Veintisiete
Después de dejar el despacho de Isabelle, Allie pasó un momento por el cuarto de baño para refrescarse con agua fría antes de volver a la biblioteca. Cuando se sentó, Rachel la interrogó con la mirada.
—¿Qué ocurre? ¿La mazmorra estaba ocupada o algo así? —le preguntó con una sonrisa burlona. Al reparar en la tez enrojecida de Allie, cambió de actitud—. Eh, ¿qué te pasa?
Allie esbozó una sonrisa desmayada.
—En realidad nada. Es solo que la charla se ha convertido en una sesión de terapia improvisada.
—Odio cuando la terapia irrumpe y te coge desprevenida —bromeó Rachel, aunque todavía parecía preocupada—. ¿Quieres que descansemos un poco para hablar de ello?
La compasión de su amiga volvió a emocionar a Allie, que asintió. No quería echarse a llorar delante de todo el mundo.
Rachel la llevó a un rincón tranquilo de la antesala de la biblioteca, fue a buscar pañuelos de papel y volvió con una caja entera y dos tazas de té.
—Cuéntamelo todo —le dijo—. O al menos todo lo que quieras contarme.
Allie empezó a hablar, pero se calló de repente. Si hoy es el día de la verdad, ¿por qué limitarse a Isabelle?
No se le ocurrió ninguna buena razón.
—Antes de que te lo cuente, tengo que hacerte una pregunta —dijo—. Es posible que hiera tus sentimientos, pero espero que comprendas por qué necesito saber esto.
Rachel abrió mucho sus ojos almendrados, sorprendida, pero no perdió el aplomo.
—Muy bien —repuso—. Pregúntame lo que quieras.
—¿Alguna vez has chismorreado sobre mí?
Rachel ni siquiera titubeó.
—Antes de conocerte, sí —reconoció—. Ya sabes que me gusta el cotilleo. Pero en cuanto te conocí, dejé de hablar de ti, y nunca he vuelto a hacerlo. Jamás.
Al mirarla con atención, Allie no advirtió en ella ni la menor sombra de confusión, ni la menor señal de que la incomodara siquiera la pregunta. Solo era ella misma, como siempre, y el instinto le dijo a Allie que podía confiar en ella.
—Es que… —empezó a decir— todo el mundo me miente. Mis padres. Isabelle. Jo. Ya no me fío de…
—¿Nadie? —terminó Rachel por ella.
Allie asintió.
Rachel se llevó la mano al corazón.
—Juro por mi familia que no soy una de ellos. Puedes confiar en mí.
Sin saber muy bien por qué, Allie supo que decía la verdad.
Se acercó más a Rachel y la abrazó.
—Te creo. Siento habértelo preguntado.
—Te entiendo —contestó Rachel abrazándola a su vez—. Quizás más de lo que te imaginas. Recuerda que llevo aquí bastante tiempo. Por algo he decidido tener pocos amigos. Ahora cuéntame qué ha sido eso que te ha disgustado tanto.
Allie le narró brevemente su conversación con Isabelle, incluida la pregunta de si asistía al colegio por derecho de sucesión. Cuando reprodujo la respuesta de Isabelle, Rachel hizo silbar el aire entre los dientes.
—¿Lo ha reconocido? ¡Carambolas! ¿Y qué le has dicho?
—Le he pedido que fuera más específica —repuso Allie, que recordaba bien la expresión de la directora; parecía a punto de echarse a llorar.
—Mi madre también asistió a este colegio, ¿verdad? —le había preguntado a la directora—. Os conocéis de entonces.
Isabelle había asentido.
—Sí. Íbamos a la misma clase. Era una de mis mejores amigas.
Allie había fruncido el ceño.
—Entonces ¿por qué nunca nos habíamos visto? ¿Y por qué nunca había oído hablar de este lugar?
—Es una larga historia, Allie, aunque quiero que sepas que tu madre nunca se enfadó conmigo. Se enfadó con Cimmeria. Y con los mandamases del colegio —adoptó una expresión lúgubre—. De verdad, creo que deberías preguntarle a ella. Tal vez no quiera que sea yo quien te cuente la historia. No me corresponde a mí. Sin embargo, sí te diré que cuando finalizó los estudios quiso olvidarse de este lugar para siempre. No creo que volviera la vista atrás. Odiaba este centro. Seguramente fue por eso por lo que nunca te habló de Cimmeria.
Allie dejó la taza sobre la mesa, subió los pies a la silla y se abrazó las rodillas.
—Pero ella me envió aquí.
Isabelle asintió.
—¿Por qué iba a enviarme a un lugar que odiaba?
Había alzado la voz, quejumbrosa.
—No sabía cómo ayudarte —repuso Isabelle—. Algo de lo que no tienes tú la culpa, sino ella. Y lo sabe. Después de que Christopher… se marchara, no estaba en sus cabales. La inquietud la sumió en un estado que le impedía ser una buena madre para ti.
Una indescriptible ola de dolor azotó a Allie, que echada hacia delante con la cabeza sobre las rodillas trataba de contener las lágrimas.
—Enviarte aquí ha sido uno de los gestos más valientes que ha tenido tu madre en toda su vida, Allie —prosiguió Isabelle con suavidad—. Sabía que no podías seguir como estabas. Sin embargo, para que vinieras a este colegio tenía que pedir ayuda a… las mismas personas a las que había repudiado tiempo atrás. Y fue muy duro para ella.
A Allie le cayó una lágrima en la rodilla.
—¿Y por qué no me lo has dicho antes? —preguntó con la voz amortiguada por la propia postura—. Mi madre y tú erais amigas y ninguna de las dos me lo dijo.
Eso es lo mismo que mentir.
Isabelle apoyó la mano en el hombro de Allie. Habló con voz queda y tranquila.
—Tu madre me suplicó que no te lo dijera, y yo debía respetar sus deseos porque eres su hija, no la mía. Siempre he considerado un error no decirte la verdad y así se lo he expresado a ella. Sin embargo, no podía traicionar su confianza —parecía como si Isabelle también tratara de contener las lágrimas—. Y tampoco quería traicionar la tuya, de modo que siento muchísimo no habértelo dicho.
Allie exhaló un suspiro tembloroso.
—¿Me estás ocultando algo más?
Se produjo un largo silencio.
—Los adultos —empezó a decir la directora con cautela— no pueden compartir con los jóvenes todo lo que saben. Las cosas no funcionan así. Les dicen cuanto pueden decirles sin ponerlos en peligro. Así pues, sí, te voy a ocultar algunas cosas hasta que crea que estás preparada para saberlas, pero te prometo decírtelas en cuanto llegue el momento.
La tristeza de Allie cedió el paso a la rabia. ¿Por qué los adultos siempre creen que están más capacitados para afrontar los problemas simplemente porque son mayores? ¿Por qué piensan que eso les da derecho a mentir?
No obstante, Isabelle aún no había terminado.
—Y parte de esa información, gran parte de esa información, deben proporcionártela tus padres. No yo. Debes formularles estas preguntas a ellos y concederles la oportunidad de sincerarse contigo. Si no te contestan o tienes la sensación de que no te han dicho toda la verdad, acude a mí. Y te prometo contarte lo que pueda.
—¿Y cómo voy a preguntarles nada a mis padres? —Allie elevó la voz—. No los he llamado porque quería que ellos se pusieran en contacto conmigo. Pensé que si me echaban de menos, me llamarían. O al menos me escribirían. Pero no lo han hecho. Son unos negados.
—Tu madre no ha hablado contigo porque quería darte tiempo para pensar —Isabelle hablaba en tono apesadumbrado—. Tiempo para decidir si querías o no estar aquí. Y si podías o no perdonarla. No tengo la menor duda de que lamenta muchísimo haberte colocado en una situación tan difícil. Y por ser ella quien es, no te lo puede decir —añadió en un susurro—: Pero yo sí.
Allie se tapó la cara con las manos para que Isabelle no la viera llorar, pero la directora la rodeó con los brazos.
Más tarde, cuando ella se hubo tranquilizado, le tendió un pañuelo de papel y volvió a ponerle la taza de té entre las manos.
—Necesito que entiendas, Allie, que tienes mucho que aprender sobre ti misma. Tu familia posee una historia larga y singular. Tu madre quiso rechazar esa historia y optó por no hablarte de ella, lo cual, en mi opinión, fue una pena. Procedes de una estirpe asombrosa. Pregúntale por ella. Y espero que puedas perdonar a tus padres. Hicieron lo que creyeron mejor para ti.
Una vez Allie hubo concluido su historia, Rachel se acercó más a ella.
—Guau —exclamó—, qué fuerte. Y me da igual lo que diga Isabelle, tus padres se han portado de pena. Pero siento muchísima curiosidad respecto a eso que ha dicho Isabelle de tu linaje.
—Debe de referirse a Lucinda —dedujo Allie—, sea quien sea.
—Tu misteriosa abuela en potencia —musitó Rachel—. Está claro. Ella es la clave de todo. ¿No le has preguntado a Isabelle por ella?
—No, me he despistado pensando en esos padres tan cutres que tengo.
—Qué misterio —insistió Rachel—. ¿Quién será?
—Ojalá lo supiera.
Su amiga la desafió con la mirada.
—Ya sabes lo que voy a decir.
Allie suspiró.
—Tu padre…
—… lo sabe todo —terminó la otra—. Deja que le cuente lo que está pasando.
—Carter no quiere que se lo cuente a nadie más, sobre todo no a un miembro del consejo directivo como tu padre —arguyó Allie—. Todavía está enfadado conmigo por haberte revelado nada…
—Ya —repuso Rachel—, pero es que no estamos hablando de su familia, sino de la tuya y de la mía.
En eso tenía razón.
—Déjame que lo piense —propuso ella—. A lo mejor puedo convencer a Carter.
—Vale —aceptó Rachel—, pero no te lo pienses demasiado. El trimestre termina el viernes.
El lunes, Allie aún no había decidido qué decirle a Rachel sobre lo de su padre, pero cuando entró en el comedor al mediodía y vio a Lisa de pie en el umbral, todo lo relacionado con el final del trimestre, Lucinda y el gran peligro que corrían abandonó su pensamiento al instante. Estaba muy pálida y todavía más delgada que antes, pero la única marca visible que conservaba del ataque era una cicatriz roja en la mejilla.
—¡Lisa! Oh, Dios mío —Allie corrió a abrazarla—. ¿Cuándo has vuelto? ¿Cómo estás?
—Hola, Allie. He llegado hace un par de horas —sonrió con debilidad—. Mis padres no querían que me perdiera los exámenes y yo me encontraba un poco mejor así que…
—Vaya chorrada —exclamó su amiga—. Bueno, ¡bienvenida de todos modos! Desde que tú no estás, todo ha ido de mal en peor. Me alegro de tenerte aquí durante cinco días nada menos.
—Gracias —Lisa paseó la mirada por la sala, extrañada—. Pero ¿qué pasa? No hay nadie en nuestra mesa. Y Jo está allí con…
Señaló con un gesto la otra punta del comedor, donde Jo charlaba con Katie e Ismay.
Allie asintió.
—Sí, qué desgracia. Ahora Jo me odia.
—Venga ya —Lisa la miró con incredulidad.
—Que sí, en serio. Han pasado muchas cosas desde que te fuiste. El grupo prácticamente se ha deshecho. Cada uno va por su cuenta. Yo me siento casi siempre con Rachel Patel y con Lucas si están por aquí, y con Carter.
—¿En serio? Pero ¿qué ha pasado?
—Oh, Dios mío, es la historia más larga y absurda del mundo —suspiró Allie—, pero créeme: Jo me odia. Y yo, mal que bien, me las arreglo para sobrevivir.
Lisa parecía desesperada.
—Ahora no sé dónde sentarme —se lamentó.
Allie esbozó una sonrisa perversa.
—Bueno, puedes sentarte con Jo y con Katie Gilmore o te puedes sentar conmigo y con Lucas.
—Tú primero —escogió Lisa con una sonrisa culpable. Se acercaron al lugar donde Rachel y Lucas cogían una provisión de sándwiches.
A lo largo de la comida, se fueron turnando para contarle a Lisa todo lo que había pasado mientras había estado en casa recuperándose. Allie intentó ser ecuánime al exponer su versión de los hechos, pero Lisa enseguida pensó lo peor.
—Esta Jo… —dijo meneando la cabeza al mismo tiempo—. Conque esas tenemos otra vez.
Lucas suspiró.
—Eso fue lo que yo dije. La escenita me resultaba demasiado familiar.
—Ya, pero echarle la culpa a Allie cuando todos sabemos las cosas que hace… —protestó Lisa—. Es una mezquindad.
—Katie se está aprovechando de ella —arguyó Rachel—. La está utilizando. Y Jo debe de estar destrozada, si lo permite.
Más tarde apareció Carter, que rozó con los labios el pelo de Allie antes de sentarse junto a ella. Lisa agrandó mucho los ojos, pero Allie sonreía contenta y apenas se dio cuenta de que Lucas le propinaba a Lisa un codazo en las costillas.
Al margen de aquel gesto, sin embargo, no habían saltado chispas entre Lisa y Lucas. De hecho, en cierto momento, Allie sorprendió a su amiga mirando preocupada a Lucas y a Rachel, y por primera vez advirtió lo juntos que se sentaban y lo a gusto que parecían sentirse en la mutua compañía.
Quizás Rachel, a pesar de lo que decía, se estuviese planteando la posibilidad de perdonarlo.
Allie no quería inmiscuirse en el triángulo formado por Rachel, Lucas y Lisa pero, al mismo tiempo, deseaba que Rachel estuviera con el chico que la hacía feliz.
Frunció el ceño sin poder evitarlo.
¿Por qué el amor siempre tiene que ser tan complicado?
A las once de la noche, Allie apartó la vista de los libros.
—Comida —musitó—. Necesito comer.
Estaba estudiando con Carter, Lisa y Rachel en la biblioteca, adonde habían acudido nada más acabar la cena. Allí, el toque de queda se había pospuesto hasta la medianoche y, pese a ser tan tarde, estaba atestada.
—Voy a por algo de beber —informó Allie—. ¿Alguien quiere acompañarme?
—Yo no, gracias —dijo Lisa casi sin alzar la vista del libro.
Rachel repuso:
—No quiero ponerme pedante, pero hemos hecho un descanso hace solo una hora.
—A Allie le gusta más descansar que estudiar —terció Carter.
—Eso es lo normal, ¿no? —preguntó Allie al mismo tiempo que se ponía en pie—. Muy bien. Quedaos aquí. Volveré cuando haya encontrado algo para comer. Y cuando estéis todos medio desmayados de hambre, no creáis que os voy a dejar comerme a mí.
Salió de la sala con los ojos enrojecidos y se dirigió hacia la mesa que, junto a la puerta de la biblioteca, ofrecía una provisión de barritas energéticas, cuencos de fruta y termos de té y café. El pasillo estaba repleto de alumnos descansando, haciendo estiramientos, durmiendo o charlando antes de volver a los libros.
—Café —murmuró mientras trastabillaba hacia el bufé.
Mientras se servía el brebaje en una taza de porcelana blanca decorada con el escudo de Cimmeria en azul, observó la comida consternada.
—¿Por qué no hay galletas? —preguntó sin dirigirse a nadie en particular—. ¿Y dónde está el chocolate? ¿Cómo voy a trabajar en estas condiciones?
—Yo te traeré chocolate.
Allie se dio media vuelta tan deprisa que estuvo a punto de derramar el café.
—Sylvain, maldita sea. Me has dado un susto de muerte.
—Désolé… No quería asustarte.
Recelosa, Allie se dio media vuelta para marcharse mientras él se servía una taza de café.
—Bueno, me encanta charlar contigo pero…
Sylvain dio un paso rápido hacia ella.
—Allie, espera. Por favor. Necesito que hablemos… En serio.
—Vaya, ¿y tiene que ser ahora?
Hablar con Sylvain era lo que menos le apetecía del mundo en aquel preciso instante.
—No, claro que no —repuso él con expresión ofendida—, pero te agradecería mucho que me concedieras unos minutos de tu precioso tiempo.
Allie suspiró.
—Vale. Siempre que me prometas no volver a disculparte.
Los ojos azules del chico chispearon traviesos.
—No te puedo prometer que no me vaya a disculpar nunca más, pero ahora te quería hablar de otra cosa. Sin embargo, siento mucho…
—Vale, se acabó —lo cortó Allie al tiempo que se alejaba de él, pero Sylvain la cogió por el brazo, riendo.
—No he podido resistirme. Por favor, no te vayas. Prometo no volver a hacerlo.
Allie no tenía intención de sonreírle, pero lo hizo.
—Vale, me rindo. ¿Qué pasa?
—¿Te importa? —Sylvain señaló el pasillo con un gesto—. Deberíamos ir a otra parte.
—No se nos permite estar en ninguna otra parte —señaló la biblioteca—. Son más de las once.
—Ah, bueno, las reglas no son tan estrictas en mi caso —al ver que Allie lo miraba con desconfianza, se precipitó a añadir—: No iremos lejos.
—Cinco minutos —le mostró la mano con los dedos extendidos—. Después me vuelvo a estudiar.
—De acuerdo.
Café en mano, Allie lo siguió por el pasillo hasta el vestíbulo de entrada. Sus pasos resonaron en el espacioso pasillo.
En cuanto estuvieron a solas, el talante de Sylvain se transformó. Parecía incómodo e incluso miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los hubiera seguido. Allie se puso nerviosa ante tanto misterio.
—Y bien, ¿de qué querías hablar? —quiso saber.
Sin previo aviso, Sylvain se acercó y la estrechó entre sus brazos. Antes de que ella pudiera zafarse, le susurró muy cerca de la boca:
—Siento decirlo, Allie, pero estás en peligro.
—Sylvain —rezongó ella—, suéltame.
—Por favor, Allie, finge que estamos charlando como dos buenos amigos —el tono suplicante del chico la sorprendió tanto que dejó de forcejear.
—Pero ¿qué demonios te pasa? —susurró a su vez.
—No puedo decirte gran cosa —repuso él—, aunque creo que estás en peligro. Alguien quiere hacerte daño.
Ella lo miró fijamente por si le estaba tomando el pelo, sin embargo, Sylvain no sonreía. Por primera vez sintió el aguijonazo del miedo.
—¿Quién, Sylvain? ¿Quién quiere hacerme daño?
Él negó con la cabeza.
—No puedo decirte más. Ni siquiera debería decirte esto. Aun así, estoy preocupado por ti. Por favor, créeme, va en serio.
—¿Se trata de Nathaniel?
En cuanto lo hubo dicho, Allie se tapó la boca con la mano.
Una sombra de curiosidad cruzó el semblante de Sylvain.
—¿Qué sabes tú de Nathaniel?
Carter me va a matar.
—Yo… yo debo de haber oído algo por ahí…
Sylvain la miró a los ojos como si pudiera leer la verdad en ellos.
—La identidad del que te amenaza —dijo con voz queda— no es tan importante como el gran peligro que te acecha. Procura pasar el mayor tiempo posible en compañía de tus amigos. Nunca te quedes a solas. Sobre todo, no en el exterior.
A Allie le extrañó que fuera Sylvain quien le estuviera diciendo todo aquello. Inclinó la cabeza a un lado y lo miró con recelo.
—¿Sabe Isabelle algo de esto?
—Sí, pero no quiere asustarte. Además, cree que puede protegerte. Todos piensan que estás a salvo, pero yo no estoy tan seguro. Te suplico que me creas. Todo esto va en serio.
A Allie le incomodaba el calor del cuerpo de Sylvain contra la piel. Su aroma, tan familiar, le hacía revivir lo que una vez sintiera al tenerlo cerca, al besarlo.
Necesitaba alejarse de él, no podía soportar su proximidad.
Suspiró.
—Vale, muy bien. Estaré siempre acompañada y saldré lo menos posible. No te preocupes.
Allie confiaba en que la liberara después de oír aquello, pero él se quedó donde estaba, sosteniéndole la mirada.
—¿Qué pasa? ¿Hay más? —preguntó Allie—. Por favor, dime que eso es todo.
—Sí, es solo que aún estoy tratando de adivinar cómo conocías la existencia de Nathaniel.
—Y yo aún estoy tratando de adivinar quién quiere hacerme daño —le espetó ella—. Estamos empatados.
Allie creyó distinguir en los ojos de Sylvain un reflejo de su propio conflicto emocional, algo que la llenó de inquietud. Se escabulló de su abrazo, recuperó el café y echó a andar por el pasillo. Sylvain la siguió de cerca.
Cuando llegaron a la puerta de la biblioteca, él repitió con voz queda:
—Recuerda. Ten mucho cuidado.
—Estoy en ello —contestó Allie en tono lúgubre.
Allie no sabía si contarle a Carter o no la conversación con Sylvain. No tenía muchas dudas de que a Carter le molestaría saber que había hablado con él. Y desde luego no le haría ninguna gracia enterarse de cómo se había desarrollado el encuentro. Por otra parte, no le parecía bien ocultársela. Tal vez no fuera una traición pero sí una mentira. Una pequeña.
Sin embargo, cuando regresó a la biblioteca, Carter estaba recogiendo los libros para dirigirse a la Night School, así que las circunstancias decidieron por ella: apenas tuvo tiempo de despedirse en aquel momento y no volvió a verlo en toda la noche. Por la mañana, Carter tenía permiso para quedarse durmiendo, de modo que tampoco asistió a clase. Entre unas cosas y otras, al final no pudo contarle nada.
Cuando menos, fue aquella la excusa que se dio Allie a sí misma. Y también la que le ofreció a Rachel. Para su sorpresa, su amiga se tomó la información del francés muy en serio.
—Sylvain posee un rango muy elevado en la Night School. Puede que sea un capullo, pero si alguien está al corriente de ese tipo de cosas, es él —con el ceño fruncido, Rachel intentaba trazar un plan de acción—. ¿Has hablado con Isabelle?
Estaban sentadas en el mismo lugar donde Allie y Sylvain habían hablado la noche anterior, cada cual con una taza de té recién hecho y una galleta en las manos.
Aunque no había nadie más por allí, hablaban en susurros.
—¿Debería hacerlo? —preguntó Allie—. Me he planteado la posibilidad. Él no me pidió que guardara el secreto, pero todo parecía como… No sé. Extraoficial. Como si Isabelle no hubiera querido decirme nada.
—Pero si estás en peligro, ¿por qué iba a querer ocultártelo? —Rachel parecía preocupada.
—No lo sé. Toda esta historia es la mar de rara. Tenía una expresión… como si estuviera preocupado de verdad —Allie se echó hacia atrás y suspiró—. Algo va mal.
—Déjame que piense en ello —sugirió Rachel—. Ya se me ocurrirá algo.
Por desgracia, se dijo Allie, su amiga también parecía preocupada.
Con la advertencia de Sylvain metida en la cabeza, Allie había dormido mal la noche del lunes. El martes, tras un largo día de clases intensivas y toda la tarde dedicada a finalizar un trabajo en la biblioteca, subió a su habitación a medianoche, exhausta.
Se limpió los dientes a toda prisa y se puso el pijama medio dormida. Con la ventana abierta a la cálida brisa nocturna murmuró: «Buenas noches, cuarto», antes de caer en un sopor tan profundo que ni siquiera los sueños acudieron a quebrarlo.
Cuando despertó, dos horas más tarde, no supo de momento qué la había perturbado. Entreabrió los ojos y, aún inmersa en esa región indefinida que se extiende entre el sueño y la vigilia, vio una sombra inclinada sobre su cama, mirándola. Al principio creyó estar soñando.
Entonces oyó la respiración de la figura.
—¿Carter? —murmuró a la vez que se revolvía en la cama.
Más que ver, notó los rápidos movimientos de alguien que trepaba con agilidad al escritorio y salía por la ventana con la soltura de un acróbata.
Ese no era Carter.
Aquella conclusión la despabiló al instante. Sentada en la cama, miró por la ventana abierta durante una milésima de segundo antes de levantarse de un salto a encender la luz.
El cuarto estaba desierto, pero alguien acababa de abandonarlo, Allie estaba segura. Los libros y los papeles del escritorio se veían revueltos, y el boli que había dejado sobre el cuaderno antes de irse a dormir yacía en el suelo.
No había sido un sueño.
Haciendo un esfuerzo por respirar con normalidad, se encaramó al escritorio y miró por la ventana, pero solo vio campos y bosques bañados por el fulgor pálido de una rodaja de luna.
Pese a la calidez de la noche, Allie temblaba cuando cerró la ventana y probó la fuerza de la aldaba antes de volver a la cama, donde se quedó sentada con las rodillas abrazadas. Permaneció allí despierta durante mucho rato.