Capítulo 12
Febrero. Las cosas estaban cambiando. Otra vez. Algunos de los cambios, tal vez incluso la mayoría de ellos, los disfruté.
Mi progreso favorito tenía que ver con la sed de Livvie de ser dominada. Desde "El episodio del ordenador" y nuestro posterior pacto para ser más comunicativos el uno con el otro, Livvie no tuvo más remedio que romper su silencio sobre el tema.
Algunos de ellos no habían sido una sorpresa. El sexo que habíamos estado teniendo había sido indiscutiblemente familiar para mí. Sabía que Livvie disfrutaba ser azotada, perseguida, inmovilizada, y ocasionalmente follada en el culo. Lo que no había previsto era su deseo por lo que ella llamaba juegos y yo me refería a ellos como reconstrucciones.
Había sido mi esperanza que al encontrar a Livvie nuevamente, empezaríamos de nuevo y fingiríamos que el pasado nunca había sucedido (suena estúpido al leerlo nuevamente). Sin embargo, todos los estudiantes de primer año están obligados a tomar la asignatura de psicología y Livvie parecía aficionarse a ella como pez en el agua. Quería experimentar con Terapia de Exposición, con la esperanza de que al revivir algunas de sus experiencias en un ambiente seguro, ya no las temería.
No hace falta decir, que pensaba era una idea de mierda (ese es el término técnico). Lo último que quería era repetir mi papel como captor de Livvie. ¿Qué sucedía si no funcionaba y terminaba odiándome? Requirió mucha persuasión por parte de Livvy, pero al final había accedido a algunos de los momentos menos... perturbadores.
Una mañana nos preparé el desayuno, lo puse en un carrito con ruedas comprado en IKEA, y lo lleve a la habitación de Livvie. Livvie se había tomado el tiempo para arreglarse mientras yo cocinaba el desayuno, y había sido una grata sorpresa encontrarla usando una de mis camisas blancas abotonada y un delicado par de orejas de gatita. Comprendí la importancia de la camisa. Las orejas eran un toque agradable. Sentí ese toque como un punto de equilibrio.
—¿Debo quitarme la camisa? —le pregunté. Nuestra historia previa dictaba que debería.
—Si ya has superado tu modestia autocomplaciente, —susurró. En el pasado, hubiese encontrado sus palabras incendiarias —en otro tiempo, otro lugar— pero en nuestra reinvención me parecieron... encantadoras.
Me quité la camisa, disfrutando de la forma en que los ojos de Livvie codiciaban lujuriosos en vez de temer. Me arriesgué y seguí la corriente.
—Es una lástima que no tenga nada con lo cual amarrarte. Lo tendría complicado para recordar a cualquier persona que se vea tan bien como tú lo haces con un collar y grilletes.
Livvie se dio la vuelta y me trajo una caja de debajo de su cama. Dentro encontré un collar de pedrería, una correa y un par de esposas recubiertas de pelo. Me eché a reír.
—Oh Dios, has sido una chica ocupada. ¿Cuándo y dónde conseguiste esto?
Livvie se sonrojó y el recuerdo tomo una forma diferente.
—Lo pedí en línea —dijo tímidamente. Sus manos ya estaban detrás de su espalda y se mecía suavemente de lado a lado.
La besé. Fue un leve encuentro de labios, una muestra.
—Date la vuelta, —le pedí. Livvie se estremeció y un pequeño sonido escapó de sus labios. Obedeció rápidamente.
Cuando alimentaba a Livvie con el desayuno mientras se arrodillaba a mis pies, me sobrevinieron varios pensamientos. En primer lugar, me di cuenta del poder del perdón. En segundo lugar, encontré el juego de Livvie seductor. En tercer lugar, jamás podría dejar a Livvie. En cuarto lugar, no quería dejarla nunca.
Para bien o para mal, Livvie había sido irrevocablemente alterada por sus experiencias conmigo. Era una chica de diecinueve años de edad, con inclinaciones que nadie de su edad entendería y una vulnerabilidad que cualquier persona repugnante como yo podía ver fácilmente y aprovecharse de ello. Era una mujer fuerte, inteligente, voluntariosa, y determinada, pero también era suave y confiada, y necesitada en lo que concernía a su corazón. Livvie necesitaba ser cuidada.
Había otros cambios en nuestra relación que no disfrutaba tanto. Como parte de nuestro pacto, Livvie y yo debatimos acerca de nuestros miedos, esperanzas y aspiraciones de lo que nuestra relación podría ser. Quería saber más acerca de mi pasado, México, y las formas menos truculentas en que había pasado mi año lejos de ella.
Además, no me sentía cómodo con la escritura de Livvie. Sin embargo, aparte del tiempo que pasábamos con Claudia y Rubio —o teniendo relaciones sexuales— no había poco más que ocupase mi tiempo y el de Livvie. Aparentemente, le había inspirado a volver “al tablero de dibujo.” Quería incorporar más de los hechos que le había dado.
De repente, había días en que no me hablaba porque acababa de terminar de asimilar algún acontecimiento traumático que me involucraba. Hubo algunos momentos que ninguno de los dos quería volver a recrear. Al principio traté de intentar seducirla para alejarla de sus pensamientos, pero después de las primeras veces, empezó a verlo como una manipulación. Poco después, decidí esfumarme durante sus períodos de... bueno, sus períodos.
Otros días, me arrinconaba en el sofá o en la mesa del comedor para preguntarme invasivamente sobre mi pasado. Esto por lo general terminaba en una discusión sobre mi "deliberada ambigüedad" o en sexo. A veces teníamos ambas: una discusión primero y sexo justo después. Me preocupaba que si esto se mantenía así, tendría una erección cada vez que pareciese molesta conmigo.
Sin embargo, al igual que con nuestros juegos sexuales, empecé a ver el mérito en expresarme a través de mis conversaciones con Livvie. Empecé a darme cuenta de que no estaba tan molesto por su cuestionamiento como lo había estado antes. En lentas graduaciones, me encontré ofreciendo información que ella no había pedido. Le conté sobre Reza y cómo me había sentido culpable por no haberle advertido que Narweh estaba muerto. Él había sido una persona optimista. No había disfrutado de su esclavitud como tampoco lo hice yo, pero donde yo había sido rebelde para mi propia ruina, Reza había llevado su situación con gracia.
—¿Crees que podría haberse escapado? Quiero decir, yo habría oído el arma dispararse. Todo el vecindario probablemente sabía que alguien había recibido un disparo. ¿No podría haberlo oído y escaparse? —preguntó Livvie.
Esto va a sonar absolutamente ridículo, pero... ¡ni de puta coña se me había ocurrido! En realidad, no. Había estado lejos de mi mente. Hasta el día de hoy, cada vez que recuerdo el momento de mi primer asesinato, no hay sonido más allá de los latidos de mi corazón y la adrenalina en mis venas. Recuerdo el gran peso de la pistola. Recuerdo la mirada de disgusto en el rostro de Narweh. Me recuerdo cerrando mis ojos y apretando el gatillo.
Recuerdo algo húmedo salpicando mi cara antes de golpear contra el suelo. Recuerdo el silencio.
Me senté y escuché la nada. Miré fijamente los ojos fríos y vacíos de Narweh. Recuerdo haber pensado que el alma debe ser real. Algo había estado manteniendo Narweh vivo. Ese algo se había ido. Sólo había carne, sangre, y huesos quedando atrás.
Me acuerdo de tal agudo sentimiento de ira y tristeza que no había sido lo suficientemente valiente como para mantener mis ojos abiertos. Recuerdo que pensé: Debería haberle hecho rogar por mi perdón. Debería haberle hecho suplicar clemencia. Debería haberle violado con el bastón con el que solía pegarme.
—Yo... no sé si Reza pudo haber escapado. Supongo que es posible —le dije. Estaba estupefacto—. Rafiq dijo que quemó el edificio con Narweh en el interior. Supongo que... no quería hacer demasiadas preguntas.
—¿Por qué? —La mano de Livvie estaba apoyada sobre la mía.
—No estaba seguro de que a Rafiq le gustara —dije simplemente—. Pensé que si podía quemar un edificio lleno de gente y charlar sobre ello durante el desayuno, no era mi asunto hacerle enojar.
—¿Cuántos años tenías?
—Tengo que hacer cálculos. ¿Cuándo es mi cumpleaños?
—James. ¿En serio?
Me eché a reír.
—Dame un respiro. Nunca he tenido que recordarlo antes.
—Tienes veintisiete. —Sonrió con cierta tristeza.
Me permito pensar por un momento.
—Creo que tenía... doce, ¿quizá trece años?
Livvie se recostó en su silla y me miró fijamente.
—Jesús. —Sacudió la cabeza y se secó los ojos.
—Estoy bien, Mascota. Al menos... ¿eso creo? —No me importaba abrirme a Livvie (demasiado), pero después siempre estaba la preocupación de que me viera como débil. No quería su compasión. Sólo quería que entendiese por qué me requería tanto esfuerzo por mi parte darle lo que ella necesitaba. A pesar de que estaba empezando a aprender que lo que yo pensaba que Livvie necesitaba y lo que en verdad necesitaba eran a veces dos cosas diferentes. No muy a menudo, pero a veces. Había días en que podía tomarme mi trabajo como protector de Livvie en extremo (los universitarios borrachos deberían vigilar sus bocas si valoran el tener dientes).
—Estas mejor que bien. Estoy tan jodidamente impresionada contigo. Me siento como... cuánto más aprendo sobre tu pasado... Yo tenía todos estos sentimientos que no podía procesar en México. Cuando traté de explicárselo a Reed o Sloan, pude ver en sus rostros lo ridícula que pensaban que era.
—Es más fácil de explicar tus sentimientos por un puto del que abusaron que por un hombre que te tenía prisionera. ¿Esto trata acerca de la envergadura y de la forma de ello? —Mantuve el sonido de la confesión de mis pelotas lejos de mi voz.
Livvie parecía horrorizada.
—¡No! James... no. Es más bien como... tú puedes ser tan frío. Pero cuando estaba en lo peor, en mi punto más bajo, cuando sentía que estaba colgando de un hilo... tú siempre sabías qué decir. Tienes esa habilidad para abrazarme y hacer que te crea. Estás lleno de calidez y amabilidad.
Tuve que burlarme de eso y Livvie golpeó mi brazo.
—¡Lo estás! —Insistió—. Ni siquiera podía verte en esa habitación a veces, pero aún podía sentirte. No entendía de dónde surgía, pero cuando te oigo hablar sobre el pasado todo tiene sentido para mí.
Ciertamente, estaba un poco avergonzado. No estoy muy acostumbrado a los elogios, especialmente cuando son muy intensos, personales y auténticos. El vacío se sentía casi... lleno. Por otra parte, me sentía intranquilo.
—Bueno, entonces. Bien. Supongo. Es bueno que pienses que soy... agradable.
—James, te ves como si me hubiese tirado un pedo en tu dirección. —Sonrió.
—¡Cómo! Eso es repugnante.
Livvie rió. Era su increíblemente ruidosa carcajada que significaba que no podía controlarse. No era un espectáculo agradable, pero me encantaba cuando se reía de esa manera. La amo cuando se ríe de ese modo.
—No. Es Monty Python.
Yo también me estaba riendo. La risa de Livvie es demasiado contagiosa como para no tomar parte en ella.
—¿Qué?
—Es una película. —Se secó las lágrimas de sus ojos.
Estire su mano hacia mi boca y lamí su dedo. Hay tantos tipos de lágrimas. Tengo la intención de recogerlas todas.
—No estoy seguro de querer verla.
Livvie se inclinó y me besó en los labios.
—Bueno, ahora tenemos que hacerlo. Es una película vieja y excesivamente ridícula, pero no puedo esperar para ver tu cara.
Puse una cara del tipo "¿qué demonios sucede contigo?"
—Es inquietante cuando haces eso. Siempre sé cuándo algo grande está por suceder porque ahí estás, mirándome fijamente con tus enormes ojos de gacela.
Livvie se encogió de hombros.
—No es mi culpa que seas tan agradable a la vista. —Su expresión se volvió tristemente crítica—. Eres la única persona que conozco que se ve más sexy con moretones. —Hincó su dedo en la sutura en forma de mariposa en mi ceja y susurró.
—Maldita sea, Mascota. Eso duele. —Había estado visitando el gimnasio un par de veces a la semana y boxeando. Luchaba con Fernando mayormente, pero con otros también combatientes de vez en cuando. Algunos de ellos eran incluso conversadores decentes, siempre y cuando el tema no se desviase de partidos, estilos de lucha, o la ingesta de alimentos. Me vi obligado a probar un batido de proteínas... una vez.
—¿Ah, sí? ¿Y no dolió cuando ese tipo te dio una patada en la cara? —Hizo un puño y lo retorció cerca de la esquina de su ojo, mientras empujaba hacia afuera su labio inferior.
—¿Me estás llamando bebé llorón? —Me puse de pie y le lance una mirada fulminante. La cabeza de Livvie se estiró hasta hacía atrás hasta encontrarse con mis ojos—. Gran discurso para una niñita como tú.
—No te tengo miedo. Te golpearé con el dedo en la tirita. —Infló su amplio pecho.
Era difícil mantener una cara seria. ¿Realmente había sido superado por ella? La respuesta fue un sí rotundo.
—Golpéame en la tirita y vas a tener un problema grave.
Ella se mordió la mejilla para no sonreír. Lentamente estiró su mano hacia mi ceja. Sus ojos se encontraron con los míos. Lo consideró. Un destello de emoción provocó que se lamiese el labio inferior. Presionó su dedo contra mi corte. Yo no hice una mueca de dolor.
—¿Es esta la parte en la que me pongo furioso y amenazo con enseñarte una lección? —le pregunté con calma. Livvie prácticamente vibraba de emoción.
—Sí. —Se estremeció.
—¿Cuándo te vas a trabajar?
—Tengo un par de horas. —Sonaba jadeante.
—Bueno, entonces. —Acaricié su rostro para poder ver la forma en que cerraba los ojos para saborear mi toque. Con la otra mano, agarré un puñado de pelo y tiré—. Vamos a enseñarte algunos modales.
* * * *
—Recuérdamelo otra vez. ¿Por qué estamos desperdiciando nuestra noche romántica con Claudia y Rubio? Si romance es lo que estás buscando, parece contraproducente tener otras personas presentes.
Había olvidado mis zapatos en la habitación del hotel y nos vimos obligados a ir a recuperarlos. El reloj en la pantalla de instrumentos de mi coche me recordó que debíamos recoger a la otra pareja en una hora.
—Porque, Mejor Novio del Mundo, va a ser divertido. Además, Rubi realmente quería llevar a Claudia a un lugar agradable. Ha estado ahorrando desde Navidad. Can Fabes{9} se supone que tiene una comida increíble. Todavía no sé cómo se te las arreglaste para hacer reservas. ¿Cómo conseguiste las reservas en todo caso? Fue con muy poca antelación. —Livvie revisó su lápiz labial en el espejo de la visera por tercera vez. Creo que simplemente le gustaba la forma en que sus labios se veían de rojo. A mí también.
—Fue poca antelación porque no me dijiste que tenía que planear algo. ¿El día de San Valentín? He oído hablar de él, pero no tenía idea de que la gente en realidad participaba en tal... sentimentalismo. ¿No tienen suficiente de eso durante Acción de Gracias y Navidad? —Puse el intermitente y me cambié de carril para adelantar a alguien en lo que parecía ser un carrito de golf. Coches con consumo eficiente. ¡Bleh!
—Cambiando de tema, James. Estoy al tanto de tus tácticas. —Livvy me miró fulminante. Una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Fui al restaurante en persona y encanté a la recepcionista. Estaba muy dispuesta. —Sonreí. La sonrisa de Livvie se volvió agria—.Tú lo pediste. —Me encogí de hombros.
—No te pedí que flirteases con otra chica.
—Yo no he dicho que flirtease. Dije que fui encantador. Simplemente le expliqué que era un sinvergüenza que había cometido el grave error de no adquirir las reservas para llevar a mi hermosa novia y su séquito a cenar en el día más romántico del año. Le dije que estaría perdido sin ti y que todo lo que pudiese hacer para ayudarme a mantener tu favor sería digno de mi más profundo agradecimiento. Entonces le di una propina equivalente a un día de salario. — Mantuve mis ojos hacia adelante, aunque sabía que mi expresión permanecía petulante.
—Imbécil —dijo Livvie. Tomó mi mano y la puso entre las suyas, apretándola.
—Idiota —repliqué—. Como si alguien más pudiera aguantar mi atención. — Apreté su mano en respuesta.
—Te traje un regalo —dijo.
—Gatita, —le advertí—. Ya intercambiamos regalos. —Le había dado perlas. Ella me había regalado la visión de ella en una capa roja y zapatos de tacón suficientemente altos como para casi ponernos al nivel de los ojos. Había sido una persecución muy corta pero agradable. Nadie podría correr con esas cosas. Le prohibí que los use fuera de casa.
—Relájate. No es gran cosa. —Ella abrió su bolso y sacó una caja de dulces. Me eché a reír.
—Parece abierta.
—Me comí la mayoría de ellos —dijo.
—Eres tan extraña a veces, Mascota.
—Método hacia mi locura, Sexy. Abre tu mano. —Accedí y ella puso los caramelos en forma de corazón en la palma de mi mano. Cuando miré, sentí como si alguien me hubiera apretado el corazón. Todos los dulces decían "Se Mío".
—Ya soy tuyo, Mascota. Y tú eres mía. —Mi boca rellena de corazones de caramelo podía haber disminuido el romance del momento, pero a Livvie no parecía importarle.
—Sí, tuya —dijo. Me dio un beso en la mejilla.
Sentí en mi corazón la afirmación de lo que había llegado a sospechar que era cierto desde hace algún tiempo. Lo que realmente quería decir era: Te quiero.
Después de recuperar mis zapatos y recoger a Claudia y Rubio (nunca me he sentido cómodo llamando a ese hombre Rubi), llegamos al restaurante, con diez minutos de sobra. Me sentí levemente incómodo cuando nos acercamos a la recepcionista. Era la misma mujer de la semana anterior y sonrió cálidamente. Sin embargo, no me perdí la forma en que levantó la ceja al ver la gente joven que había traído conmigo. Yo nunca podría estar avergonzado de Livvie, pero viajando con tres personas más jóvenes me hicieron sentir... viejo. Hubo un momento en que no me habría molestado porque no tenía ni idea de mi edad. En cualquier caso, la anfitriona nos dio una cálida bienvenida.
—Señor Cole. —Nos indicó la dirección de nuestro camarero, que nos recibió con una sonrisa y nos pidió que lo siguiéramos.
—¿Tu apellido es Cole? ¿Al igual que Sofía? —Claudia sonaba incrédula.
—Extraña coincidencia —le dije.
Claudia se encogió de hombros y eso le hacía parecer más joven, a pesar del muy adulto vestido de coctel que llevaba.
—Supongo que si alguna vez os casáis no discutiréis acerca de si Sophia cambiará o no su apellido.
—Claudia, —susurró Livvie.
El camarero desvió la mirada con una sonrisa con los labios apretados mientras nos acompañaba a nuestros asientos. Ayudé a Livvie a sacarse la chaqueta y retiré su silla (seis meses antes yo no podía abrir una puerta).
Rubio, al ser testigo de mis habilidades impecables de novio, ayudó a Claudia. Las chicas parecieron apreciarlo mucho.
—Les daré un momento para repasar el menú mientras dejo sus abrigos. —El camarero se alejó con los mismos. Le vi hablar con la recepcionista y conjeture que se suponía que ella debía haberse encargado de nuestros abrigos cuando llegamos. Esperé que no la hubiera metido en problemas. Por otra parte, ella debería haber hecho su trabajo.
—Gracias por invitarnos, —me dijo Rubio. Él es siempre un caballero, y muchas veces me pregunto cómo Claudia ha logrado mantenerlo. Entonces me acuerdo de mí y Livvie. Cosas más extrañas han sucedido.
—Gracias por ayudarme a escoger el restaurante. No estoy demasiado familiarizado con el área. —Le guiñé un ojo y Rubio contuvo una sonrisa. El conserje de mi hotel me había dicho sobre el restaurante, pero no había nada de malo en ayudar a Rubio a impresionar a su cita.
—Rubi es tan modesto. —Claudia se volvió hacia su novio—. Nunca me dijo que ayudó a planear esto. —Le dio un beso en la mejilla. Rubio se sonrojó (pobre bastardo).
—Fue... una sorpresa.
La mano de Livvie apretó mi muslo.
—Aww, chicos, sois tan dulces que me vais a hacer vomitar. —Ella y yo nos reíamos de la incomodidad de la otra pareja. ¿Tenían alguna idea de con quienes iban a cenar?
Claudia se recompuso rápidamente.
—Como vosotros, chicos, no hay nadie mejor. Siempre estáis desnudándoos mutuamente con los ojos. Estoy sorprendida de que incluso salierais de casa.
—Un hombre tiene que comer —dije—. Además, la desnudo con más que con los ojos. A veces uso los dientes. —Livvie se sonrojó hasta las raíces, mientras que el resto de nosotros se echó a reír.
—Me alegro de que finalmente encontró a alguien. Rubi y yo estuvimos tratando de emparejarla por un tiempo. Pensamos que podría ser gay y estar avergonzada de decírnoslo. Incluso le dije de besar mi amiga Bettany para que ella pudiera salir del armario, pero nunca lo hizo. —Claudia tiene una tendencia a transmitir demasiada información, pero cuando se trata de Livvie, a menudo disfruto de lo que tiene que decir.
—Tú no tienes ninguna amiga llamada Bettany —dijo Livvie. Sonaba incómoda, pero era todo puro teatro.
—Tú no sabías eso —dijo Claudia—. Sólo estaba tratando de hacerte saber que estaba bien con que fueras gay.
—Pero no soy gay —dijo Livvie con fingida exasperación. Se cubrió el rostro cuando el camarero eligió ese preciso momento para volver a nuestra mesa.
Aunque estaba seguro de que lo había oído, el camarero mantuvo un comportamiento profesional. Todos nos las apañamos para componernos lo suficiente como para pedir la cena y el vino. Livvie pensaba que Europa era "impresionante" por la única razón de que una persona podía beber legalmente a los dieciocho años. Por supuesto, si puedes alcanzar la barra te servirán.
—Ya sabes, si alguna vez quieres experimentar con una mujer —bajo mi estrecha orientación, por supuesto— estaré bien con eso. —Sonreí descaradamente hacia Livvie y levanté una ceja por si acaso.
Livvie negó con la cabeza.
—Apuesto a que lo harías. —La mano de ella ahuecó mis bolas debajo de la mesa. Sus ojos se ensancharon cuando sintió la agitación de mi la excitación—. —Luego —susurró. Me pregunté si quería decir que me complacería más tarde, o si conseguiría verla besar y tocar a otra mujer más tarde. De cualquier manera, era afortunado.
El resto de la cena prosiguió de la misma manera jovial. Claudia y Livvie se ocuparon de la mayor parte de la conversación. Lo preferí de esa manera, y Rubio parecía que también. Livvie era ingeniosa y Claudia tan grosera al hablar que uno no podría evitar estar divertido con ese par. La duendecilla y su novio estaban arraigando en mí —como un hongo.
Después de la cena y de un intento de baile (no soy un buen bailarín), lleve a Claudia y Rubio a su hogar. Rubio, siendo el caballero que es, trató de deslizar su parte en la cena en mi bolsillo, pero no se lo permití.
—Cómprale algo caro. Nada hace a una mujer más dispuesta en el dormitorio —le dije con una sonrisa.
—Ya estoy conforme, —replicó Claudia—. Rubi puede parecer tranquilo, pero ya sabes lo que dicen de los más callados.
Rubi se rió a carcajadas incluso mientras se sonrojaba.
—Está borracha. Mejor me la llevo dentro.
—¡Sí! ¡Tómame! —Claudia tiró de Rubio hacia ella y acometió su rostro con su boca. Continuó durante tanto tiempo que me decidí a marcharme. Vi a Rubio mecerse mientras seguía besándola.
Livvie estaba tendida en el asiento del pasajero. Estaba felizmente borracha, y por la forma en que se estaba acariciando a sí misma, sabía que tendría mis propias manos llenas una vez que llegáramos a casa.
—¿Hay algo que necesites de tu apartamento? Prefiero quedarme en el hotel esta noche. —La acariciaba con una mano cada vez que no estaba virando el volante.
—¿Por qué? —preguntó distraídamente.
—Todas mis cosas están en mi habitación del hotel. Tu apartamento está más cerca de donde estamos. Podemos así parar y conseguir tus cosas si necesitas algo —dije. Odiaba dormir sin Livvie. Las pesadillas disminuían significativamente cuando ella estaba a mi lado.
—Pero yo te deseo. No quiero esperar, —se quejó. Estaba muy intoxicada, y parte de mí sospechaba que no habría sexo para mí esa noche.
—Yo también te deseo. Es una pena que vivamos tan lejos. Claudia y Rubio no tienen ese problema.
Livvie de repente parecía muy sobria, si no tomabas sus enormes ojos en consideración.
—¿Es que tú... quieres mudarte a mi apartamento?
—No —dije definitivamente.
—Oh. —Parecía a la vez aliviada y decepcionada. Se dio la vuelta y miró por la ventana durante unos minutos y, a continuación, con enojo—: ¿Por qué no?
—Porque tu apartamento es pequeño.
—Oh. —Confusión.
Suspiré.
—Te estoy pidiendo que vivas conmigo, Sophia. Yo dejo el hotel, tu dejas tu apartamento, y nos compramos un lugar que sea nuestro. —El silencio llenó el vehículo durante lo que parecieron interminables horas.
—Está bien —dijo simplemente.
—¿Está bien? —pregunté, incrédulo. ¿Qué tipo de respuesta era esa?
—Está bien, —repitió y puso su mano en la mía.
—Está bien —le dije.
El vacío estaba desbordándose.