Quince
Cuando Allie llegó al cuarto de Jo a las seis y media, esta y Lisa ya habían desperdigado los vestidos y revuelto los zapatos. Allie se encontraba mucho mejor; más normal. De algún modo, el sueño la había tranquilizado. Pasara lo que pasase al día siguiente, aquella noche se iba a divertir. Pensaba disfrutar del baile. En el lago había dado un espectáculo. ¿Y qué? Ya había sobrevivido a cosas peores. Antes de llegar a Cimmeria, nunca le había preocupado lo que pensaran de ella. ¿Por qué tenía que cambiar eso ahora?
Lisa, que asistiría al baile con Lucas («Solo como amigos, ¿eh?»), estaba emocionadísima.
—¿No creéis que es el vestido perfecto?
Su alegría era contagiosa y al instante Allie se sintió más optimista respecto al mundo en general.
—Será precioso, estoy segura.
—Francamente, me conformo con pasar un rato con Gabe —suspiró Jo—. Llevo varios días casi sin verlo.
—¿Tienes alguna idea de lo que ha estado haciendo? —preguntó Allie, mientras colgaba el vaporoso vestido blanco de la puerta del armario.
Jo negó con la cabeza.
—Ni la más mínima. Solo sé que «está trabajando en un proyecto».
Lo dijo en un tono grave y como a la defensiva, tan parecido al de Gabe que a Lisa y a Allie se les escapó la risa.
—Sí, Sylvain sería más «lo que estamós hasiendó es muy impogtante» —se burló Allie, y las tres se ahogaron de risa otra vez.
Una bandeja plateada con bocadillos triangulares y varias jarras de zumo aguardaba en el escritorio de Jo. Esta había insistido en que todas debían comer algo antes de salir. («El año pasado casi me desmayo en el baile porque estaba tan nerviosa que no comí nada en todo el día».) Delgada como un tallo de margarita, Lisa mordisqueó con delicadeza el borde de un sándwich de pepino antes de dejarlo sobre una servilleta. Jo le lanzó una mirada de reconvención.
—Cómetelo, Lisa.
—Pero es que no tengo hambre —protestó Lisa rechazando el tentempié.
Allie, que se había saltado la comida para poder dormir, cogió un sándwich de queso y le dio un gran mordisco.
—Dios mío, ¿cómo es posible que no estés hambrienta? Yo me muero de hambre.
Lisa, que aún no sabía cómo peinarse y empezaba a estar desesperada, les mostró en silencio una revista abierta por la foto de una actriz que lucía un complicado recogido.
—Ojalá me permitieras obrar mi magia y dejaras de preocuparte —dijo Jo—. Yo puedo hacerlo mejor. De hecho, Allie, te voy a peinar ahora mismo. Tengo el presentimiento de que arreglar a Lisa me va a costar una eternidad.
Allie se embutió el resto del bocadillo en la boca.
—Ufm —accedió mientras se sentaba en la silla.
—Exacto.
Jo le cepilló la melena y procedió a retorcérsela cuidadosamente con la cinta.
—Me encanta que me peinen —declaró Allie cerrando los ojos—. Es como si te dieran un masaje en la cabeza.
—Si la carísima educación de Cimmeria no da resultado, pienso abrir una peluquería en el Mayfair londinense —Jo retorció un mechón con habilidad y lo prendió en su lugar—. La llamaré MayHair.
Allie se rio.
—Eres muy previsora. Vale, pues muy bien. Si esta carísima educación no da el resultado previsto, yo seré tu primera clienta.
Como Jo había predicho, tardaron siglos en arreglarse. El pelo de Lisa por sí mismo ya consumió la mayor parte del tiempo. Al final y tras muchas discusiones le hizo un moño sencillo que destacaba su cuello largo y esbelto.
—Es perfecto —Lisa sonrió a su propio reflejo en el espejo—. Jo, eres un genio.
—Ya lo sé —repuso ella mientras alisaba su propio cabello para darle un favorecedor estilo garçon—. Pero a ver si sabes qué hora es.
Allie echó un vistazo al reloj y gimió.
—Dense prisa, señoritas, solo nos quedan diez minutos.
Cogieron los vestidos.
—Sabía que nos pasaría esto —dijo Jo mientras se deslizaba el minivestido plateado por la cabeza. Allie la ayudó a subirse la cremallera, que iba a la espalda.
—Sí, lo sabías. Y mira de qué nos ha servido.
Mientras Allie se ponía el vestido blanco largo hasta los pies, Jo se calzó unas sandalias tobilleras y se dispuso a ayudar a las demás.
Allie la contempló con admiración.
—Pareces una estrella de cine.
—Querida, es posible, pero tú pareces una princesa de cuento.
Lisa llevaba un vestido de seda de un tono azul plata sujeto con delicados tirantes, y un chal de seda a juego que se dejó caer lánguido por la espalda. Cuando por fin se puso los zapatos, Jo y Allie aplaudieron con retintín.
—Estás preciosa pero, Dios mío, te cuesta una eternidad arreglarte —dijo Jo.
Lisa cogió su bolso de mano y sonrió sin rencor.
—Todo el mundo lo dice.
—¡Un momento! Que nadie salga de esta habitación hasta que nos hayamos hecho una foto.
Jo agitó una pequeña cámara.
Arrastró a Allie y a Lisa ante el espejo de cuerpo entero y las tres se apretujaron entre risas. Cuando la luna las reflejó a las tres, levantó la cámara en alto e hizo la foto.
—Perfecto —aprobó mientras comprobaba la imagen—. Estamos increíbles.
—Es probable que nunca volvamos a tener tan buen aspecto —vaticinó Lisa en tono aciago. Allie y Jo se la quedaron mirando un momento antes de estallar en carcajadas.
—Eres la agonía personificada —dijo Jo abrazándola—. No me obligues a despeinarte.
Cruzaron la puerta a las ocho en punto. Desde lo alto de las escaleras, atisbaron a un montón de chicos escandalosos reunidos al pie, todos vestidos de gala.
Las chicas vacilaron apenas un segundo mientras caía el silencio entre los congregados abajo al divisarlas. A Allie, aquel momento le pareció irreal. La noche anterior había perdido los nervios y había estado a punto de ahogarse y pese a todo allí estaba, con un vestido precioso y rodeada de buenas amigas. Tuvo la sensación de estar viviendo la vida de otra persona.
Sylvain, Lucas y Gabe se hallaban entre el gentío pero no vio ni rastro de Carter.
Allie se irguió y metió el estómago. Jo capturó su mirada y le hizo un guiño; luego le tendió la mano. Allie se la cogió y le dio la otra a Lisa. Bajaron las escaleras juntas, entre un revoloteo de seda parecido a un batir de alas.
Concentrada en mantener el equilibrio sobre los tacones chupete de los zapatos que Jo le había prestado, Allie no apartó la vista de los peldaños. Cuando levantó la mirada, descubrió a Sylvain ante ella, sonriendo. Soltó la mano de Jo.
Sylvain la admiró sin reparos mientras le tomaba la mano, se la besaba y la colocaba sobre su propio brazo.
—Estás guapísima —dijo.
Allie vio calor y deseo en sus ojos. Notó mariposas en el estómago.
Levantando la barbilla, le sonrió.
—Tú también.
Y era verdad. Aquel traje oscuro, de corte perfecto, le sentaba de maravilla. El patrón remarcaba la musculatura de los hombros y el pecho. Él la obsequió con su sonrisa perfecta.
De repente, la duda asaltó a Allie. ¿Estoy haciendo bien? ¿Y si Carter dice la verdad?
Como si la expresión de su rostro la hubiera traicionado, Sylvain le acarició la frente con los dedos apartándole un flequillo invisible.
—Estoy deseando bailar contigo. Entremos.
Su voz transmitía tanta confianza y sus movimientos eran tan seguros que Allie irguió los hombros y echó a andar a su lado.
Se unieron a la marea de alumnos que, vestidos con elegancia, fluía hacia el salón de actos, donde el personal de servicio, de esmoquin junto a la puerta, ofrecía vasos largos de champán a los recién llegados. Cogieron un vaso cada uno y entraron.
En el interior, Allie esperaba encontrar una discoteca. En cambio, vio desplegarse ante sus ojos una escena de elegante anacronismo. Una pequeña orquesta tocaba un vals en un rincón. La luz de las velas destellaba por doquier, sobre las mesas, en candelabros, en apliques de pared, en el hogar de la chimenea. Además, todas las superficies estaban decoradas con flores blancas en jarrones. Habían cubierto las mesas con manteles de lino inmaculado, y las sillas lucían cintas de seda blanca. Un aroma a jazmín flotaba en el ambiente.
Isabelle apareció luciendo una vaporosa túnica de gasa blanca ceñida en la cintura con un cordón dorado. Allie echó un vistazo a su propio vestido y pensó que, comparada con ella, parecía una niña pequeña. Tiró de la mano de Jo para llamar su atención y le hizo un gesto en dirección a Isabelle.
Jo sonrió con suficiencia.
—¿Qué le vamos a hacer? Nuestra directora está buena.
Gabe los guió hacia una mesa situada en un rincón y aguardaron de pie unos instantes, algo incómodos.
—¿A qué estamos esperando? —le susurró Allie a Jo.
—Ya verás.
Al cabo de un momento, Isabelle dio unos golpecitos con una cucharilla de plata en una flauta de champán y se hizo el silencio en la sala.
—Bienvenidos al ducentésimo vigésimo tercer baile de verano de Cimmeria.
Todos los presentes aplaudieron con entusiasmo, y la directora aguardó a que los aplausos se acallasen.
—Cada año, este constituye un acontecimiento muy especial en el que nos reunimos para celebrar la existencia de la escuela, su historia y vuestra presencia en ella; pues vosotros sois el futuro de Cimmeria. Muchos de vuestros padres asistieron a este baile años atrás, así como muchos de vuestros abuelos y bisabuelos antes que ellos. Ahora vosotros ocupáis su lugar. Jóvenes y esperanzados, como lo fueron ellos. Ahora formáis parte del círculo. Intacto.
Levantó el vaso.
—Por el baile de verano. Y por la Academia Cimmeria.
—Por el baile de verano —corearon todos—. Y por la Academia Cimmeria.
—¡Disfrutad! —gritó, y se echó a reír ante los estentóreos aplausos.
Cuando Sylvain le retiró la silla para que se sentara, Allie se extrañó de la formalidad del gesto, pero enseguida advirtió que Gabe y Lucas hacían lo mismo con los asientos de Jo y Lisa.
La tradición, supongo.
Allie, que solo había probado algún que otro sorbo de champán en Navidad, pensó que tenía un sabor parecido a la sidra que solía beber con Mark y Harry.
Estupefacta, se quedó mirando el vaso. ¿Cuánto tiempo llevaba sin pensar en Mark y Harry?
Se preguntó qué estarían haciendo. Si seguirían metiéndose en líos. Fuera lo que fuese, pensó mirando a su alrededor, seguro que no se podía comparar a aquello.
Se llevó el vaso a los labios. El segundo sorbo de champán le supo mejor.
En aquel instante, la orquesta procedió a tocar una melodía maravillosa. Parecía exótica, pero Allie se sintió incapaz de ubicarla. ¿Húngara? ¿Turca? Tan pronto como empezó a sonar, notó cierta excitación en el ambiente; era electrizante. Un par de parejas salieron a bailar unos complicados pasos que parecían consistir en vueltas dentro de otras vueltas. Tanto giro acababa por marear al espectador y al cabo de un momento desvió la vista aturdida.
—Es una canción tradicional de Cimmeria —Sylvain, por lo que parecía, la había estado observando—. Fue escrita hace mucho tiempo para la propia escuela por un compositor egipcio que fue alumno del colegio.
—Nunca había oído nada parecido —repuso Allie.
Habría querido saber más, pero en aquel momento se acercaron los camareros portando bandejas de aperitivos. Gabe, Sylvain y Lucas se hicieron con varias piezas. Jo y Allie se conformaron con una cada una, pero Lisa rehusó con un gesto. Jo frunció el ceño, pero Lisa le respondió encogiéndose de hombros con candor.
—Todo es tan hermoso —dijo Allie, que mordía un langostino a la plancha.
—Llevan preparándolo desde ayer —repuso Jo—. Los martillazos han estado sonando hasta esta misma mañana.
—Es perfecto —asintió Sylvain sonriendo a su pareja—. Creo que deberíamos bailar. Pero antes debes acabarte el champán.
Obediente, Allie dio otro sorbo y frunció la nariz cuando el agradable cosquilleo de las burbujas ascendió por sus fosas nasales.
—Una acaba por cogerle el gusto al champán —murmuró medio para sí. Los demás se echaron a reír.
—Sí —repuso Gabe alegremente—. Uno acaba por cogerle el gusto.
—No bebas tan deprisa —le advirtió Jo, y lanzó a Sylvain una mirada de reconvención.
Allie rechazó el consejo con una sonrisa.
—Recuerda, mami, que solía beber un poquito de más.
Jo no se dejó intimidar.
—El champán de Cimmeria es muy fuerte, Allie.
—No le pasará nada —intervino Sylvain. Se levantó y le ofreció la mano a su pareja—. ¿Me concede este baile?
El contacto la hizo estremecer.
—No tengo ni la menor idea de cómo se baila esta música, Sylvain. Si lo intentamos, auguro humillación.
—Oh, no creo que sea para tanto.
El rostro de él reflejaba tanta seguridad que Allie estuvo tentada de creerle. Caminaron hasta el borde de la pista, donde las parejas seguían ejecutando complicados giros. Se movían a una velocidad sorprendente, en perfecta sincronía, y Allie los contempló sobrecogida. Vio a Isabelle deslizarse con gracia en brazos de un hombre guapo y moreno que nunca había visto antes. La directora irradiaba tanta elegancia que Allie suspiró con envidia.
—¿Cómo es posible que todos bailen tan bien?
—La mayoría llevamos tomando clases desde la infancia.
—Me extraña que se siga haciendo esto.
—¿Ah, sí? —Sylvain la tomó entre los brazos y le levantó la barbilla para obligarla a mirar sus propios ojos, más azules que el mismo cielo. Luego la asió con firmeza, ciñéndole la cintura con la mano derecha para mantenerla bien cerca y sosteniendo la diestra de Allie con la izquierda—. A mí me extraña que no se siga haciendo. Esta noche te enseñaré un baile, uno facilito. Tú limítate a seguirme. Empezaremos muy despacio. Izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha. Así.
Sylvain le hizo una demostración y ella procuró imitarlo. Al principio, Allie se miraba los pies y lo pisaba de vez en cuando, pero él le alzaba la barbilla con el dedo índice para obligarla a mirar al frente.
—Nunca mires abajo. Mírame a los ojos, ellos te dirán hacia dónde tienes que ir. Y es izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha una y otra vez. ¿Lista?
—No.
Sylvain se rio y la guió bailando hasta la pista.
—Izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha… Izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha… —Allie murmuraba las instrucciones entre dientes mientras iba avanzando, pero tenía los ojos fijos en el rostro de Sylvain. Despacio, completaron tres vueltas sin un solo error. Luego cuatro. ¡Cinco!
Allie no se lo podía creer.
—¿Cómo lo haces? —dijo riendo con incredulidad—. En serio, Sylvain, no sé bailar.
Él le sostuvo los ojos, que subían y bajaban al ritmo de los pasos.
—Lo hacemos porque confías en mí. Yo te guío. Tú me sigues. Es muy sencillo —sonrió—. Además, nos estamos moviendo muy, muy despacio…
Tras varias vueltas y conforme ella fue adquiriendo confianza, Sylvain procedió a aumentar poco a poco la velocidad, hasta que empezaron a deslizarse como flotando sobre la pista.
Cuando advirtió que Allie ya se movía con seguridad, la besó suavemente en el cuello, justo debajo de la oreja. Ella sintió el cosquilleo con los cinco sentidos.
Sylvain le susurró:
—Estás maravillosa esta noche, Allie. Gracias por haberme acompañado.
Allie notó que se ponía como la grana y su cuerpo respondió al de Sylvain cuando él la ciñó con más fuerza. Entretanto, giraban en una serie de vueltas uniforme y constante. Allie se estaba mareando; el resto de la sala se transformó en un borrón de acuarela. Sylvain y ella estaban completamente solos.
—Esto es increíble —susurró.
Tras lo que le parecieron tan solo unos minutos, los giros los llevaron al borde de la pista, y él la condujo de regreso a la mesa sin separar el brazo de su cintura.
Allie advirtió que la cabeza le daba vueltas y buscó apoyo en él.
—Estoy mareada.
—Es por el baile. No estás acostumbrada.
Ella miró hacia la pista y contempló los giros de los danzarines. Unas cuantas parejas se movían con dificultad mientras los demás los rodeaban como agua que fluye junto a las piedras.
Con una mano, Sylvain tomó dos vasos de una bandeja itinerante.
—Lo que necesitas es más champán.
Con una sonrisa de agradecimiento, Allie aceptó el vaso que le tendía.
—Gracias. Estoy sedienta.
La bebida sabía tan bien y era tan refrescante que se la tomó de un trago.
—Sabes, el champán empieza a gustarme.
Él profirió una risa cálida. Lo tenía tan cerca que sintió la vibración de la carcajada en su propio cuerpo.
—Eso has dicho.
Allie buscó a Jo con la mirada entre el grupo de danzarines. Era fácil de localizar, con aquel vestido tan corto, sin duda el más diminuto de toda la sala. Gabe y ella giraban con gracia por la pista. Vio también el vestido de Lisa, que revoloteaba a poca distancia mientras ella ejecutaba pasos sencillos en compañía de Lucas.
Apenas advirtió que Sylvain le cogía el vaso vacío de la mano para reemplazarlo por uno lleno.
Paseando la mirada por la sala, se percató de que Ruth y Phil se dirigían de la mano a la pista de baile. Ruth lucía un bonito vestido de seda de un tono rosa pálido que realzaba su figura atlética. A poca distancia, Jerry charlaba tranquilamente con Eloise, la bibliotecaria, que se había dejado el pelo suelto y llevaba un favorecedor vestido corto sin espalda de color negro.
—No es tan mayor —se sorprendió Allie.
—¿Quién?
—Eloise. Pensaba que era mayor. Ya sabes, que tenía más edad.
Sylvain sonrió.
—Sí, creo que prefiere que la consideren mayor de lo que es. Si los alumnos supieran que es tan joven, nadie se la tomaría en serio. Fue alumna del colegio hace seis años —la miró de arriba abajo—. Muy sexy, Eloise.
Allie le dio un suave puñetazo en el brazo.
—¡Eh! ¡Cuidado! Recuerda quién es tu pareja esta noche.
Él sonrió con malicia.
—No podría olvidarlo. Y de hecho, creo que ha llegado el momento de que mi pareja vuelva a bailar conmigo. Vamos, en marcha.
Apuró la bebida y esperó a que Allie vaciara su vaso antes de cogerle la mano.
Mientras se dirigían al centro de la pista, Allie notó que se tambaleaba un poco y se apoyó en Sylvain para recuperar el equilibrio. En aquel instante, Carter apareció ante ellos. El chico posó los ojos en ella, y Allie, recordando el incidente de la clase de Literatura, sintió como una descarga. Entonces advirtió que Carter rodeaba con el brazo a una chica bajita vestida de tafetán azul. Era guapa, rubia, con el pelo largo y rizado. Sin que Allie tuviera tiempo de saludarlo, él le dio la espalda con deliberación y sonrió a su pareja antes de susurrarle algo al oído que la hizo reír.
Allie se sonrojó y debió de crisparse, porque Sylvain miró a su alrededor para averiguar qué la incomodaba. Cuando divisó a Carter entornó los ojos y tensó el brazo que le ceñía la cintura.
—¿Todo va bien? —le preguntó con frialdad.
Forzando una sonrisa, Allie lo arrastró a la pista de baile.
—Todo va de maravilla.
Sin embargo, advirtió que había arrastrado la última palabra. Frunció el ceño mientras intentaba pensar por qué.
Maldita sea. ¿Estoy borracha? ¿Ya?
—Pareces —empezó a decir él mientras daban los primeros pasos— un ángel.
Carter estaba allí mismo, al borde de la zona de baile, Allie podía notarlo. Seguramente los estaba mirando. Junto a su pareja.
Muy bien. Que mirase cuanto quisiera.
Estrechó más a Sylvain contra sí.
—Pues yo no me siento nada angelical.
Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada al tiempo que iban ganando velocidad. Esta vez, los pasos del baile eran más sencillos y Allie se dejó llevar por el movimiento y la música, permitiendo que Sylvain dirigiera los pasos. Se sentía como flotando y notaba un mareo agradable. Cediendo a la sensación con un suave suspiro, se apoyó en su brazo y dejó que él la sostuviera. El aire revoloteaba a su alrededor.
Él se acercó más a Allie hasta que sus labios encontraron su oreja; cuando le mordió el lóbulo con fuerza, ella ahogó un grito y se habría caído al suelo de no haberla sostenido él con firmeza.
Tras eso, Sylvain guardó silencio durante tanto rato que Allie lo miró preocupada.
—¿Todo va bien?
—Lo siento —repuso él con un tono de voz tenso—. Eres irresistible.
Tenía una expresión tan intensa que Allie se puso nerviosa.
Sylvain la llevó bailando hasta el borde de la pista y la obligó a salir a toda prisa del salón. Sintiéndose un poco achispada, Allie se aferró a su mano con fuerza mientras él la arrastraba deprisa hacia la noche oscura, pasando junto a un grupo de alumnos que charlaba cerca de la puerta trasera y torciendo la esquina hasta una zona tranquila y desierta donde nadie podía verlos.
Allie hizo un esfuerzo por hablar sin arrastrar las palabras.
—¿Adónde va…?
Sin ningún miramiento, Sylvain la empujó contra la pared. Ella gritó al notar el impacto, aunque se sentía como envuelta en una nube de algodón.
—¡Basta! Sylvain, me estás haciendo daño.
Los ojos del chico brillaban a la luz de la luna y Allie creyó advertir algo parecido a ferocidad en ellos.
—Ni un segundo más.
Sylvain la besó con tanto ímpetu que le estrelló la cabeza contra la pared. Allie, que se había mordido la lengua, notó que se le saltaban las lágrimas por la fuerza del golpe. Se debatió para liberarse, le golpeó el pecho con los puños, pero todo le daba vueltas y al cabo de un momento ni siquiera podía recordar por qué estaba luchando.
Una memoria vaga relacionada con la advertencia de Carter se abrió paso entre las brumas de su pensamiento: No confíes en Sylvain. Es un mentiroso.
En aquel momento, él la obligaba a levantar la barbilla para besarle el cuello. Por un instante le gustó la sensación, pero entonces notó un pellizco tan fuerte que dio un respingo de dolor. Tratando de escabullirse, apretó el cuerpo contra el de Sylvain, pero no podía moverse; él la presionaba con fuerza. Las manos de él ascendieron desde la cintura de Allie hasta sus pechos, y ella empezó a asustarse de veras. Una lágrima le surcó la mejilla mientras trataba de alejar de sí el cuerpo de Sylvain, pero sus esfuerzos no parecían surtir ningún efecto.
—Me deseas —susurró él. Le cogió el cuello con la mano izquierda y se lo apretó con tanta fuerza que ella apenas si podía respirar.
—¡Basta!
La voz de Allie era solo un susurro.
Le clavó las uñas en las muñecas pero nada podía contra su fuerza.
—Dilo —insistió él apretando con más fuerza—. Dime que me deseas.
—Hazte una pregunta, Sylvain. Si obligas a alguien a que te desee, ¿el deseo es genuino?
La voz de Carter sonó justo detrás de Sylvain.
La presión de la mano cedió lo justo para que Allie pudiera respirar, pero no la liberó cuando Sylvain se volvió a mirar a Carter. Mientras ella inhalaba aire, reparó en la sonrisa salvaje del que la aprisionaba.
—Oh, lárgate, Carter.
Este no se amedrentó.
—¿Qué intentas obligarla a decirte, Sylvain? Deletréamelo. Como si fuera tonto.
—No es asunto tuyo, Carter. Tus celos son patéticos.
—Díselo a Isabelle. Y, ya puestos, cuéntale lo que estabas a punto de hacerle a Allie. Y después podéis mantener una larga charla acerca del Reglamento.
Mareada y perpleja, Allie se debatió para zafarse mientras paseaba la vista de un rostro al otro. Se humedeció los labios y se esforzó por hablar con claridad.
—Carter, ¿qué está pasando? No entiendo…
Él seguía pendiente de Sylvain.
—No. Pero Sylvain sí, ¿verdad?
Ambos se lanzaron miradas de gélido desafío, y por un instante Allie pensó que Sylvain no iba a liberarla. Se preguntó qué haría Carter de ser así.
Afortunadamente, sin previo aviso, el chico la soltó y se apartó de ella.
—Muy bien, Carter. Hazte el héroe. Salva a la chica. Pero ambos sabemos que eres penoso. Y es a mí a quien desea.
Con los hombros tensos y los puños cerrados, Carter dio un paso hacia delante, pero cuando iba a abalanzarse sobre Sylvain unos gritos hendieron el aire nocturno. Los dos chicos se quedaron petrificados.
Cuando Carter se giró hacia Allie, la rabia había desaparecido de su expresión. Parecía alerta… en guardia.
—Allie, quédate aquí. No te muevas.
Sylvain no se volvió a mirarla cuando ambos se alejaron corriendo hacia el edificio.
Temblando, Allie permaneció donde estaba. Al palparse la cabeza, notó un chichón bajo la yema de los dedos.
¿Cómo es posible que el champán me haya subido tanto? ¿Y qué diablos acaba de pasar?
Se rodeó el pecho con los brazos. Notaba todo el cuerpo entumecido; sabía que tenía magulladuras en las extremidades y que, por la mañana, el dolor de cabeza sería insoportable. Sylvain se había vuelto loco, pero ella no había luchado bien. No había sabido defenderse.
Estaba demasiado borracha, pensó asqueada. O quizás… su expresión cambió, ¿me ha puesto algo en la bebida?
No era la primera vez que probaba el alcohol y tampoco se había emborrachado nunca con una sola lata de sidra. Además, solo había bebido tres vasos de champán. A medida que la idea tomaba forma en su mente, una expresión horrorizada fue asomando a su semblante.
¿Sería capaz Sylvain de hacer algo así?
Apenas había acabado de pensarlo cuando oyó unos gritos penetrantes. Sonaban muy cerca, justo al doblar la esquina. Buscó refugio en las sombras y apretó la espalda contra la pared.
Se oyó un choque, ruidos de lucha. Luego silencio.
Allie contuvo el aliento.
Al cabo de un momento, pasos en la oscuridad. Que corrían hacia ella. Deprisa.
—¿Carter? —preguntó por si acaso.
Los pasos se detuvieron.
Ahogando un grito, Allie comprendió su error. La adrenalina que corría por sus venas se llevó las brumas del alcohol mientras ella se pegaba aún más a la pared, sintiendo el frescor de los ladrillos rugosos contra la piel. Intentó encogerse al máximo. Aunque no veía nada, había alguien allí; se sentía observada. Inmóvil, casi sin respirar, contó los latidos de su corazón.
… diez, once, doce…
Los pasos resonaron de nuevo, en su dirección. Más despacio esta vez.
Ayudándose en la pared para darse impulso, Allie dobló la esquina y corrió a toda velocidad hacia la entrada del colegio. Las pisadas la seguían de cerca.
Rápidas.
Apretó aún más el paso para dejarlas atrás, pero tropezó con un bulto blando. Con un grito, perdió el equilibrio y rodó por el suelo.
Acurrucada en la hierba fría y húmeda, se cubrió la cabeza a la espera de un ataque que no llegó a producirse. En cambio, oyó unos pasos que se alejaban corriendo hasta perderse en la noche.
Allie permaneció inmóvil unos instantes para asegurarse de que estaba sola. Luego se sentó despacio y miró a su alrededor.
Se había ensuciado las manos con algo húmedo y pegajoso. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo ver que había tropezado con una chica vestida en tonos claros que yacía boca abajo en el suelo. La tocó con cuidado pero no se movió. Empujándola por los hombros, le dio la vuelta.
—Eh, ¿te encuentras bien?
En aquel momento se dio cuenta. Perdió el aliento.
El mundo se quedó en silencio.
Se alejó a rastras de la chica, sin dejar de mirar la forma que se perfilaba en la oscuridad.
Aturdida, Allie se levantó como pudo y se dirigió lentamente a la puerta trasera. Dentro, las luces estaban apagadas, y en el pasillo reinaba la oscuridad y el caos.
Olía a humo. La gente pasaba por su lado gritando y corriendo. Tenía la sensación de ser incorpórea, de no formar parte del mundo que la rodeaba. Caminó mirando al frente, con las manos ensangrentadas colgando a los costados.
Una y otra vez se repetía mentalmente las mismas palabras: Esto no es real. No puede ser real. Nada de esto es real. No puede ser real…
A medida que se acercaba al salón de baile notó que el humo se iba espesando. Le escocían los ojos. El salón de actos —que pocas horas atrás había lucido tan bello con sus velas centelleantes y sus flores blancas— ardía en llamas. La única iluminación procedía de las linternas que sostenían los profesores y del propio fuego. Entre la penumbra, chicos de esmoquin sofocaban las llamas con manteles empapados mientras que muchachas vestidas de noche transportaban agua en cualquier recipiente que pudieran encontrar: cubiteras, fuentes de ponche, floreros. El suelo estaba sembrado de zapatos de tacón alto y de vasos de champán rotos.
El incendio no era demasiado intenso y ya empezaba a ceder; saltaba a la vista que los alumnos le estaban ganando la batalla. El mayor problema procedía de la densa humareda, que dificultaba la respiración.
—¡Abrid una ventana! —gritó alguien.
—¡No! —fue la rotunda respuesta—. El aire avivará el fuego. Salid si necesitáis un descanso.
De algún modo, reconocer la voz severa de Zelazny reconfortó a Allie, que permanecía atónita en mitad de la sala, incapaz de asimilar lo que estaba pasando.
—¡Allie! ¿Estás bien? —Jo apareció a su lado con la cara manchada de hollín y un jarrón vacío en las manos—. Dios mío. ¿De dónde ha salido esa sangre? ¿Estás herida?
Tras dejar caer el vaso, cogió las manos ensangrentadas de Allie y la obligó a darse la vuelta en busca de heridas visibles. Ella negó con la cabeza aunque, por un momento, no pudo articular palabra. Movió los labios, pero los sonidos no acudían a su garganta.
—Allie, me estás asustando —las lágrimas inundaron los ojos de Jo—. Por favor, por favor, por favor, dime que estás bien.
Aquellas palabras hicieron reaccionar a Allie, que rompió a hablar con precipitación mientras apretaba las manos de Jo con tanta fuerza que debió de hacerle daño.
—Oh, Dios mío, Jo. He oído unos gritos y… Había sangre… por todas partes.
Aterrada, Jo abrió sus ojos azul aciano de par en par y aferró las manos de Allie a su vez.
—Allie, por favor, intenta explicarte… ¿De dónde ha salido esa sangre?
Ella se miró las palmas.
—Jo, la sangre es de Ruth. Está ahí fuera. Tiene la garganta… cortada. Degollada. Creo que está muerta.
Tragando saliva con fuerza, Jo sacudió los brazos y gritó con desesperación:
—¡Jerry!
A través del humo y la oscuridad, Allie vio a su amiga correr hacia el profesor, que con la cara negra de hollín apagaba rescoldos con un mantel empapado. Eloise también andaba cerca, con la melena enredada cayéndole por la espalda. Se había quitado los zapatos de tacón y, descalza, disparaba espuma con un extintor.
Jo habló con rapidez y aunque Allie no pudo oír las palabras, distinguió el pánico grabado en su rostro.
Jerry y Eloise intercambiaron una mirada. La bibliotecaria le tendió el extintor a otro profesor y ambos se fueron corriendo.
Cuando Jo volvió a su lado, Allie miró a su alrededor.
—¿Dónde está Lisa?
Jo se mordió el labio.
—No podía encontraros a ninguna de las dos por ninguna parte.
—¿Entonces no la has visto? —Allie se dio cuenta de que gritaba como una histérica, pero no podía evitarlo—. Jo, ¿y si está herida? Podría estar… como Ruth.
Notó que se le saltaban las lágrimas pero bregó por contenerlas mientras su amiga le tomaba las manos ensangrentadas.
—Mantén la calma, Allie. Aún no he tenido ocasión de buscar —paseó la vista por la sala—. Parece ser que el incendio está controlado. Vamos a buscarla juntas.
Rápidamente, Jo echó a andar por la sala arrastrando a Allie consigo. Se abrían paso entre el humo suspendido, preguntando a todo el mundo que podían encontrar.
Nada.
—A la puerta principal.
Jo echó a correr con Allie pisándole los talones. Ya divisaban la puerta principal cuando se detuvieron de golpe. En el vestíbulo de entrada, un cuerpo frágil vestido de azul plateado yacía inmóvil sobre el suelo de piedra, con un chal largo y vaporoso extendido a ambos lados, como unas alas llevadas por una brisa que solo ella pudiera sentir. Tenía un candelabro de madera largo atravesado sobre el cuerpo.
—Oh, no —las palabras de Jo surgieron en un susurro mientras ambas corrían hacia la chica tendida.
Allie se acuclilló a su lado y le cogió la mano.
—Está viva —dijo.
Jo retiró el candelabro y lo arrojó a un lado. Lisa tenía el pelo echado sobre la cara. Al apartarlo con suavidad, Allie dejó a la vista el profundo corte de la mejilla.
Jo gritó con debilidad y se llevó la mano a la boca con los ojos bañados en lágrimas.
—¿Lisa? Lisa, despierta. ¿Me oyes? Tienes que despertar.
Allie pronunció la última palabra con tal fuerza que pareció reverberar en el vestíbulo.
Vio unas gotas caer sobre el vestido de Lisa y tardó un momento en comprender que eran sus propias lágrimas. Tapándose la cara con las manos, rompió en sollozos. Entretanto, Jo lloraba a su lado.
—Despierta.