5

Eran cerca de las diez de la noche, pero ella aún seguía allí. Más que su lugar de trabajo, ese condenado edificio lleno de oficinas había terminado por convertirse en su segunda morada. Pero la razón que la había llevado hasta allí estaba a punto de salir a la luz, corrompida por la rabia y la impotencia de saber que para el mundo, ella nunca dejaría de ser una pieza totalmente prescindible, la otra.

Después de lo de Seattle, Cameron no había querido seguirle el juego. Argumentaba que estaba demasiado ocupado y que lo principal era no levantar sospechas, pero Erika no recordaba haberle visto así antes. Sabía que tenía compromisos y aspectos importantes en su vida, pero dejarla a un lado suponía un duro golpe que no estaba dispuesta a tolerar, así que, si no podían verse fuera del trabajo, lo harían allí mismo, sin salir del edificio. Por eso lo había planeado todo, a expensas de cazarle contra su voluntad, para saber a ciencia cierta la verdadera razón por la cual la evitaba.

Habían acordado verse en la gran conocida sala de reuniones, esa de las paredes de cristal y la mesa enorme postrada justo en el centro, esa especie de búnker imaginario que parecía tener prendado al jefe.

La joven estaba de pie, respirando fuertemente, contando los segundos que transcurrían en el reloj plateado colgado en lo alto de la pared, anhelando, deseando un no sé qué, un ápice que le devolviera la seguridad de su entorno. No quería ni pensar en las consecuencias nefastas para su salud emocional si su encuentro salía mal. Puede que Cameron fuera un hombre a veces con un talento magistralmente infantil e inepto, pero estaba segura de que sin él, sería una mujer trivial y carente de sentido. Odiaba reconocerlo, pero había terminado por descubrirse a sí misma gracias a él, y nadie más lo había logrado hasta la fecha. Su radar visual hizo sonar la alarma silenciosa que rodeaba sus ojos cuando percibió que la puerta acristalada del fondo se abría, dejando un rastro de silencio armonioso que muy pronto dejaría de serlo.

El traje que le envolvía le delataba antes de tiempo. Era negro, con esa camisa blanca que le daba un contraste delicioso, el cuello a medio abrir, y los ojos expectantes. Su sonrisa medio escondida era una de sus muchas armas que dejaba a la vista de todos, pero era ella la protagonista de su presencia. Terminó por acercarse y entonces su fragancia se instaló en la sala.

—¿Qué hace alguien como tú tan sola a estas horas?

Bueno, al menos parecía haber mordido el anzuelo. Seguramente su mente pervertida habría estado procesando la información de una manera totalmente equivocada, esperando tener un encuentro salvaje y plenamente sexual en ese cubo de cristal, pero lamentablemente Erika tenía otros planes para él.

—Necesitaba un poco de intimidad —dijo colocándose el pelo detrás de la oreja, conteniendo las ganas de abofetearle allí mismo.

—¿Y puedo saber por qué?

—No necesitas preguntarlo, ya conoces la respuesta. —Arqueó una ceja—. Te estaba esperando.

Él sonrió, satisfecho.

—Lo suponía —dijo acercándose hacia su presa, inclinándose sobre Erika para besarla.

—Eh, no tan rápido, vaquero. —Le colocó una mano en el pecho para poner distancia entre los dos—. Si te he traído hasta aquí es por una buena razón, pero por desgracia no es lo que imaginas. Eso puede esperar. —Frunció el ceño y trató de parecer lo suficientemente convencida para dar el siguiente paso—. Tenemos que hablar.

Confundido, Cameron frunció el ceño y dio un paso atrás, presintiendo que no iba a ser la cita de sus sueños. Se metió las manos en los bolsillos del carísimo pantalón.

—¿Algo va mal? —inquirió.

—Eso debería preguntártelo yo a ti, ¿no crees?

La tensión se disparaba sutilmente, pero no tenía nada que ver con lo que estaban acostumbrados a experimentar. Esta vez se trataba de un asunto serio que podía sentirse en el aire.

—¿De qué va todo esto, Erika?

—Tú mejor que nadie deberías saberlo, Cameron. —Su semblante pasó de una sensual insinuación a un gélido antifaz, despojándose de todo la bueno que había en ella, dando paso a la furia—. Jamás he permitido que ningún hombre juegue conmigo y te garantizo que contigo no haré ninguna excepción.

—¿Por qué dices eso?

—¿Por qué? —repitió elevando el tono—. Has estado desaparecido. No he sabido absolutamente nada de ti, no has tratado de comunicarte conmigo, de hacerme llegar algún mísero mensaje, ni siquiera una nota para que dejara de sentirme tan estúpida. Hace una semana que no nos vemos.

—¿Qué? —espetó abriendo los ojos de par en par—. Eso no es cierto…

—Me refiero fuera del trabajo. No me has llamado. No has dado señales de vida, ningún tipo de explicación, absolutamente nada. —Se cruzó de brazos—. ¿Qué demonios has estado haciendo?

Cameron pareció entender el mensaje, ya que su seguridad tan habitual se desintegró por completo, haciéndose añicos delante de esa mujer que parecía haber tenido un día terrible. Se apoyó en una esquina de la larga mesa y bajó la mirada.

—Bueno —titubeó—, la verdad es que es algo difícil de explicar…

—¿De verdad? ¿Tan complicado era que ni siquiera pudiste intentarlo?

—Erika, yo…

Ella alzó la mano, pidiendo silencio. Quería llorar, pero de la rabia. Había sacrificado mucho por él y no quería creer que todo se estuviera viniendo abajo. No podía ser, era demasiado pronto, aún tenían mucho por lo que vivir.

—Quiero que seas sincero, nada más.

—No es tan sencillo —dijo él con un hilo de voz.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que te da tanto miedo?

Como si fuera una presa a punto de ser devorada viva, Cameron tragó saliva y apretó la mandíbula, como si lo que estaba a punto de decir resultase veneno salido directamente de su lengua.

—Ya sabes cómo es mi vida —empezó—. Conoces todos mis secretos, sobre todo porque tú eres el mayor de todos ellos. Me encanta pasar tiempo a tu lado, adoro todo lo que tiene que ver contigo, pero también debo volver a la realidad al final del día. Estoy casado, lo cual significa que le pertenezco a otra mujer, al menos legalmente. Es un capítulo de mi vida del que no puedo escapar.

Ésa era el tipo de respuesta que habría preferido no escuchar. Claro que tenía en mente esa escusa, pero no quería oírla. Escuchar de labios del propio Cameron que había estado recuperando el tiempo perdido con su mujer en lugar de estar con ella se convertía en un aliciente para mandarlo todo al diablo.

—Has estado con ella —dijo al fin—. Con tu… mujer.

—Sí —corroboró él—. Por eso he estado tan ocupado. Lo siento.

—¿Que lo sientes? —Se llevó las manos a la cabeza, alborotándose el pelo con rabia—. ¿Acaso tienes idea de lo que siento yo cuando me abandonas sin previo aviso?

—No te he abandonado, sencillamente tenía que seguir fingiendo.

—¿Fingiendo para qué? —soltó—. ¡¿Para quién?! —dijo Erika dando un golpe sobre la mesa.

—No es justo que me hables de esa manera.

Erika expulsó el aire por la boca en un gesto que mostraba su perplejidad por ese descaro tan impropio de él.

—No puedo creer que digas eso. Tú tampoco tienes derecho a cambiarme cada vez que te plazca y, sin embargo, es justamente lo que haces.

—Porque no tengo otra opción.

—¡Claro que la tienes! —chilló encarándose con ese hombre que le quedaba demasiado grande—. Siempre puedes elegir, el problema es que nunca te he pedido que lo hagas.

Cameron se iba poniendo cada vez más tenso. Las venas en el cuello y en las sienes le delataban. Casi comenzaba a sudar. Temblar de indecisión no era lo suyo, pero estaba pisando un terreno peligroso y si se descuidaba, si erraba por un simple paso en falso, iba a acabar sucumbiendo bajo tenebrosas arenas movedizas.

—Intenta ponerte en mi lugar —murmuró con sus ojos claros pidiendo clemencia y una segunda oportunidad que no estaba seguro de merecer—. Claro que habría preferido estar contigo, lo sabes de sobra, pero había algo a lo que no podía negarme.

—¿En serio? ¿Y qué se supone que era? —dijo en tono despectivo—. ¿Qué era tan importante para que fueras a esconderte en los brazos de tu mujer, esa misma mujer a la que no soportas?

—Nuestro aniversario —contestó. Lo dijo de manera tan fría e irracionalmente distante respecto a sus verdaderos sentimientos que más bien parecía que la sola idea le resultara insoportable y repugnante.

Erika se sintió desplazada a un segundo puesto. Claro, había estado tan ocupada tratando de no perder la calma que no había pensado en ese detalle. Su tensión bajó en picado y, a decir verdad, se sintió doblemente traicionada. Pero ¿qué podía hacer? De cualquier modo era una fecha importante.

—¿Era eso? —preguntó—. ¿Por eso no has podido verme?

—Sí, ésa es la razón por la que he estado ausente este tiempo. Espero que puedas entenderlo.

Ofendida, le dio la espalda. Se abrazó a sí misma y avanzó un par de pasos, alcanzado uno de los grandes ventanales que iban desde el suelo hasta el techo. Observó la noche de Manhattan, con esa luna llena tan espléndida y que, en comparación con ella, se sentía irritablemente vacía, sin nada entre las manos.

—No puedes pedirme algo así, Cameron. Es demasiado doloroso.

—Lo siento mucho, de verdad.

—Deja de decir eso —dijo viéndose en el reflejo, con sus ojos verdosos casi hinchados por las ganas de llorar—. Los dos sabemos que no lo dices en serio.

—Por supuesto que sí.

—¿De verdad? ¿Y dónde están tus disculpas?

—Te pido perdón ahora, Erika.

—¿Y por qué razón crees que lo haces en este preciso momento? —ironizó—. He tenido que dar el primer paso. Acercarme a ti y preguntarte. ¿Acaso pensabas dejarlo correr como si tal cosa? ¿De verdad pensabas que me olvidaría del asunto tan fácilmente?

—Iba a decírtelo, pero tenía que encontrar el momento adecuado.

—¿Y cuándo iba a serlo? ¿La próxima vez que acabáramos en la cama? —Presa de la furia, la joven se llevó las manos a la cabeza.

—Lo siento —manifestó—. Lo siento muchísimo. —Cameron soltó un suspiro y, sin previo aviso, se arrodilló sobre el suelo, con mirada arrepentida.

—No, joder, Cameron —masculló echándose para atrás, como si no creyera lo que veía con sus propios ojos—. No hagas eso. No hagas que me sienta responsable de esto.

—Lo siento —repitió él—. Perdóname, no volverá a pasar.

Sabiendo que su paciencia se había colmado, llegando hasta un punto irrecuperable, Erika se dirigió a la puerta para salir de la sala de cristal.

—¿Quieres un consejo? —murmuró—. No hagas promesas que no puedas cumplir.

Salió de allí rápidamente, con los ojos inundados en lágrimas que ya habían esperado lo suficiente para poder ser derramadas. Fue hacia los ascensores, aunque presentía que las probabilidades de conseguir entrar en uno de ellos y llegar hasta la calle iban a ser más que remotas; sabía que Cameron iba detrás de ella. Era una de sus peculiaridades innatas. No importaba lo que hiciese ni la gravedad de sus actos; no le importaba tragarse el orgullo y disculparse.

En efecto, y tal como había supuesto, estaba dentro del ascensor, pero Cameron corrió hacia ella y, justo antes de que las puertas se cerraran por completo, él metió un brazo por el diminuto hueco, lo que provocó que el mecanismo se parara de golpe y las puertas se abrieran, dejándoles cara a cara, enfrentados y con una inestable bomba de relojería con las señas de identidad amor-odio inscritas en letras grandes.

—Sal de ahí —dijo Cameron en tono seco—. Tenemos que hablar.

—Acabamos de hacerlo —gruñó ella—. Y no ha servido para nada.

—Entonces déjame demostrarte lo equivocado que estaba. Dame una segunda oportunidad.

—¿Para qué? —espetó malhumorada—. No puedes cambiar lo que siento en este momento, sólo conseguirás que te odie aún más.

—¿Odiarme? —repitió él a sabiendas de que no era cierto, sino más bien una sencilla provocación para que también perdiera los papeles—. Eso es imposible.

—No estés tan seguro, capullo.

—¿Capullo? —Sonrió de manera seductora, como si acabaran de dedicarle el mejor de los cumplidos—. Vaya, eso es nuevo para mí. Suena bien viniendo de tus labios.

—Oh, cállate de una maldita vez.

—No —murmuró—. No, hasta que salgas de ahí.

—No pienso hacer tal cosa. Me voy a casa. —Alzó la cabeza—. Sola.

—Yo creo que no. —Entró en el ascensor y la acorraló contra una de las esquinas—. O lo hace por las buenas o por las malas, señorita Osborn. —Se inclinó sobre su cuello para oler su perfume—. Usted decide.

—Que te jodan.

—Eso es lo que quiero, y quiero que lo hagas tú.

—¡Cameron!

Justo después, él la agarró como si no fuera un obstáculo y la levantó del suelo, sacándola del cubo de metal.

—¡Suéltame!

—No —dijo él volviendo sobre sus pasos.

—¡Que me sueltes! —decía una y otra vez—. No tienes derecho a tocarme, no después de deshacerte de mí con tanta facilidad.

Al oír aquello, Cameron se quedó petrificado y la soltó de inmediato. Estaba confundido y atónito ante esa declaración sacada de contexto.

—¿Eso es lo que crees? —murmuró ofendido—. ¿Crees que me desharía de ti después de todo lo que hemos pasado?

—No es lo que creo, es lo que sé.

—Entonces no sabes nada.

—¡Mientes!

—¡Maldita sea! —exclamó perdiendo la compostura por primera vez—. ¡Compréndelo! ¡No era momento de levantar sospechas! No podía dejarlo a un lado, porque entonces podría haberlo estropeado todo.

Sorprendida por ese ataque de sinceridad por parte de él, Erika se tensó al completo.

—Eso significa que siempre estaré en segundo lugar. No importa lo que haga; en los momentos decisivos tú estarás con ella.

—¡Era nuestro aniversario! ¡Una fecha importante en la que no podía fallar! —gritó cogiéndola de los hombros—. ¿Qué querías que hiciera? No podía negarme. Habría sido un gran error.

—Debiste decírmelo —insistió.

—¿Para qué? —reclamó dando un golpe en la pared—. ¿Para que explotaras justo como lo estás haciendo ahora? —Cerró los ojos y se apoyó lentamente contra la superficie vertical—. Al menos alguien como tú siempre tiene más de una opción.

—¿Alguien como yo? —Se acercó—. ¿Qué quieres decir?

—Hablo de tu libertad, Erika. De tu ventaja de no tener que rendir cuentas a nadie. Es un privilegio que yo no tengo. No deberías olvidarlo.

—No lo hago.

—Pues entonces no te conviertas en mi enemiga. Se supone que estamos en el mismo bando. No compliques lo que tenemos.

—¿Complicarlo? Eres tú quien lo hace. Si te atrevieras a afrontar los hechos, esto no pasaría.

—Eso ha sido un golpe bajo. —Agachó la cabeza—. En todo el tiempo que llevamos juntos nunca me has pedido nada parecido. No me has hecho elegir.

—Por ese motivo te lo pido ahora. No puedo pasarme toda la vida siendo la otra.

—Eres mucho más que eso.

—Pues a veces consigues que lo dude.

—No puedes hablar en serio. —Cameron se iba resquebrajando por dentro.

—A mí me parece que sí —murmuró sin titubear—. Sigue siendo mi vida. Soy yo quien toma las decisiones importantes.

—Oh, no. No hagas eso, Erika.

—¿Hacer qué?

—Sacarme de tu vida. —Se aflojó el nudo de la corbata con dedos torpes y ansiosos—. Estoy acorralado, vigilado. Debo permanecer atento para que no me descubra.

—Llámalo por su nombre. —Irguió la cabeza—. Lo que tienes entre las manos no es algo que se pueda tomar a la ligera. Es un matrimonio.

—Sí, pero también tengo un hijo al que adoro y no puedo cambiar eso. —Se llevó las manos a la cabeza—. Haría lo que fuera para que las cosas fueran diferentes, pero no tengo ese poder. No está en mi mano decidirlo.

—No me mientas —gruñó ella—. Por supuesto que tienes elección. Sólo tienes que saber lo que quieres.

En ese momento Cameron fue hacia ella, no dejando lugar a dudas.

—Te quiero a ti —murmuró—. Pero también quiero a ese pequeñín que me espera en casa. Sois lo más importante para mí, pero Elizabeth también está presente y por el bien de mi hijo no puedo mandarlo todo al infierno.

—Es que no se trata sólo de ti, Cameron. —El nudo en la garganta no la dejaba respirar—. ¿Qué pasa conmigo? Yo también tengo sentimientos, ¿recuerdas? —entonó señalándose a la altura de pecho—. Me siento como una estúpida cada vez que tengo que mirar para otra parte, intentando fingir ser otra persona, intentando comportarme como alguien que no soy… Como si no supiera quién eres, y no puedo con eso. Me destroza.

—No tienes idea de cuánto lo siento.

—¿De verdad lo sientes? ¿Entiendes lo mucho que sufro cada vez que tengo que resignarme a no verte sabiendo que pasas la noche con tu mujer? ¿Entiendes lo difícil que es eso?

—Lo creas o no, también lo es para mí. Tú eres la mujer con quien me gustaría despertarme cada día. Sin secretos, sin mentiras.

—Pues despierta, porque eso no va a ocurrir. —Sólo al pensarlo la boca se le llenaba de un sabor demasiado amargo—. No existe la familia perfecta.

—En mi cabeza intento que lo sea. No sabes la de veces que he deseado que fueras tú la persona que ocupara su lugar. Tendrías que ser tú, Erika.

—No puedes vivir a base de ilusiones —le cortó—. Lo que cuentan son los hechos.

—Escúchame, por favor. —La acorraló contra la pared del pasillo, colocando su frente sobre la de ella—. ¿Ves esto? —dijo señalando su alianza—. Significa que estoy casado, pero más allá de eso no hay nada. —Se la quitó y la arrojó al suelo—. Pero esto, lo que nos une, lo que hay entre tú y yo, no puede romperse. —Le cogió la mano y la colocó sobre su pecho, justo sobre su corazón—. Esto es tuyo, Erika. Te pertenece. Lleva tu nombre, y nadie puede sustituirte.

En ese momento la atracción y todo lo que sentía por él pudieron más que cualquier otra cosa, más allá del odio y el rencor, por encima de las inseguridades… Necesitaban estar a solas, lo habían sabido desde el primer intercambio de miradas, y el discurso de argumentos odiosos que se habían estado dedicando el uno al otro por fin cesó.

—Bésame —susurró Erika, atrayéndole hacia ella, sujetándole la cara muy cerca de la suya.

Cameron se quedó un instante parado, sin saber muy bien si lo decía en serio, pero justo después reaccionó, como una explosión con su respectiva onda expansiva. La levantó del suelo y la sujetó con su torso y cintura contra la pared, clavándole los dientes en los labios, jugando con su lengua envenenada, cerniendo sus dedos sobre esos muslos que incitaban al deseo. Mientras tanto, ella se dejaba llevar, apretándose con fuerza, soltando suspiros ahogados, cerrando los ojos, besándole el cuello, mordiéndole el lóbulo de la oreja. Pronto estuvieron moviéndose a lo largo de todo el pasillo, con movimientos dispares, arrítmicos.

—¿Te das cuenta de que nunca lo hemos hecho aquí? —balbuceó Cameron con la voz entrecortada, todavía con ella en brazos.

—Precisamente —gruñó ella—. ¿No era lo que tanto esperabas? Así podrás tacharlo de tu lista.

Entre beso y beso, fueron acercándose a la sala acristalada de reuniones. Era como si les esperase con los brazos abiertos, con el mismo atractivo que una gran suite.

—¿Esto era lo que querías? —dijo Cameron susurrándole al oído—. ¿Discutir para luego tener una reconciliación por todo lo alto?

Erika le sonrió con descaro y le metió la mano debajo de la camisa, sintiendo su cuerpo perfectamente musculado y fibroso.

—La verdad es que no, pero ahora que lo pienso, bueno, no ha sido tan malo después de todo. —Se separó de él y se quedó pensativa ante la puerta de la sala—. ¿Crees que la sala de reuniones es el sitio más adecuado?

—De hecho, me parece una excelente idea —dijo él sin inmutarse.

—Ya, pues creo que te olvidas de un pequeño detalle. —Hizo un gesto con el dedo, señalando el techo—. Hay cámaras de seguridad que registran todo lo que sucede dentro de esas paredes de cristal.

—Te equivocas. —Estaba seguro, completamente convencido de llevar razón. Como si fuera el único que escondía un as en la manga—. No todo.

—¿Qué has hecho?

—Me he encargado de ello personalmente.

—¿Cómo?

—No pienso decírtelo. —La cogió de la muñeca y entraron de sopetón en la sala. La colocó sobre la mesa y la cercó poco a poco, echándose sobre ella—. Bien, ¿por dónde íbamos?

—Por la parte en la que Eva muerde la manzana.

—¿Y eso, en qué me convierte?

—En el pecado al que soy incapaz de resistirme.

La chaqueta de él salió volando hasta acabar en el suelo. Erika tiró de él ayudándose de la corbata que tenía en el cuello y le besó con ansiedad, devolviéndole una tensión que prácticamente llegaba a doler. Pese a saber que a Cameron no le iba a gustar, Erika terminó por agarrarle de la camisa y tirar de ella con ambas manos, rompiéndola, haciendo que los botones salieran casi disparados a distintos puntos de la mesa y el suelo. Para su asombro, él no reaccionó de la manera habitual. Tal vez estaba tan saturado y concentrado en su labor como amante que no se inmutó. Con su torso pulido y envidiable al descubierto, subió sus manos sin detenerse por ambas piernas de la mujer que tenía debajo. Agarró la falda y, antes de continuar, la miró con lujuria y susurró:

—Mi turno.

No la desgarró, pero tiró de ella con fuerza hacia abajo, dejando a Erika con una parte de su anatomía casi al descubierto. Prosiguió con las medias, deslizándolas sobre la piel lentamente, para luego encaramarse de nuevo sobre esos labios de un intenso rojo pasión; ella optó por desabrocharle el cinturón, bajarle la bragueta y conseguir dejarle en boxers. La temperatura habría roto todos los protocolos de seguridad de haber llegado a comprobarse. Ese dios rubio estaba más que dispuesto a sacar una buena nota en contacto físico, eso podía apreciarse desde lejos. Le bajó el tanga negro y, con suavidad, le dio la vuelta, por lo que la joven acabó bocabajo sobre esa enorme mesa de cristal, sintiendo un ligero frío al contacto con el material transparente. Percibió cómo un cosquilleo le nacía a la altura de la nuca. Cameron se había colocado sobre ella y le brindaba deliciosos besos centímetro a centímetro, poniéndole la piel de gallina, corrompiendo cada una de sus conexiones nerviosas. Una vez descendido lo suficiente, no tuvo reparos en sacar a pasear su dentadura blanquecina e hincarle el diente a la tierna carne del trasero de ella. Erika supo distinguir la curiosa combinación de placer y dolor, así que no pensó en detenerle. Por eso Cameron siguió con su tarea. Posó sus manos bien abiertas por todo el contorno de las piernas y, al llegar a sus terminaciones, jugueteó con su boca en los dedos de los pies de Erika. Esa parte anatómica le gustaba de un modo que no sabía explicar, y cuando su amante soltó un gemido tan agudo que consiguió un perfecto eco, supo que acababa de dar en el clavo.

—¡Chsss! —susurró él—. No querrás llamar la atención de todo el vecindario, ¿verdad?

La movió de nuevo dejándola bocarriba, trayéndola al frente, de manera que sus miradas conectaron al unísono. Cameron fue a degustar el ombligo que le traía de cabeza y después… posó sus labios sobre el pubis rasurado, besándolo como si se tratara de la más exquisita delicia culinaria.

—¿A qué estás esperando? —jadeó Erika con el ceño fruncido y los puños apretados por el deseo.

—¿Qué prisa tienes? —Le dio un pequeño pellizco en el muslo—. Disfruta del espectáculo visual, cariño. Esto no sucede todos los días.

Impaciente, Erika le sujetó del cuello, pillándole desprevenido. Forcejearon y acabaron girando sobre la mesa y, cansada de titubeos y preliminares, la joven le bajó la ropa interior, liberando esa erección digna de ser inmortalizada. Cameron tiró sus boxers al suelo y le abrió las piernas en cuestión de dos segundos. Admiró con orgullo todo ese cuerpo que le recibiría instantes después con los brazos abiertos. Se hundió en su interior lenta y agónicamente, con su pelvis encajando en su réplica, como dos engranajes idénticos.

La mesa crujió sigilosamente bajo su peso. Una advertencia que ambos estaban decididos a pasar por alto.

—¿Estás dispuesta a romperla? —entonó Cameron mientras se movía con ritmo.

—Por supuesto. Ya lo daba por hecho. —Arqueó las caderas hacia arriba—. Tendremos que sustituirla por una más resistente.

—Pero antes, démosle un buen uso.

Tenían las manos entrelazadas, sirviéndose como punto de apoyo el uno para el otro. Desde su perspectiva, Erika caía rendida ante esos ojos azules que la atravesaban con fuego candente. Cada punzada en su interior le gritaba desde dentro que estaba disfrutando como nunca.

—Siempre pensé que en cuestiones de trabajo, alguna vez me joderían irremediablemente —jadeó—. No imaginé que pudiera ser tan literal.

—Todo lo literal que quiera, señorita Osborn. —Se inclinó y le besó el cuello.

Allí, en medio de esa gran sala, con una panorámica perfecta de todos esos rascacielos, sumidos en una gran oscuridad, prosiguieron con el asunto que casi había sido capaz de acabar con ellos.

El sudor pronto se percibió, pero no podían parar. Era una necesidad vital, de urgencia. Entrelazados, conectados, fusionados en un solo cuerpo, uno dentro del otro, callaron las disputas. Y es que, a pesar de tener distintos puntos de convergencia en cuanto a peleas y discusiones, tenían esa manera de solucionar sus diferencias. Sentirse muy adentro, piel con piel.

Mientras Erika le tenía sobre su cuerpo, sabiendo que era todo suyo, al mismo tiempo que le devoraba sin piedad, saboreando cada parte de su anatomía, con esa definición precisa de cada músculo moviéndose en sincronía con ella, no pudo evitar sonreír por dentro de pura satisfacción y desenfreno. Tenía un buen motivo, por supuesto. Sabía que, después de aquello, no volvería a mirar esa mesa con los mismos ojos. No sólo era un asunto de trabajo; habían conseguido darle una nueva perspectiva, un asunto de placer. Nunca hubiera imaginado que un lugar tan profesional y aparentemente tan escaso de pasión pudiera, en cambio, tener la capacidad de adaptarse y convertirse en un escenario ideal para la inevitable liberación de un orgasmo.

Se movió estratégicamente hacia un lado y acabó encima de él. Quiso llevar el control hasta el final. Tenía sus manos aferradas a ese pelo rubio que tanto le atraía, mientras su lengua se enroscaba con la de Cameron. Cuando estaba a punto de correrse, echó la cabeza hacia atrás y acentuó su movimiento. Él llegó primero y soltó un grito grave y profundo, estrechándola entre sus brazos, respirando entrecortadamente sobre su pecho.

Se quedaron abrazados durante un rato sin decir nada, sólo mirándose con las pupilas dilatadas y los corazones exaltados. Se podía decir que estaban conectados en cuerpo y mente.

Al cabo de un rato, de vuelta a la realidad, cada uno estaba distraído vistiéndose, pero Cameron alzó la vista hacia su presa a tiempo de impedir que ésta se pusiera el tanga.

—No —susurró acercándose y atrapando el tanga oscuro con sus dedos rápidos y decididos—. No te lo pongas.

—¿Hablas en serio? —Erika rio y ladeó la cabeza.

—Sí. —Alargó la mano y cogió la prenda—. Yo lo guardaré.

—¿Dónde? No creo que tu casa sea el lugar más seguro del mundo para esconderlo.

—¿Sabes? Hay lugares mucho más interesantes para guardar tesoros como éste. —Lo metió en el hueco de su pantalón—. Mientras tanto, se quedará en mi bolsillo. Un recuerdo de este inesperado y glorioso… choque.

—¿Choque? —repitió ella ajustándole el nudo de la corbata—. ¿Ahora lo llamas así?

—En realidad, puedo llamarlo de mil formas. La cuestión, preciosa, es que he tenido una de las mejores noches de mi vida, y todo gracias a ti.

—No me lo agradezcas a mí, sino a este cuerpo que está hecho a medida del tuyo.

—Por eso nunca me equivoco cuando afirmo que somos almas gemelas. —Erika le dio un largo beso sonoro y mostró una sonrisa inmensa.

—Almas gemelas o no, nadie sabe darme lo que tú me das.

—¿Que es…?

—Un sexo increíble.

—Vaya… —Soltó un silbido—. ¿Luego soy yo el insensible que sólo quiere llevarte a la cama?

Erika se encogió de hombros, guiñándole un ojo.

—Acostarme contigo es todo un regalo para mis cinco sentidos. No voy a decir lo contrario.

—Ni yo quiero que lo hagas. —La abrazó desde atrás y le mordió el lóbulo de la oreja—. Siempre que quieras disfrutar de un buen revolcón, llámame.

—Yo lo llamo hacer el amor, Cameron. Para mí es algo más que el simple contacto cuerpo a cuerpo.

—Lo sé, sólo te tomaba el pelo. —Le dio un beso en la punta de la nariz—. Para mí también significa mucho. De hecho, tenerte cerca significa todo.