Capítulo 3
Soñé esa noche.
Rafiq me miraba desde una mesa. Estaba temblando de miedo. Su cara estaba amoratada y sangrienta.
Hablaba calmadamente.
—¿Yo por esa chica?
Una onda de amor pasó rápidamente pisándole los talones a mi vergüenza. El sentimiento fue rápidamente superado por una vieja ira, una rabia que me mantuvo vivo cuando la muerte pudo haber sido una mejor opción.
—No. No sólo por la chica. Tú… me hiciste amarte. Me traicionaste.
Rafiq rió, fuerte y abundantemente antes de que su risa se convirtiera en una tos gorjeante.
—De nuevo traición. Siempre es traición contigo, khoya{2}. —Sus palabras sonaron en mi mente como si estuviera vivo y sangrando otra vez—. Mientes, chico. No hice que me amaras. Uno no puede obligar a alguien a amar. Lo que sentías, me lo gané.
Sostenía un cuchillo en mi mano; sabía que lo hacía. Sin embargo, como es la naturaleza de los sueños, este desapareció una vez que traté de hundirlo en su muslo. Tenía tanta ira, tanta rabia, y ningún sitio donde ponerla. Rafiq encontró esto más que divertido y eso solamente alimento mi odio.
—¡Te di todo lo que merecías cuando puse una bala en tu corazón!
Rafiq tosía sangre mientras reía.
—Eres el hombre que crié. —Lentamente, su sonrisa menguó y me miró profundamente—: Sé que lavaste mi cuerpo. Sé que me enterraste de acuerdo a la ley. Sé que lloraste por mí.
Sus palabras me asombraron sabiendo que no había forma de que él supiera que hice esas cosas. Lo peor, era que dolía saber que eso era verdad.
—¿Por qué no te mueres? —dije con veneno. Rafiq sonrió con malicia.
—No puedes matarme, Khoya. No de nuevo. Soy todo lo que conoces. Soy tu madre. Soy tu padre. Soy tu hermano. Soy tu amigo. Siempre estaré aquí. Nunca podrás alejarte de mí.
Tanto como lo detestaba, era libre de llorar en mis sueños y eso hice.
—¿Cómo pudiste hacerme todas esas cosas? Robaste mi niñez. Robaste mi destino.
Rafiq, repentinamente rodó a un lado y se incorporó. Los moretones sobre su cara se habían curado y la ropa había aparecido mágicamente sobre su cuerpo.
—Eso no es lo que te molesta, Caleb. Te traicioné, sí, pero esa no fue la razón por la que me mataste, ¿verdad? —No podía mirarlo mientras procesaba mi vergüenza—. Ibas a matarme de todas formas. Me mataste porque es la única forma en que podrías liberar a la chica. Tú me habrías traicionado a mí, Khoya. No somos tan diferentes y eso es lo que te está comiendo. —Levanto una mano y acarició mi cabello como solía hacerlo cuando era joven. Me dolía el pecho.
Lo empujé con toda mi fuerza, golpeándolo hacia atrás sobre la mesa y contra el suelo. Exhalé y me subí sobre él. Lo golpeé. Repetidamente. No podía sentir mis puños. No pude mantener la fuerza para golpearlo hasta la muerte. Cambiando de estrategia, tomé su cuello con mis manos y traté de sacarle la vida apretándolo.
La mirada maniática de Rafiq cayó sobre mí.
—¡Soy un Dios aquí! Tú lo hiciste así.
—¡Sólo muere maldita sea! ¡Muere! ¡Muere! ¡Te odio! ¡Desearía que estés vivo así podría matarte de nuevo! —Metí mis dedos en sus ojos, desbordaba fuertemente la sangre entre mis dedos. Rafiq trató de pelear esta vez. Sus manos me empujaban, sus piernas se movían y su cuerpo se retorcía como si tratara de sacarme de encima—. Puedo matarte, Rafiq. No eres Dios. No siento nada por ti.
El cuerpo de Rafiq se quedó quieto debajo de mí.
—¿Amo? —Escuché una voz, detrás de mí. Me volví y miré a Livvie. Estaba vistiendo una toga blanca que llegaba hasta el suelo. Su cabello estaba suelto y revuelto. Llevaba su collar de esclava en su garganta. Una ola de culpa abrumadora se cerró de golpe dentro de mí.
—¿Livvie? ¡No mires! —Miré hacia Rafiq. Su cuerpo había desaparecido. Solo quedaba una larga línea de sangre. Mis manos estaban cubiertas de sangre y suciedad. Me froté las manos en los muslos, pero la sangre no se limpiaba—. No mires —dije y estaba sollozando de nuevo—. No mires.
Los pasos de Livvie se aproximaban y pude sentir el peso de sus brazos mientras envolvía mis hombros. Su calidez descendió por mi espalda.
—Está bien, Amo. Sé por qué lo hiciste. No puedes evitar ser quién eres.
Me encorvé y su peso me siguió.
—No mires.
Hay momentos que definen nuestras vidas. En ese momento, la mayoría de los míos estaban definidos por las personas que había matado o esclavizado. Había hecho algo acerca de las esclavas. No podía volver atrás las muertes. Tampoco quería hacerlo. Sin embargo, mi subconsciente no estaba apaciguado por mi creencia en las muertes justificadas. Las disfrutaba quizás demasiado, me reprendía mi subconsciente. Estaba demasiado bien adaptado para ser alguien habituado a tal traición.
Desperté encontrándome el cuerpo de Livvie envuelto a mi alrededor. Su pecho estaba presionando mi espalda y sus brazos reposaban delicadamente contra mi pecho. Su cálido aliento rozaba sobre mi cuello. Sonreí para mí mismo. Con diferencia, cada momento con ella era mejor que el anterior.
El pánico persistía en mi pecho, pero estaba acostumbrándome a las pesadillas. Soy muy adaptable. Lo que encontré más terrorífico del sueño fue la voz en mi cabeza que decía que nunca dejaría marchar a Livvie. Mía. Mía por siempre.
Si estáis suspirando con satisfacción, o bien sois unas jodidas enfermas o no comprendéis la seriedad de la situación. Aunque ya no mate, sigo siendo un asesino. Un asesino enamorado es algo muy peligroso.
Reí suavemente porque Livvie me tenía en posición de cucharita.
—Mmm —suspiró. Sus dedos acariciaban mi pecho. Se presionó acercándose, sus labios encontrando mi cuello y dejo un beso somnoliento. Me estiré buscando su brazo y lo acaricié con mis dedos.
—¿Estás despierta? —susurré. No había forma de que pudiera volver a dormir. Mi pene estaba duro y Livvie era demasiado suave.
—No —gruñó ella. Yo reí estrepitosamente.
—Si no estás despierta no puedo tener tu coño como desayuno. —Se retorció detrás de mí. Su pie acarició mi pierna.
—Eso nunca te ha detenido antes. —Se onduló contra mí.
—¿Oh? —Sujeté su brazo y rodé hacia ella. Sus pechos se sentían calientes contra mi pecho desnudo. Era agradable junto con la sedosa sensación de sus muslos mientras deslizaba mi polla contra ellos—. ¿Te importaría si me sirvo a mí mismo entonces? —Se mordió el labio y trató de no sonreír. Estaba más que despierta, pero determinada a hacerse la dormida. Su labial se había descolorido pero el rojo se mantenía. Aparte del desordenado embrollo de su largo cabello, se parecía en cada ápice a la diosa de la noche anterior.
—Mmm, sí —murmuró.
—No estás engañando a nadie —susurré sobre su cuello. Ella no respondió.
Quité mi propio cabello de mi cara. Livvie había estado jugando con él antes de que nos durmiéramos y no me había molestado en atarlo hacia atrás. Era molesto, pero viajaba con un pasaporte suizo y me ayudaba a parecerme como tal. A menudo viajaba con una tabla de snowboard aunque no tenía ni idea de cómo usarla.
Hundí mi cara en su cuello e inhalé. Su cabeza cayó a un lado, exponiendo su garganta hacia mí con una clara invitación. Debajo de mí, sus piernas estaban levemente abiertas. La cabeza de mi pene extrañaba su sedosa estrechez pero cedí frotándome contra las sábanas. Regresaría hacia su calor pronto, no había prisa. Me tomé mi tiempo besando la larga línea de su garganta. Gimió y se retorció contra mí. Su pie encontró los dorsos de mis rodillas y los frotó.
—Eso se siente bien —susurró.
—Shh, se supone que estás dormida y que yo me estoy aprovechando de ti. — Usé mi lengua para trazar su pezón hasta que fue un duro y pequeño guijarro.
—Bueno, ¿podrías tomar ventaja de mí un poco más rápido? —Sus brazos me apresaron a mí alrededor y me acercaron más. Su intención de que chupara sus pezones era obvia, pero la ignoré. Yo ya había hecho reservas en un restaurante diferente.
—No me hagas amordazarte —amenacé. No obtuve una respuesta verbal de su parte, tal vez un pequeño estremecimiento, pero estaba demasiado concentrado en lo que hacía como para notarlo. Besé y chupé mi camino hacia abajo por su pecho y brevemente me detuve a tentar sus pezones con la punta de mi lengua. Mantuve mi presión suave. No lamí ni chupé. Aguanté el aire para seguir provocándola mientras que continuaba descendiendo.
Las manos de Livvie encontraron su camino hacia mi cabello y agarró puñados de él. Decidí que debía cortarlo si ella iba a usarlo como asas improvisadas. Una vez más, no podía culparla. A mí también me encantaba agarrar su cabello. Decidí que hacérselo pagar sería más divertido (y nadie tenía que morir, lo cual era un extra).
Finalmente, decidí que si ella quería que mejorara el ritmo, lo haría. Ya había esperado demasiado maldito tiempo. Tomé sus manos y desenredé sus dedos de mi cabello.
—Pongamos estos en un lugar donde sea menos peligroso —susurré sobre su estómago tenso. Sosteniendo una mano sobre cada lado de sus caderas, las sujeté y descendí hasta su coño. Puse mi boca sobre ella sin vacilación.
—¡Caleb! —gritó. Presionó sus pies contra el colchón y empujó alejándose de mi boca. La sujeté hacia abajo por la cintura y continué mi asalto sobre su clítoris.
Gemí contra ella. Me encantaba la forma en la que se retorcía bajo mi cara y la sentí alrededor volviéndose resbaladiza. Tracé el borde de sus labios internos con mi lengua. No paso mucho tiempo antes de que ella usara mi agarre sobre sus muñecas y sus pies en el colchón para elevarse a sí misma más cerca. Quería mi lengua en su interior… y yo lo haría, cuando estuviera bien y jodidamente preparado. Mientras tanto, disfruté su olor y su sabor. Algunos hombres no comen coños. Creo que esos hombres son maricas.
Succioné el clítoris de Livvie dentro de mi boca y lo lamí con fuerza. Fui recompensado con dolor cuando ella clavó sus uñas en mi cintura. Era bastante salvaje desde que nos reencontramos. Me había abofeteado, se había burlado de mí, me había amenazado con spray de pimienta, me había tirado del pelo, y entonces estoy lo suficientemente seguro de que me había hecho sangrar. No sabía qué hacer con eso, pero decidí combatir fuego con fuego. Apreté sus muñecas hasta que sus dedos se desplegaron y ella dejó escapar un gemido.
Dejé libres sus muñecas y me senté sobre mis talones. Las piernas de Livvie estaban abiertas totalmente, su pecho pesado con agitación, y su mojado coño suplicaba ser follado. Tampoco escapó a mi atención que ella no había movido sus manos. Pienso que eso debió excitarme más que cualquier otra cosa.
—Date la vuelta. Y levanta ese culo tan Sexy en el aire —dije tragando saliva.
—Sí, Caleb —rodó sobre su estómago y tomó una postura que reconocí inmediatamente. Yo se la había enseñado.
Sentía como si alguien hubiera acariciado mi polla y me hubiera golpeado en el pecho a la vez. ¿Estaba mal disfrutar de la vista? ¿Ella pensaba que no había cambiado? ¿Sabía que me arrepentía de haberla forzado alguna vez a seguir mis órdenes? ¿Por qué estaba tan malditamente excitado? ¿Era todavía el mismo hombre al que le daba morbo subyugarla?
No es el momento para dilemas éticos, gilipollas.
Sacudiéndome para librarme de mis pensamientos, desplacé una mano hasta la parte baja de la espalda de Livvie y sujeté mi pene con la otra. Alineé mi polla con su entrada mojada y empujé hacia su interior con fuerza hasta la mitad. Me retiré y volví a penetrarla otra vez. No me detuve hasta que mis caderas tocaron su culo. Livvie gritó y agarró las sábanas entre sus puños.
—¡Dios!
Pasé mi mano sobre su columna, presionándola hacia abajo. Me clavé en ella con mis caderas de nuevo contra su culo. Hubo pequeñas embestidas que nos tuvieron a los dos en un frenesí de lujuria. Me incliné sobre ella y le susurré en el oído:
—¿Te gusta esto? —Gimoteó pero no respondió. Eso me enfureció. Yo era como una pantera que acabara de ver a un conejo escapándose. Pasé un brazo por debajo y agarré con mi mano una teta. Al tener su cara tan cerca disfruto de cada pequeño grito, gimoteo, gemido y suspiro mientras embisto contra ella cada vez más fuerte—. Te hice una pregunta ¿Te gusta?
Ella muerde su labio y sus ojos se aprietan al cerrarse. Debía estar disfrutando porque yo podía oír y sentir prácticamente lo mojada que estaba. Por alguna razón, se rehusaba a contestarme. Eso estaba comenzando a hacer un lío en mi cabeza. La noche anterior, le había dicho que la amaba y ella no había dicho ni una palabra. El patrón era desconcertante y decidí que si ella estaba tratando de cabrearme, lo estaba logrando.
Alejé mi peso de ella. Agarré sus caderas y ralenticé mi ritmo. Miré hacia abajo para verme a mí mismo deslizándome dentro y fuera de ella. Ciertamente, estaba completamente mojada. Su pequeño y apretado culo me llamaba. Sonreí malignamente mientras me preguntaba si mi siguiente movimiento podría hacerla hablar. Tracé delicadamente el contorno de su agujero con mi lengua. Sus caderas dieron un tirón, pero luego se calmó. Avancé hacia adelante suavemente y dejé que mi pulgar presionara abriéndose camino dentro de su culo.
—¿Qué tal esto, mascota? ¿Esto te hará hablar?
—Mmm.
—¿Sólo eso? ¿Eso es todo lo que voy a conseguir? —Me puse menos enojado. Le gustaba esto. Me deseaba. Quería las cosas que yo podía hacerle. Pero por alguna razón todavía desconocida para mí, no podía dejarlo ir y decirlo. O tal vez le excitaba pretender que no lo hace. Tuve que sacudir mi cabeza para alejar mis pensamientos. Era demasiado pensar sobre eso en aquel momento. Saqué mi pulgar y sujeté las caderas de Livvie. Fui hacia ella con fuerza mientras sentía sus espasmos y temblores alrededor de mi polla. Me corrí dentro otra vez y me derrumbé junto a ella en la cama.
—¡Dios, estoy hambrienta! Desearía tanto desayunar —murmuró Livvie dentro de las sábanas. Su frente estaba pegajosa con su cabello sudoroso. Me eché a reír.
—¡Puede hablar! —Empuje su cabello apartándolo de su frente y ella cerró sus ojos como si disfrutara de mi caricia. Qué extraña pareja hacíamos.
—Por un minuto no sabía si quería correrme o salir corriendo por una tortita. —Me sonrío—. Ciertamente sabes cómo sacarle todo a una chica.
—Hmm, también metí algunas cosas. —Guiñé un ojo—. Debemos salir del hotel en quince minutos. Podemos descansar después. —Sabía que eso no era un problema, pero aún así me gustaba hacer pasar a Livvie un mal rato.
—Mierda. Apenas da tiempo a tomar una ducha y sólo tengo la ropa que usé anoche. —Se dio la vuelta y refunfuñó mirando hacia el techo. Rodé sobre mi lado y me levanté sobre un codo.
—Podemos ir a mi apartamento. Está cerca.
—¿Cuán cerca?
Sonreí. —En la habitación contigua.
Sus ojos se agrandaron.
—¡Imbécil! —se rió—. Pensé que tenías una casa.
—La gente siempre dice “ven a mi casa”. Eso no significa que realmente vivan en una casa. Yo vivo en el hotel… pero no en esta habitación. No puedes culparme por ser astuto. Y… podemos pedir algo al servicio de habitaciones. —Sonreí ampliamente y esperé por su respuesta.
Gracias a Dios por las hormonas que sean que hacen a las mujeres tan agradables después de que las han follado bien, porque eso es todo lo que hizo falta para que consintiera. Y también… las tortitas.