Capítulo 14
Estaba soñando. Odio cuando sueño, pero por primera vez en mucho tiempo... fue bueno. Estaba teniendo el tipo de sueño del que una persona no quiere despertar. Rafiq estaba allí, pero no era realmente él. Era una versión de él, que nunca conocería y que nunca podría ser. Su presencia hizo obvio que estaba soñando, pero su compañía añadió algo y elegí seguir adelante.
Livvie y yo estábamos teniendo una fiesta. Estábamos celebrando mi cumpleaños. Había un montón de gente que no reconocía, pero Livvie parecía conocerlos. Creo que una de ellas era su madre. Estaban juntas en la cocina, sirviendo champán en largas copas. Una de las hermanas de Livvie estaba tratando de convencerlas de que podía tomar una copa. Se veía como me imagino a Livvie de niña. Livvie parecía tan feliz.
—Lo has hecho bien, Khoya. Estoy orgulloso de ti. Te mereces esto —dijo Rafiq. Me dio una palmada en la espalda y me alborotó el cabello de la forma que solía hacerlo cuando era niño. Le di un manotazo en la mano.
—No soy un niño. Deja de hacer eso. —No podía dejar de sonreír.
—Lo sé. Ahora eres un hombre. Tienes una familia propia. Tal vez sólo estoy recordando al chico que conocí. —Me alborotó el pelo otra vez y no me importó.
—Me alegro de que hayas podido venir. No tengo ninguna otra familia.
—Somos huérfanos, Caleb. Hacemos nuestras propias familias.
Me eché a reír.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Y el resto? ¿Te acuerdas de eso también? —La tristeza se había colado en su voz.
—Te perdoné. Todo eso me ha traído aquí. —Miré hacia Livvie y su madre. Me saludaron y levante la mano para responderles.
—¿Quién es este tipo? Se ve bastante interesante y aterrador. —Claudia tropezó a mí lado y casi me empujó encima de Rafiq.
—¿Siempre tienes que ser tan enérgica?
—No me gusta cuando no soy el centro de atención. —Me guiñó un ojo.
—¡Es mi cumpleaños! —Le reprendí. Claudia se encogió de hombros.
Le presenté a Claudia a Rafiq e hice una salida precipitada. Ella ya le estaba haciendo preguntas íntimas sobre su papel en mi vida. Rafiq parecía que había olido algo asqueroso y me reí. Se lo merecía.
Cuando entré en el salón principal, Rubio estaba trabajando en conectar la PlayStation. Se volvió hacia mí cuando entré.
—¿Me echas una mano, James? Me parece que no puedo hacer nada con estos pantalones ridículamente ajustados. —Rubio es un tipo tranquilo. Mi cabeza no podía crear un diálogo inventivo para él.
Yo tampoco podía montar la PlayStation.
—Estoy soñando, Rubio. No puedo montar esta mierda. Espera. —Le di una patada a la PlayStation y todos los cables quedaron mágicamente conectados.
—¡Bien! Algún día, cuando Claudia deje de mimarme como si fuera un bebé, espero que puedas enseñarme a ser más hombre —dijo Rubio (es mi sueño —dejad de juzgarme).
—Puedes empezar por ocuparte de esto. —Saqué un par de tijeras de bolsillo y corté el gran mechón de pelo que cubría la mayor parte de su rostro. Hubo una gran ronda de aplausos.
—Muy bien, todo el mundo, ¡es hora de cantar Cumpleaños Feliz! —La multitud se apartó para Livvie mientras salía de la cocina con un gran pastel de chocolate cubierto de velas.
Cumpleaños feliz.
Cumpleaños feliz.
Te deseamos querido James.
Cumpleaños feliz.
Arrugué mi cara. ¿Cuándo había aprendido esa canción?
Despierta, cumpleañero, es la hora de uno de tus regalos.
Algo suave tocó mi rostro.
Despierta, Sexy, es tu cumpleaños.
Sonreí en ambos, dentro y fuera del sueño. Livvie. Ella era real. Estaba conmigo. Era mía. Si el sueño había sido bueno —y lo había sido— despertar había sido incluso mejor.
Abrí mis ojos lentamente. La realidad y la fantasía se reacomodaron en mi mente hasta que estuvo claro. Sonreí cuando vi a Livvie parada al lado de la cama. Levantó el brazo y me hizo cosquillas en la cara con una pluma. Me froté la nariz.
—Eso no es para eso —le dije. Mi voz era áspera. Bostecé y me desperecé.
—¿Quieres que te haga cosquillas en el pene? —Sacudió la pluma sobre la tienda de campaña de las sabanas.
Puse mi mano sobre mi erección y me alejé.
—No. Eso no es para ti. Tengo que ir al baño.
—¡Bien, levántate! Tengo un día lleno de actividades planeadas y estas arruinando mi diversión con tu sueño... y tu erección de pis.
Me reí.
—Odio cuando lo llamas así.
—¿Si? Bien, yo odio cuando no puedo jugar con él ¿Por qué demonios está tan duro si se supone que no debo jugar con él? Eso es publicidad engañosa, Señor.
Me dejé caer sobre mi espalda y eché los brazos sobre mis ojos.
—Está bien, arrasa conmigo. Pero no esperes ir a ningún lado por un rato. —La última vez que montó mi erección matutina no pude correrme por una hora. Livvie había tenido que tomar una siesta cuanto terminamos y se había adueñado de toda la mañana.
—Qué frustrante. Va a tener que esperar. Tenemos planes. Ahora, ¡levántate! —Livvie puso las manos en mi estómago y me hizo botar arriba y abajo.
—¡Para! —Realmente tenía que mear, agarré a Livvie por la cintura y la atraje hacia la cama conmigo. Gritó mientras le hacía cosquillas—. ¡Voy a hacer esto hasta que te hagas pis! —Sus piernas estaban pateando, pero pude tirar el edredón sobre ellas hasta que quedó atrapada.
—¡Oh, Dios mío! Oh, por favor. ¡Por favor, para! —Se estaba riendo a pesar del pánico que pude ver en sus ojos.
—¿Te arrepientes? —Bromeé.
—¡Sí! ¡Por favor! —Livvie jadeaba en el momento en que dejé de hacerle cosquillas. Me sonrió.
—¿Puedo besarte? —pregunté.
—No te has cepillado los dientes. —Arrugo la nariz
—Lo sé. Por eso pregunté. —Yo ya estaba inclinándome hacia abajo, hacia su boca. Lo hice breve. Salte rápidamente de encima suyo y me dirigí al cuarto de baño antes de que pudiera tomar represalias.
Hubo unos toques en la puerta.
—Nos vemos abajo cuando hayas terminado. Hice el desayuno.
—Está bien —le dije.
Una vez que terminé de usar el baño, me lavé las manos y me cepillé los dientes. Cuando me limpié la cara con una toalla de mano color púrpura (Livvie había hecho su magia de chica de los volantes en el baño), me miré en el espejo. Era mi primer cumpleaños. Tenía veintiocho años. La sensación era surrealista. Me preguntaba si aparentaba mi edad.
Esta es mi vida. Yo era un puto en mi juventud, un asesino desde mi adolescencia, y un monstruo como un hombre. ¿Quién soy yo ahora? ¿Qué soy ahora? Me encogí de hombros.
Livvie y yo habíamos estado viviendo juntos durante unos cuatro meses. Me había tomado algún tiempo acostumbrarme al principio. No estaba acostumbrado a tener a otra persona a mí alrededor todos los días. Aunque haber pasado tanto tiempo con Livvie durante su cautiverio, y también de haber hecho todo lo posible para verla con frecuencia mientras salíamos, lo hizo de alguna manera más fácil de asimilar. Si tenía que esconderme por un tiempo, por lo general iba arriba a trabajar en la biblioteca/oficina de Livvie por un rato. De lo contrario, estaba abajo, trabajando en la construcción de nuevos aparatos para exorcizar mis perversiones (algunas de las perversiones eran sus ideas). Livvie me hizo poner un candado en la puerta para que nadie pudiera meterse accidentalmente dentro.
Livvie no parecía tener muchos problemas de adaptación, en absoluto. Explicó que estaba acostumbrada a una casa llena de gente ruidosa. Si acaso, a veces no le gustaba el tamaño de la casa. Decía que era tan grande que a veces se sentía vacía. Sin embargo, Claudia y Rubio prácticamente vivían con nosotros, por lo que eso no duró mucho tiempo. En los días que Livvie necesitaba estar sola, estaba generalmente arriba escribiendo en su ordenador portátil.
Yo estaba en constante cambio y descubrí que, aunque algunas cosas siempre me harían sentir incomodo —La nueva relación telefónica de Livvie con su madre, conocer nuevas personas, asistir a festivales de cine (¡Amo a Livvie, pero algunas de estas personas son muy aburridas!) y explicar mi actual falta de empleo— era feliz siendo James. Es cierto que había momentos en que extrañaba mi vida anterior, pero en su mayor parte, estaba cada vez más cómodo con mi nueva vida y las cosas que habían venido con ella: Livvie, amigos y... cumpleaños.
Livvie estaba impaciente esperándome cuando llegue a la parte inferior de las escaleras. Había hecho pequeñas tortitas con fresas y bacón. Estaban dispuestas como una sonrisa en mi plato.
—Estaba esperando un tazón con cereal. —Bromeé.
—No te preocupes, estoy reservando eso para mañana —respondió. Rodeó el mostrador y colocó sus manos en mi cara. —Feliz Cumpleaños, Sexy. —Apretó los labios contra los míos, sabía a zumo de naranja y sirope. Perseguí la dulzura de su lengua jalándola hacia mí hasta que la sentí suave en mis brazos.
Livvie una vez me dijo que le robaba el aliento cuando nos besábamos. Decía que era como si filtrara el aire de sus pulmones. Pensé que eran más de sus palabras floridas. Sin embargo, una vez la idea fue plantada en mi mente, empecé a prestar especial atención. Sí, yo sentía algo también. Me encantaba el momento en que Livvie se entregaba a mí, se convertía en nada más que en sus instintos. Se balanceaba. Gemía. Se frotaba contra mí.
Dejé que mis manos se desplazaran por su espalda y por encima de su culo redondeado. Levanté la falda. Estaba a unos segundos de poner mis dedos en sus bragas y tirar de ellas hacia abajo cuando mis esfuerzos fueron frustrados.
—No, Sexy, ahora no. —Se puso las manos detrás en un intento de detenerme.
—Sí —le dije. —Ahora mismo. —Cogí sus manos y las sujeté con mi izquierda.
Con mi mano libre empecé a deslizarle las bragas hacia abajo. Coloqué besos succionando a través de su hombro.
—James —gimió— las ventanas.
—¡Maldita sea! Pondré las cortinas. ¡Hoy! —dije exasperado ¿Qué tenía que hacer para tener sexo en mi cumpleaños?
—No te enfades. —Me besó rápido antes de escabullirse de nuevo en la cocina para buscar su desayuno—. Vas a tener un montón de tiempo para jugar a “Gatita ha sido una niña mala” más tarde. Lo prometo.
—Más te vale —gruñí. Tomé un pedazo de bacón y lo puse en mi boca. Rafiq no era lo que uno llamaría un musulmán devoto, pero estaba bastante seguro de que se retorcería en su tumba al ver como devoraba el bacón. Yo, por ejemplo, realmente lo disfrutaba con moderación—. Entonces ¿Qué has planeado para mí hoy? Por favor, dime que no implica salir de casa.
Livvie me miro con tristeza.
—No seas un vejestorio, Sexy. Vamos a salir de aquí y a divertirnos.
—Odio la diversión.
Livvie rió.
—Deberías. Lo bueno es que nunca tendrás que poner un anuncio personal. —Asumió su ridícula parodia de mi voz—. Hola, soy James. Tengo veintiocho años. Disfruto dar patadas en la cara, tener sexo sobre las encimeras de la cocina, acechar a mi novia y decirles a los niños que se larguen de mi jardín. Y también odio la diversión. Si tú también, llámame. —Casi se dobló por la mitad riéndose de su propia broma.
—No te acecho... ya no. Además nunca le he gritado a nadie que salga de nuestro jardín.
—¿Qué pasa con Claudia?
—El jardín no es un lugar para broncearse. —No pude evitar reír ante el recuerdo de encender los aspersores sobre Claudia. Se había vuelto loca como una avispa. Le dejé procesar su ira en el porche antes de que Livvie la dejara entrar otra vez.
Livvie y yo bromeamos mucho en el desayuno. Livvie es la única persona que conozco que puede hacerme enfurecer en un segundo y reír al siguiente. A ella le gusta decir que yo soy lo contrario, pero siento que la misma dicotomía está presente en ella. Supongo que mantiene las cosas interesantes.
Livvie no podría haber planeado un día más perfecto. Para empezar, me aseguró que pasaríamos el día solos. Por mucho que me habían llegado a gustar Claudia y Rubio, la única persona con la que quería pasar mi primer cumpleaños era con Livvie. Nunca tenía que fingir con ella. Podía ser yo mismo —como quiera que se dieran las cosas de un momento a otro.
Livvie estaba llena de encanto y fantasía. Como me perdí tantos cumpleaños, estaba decidida a mostrarme lo que había perdido. El primer lugar que me llevó fue a una pista de carreras de go-karts. Aunque son pequeños, los karts pueden alcanzar velocidades de hasta cuarenta y ocho kilómetros por hora. Livvie ganó cuatro de siete carreras, pesa menos que yo, por lo que su coche era inevitablemente más rápido. En igualdad de condiciones, estoy seguro de que podría haber ganado todas las veces. Por supuesto, Livvie no lo veía de esa manera, es una mala perdedora.
Después de los go-karts, comimos pizza y jugamos videojuegos en la galería de arriba. Livvie no era rival para mí cuando se trataba de juegos de disparar y creo que gastamos cerca de treinta euros en un juego llamado Área 51. Si la tierra fuera atacada alguna vez por alienígenas, sois bienvenidas a quedaros detrás de mí.
Por la tarde, estábamos terminando el hoyo dieciocho en el mini-golf que brillaba en la oscuridad. Estaba teniendo el mejor día de mi vida y estaba pasándolo con la mejor persona de mi vida. No podía esperar a tener a Livvie en casa y expresarle mi gratitud por ser todo lo que necesitaba y mucho más de lo que merecía.
—No puedes hacer eso, Mascota. Estas haciendo trampa. —Miré a Livvie mientras recogía su bola y la volvía a colocar en la alfombra.
—Me distraes. Debería intentarlo de nuevo. Es el último hoyo. —Me sacó la lengua.
—¿Te distraigo mientras estoy aquí callado?
—Sí.
—Te dejaré intentarlo de nuevo si me dices que me amas. —Sonreí con mi más perversa sonrisa. La que me gustaba darle justo antes de desnudarla y tenerla a mi sucia manera.
—Tu primero —dijo con una sonrisa. Golpeó la bola y rodó hasta cubrir la parte verde antes de fallar y no tomar la colina de helado dando la vuelta hacia ella.
Me eché a reír.
—Esto es lo que obtienes. —Livvie continúo golpeando su bola hasta que logro meterla en el hoyo. Era muy mal perdedora.
—¿Tienes hambre? —preguntó mientras nos íbamos.
—En realidad no. Hemos comido un montón de basura. —Apreté el botón de desbloqueo del BMW.
—Bueno, solo di que tienes hambre, así puedo sugerirte un lugar para cenar —sonrío
—¡Estoy famélico!
—¡Yo también! Por suerte, conozco este nuevo restaurante italiano que abrió. Deberíamos ir allí.
Abrí la puerta para Livvie y me dio un beso en la mejilla antes de entrar. Me deslice detrás del volante y cuando puse el vehículo en marcha ya la mano de Livvie estaba en mis muslos. Explicó donde ir mientras sus dedos me acariciaban suavemente.
—Gracias, Gatita —le susurré.
—De nada, Sexy. ¿Estás disfrutando tu cumpleaños?
—Inmensamente. Creo que mañana trataré de encontrar ese juego de la galería.
Me había abierto a nuevas aficiones. Había descubierto que me gustan los videojuegos.
—Hombres —se burló Livvie—. Será mejor que no empieces a ignorarme. —Estaba haciendo pucheros, pero su corazón no estaba en ello.
—Tú eres la que me animó a conseguir una PlayStation. No soy la única mala influencia en este vehículo. —Casualmente puse mi mano sobre la de ella y la sostuve los veinte minutos que tardamos en llegar al restaurante. Cuando llegamos, me di cuenta de que Livvie me había mentido acerca de pasar todo el día a solas. Claudia y Rubio ya estaban esperando a ser sentados. Sostenían bolsas en sus manos.
Claudia parecía eufórica, después de abrazar a Livvie se arrojó sobre mí.
—¡Feliz Cumpleaños! —le dio un beso a cada una de mis mejillas. A regañadientes le devolví el abrazo y los besos. Claudia es una buena amiga, y aunque odio admitirlo, haría cualquier cosa por ella y por Rubio.
Rubio me dio un apretón de mano y me deseo feliz cumpleaños. Llevaba una camisa rosa con rayas grises debajo de un suéter gris oscuro y pantalones negros. No estaba mal en realidad —por un momento me hizo considerar el rosado. Entonces me di cuenta que el tono combinaba con el vestido de verano de Claudia y deseché la idea. Livvie y yo nunca llevaríamos ropa combinada. ¡No!
—Hay una feria en la ciudad. Claudia y yo vamos después de la cena. Sois bienvenidos de venir con nosotros si no tenéis otros planes —dijo Rubio de camino a nuestra mesa.
Miré hacia delante a Livvie, que estaba ocupada hablando con Claudia acerca de la paliza en las carreras de go-karts. Convenientemente no presentó los resultados de nuestra competición de tiro o del torneo de mini-golf. Sonreí.
—Probablemente volvamos a casa después de la cena. Tengo un último regalo esperándome y estoy ansioso por abrirlo.
Rubio se sonrojó.
—Yo… sí, muy bien. —Le di un empujoncito con mi hombro y nos reímos.
Pedimos entrantes y ensalada ya que nadie tenía mucha hambre. El restaurante era pintoresco y tranquilo. Lo más probable era que perteneciera y fuera gestionado por una sola familia. La comida era casera y estaba deliciosa. Casi deseé no haber comido tanta pizza antes, pero era difícil lamentar alguna parte del día que había tenido.
—¿Es el momento de los regalos? Estoy tan emocionada. —Aplaudió Claudia.
—Tuve que comprarle ese vestido antes. Siempre quiere un regalo cuando otra persona va a recibir uno. —Rubio se río y besó el hombro desnudo de Claudia. Ella no tuvo la decencia de parecer avergonzada y me encontré disfrutando de ese aspecto de su personalidad. Con Claudia lo que veías era la verdad. Es más de lo que puedo decir de la mayoría.
—¿Quieres abrir los regalos? —pregonó Livvie, movió las cejas hacia mí.
—Supongo. —Fingí desinterés.
Claudia empujó su regalo hacia mi primero. Era una caja delgada, no pesaba casi nada. Pero Claudia casi estallaba de la risa y la emoción. Sobre todo cuando le dijo a Livvie. —Tienes que hacer que lo use.
Arranque el papel y levante la tapa de la caja. Miré, miré y miré un poco más.
—¿Qué demonios es esto? —Agité la caja y un par de ojos de plástico se movieron alrededor.
—Sácalo. —Sugirió Livvie, tenía la mano sobre la boca para ocultar su sonrisa.
Condescendí al grupo y me arrepentí. Aunque tuve que sonreír. Era divertido y el toque justo de embarazoso. Era ropa interior.
—Supongo que tengo que poner mi um… ¿En la trompa del elefante? Muy inteligente. Rubio ¿tú también tienes un par? —Se los lancé en su regazo y él los recogió entre el índice y el pulgar y los lanzó de nuevo hacia mí.
—Lo siento, amigo. No uso estampado animal. —Todos nos reímos.
Recibí un nuevo videojuego de Super Mario Bros de parte de Rubio. No sabía mucho sobre el juego pero os aseguro que más de un día ha sido gastado en familiarizarme con los fontaneros desde entonces.
—Vuelvo enseguida —dijo Livvie mientras se levantaba—. Claudia tiene mi regalo para ti. Ábrelo. —Me dio un beso y se alejo antes de que pudiera preguntarle a donde iba.
La caja de Livvie era grande y la desgarré. Me reí al ver el contenido. Claudia estaba fuera de su asiento y se asomaba por encima de mi hombro. Rubio se quedó en su asiento pero estaba tratando de mirar en la caja. Había un pedazo de papel que decía: Set de Botiquín Sexy. En su interior había rollos de vendas, tiritas, puntos de sutura, una botella de peróxido, sales de baño, un cupón de masajes hecho a mano que me daba derecho a un “masaje de cuerpo completo (con final feliz)”. Y vendas para mano “diseñadas especialmente para boxeadores”.
Todavía tenía una sonrisa que podía romperme la cara cuando empezó la canción. Levanté la vista de mi caja y Livvie estaba caminando hacia mí. El personal del restaurante estaba llevando una bandeja entera de cupcakes con velas en ellos. Cantaban:
Cumpleaños feliz.
Cumpleaños feliz.
Te deseamos querido James.
Cumpleaños feliz.
Me levanté y estiré el brazo hacia Livvie. Me dio un beso y me susurró en el oído.
—Un cupcake por cada cumpleaños, mi amor, y uno más para tener buena suerte.
No podía dejar de mirarla mientras se apartaba. Te amo, quería decirle, pero mi garganta se sentía cerrada y tenía miedo de lo que podría salir. Había lágrimas en sus ojos, si hubiese sido un hombre más débil, hubiese habido lágrimas en los míos.
—¿Qué estas esperando, a que el edificio se incendie? —Lo reprendió Claudia—. ¡Sóplalas!
Sonreí, aunque me sentí a punto de desmoronarme. Besé a Livvie en la frente y deje ahí mis labios el tiempo necesario para que sintiera la profundidad de mi aprecio. Entonces, por primera vez desde que podía recordar, apagué mis velas de cumpleaños.