CAPÍTULO 18

El portal estaba abierto. Eran las dos de la mañana cuando Peter entró en silencio, conteniendo la respiración. Le había costado una hora entera decidirse, y ahora que lo había hecho tenía que hacer un gran esfuerzo para no salir huyendo. El recibidor permanecía en penumbra, apenas iluminado por la escasa luz eléctrica que se filtraba desde la calle.

Peter se guio a oscuras hacia la escalera, pero algo entre las sombras de la pared le hizo detenerse. Eran los buzones de los residentes del portal. Peter se acercó, sacó una pequeña linterna y comenzó a revisar los nombres escritos en cada buzón con el pequeño haz luminoso.

Obvió los buzones del tercer y del segundo piso, y se centró exclusivamente en los inquilinos de la primera planta.

1ºA: Dylan Blair.

1ºB: Nieves G. Bautista.

1ºC: César García.

1ºD: Kevin Payton.

1ºE: A. Night.

1ºF: Fernando Trujillo.

1ºG: Ramsey Worldjumper.

El nombre del último inquilino, Ramsey Worldjumper, le resultaba muy familiar. Claro, era el nombre de aquel tipo extravagante ataviado con un sombrero y un bastón que había interrumpido el último funeral que Peter había oficiado. De repente, el móvil de aquel hombre había sonado y una estridente canción de un grupo de rock había inundado el cementerio. Pero Peter no creía que aquel individuo estuviese involucrado en este asunto.

En cambio otro nombre le llamó poderosamente la atención. Peter volvió a enfocar el nombre del quinto inquilino.

1ºE: A. Night.

Night. Aquel apellido le resultaba familiar. Peter recordó por qué. «Se hacía llamar el señor Night», había dicho Francis Mason. Adam Night. Su nombre real era Adam Day, pero según le había contado Francis, el joven Adam había alquilado un piso en la ciudad con aquel nombre falso y propósito desconocido.

Adam Day era el destinatario real de la breve nota de había escrito Anna Newman antes de morir: «Sé lo que estás haciendo. Para inmediatamente o hablaré con la policía», decía la misiva.

Además, Adam había abierto cinco cuentas en cinco bancos distintos y había tomado un tren a Londres dos horas después del asesinato de la joven estudiante. Desde ese día nada se había vuelto a saber nada de él. En realidad nadie le buscaba, ya que solo Peter, Francis Mason y ahora Susan Polansky sabían que la nota de Anna iba dirigida a él.

A eso había que añadirle que la noche anterior, mientras Peter revisaba la habitación de Adam, alguien le había disparado y había salido huyendo. No pudo ver a su agresor y hasta ahora ni se le había pasado por la cabeza que pudiera tratarse del propio Adam.

Peter permaneció parado en la oscuridad del portal.

¿Qué hacía él en el piso de Adam Day? ¿Por qué se había intentado suicidar en aquel piso alquilado? Solo se le ocurría pensar que había descubierto algo relacionado con Adam y con el asesinato de Anna. Aunque eso no justificaba su tentativa de suicidio.

Por otra parte, no podía dejar de pensar en la cuestión de la trampa. ¿Le había tendido Adam una trampa? ¿Algo tan terrible como para conducirle al suicidio?

Peter necesitaba contarle todo aquello a Susan, pero su móvil se había quedado sin batería hacía ya un buen rato, mientras aguardaba indeciso en el coche. Extrajo de su bolsillo las dos llaves que había encontrado en la habitación de Adam e intentó abrir el buzón sin éxito. Ninguna era la correcta.

Peter respiró hondo y subió las escaleras. Al llegar al descansillo se enfrentó con un pasillo largo, cubierto con una alfombra desvencijada. Avanzó despacio hasta alcanzar la tercera puerta de la derecha. Los restos de una banda de plástico rojo estaban adheridos a la jamba de la puerta.

Sacó de nuevo el llavero y probó la primera llave. No funcionó. Lo intentó con la segunda llave, que encajó a la perfección, y giró suavemente hasta que la puerta se abrió.

Ya no había marcha atrás.

Peter inspiró profundamente y se adentró en la habitación. El ambiente estaba impregnado de un olor metálico y la escasa luz proveniente del pasillo mantenía la habitación en penumbra. Peter encendió la luz y cerró la puerta tras de sí. Habían pasado varios días desde que despertó allí, pero todo permanecía exactamente igual. La cama deshecha, el televisor de plasma, la cámara de vídeo en una esquina, la puerta del baño abierta y la bañera rebosante de agua turbia y rojiza.

Peter se acercó al reproductor de DVD que había bajo la tele y pulsó el botón de «Expulsar». El aparato emitió un breve quejido pero nada salió de su interior. Peter volvió a presionar el botón con la misma falta de éxito. Abrió la ranura del aparato con las manos y estudió su interior. Estaba vacío.

La prueba que demostraba su suicidio había desaparecido.

Peter se incorporó, tratando de pensar con frialdad. Alguien podría haber entrado durante esos días llevándose el DVD. O tal vez él mismo lo había cogido y no lo recordaba bien debido a la confusión de aquellos primeros momentos. O quizá había dejado el disco en algún lugar de la habitación.

Peter rebuscó por el cuarto comenzando por el mueble del televisor. Después le siguió el armario, la pequeña cómoda y los cajones de las mesillas. También miró debajo de la cama y en el mueble del baño.

Nada. No había ni rastro del DVD.

Peter se fijó en la rendija del aire acondicionado que se encontraba sobre la puerta. No era demasiado grande pero sí lo suficiente como para guardar un objeto pequeño. Se subió a una silla y tiró hacía atrás de la rejilla del aire. El plástico cedió y Peter estuvo a punto de caerse, pero logró mantener el equilibrio.

Se enderezó y enfocó el haz de su linterna hacia el hueco. Al fondo del agujero se podía distinguir un objeto pequeño y cuadriculado. Alargó el brazo y tiró del bulto hacia sí. Se trataba de una caja de madera labrada sin ningún tipo de cerradura. Se bajó de la silla, se sentó en la cama y abrió la caja con la esperanza de hallar el DVD.

Peter contempló su hallazgo sobrecogido. Un estilete afilado y manchado de sangre coagulada yacía en el fondo de la caja, tapado por un pañuelo sucio.

Con un filo como aquel, él mismo había intentado cortarse las venas. Con un filo como aquel, alguien había asesinado a Anna Newman.