CAPÍTULO 5
—Espero que el veintidós de diciembre se recuerde como un gran día en esta comisaría. Tenemos que actuar rápidamente, con diligencia y determinación —expuso con vehemencia el teniente Nielsen ante la sala.
Aquel estúpido se estaba precipitando, pensó Susan. No solo eso, también le estaba produciendo arcadas. Aunque para ser sincera, las arcadas eran más por culpa de la agitación de Paula que por otro motivo. Y el ambiente, cargado de humo y sudor, no ayudaba a mejorar su estado.
—Lo siento, tengo que salir un momento —dijo Susan interrumpiendo el monólogo del teniente.
La mujer recibió la mirada hostil de Nielsen con indiferencia y abandonó la sala. Aquel gallito se había encargado de dejar bien claro desde el principio que allí eran autosuficientes.
—En Coldshire estamos capacitados para resolver este tipo de incidentes sin ayuda externa. Tenemos un equipo con una gran experiencia —había dicho Nielsen.
—No lo dudo teniente, ya he visto que el índice de homicidios de la comarca es de uno cada diez años —contestó Susan.
«Haciendo amigos», se dijo después. Pero no habría hecho ese comentario si no hubiese sido por la risita sarcástica con la que el teniente Nielsen la había recibido delante de todo el equipo.
Susan fue derecha al lavabo de mujeres y vomitó todo lo que había comido pocas horas antes en un restaurante de comida basura. «Al menos mi línea me lo agradecerá», pensó mientras se palpaba las piernas hinchadas. Susan nunca había estado especialmente preocupada por su físico. Ese era un rasgo característico de aquellos afortunados que sin hacer ejercicio ni seguir dieta alguna, habían sido bendecidos con un cuerpo envidiable. Pero ahora la cosa había cambiado y Dios, o quien quiera que se encargase allí arriba de esos asuntos, parecía estar tomándose la revancha.
Susan se enjuagó la boca, tomó un caramelo de menta que rescató del fondo de su bolso y se arregló el pelo antes de volver de nuevo a la sala de reuniones. El teniente Nielsen seguía desgranando la que debía ser la línea de trabajo del equipo, capitaneada por él mismo.
—Diez agentes estarán desplegados en torno a la universidad. Aaron y yo nos encargaremos de los interrogatorios. La señorita Polansky nos acompañará en esa tarea, si se siente con fuerzas —dijo irónicamente.
—Podré soportarlo.
—¿Alguna duda? —preguntó con suficiencia el teniente. Debía de estar acostumbrado a que nadie cuestionase sus métodos.
Aquellos agentes, la mitad recién salidos de la academia y la otra mitad a punto de jubilarse, no tendrían especial interés en criticar ni enfrentarse a su superior.
—Solo una, teniente —dijo Susan con voz suave—. Antes de montar semejante despliegue deberíamos contar con más información. La forma en la que murió la víctima es inusual y brutal. Aún no sabemos a quién nos estamos enfrentando.
Un pequeño silencio se hizo en la sala.
—Se me olvidaba, caballeros. La señorita Polansky es una brillante investigadora forense que además se graduó en Coldshire. Ilumínenos, por favor.
—Aún no hemos recibido las pruebas concluyentes de la autopsia —contestó Susan, ignorando el tono irónico del teniente—. Esa información puede ser esencial para determinar las acciones y planificar los recursos. No hay elementos suficientes para pensar que alguien de la universidad esté involucrado.
—Y según usted, ¿qué habría que hacer? ¿Quedarse de brazos cruzados hasta que un hombre con bata blanca nos resuelva el caso? ¿Conoce la expresión «la fortuna está de parte del que actúa»? Esto no es CSI Las Vegas, señorita Polansky.
—¿Conoce la expresión «como pollos sin cabeza»? —Susan ya no aguantaba más a aquel estúpido engreído—. Esto no es el circo de los payasos, teniente.
La cara del teniente Nielsen se puso roja como si se hubiese tragado un par de bombillas de Navidad. Iba a contestar cuando la puerta de la sala se abrió de repente, dando paso a un agente de uniforme.
—Teniente, hemos encontrado un testigo. Vio un coche negro como los que usan los profesores de la universidad.
El teniente Nielsen miró a Susan con soberbia. Una ristra de dientes afilados dibujó una sonrisa de satisfacción en su rostro porcino. Susan dejó su mente en blanco, sabía quién iba a ser el próximo objetivo del teniente y no tenía el más mínimo interés en darle vueltas.
«Solo espero que el testigo no se llame Jorge», pensó amargamente.