Catorce

—¡Ay!

Saltando arriba y abajo en la oscuridad, Jo se cogió la punta del pie.

—¡Chist!

Aunque Jo no podía verla, Allie se llevó el dedo a los labios y ambas se quedaron inmóviles.

Eran las once y media del jueves por la noche y estaban en el descansillo de la escalera, a oscuras, notando el frescor del suelo de madera contra los pies desnudos. El miércoles por la noche se habían quedado perfeccionando el plan hasta muy tarde, y llevaban la mitad de aquel día ultimando los detalles. Allie había acabado por concluir que salir del colegio iba a ser sin duda la parte más divertida.

Llegado el momento al fin, estaban pendientes de cualquier sonido, de cualquier señal que sugiriese que habían sido descubiertas, pero reinaba el silencio en el viejo edificio. Transcurridos unos instantes reanudaron el descenso a tientas, llevando los zapatos en una mano y agarrando la barandilla con la otra. Lucas les había recordado que el tercer peldaño contando desde abajo crujía y lo evitaron cuidadosas en el descenso. Cuando alcanzaron la planta baja, Allie echó un vistazo al despacho de Isabelle; no se filtraba luz por debajo de la puerta.

A medida que los ojos se le iban acostumbrando a la oscuridad, Allie empezó a distinguir formas en las tinieblas. A mitad del amplio pasillo que conducía a la zona de las aulas, se detuvo.

—¿Has oído eso? —musitó casi sin mover los labios.

Jo negó con la cabeza, pero justo entonces ambas oyeron el ruido. Pasos. Muy cerca.

A toda prisa, Allie buscó un escondite con la mirada. Pensando sobre la marcha, se escondió detrás de una columna de piedra y arrastró a Jo con ella. Segundos más tarde, una pequeña sombra se movió en el pasillo. Allie pegó la espalda a la pared, pero Jo se asomó para escudriñar la oscuridad. Antes de que su amiga pudiera detenerla, salió disparada en pos de la sombra.

—Jo —susurró Allie, pero no obtuvo respuesta. Vaciló un momento, sin saber qué hacer, y luego echó a andar tras ella. Al principio no pudo ver nada pero entonces chocó con su amiga, que se había adelantado al reconocer a Lisa.

—¡La he encontrado! —susurró encantada.

Lisa no parecía tan emocionada como ella, y Allie se preguntó por qué había accedido a acompañarlas. Había dejado claras sus reservas en todas las conversaciones que habían mantenido sobre el tema, y en aquel mismo instante estaba hecha un manojo de nervios, saltando de un pie a otro como una bailarina frenética antes del espectáculo, con los ojos muy abiertos en su rostro delicado. Allie le hizo un gesto de ánimo y señaló la puerta que conducía a las aulas.

Jo asintió.

—¿Y Ruth? —cuchicheó la otra.

—Llega tarde. No podemos esperar.

Allie hizo girar el pomo. Si la puerta crujía, estaban perdidas.

Se abrió en silencio sobre sus goznes, que Gabe había engrasado aquella misma tarde.

Pasaron al otro lado y corrieron como alma que lleva el diablo por el largo pasillo. En el extremo final, sobre la puerta de salida, atisbaron las infaustas señales supuestamente oficiales que advertían de la presencia de mecanismos de alarma y seguridad; incluso se detallaban números a los que llamar en caso de emergencia.

Allie se preguntó quién respondería al otro lado si alguna vez los marcaba.

Inmóviles por un momento, intercambiaron una mirada en la penumbra. Una a una, apoyaron las manos en la puerta y, a la señal de Jo, la empujaron todas a la vez. La puerta cedió sin hacer el menor ruido.

La franquearon tan deprisa que salieron tropezando a un camino de grava. Las piedras se les clavaban en los pies desnudos y las tres se pusieron a dar cómicos saltitos mientras se ponían los zapatos e intentaban no gritar. Pensando en el aspecto tan ridículo que debían de tener, Allie ahogó una risilla.

—¡Venga-venga-venga! —susurró Jo, y las tres corrieron a internarse en la noche, enlazando las manos para avanzar unidas.

A la altura del lindero del bosque, Jo y Lisa se habían quedado sin resuello, y pararon un momento para recuperar el aliento. Allie se impacientó; estaban demasiado cerca del colegio.

—¿Y ahora por dónde? —masculló.

Con un gesto de la barbilla, Jo señaló el camino de la derecha. Allie les indicó por señas que se pusieran en marcha. Siguieron avanzando, ahora a paso más lento.

Al principio reinaba el silencio en el bosque, pero poco después Allie comenzó a distinguir roces de hojas y chasquidos de ramillas que se rompían. Cogió la mano a Jo y se la apretó con fuerza al mismo tiempo que la advertía de los ruidos con un gesto. Cuando su amiga sonrió, distinguió sus dientes blancos en la oscuridad.

—Son los demás —le susurró.

A medida que la distancia con la escuela aumentaba, los alumnos se volvían más descuidados y pronto se empezaron a oír otros sonidos: risillas sofocadas, algún cuchicheo, falsos pájaros nocturnos seguidos de una carcajada contenida. Allie notó cómo la tensión que sentía entre los omóplatos comenzaba a ceder.

Jo se paró tan de repente que Allie y Lisa estuvieron a punto de chocar contra ella.

—Es aquí —susurró, y desapareció detrás de un arbusto. Allie escudriñó la oscuridad de su alrededor, pero no vio ningún estanque; solo árboles y maleza. Con todo, Lisa y ella siguieron a Jo a su escondrijo.

—¿Por qué nos escondemos? —susurró Lisa.

—Nadie debe advertir que estamos aquí hasta medianoche —aclaró Jo—. Es la tradición.

—¿Cómo sabes todas esas cosas? —preguntó Allie.

—Mi hermano me lo contó —le explicó su amiga.

Jo llevaba un reloj con la esfera fluorescente, y las tres se quedaron mirando cómo el minutero avanzaba inexorable hacia la medianoche.

—¿Dónde está Ruth? —preguntó Allie.

Jo mostró las manos vacías con ademán de ignorancia.

—Se suponía que debía reunirse con nosotras en el colegio o por el camino, así que supongo que ya debe andar por aquí, en alguna parte.

Comprobó el reloj.

—Ya casi es la hora —susurró—. Preparaos.

Allie advirtió que Lisa temblaba. Hubiera querido consolarla pero ella misma estaba demasiado asustada. Inspiró hondo y miró hacia donde se suponía que estaba el lago.

¿De verdad voy a hacer esto? O sea, ¿realmente hay gente que se baña en pelotas? ¿No pasa solo en las películas?

En aquel momento, Allie dio un respingo cuando una profunda voz masculina retumbó en el silencio.

—Es la hora, chicos. Afuera los pantalones.

Mientras Allie y Lisa vacilaban, Jo empezó a desabrocharse los shorts. Al advertir que sus amigas no se movían las reconvino.

—Yo de vosotras lo haría —les advirtió—. Si habéis llegado hasta aquí, sería peor echarse atrás.

Las dos intercambiaron una mirada aterrada.

—Yo lo hago si tú lo haces —dijo Lisa al fin.

Allie oía a los alumnos tirarse al agua y gritar entre risas. Suspiró derrotada.

—Oh, qué diablos.

Mientras ella se quitaba el pantalón del chándal, Jo la vitoreó y se arrancó los shorts. Al cabo de pocos segundos las tres estaban completamente desnudas. Lisa y Allie cruzaron los brazos sobre el pecho con gesto protector, pero Jo les cogió las manos.

—Si lo vais a hacer, hacedlo con orgullo —las animó arrastrándolas al camino.

En la oscuridad, Allie solo veía instantáneas de piel mientras la gente saltaba y volvía a salir de un lago que no llegaba a distinguir en las tinieblas.

—A la de tres —propuso Jo con una risita—. Una, dos…

Se zambulleron en aquella agua oscura con un chapoteo gélido. Allie, que en la negrura de la noche apenas lograba ver el estanque, percibió cómo las estridentes carcajadas de su alrededor se transformaban en silencio al hundirse bajo la superficie. La sorprendió la profundidad; nunca había sido una buena nadadora. Mientras pataleaba para salir a la superficie, un recuerdo repentino le vino a la mente. Un caluroso día de verano. Tenía siete años y Christopher se estaba burlando de ella por haberse hundido como una piedra en la piscina. «Corres como una liebre, pero también nadas como un conejo…», se había reído mientras ella chapoteaba frenética.

Cuando salió a coger aire, borboteando y temblando, no vio a Jo ni a Lisa por ninguna parte.

—¿Jo?

¿Cómo era posible que las hubiera perdido en un segundo? Sin embargo, el estanque estaba atestado de alumnos alborozados… ninguno de los cuales le resultaba familiar. Mientras braceaba en el agua fría buscando una cara conocida, Allie sintió que el pánico crecía en su interior. Estaba sola y desnuda en un lago lleno de desconocidos. Lágrimas cálidas de miedo y vergüenza le saltaron a sus ojos. De repente, se dio cuenta de que le costaba respirar. Llevaba semanas sin sufrir un ataque de pánico, pero ya estaba oyendo su propio resuello, tres fatigosas respiraciones seguidas, mientras luchaba por permanecer en la superficie.

No puedo… respirar…

Se hundió apenas un segundo y pateó para volver a la superficie. Por debajo del agua, el pie de alguien le golpeó con fuerza la espinilla y el dolor se extendió por toda su pierna. No gritó… no tenía bastante aire.

Una vez más, el agua fría se cerró sobre su cabeza y de nuevo intentó salir a flote. En esta ocasión, sin embargo, dos manos fuertes la cogieron por los hombros y la arrastraron a la superficie. La invadió un sentimiento de gratitud, pero justo entonces distinguió quién la estaba ayudando y forcejeó para liberarse al mismo tiempo que intentaba taparse el pecho con las manos.

—Todo va bien, Allie. Mírame —Carter le hablaba con voz tranquila y firme mientras la obligaba a mirarlo a los ojos—. Respira despacio por la nariz. No apartes la vista. Respira despacio.

Quiso explicarle que se estaba muriendo pero las palabras no acudieron a su boca.

—Inspira —dijo él, y le mostró cómo hacerlo suplicándole con la mirada que lo imitara—. Y ahora suelta el aire.

Carter exhaló con ademán exagerado.

Cuando Allie intentó seguir sus indicaciones, apenas consiguió resollar y el miedo se apoderó de ella. No iba a conseguirlo.

Pero da igual, de verdad. Mientras pueda descansar solo un momento…

Con un parpadeo, sus ojos se cerraron al mismo tiempo que la cubría un manto de oscuridad.

La bofetada de Carter la sobresaltó tanto que inhaló aire por reflejo. Aquella bocanada de oxígeno reavivó su esperanza.

—Puedes hacerlo, Allie. Respira conmigo.

Allie advirtió que Carter hacía esfuerzos para que no se le quebrara la voz, y comprendió asustada que realmente estaba en peligro de muerte.

Él inspiró hondo y ella intentó imitarlo. Por fin, una pizca de aire se abrió paso hasta sus pulmones.

—¡Bien! —dijo Carter—. Otra vez.

Una inspiración más profunda, y la opresión que sentía en el pecho comenzó a ceder. Él la animó a continuar, pero Allie temblaba tanto que a la cuarta respiración completa se echó a llorar.

—Ya ha pasado todo, Allie —le dijo rodeándole los hombros al mismo tiempo con un abrazo delicado—. Sigue respirando.

Protegiéndola con su propio cuerpo, la guió por el agua hasta la orilla. Allie oyó que la gente se reía y salpicaba a su alrededor. No sabía si se estaban burlando de ella y tampoco le importaba.

Carter le habló con dulzura.

—¿Dónde has dejado la ropa, Allie?

—No lo sé —susurró ella con voz ronca.

Él sonrió a medias.

—¿Por qué será que no me sorprende? —la guió hasta la relativa intimidad de un gran árbol algo apartado del camino—. Quédate aquí. Te buscaré algo.

Mientras Carter se internaba en las sombras, Allie admiró los músculos en movimiento de sus caderas y de su espalda y se obligó a seguir respirando.

Tiene un cuerpo hermoso, pensó.

Cuando él reapareció al cabo de pocos minutos, se había puesto unos pantalones cortos. En las manos llevaba una camisa de chico y unos shorts de chica.

—Es lo mejor que he podido encontrar —se disculpó.

Puesto que iba desnudo de cintura para arriba, Allie presintió que la camisa de chico le pertenecía.

Se dio media vuelta para ponerse los pantalones; luego se giró hacia él y alargó la mano para coger la camisa. Él se la tendió sin una palabra. Allie no distinguía su rostro en la oscuridad, pero mientras se retorcía para ajustarse la enorme camisa el corazón le latía tan pesadamente que por fuerza tenía que oírlo.

—¿Lista?

Allie advirtió que a Carter le temblaba la voz.

—Sí.

Cogiéndola de la mano, el chico la ayudó a salir del escondrijo y la guió al sendero. El calor de su mano la reconfortaba; tenía unos dedos fuertes y se aferró a ellos.

—No he podido encontrar zapatos —le dijo él consternado—. Te vas a hacer daño en los pies. ¿Quieres ponerte los míos? También puedo llevarte en brazos.

Aunque los agudos guijarros se le clavaban en la planta de los pies, Allie rehusó con un movimiento de la cabeza.

—No pasa nada —lo tranquilizó.

A medida que se alejaban del lago, el ruido y las risas fueron muriendo tras ellos. A los pocos minutos, solo se oía el sonido de sus respiraciones. Carter aún la llevaba de la mano.

Cuando supo con seguridad que se encontraban solos, Allie se paró y lo miró.

—Carter… Gracias.

Él le soltó la mano y miró al suelo.

—No ha sido nada.

—Sí, Carter —tomó su mano otra vez. Cuando él alzó la vista, sus ojos parecían tan vulnerables que Allie no pudo evitar deshacerse en lágrimas—. Ha sido algo.

Se miraron el uno al otro durante largos instantes pero justo cuando él iba a hablar…

—¡Allie! ¡Carter!

La voz de Jo rompió el hechizo. Su amiga corría por el sendero, con Lisa y Gabe pisándole los talones.

Cogiendo a Allie por los hombros, Jo la sacudió con ademán preocupado.

—Pero ¿dónde te habías metido? ¿Va todo bien? Te he buscado por todas partes.

Mientras asentía, Allie notó que otra vez se le saltaban aquellas lágrimas inoportunas.

—No podía encontrarte. Carter me ha ayudado a…

Se volvió a mirarlo, pero él ya se había ido.

—… salir —susurró.

La charla brilló por su ausencia durante el desayuno de la mañana siguiente. Cualquiera habría podido identificar a los alumnos que habían pasado casi toda la noche en el bosque por el aspecto desaliñado y las ojeras. Jo y Allie desayunaban casi en silencio y Lisa bostezaba a su lado. Ninguna de las tres tenía hambre. Allie aferraba su taza de té como si fuera lo único capaz de mantenerla viva mientras Jo desmenuzaba un trozo de tostada en partículas diminutas.

Allie había pasado la noche en el cuarto de Jo, en el suelo. Habían regresado al colegio sin que nadie reparara en ellas, entrando por la misma puerta por la que habían salido una hora antes.

Se habían quedado hablando hasta las cuatro de la mañana, momento en el cual Allie le dijo a su amiga que se sentía mejor, aunque no era verdad.

Sufrir un ataque de pánico desnuda delante de media escuela… ¿Cómo se puede superar algo así?

Por lo menos, por fin había averiguado lo sucedido después de que se zambulleran en el estanque. Durante la noche, Jo le había contado toda la historia. Por lo visto, Gabe y Lucas se encontraban ya en el agua y habían divisado a las chicas cuando corrían hacia la orilla. Gabe había cogido a Jo en cuanto ella había saltado el estanque y la había arrastrado a la zona donde nadaban los otros chicos, cerca de un árbol. Jo, por su parte, se las había ingeniado para coger a Lisa y llevarla consigo, aunque esta hacía lo posible por esconderse de Lucas. Y al parecer, en medio de toda aquella confusión, había perdido de vista a Allie.

—El lago se ha llenado de gente con tanta rapidez y estaba tan oscuro que cuando he vuelto al lugar donde nos habíamos zambullido, o donde creía que nos habíamos zambullido, no he podido encontrarte por ninguna parte —le había dicho Jo.

Según le contó, fueron Jules y Ruth quienes le dijeron que habían visto a Allie con Carter, y que ella parecía encontrarse mal.

—Al final, Ruth ha ido con Jules, porque Jules no quería ir sola. Y esta ha pensado que habíamos estado bebiendo y que por eso te encontrabas mal. Así que me ha echado una bronca de campeonato, y he tardado siglos en ponerme a buscarte.

—No he visto a Sylvain por allí. Bueno, la verdad es que no he visto a nadie —se lamentó Allie.

—No creo que estuviera —dijo Jo—. Pero sí todos los demás.

Allie, que había improvisado una cama en el suelo a base de abrigos y jerséis, enterró la cara en la almohada de repuesto de Jo.

—Me pregunto cuánta gente me habrá visto montar el número.

Jo, que estaba sentada en la cama, se tendió boca arriba y bostezó.

—No mucha, eso seguro. Por lo visto, nadie te ha visto excepto Jules.

—Pero se lo contará a todo el mundo.

—No lo hará. Es prefecta. Tiene el deber de protegerte o algo así —la tranquilizó Jo—. Pero bueno, ¿qué ha pasado exactamente?

Allie le contó que había sufrido un ataque de pánico y que Carter la había rescatado. No le habló de cómo se había sentido cuando él la sacó del agua y la ayudó a respirar. Ni de cómo había mirado su cuerpo a la luz de la luna. En cambio, se centró en lo tranquilo que era y en lo increíblemente bien que había afrontado la crisis.

Jo se quedó un momento pensativa. Cuando habló, escogió con cuidado las palabras.

—La gente de por aquí le tiene manía a Carter porque se comporta como si estuviera por encima de todo el mundo, y también porque ha hecho sufrir a muchas chicas a lo largo de los años, fingiendo estar interesado y luego pasando de ellas. Además, va totalmente a lo suyo. En realidad, me sorprende que haya aparecido por el lago esta noche, o ayer por la noche… —echó un vistazo al reloj—. Esta mañana. Cuando fuera. Porque es el tipo de situación que suele evitar. Así que tiene fama de estirado. Pero puede ser un buen tío; ya lo creo que sí.

Bostezó con ganas.

—Mucha gente sabe que él no les tiene simpatía o que los considera superficiales. Procura que se note.

—Eso es lo que me gusta de él —murmuró Allie cerrando los ojos—. Es muy sincero.

—La sinceridad puede ser buena —dijo Jo mientras apagaba la lamparilla de noche. Sus últimas palabras flotaron en la oscuridad, incorpóreas—. Pero también puede ser mala.

Horas después, mientras removían los cereales de sus cuencos, nadie parecía tener nada que decir. Lisa era la que estaba más animada de todas; había sobrevivido al chapuzón, y Lucas la había acompañado al edificio del colegio después del baño. Todo parecía indicar que algo había surgido entre los dos. A pesar de todo, incluso Lisa estaba cansada.

—Dios, voy a tener que echarme una siesta —dijo con la cabeza apoyada en la mano—. Estoy hecha polvo.

—Yo estoy hecha una mierda —declaró Jo sucintamente mientras cogía el azúcar—. Quién iba a decir que el sueño fuera necesario.

—Una mierda define bastante bien mi estado —terció Allie, que tomó un sorbo de té y bostezó a continuación.

Nadie le había hecho ningún comentario acerca de la noche anterior. Tampoco había oído cuchicheos al entrar en el comedor. Tal vez Jo tuviese razón y, entre la oscuridad y el bullicio, nadie hubiese advertido que había perdido los nervios.

Como mandaba la tradición, el día del baile las clases terminaban al mediodía. En el transcurso de las clases matutinas, Allie se esforzó por mantenerse despierta.

Incluso tomó notas, que más tarde sería incapaz de descifrar.

En clase de Biología, Carter la ignoró ostensiblemente. En la de Literatura, Allie se durmió mientras aguardaba el comienzo de la lección y ni siquiera lo vio entrar.

Cuando alzó la vista, él estaba en su sitio de costumbre, pero no la miró. Bueno, pues mejor. Dentro de ocho horas estaría en el baile con Sylvain. Realmente no era el momento ideal para andar recordando el contacto de su piel cuando la había abrazado en el agua. Desnuda.

Ordenó los papeles del pupitre y sacó el libro de la cartera.

No… no lo es en absoluto.

Isabelle acababa de ocupar su lugar habitual, al borde del corro de pupitres.

Paseó la vista por la clase con expresión sagaz.

—Caray, algunos de vosotros parecéis muy cansados. ¿Acaso no habéis dormido bien?

Los aludidos se removieron incómodos en sus asientos. Alguien soltó una risita.

—He oído que ayer por la noche hubo jaleo en el lago. Espero que el ruido no os impidiera dormir.

Más risas nerviosas. La directora se puso las gafas con expresión enigmática.

—Estoy segura de que muchos de vosotros estáis soñando ya con bailar en brazos de vuestra pareja, pero lo cierto es que la clase de hoy debe tener lugar en cualquier caso —dijo mientras abría el libro—. De modo que he pensado que el romance sería un tema muy apropiado para un día como hoy. Empezaremos con un precioso poema que trata del amor secreto: «Silentium Amoris». El autor es Oscar Wilde, al que seguramente conoceréis por su faceta más humorística. Sin embargo, la poesía que vamos a leer es una pura y simple historia de amor.

Leyó las dos primeras estrofas con su voz alta y bien modulada. Perdida en la verborrea de la maestra, Allie había desconectado casi de inmediato. Dibujó una mariposa adormilada en su cuaderno y justo cuando le estaba decorando las alas con elaborados motivos, oyó su nombre.

Confusa, se irguió en el asiento. Toda la clase la estaba mirando.

—¿Perdón? —dijo sonrojada.

—Buenos días —la reconvino Isabelle mientras la clase estallaba en risillas—. Te estaba preguntando si te importaría leernos la tercera estrofa.

Allie se puso de pie, levantó el libro en alto y carraspeó para aclararse la voz. Empezó a leer con precipitación, aunque fue disminuyendo el ritmo a medida que las palabras cobraban forma.

Pero es seguro que ante ti mis ojos no revelarán por qué guardo silencio y por qué mi laúd ha muerto.

Hacia nuevas tierras deberíamos partir:

tú hacia unos labios de dulces melodías,

y yo hacia el refugio de mi recuerdo estéril,

donde yacen los besos que nunca se dieron

y las canciones que nunca se cantaron.

La inundó una indescriptible ola de tristeza. Por un instante, creyó que se echaría a llorar, aunque se contuvo.

Pero ¿qué demonios me pasa?

—Cuéntanos qué te inspira el poema, Allie.

Horrorizada al advertir que Isabelle seguía pendiente de ella, pensó a toda prisa en algo que decir. Cuando habló, lo hizo casi en susurros.

—El poeta no se atreve a compartir sus sentimientos, pero al mismo tiempo le entristece que la otra persona no sepa lo que siente.

—¿Y por qué no se atreve a revelar sus sentimientos a esa otra persona? —preguntó Isabelle.

—Porque es posible que ella no le corresponda —por alguna razón, el hecho de que fuera Carter quien había respondido no sorprendió a Allie, que bajó la vista a su cuaderno y se puso a dibujar una cadena de pequeños círculos entrelazados alrededor de la mariposa—. De modo que prefiere no saberlo.

—Antes de continuar, vale la pena señalar que muy posiblemente tanto la voz del poeta como la de la persona a la que se dirige sean del género masculino, pero para facilitar la conversación lo analizaremos en términos más convencionales. Así pues, ¿por qué el poeta prefiere no saberlo? —siguió preguntando Isabelle mientras atravesaba el centro del corro para apoyarse en un pupitre vacío—. A lo mejor ella le corresponde, pero nunca lo averiguará si no se lo pregunta.

—Tiene miedo de que le hagan daño —susurró Allie, y añadió otro eslabón a la cadena que estaba dibujando.

Con curiosidad, Isabelle desplazó la mirada de Allie a Carter.

—Eso lo explicaría —dijo—. Y ahora, hablando de sufrir, os he traído otro poema de estilo algo distinto escrito por la autora americana Dorothy Parker…

El resto de la clase fue interminable. En cuanto concluyó, Allie abandonó el pupitre y se dirigió a la puerta cabizbaja, decidida a no establecer contacto visual con nadie.

Sobre todo, con Carter.

Fue la primera en llegar a las escaleras. Sus pisadas resonaban contra los tablones de madera mientras las dejaba atrás a toda prisa, contando para sí.

… treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres…

Poco después, en la intimidad de su cuarto, cerró la puerta a su espalda y se recostó contra la hoja mientras contemplaba aquel espacio aseado y familiar.

¿Qué acaba de pasar? ¿Acaso Carter trataba de decirme que le gusto? ¿O estoy viendo cosas donde no las hay? ¿Tendrá razón Sylvain?

Estaba tan cansada que no confiaba en su capacidad de raciocinio. Y el lecho en el que no había llegado a dormir la invitaba a acostarse. Dejó la cartera en el suelo, puso el despertador a las seis y cerró los postigos para impedir el paso a la deslumbrante luz del sol. Se detuvo lo justo para quitarse los zapatos con los pies antes de meterse en la cama vestida como estaba. La soledad le sentó de maravilla, y envuelta en la fría oscuridad pensó una vez más en Carter antes de sumirse en el olvido y quedarse dormida.