CAPÍTULO 16

Mientras Susan esperaba en su coche rechinando los dientes y apostada frente a la casa del padre Black, Eva manejaba con soltura el ordenador del despacho de Peter Syfo. La secretaria introdujo una secuencia de diecisiete números y pulsó la tecla intro. La pantalla tardó unos instantes en mostrar el resultado y confirmar la teoría de Peter.

—Este también está en Coldshire —dijo la mujer.

Peter asintió en silencio y anotó algo en su libreta.

Eva no debía estar allí tan tarde, pero al llegar a su despacho, Peter se la había encontrado buceando entre una montaña de papeles. Dado que él era rematadamente malo en asuntos informáticos, no dudó en pedirle su ayuda. Eva estaba harta de revisar el resultado de un trimestre de burocracia, por lo que aceptó su petición gustosamente. Además, Susan no había cogido el teléfono ni le había devuelto la llamada, así que la ayuda de su secretaria fue como una bendición de Dios.

—¿Qué es todo esto, Peter? —insistió Eva.

Era la tercera vez que le hacía aquella pregunta y hasta ahora él se había mostrado esquivo. Ya era el momento de contarle la verdad, o al menos parte de ella. Peter cogió uno de los post it y señaló las dos filas de números que contenían.

—La primera fila es una fecha concreta: día, mes, año y hora —explicó Peter—. La segunda fila, como acabamos de comprobar, es una coordenada GPS que identifica un punto exacto de la Tierra.

Eva le miró extrañada, sin comprender.

—Se trata de acontecimientos que han ocurrido en esas fechas y lugares. Aún no sé de qué se tratan, y tampoco sé de qué manera, pero creo que están relacionados con el asesinato de Anna Newman —aclaró Peter.

Eva había hallado un servicio de localización de coordenadas ofrecido en una página web de una organización paramilitar. El resultado era rápido y certero. Según la publicidad, la página ofrecía un sistema basado en GPS portátil mono frecuencia de doce canales paralelos. A Peter le sonaba a chino, pero ofrecía una precisión de uno a dos metros, con lo que el margen de error era despreciable. Hasta ahora el resultado había sido muy interesante.

Todas las coordenadas que habían buscado habían resultado ser lugares que se encontraban en un radio de menos de cuatro kilómetros del punto en el que se encontraba en aquel instante, todos dentro de los límites del pueblo de Coldshire. Varias coordenadas GPS se repetían número a número, indicando exactamente el mismo lugar. Peter las había dividido en varios grupos, haciendo pequeños montones con los post it.

—Tenemos tres notas que apuntan a la residencia universitaria —dijo Peter más para sí que para Eva. Había omitido el dato de que era allí donde Francis Mason y Adam Day tenían su habitación.

—Otras dos notas señalan la pequeña cabaña de campo en la que encontré a Francis Mason —continuó.

—No me habías dicho que le habías visto. —La cara de Eva reflejaba preocupación.

—Fue un encuentro muy breve —se justificó Peter, continuando apresuradamente con su análisis—. Una tercera nota apunta a un pequeño motel de carretera situado a las afueras de Coldshire. Otra nota hace referencia al edificio de la biblioteca del campus.

Peter cambió el peso de un pie a otro. Eva le miraba en silencio.

—Otras dos notas indican las coordenadas del parque Cross.

No hizo falta decir nada. Los dos sabían que aquel era el sitio donde habían encontrado el cadáver de Anna Newman.

Ya solo le quedaban dos grupos de post it con sus coordenadas. Uno de ellos estaba formado por un solo papel amarillo. Peter lo leyó en voz alta y Eva tecleó los números. Después de unos segundos de espera, el sistema le mostró una localización concreta en el pueblo de Coldshire. Eva amplió el mapa hasta el nivel de detalle máximo.

—¡No puede ser! —exclamó la mujer con sorpresa.

—¿Qué ocurre?

—Peter, es tu casa.

—¿Pero qué…? Comprueba de nuevo las coordenadas.

Peter releyó la secuencia poniendo especial atención en cada número, pero el resultado no cambió. El mapa mostraba su calle y la flecha de localización estaba parada junto a la entrada de su portal. Se trataba de su casa. Tal vez, quienquiera que hubiese escrito aquellas notas le estaba vigilando. Aunque aquello no tenía demasiado sentido, cualquiera podía saber dónde vivía sin necesidad de utilizar coordenadas GPS.

Peter desechó lanzarse al mar de posibilidades que se abría ante él y se centró en el último grupo de notas. Para su sorpresa, en esta ocasión las coordenadas no indicaban un punto en el pueblo de Coldshire, sino que se trataba de algún lugar situado en la vecina ciudad de Birmingham.

Peter dejó los post it sobre la mesa y cogió su libreta roja. En la última página había encontrado dos secuencias de números garabateadas en una esquina, similares a las que había en aquellas notas mecanografiadas. Pero estas estaban escritas con su propia letra. La primera fila indicaba la fecha del veinte de diciembre. La segunda, la correspondiente a las coordenadas GPS, tenía veinte números en lugar de los diecisiete habituales. Al introducir los primeros diecisiete números, el sistema les devolvió una localización en el otro extremo del globo, en Australia. Tal vez aquellos números no tuviesen nada que ver. Al fin y al cabo no estaban escritos en una de aquellas notas amarillas, así que Peter desistió y se centró en los post it.

De todas las coordenadas, la única que no estaba en Coldshire era aquella que apuntaba a un lugar desconocido de Birmingham.

—Eva, ¿puedes mostrarme otra vez en el mapa esta coordenada? Pon el zoom al máximo.

La pantalla mostró un edificio de viviendas junto a una pequeña plaza en el barrio antiguo de Birmingham. Peter estudió atentamente la imagen y una desagradable sensación comenzó a crecer poco a poco en su interior. Aquel lugar le resultaba desagradablemente familiar, pero necesitaba confirmarlo.

—Voy a dar un paseo —anunció nervioso.

Eva le miró preocupada. Era más de medianoche, hacía un frío horrible y la niebla aún no se había disipado.

—Al menos abrígate bien. —La voz de Eva se perdió mientras Peter se alejaba por el pasillo.

Salió a la calle y sintió el mordisco del aire gélido de diciembre. No lograba quitarse de encima esa incómoda sensación de angustia que le había provocado el hallazgo de aquellas coordenadas. Necesitaba comprobar si su intuición era correcta, así que tomó el coche y se dirigió al lugar siguiendo las indicaciones de su GPS.

Según se iba aproximando su inquietud crecía exponencialmente. A la una de la madrugada, Peter aparcó junto a un edificio de ladrillos oscuros. Reconoció el lugar inmediatamente. Un abeto coronado por una estrella dorada ocupaba un pequeño parquecito junto a la tétrica edificación. Aún había restos del muñeco de nieve.

Peter había enterrado aquel sitio en su subconsciente, tratando de aislar la terrible experiencia allí vivida. Se trataba del lugar en el que hacía menos de una semana había despertado sin memoria, con aquellas horribles heridas en las muñecas. Allí se había visto a sí mismo cometiendo uno de los actos más horribles para un cristiano. Allí se había suicidado y había vuelto misteriosamente a la vida.

Pese a aquel milagro, Peter se sentía como si estuviese ante las puertas del infierno.