Capítulo 11

Me estaba quedando dormido cuando oí el aporreo en la puerta. Gemí mientras trataba de moverme de golpe. La luz que entraba a través de las cortinas me dijo que aún no era de noche. Livvie no había esperado mucho antes de venir a encontrarme.

Decidí que más movimientos eran poco recomendables. Mi garganta estaba demasiado dolorida para chillar. Había una extraña clase de pellizco en mi pecho. Quería ver a Livvie, pero no quería pelear con ella.

Viviseccionada. Es la única palabra que se me ocurre para describir cómo me siento —viviseccionada. Como si alguien me hubiera abierto con un bisturí, sin que el dolor penetrase hasta que la carne comenzara a separarse y mi sangre saliera a borbotones. Pude oír el chasquido de mis costillas al ser separadas. Lentamente, mis órganos, húmedos y pegajosos, fueron sacados uno a uno. Hasta que estoy vacía. Vacía y sin embargo, sintiendo un dolor insoportable, todavía viva. Todavía. Viva.

Mientras estoy tumbado incapaz o reticente a moverme con Livvie aporreando mi puerta, se me viene a la mente: Siempre va a doler. Sí, «viviseccionada» ha sido una palabra muy apropiada para usar. Amar a Livvie era como permitirme a mí mismo ser despellejado y vaciado. Ella me hace débil. Me hace vulnerable. Me hace sufrir y anhelar y esperar por cosas que podrían nunca ser mías.

La puerta se abre.

—¿Caleb?  —llama Livvie. Era la primera vez que usaba la llave que le había dado y gruñí por mi propia estupidez. Esa era otra cosa que Livvie me hacía: estúpido.

 —Estoy aquí —dije. Haber sido estrangulado hasta casi la inconsciencia es duro para las cuerdas vocales. Odio la forma en que mi corazón golpea en mi pecho. Realmente quiero verla. Quiero decirle que lo siento. Vergonzosamente, quiero que me vea magullado y usarlo para contenerla de gritarme.

Jadeó cuando me vio pero no se estiró para tocarme.

—¿Qué has hecho ahora? Quiero decir, ¿aparte de invadir mi intimidad y romper mi confianza? Ha sido un día ocupado para ti.

Dejé que las palabras colgaran en el aire entre nosotros. ¿Qué podía decir? Finalmente se acercó y rozó con sus dedos atravesando mi mejilla. Siseé.

—Te estuvo bien —dijo bruscamente. A través del enfado oí preocupación—. ¿Qué pasó?

—Me metí en una pelea —susurré—. Deberías ver al otro tipo. —Reí y dolió.

—Está... ¿Está vivo el otro tipo? —preguntó sin entonación.

—Sí —dije con igual frialdad—. Tenías que preguntarme, ¿verdad? Yo siempre estoy matando gente por motivos mezquinos. —Me giré apartándome de ella—. Si viniste a por pelea, no te molestes. Me rindo. —Sentí una intensa presión en el pecho—. Tan sólo vete.

—¿Realmente quieres que me vaya? —preguntó. No había emoción en su voz y eso me acojonó. Por favor, no te vayas. No me dejes.

—Si has acabado conmigo —dije en su lugar.

—Cobarde —escupió—. Llevarías una paliza. Te enfrentarías a hombres con armas. Matarías. Pero Dios no permita que tengas que tragarte tu maldito orgullo y disculparte por ser un entrometido de mierda.

Me incorporé rápidamente.

—¿Crees que no me trago mi orgullo? ¡Que te jodan! Todo lo que he hecho durante meses es tragarme mi orgullo. Me he disculpado hasta las náuseas. Te follo cuando quieres ser follada. Soy agradable con tus amigos. Espero a que vengas a casa porque no tengo nada más que hacer. ¡Te has convertido en toda mi vida!

»Mientras, tú estás escribiendo sobre mí. Todavía me ves como el hombre que era. Me ves como el asesino, bello por fuera y horroroso por dentro. ¿Por qué estás conmigo? ¿Por qué me estoy esforzando tanto por ser alguien diferente cuando todo lo que siempre seré para ti es el hombre que arruinó tu vida? Te sigo alrededor como un perro enfermo de amor y cada día lucho contra la urgencia de volver a lo que conozco. Hay días en los que quiero volver a ser la persona que era porque esa persona no podría amarte. ¡El hombre que era nunca sería así de débil!

Grité a través del dolor en mi garganta y eso, unido con la emoción abriéndose camino hasta la superficie, amenazó con bloquear mis vías respiratorias. El rostro de Livvie era una máscara de indiferencia. Me enfriaba los huesos. ¿Cómo aprendió a ser tan fría? Sabía la respuesta incluso mientras hacia la pregunta.

—¿Me amas? —preguntó mientras me miraba a los ojos—. ¿Cuándo llegaste a esa conclusión? ¿Fue cuando te dije que te amaba y me dijiste que era linda? ¿O quizá fue después de que matara a un hombre? ¿Posiblemente cuando te supliqué que no me abandonaras en la frontera?

»¿Te diste cuenta de que me amabas mientras estaba sola en el hospital y llorando por ti? ¿Cuándo gritaste tu amor desde los tejados, Caleb? No pude oírte. Estaba demasiado ocupada intentado respirar de una puta vez sin ti. Estaba ocupada convenciendo a todo el mundo a mi alrededor que no estaba loca por defender a mi secuestrador. Así que, recuérdamelo. ¿Cuándo dijiste las palabras? Me aseguraré de volver atrás en el tiempo y consolar a la chica rota que dejaste tras tu estela. Tu amor puede consolarla, porque yo ya no soy la misma persona nunca más.

»He aprendido a respirar sin ti. He aprendido que no hay nadie en esta vida en quien pueda confiar. No se trata de que leyeras mis palabras. No me importa eso. Te lo habría enseñado al final. Es la nota que dejaste. Es ahora. Es saber que en cualquier momento vas a salir corriendo y abandonarme otra vez. ¿Cómo puedo decirte que te quiero? ¿Cómo puedo sobrevivir otra vez?

Estaba estupefacto en silencio. Cada célula de mi cuerpo se humillaba con vergüenza. Livvie era una superviviente. Me había sobrevivido a mí. Me di cuenta entonces que lo que había atestiguado no era indiferencia: era dolor. Livvie estaba sufriendo y era mi culpa.

No sabía lo que estaba pasando, pero me vino de pronto. Mi nariz empezó a gotear y sorbí. Sabía que Livvie estaba mirándome. Sabía lo ridículo que debía parecer, cuán débil y roto. No podría siquiera importarme. No tenía nada que perder. Hice un esfuerzo por aclarar mi garganta antes de hablar.

—No podía decirlo, Gatita. Yo acaba de terminar... le quería. —Sentí mi pecho temblando.

—¿A quién? —susurró Livvie. Todavía estaba muy estoica.

—A Rafiq —dije suavemente. Livvie suspiró.

—¿Por qué, Caleb? Sabes lo que hizo.

—Sí. Sé lo que hizo. También sé lo que no hizo: nunca me tocó de la forma que otros lo hicieron. —Una parte de mí no podía creer que estuviera a punto de entrar en eso con ella. Había leído su historia y me había tenido pensando en la mía propia. Supongo que pensé que le debía la otra mitad de nuestro relato. Necesitaba que supiera que no la había expulsado sin buenas razones—. Era tan joven, Livvie. Estaba tan indefenso. Cada día era violado por alguien. Era violado cada día hasta que me convencí a mí mismo de que no era violación. Les dejaba tocarme. Les dejaba... follarme. Sonreía a los que veía más a menudo que a los otros, imaginando que debían preocuparse por mí. ¿Por qué más iban a volver a usarme repetidamente?

»Al final, les creí. Les creí cuando me dijeron que se preocupaban. Les creí cuando me prometieron que me comprarían a Narweh. Me permití esperar a que un día sería libre. —Me oí a mí mismo sollozar. El sonido era lejano, como si alguien más estuviera derrumbándose y no yo—. Nunca sucedió. Nunca les importó. Nunca iban a venir a liberarme. Era la esperanza con lo que les encantaba jugar: mi esperanza. La dejé morir.

»Y entonces un día... llegó Rafiq. Me recogió, golpeado y ensangrentado. Me llevó a casa y me cuidó. Me alimentó. Alimentó mi cuerpo. Alimentó mi mente. Alimentó mi alma. Me enseñó a hacer más que sobrevivir: me enseñó cómo vivir. Y nunca me tocó. Durante años se preocupó de mí. Yo ya no necesitaba esperanza. Tenía algo mejor. ¡Tenía un propósito! Le quería por eso. Y luego... —Me sentí adormecido mientras miraba al vacío—. Descubrí la verdad.

Mi cuerpo temblaba mientras recordaba la noche que lo asesiné.

—Yo no era nada, Livvie. No era nada para él y él había sido todo para mí. Habría muerto por él y durante todo el tiempo... yo no era nada. —Finalmente miré a Livvie. Había lágrimas en sus mejillas—. Pero esa no es la peor parte. No, la peor parte es que pretendía matarle antes de saber la verdad. Era la única manera de dejarte libre y yo... lo maté, Livvie. Lo maté y lo enterré en el jardín de Felipe donde su familia nunca lo encontrará. Enterré a la única persona en la que pensé que podía confiar. Le quería, y resultó ser el responsable de la más espantosa traición de mi vida.

»Y luego me di cuenta de que te había hecho lo mismo a ti. Te había golpeado. Te había violado, y peor: incluso hice que te gustara. Alimenté tu esperanza y te la arrebaté. ¡Te hice amarme! ¿Cómo podía decírtelo? No podía decírtelo, Livvie. Estaba confuso. Estaba... roto. Todavía estoy roto. No sé quién soy o lo que quiero. Todo lo que sé es que sin ti... sin ti, no hay nada. No soy nada. ¿Tienes idea de lo aterrador que es eso para alguien como yo?

Mis sentimientos hacia ella estaban en la punta de mi lengua. Había estado reteniendo las palabras desde el momento en que la había visto caminar saliendo de mi vida, y si se hubiera dado la vuelta y mirado hacia mí por incluso un segundo, no habría sido capaz de resistirme a decírselo entonces.

Te quiero.

No podía decirlo en México. Había perdido demasiado ese día. Había perdido mi realidad. ¿Qué podía entender posiblemente acerca del amor cuando la única persona a la que estaba seguro de que había amado me había mentido durante doce años? Livvie había dicho que era mía. ¿Cómo podía estar seguro? O peor, ¿qué pasaba si era verdad? ¿Qué pasaba si me amaba y todo lo que yo tenía para ofrecer era la cáscara de un corazón con el que amarla? ¿Cómo puede nadie entender lo que es el amor sin experimentarlo? Sería como tratar de explicarle el color a un hombre ciego. Algunas cosas tienes que verlas por ti mismo. Para entender el amor, tienes que sentirlo por ti mismo.

No fue hasta que Livvie se alejó y estuve verdaderamente solo en el mundo que empecé a sentir lo que podría ser el amor. No me vino como les venía a otros; tenía que descubrir el amor como descubrí todo lo demás que me definía: a través de mi sufrimiento. El abismo que la ausencia de Livvie abrió en mí era un vacío hambriento. Estaba vivo, el vacío, y no podía ser llenado con venganza. No era aliviado por mis intentos de corregir mis errores. No era deleitado por mujeres al azar. No dormía, a pesar de la cantidad de bebida que absorbí para apagar mis sentidos.

Sólo había una cosa que el vacío deseaba. Destrozándome con avaricia, preguntaba por Livvie. Quería mis esperanzas, mis sueños. Quería mis recuerdos de su rostro. Quería las risas que habíamos compartido. «Mía», había decretado el vacío. Sólo Livvie podía volverme completo y tan pronto como me di cuenta de eso, no podía dejar de buscarla. Me había obsesionado con saber si realmente me amaba. La primera caricia de la mano de Livvie en mi hombro me tuvo sollozando de nuevo. El amor me hacía débil. Deseaba que desapareciera. En su lugar, me machacaba bajo su tacón. Dejé que Livvie me empujara de vuelta a la cama. Y cuando la oí girar marchándose, el amor me hizo suplicar.

—Por favor, no te vayas. No me dejes.

Sentí sus dedos pasando a través de mi pelo.

—Nunca te dejaría, Caleb. Sólo quería traerte algo de agua.

—No quiero agua.

—¿Un escocés? ¿Whisky?

—Solo a ti.

Hubo una larga pausa.

—Está bien.

La oí desvestirse antes de que se deslizara dentro detrás de mí. Olía a humo. No había fumado un cigarrillo desde la noche que había venido a su apartamento. No dije nada sobre eso. Ella tenía sus vicios y yo los míos. Todo lo que importaba para mí era que Livvie estaba caliente. Y suave. Livvie siempre era cálida y suave. Habló suavemente en mi oído.

—Yo también estoy asustada. No venías a la puerta y pensé: me ha dejado otra vez. Caleb, no puedes hacerme eso.

Livvie besó mi hombro, pero pude sentirla temblando con furia.

—Estás enfadada conmigo.

—Sí —dijo—. Pero supongo... quizá no puedo culparte. En el esquema general de las cosas, es ridículo asumir que no irrumpirías en mi portátil. Para usar tus palabras: sé quién eres y sé lo que haces. —Livvie dejó salir un corto torrente de risas que rápidamente se convirtió en un suspiro pensativo—. Debe ser duro para ti, no tener a nadie con quien hablar acerca de... él. Realmente no me importa que esté muerto —puede pudrirse en el infierno por lo que a mí respecta— pero nunca imaginé cuanto tú.... —Livvie suspiró y se quedó callada.

—No espero que te importe. No me arrepiento de lo que hice. Solo quería que supieras por qué no podía dejarte venir conmigo. Para ser honesto, no me arrepiento de dejarte atrás.

Se puso tensa.

—¿Te arrepientes de haber vuelto?

Me volví y tiré de ella hacia mis brazos. No era su papel consolarme.

—No. Nunca podría arrepentirme de mi cantidad de tiempo contigo. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Solo deseo que yo pudiera... ser eso para ti. —Su silencio casi me ensordecía. Era una confirmación.

—Yo... mierda. Estoy tan jodidamente enfadada, Caleb. A veces no sé cómo procesar todo. Hay demasiado viviendo dentro de mí. Eso es para lo que es la escritura, me ayuda a sacar la mierda y filtrar a través de mis pensamientos. —Se apoyó en su codo para levantarse y encontrar mis ojos. Su expresión era de dolor—. Tu eres lo mejor que me ha pasado, Caleb. También eres lo peor. Estoy tratando de reconciliar esas dos cosas ¿Me ayudas?

—¿Cómo se supone que te ayude? —pregunté.

—Cuéntame tu versión de las cosas. Quiero oír lo bueno y lo malo. Tengo tantas preguntas, tantos momentos en mi vida donde solo sé la mitad de la información. Tú has leído mi parte de ello. Quiero tu parte. Ayúdame a entender cómo me las arreglé para... —Sus ojos terminaron la frase: enamorarme de ti—. Ayúdame a explicárselo al resto del mundo.

Sus palabras me dejaron tambaleante. Yo no quería que el mundo lo supiera. Yo no quería saberlo. De hecho había hecho todo lo que estaba en mi poder para hacernos olvidar donde empezamos. ¿Cómo se suponía que iba a ayudar esto?

—No es para que lo sepa el resto del mundo, Livvie. No lo entiendo.

—No podrías, pero yo sí. No traicionaría tu confianza. Lo contaría del modo en que debe ser contado. Les haría ver que algunas historias no son en blanco y negro. Les haría sentir esto, nosotros. Y luego me sentiré mejor. No me sentiré como si me hubieras ganado. Me sentiré bien acerca de todo entre nosotros y lo defenderé. Siempre lo defenderé.

¿Qué justificación tengo contra eso? Tengo lo que quería: la seguridad de que Livvie no tiene deseo de dejarme. Incluso me las he arreglado para evitar la discusión por haber asaltado su ordenador. Y más importante, me ha dado un atisbo del amor que una vez profesó tenerme. Estaba decidido a alimentar esa emoción.

—¿Qué quieres saber? ¿Por ejemplo? —Avancé. Se inclinó hacia mí y dejó un suave beso en mi boca.

—Odio verte así. Si alguien tiene que joderte la cara, debería ser yo. —Sonrió.

—¿Crees que podrías conmigo? —Me esforcé por no sonreír para que no se me volviera a abrir el labio.

—Creo que me lo permitirías.

—Bueno, ya lo hiciste. No creo que nadie me haya abofeteado tantas veces y se haya ido sin tener que mirar por encima de su hombro por siempre. —Dejé que mis dedos acariciasen su cara. Yo la había abofeteado una vez—. Me sentí horrible... aquella única vez. Nunca más...

—Lo sé —interrumpió—. Siento haberte preguntado acerca de... ya sabes. Sé que estás intentando ser diferente y que has cambiado mucho. No fue justo.

—Tenías derecho a preguntar. Estoy intentando cambiar, pero no quiere decir que no luche contra el que solía ser. He tenido sangre en mis manos. —Silenciosamente reflexioné acerca de mi año lejos de Livvie.

—Ahora eres diferente —dijo Livvie suavemente.

Vi los rostros de las mujeres a las que una vez esclavicé y luego dejé libres. Pensé acerca de las que había llegado demasiado tarde para salvar. Me perseguirían siempre y apenas había resarcido lo suficiente por ello. Aún así, el destino me había traído junto a Livvie.

—No sé si soy del todo diferente. Nunca dejaré de mirar sobre mi hombro, o sobre el tuyo. Creo que una parte de mí siempre será un discípulo leal. Es lo que soy. —Acaricié el pelo de Livvie—. Mataría por ti, Livvie. Moriría por ti.

—Caleb. No. Tú no eres el discípulo de nadie. Eres libre y toda esa mierda quedó atrás. —Su brazo apretó mi cintura.

—Espero que tengas razón, Gatita, pero todavía haría cualquier cosa para proteger lo que es más importante para mí. Solo espero que nunca lleve a la violencia de nuevo. Por ahora, solo es luchar en un gimnasio.

Livvie se rió.

—¿Quieres decir que hiciste esto a propósito? Oh, Caleb —suspiró—, a veces eres un jodido macho. —Me besó otra vez.

—Siempre soy un hombre. No lo olvides. —Guiñé un ojo—. Haz tus preguntas, Gatita. No puedo prometer que siempre estaré así de dispuesto. —Acaricié la parte baja de su espalda con mis dedos.

La sonrisa de Livvie se desvaneció un poco, pero podía sentir su determinación de todas formas.

—¿Por qué yo, Caleb? ¿Por qué me escogiste a ?

Me arrepentía de haberle invitado a hacer sus preguntas. Podía pensar en al menos otras diez cosas que preferiría sufrir antes que formular palabras para preguntas cargadas como esas.

Sin embargo, el por qué es siempre importante para la gente. Había sido importante para mí. Había querido saber por qué me habían secuestrado. Había querido saber por qué Rafiq me había mostrado genuino afecto cuando era niño. Mi vida entera había sido acerca de por qués. Le debía respuestas a Livvie.

Me aclaré la garganta.

—Me hiciste ser curioso. —Podía prácticamente sentir la intensidad de la mirada fija de Livvie—. Te observé durante semanas antes de decidir. Cada vez que te veía... quería saber más de ti.

—¿Pero por qué? —Se apretó contra mi costado. Dejé salir un resoplido de aire.

—Joder, no lo sé. Supongo... parecías bastante triste. —Levanté mi mano libre y tracé la forma de su confusa ceja—. Parecías mirar fijamente al suelo y solía enfadarme porque no podía ver tu cara, tus ojos. Quería saber por qué estabas triste.

Escuchando mis palabras en voz alta y mirando fijamente los mismos ojos, me pregunté qué coño me había poseído para hacer daño a alguien tan inocente, tan bello.

—Me hablaste de tu madre, de cómo te trataba, pero no sabía eso al principio. Te vi en tus pantalones flojos y tus suéteres de talla grande y no tenía ningún sentido por qué una chica tan guapa se escondería. —Sabía que se había estado escondiendo de alguien como yo. Pensé: la vida es cruel—. Y, joder, luego nos conocimos. Corriste justo hacia mis brazos y yo... —Casi no podía decirlo—. Tenía que tenerte. Lo siento, Livvie. Lo siento muchísimo.

Livvie negó.

—No necesito  que te disculpes más. Estamos juntos y no necesito que te sientas mal por eso. Sólo quiero que dejes de presionarme. —Agarró mi hombro y me agitó juguetonamente—. Necesito saber cómo llegamos aquí, pero no significa que no sea feliz de estar donde estoy. Estoy aquí, contigo. Eso no es algo por lo que ninguno de nosotros debería estar arrepentido.

—No parece ser así a veces. Sientes cariño por mí, Livvie. Sé que lo haces. Excepto que no me lo dirás porque me estás castigando por lo que hice. Sé que lo merezco, pero deja de fingir que me has perdonado. Si quieres la verdad de mí, empieza siendo honesta. —Sentí el cambio de poder entre nosotros. Livvie me tenía donde quería, pero yo la tenía a ella también. Nos teníamos el uno al otro y me gustaba saber que no era algo a lo que alguno de nosotros pudiera rendirse fácilmente.

Bajó la cabeza poniéndola sobre mi pecho en súplica. Podía colmarme tan fácilmente algunas veces. Si yo tenía algo que ver con su habilidad para ejercer poder a través de la sumisión, entonces había hecho mi mejor trabajo con Livvie. Sin embargo, dudaba que fuera el caso. Había estado jugando conmigo desde el día que nos conocimos, de una manera u otra.

—Te perdono, Caleb. Solo estoy... enfadada. Tú también estás enfadado. No me gusta lo fácilmente que puedes hacerme daño.

—No es fácil, Livvie. A mí no me gusta hacerte daño. Eso no es justo.

Ella hizo un ruido como un gruñido. Casi me reí pero me las arreglé para aguantarme.

—No quería decirlo así —dijo—. Quiero decir... te fuiste. Podrías irte otra vez. Tú piensas en irte y en volver a esa vida otra vez. ¿Cómo se supone que me tiene que hacer sentir?

Quería levantarme y lanzar cosas por toda la habitación. Livvie podía ser muy exasperante.

—La única razón por la que dije eso es porque tú me haces lo mismo. Un minuto no puedes vivir sin mí y quieres que te trate con rudeza. Al siguiente me preguntas si he matado a alguien. ¡Casualmente! Como si alguna vez hubiera matado a alguien por capricho. ¿Se supone que tengo que creer que quieres pasar el resto de tu vida con alguien que crees que es capaz de esas cosas? Si es así... definitivamente no eres la persona que recuerdo.

Livvie sonrió.

—¿El resto de mi vida? Eres ambicioso.

Tomé aliento y lo dejé salir rápido. Sí, es exasperante. Tuve que reír para contenerme de sacudirla.

—Yo... está bien. Soy ambicioso. —Incapaz de resistirlo, añadí—: No es como si tuviera algo más que hacer para siempre. Mi agenda está abierta de par en par.

—En ese caso, ¿puedo hacer mis preguntas? —Sonrió avergonzadamente.

Suspiré.

Mierda. Adelante, entonces.

Hablamos durante horas, o eso pareció. ¿Cuánta gente había matado? ¿Por qué les había matado? ¿Me hice cargo de todos en la mansión? ¿Qué pasó con Celia? (Está muy viva).

Respondí a todas sus preguntas tan rápida y eficientemente como pude y sin ponerme emocional sobre ellas. No me arrepentía de las vidas que había arrebatado. Nunca maté indiscriminadamente. Sólo sentía culpa por aquellos que había puesto en el camino del daño. No me importaron las preguntas que involucraban a Rafiq, de las cuales hubo pocas, o las que tenían que ver con la historia de Livvie y yo, de las cuales hubo muchas.

—¿Te gustaban las cosas que me hacías? —preguntó. Estaba mentalmente y físicamente exhausto.

—¿Y a ti? —pregunté. Esperaba que captara la pista y dejara de hacerme tantas malditas preguntas.

—Algunas de ellas —susurró suavemente.

Volví mi cabeza hacia ella y la miré fijamente. Estaba sonrojándose. Las cosas finalmente se estaban poniendo interesantes.

—¿Cómo cuáles? Y no digas los azotes... Sé que te encantan los azotes.

—Yo... bueno, son principalmente los azotes, pero me gusta... otras cosas también. Es tu culpa. Me has convertido en una pervertida sexual como tú. —Me besó en el pecho.

Me reí.

—Afortunado de mí.

—Podrías... atarme. Si quieres. Si... te gusta eso. —El dedo de Livvie se deslizó por debajo de las sábanas y acarició mi polla. Gemí.

—Gatita... estoy... —Estaba distraído. Sus dedos envolvieron mi carne y empezaron a acariciar—. Me han dado una paliza del demonio. No creo que... —Me fui apagando mientras mis ojos se cerraban de golpe.

—¿Te gustaría eso, a pesar de todo? —Su voz era baja y tímida a pesar del atrevimiento de sus caricias.

—Sí —susurré—. Eso me gustaría muchísimo. Echo de menos... Dios, eso se siente bien.

Deslizó su mano hasta mis bolas, sus uñas arañando ligeramente sobre la sensible piel.

—¿Qué echas de menos? —susurró. Su pierna se enrolló alrededor de la mía. Mi mano descansaba en la parte baja de su espalda y podía sentirla empezando a frotarse contra mí.

—Control —me las arreglé para decir—. Echo de menos tener el control. —Levanté mi mano desde sus lumbares y la puse en la parte de atrás de su cabeza.

—¿Sobre mí? —jadeó.

—Sí. Yo... me gustaba ser capaz de decirte qué hacer. Me gustaba saber lo que iba a ocurrir a continuación. —Me reí para mí mismo—. Me gustaba... —Destrozarte y obligarte a hacer lo que fuera que yo quisiera que hicieses. Me gustaba poseerte. Me gustaba escandalizarte. Me gustaba hacer que te desmoronases y recomponerte de nuevo—. Detente, Livvie. —Coloqué mi mano en la suya y evité que siguiera acariciando mi polla.

—¿Qué va mal? —preguntó inmediatamente.

—¡Esto! —Me incorporé despacio—. ¿Qué crees que me gustaba de eso, Livvie? No estoy acostumbrado a ser... No soy normal, Livvie. Solía ponérseme dura cuando llorabas. ¿Es eso lo que quieres oír?

La expresión de Livvie era de dolor.

—Eso lo sé, Caleb. Me lo dijiste. No espero que seas normal. Es solo que... —Pasó de estar herida a avergonzada.

—¿Es qué, Livvie? Explícamelo, porque me tienes todo confuso. —La miré fijamente, invitándola a contestar.

—Es solo que... —vacilaba—. Antes de ti... no hubo nadie. Y luego pasamos todo ese tiempo juntos e hicimos todas esas cosas. Y luego, estaba sola y tú te habías ido y yo intenté... con otros chicos, pero no eran tú... y yo no podía...

—¿Qué? —insistí—. Pensé que habías dicho que no estuviste con nadie desde mí.

Salió rápidamente de su dispersión.

—¡No lo estuve! ¡No pude! Caleb, las cosas que me hiciste. Me acostumbré a ellas. Me gustaban. Nunca podría hacer algo mal contigo. Me decías lo que tenía que hacer... y me gustaba. No había nadie que pudiera... —Se sonrojó hasta que casi su pecho parecía rojo.

Exhalé, conmocionado. Pensé en la primera mañana en la habitación del hotel y en las variadas ocasiones en las que me había provocado para dominarla. Me sentí estúpido por no haber encajado las piezas antes. Sabía que alguna gente disfrutaba los juegos que implicaban dominación y sumisión, solo que nunca antes había sido un juego para mí. Miré a Livvie y sonreí.

—Oh, Gatita, que extraña pareja somos. Estoy... un poco sin palabras. Sabes lo que me gusta. No solo me gusta dominarte: me encanta. Pero es difícil encenderlo y apagarlo. Es... diferente.

Livvie tiró de la sabana que había entre nosotros nerviosamente.

—Lo sé. Pero... ¿podríamos intentarlo? En cierta forma lo hemos estado haciendo. Como... solo cuando estemos teniendo sexo. ¿Podría ser así?

Mi cerebro se sentía como si se estuviera expandiendo en mi cráneo. Me estaba ofreciendo control, pero solo bajo determinadas circunstancias. Era un gran concepto para que yo lo entendiera, pero era uno que estaba deseando comprender concienzudamente. Mi polla estaba totalmente erecta sólo intentando entenderlo.

—Así que si yo te dijera: «Ponte de rodillas», ¿qué dirías?

Livvie dejó salir un aliento profundo y sonrió. Se deslizó fuera de la cama y fue hacia el suelo.

 —Sí, Caleb —susurró y se sonrojó.

Mi corazón brincó.

—Creo que... me va a gustar esto. Un montón.