Treinta

—Entonces ¿en esta ocasión, Isabelle sí llamó a los bomberos? —preguntó Allie con un susurro ronco.

—Por primera y única vez —Rachel le sonrió—. Después de que Jules y tú nos dierais un susto de muerte.

Había salido el sol y estaban sentadas en un dormitorio del ala de los profesores. Incorporada sobre un montón de almohadones, Allie sostenía una taza de té con miel y limón que Rachel le había llevado para suavizarle la irritación de garganta. Su amiga estaba sentada a los pies de la cama, contándole «todo lo que pasó después de que te murieras».

—Te pusieron una máscara de oxígeno, aunque tuvieron que arrancarte a la fuerza de los brazos de Sylvain para hacerlo —Rachel enarcó una ceja—. No quería separarse de ti.

—¿Fue Sylvain quien me encontró?

—Sí.

—¿Cómo…?

—Carter y él habían sacado a los chicos de los dormitorios. Entonces descubrieron el segundo incendio. Carter fue a despertar a los profesores. Sylvain se dirigió al ala de las chicas, pero advirtió que estaba vacía y se reunió con nosotras en el exterior —explicó Rachel—. Katie y yo acabábamos de sacar a Jules y al ver que no estabas allí…

Se detuvo a mitad de la frase y Allie comprendió que estaba llorando. Se incorporó aún más para estrecharle la mano.

—Estoy bien —susurró. Rachel asintió y se enjugó las lágrimas.

Al cabo de pocos segundos, prosiguió con voz temblorosa.

—Cuando le dijimos que no sabíamos dónde estabas, nadie pudo detenerlo. Corrió a la biblioteca como si fuera inmune a las llamas.

Inspiró profundamente.

—No te vi cuando te sacó porque le estaba haciendo el boca a boca a Jules. Pero Jo me dijo que te estuvo reanimando mucho rato antes de que volvieras en ti.

Después de eso, se negaba a soltarte. Supongo que tenía miedo de que dejaras de respirar otra vez.

—Supongo que sí —repitió Allie.

—En fin, en cuanto Isabelle llamó a los bomberos, Nathaniel y sus compinches se esfumaron… y ojalá pudiera decirlo literalmente —Rachel se apoyó contra la pared—. Jules, tú y tres miembros del personal de servicio precisabais oxígeno. Jules y un chico, Peter, ¿lo conoces?

Allie negó con la cabeza.

—Es uno de los alumnos más jóvenes. Bueno, están los dos en el hospital por inhalación de humo. También querían trasladarte a ti, pero no lo permitieron. Isabelle, Carter y Sylvain se negaron en redondo. Por eso te trajeron aquí. Carter ha pasado contigo toda la noche para asegurarse de que respirabas. Y lo has hecho —concluyó resplandeciente.

—Hurra por mí —gruñó Allie con debilidad.

—Pues sí. Hurra por ti.

—¿Han sido muy graves los daños del edificio? —preguntó.

—No estoy segura. Por lo que sé, hay tres o cuatro habitaciones destrozadas. No dejan entrar a nadie en los dormitorios, y todo el edificio apesta a humo —frunció la nariz—. En la biblioteca, el fuego empezó en el escritorio y se propagó a los papeles de por allí. Aún no saben cuántos libros se han perdido.

Parecía verdaderamente consternada y Allie tuvo que ocultar una sonrisa.

—Creen que los cuartos donde se iniciaron los fuegos estaban vacíos. También se provocó un incendio en el desván y en el rellano —Allie recordó de repente a Christopher blandiendo una antorcha en llamas—, pero aún están haciendo cálculos. Isabelle va de un lado para otro como poseída.

»Los constructores vendrán esta tarde para evaluar los daños, y nos mandarán a todos a casa. Nos han puesto trabajos para sustituir los exámenes finales. Deberíamos pedir que nos dejaran hacerlos sobre la prevención de incendios.

La risilla de Allie sonó como papel de lija sobre madera basta.

—Podría cambiar el tema de mi trabajo de Historia y escoger el Gran Incendio de Londres.

—Sí, ¿verdad? Te ahorrarías la investigación.

Alguien llamó a la puerta. Allie intentó decir «Pasa», pero únicamente logró exhalar un susurro.

Entrez-vous —gritó Rachel.

Jo abrió la puerta y entró cabizbaja. Nerviosa, cerró tras ella.

—Hola, Allie. ¿Cómo te encuentras?

Ella sonrió con debilidad.

—Sobreviviré… otra vez… creo —contestó—. Rachel acaba de contarme todo lo que pasó ayer por la noche.

—Fue una locura —corroboró Jo—. Espeluznante, en serio.

—Pero aquí estamos —dijo Rachel—. Y tuve que hacer un auténtico boca a boca por primera vez en la vida, de modo que no estuvo tan mal.

—Valió la pena —convino Allie.

—Eso pensé yo.

Incómoda, Jo se volvió a mirar a Rachel.

—Odio pedirte esto pero ¿te importaría dejarme unos minutos a solas con…?

Rachel se levantó de la cama.

—Claro. Allie, iré a buscarte algo de comer. ¿Qué te apetece?

A ella le dolía la garganta.

—Algo frío —repuso—. Y blandito.

Una sonrisa afectuosa iluminó el rostro de Rachel.

—Muy bien. Comida blandita. Yo me ocupo, nena.

Cuando la otra hubo salido, Jo se sentó con cuidado al borde de la cama.

—Solo quería decirte que lo siento.

Allie empezó a responder que no hacía falta pero Jo negó con la cabeza. Tenía la cara roja como un tomate y Allie advirtió que había estado llorando.

—Ayer por la noche me salvaste la vida… y arriesgaste la tuya para hacerlo. Creo que hiciste lo mismo en el tejado hace unas semanas. Katie me confesó que había mentido porque estaba enfadada contigo.

Allie se quedó de una pieza.

—¿Que hizo qué?

Jo asintió.

—También la salvaste a ella, ¿no? Tal vez sea una arpía, pero no es una arpía desagradecida.

Allie soltó una carcajada ronca sin poder contenerse. Ambas se deshicieron en risas aunque Allie acabó con un ataque de tos.

—Le contaré que has dicho eso —consiguió roncar.

Cuando recuperaron la compostura, Jo se puso muy seria.

—Sé que tengo un problema, Allie. Sufro… eso que el psiquiatra llama «episodios» durante los que no me comporto de forma racional. Y no debería beber. Lamento haberte implicado en ello. Ojalá nunca hubiera pasado. Si pudiera volver atrás en el tiempo, lo haría sin dudarlo un segundo. Pero quiero que sepas que estoy haciendo lo posible para que no se vuelva a repetir.

—No pasa nada —repuso Allie, aunque no era verdad.

Como si le hubiera leído la mente, Jo insistió:

—Sí que pasa, y lo sé.

—Bien —dijo Allie en tono amable.

No obstante, Jo no había terminado.

—El problema es —prosiguió— que cada vez que algo me altera me comporto así. Antes guardaba relación con mis padres. Hacían alguna tontería o se olvidaban de mí y se me cruzaban los cables. Pero esta vez fue… lo que le pasó a Ruth —alzó la vista para mirar a Allie—. Es que… si sabes algo terrible y no se lo cuentas a nadie… te vuelves loca.

Allie sintió una punzada de miedo, como la caricia de unos dedos gélidos en la piel. No podía apartar la mirada de Jo.

—Seguro que sí. ¿Qué sabías tú que no le pudieras decir a nadie?

Los grandes ojos azul aciano de Jo sostuvieron los suyos.

—Sé quién mató a Ruth. Y no podía soportarlo. Saberlo. No podía ser… la única.

Dos inspiraciones. Una espiración.

Allie la miraba fijamente mientras el corazón le martilleaba los oídos.

—¿Quién mató a Ruth, Jo? —susurró.

—Gabe —el dolor había apagado la voz de Jo—. Gabe mató a Ruth.

Cuando Rachel volvió al cabo de unos minutos cargada con yogur, helado y fresas («¿Ves? Todo cosas blanditas…»), Jo sollozaba en los brazos de Allie.

Por encima de la muchacha, Allie cuchicheó a Rachel:

—Ve a buscar a Isabelle.

Sin pronunciar palabra, su amiga dejó la comida sobre el escritorio y salió como una exhalación.

—Todo irá bien —le susurraba Allie una y otra vez, aunque no estaba muy segura. Sentía náuseas, y respiraba con profundas bocanadas para tranquilizarse mientras las preguntas se agolpaban en su mente a demasiada velocidad como para pedir respuestas.

¿Fue Gabe? ¿Gabe mató a Ruth? ¿Por qué?

Recordaba haberse escondido de Gabe en el sendero aquella noche que había salido con Carter. Algo en su tono de voz —una amenaza difusa— había despertado su instinto de autoprotección y la había inducido a ocultarse. En aquel momento, lo había temido tanto como jamás hubiera temido a Nathaniel.

Pero ¿un asesinato?

Le parecía inconcebible. ¿Por qué iba él a hacer algo así? Ruth era su amiga. ¿Qué pudo hacer que lo impulsara a lastimarla? A matarla, nada menos.

—Jo, Isabelle llegará enseguida y tienes que contarle la verdad —roncó Allie—. ¿Lo harás?

Con el rostro abotargado, la muchacha asintió.

—Por eso te lo he contado. Creo que todo el mundo debe saberlo. Es peligroso.

Cuando Rachel e Isabelle entraron a toda prisa pocos minutos después, Jo seguía llorando. La directora llevaba las mallas oscuras y la túnica que se había puesto el día del parlamento, y despedía un ligero tufo a humo.

—¿Allie? —preguntó al reparar en la palidez de esta y en las lágrimas de Jo—. ¿Va todo bien?

—Jo tiene que contarte algo —susurró Allie.

La joven le narró lo que ya le había dicho a Allie. Mientras hablaba, Isabelle se dejó caer de rodillas junto a la cama, sin apartar la mirada del semblante de Jo.

—Pero ¿por qué, Jo? —preguntó por fin—. ¿Te dijo por qué?

—Dijo que Ruth se iba de la lengua. Y que sabía demasiado acerca de lo que estaba pasando. Quería contarlo. Creo que te lo quería contar a ti —confesó—. Pero nunca llegó a decirme a qué se refería… o sea, qué pasaba en realidad.

Allie advirtió sorpresa en la expresión de Isabelle, pero la directora adoptó un tono extraordinariamente tranquilo.

—Rachel —pidió—, ¿puedes ir a buscar a Matthew y a August, por favor? —cogió la mano de Jo, que sostenía un pañuelo de papel empapado en lágrimas—. ¿Te contó cómo lo hizo?

—Más o menos. Lo suficiente para asustarme —repuso Jo—. Fue durante el baile. Todo el mundo estaba danzando tan contento. Pero me dejó sola unos minutos y cuando volvió tenía una mano manchada de sangre. Creía que se había hecho daño. Dijo que había sufrido un accidente, un corte, nada importante. Pero no me dijo nada… de Ruth. Me lo contó algunas semanas después. No quería que siguiera siendo amiga de Allie. Me dijo que lo que le había pasado a Ruth podría pasarle a Allie también. O a cualquiera de sus amigas.

Recordando el cuerpo de Ruth —aquella cara casi irreconocible de tan pálida, su bonito vestido rosa oscuro de sangre—, Allie tragó saliva con fuerza. Gabe la había amenazado. Aquel rostro pudo ser el suyo. El bonito vestido.

Contó los latidos de su corazón.

… doce, trece, catorce…

—¿Qué más te dijo? —preguntó Isabelle.

—No quería que le contara a Allie nada de la Night School ni de sus actividades en ella —Jo parecía cansada—. Dijo que Allie tenía la culpa de todo lo malo que estaba pasando y que tú y Zelazny erais débiles. Afirmó que Nathaniel tenía razón y que debías entregársela…

Isabelle y Allie intercambiaron una mirada sobresaltada.

—¿Y cómo conoció Gabe a Nathaniel? —siguió interrogando la directora con suavidad.

—No lo sé —contestó Jo—. Ellos… se veían. De vez en cuando Gabe se reunía con él. Para hablar.

Allie ahogó una exclamación. Vio que la tez de Isabelle palidecía.

—¿Son… amigos? —la voz de Isabelle tembló, solo un poco. Quizá Jo no lo advirtiera, pero Allie sí.

—Más o menos —Jo caviló un momento—. Creo que Gabe lo admira.

En aquel momento, entraron Zelazny y Matthew. Isabelle se levantó y salió a hablar con ellos. Regresó sola a la habitación y se sentó en la cama junto a Jo y Allie.

—¿Por qué no nos lo has contado hasta ahora, cariño? —preguntó con voz queda.

Las lágrimas corrían por el rostro de la chica.

—No sabía qué hacer —sollozó—. Quiero… quería a Gabe. No podía… no sabía qué hacer. Lo siento. Lo siento muchísimo.

—No pasa nada —susurró la directora, pero Allie supo que estaba mintiendo.

Después de que Isabelle llevara a Jo a su propio dormitorio, Rachel regresó el tiempo suficiente para obligar a Allie a comer un poco de helado y yogur tibio.

Permaneció junto a ella hasta que su amiga se quedó dormida.

Cuando despertó, Carter estaba sentado a los pies de la cama, mirándola, con una expresión indescifrable en los ojos.

—Eh —carraspeó ella.

—¿Cómo te va? —le preguntó él con suavidad.

—Nunca he estado mejor —aquellas palabras pronunciadas al poco de despertar le provocaron un ataque de tos y Carter le tendió un vaso de agua con una pajita.

Cuando volvió a respirar con normalidad, Allie se incorporó en la cama hasta que consiguió sentarse.

—¿Te has enterado de lo de Gabe? —le preguntó.

Él asintió, con todo el cuerpo en tensión.

—Debería haberme dado cuenta, Allie. ¿Por qué no comprendí que había sido él?

—Nadie se dio cuenta —repuso ella—. Si tú tienes la culpa, los demás también. ¿Lo han encontrado?

—No… Todos lo están buscando, pero nadie sabe dónde está. Parece ser que se ha fugado.

Allie pasó un minuto procesando aquella información. Luego dijo:

—Rachel me ha contado que salvaste a un montón de gente ayer por la noche. Fuiste muy valiente.

—Tú también salvaste a mucha gente —sin embargo, no alabó el valor de Allie a su vez y ella advirtió la tensión de su rostro.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

Él negó con la cabeza y guardó silencio un instante. Cuando habló, la voz le temblaba.

—¿Por qué no te quedaste en el escondite, Allie? No te habría pasado nada si me hubieras escuchado.

—Lo siento, Carter, pero tuve miedo por las chicas —confesó—. Tenía que echar una mano. No podía dejarlas morir.

—Nosotros las habríamos salvado —objetó él.

—No podíamos saberlo —arguyó Allie—. El fuego se propaga con rapidez.

—¿De quién fue la idea? ¿Tuya o de Jules?

Allie consideró muy en serio la idea de mentir.

—Mía —reconoció al fin—. Jules quería que esperáramos.

—Y las dos estuvisteis a punto de morir —le recriminó.

—Pero salvamos a muchas personas, Carter —su voz ronca rezumaba indignación—. Fuimos de gran ayuda.

—Los habría sacrificado a todos con tal de salvarte.

Ella se lo quedó mirando, perpleja.

—No digas eso —susurró—. Es horrible.

—Ya sé que es horrible —se enjugó una lágrima de la mejilla y evitó mirarla—. Pero es la verdad.

Allie no sabía qué responder a eso, y lo contempló preocupada.

—Estoy perfectamente, ¿sabes?

—Ya lo sé.

—Entonces, no hagamos un drama, ¿vale? Alegrémonos de estar sanos y salvos —le cogió la mano y se la llevó a la mejilla—. Estoy tan contenta de que no te haya pasado nada.

Sin decir palabra, Carter la rodeó con sus brazos.

—Carter y Allie salvan el mundo —susurró ella.

Por la tarde, Rachel le llevó a Allie una falda y una blusa que apestaban a madera chamuscada.

—Me han dejado entrar en los dormitorios durante tres segundos enteros y he saqueado tu armario para traerte algo de ropa —explicó—. Lamento lo de la peste.

—Tranquila —replicó Allie—. Me basta con saber que voy a poder quitarme de encima este pijama carbonizado.

—Han dicho que podremos coger nuestras cosas mañana —la informó Rachel—. Con supervisión, por supuesto.

—Claro —Allie hizo una mueca—. La seguridad ante todo.

—La gente ha empezado a marcharse. Mi padre llegará mañana por la mañana —dijo Rachel—. La oferta sigue en pie, si quieres venir a mi casa.

—Gracias, Rach —repuso Allie—. Es posible que la acepte.

Después de una ducha en el cuarto de baño de los profesores para quitarse el hollín del pelo, Allie comenzó a sentirse persona otra vez. Rachel había olvidado llevarle zapatos, por eso cuando Allie bajó las escaleras algo más tarde seguía descalza. Pese a todo, se encaminó decidida al despacho de Isabelle y llamó con los nudillos.

La puerta se abrió antes de que hubiera acabado de golpearla. Isabelle, sin pronunciar palabra, la envolvió en un fuerte abrazo. Luego, sin soltarla, dio un paso atrás y le miró la cara.

—¿Cómo te encuentras?

—Bien, creo —susurró Allie.

La directora la hizo pasar.

—Entra y siéntate.

—¿Cómo está Jo? —quiso saber.

—Nada bien —reconoció Isabelle, y se sentó junto a ella mientras el calentador de agua roncaba al fondo—. Está muy disgustada, como es de comprender.

Allie titubeó; ni siquiera estaba segura de poder reunir las fuerzas para formular la siguiente pregunta.

—¿Gabe? —cuchicheó al fin.

Isabelle negó con la cabeza.

—Se ha ido. Cuando Zelazny y Matthew fueron a buscarlo, había desaparecido. Creemos que debió de marcharse durante el incendio.

Por alguna razón a Allie no le sorprendió saberlo. Inspiró hondo para tranquilizarse.

—Y… ¿ahora qué?

—Lo buscaremos —Isabelle estaba ocupada preparando té—. Hablaremos con sus padres. E intentaremos asegurarnos de que esté a salvo. Cuidaremos de Jo. Y encontraremos la manera de pararle los pies a Nathaniel.

—Quiero colaborar —declaró Allie.

—Lo harás —repuso Isabelle—. Te lo prometo.

—No, Isabelle —el tono de Allie era firme—. Quiero decir que quiero colaborar. De ahora en adelante, deseo implicarme a fondo.

La directora la miró sin comprender, y Allie procuró que su voz no delatara la frustración y el nerviosismo que sentía. Si alguna vez había tenido que demostrar madurez, fue en ese momento.

—Formo parte de todo esto. En cierto sentido, Gabe tenía razón y lo que está pasando guarda relación conmigo. Nathaniel tiene a Christopher y me quiere a mí también. Eso es así, ¿o me equivoco? A lo largo del trimestre, me han rescatado, salvado, ayudado, todo el mundo ha hecho lo posible por protegerme, lo cual es maravilloso y lo agradezco profundamente. Pero quiero ser capaz de protegerme a mí misma. Hoy por hoy, ni siquiera soy capaz de ponerme a salvo. No sé cómo hacerlo —pugnó por dominar los nervios—. Sin embargo, hay un lugar donde podría aprender las destrezas necesarias para conseguirlo.

Isabelle habló despacio.

—Quieres unirte a la Night School.

—Es lógico, ¿no? —Allie se abrazó a sí misma—. Necesito ser más fuerte y más rápida. Tengo que aprender a luchar. Y debo saber qué está pasando para poder tomar las decisiones apropiadas. Nunca acataré las órdenes si os limitáis a decirme: «Allie, no salgas». Pero si me incluyes en el equipo… todo será distinto.

Se hizo un silencio pesado. Allie advirtió que Isabelle estaba sopesando sus palabras. Al cabo de un instante, la directora le tendió una taza de té que despedía un aroma extraño a hierbas y a limón.

—Para tu garganta. Bébetelo —se sentó a su lado—. Conforme, pues. Me parece bien. Hablaré con los demás.

Allie sintió un escalofrío de emoción en el cuerpo. Como si se hubiera dado cuenta, Isabelle corrió a sofocarlo.

—La decisión no depende solo de mí, Allie. Los demás tendrán que estar de acuerdo. Pero yo te apoyaré.

Allie no creyó las aprensiones de Isabelle. Sabía que se acataría la voluntad de la directora.

Estaba dentro.

Cambiando de tema, Isabelle dijo:

—Tienes una voz espantosa, por cierto. ¿Le ha echado el médico un vistazo a tu garganta?

Hacía una hora, un médico había examinado a Allie. Había dictaminado que no tenía la garganta «tan mal como cabría esperar» y le había dado un frasco de pastillas y un líquido para hacer gárgaras.

Allie asintió:

—Ha dicho que sobreviviré, pero que nunca podré cantar ópera.

—Puccini se las tendrá que arreglar sin ti —bromeó Isabelle—. Podría haber sido mucho peor.

—Eso creo yo. ¿Cómo está Jules?

Isabelle hizo un gesto de asentimiento.

—Muy bien. Sufrió una conmoción cerebral; tropezó y se golpeó en la cabeza. Por lo visto, estuvo un rato inconsciente, pero en el suelo permaneció a salvo de lo peor del humo y el calor, así que no ha sufrido daños permanentes en los pulmones. Volverá esta noche.

Sintiéndose culpable, Allie recordó que había dudado de Jules hasta el último momento en la biblioteca.

—Me alegro de que se encuentre bien. Fue muy valiente.

—Ella dice lo mismo de ti.

Allie formuló la siguiente pregunta una pizca azorada.

—¿Has visto a Sylvain? —se le hizo un nudo en la garganta—. Yo… quería darle las gracias.

—Te está evitando —le espetó Isabelle a bocajarro.

Allie dio un respingo.

—¿Por qué?

La directora la miró con cariño.

—Ya lo sabes, ¿verdad?

El té irradiaba su calor a través de la porcelana de la taza hasta quemar los dedos de Allie.

—¿Qué?

—Que siente algo por ti.

En aquel momento, Allie comprendió que sí. Lo sabía. Recordó el instante en que lo había visto llorar. La inundaron emociones que ni siquiera conocía.

—Pero yo estoy con Carter —arguyó con voz queda.

—Ya lo sé —Isabelle levantó las manos en ademán de impotencia—. Así están las cosas.

Allie miró la rodaja de limón que flotaba en la taza, a la deriva.

—Sí. Así están las cosas.

La directora se acurrucó en la segunda butaca, junto a ella. Las ojeras de sus ojos delataban el cansancio que sentía.

—No creo que vuelvas a ver a Sylvain este trimestre. Necesita tiempo para pensar. Y para recuperarse.

—¿Le dirás…? —Allie caviló qué le podía decir—. ¿Le darás las… gracias de mi parte?

—Claro que sí.

Allie dejó la taza.

—He decidido que voy a ir a casa en vez de irme con Rachel. Tengo que hablar con mis padres.

Isabelle puso cara de preocupación.

—Me parece lo más inteligente, y me alegro de que hayas tomado esa decisión —empezó a decir con cautela—. Sin embargo, ahora que sabemos que Christopher está con Nathaniel y que este último demuestra interés por ti… Bueno, eso lo cambia todo. La situación ahora es más peligrosa. Se lo explicaré a tu madre. No obstante… Allie, en casa no estarás segura. Haré cuanto pueda para protegerte, pero no corras ningún riesgo.

Allie se acordó de Ruth.

—Tendré cuidado —prometió—. Pasaré desapercibida.

—El trimestre de otoño empieza dentro de tres semanas —calculó Isabelle—, pero no puedo dejar que pases en casa tanto tiempo. Ve unos días de visita; después deberías considerar muy en serio la idea de quedarte en casa de Rachel. Su padre es muy capaz de protegerte y te estará esperando. Enviaré un coche a buscarte.

Oír que tu hogar —el lugar donde una vez te sentiste a salvo de todo— ya no era seguro producía una sensación horrible. Sin embargo, Allie no discutió. Sabía lo que Nathaniel era capaz de hacer.

—Vale —aceptó.

Isabelle cogió un trozo de papel de su escritorio y escribió algo.

—Si te notas agobiada o te asustas en algún momento; si algo te produce una sensación amenazadora o simplemente te llama la atención… —le tendió a Allie el papel—, llámame y enviaré a alguien a buscarte. No te arriesgues bajo ninguna circunstancia. ¿Lo harás por mí?

El papel llevaba escrito el nombre de Isabelle y, a continuación, un número de teléfono.

Allie asintió.

—Lo prometo.

Se levantaron, e Isabelle volvió a abrazarla. Allie se dirigió hacia la puerta. Mientras hacía girar el pomo, Isabelle la detuvo.

—Solo una cosa más —añadió—. Pídele a tu madre que te hable de Lucinda —Allie abrió mucho los ojos pero no dijo nada. La directora concluyó la frase—: Dile que ha llegado el momento.