Capítulo 10

Para cuando los primeros días de enero asomaban su cabeza, Livvie y yo estábamos empezando a establecernos como pareja. Por supuesto, no éramos la típica pareja, pero estábamos poniéndonos cómodos con lo que éramos. Las pesadillas eran menos frecuentes y nos atacábamos el uno al otro con menos continuidad. Livvie me dejó metérsela por el culo a veces (sonrisa).

Naturalmente, tuve que poner mi mejor esfuerzo para joderlo todo.

Bueno, antes de que continúe, por favor, permitidme decir que no estoy orgulloso de lo que hice a continuación. Estaba aburrido y con una curiosidad insaciable. Además, en caso de que no lo hayáis notado, no estoy hecho de la materia del típico novio.

Era la primera vez que había estado en el apartamento de Livvie solo. Tenía clases durante el día, pero no tenía que trabajar por la noche. Me preguntó si estaría allí cuando llegara a casa y le dije que sí, porque le ganaba a estar en mi habitación de hotel.

El sol inundaba el apartamento de Livvie. Me acosté en su cama, cubierta de cojines de diferentes colores y formas (en serio, señoritas, ¿qué mierda con todas las almohadas?). Me sentí especialmente sucio masturbándome en su cama con volantes. Me aseguré de limpiarme con una almohada de pelo rosa. Esperaba que eso provocara que Livvie se deshiciera de la maldita cosa.

Después, me di una ducha, me preparé un plato de Cocoa Puffs, y examiné la pila de películas que Livvie había alquilado y dejado en la mesa de café. Nunca había sido el tipo de hombre que le gustaba comer cereales, por no hablar de cereales para niños, pero a Livvie le encantaban esas cosas y a menudo era lo único que podía encontrar en su cocina. Sabía que ella podía cocinar cuando quisiera, pero rara vez parecía de humor para hacerlo. Algunas noches comíamos cereales para la cena.

Decidí no ver las películas sin Livvie, ya que parecía disfrutar entreteniéndome con factoides{8} de películas al azar mientras las veíamos. Cometí el error de preguntar por qué estábamos viendo el “Episodio IV”, en lugar de empezar desde el principio y lo que siguió fue una diatriba acerca de George Lucas y cómo arruinó Star Wars cuando lanzó tres precuelas. No presté mucha atención, pero disfruté viendo a Livvie despotricar sobre cosas que no estaban relacionadas conmigo. Lo que no me gustaba mucho era la forma en que me observaba todo el tiempo mientras veía la película para evaluar mi respuesta durante las escenas “impresionantes”.

Mientras estaba sentado en el sofá comiendo mis cereales, mis ojos se posaron en el ordenador portátil de Livvie. ¡Estaba simplemente allí en la mesa de café, provocándome! Livvie estaba con esa cosa cada vez que tenía tiempo. Quería saber desesperadamente lo que había estado escribiendo y por qué estaba ocultándomelo. Me acordé de la forma en que Livvie le había espetado a Claudia que se callara. Y luego, la forma en que había evitado el tema en París. Solo me puso más curioso. Determiné con bastante rapidez que tenía que tratar acerca de mí, o de nosotros, o mejor, de ella.

Metí el resto de los cereales en mi boca y puse el tazón en la mesa. Recogí el portátil y lo abrí. Una sonrisa curvó mis labios cuando vi la pantalla. Era una foto mía durmiendo en su sofá en Acción de Gracias. Llevaba pantalones, pero la fotografía se centraba en mi cara y pecho desnudo. Qué pequeña pervertida, tomándome fotos mientras estoy indefenso.

Me solicitaba una contraseña. ¿Por qué tenía que tener una contraseña? ¿Acaso no confiaba en mí? Espero que estéis sonriendo porque sé que yo lo estaba haciendo.

De todos modos, me llevó la mayor parte de la mañana, pero finalmente accedí al ordenador portátil de Livvie. Su contraseña me provocó una mezcla de emociones: Supervivencia. Si estáis horrorizadas, por favor considerad que era plenamente consciente de que Livvie descubriría lo que había hecho. No estaba tratando de ocultar mis actos. Solo quería saber qué diablos había en su portátil y por qué eligió ocultármelo.

Hubo un momento fugaz en que consideré que podría estar abriendo la caja de Pandora, pero realmente fue fugaz. Hice mi negocio de saber lo que está pasando a mi alrededor, que me ha salvado el culo más de una vez.

Livvie es muy sistemática. Su escritorio estaba organizado en una serie de carpetas: CIN101, ING202, HIS152, ART102, Plan de Estudios, y la más atractiva, CAUTIVA. ¿Alguna conjetura en cuanto a qué carpeta abrí por primera vez? ¡No! No fue la de cine.

Había varios documentos diferentes dentro de la carpeta: Caleb, Reed, Sloan, procedimientos del FBI, México, Oriente, Síndrome de Estocolmo, Tráfico  humano, Cautiva_D1_R2. Mis dedos comenzaron a temblar mientras merodeaba sobre cada archivo. Me preguntaba lo que iba a descubrir. Me preguntaba si podría procesar lo que encontraría. Me preguntaba si me sentiría diferente hacia Livvie una vez que los leyera. Si ella me estaba traicionando de alguna manera, ¿querría saberlo? Ya sabía que no habría vuelta atrás. La ignorancia nunca me ha servido bien.

Probé las aguas al abrir un documento denominado “Sloan”. Contenía una descripción de su apariencia y una lista de sus particularidades. Sloan me pareció interesante de una extraña manera (¿Tejido libre y taxidermia interpretativa? ¿Qué?). Inmediatamente me trasladé al archivo de Reed.

Altura: 185 cm. Peso: 88 kg. aprox. Descripción: pelo negro azabache, un poco demasiado largo (sorprendente debido a su trabajo y su obvia retentiva anal). Se le enrosca un poco alrededor de las orejas y la nuca. Sus ojos son oscuros y expresivos, debido a sus oscuras cejas. Bien afeitado (muy meticulosamente arreglado, aparte del pelo). Sus labios (mmmmm). Su boca es cálida y sabe a café y menta. Se cabrea un poco cuando le besas inesperadamente (¡já!).

La rabia me impactó rápida y fuertemente. ¿Por qué lo había besado? ¿Qué había estado haciendo realmente con Reed cuando había venido a “chequearla”?

Tuve que dejar de leer y tomar unas cuantas respiraciones profundas. Livvie no me traicionaría. ¿Lo haría? Obviamente no me había delatado. Me obligué a seguir leyendo.

Livvie pasó a describir a Reed como apuesto e ingenioso. ¡Yo soy jodidamente apuesto e ingenioso! Apuesto a que Reed habla solo un idioma. ¡Yo soy ingenioso en cinco!

Me trasladé a mi archivo. Sin duda, tenía que ser mejor que lo que tenía en Reed. Recordé a Livvie diciéndome en México que esperaba escribir un libro algún día. También me había dicho que la primera regla de la escritura era escribir acerca de lo que sabes. El pensamiento me llenó de aprensión.

El documento era más largo que los dos anteriores, sobre tres páginas. Había logrado una gran cantidad de detalles. La descripción me tranquilizó un poco. Livvie era muy halagadora, excepto que sentí que me había transformado de una persona a un personaje, y no estaba seguro de lo que sentía por ser escogido aparte.

Altura: 190 cm. Peso: ¿95?  Descripción: pelo rubio, ojos color azul Caribe. Una boca llena hecha para besar. Tiene un colmillo que está un poco demasiado afilado y ligeramente fuera de línea con todos esos otros dientes perfectos (la primera vez que lo vi, sonreí). Musculoso, pero fibroso, no voluminoso o excesivamente musculado. Piel bronceada por el sol, no por una máquina. Tiene vello rubio casi invisible por todas partes (besando su espalda, se encuentra hacia el final, súper suave).

Particularidades: Caleb siempre parece estar pensando que algo es gracioso o divertido (con esa ridícula sonrisa). Sus ojos pueden ser hermosos o jodidamente aterradores (aguas tranquilas versus oscuras aguas turbias).

Su boca se pone tensa cuando está enojado e intenta no mostrarlo. Frunce el ceño mucho y a veces lo hace mientras está sonriendo, lo que por lo general significa que está a punto de hacer algo especialmente cruel (esos primeros azotes).

El perfil de personaje de Livvie continuaba hablando sobre mí. Escribió trozos de cosas que recordaba acerca de mí. Incluso llegó a describir mi polla, cómo lucía cuando me corría, y la forma en que me reía. ¿Claudia había leído estas notas? Sabía que había leído al menos una parte de la historia de Livvie. ¿Qué diablos podría haber estado pensando posiblemente? Me molestó darme cuenta de inmediato lo apretados que estaban mis labios mientras me mordía la punta de mi lengua para intentar calmarme. Me eché a reír amargamente.

Finalmente abrí Cautiva.

 

 

Prólogo:

Esto no es un romance. Los romances están llenos de hombres valientes y damiselas de sonrisas bobas en apuros. Los romances tienen héroes dignos de ese título. Matan dragones y trepan torres para rescatar a hermosas princesas con quienes se casan inmediatamente y las embarazan. Los romances terminan con finales felices para siempre. Esto no es un romance.

Esta es una historia de amor. Los personajes son imperfectos hasta el punto de estar rotos. El héroe es hermoso, pero horrible en formas que desafían la imaginación ordinaria. La heroína no se encuentra atrapada en una torre, sino en una habitación oscura y solitaria. No hay ningún príncipe viniendo a salvarla. Mientras el amor florece y prospera, no hay incluso un final de felices para siempre. El amor no siempre comienza ni termina de la forma en que nosotros desearíamos que lo hiciera.

Una historia de amor puede ocurrirle a cualquiera. Ésta me ocurrió a mí.

 

 

Las palabras agitaron algo dentro de mí. No había duda en mi mente. Livvie estaba escribiendo un libro acerca de nosotros. Nuestra historia no es un romance. No era digno de ser llamado un héroe. Era hermoso por fuera y horrible por dentro. Nosotros... No teníamos un final de felices para siempre.

Tragué saliva. Tragué saliva un par de veces más.

Había llegado demasiado lejos para detenerme. Seguí leyendo:

 

 

Estoy corriendo por la acera, tratando de escapar del hombre siniestro dentro del coche detrás de mí, cuando miro hacia arriba y lo veo. Tal vez es su fácil paso, o la forma en que su mirada pasa más allá de mí en vez de sobre mí, pero por alguna razón, parece seguro. Pongo mis brazos alrededor de su cintura y le susurro: Solo sígueme la corriente, ¿de acuerdo?

Lo hace y estoy sorprendida cuando sus brazos se envuelven alrededor de mí. El momento de peligro parece pasar muy rápidamente, pero por alguna razón no quiero dejarlo ir. Me siento segura en estos brazos y nunca me he sentido segura antes. Y huele bien, huele como me imagino que un hombre debe oler, como a fresco jabón limpio, piel caliente y un ligero sudor. Creo que me estoy tomando demasiado tiempo para dejarlo ir, así que lo suelto, como si me hubiera quemado. Entonces levanto la vista y reconozco al ángel delante de mí. Mis rodillas casi se doblan.

Es la cosa más hermosa que he visto nunca. Eso incluye a cachorros, bebés, arco iris, puestas de sol y amaneceres. Ni siquiera puedo llamarlo hombre, los hombres no se ven tan bien. Su piel está muy bronceada, como si el sol se hubiera tomado su tiempo besando su piel a la perfección. Sus antebrazos musculosos se espolvorean con el mismo pelo dorado de la cabeza. Y sus ojos imitan el azul verdoso del mar Caribe que solo he visto en los carteles de cine.

Sonríe, y no puedo evitar sonreír también. Soy una marioneta. Él tira de mis hilos. Su sonrisa revela sus hermosos dientes blancos, también su agudo canino en el lado izquierdo. Sus dientes no son perfectos, y la pequeña imperfección parece hacerlo más hermoso.

Está diciéndome algo, algo acerca de otra chica, pero me niego a escuchar.

 

 

Era la primera vez que nos conocimos. Se había sentido segura en mis brazos, sin sospechar, sin saber lo que iba a hacer con ella. Incluso sabiendo todas las cosas que sucedieron después, el hecho de que estuviéramos teniendo una relación, me sentí mal del estómago por encima de sus palabras. Su elección de frases hizo evidente su juventud. Me había comparado con cachorros, bebés, y el arco iris. Tan joven e ingenua; yo arruiné eso.

El primer borrador de Livvie no se parecía a nada de lo que hayáis leído. No tenía mi perspectiva. No tenía conocimiento de mis pensamientos o las cosas que estaban en juego durante los primeros encuentros. El cuadro que pintó era de una niña triste, sola y atrapada en una habitación en manos de un monstruo sádico que no le importaba nada su bienestar. Este era el recuerdo de mí que Livvie tenía.

Leí sobre su secuestro, viviendo cada momento de su miedo con ella y sintiendo rabia cuando hablaba de Jair golpeándola hasta dejarla inconsciente. Estaba más allá de lo surrealista leer las primeras impresiones de Livvie sobre mi voz fría y distante mientras estaba atada y ciega en la casa de Felipe. Había pensado que iba a violarla y matarla. Supongo que yo sabía esas cosas entonces, pero no me importaban y eso era lo peor. Recordé que no había importado. Esa era la verdad sobre el hombre que era.

Estaba ávido de castigo y seguí leyendo. Para mi sorpresa, me encontré con connotaciones eróticas. Mientras recordaba los momentos vívidamente y con un cierto cariño enfermizo, leerlos desde su punto de vista era como un cuchillo girando en mis entrañas. No estaba seguro de si la Livvie que había llegado a conocer era de verdad la Livvie que había sido. Quizá simplemente la había alterado para adaptarse a mí.

Me pregunté si Livvie hubiera sido otra persona, una chica diferente como la que había sugerido una vez, si hubiera seguido adelante y la hubiera vendido a Vladek. Me pregunté si Livvie nunca hubiera escapado de mí, o nunca sufrido el encuentro con los moteros, si hubiera tomado a esta hermosa mujer y la habría arruinado. En ese momento, habría hecho cualquier cosa para deshacer las palabras en frente de mí. No quería que existiesen. No quería que fueran verdad. Con todo lo que era, deseaba volver a ese primer día que conocí a Livvie y tomar decisiones diferentes. Sin embargo, había una persistente voz en mi cabeza que me recordaba a qué distancia tendría que ir a deshacer mis errores. Tendría que volver a la noche en que Narweh me golpeó y renunciar a mi lucha por vivir.

¿Dónde estaría Livvie en su vida si yo simplemente hubiera muerto?

¿Dónde estarían todas las mujeres que había hecho sufrir? Era demasiado tarde para salvar a Pia Kumar. Había enterrado a sus amos vivos junto a ella para que pudiera ser capaz de oír sus gritos.

Tuve que apartar la vista de la pantalla. Tuve que dejar a un lado el ordenador portátil y caminar hacia el balcón para tomar aire. Mi pecho se sentía pesado. No era de extrañar que ella no pudiera decir que me amaba. ¿Qué derecho tenía a ser amado? Entré en la casa y le escribí una nota.

 

He leído tu libro. Sé que estarás furiosa y tienes derecho. Me doy cuenta de que querrás gritarme y tienes derecho a eso también, pero tengo que ser honesto y decir que no estoy seguro de que pueda aguantarlo por el momento. Voy a estar en el hotel por unos pocos días. Tengo que pensar.

Tuyo,

Caleb

 

PD. Lo siento por todo.

 

Recogí las escasas pertenencias que tenía en el apartamento de Livvie y cerré la puerta detrás de mí cuando me fui. Estaba entumecido y sin saber qué hacer a continuación.

Apenas podía conducir. Mi atención no se centraba en la carretera, sino en Livvie. ¿Por qué me había dejado quedarme con ella? Después de todas las cosas que le había hecho pasar, no me podía imaginar sus razones para invitarme de nuevo en su vida. Tal vez era solo que me temía. Tal vez solo quería mantenerme cerca y mantener un ojo en mí. Era la cosa más inteligente para hacer. Es lo que yo haría.

Odiaba lo débil que mis sentimientos por ella me habían hecho. No era un niño llorón. Odiaba la forma en que me sentía vacío cuando no estaba cerca de ella. Detestaba esperar en mi habitación del hotel a que saliera de la universidad o el trabajo. Pensaba en ella como mía. Era mía, y sin embargo no podía tocarla donde importaba. No podía tocar su corazón y forzarla a que me diera cosas que estúpidamente había llegado a necesitar. Por un momento... la odié. Odié amarla.

Quise regresar a mi hotel, pero mis pensamientos me llevaron a otro lugar. Había visto el gimnasio un par de veces e incluso había pensado en ir pero al final decidí no hacerlo. Yo era una persona violenta. No pensé que fuera una buena idea estar cerca de la violencia. Al parecer había cambiado de opinión. Mi violencia necesitaba ser liberada.

Estacioné el vehículo y entré. Fui asaltado inmediatamente por el olor a sudor masculino. La sala prácticamente estaba llena de olor corporal. No había aire acondicionado, ni escaleras mecánicas, o paredes forradas con cintas de correr y máquinas de entrenamiento de circuito. Este era un verdadero gimnasio. Este era un lugar donde los hombres iban a convivir con la bestia que vive en todos nosotros.

La adrenalina me encontró por fin. Mi corazón latía con ella, mis puños, mis músculos se estiraron y flexionaron. Estaba prácticamente excitado por una pelea. Busqué en la habitación a alguien que pudiera estar dispuesto y ser capaz de enfrentarse a mí.

—¿Puedo inscribirle? —Alguien preguntó en español. Me volví y miré al hombre detrás de mí.

No era muy alto, pero se movía con extrema confianza. Era tal vez un poco más joven que yo, también, y  pensé que eso se añadía a su actitud. Tomé mi medida lentamente y decidí que el hombre era probablemente algún tipo de artista marcial, sus piernas parecían capaces de romper huesos.

—Me gustaría pelear —dije con toda la calma que pude. No debí tener un gran éxito en retratar tranquilidad porque me miró un tanto sospechosamente.

—¿Inglés? Está bien. Hablo un poco. Necesitas... —Luchó por una palabra, pero terminó señalando su ropa.

—No traje nada —dije—. No lo necesito. Simplemente así. —Barrí mi mano por mi camiseta y pantalones vaqueros. No me molesté en explicar que podía hablar español. No estaba de humor para conversar. Él sonrió y negó con la cabeza.

—¿Luchador? ¿Qué estilo? —Caminó hacia la puerta principal y hacia una habitación doblando a la izquierda. Supuse que era la oficina. Entré, un tanto molesto porque no pudiera saltar a la acción.

—Estoy entrenado. —Rafiq había sido un oficial del ejército y me había dado bastantes instrucciones. Uno de mis recuerdos favoritos era el día que finalmente lo había derrotado en el mano a mano. Había tomado un gran riesgo enseñándome todo lo que hizo. Sin él habría sido un analfabeto, un prostituto indefenso. Era irónico que las mismas habilidades que él me había enseñado hubieran ayudado a su fallecimiento.

El hombre de recepción puso los ojos en blanco y murmuró acerca de mí en español. Pensaba que era un idiota que había venido para conseguir que le patearan el culo. Parecía divertido por la idea. Agarró unos documentos de una impresora detrás de él y los puso delante de mí.

—Por favor, escribe toda tu información y firma en la parte inferior. Necesitas identificación y dinero para la membresía.

Llené la información necesaria y saqué todo el dinero en mi cartera. Era suficiente para cubrir mi membresía por tres meses. El hombre de recepción parecía contento con mi pago y se levantó para darme la mano.

—Carlos.

No viendo ninguna razón para hacer un nuevo enemigo, le estreché la mano y probé mi nombre.

—James. —Dejé caer mi mano y miré hacia el ring—. ¿Puedo luchar ahora?

Carlos sacudió la cabeza, un poco exasperado.

—Está bien. Lucha. —Caminó más allá de mí y lo seguí hacia el ring. Llamó a un luchador cercano. Escuché mientras informaba al hombre de mis intenciones. El luchador me midió y sonrió antes de que le informara a Carlos que estaba dispuesto a luchar. Ninguno de ellos parecía pensar que yo tuviera algún talento.

Les di un pequeño asentimiento mientras me quitaba los calcetines, zapatos y camisa. No me importaba cómo fuera a ir la lucha. Solo me importaba golpear. Acepté el protector bucal mal ajustado que me entregaron y me lo puse. También presté atención y llevé el casco obligatorio.

En cuestión de minutos, estaba en el ring frente a Fernando. Pensé que estábamos bastante igualados. Era un poco más bajo que yo, pero sus músculos eran más voluminosos y definidos. Sabía que su estilo de lucha implicaba el uso de sus piernas mientras las estiraba, doblando sus pies hacia su culo.

Rodé mi cabeza y hombros, moviendo mis brazos. Salté sobre las puntas de los pies, calentando mis músculos tanto como podía en el corto espacio de tiempo que me había dado para prepararme. No mantuve ilusiones acerca de no ser golpeado. De hecho, anhelaba los golpes que pronto aterrizarían en mí. Sabía que me enfurecerían. Sabía que iban a desencadenar la furia que había estado guardando bajo llave.

Sabía que una vez que la furia se hiciera cargo, todos los pensamientos de Livvie cesarían. Sabía que el dolor interior cedería al dolor externo.

Carlos nos llamó hacia el centro y citó las reglas para mi beneficio: nada de dedos en los ojos, morder, romper huesos, golpes en la ingle, cabezazos, o luchar después de la campana. Había más reglas de lo que estaba acostumbrado, pero hasta entonces, nunca había peleado contra nadie, excepto Rafiq por diversión. Aun así, estaba aprendiendo la supervivencia. Implícito en las reglas, pero no necesario para nadie más que yo, había una regla más: No matar.

Fernando y yo asentimos el uno al otro y tomamos uno o dos pasos hacia atrás desde el centro. Carlos abandonó el ring y tomó una posición no muy lejos. Tocó el timbre. El hombre frente a mí no estaba ansioso. A pesar de la sonrisa y el exceso de confianza que mostraba, se tomó el tiempo girando en el ring y midiendo mis fuerzas. Hice lo mismo.

Entró en erupción rápidamente. Ya que esperaba una patada de sus poderosas piernas, me quedé atrapado con la guardia baja cuando simplemente me empujó con toda la fuerza de su cuerpo. Me levantó y golpeé mi espalda contra una esquina. Una rodilla subió y aterrizó en mis costillas. Mi respiración me dejó en un segundo.

Con mis manos libres, las junté y aporreé en la unión entre su cuello y hombro. Dio un paso atrás y aterricé otro golpe en el mismo lugar antes de tener suficiente espacio para levantar mi pierna derecha y empujarlo hacia atrás. Sonrió e hizo un movimiento con las manos levantadas: Vamos.

Me había dejado sin aliento y yo no había hecho casi nada para convencerlo de que era un digno oponente. Era una situación que pretendía remediar rápidamente. Llegué a él con una serie de patadas que aceptó con bastante facilidad. Con tantas patadas que desvié su atención de mis manos e hice mi movimiento. Le di un puñetazo en el lado del cuello con la izquierda, me detuve y envié un codazo en su sien con la derecha. Perdió el suficiente equilibrio para ser capaz de enganchar una de sus piernas y empujarlo a la lona.

Fernando era un combatiente experto y el ataque no le aturdió por mucho tiempo. Rápidamente se puso de pie, me tomó con sus poderosas piernas y me arrojó a la lona. Su pie se acercó y el talón se posó en mi espalda con una fuerza impresionante. El gimnasio parecía volver a la vida en el momento en que los demás comenzaron a reunirse alrededor del ring. Animaban a Fernando.

En la lona, forcejeamos, cada uno de nosotros evitando un brazo alrededor del cuello o un agarre de brazo que sin duda daría lugar a un doloroso abrazo de sumisión. La campana sonó antes de que ninguno de nosotros estuviera dispuesto a renunciar a su posición.

—Separaos —llamó Carlos. Le di una patada a Fernando fuera de mí y me puse de pie. Nos miramos el uno al otro y jadeamos para respirar. Carlos rió y señaló que yo tenía más pelea de lo que pensaba.

Fernando me dijo que no me emocionara demasiado. Había estado tomándoselo con calma, pero estaba dispuesto a patearme el culo tan pronto como Carlos sonara la campana.

Me quité el arnés y lo tiré fuera del ring. Imitando el gesto de la mano de Fernando de antes, levanté mis manos y le dije que pateara mi culo si pensaba que podía. Todo el mundo parecía gratamente sorprendido por mi capacidad de hablar español. Todo el mundo excepto Fernando. Se quitó el arnés y lo tiró. Carlos tocó la campana.

Fernando se precipitó otra vez, pero estaba preparado en esta ocasión. Esperé hasta que estuviera al alcance de un brazo extendido y utilicé su impulso en su contra. Di un paso hacia un lado, lo tomé del cuello con el brazo y salté sobre su espalda. Caímos con un fuerte golpe mientras cabalgaba a Fernando en el suelo. Con mis rodillas firmemente plantadas en sus lados, di puñetazos en el rostro de Fernando antes de que se lo cubriera. Mis manos palpitaron de dolor después de chocar con el hueso.

Fernando rodó, golpeándome hacia un lado, y dio una patada hacia atrás que aterrizó entre mis omoplatos. Grité, mis manos luchando para dominar la carne sudorosa del otro hombre. Vestir vaqueros había sido un error. La tela me atrapó. Dos tiros más aterrizaron en mi espalda y vi puntos negros.

La pelea había ido de un combate a una lucha seria. Fernando se apresuró a ponerse de espaldas, con los brazos tratando de terminar su camino alrededor de mi cuello. Mantuve mi brazo para proteger mi tráquea.

Un sentimiento familiar se extendió por todo mi cuerpo. De repente, lo único que importaba era ganar. Un puño chocó con el costado de mi cara y mis dientes mordieron con fuerza el protector bucal. Podía saborear la sangre en la boca.

—No me puedes matar, Khoya. Yo soy un Dios aquí.

Apreté los dientes y empujé con todas mis fuerzas el brazo tratando de rodear mi cuello. El brazo de Fernando tembló y, finalmente, se vio obligado a reajustar su posición sobre su espalda. La campana sonó y Carlos nos gritó para separarnos, pero ninguno de nosotros escuchó. Me negué a ser salvado por la campana por segunda vez. Me levanté con mis brazos, dejando al descubierto el cuello de Fernando de una manera que no podía resistir. Mientras él envolvía su brazo alrededor de mi cuello, su rostro se presionó al lado del mío, llegué detrás de su cabeza con un brazo y agarré mi otra mano. Apreté. Fernando gruñó en mi oído. Aplasté su tráquea con mi hombro mientras me presionaba por detrás.

Ambos nos teníamos por el cuello, se convirtió en una prueba de resistencia. La posición de Fernando era mejor que la mía, pero estaba acostumbrado a luchar por deporte. Estaba acostumbrado a luchar para vivir. Le apreté hasta que mis hombros quemaron. Me había quedado sin oxígeno hacía mucho tiempo y los puntos negros invadieron mi visión. Pero me aferré. Me aferré hasta que sentí a Fernando hundiéndose contra mí, solo unos segundos antes de desmayarme.

Fui devuelto a la consciencia por un golpe contundente y agua fría siendo salpicada en mi cara. La furiosa mirada de Carlos era todo lo que necesitaba para darme cuenta de lo que había sucedido. Miré más allá de él para ver cómo otro hombre trataba a Fernando igual. Se sentó con una tos y se frotó el cuello.

—Sabía que eras un alborotador cuando entraste —dijo Carlos en español—. Vístete y lárgate de una puta vez. —Se puso de pie y arrojó mi camisa sobre mi pecho. Me la puse y me levanté tan rápido como pude.

—Buena pelea —conseguí decir a través de una garganta tensa—. Lo haremos de nuevo. —Fernando se las arregló para sonreír y asentir con la cabeza mientras yo me giraba para dejar el ring.

Agarré mis calcetines y zapatos y me fui sin ponérmelos. El frío era vigorizante mientras caminaba hacia mi coche, pero no me importó. Era lo único que me mantenía en posición vertical. Sabía que iba a estar jodidamente magullado por la mañana. Por fin, algo se sentía normal.

Me las arreglé para volver al hotel antes de que los primeros movimientos de músculos magullados, carne raspada y huesos cansados me tuvieran anhelando la comodidad de un baño caliente. Poco a poco, acomodé mi cuerpo en el agua. Escocía con saña. Me puse hielo en la cara. Nadie podría acusarme de ser guapo en ese momento.