3

A priori, parecía otro día sumido en la rutina en aquella interminable oficina, pero Erika sabía que no lo era. Se notaba en el ambiente, un no sé qué repartido en cada molécula condensada en el aire que aspiraba a convertirse en una promesa con el flamante título de objetivo cumplido. Todo se volvía eclípticamente agónico al verle pasear tan de cerca, como si Cameron sintiera la absoluta necesidad de merodear cerca de ella cual predador acechando a su indefensa presa, sólo que en ese caso, las tornas más bien adoptaban el papel inverso. Era ella la que llevaba los pantalones, capaz de volverle loco en cuestión de milésimas con el simple y majestuoso aleteo de sus pestañas.

Llevaba el pelo recogido en una cuidadosa coleta, como si de ese modo sus intenciones más primarias quedaran a resguardo del resto del personal, pero su camuflaje no duraría eternamente, sobre todo porque Cameron Moore se acercaba más y más, desintegrando la distancia y plasmando en un lenguaje no verbal todo lo que pensaba hacer con la joven si conseguían quedarse a solas. A decir verdad, era un milagro que aún nadie se hubiera dado cuenta de lo que sucedía entre ambos; saltaban chispas, y cada mínima insinuación era un paso más para forjar un eslabón que componía, precisamente, la cadena de pecados ante la cual era imposible no sucumbir.

Eran las doce del mediodía, y tras sobrepasar su límite consciente frente a un montón de interminables informes carentes de todo sentido emocional y excitante, Erika optó por darse un respiro, y nada mejor que un café para evadirse. Por eso no dudó en servirse uno mientras disfrutaba del silencio en la gran sala que se encontraba en un punto estratégico para no llamar la atención. Era una estancia que mezclaba paneles de madera con cristal, plantas exóticas, además de encimeras, una mesa de roble justo al final y varias máquinas al servicio de renovados parásitos con traje y corbata demasiado ocupados en nada en particular. Consistía en una mera distracción, en un cubículo sin provecho, en una sala de tiempo muerto, o como ella prefería llamarla: habitación del limbo.

Todo iba bien hasta que el silencio tan deliberadamente buscado fue interrumpido por la presencia tan endiabladamente detestable de Vince, compañero de trabajo de Erika; musculoso pero con el cerebro del tamaño de un mosquito, piel bronceada hasta decir basta y una sonrisa tan exageradamente blanca que más bien se asemejaba a un Ken en la vida real. Lo malo es que se empeñaba en convertir a Erika en su particular Barbie, aunque ella no tenía ninguna intención de serlo. Aunque estuviera libre y sin compromiso, jamás se enredaría con alguien como él, un tipo cuyo lema era elevar la superficialidad a la máxima potencia, dejando de lado lo verdaderamente importante.

—¿Tomándose un respiro, señorita Osborn?

—Sí, algo así, Vince. ¿Qué tal tú? —Erika le sonrió de forma cortés, manteniendo su impaciencia bajo sus buenos modales.

—Genial, mucho mejor ahora que te tengo para mí solo.

Ése era el típico comentario que conseguía hervirle la sangre. Por desgracia, y aunque lo había intentado por todos los medios, no podía evitar ser el punto de mira de ese tipo que la miraba de forma tan repugnante, reduciéndola a un simple trozo de carne, un burdo trofeo con largas piernas.

—¿Quieres un café? —preguntó tratando de desviar el tema.

Vince sonrió, dejando al descubierto sus pensamientos más inapropiados, teniéndola a ella como principal protagonista.

—Lo que quiero es otra cosa, pero supongo que ya lo sabes.

Erika comenzaba a perder la paciencia. Estaba atrapada, situada prácticamente en medio de la habitación, mientras que su enemigo vestido con un traje gris ceniza impoluto se encontraba justo delante de la puerta, convirtiéndose en un molesto obstáculo.

—Creía que ya lo había dejado claro. No eres mi tipo.

—¿Y eso qué importa? —Dio un paso—. Puedo ser lo que tú quieras, Erika. Sólo es cuestión de proponérselo.

—Sí, pero en este caso la decisión está tomada. La respuesta sigue siendo la misma de siempre. Un rotundo no.

—¿Es que nunca te das por vencida?

—Es curioso, yo podría hacerte la misma pregunta.

Su sonrisa artificial deslumbró casi por completo. Era atractivo, de eso no había duda, pero por dentro era justo lo opuesto.

—Nadie tiene por qué saberlo.

Sin prisa, Erika dio un sorbo a su café y después retomó la incómoda conversación.

—Escucha, aparte de ser compañeros de trabajo, resulta que somos totalmente diferentes, incompatibles. No tenemos nada en común, y eso sólo confirma mi sospecha.

—¿Que es…?

—No me acercaría a ti ni aunque mi vida dependiera de ello, ¿lo entiendes?

Vince soltó una carcajada y, lejos de echarse para atrás, fue acercándose. Sus ojos brillaban, estaba desesperado por echarle el lazo, pero había acabado por descubrir que aquella mujer no era como las demás. Tenía carácter, y desde luego era de índole fuerte, absolutamente indomable.

—Eres más testaruda de lo que parece. —Se aflojó el nudo de la corbata—. Voy a tener que emplearme a fondo.

—No será necesario. Pierdes el tiempo si crees que voy a caer en tu juego. No tienes nada que me interese. Acéptalo de una vez. No quiero problemas.

—Yo tampoco.

—¿En serio? Entonces será mejor que no sigas con esto.

—¿Me estás amenazando? —aventuró a decir mientras ladeaba la cabeza con gesto pensativo.

—No me hace falta. Contigo no tendría ni para empezar.

La discusión podría haber seguido de largo, pero la puerta se abrió, trayendo consigo al caballero andante por el cual suspiraba Erika. En cuanto Cameron se percató de lo que ocurría, no lo dudó ni un instante.

—¿Qué haces aquí, Vince? —Su voz fue rotunda, su tono, desafiante. Era más alto que Vince, lo cual le daba una ligera ventaja si las cosas se complicaban.

—No es asunto tuyo, Cameron.

—Lo es si se trata de tu mal comportamiento. Puede afectar a los que te rodean y no te conviene. —Sus ojos azules volaron hasta los de Erika, tratando de leer entre líneas—. ¿Te está dando problemas?

—No, todo está bien. —Se sentía tremendamente agradecida por su oportuna aparición, pero no deseaba que por su culpa Cameron tuviera un enfrentamiento—. Puedes irte.

—Sí, Cameron —se burló Vince—. Lárgate de una vez.

Sin embargo, éste no se movió ni un ápice. Estaba en su territorio, protegiendo lo que consideraba suyo.

—¿Nadie te ha enseñado modales?

Vince, cansado de que sus planes se hubieran truncado hasta un punto de no retorno, se plantó delante de aquel hombre alto y rubio, tratando de imponerse, a sabiendas de que estaba lejos de conseguirlo.

—Oye, no recuerdo haber pedido tu opinión, Moore.

—Pues es una lástima. —Se encogió de hombros—. Tengo muy buenas referencias.

—Basta —interrumpió Erika—. Ya es suficiente. Esto no tiene por qué complicarse. No ha sido más que un malentendido.

—Creo que se trata de algo más —murmuró Cameron—. No tienes por qué permitir esta clase de acoso. Eres una mujer con gran talento dentro de la empresa y nadie debería hacerte sentir incómoda, y mucho menos alguien que es tan… ineficaz.

—¿A quién llamas ineficaz, Cameron? —masculló Vince, dándole un empujón.

—Bueno, creo que es bastante evidente, ¿no crees? No deberías seguir adelante. Así sólo conseguirás buscarte problemas.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? Esto es algo entre ella y yo.

—Sí, pero me temo que la señorita Osborn no quiere ni oír hablar del tema.

—¿Y qué pintas tú en todo esto? —Se plantó delante de él, a un palmo de su rostro, provocándole—. ¿Acaso te interesa?

Las preguntas de Vince se iban acercando más a la parte incómoda, al secreto reinante, pero no podía saberlo, era imposible.

—Lo único que me interesa es mantener el orden en mi lugar de trabajo, nada más. Así es más fácil para todo el mundo. Es mejor que me sigas la corriente, amigo.

—¿O qué? —desafió Vince, tan alterado que estaba a punto de emprenderla a puñetazos.

—Te denunciaré por acoso, además de toda una serie de comportamientos indebidos, y antes de que te des cuenta estarás fuera de aquí. —Frunció el ceño mostrando una perspectiva totalmente diferente de su apaciguada personalidad—. Está en tu mano, Vince. Tú decides.

—Que te jodan, Cameron. —Su seguridad se había esfumado—. Eres un capullo.

—Que pases un buen día —le contestó Moore con la mejor de sus sonrisas.

Lleno de cólera y rabia exteriorizadas al máximo, el tipo bronceado y de intenciones maliciosas le dedicó a Erika una última mirada de advertencia.

—Esto aún no ha acabado, Erika.

Cameron le puso una mano en el hombro y apretó, recordándole que todavía estaba delante.

—Yo creo que sí. —Sus ojos azules se volvieron puro hielo—. Vete de una vez.

Sin poder hacer nada al respecto salvo desaparecer, Vince acabó por huir como un perro asustado.

Cuando la puerta se cerró tras ese miserable, ambos cómplices pudieron respirar tranquilos. Antes de retomar la palabra, Cameron se aseguró de que nadie podía verles, cerrando las persianas para conseguir un poco de privacidad.

—¿Te estaba molestando?

—Relájate, lo tenía todo bajo control —respondió Erika dejando ir la tensión que había estado incordiando a sus músculos.

—¿Estás segura de eso? —Se acercó poco a poco, con esa mirada que era capaz de decir todo y nada a la vez, tan preocupado y tan sereno—. Parecías estar a punto de perder los nervios.

—Nada de eso.

—Bueno, en ese caso…

Erika no le dejó terminar la frase y fue hacia él, abrazándole.

—En ese caso —susurró—, olvídate de lo que ha pasado.

—Como si fuera tan fácil…

—Inténtalo. —Su rostro femenino se endureció debido a la preocupación—. Podía haber sido mucho peor. Ha estado cerca.

—Sí, pero por suerte todo sigue a buen recaudo.

—No si seguimos así.

Cameron suspiró hondo y cerró los ojos. Se colocó las manos detrás de la nuca.

—No puedo evitarlo, Erika. No puedo quedarme cruzado de brazos mientras algún idiota como Vince te está molestando.

—Te recuerdo que ese idiota puede perjudicarnos seriamente si no vamos con cuidado. —Chasqueó la lengua—. Me conoces, Cameron. Puedo cuidar de mí misma —respondió Erika sin pensárselo dos veces.

La puerta de la sala se abrió de golpe y ante ellos apareció la figura imponente de una de sus superiores, Nancy Freeman. Vestía siempre con falda gris y escote pronunciado a pesar de su considerable edad. Su cuidado pelo rubio destacaba de manera delicada, contrastando con el resto del conjunto, una auténtica máquina eficaz de hacer negocios.

—Cameron, Erika, a mi despacho. —Ni siquiera parpadeó para no dar lugar a equivocaciones—. Enseguida.

Los dos recorrieron el largo pasillo hasta ir a parar al punto de encuentro. El despacho de Freeman destilaba poder y control. Una arrogancia suprema que resaltaba por su gran tamaño. Por suerte, parecía que hoy estaba de buen humor.

—Sentaos, por favor.

Obedientes, los dos se sentaron en los cuidados sillones de cuero granate que se asomaban al otro lado del escritorio de Nancy.

—Bueno, iré directa al grano —comentó—. Estáis aquí porque los de arriba han decidido que ambos estáis más que capacitados para formar parte del grupo que irá la semana que viene al congreso nacional que se celebrará en Seattle.

Un rotundo silencio. Sus caras de asombro evidenciaban que la noticia les había pillado totalmente desprevenidos.

—¿Quién ha tomado esa decisión? —se atrevió a preguntar Erika.

—El señor Harris.

Cameron se removió sobre su asiento, intranquilo.

—¿Es inapelable?

—Eso me temo, Cameron —murmuró Nancy divertida por la situación—. Es un hecho. Espero que estéis preparados.

Minutos después, y tras dar comienzo a un monólogo por parte de Nancy, Erika se atrevió a desplazar su mano hacia su acompañante, entrelazando sus dedos con los de él, consciente de que el escritorio servía como obstáculo apropiado para la ocasión.

El teléfono cobró vida y la mujer rubia resopló.

—Esperad un minuto —dijo descolgando el teléfono—. Continuaremos enseguida.

Mientras su superiora se enfrascaba en una conversación inalámbrica que tenía toda la pinta de alargarse hasta lo indecible, Cameron rodó los ojos a propósito y se dispuso a jugar un rato. Estaba convencido de sacar provecho de la situación. Por eso deslizó la mano y fue a parar directamente sobre la pierna de Erika. Ella se sorprendió, alzando las cejas y tratando de apartarse, pero tenía que disimular. No obstante, su compañero no estaba dispuesto a terminar antes de tiempo. Su rostro era impasible, con aquella delicada boca sin delirios de satisfacción, pero sus ojos mostraban una pasión retenida. Sus dedos jugueteaban punto por punto, acariciando cada ápice de piel sensible. Mientras lo hacía, veía cómo Erika se mordía el labio, tratando de mirar hacia otro lado para no caer en la tentación, sin embargo, ya era tarde. Esa mano experta en anatomía seguía su camino, ascendiendo, hasta que meditó la locura de meterse bajo los límites de esa falda que escondía una de las cosas más fascinantes que podía recordar.

—Moore —susurró Erika con un hilo de voz prácticamente inaudible.

Cameron sonrió. Las veces que ella se tomaba la molestia de llamarle por su apellido era porque conseguía sacarla de sus casillas, justo como en aquel momento. Ignoró la señal de advertencia y pasó la frontera que determinaba territorio prohibido. Escudriñó la fina tela de la ropa interior y tiró de ella en forma de pellizco. Erika cerró los ojos, apretando los párpados para no titubear, pero estaba igualmente excitada, todo ello combinado con la atracción del miedo a ser descubiertos. Los dedos sigilosos de Cameron sortearon la fina barrera y entró de sopetón en su sexo, sintiendo sobre sus falanges la resistencia de los músculos de la vagina. La joven quedó inmóvil durante casi un minuto, con la respiración agitada y manteniendo los puños apretados a modo de contención. Cuando él comenzó a mover su mano con toda la discreción del mundo, su amante se inclinó hacia delante, arqueando la espalda y llamando la atención de su superiora.

La señora Freeman tapó el auricular un instante y murmuró:

—¿Erika, te encuentras bien?

La protagonista, sorprendida por haber sido tan vulnerable, levantó la cabeza de inmediato y asintió, recomponiéndose a marchas forzadas.

—Sí, por supuesto… —Se llevó una mano a la cabeza, desechando un sudor frío—. No ha sido nada, estoy perfectamente.

Nancy asintió y volvió a lo suyo. Por su parte, Erika se encargó de sujetar la mano alborotada de Cameron. Había decidido ir un paso por delante sin su consentimiento y debía pararle los pies antes de que la cosa llegara más lejos. No podía negar que había sido tremendamente estimulante, pero perder el control en un momento como ése no era un buen plan.

Cazador y presa se retaban mutuamente para ver hasta qué punto llegaban, pero el juego tan excitante se acabó de súbito al colgar Nancy el aparato.

—Bien, ¿por dónde íbamos?

Después de unos diez minutos más en ese despacho propio del demonio, ambos volvieron a la libertad. Erika estaba molesta, consciente de que cada vez que se encontraban lo suficientemente cerca no tenían reparos en dejarse llevar, pero todo tenía un límite.

—¿Te ha comido la lengua el gato? —preguntó él mientras la seguía como un perro faldero.

Ignorando su pregunta, Erika alzó la cabeza y se dispuso a mantener las distancias, al menos hasta que su raciocinio volviera al punto de partida. Apretó el botón de la pared y esperó hasta que las puertas de uno de los ascensores se abrieran. Después, se metió en ese cubo de metal, consciente de que él la seguía instantáneamente.

—¿A qué piso? —preguntó Cameron.

—Tú ya sabes a cuál —gruñó Erika sin tan siquiera mirarle.

Convencido de que aquélla no era más que una estrategia que no tenía garantías de llegar muy lejos, Cameron fue hasta el fondo del ascensor y se apoyó contra la fría pared. Poco después, sonrió al darse cuenta de que un puñado de hombres trajeados y mujeres con altos tacones se apresuraban para entrar, lo que obligó a Erika a entrar más adentro, terminando por colocarse justo delante de él. Las puertas se cerraron de nuevo y el silencio incómodo se notaba entre esas cuatro paredes. No había ni un centímetro libre, y todos esos cuerpos próximos unos de otros dejaban poco para la imaginación.

Erika tenía la piel de gallina, en especial porque sentía sin lugar a dudas el aliento de Cameron acariciando su nuca. Le deseaba con fuerza, en ese mismo momento, pero por dentro su enfado todavía no se había ido a ninguna parte. Para colmo de males, en el piso siguiente, un par de personas más se sumaron a los ya presentes en el ascensor, lo que provocó que el espacio para la integridad física de cada uno se redujera aún más.

Incapaz de demorarlo durante más tiempo, Cameron bajó sutilmente la cabeza y terminó por darle un beso a su amante en el cuello, a lo que ella respondió con una sacudida general en todo su cuerpo. No se giró para mirarle, pero estaba claro que de buena gana le habría abofeteado para devolverle el favor. Él sonreía, sabiendo que la cámara que vigilaba aquel cubículo no había podido rastrear ninguno de sus movimientos. Por una vez, se alegraba de tanto alboroto y muchedumbre diaria. Sin embargo, consciente de su insatisfacción, buscaba desesperadamente algo más. Por eso, improvisando de manera audaz, se metió la mano en el bolsillo de su traje y dejó caer a propósito una moneda de diez centavos, consiguiendo que el pequeño impacto contra el suelo provocara el ruido necesario, dándole la escusa perfecta para agacharse a por ella, lo que a su vez le concedería otra oportunidad para disfrutar de su amante. Con lentitud, bajó hasta el suelo, y mientras fingía buscar a tientas la dichosa moneda, una de sus manos se aferró con cautela al gemelo de Erika, acariciándola sin escrúpulos. Después, cuando encontró los diez centavos, se los metió de nuevo en el bolsillo y al ponerse de pie, se tomó el atrevimiento de pasear sus palmas bien abiertas por todo el perímetro de las extremidades inferiores de la joven. Ella aguantó soberanamente bien esa inspección inesperada, dejando soltar el aire de manera llamativa como única respuesta en contra.

La marea de gente se redujo intensamente en la parada que tocaba, y cuando les llegó el turno para bajarse en su piso, los dos se habían quedado a solas. Las puertas se abrieron y Erika dio varios pasos, pero antes de respirar de alivio, sintió cómo una mano le daba un travieso azote en su trasero, logrando un sonido preciso que le llegó hasta los oídos. Confundida, miró en ambas direcciones para cerciorarse de que nadie había visto aquello. Por fortuna, así fue. El pasillo estaba desierto.

—¡¿Qué diablos haces?! —gruñó mirando a Cameron con rabia.

Él ni siquiera contestó; estaba demasiado ocupado en continuar sonriendo debido a su juego.

Asqueada por momentos, Erika aumentó la velocidad de sus tacones hasta desaparecer de la vista de todo el mundo, refugiándose en su despacho. Cerró la puerta con fuerza y resopló, teniendo la sensación de que aquella relación clandestina se volvía más amarga y placentera con cada nuevo día trascurrido.

El teléfono de su mesa sonó y lo cogió.

—¿Sí? —dijo, con un tono hostil.

—No deberías enfadarte —dijo una voz sensual y masculina—. Ha sido divertido.

Ella levantó la mirada y pudo ver a través de uno de los cristales de su oficina que Cameron la miraba desde el otro lado, sosteniendo el móvil en su oreja. Consciente de que debería haber sabido que era él quien llamaba, Erika colgó el teléfono de manera brusca y bajó las persianas. Se sirvió una taza de café y esperó lo inevitable, teniendo constancia de que ese hombre tan apuesto a veces la ponía a prueba.

Tres golpes secos a la puerta de madera fueron suficientes para confirmar sus sospechas. Interpretando su actuación, Moore entró de forma profesional, sin llamar la atención, pero estaba claro que era un lobo declarado, escondido tras una piel de cordero.

—Lárgate —espetó Erika—. Te has pasado de la raya.

Fingiendo arrepentimiento, Cameron se acercó hasta la mesa y se inclinó, apoyando las manos sobre las esquinas.

—Está bien, tienes razón —dijo aparentando un tono lacónico y lastimero—. Me he pasado, lo siento.

—No, no es verdad. No lo sientes en absoluto.

—Oh, Erika, ha sido una broma… —Él reprimió las ganas de sonreír, pero al final no pudo lograrlo.

Molesta, la joven se levantó de su sitio y rodeó la mesa, empujándole con la mano.

—¿Una broma? —repitió—. ¿De verdad crees que estamos en condiciones para permitirnos este tipo de cosas? Pueden descubrirlo en cualquier momento, y sin embargo actúas como si no te importara.

—Claro que me importa.

—¿Sí? Pues entonces demuéstramelo, Cameron. Te comportas como un crío.

—Tú me haces ser así —dijo mientras se encogía de hombros y se metía las manos en los bolsillos.

—¿Insinúas que es mi culpa? —Ella abrió la boca, atónita.

—No, sólo digo que es muy difícil para mí mantener las manos lejos de ti.

—Pues eso es exactamente lo que tienes que hacer si no quieres que acabemos despedidos. No es tan complicado.

—Tú eres complicada. Tremenda y cautivadoramente complicada. Podría pasarme todo el día tratando de descifrarte. —Él volvió a las andadas de tipo seductor y eso pareció calmar el mal genio de la amazona ejecutiva.

—Buen intento, pero eso no te librará de tu castigo.

—Vamos, señorita Osborn, ya sabe que no he podido resistirme a sus encantos. No es culpa mía que tenga una anatomía tan endiabladamente perfecta.

—Eso no te da derecho a tocarme el culo en mitad del trabajo.

—Pero no había nadie…

Ella le puso el dedo índice sobre los labios para que no siguiera hablando. Después, se acercó a su oído.

—No has debido hacer eso —susurró—. Ahora me toca a mí devolverte el favor.

—¿Me está amenazando, señorita Osborn? —Cameron sonrió de oreja a oreja.

Ella sonrió de una manera suculenta, dejando entrever que estaba al acecho y… a la espera. Cogió su taza de café y fue hasta la puerta, dando a entender que volvía a ponerse en movimiento.

—Enseguida lo sabrás.

Media hora después estaban acompañados por un puñado de amigos y conocidos, Adam, David y Sarah. Formaban el equipo perfecto.

—Bueno —comenzó Sarah—, me parece que hoy alguien está de suerte.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Erika.

—Oh, por favor, no intestes disimular —se burló su amiga—. Aquí las noticias vuelan. Felicidades, eres la favorita del señor Harris.

Todos rieron, incluso Erika; todos, menos Cameron. Él y sus incomprensibles celos.

—¿Qué insinúas con eso, Sarah? —preguntó molesto.

—Nada, Cameron. Sólo bromeaba. —Se pasó una mano por el pelo—. Todo el mundo sabe ya que sois de los pocos afortunados que asistirán al congreso. Felicidades.

—Felicidades, compañero —dijo David dándole una palmada en el hombro a Cameron.

—Gracias. La verdad, ha sido toda una sorpresa.

—Hablando de sorpresa —interrumpió Sarah—. ¿Cómo le sentará a tu mujer el hecho de que desaparezcas unos cuantos días?

La pregunta le cayó a Erika sobre los hombros como agua fría. El estómago se le encogió. Fuera donde fuese, siempre estaba el maldito tema en el aire, omnipresente.

—Supongo que tendrá que entenderlo —dijo Cameron—. No ha sido decisión mía.

—Sí, pero seguro que no le hará ninguna gracia. Apuesto que estaría encantada de atarte a la cama para que no te alejaras demasiado.

Todos rieron otra vez, menos Erika. Molesta, fue hasta la encimera para volver a rellenarse la taza. Deseaba que el café fuera de ayuda.

—¿Y qué me dices de ti? —preguntó Sarah.

—¿A qué te refieres? —Erika se volvió, dándose por aludida.

—Vamos, sabes perfectamente a qué me refiero. —Puso los ojos en blanco—. ¿No hay nadie que te interese? ¿Algún novio o amante casual?

Lo cierto es que se llevaba bien con Sarah. Era una buena mujer, trabajadora y capaz de tomar decisiones en momentos de vital importancia, pero su punto débil era la curiosidad. Era innato, no lo podía evitar, y a decir verdad, no tenía intención de hacerlo. Era como una especie de intrépida reportera del corazón.

—No, no tengo a nadie en estos momentos, Sarah.

Su compañera soltó una gran carcajada.

—Venga, ya —soltó—. Eso no hay quién se lo crea. Mírate, eres perfecta. ¿Sabes la de hombres que matarían por acostarse contigo?

Ese comentario había sido demasiado incluso hasta para ella, acostumbrada a todo tipo de lenguaje informal. Se atrevió a mirar a Cameron pero él ya tenía la mirada clavada en ella. Era su particular forma de recordarle que él era ese afortunado.

—La verdad es que no me interesan los hombres. Al menos en estos momentos. Estoy ocupada en otro tipo de cosas.

—¿En serio? ¿Qué puede haber más importante que tener a alguien esperándote al final del día?

—Ése es el problema —murmuró incapaz de contenerse—. A día de hoy nadie está interesado en comprometerse, en aceptar las consecuencias de sus actos e ir un paso más allá. —Procuró no mirarle—. No quiero pasarme toda la vida esperando a que un hombre tome la decisión correcta.

Ya está, lo había dicho, había soltado la bomba de relojería y era tarde para echarse atrás. Tenía la mala costumbre de tener esos incómodos arrebatos de sinceridad.

—Vaya… —dijo Sarah—. Visto así, creo que tienes razón.

—Claro que la tengo. —Dio un sorbo a su café—. Sé muy bien lo que digo.

—No estoy de acuerdo —irrumpió Cameron con su voz habitual de hombre testarudo y seguro de sí mismo.

—¿Cómo dices? —dijo Erika desafiándole con la mirada, a sabiendas de que podían discutir sin que nadie supiera realmente el motivo que los enfrentaba.

—No comparto tu opinión. No puedes generalizar, todo el mundo tiene problemas. —Se cruzó de brazos—. De un modo u otro, todos están atados a algo.

—Sí, pero para eso existen las prioridades —contraatacó—. Todo es cuestión de elegir, pero resulta que es la parte más difícil y no todo el mundo está dispuesto a arriesgarse por algo que tal vez no acabe bien, ¿no crees?

—No se trata de arriesgar. Todo se resume en la confianza.

—¿Confianza? —repitió—. ¿Confianza es dejar que te manipulen a cambio de unas cuantas promesas que tienen fecha de caducidad?

El resto de sus compañeros contemplaba la escena como si fuera un partido de tenis.

—Eh, chicos —intervino Adam—. Relajaos. No hay necesidad de ponerse así.

—Eso es asunto mío —gruñó Erika—. Estoy cansada de tener alrededor a tanto hipócrita.

—Está bien, creo que deberíamos dejarlo aquí —dijo Cameron ofreciéndole la mano para disculparse—. Lo siento. No quería ser grosero.

—Pues lo has sido —respondió Erika, estrechándosela—. Un completo idiota.

—Vaya, gracias. Bonito cumplido.

El tema de conversación cambió totalmente de registro y el clima distendido volvió a aparecer. Sarah tomaba las riendas de su discurso. Adoraba hablar sin parar, y David y Adam eran sus perfectos aprendices. Por otro lado, Cameron y Erika estaban ocupados en devorarse con la mirada. Eran capaces de pasar de un repertorio a otro en cuestión de milésimas. Tan pronto como se odiaban, querían comerse a besos.

—¿Alguien quiere más café? —se ofreció Erika.

—Uno para mí —murmuró Cameron con tono jovial—. Por favor.

—Claro, enseguida.

Consciente de cuál iba a ser su siguiente paso, Erika procuró que la taza de café destinada para su compañero estuviera bien llena. Pensaba vengarse de lo del ascensor. Cuando volvió a su puesto, le dedicó una gran sonrisa antes de entrar a interpretar su papel de inocente fémina.

—Aquí tienes —dijo, tendiéndole la taza.

No obstante, no llegó muy lejos. Tal y como había planeado, fingió tropezarse y el café caliente fue a parar directamente a la camisa impoluta de Cameron, tiñéndole enseguida de un color marrón por todo el torso.

—Oh, ¡qué torpe soy! —soltó llevándose las manos a la boca, sorprendida y avergonzada. Totalmente creíble—. ¡Lo siento mucho! ¿Estás bien?

Cameron sabía que lo había hecho a propósito, y aunque pensaba hacérselo pagar más tarde, tenía que disimular, ya que los ojos curiosos de los que les rodeaban estaban a la espera de su reacción.

—Sí, claro que estoy bien —gruñó mirándose la camisa que había quedado absolutamente insalvable—. Pero el café está caliente, ¿lo sabes?

Ella se acercó en un segundo lo suficientemente cerca para que pudiera oírle mientras fingía limpiarle con un pañuelo.

—Sí, pero no tanto como yo.

Ante esa revelación, Cameron se echó para atrás, intentando pensar en otra cosa. De haber estado solos, la habría acorralado.

—Bueno, tengo que intentar solucionar esto —dijo—. Voy al lavabo, a ver si consigo hacer algo al respecto.

Erika le sujetó por la muñeca, mostrando un repertorio de gestos faciales que resultaban perfectos para la ocasión.

—Déjame ayudarte —insistió todavía metida en su papel.

—No es necesario, gracias. Estoy bien.

—Pero yo… —Soltó un suspiro—. Lo siento mucho, Cameron. Soy una patosa.

—Eso me temo, pero ya es un poco tarde —dijo cortante.

—¿Seguro que no quieres que te eche una mano?

—No te preocupes. Siempre puedo pedir otra camisa. Está olvidado.

Todos vieron alejarse a Cameron en dirección a los lavabos. Después, Erika se convirtió en el centro de todas las miradas.

—¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —comentó David.

—Nada, ha sido un accidente.

—Y un cuerno —espetó Sarah—. La tienes tomada con él.

—Eso no es cierto…

—Claro que sí. —Levantó las manos en el aire—. Creo que tienes un problema serio con los hombres. Ellos son así, Erika. No deberías tomártelo como algo personal. Sólo relájate y disfruta.

—Ya, como si eso fuera posible.

—Lo será si lo intentas.

—Está bien, creo que ya hemos tenido suficiente charla. Si me necesitáis, estaré en mi despacho —dijo dándose la vuelta y desapareciendo por los pasillos.

Un rato después, estaba entretenida buscando en el ordenador métodos caseros para quitar el café cuando la puerta de su despacho se abrió de improviso. No tenía necesidad de preguntarse quién era. Por supuesto, era él.

—¿Sabes? —empezó Cameron, cerrando la puerta tras de sí—. Creo que no deberías ser tan impulsiva. Un día de éstos acabarás conmigo.

En parte arrepentida por lo que había hecho, Erika se levantó y se arrojó a sus brazos. Por suerte, él ya había conseguido otra camisa.

—Lo siento —dijo Erika—, pero no me has dejado otra opción. Te lo tenías bien merecido.

Cameron sonrió con los ojos y le acarició la mejilla.

—¿En serio era necesario que lo hicieras? —preguntó—. Era mi camisa favorita.

—Bueno, siempre puedes comprarte otra.

—Reconócelo. —La sujetó de la barbilla—. Ha sido un golpe bajo.

—¿Golpe bajo? —repitió deslizando su mano por ese trasero tan varonil—. Has sido tú quien ha bajado la mano hasta mi trasero, así que será mejor que no digas nada sobre asuntos de bajos fondos. —Le guiñó un ojo—. Tú te lo has buscado.

—Al menos sé que te ha gustado.

En eso tenía toda la razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo.

—Ni por asomo.

—¿Estás segura? —entonó ladeando la cabeza.

—Completamente.

—Sabes mentir muy bien, pero no lo suficiente como para convencerme de lo contrario. Disfrutas casi tanto o más que yo.

—Sí, pero eso corresponde a mi vida personal, y estamos en nuestro lugar de trabajo. ¿Sabes apreciar la diferencia?

—Bueno, teniéndote tan cerca, me cuesta más de lo normal. Haces que me confunda hasta un límite que no debería traspasar.

—Pues no lo hagas. No lo cruces, de lo contrario te las verás conmigo.

Él sonrió como un idiota, fantaseando con lo bien que podrían pasárselo si Erika no estuviera constantemente en alerta.

—¿Lo ves? Es otra amenaza.

—Te equivocas, no es ninguna amenaza. —Se acercó hasta sus labios—. Es un hecho.