible un acuerdo entre ambos. Se querían, se odiaban, y estaba claro que si ella partía en una dirección, él lo haría en el sentido contrario para tratar de cambiarle las ideas. Le miraba con impresión. Le había hecho tantas cosas… y aun así, estaba casi a su lado. No se iría a ninguna parte sin ella. Pero no todo era así de fácil.

—Aún no entiendo cómo puedes ser capaz de sostenerme la mirada —le reprochó—. ¿No tienes remordimientos?

—Cada minuto del día —respondió él.

—Pues siento decirte que lo disimulas increíblemente bien. Tanto, que hasta me cuesta creer que lo digas en serio.

—¿Crees que sería capaz de jugar con algo así?

—Por supuesto que te creo capaz. Eres un miserable, ¿acaso ya lo has olvidado? —Se encaró con él, acercándose hasta darle un empujón—. ¿Cómo pudiste hacerme el mismo regalo que a ella? —Le dio otro empujón—. ¿En qué demonios pensabas?

—Eso fue precisamente lo que no hice. No lo pensé. Sencillamente me dejé llevar.

—¿Que te dejaste llevar? —repitió herida—. ¿Eso es lo que vas a decir?

—Te digo la verdad.

—No me interesan tus verdades, ya no. Búscate a otra. Seguro que no te será muy difícil.

Le dio la espalda, pero Cameron no se quedó quieto. Prefirió actuar, y como consecuencia de ello, se atrevió a tocarla, agarrándola del brazo. Llena de despecho, Erika se volvió hacia él y, descargando toda su energía, le dio una bofetada tan fuerte que le dejó una marca instantánea en la mejilla.

—¡Vete! —chilló dejándose la voz como una desquiciada—. ¡Desaparece de mi vista y no vuelvas!

Le había dado de lleno, y no sólo por el golpe. Esa insistencia para que la abandonara definitivamente le había calado. Cameron bajó la mirada y dejó caer los hombros, dándose por vencido.

—¿Eso es lo que quieres?

—Te quiero lejos de mí, Cameron. Todo lo lejos que sea posible. —Tragó saliva sin dejar de mirarle a los ojos—. Así no volverás a hacerme daño y podrás continuar con tu perfecta vida.

—Es de todo menos perfecta —susurró.

—Eso ya no me incumbe. Márchate. Ahora.

Haciéndose literalmente añicos, Cameron se pasó una mano por la frente y la miró por última vez para despedirse. Era como un renegado vagando por el mundo. Acababa de quedarse huérfano de su media mitad.

—Adiós, Erika. Aun así, gracias por todo lo que me has dado en este tiempo. No lo olvidaré. Te prometo que no volveré a molestarte. —Tenía los ojos ligeramente hinchados y a punto de romper a llorar—. Nunca más.

Erika observó cómo el hombre más perfecto que conocía se esfumaba lentamente. Le vio alejarse y, finalmente, cuando ya no pudo verle, escuchó la puerta abrirse y cerrarse con un ritmo pausado, nada de portazos o ruidos fuertes. Acto seguido, incapaz de aguantar durante más tiempo en su posición, se derrumbó sobre el suelo. Se cubrió la boca con las manos y comenzó a llorar sin ningún tipo de miramiento. Estaba rota de dolor, fragmentada en miles de trozos. Sentía cómo esa cicatriz ya se dibujaba sobre su piel.

Un minuto después apareció Bella, arrodillándose en el acto a su lado, abrazándola.

—Erika, mírame. —Ella ignoró su petición. Quería morirse, dejar de respirar—. Tranquila, estoy aquí —susurró su amiga, acunándola—. Respira, ya ha pasado todo.

Ella no lo tenía nada claro. No compartía esa opinión tan optimista. Nada había terminado, ni siquiera había empezado. Aquello sólo había sido el telón de fondo. La agonía no se detendría ante nada.

—Se acabó, Bella —lloraba Erika—. Se acabó…

—¡Chsss! Cálmate. Ya no te molestará más.

—Pero yo le quiero. Le quiero muchísimo…

—Escúchame, pequeña. —Le secó las lágrimas con los pulgares—. Has tomado una decisión, y lo creas o no, ha sido la correcta.

—¿Y entonces, por qué me siento de esta manera? ¿Por qué me siento la peor persona del mundo?

—No lo eres, en absoluto.

—Yo no estaría tan segura… —La cabeza le daba vueltas sin parar y comenzaba a dolerle—. Tendrías que haberle visto. Sus ojos… Dios mío. No parecía el mismo. Era como si…

—¿Qué?

—Como si quisiera terminar con todo, como si hubiera perdido la esperanza de…

De repente, sin saber por qué, cesó de hablar. Algo en su mente cambió de registro y enmudeció. Comenzó a pensar a la velocidad del rayo, viendo la situación desde otra perspectiva más amplia. De alguna manera, había tenido un mal presentimiento. Instantáneo, nada premeditado. Simplemente apareció en su cerebro y lo consideró una amenaza real. Tal vez fueran alucinaciones, pero ya no estaba segura. Había conseguido echarle, pero algo no encajaba. Esa forma de decirle adiós… Había sido demasiado hasta para él. ¿Un mensaje en clave? ¿Un significado entre líneas? ¿Qué era lo que se le escapaba? ¿De verdad no volvería a molestarla? ¿Qué había querido decir con eso? ¿Qué implicaba?

Se levantó como una exhalación y lo supo. Le había dicho adiós para siempre, lo que significaba que no volvería a verla más y eso… sólo podía entrañar una cosa.

Se volvió hacia Bella y le preguntó:

—¿Dónde está?

—¿Qué? —Se levantó del suelo—. ¿Cómo voy a saberlo?

—Estabas fuera cuando se ha marchado. ¿Le has visto irse? ¿Hacia dónde se dirigía? ¿Ha cogido el ascensor?

—No tengo ni idea, Erika.

—Tenemos que ir a buscarle. —Su angustia aumentaba con creces, sabiendo que los segundos se le escapaban entre las manos.

—¿Por qué? —Su amiga abrió la boca, incrédula por ese comentario tan decidido.

—No hay tiempo para explicaciones.

—Pero…

—Por favor, Bella —suplicó—. Si de verdad te importo no hagas preguntas y ayúdame a encontrarle.

—Está bien, vamos.

Corrieron fuera del apartamento y llegaron hasta los ascensores. Descartaron esa idea y continuaron adelante. Iban a bajar en dirección a la calle cuando Erika giró la cabeza en el último momento. Cuando esa otra idea, tan horrible como probable, entró en sus neuronas, cambió su intención de descender y salió disparada hacia arriba, subiendo las escaleras de dos en dos.

—¡Erika!

Ni su amiga gritando para que la esperara pudo convencerla para que fuera más despacio. Su respiración se traducía en rápidos fogonazos que le quemaban los pulmones. Llegó al punto exacto, al lugar que pretendía. Había deseado equivocarse, pero con lo que veía no lo creía posible.

—No puede ser… —masculló.

Tras un sprint, Bellatrix se posicionó a su lado.

—¿Qué ocurre? ¿Qué te hace pensar que no ha salido del edificio?

—Esa puerta lleva hasta la azotea —explicó Erika señalando con el dedo la gran puerta plateada que tenían justo delante. Su cuerpo se volvió inmóvil, como si se hubiera quedado petrificada—. Está abierta…

—¿Crees que…? —Su amiga lo entendió al instante, abriendo los ojos de par en par.

No pudo terminar de decirlo, porque Erika ya había salido corriendo de nuevo, volando sobre la escalera que subía hasta el cielo abierto de su edificio. ¿Qué esperaba encontrar? ¿Debía presagiar lo peor?

Empujó con auténtica fuerza la última puerta que le obstruía el paso y salió de sopetón, con la luz de media tarde dándole de lleno en los ojos. Se llevó la mano a la frente para protegerse, y cuando comenzaba a acostumbrarse al cambio de iluminación, le vio. Se le paralizó el corazón al instante, y hubiera dado cualquier cosa por no tener que presenciar ese acto de pura derrota.

Allí, rodeado de silencio y con el alma envuelta en dolor, Cameron estaba subido al saliente, de pie, con la mirada ausente, decidiendo si era buena idea arrojarse al vacío. Las manos le temblaban.

—Oh, Dios mío… —No podía creer lo que estaba viendo—. ¡¿Qué estás haciendo?!

—Lo correcto —respondió Cameron sin volverse.

—No, no, no… Cameron, escúchame. —Dio un diminuto paso—. Baja de ahí ahora mismo.

—¿Para qué?

—¿Por qué demonios lo haces? —Quería tenerle entre sus manos y no a punto de perderle—. ¡¿Acaso quieres matarte?!

Él la miró con unos ojos tan turbios y tristes que quedó demostrado inmediatamente que iba en serio. No era ningún farol.

—Joder, Cameron. —Su cuerpo se volvió una bomba de relojería, amenazando con estallar de un momento a otro—. No me hagas esto. Baja y te prometo que hablaremos.

—¿Servirá para algo?

—Por supuesto que sí.

—Mientes, Erika. —Miró hacia el cielo—. La situación actual no cambiará. —Cameron rio lastimeramente.

—¿Qué situación? —dijo intentando distraerle—. ¿Qué quieres decir?

—Lo sabes perfectamente. Tú, yo… Ya no estamos juntos, y desde que terminaste conmigo nada tiene sentido. Nada de esto lo tiene.

—Podemos reflexionar. —No sabía ni qué decir—. Tenemos que ser conscientes de todo lo ocurrido. No podía ser de otra forma, entiéndelo. Si no lo descubría ahora iba a ser cuestión de tiempo que terminara por hacerlo. Estábamos condenados. No teníamos futuro.

—No lo entiendes —murmuró—. Hablaba en serio cuando te dije que lo nuestro no podía terminar. —La miró con veneración—. Te necesito, Erika. Sin ti, no… —Miró al frente—. Sin ti no puedo vivir.

—Sí que puedes.

—Pero no quiero. —Lloró—. No quiero hacerlo.

—Vamos, escucha lo que dices. Tienes un montón de motivos por los que vivir. —Sus ojos se humedecieron otra vez—. No cometas una estupidez.

—El único motivo que me mantenía cuerdo eras tú. —Se llevó una mano al pecho, sobre su órgano más vital—. Ahora tengo un hueco tan grande en mi corazón que no puede volver a llenarse. Te lo has llevado todo. —Levantó uno de los pies en el aire, acercándose más al borde…

—¡Para! —chilló ella—. ¡Para, por favor! ¡Por Dios no lo hagas! Piensa en tu hijo.

—Él tiene a su madre, pero si yo te pierdo a ti, me pierdo a mí mismo. No tengo absolutamente nada. Soy un cero a la izquierda si no estoy contigo —dijo Cameron mientras volvió a mirarla.

Quedaba claro que no quería volver a casa con su familia. Lo había desechado por completo, y su futuro se había desintegrado, por eso quería acabar con su sufrimiento.

—No, Cameron. Por favor, no… —Dio un paso más marcado que el anterior—. No saltes.

—Dame una razón para no hacerlo.

—No puedes. —Apenas tenía voz—. Tu familia te necesita.

—¿Y qué hay de ti? ¿Ya me has olvidado?

—Sabes que eso es imposible. —Erika se removió por dentro ante esa pregunta.

—Entonces dime que no lo haga por ti, de lo contrario… —Volvió a levantar el pie del saliente.

—¡No puedes chantajearme! —gritó—. ¡No puedes negociar con tu vida!

—¡Sí que puedo! —aseguró él empequeñeciéndose—. Únicamente me bajaré de aquí si vuelvo contigo. Dame la oportunidad de recuperarte. Estoy muerto sin ti. ¿Sabes lo mucho que te echo de menos? ¿Tienes idea de cuánto duele?