CAPÍTULO 24

Peter abandonó el andén y se dirigió al bar de la estación. Necesitaba tomarse un café bien cargado y ordenar sus ideas. Pidió un capuchino y se dirigió a una de las pocas mesas del local. Era el único cliente del bar. El camarero silbaba Blue Velvet con una maestría lograda tras años de práctica.

Peter dio un sorbo a su café. Estaba algo frío, pero en vez de ir a cambiarlo, se quedó sentado, contemplando la sala de consigna de la estación. Le parecía algo anormal que habiendo tan poco movimiento hubiese tantas taquillas.

Peter volvió a centrarse en sus asuntos y repasó mentalmente lo que ya sabía o al menos creía saber. Debía de haber algún punto importante que se le escapaba.

En primer lugar, ¿qué era lo que había estado haciendo Adam Day? ¿A qué se dedicaba para que Anna Newman le escribiese aquella nota en la que le amenazaba con ir a la policía?

Desde luego que nada bueno. Susan pensaba que se podía tratar de un chantaje, y aunque hasta el momento no había encontrado pruebas, aquella hipótesis iba cobrando fuerza. Adam había abierto cinco cuentas de banco en las que todavía no había ingresado ni una libra. Tal vez el chantaje no le había salido tan bien como esperaba, o tal vez se trataba de una presunción equivocada y la extorsión no se había producido.

Aun así, meses antes, Adam Day entregó un cheque sin fondos para pagar la matrícula del curso. Cuando en la universidad se dieron cuenta, anularon inmediatamente su inscripción, aunque a los pocos días Adam Day se presentó con el importe en metálico, de unas cinco mil libras, en el despacho del tesorero. Pero ese dinero no fue a parar a las cuentas de la universidad, sino que se utilizó, siempre según el tesorero, para pagar facturas vencidas.

Y el tesorero no era otro que Julius Black.

¿Casualidad o había algo más de por medio?

Entraba dentro de lo posible que Adam Day estuviese chantajeando de alguna forma al padre Black. Si era así, ¿se había enterado Anna? La joven había tenido de tutor a Julius Black, y tal vez, en alguna de sus visitas, habría visto u oído algo.

¿Por ese motivo amenazó a Adam con delatarle a la policía? ¿Por ese motivo Adam decidió matarla? ¿Y qué pasaba con Francis Mason? El joven había aparecido muerto pocas horas después de que Peter hablase con él. Francis le había puesto sobre la pista de Adam Day, pero lo había hecho sin ninguna intención. Ni siquiera sabía nada de la nota de Anna Newman.

De todas formas, Adam tenía un poderoso motivo para matar a Francis. Si el joven moría, nadie podría saber que la carta de Anna Newman iba dirigida a Adam en vez de a Francis. Entonces Peter obtuvo esa información, y pocas horas después, mientras revisaba la habitación de Adam, alguien intentó matarle. De nuevo, nadie tendría un motivo mejor que Adam Day para intentarlo. Peter estaba siguiendo su pista, y él, junto con Susan, eran los únicos que sabían que la nota iba dirigida a Adam.

Además, Adam no había cogido el tren a Londres, con lo que podría haberse ocultado en Coldshire y cometer todos esos actos. También había algo muy extraño en aquel último punto. Adam no había ido a Londres, pero alguien había utilizado su billete de tren. Un anciano con problemas en las rodillas, según la versión del revisor.

¿Quién era aquel hombre? ¿Y por qué había suplantado la identidad de Adam?

Peter se removió en su asiento y pidió otro café. La teoría no estaba mal en líneas generales, pero había muchos huecos que no conseguía tapar. Y había un asunto que le preocupaba sobremanera y que no lograba quitarse de la cabeza. ¿Qué había pasado en realidad en aquel piso alquilado de Birmingham? ¿Por qué había intentado quitarse la vida?

Al descubrir que aquel piso estaba alquilado por Adam Day, con el nombre falso de Adam Night, Peter se había quedado conmocionado. ¿Qué hacía él allí? Solo encontraba una explicación que encajase en el curso general de los acontecimientos.

Peter debía de haber descubierto lo que tramaba Adam Day. Probablemente, la propia Anna, antes de morir, habría acudido a él en busca de ayuda y Peter habría seguido la pista de Adam hasta aquel mismo piso.

Lo demás era completamente inexplicable. No era capaz de comprender su intento de suicidio. Cada vez que intentaba hacerlo, se daba de bruces con un grueso muro. En esos momentos, Peter se aferraba con fuerza a su tabla de salvación. Aquella frase frenética pronunciada en la bañera, mientras se estaba desangrando.

«Es una trampa», había dicho.

¿Pero quién le había tendido esa trampa? ¿Adam Day? ¿El padre Black?

Peter solo tenía una cosa clara. Dios no había permitido muerte.

Una anciana entró en la estación, pasó por delante de Peter y se dirigió directamente hacia la sala de consigna. La mujer abrió una taquilla, extrajo un paquete y abandonó la estación por donde había venido. Peter no dejó de observarla atentamente ni un instante.

—Mucha gente tiene una alquilada —dijo una voz a su espalda.

—¿Perdón?

—Le decía que mucha gente alquila una taquilla para recibir paquetes de Londres —dijo el camarero afablemente—. Disculpe la indiscreción, pero me pareció que estaba muy interesado.

Peter se levantó como un resorte, se llevó la mano al bolsillo y extrajo el llavero que había encontrado en la habitación de Adam Day. Una de las llaves era del piso de Birmingham, la otra no sabía aún a qué puerta correspondía. El número noventa y nueve estaba pintado con rotulador negro sobre el metal.

Peter se dirigió con paso rápido a la sala de consigna. Había exactamente ciento cuarenta taquillas, todas ellas numeradas. La número noventa y nueve estaba en la parte inferior izquierda del taquillero. Peter se agachó y metió la llave en la cerradura.

La llave entró fácilmente y Peter abrió la portezuela metálica. Un sobre grande sin ninguna dirección ni membrete yacía en el fondo de la taquilla.

—Veo que usted también tenía una —dijo el camarero desde la barra.

Peter obvió el comentario y abrió el sobre. Había tres fotos de tamaño grande en su interior cortadas por la mitad. Las tres eran muy parecidas y estaban tomadas en el mismo escenario, la habitación en la que Peter había despertado con las muñecas heridas. Las tres estaban rasgadas con un corte irregular pero nada casual. Los trozos de foto que Peter tenía en su poder mostraban a Adam Day tendido desnudo, a un lado de una cama. Los pedazos de fotografía faltantes debían de mostrar a la persona que yacía junto a Adam.

Peter guardó las fotos en el sobre, cerró la taquilla y pagó sin decir nada. Un torrente de ideas, cada una más arriesgada que la otra, amenazaba con desbordarle. Tenía que hablar con Susan y contarle lo que había averiguado.

El camarero le miró extrañado mientras Peter abandonaba el local. «El mundo está lleno de tipos raros», pensó mientras secaba un vaso. Sin saber bien por qué comenzó a silbar Hell Bells con maestría.