Veinticinco

Los maestros les llevaban algunos minutos de ventaja, pero Carter conocía un atajo que conducía a la escuela. El camino pasaba por una casita de campo que se erguía discreta en medio de un jardín de flores. Las fragancia de la rosa y el jazmín flotó hasta ellos llevada por la brisa.

—¿Quién vive ahí? —susurró Allie.

—Bob Ellison —respondió Carter.

Ya habían dejado la vivienda muy atrás cuando añadió:

—Yo me crié en esa casa.

Allie se detuvo.

—¿Esa era tu casa?

—No te pares —repuso Carter sin volver la vista—. Ya hablaremos de eso más tarde.

En el bosque, los árboles proyectaban sombras espectrales a la luz de la luna, pero como avanzaban siguiendo el mismo sistema que a la ida —Carter corría tres metros por delante de ella—, Allie se sentía segura. Los sonidos que antes la asustaban —un susurro entre la maleza, el chasquido de una rama que se rompe a lo lejos— ya no le provocaban la menor inquietud.

De repente, al oír la voz de Carter, se puso alerta. No hablaba con ella.

El chico no solo le llevaba una gran delantera sino que había doblado un recodo del camino. No podía verlo ni tampoco saber con quién hablaba, pero Allie intuyó que algo iba mal. El instinto le dijo que abandonara el sendero y se agazapara tras un árbol rodeado de altos helechos. Una vez allí se arrodilló sobre una pierna y aguardó.

—Nada en absoluto —estaba diciendo Carter.

Oyó una segunda voz, perteneciente a Gabe:

—¿De modo que has salido a patrullar por tu cuenta, aunque hoy no te tocaba?

Era evidente que no creía a Carter.

—Pues sí, ¿cuál es el problema? Lo hago constantemente.

—Pero esta noche no podías —replicó Gabe—. ¿No has oído a Zelazny? Después del toque de queda, solo los que tenían guardia podían estar fuera. Será mejor que vayas a hablar con él. Se va a poner hecho una furia.

—Muy bien —aceptó Carter—. Luego te veo.

Allie oyó los pasos de su chico perderse en la distancia. A continuación, otras pisadas y unas voces que se encaminaban hacia ella. Eran varias personas, pensó.

Se asomó por detrás del árbol para echar un vistazo. A la luz de la luna, vio a Gabe hablando con alguien, pero este tapaba al interlocutor con su propio cuerpo.

—… tan plasta a veces, ¿sabes? —se quejaba Gabe—. Tendría que espabilarse. No sé cómo Zelazny se lo consiente.

—¿Tú le has creído? —preguntó el otro; Allie no pudo ver quién era y tampoco reconoció la voz.

—La verdad, me da igual —repuso Gabe—. Como siga metiendo la pata, no importará si dice la verdad o no —echó a andar por el camino—. Para empezar, no entiendo por qué Isabelle nos obligó a admitirle en la Night School.

En aquel momento, un chasquido procedente del bosque sobresaltó a Allie. Volvió a ocultarse bajo las hojas de los helechos.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Gabe.

La voz sonaba muy cerca, y Allie se quedó inmóvil, oyendo su propio corazón latir con desenfreno. Al fulgor de la luna, atisbó a Gabe al borde del camino, mirando en su dirección. Incluso podía oír el jadeo de su respiración.

Conocía bien a Gabe. Siempre habían sido más o menos amigos. Sin embargo, algo en su actitud la asustó. Parecía distinto. Enfadado. Amenazador tal vez.

El instinto le gritaba que permaneciera oculta.

La voz de Lucas surgió de entre los bosques.

—Soy yo, tío.

—Dios mío —Gabe parecía furioso—. Sé más discreto.

—¡Lo siento! He tropezado con un maldito tronco. El bosque está muy oscuro.

—Da igual —Gabe había regresado al camino—. Sigamos avanzando.

Cuando volvió a reinar el silencio y Allie no tuvo duda de que la patrulla se había alejado, regresó al camino con cautela y echó a correr hacia el colegio como alma que lleva el diablo.

Casi había alcanzado el lindero del bosque cuando una figura surgida de la maleza le interceptó el paso. Allie dio un salto hacia atrás al tiempo que abría la boca para gritar, pero alguien se la tapó con una mano mientras con la otra le estrujaba el brazo con fuerza para impedirle escapar.

—Allie —susurró Carter—. Soy yo. Deja de forcejear.

—Dios mío —Allie se relajó en los brazos del chico—. Me has dado un susto de muerte, Carter.

—¿Te ha visto Gabe? —susurró él.

Ella negó con la cabeza.

—Me he escondido.

Visiblemente aliviado, Carter señaló hacia la derecha.

—Por aquí.

Pegados a las sombras que bordeaban el césped, doblaron hacia la puerta trasera. Desde allí les sería más fácil entrar. La franquearon furtivamente, aunque tanto sigilo resultó innecesario; todos los pasillos estaban vacíos. Oyeron voces alzadas en el despacho de Isabelle, pero no se pararon a escuchar sino que subieron las escaleras a toda prisa.

—¿Qué demonios está pasando?

Carter recorría la habitación de Allie de un lado a otro.

Sentada en el escritorio, ella no supo qué contestarle.

—¿Quién es Nathaniel? —masculló Carter para sí—. ¿Por qué está haciendo esto?

—¡Un perro! —dijo Allie como alelada.

Carter la interrogó con la mirada y ella se explicó.

—Fue un perro lo que oímos Jo y yo aquella noche en el jardín vallado. Nathaniel debía de estar allí.

—Tiene lógica —repuso Carter—, pero sigo sin entender qué está pasando. ¿Quién es?

—Vale, recapitulemos lo que hemos oído. Ha hablado del claustro de profesores —empezó a decir Allie—. Le ha dicho a Isabelle que acudiera al claustro.

Carter le dirigió una mirada interrogativa.

—Quiero decir, ¿y por qué no acude él mismo? —siguió razonando—. O sea, si es tan poderoso. Y si no puede hablar con el claustro, tiene que haber una razón.

—Claro —se hizo la luz en el rostro de Carter—. O bien tiene problemas con el resto de los profesores o bien no goza de su simpatía.

—O quizás no lo conozcan —Allie torció la boca con ademán pensativo—. Podría ser un completo extraño, pero he tenido la sensación que Isabelle y él se conocían muy bien. Como dos viejos amigos que se hubieran peleado o dos familiares que hubieran interrumpido el contacto.

—Ya. O dos ex amantes —añadió Carter.

Las miradas de ambos se encontraron.

—Ya lo creo —dijo ella.

Consideraron la idea durante un minuto, Allie columpiando el pie, Carter caminando de un lado a otro.

—Y Lucinda —rompió ella el silencio—. Isabelle ha dicho: «Lucinda sabrá que has sido tú».

—Lo he oído.

Carter giró sobre sus talones y continuó caminando.

—Otra vez Lucinda… —murmuró Allie mientras lo seguía con los ojos—. ¿Le has creído? A Nathaniel, me refiero. ¿Crees que no mató a Ruth?

—No lo sé —el tono de Carter delataba su frustración.

—A mí me parece que Isabelle sí le ha creído.

—Genial —masculló él—. Lo que faltaba.

—Y eso significaría… —la voz de Allie se apagó. No quería pensar en lo que significaba aquello. Recogió los pies sobre el escritorio y se abrazó las rodillas—. Dios mío, esto es una pesadilla… ¿Qué es lo que sabemos?

Él dejó de caminar.

—No tengo ni idea.

Durante el resto de la semana, Allie se sintió aislada. Los alumnos acudían a las clases de costumbre y los profesores continuaban con sus lecciones como si tal cosa, pero ella sabía que todo había cambiado. Algo terrible estaba a punto de suceder —Nathaniel iba a hacer «algo»— y de todos los alumnos que había en el colegio, solo Carter y ella lo sabían.

Por si fuera poco, muchos alumnos la seguían tratando como si fuera invisible. La ignoraban cuando pasaba por los pasillos, cuando se cruzaba con alguien en las escaleras, cuando se lavaba los dientes junto a las chicas. Y aunque no pensaba admitirlo ante nadie, aquello empezaba a afectarla. Que te traten como si no estuvieras provoca una extraña sensación de despersonalización.

El miércoles por la mañana, a una chica que no recordaba haber visto nunca se le cayó el boli cerca de Allie en clase de Francés, y cuando ella lo recogió y se lo tendió, la muchacha se comportó como si no pudiera verla, aunque ella agitaba el bolígrafo en sus narices. Al final, lo volvió a tirar al suelo.

—A la porra —masculló Allie, y se volvió a concentrar en su cuaderno.

El jueves, Jules la llevó aparte y le dijo que estaba haciendo todo lo posible por obligar a Katie a poner fin a aquella campaña de desprestigio.

—Lo estoy intentando, Allie, de verdad que sí —le dijo—, pero es muy cabezota. He intentado hablar con Isabelle del tema pero jamás la había visto tan ocupada.

Allie sabía muy bien qué tenía tan absorta a la directora, aunque no podía contárselo a Jules.

—Jerry ha hablado con los chicos y les ha dicho que, si no abandonan esa actitud, los castigará a todos, así que al menos ya no te tienes que preocupar por ellos. Aunque también es posible que algunos tengan más miedo a Katie que a Jerry —Jules parecía incómoda—. Ya verás, con el tiempo todo volverá a la normalidad. El trimestre finaliza dentro de pocas semanas, y al siguiente todo irá mejor.

O no. En el peor de los casos, el trimestre que viene Katie pondrá aún a más gente contra mí. Y entonces la situación será insostenible, pensó Allie.

Jo seguía evitando a sus viejos amigos. A la hora de las comidas, se sentaba con Gabe o con Katie y su legión de secuaces lo más lejos posible de su antigua mesa.

Allie pensó que no parecía contenta, pero seguramente solo estoy proyectando en ella lo que me pasa a mí.

Hacia el viernes, se dijo que ya estaba bien. En cuanto acabó la última clase, se dirigió sin más a la habitación de Jo, donde entró con un breve golpe de aviso.

Jo estaba sentada en la cama leyendo una revista de moda.

—Podrías llamar —le espetó.

—Lo he hecho. Y tú podrías no ser una zorra —replicó Allie.

Jo exhaló un profundo suspiro y siguió leyendo la revista. Cuando pasó la página, sonó un chasquido brusco e irritado.

—Mira, Jo —empezó a decir Allie, apoyada contra el escritorio—, tenemos que hablar. Ahora.

—Muy bien, pues habla.

Jo continuaba hojeando la publicación.

Crac. Crac. Crac.

—¿Qué recuerdas de aquel día en el tejado? —quiso saber Allie.

Los ojos azules de Jo, casi siempre más resplandecientes que el sol, parecían en aquel momento dos trozos de hielo.

—No recuerdo gran cosa, pero sé que, por alguna razón, estuve a punto de morir.

Involuntariamente, Allie dirigió la vista a las manos de Jo, cuyos dedos seguían vendados.

—El problema no es si te acuerdas o no —prosiguió enfadada—. Porque yo sí me acuerdo. Yo me acuerdo de todo. Lo que no puedo entender es por qué jamás nos has preguntado a Carter o a mí qué pasó en realidad.

Jo cerró la revista con una expresión de infinita paciencia y la miró.

—No te lo pregunté porque no confío en ti, Allie —repuso—. Verás, resulta que, durante la semana que pasé tendida en la cama con las manos vendadas, tuve muchísimo tiempo para reflexionar. Y me di cuenta de que en realidad no sabía quién eras ni de dónde habías salido. Solo sé lo que tú me has contado. Y también sé que desde que te conozco todo se está viniendo abajo.

Allie sintió que enrojecía mientras contemplaba a Jo con incredulidad.

—¿Me estás diciendo que crees que todo esto ha pasado por mi culpa?

—Piénsalo bien, Allie —replicó ella—. ¿Acaso no es culpa tuya, al menos en parte? A mí me parece que llevas la mala suerte allá donde vas. Quizá Katie tenga razón y en realidad estés loca.

El tono de Jo era tan venenoso y sus palabras tan hirientes que por un instante Allie se quedó sin habla.

Se suponía que Jo era su amiga.

Pese a todo, tuvo las fuerzas de levantar la barbilla y clavar en ella una mirada implacable.

—¿Quieres saber lo que pasó en el tejado, Jo? Muy bien, pues yo te lo diré. Te mamaste media botella de vodka y te pusiste a bailar como una loca. A bailar. Allí arriba. De un lado a otro, como una peonza. No sabías ni dónde estabas y te daba igual caerte o llevarte a alguien contigo. Carter y yo arriesgamos el culo para salvarte aquel día. Y hoy día, si te soy sincera, estoy empezando a arrepentirme —Jo trató de responder pero Allie se lo impidió—. Y si no confías en mí, pregúntale a Carter, por el amor de Dios. Hace años que lo conoces. O pregúntale a Jules, que lleva días intentando hablar contigo. O, como mínimo, no creas a la gente que te está utilizando para hacerme daño. Porque eso es penoso por tu parte.

Con la cara roja de rabia, Jo le tiró la revista. Allie la cazó con facilidad en el aire cuando llegó hasta ella revoloteando por la habitación.

—De lo que yo me arrepiento es de haber pensado alguna vez que eras mi amiga —le escupió Jo—. Ahora márchate.

Mientras trataba de contener las lágrimas, Allie salió tambaleándose al pasillo en busca de la seguridad de su propio cuarto.

No voy a dejar que me vean llorar.

Por desgracia, en aquel justo instante Rachel apareció delante de ella cargada con un montón de libros. Reparó en la expresión de Allie y la cogió de la mano.

—Ven conmigo —le dijo con firmeza mientras la arrastraba a su propia habitación.

Después de dejar los libros sobre el escritorio, se sentó en la cama junto a Allie.

—¿Qué ha pasado?

No hizo falta ni una palabra más.

Entre sollozos y temblores, Allie le contó su enfrentamiento con Jo y la reacción de esta. Le reveló también lo que había oído decir a Katie (aunque se guardó de confesar que estaba espiando en el alféizar exterior de la ventana).

Rachel la escuchó sin soltarle la mano, expresando su compasión con exclamaciones de tanto en tanto, pero sobre todo dejando que se desahogara.

—No puedo entender cómo ha podido decirme esas cosas… ni tampoco que haya hablado así de mí —concluyó Allie cuando, por fin, el llanto amainó.

Rachel aguardó a que las lágrimas cesaran antes de responder.

—Jo tiene… problemas —empezó a decir con diplomacia—. Es frágil. Su vida familiar deja mucho que desear. Pero en el fondo es buena. Todos lo sabemos. Katie y su grupo de arpías la han manipulado para que crea toda esa basura acerca de ti. Ya sé que esto no te sirve de consuelo. Es doloroso… Ojalá pudiera hacer algo más por ti —le tendió a Allie una caja de pañuelos de papel— antes o después, querrá volver a ser tu amiga. Y cuando eso suceda lamentará muchísimo todo eso que te ha dicho.

—¿Por eso nunca te has relacionado con Jo y con Lisa? —preguntó Allie, secándose los ojos al mismo tiempo—. Porque Jo es un poco… ¿cómo la has llamado? ¿Frágil?

Rachel titubeó antes de contestar.

—Yo tuve mi propio… encontronazo con el grupo de Jo hace mucho tiempo. ¿Te acuerdas de que una vez te dije que Lucas era el típico colega con el que nunca tendrías una cita?

Allie asintió.

—Bueno, pues no fui del todo sincera —Rachel se miró las manos—. Estuve colada por Lucas al principio de llegar aquí, hace dos años. Él me tomó bajo su tutela. Por aquí no hay demasiados orientales y yo era bastante tímida. Sin embargo, él me hizo sentir como en casa. Solo era una cría y, bueno, ya sabes lo que pasa cuando un tío mono y divertido te adopta… Me enamoré de la cabeza a los pies —Allie la miró sorprendida y ella se encogió de hombros—. Pocas semanas después, llegó una rubia guapita en mitad del trimestre, Lucas le echó un vistazo y… —dio una palmada y dejó caer las manos—. Se convirtió en mi mejor amigo para siempre jamás.

Allie se la quedó mirando confundida.

—Pero… rompieron, ¿no?

—Ah, sí —Rachel puso los ojos en blanco—. Rompieron. Después de que a ella se le cruzaran los cables —suspiró—. Pero supongo que una parte de mí nunca ha perdonado a Lucas por haberla preferido a ella. Y otra parte de mí nunca ha perdonado a Jo por haberlo obligado a elegir. O quizá ambas sean la misma parte.

—Vaya mierda —dijo Allie.

Rachel sonrió con tristeza.

—Pues sí.

Durante varias semanas, Rachel había sido el salvavidas de Allie. Parecía tan sabia y madura para su edad… Se moría por contarle lo que Carter y ella habían descubierto. Si alguien en el colegio podía saber qué hacer, sin duda era Rachel. Y si aún no se había ido de la lengua era únicamente porque le había prometido a Carter que guardaría el secreto. Sin embargo, mantener aquella información para sí se le hacía cada vez más difícil. Y no tenía a nadie más con quien hablar. Y por si fuera poco, quizá Rachel pudiera ayudarlos.

Se la quedó mirando mientras libraba aquella batalla interna.

—¿Qué pasa? —le preguntó Rachel, perpleja.

Allie se enjugó las últimas lágrimas.

—Tengo que contarte una cosa.

—¿Que has hecho qué?

La voz incrédula de Carter resonó en el silencio del cenador. Habían cenado ya, y el sol, muy bajo en el cielo, cubría de oro los árboles que los rodeaban.

Estaban sentados en un banco de piedra, bañados por la cálida luz.

Allie levantó la barbilla con ademán obstinado.

—Confío en ella, Carter. Y no podemos enfrentarnos solos a todo esto.

—No, pero deberíamos haber decidido juntos con quién lo compartíamos, Allie. Si empezamos a contárselo a las personas en las que supuestamente podemos confiar sin hablarlo primero entre nosotros, no podremos mantener el secreto mucho tiempo —arguyó él—. ¿No lo ves? Yo no he corrido a contárselo a Lucas.

Allie recordó a Lucas saliendo de los bosques.

—No lo hagas —le suplicó.

Carter posó en ella una mirada exasperada.

—En serio, Allie, ¿qué sabes de ella? ¿Alguna vez te has preguntado, por ejemplo, si fue ella quien hizo correr la voz de que tú habías encontrado el cadáver de Ruth?

A Allie le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué? ¿Me estás diciendo que fue Rachel? —preguntó, a punto de perder los nervios.

—No, solo te digo que no lo sé, y que tú tampoco —repuso Carter—. Lo único que digo es que adora los cotilleos. Y que es una curiosa coincidencia que tú se lo contaras y de repente todo el mundo lo supiera.

—Pero ella no… —Allie guardó silencio. ¿Cómo saber de quién se podía fiar? ¿Por qué Rachel tenía que ser distinta a Jo o a Sylvain? Había confiado en ellos, y ambos habían traicionado su confianza.

—Tú apenas la conoces, Allie —ahora Carter le hablaba con más amabilidad—. Y yo no sé lo suficiente de ella como para decirte si merece o no nuestra confianza. Siempre ha ido a la suya.

—Como tú —le señaló Allie.

—Como yo —convino él de mala gana—. Pero su padre tiene mucha influencia en la Night School. Se encarga de la seguridad de grandes empresas, asesora gobiernos. Forma parte del sistema, Allie.

—Ya lo sé. Rachel me dijo que su padre era un mandamás del consejo directivo —reconoció—. Pero ella no forma parte de la Night School, ¿verdad?

—No, y es raro.

—De modo que tal vez no sea uno de ellos, como su padre —insistió Allie.

—Sí, pero ese «tal vez» supone un riesgo de mil demonios —repuso Carter.

Ella comprendió la lógica del argumento.

—Tienes razón. Lo siento. Tendré más cuidado.

Más tranquilo, Carter se sumió un instante en sus pensamientos.

—¿Qué ha dicho cuando se lo has contado? —quiso saber.

—No sabía qué pensar. Sin embargo, estaba bastante segura de haber oído a su padre hablar de un tal Nathaniel que estaba causando problemas —lo miró con pies de plomo—. Ha comentado que quizá debería preguntarle a su padre por él.

—¿Qué? —bramó Carter mientras Allie se encogía ante él.

—No lo hará —lo tranquilizó rápidamente—. Solo quería que consideráramos la posibilidad. Cree que podemos confiar en él.

—Oh, maldita sea —el chico enterró la cabeza entre las manos.

—¿Qué? —preguntó Allie con inocencia.

—¿Es así como guardas un secreto, Allie? ¿En serio?

—No… o sea, sí —lo miró enfadada—. Solo se lo he dicho a una persona, Carter. Me parece que estás exagerando.

—Al, nos podemos meter en un lío tremendo.

—Ya lo sé —repuso ella a la defensiva.

—¿Y entonces qué? —insistió él—. ¿Harás el favor de no contarle a nadie más nuestros secretos?

Allie entornó los ojos.

—Supongo que querrás que le pida a Rachel que no le cuente nada a su padre.

—Sí, Allie. Eso es lo que quiero.

—Perfecto —replicó ella en tono gélido.

—Genial.

Permanecieron en silencio durante un minuto.

—¿Acabamos de tener nuestra primera pelea? —preguntó Carter mirándola con aquella media sonrisa que la hacía enloquecer.

—No —dijo Allie—. Estoy segura de que nos hemos peleado muchas veces antes.

—Es verdad —reconoció él.

—Sea como sea —prosiguió ella—, te guste o no, ahora tenemos a una persona a la que recurrir si alguna vez necesitamos ayuda. Y resulta que es muy lista.

—Tal vez nos venga bien —concedió él a regañadientes.

—Sí —asintió ella—. Eso mismo he pensado yo.

Carter le dio un puñetazo suave en el hombro. Ella le respondió haciéndole cosquillas y pronto estaban riendo como si nada. Él la estrechó con un brazo y le besó la sien.

—Lo siento —le dijo—. No debería haberme cabreado tanto. Todo irá bien.

—Todo irá bien —convino ella— si conseguimos que todo vaya bien. De algún modo.

—Lo cual me recuerda que quería contarte algo —interrumpió Carter.

Aunque se había puesto muy serio, a Allie le costaba concentrarse en sus palabras teniendo delante aquellos ojos grandes y oscuros.

—Vale —accedió, mientras por dentro se decía embelesada: «Es mío… ¡Y voluntariamente!».

—Allie, esto es importante.

—Lo siento —se apartó de él e irguió la barbilla dispuesta a escucharle—. Soy toda oídos.

—La Night School ha reiniciado las maniobras de medianoche.

Ella frunció el ceño.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que nos están dando unas instrucciones muy extrañas. Debemos patrullar los terrenos del colegio por turnos durante toda la noche, cada día de la semana. Un rato cada uno, para que tengamos tiempo de echar una cabezadita —miró en dirección a los árboles—. Hemos patrullado los jardines otras veces como parte del entrenamiento, pero esto es distinto. Va muy en serio. Nos han dicho que forma parte de un nuevo plan de entrenamiento para enseñarnos lo que llaman «protección y defensa». Van a simular ataques falsos que tendremos que rechazar. Incluso nos han dicho que podemos faltar a alguna clase de la mañana si por la noche nos ha tocado guardia. Nunca jamás había pasado algo así. Empezaremos hoy mismo y nos harán entrenar todo el fin de semana.

Viendo su expresión, Allie comprendió que Carter estaba preocupado de veras.

—Se están preparando por si Nathaniel intenta algo —apuntó.

Él hizo un gesto de asentimiento.

—Supongo que no se puede contemplar la posibilidad de pedir ayuda a la policía.

—Ja.

—Así pues… Se acabó lo de escabullirse en plena noche —concluyó Allie.

—Ya lo creo —asintió Carter—. La vigilancia va a ser intensa por aquí.

—Vaya —dijo ella con voz queda—. Se está acercando.

—Ya lo creo que sí —los ojos de Carter escudriñaron el horizonte—. Se está acercando.