Notas al séptimo cuento

HACE VARIOS AÑOS salió a la luz un viejo texto literario. En un tiempo, aparentemente, tuvo una mayor extensión, y aunque sólo una parte ha llegado hasta nosotros, los pocos cuentos que en él figuran bastan para indicar que se trataba de una colección de fábulas que concernían a los diversos miembros de la confraternidad animal. Los cuentos son muy antiguos y sus puntos de vista y su técnica narrativa parecen hoy singularmente extraños. Algunos de los eruditos que han estudiado este fragmento opinan, con Tige, que muy bien puede ser de origen no perruno.

El título general de los cuentos es Esopo. El título de esta historia es también Esopo, y tanto el uno como la otra parecen haber llegado intactos hasta nosotros desde la más remota antigüedad.

¿Qué significa esto?, se preguntan los eruditos. Tige, como es natural, cree que Esopo añade un nuevo eslabón a su teoría de que la leyenda es de origen humano. La mayor parte de los otros eruditos no está de acuerdo, pero no han dado hasta ahora una explicación más satisfactoria.

Tige señala, además, que el séptimo cuento prueba que si no hay evidencia histórica de la existencia del hombre, ello se debe a que este ser fue deliberadamente olvidado, borrado de la memoria de los perros para asegurar la continuidad de la cultura canina en sus formas más puras.

En la historia, los perros han olvidado al hombre. En los pocos miembros de la raza humana que aún viven entre ellos no reconocen al hombre y llaman a esas raras criaturas con el viejo apellido Webster. Pero este nombre propio, Webster, ha pasado a ser un sustantivo común. Los perros se refieren a los hombres como websters mientras que para Jenkins el nombre tiene una W mayúscula.

—¿Qué es un hombre? —preguntó el lobo; y el oso, cuando trató de explicarlo, no pudo.

Jenkins dice, en el cuento, que los perros no deben recordar al hombre. Y nos indica las medidas que tomó para que olvidáramos.

Las viejas historias contadas junto al fuego, ya no existen, dice Jenkins. Y Tige ve aquí un intento deliberado de que olvidemos (quizá no tan altruistamente como Jenkins supone) para salvar la dignidad perruna. Las historias han desaparecido, dice Jenkins, y no deben volver. Pero parece que no desaparecieron. En alguna parte, en algún lejano rincón del mundo, siguieron contándose, y por ese motivo llegaron a nosotros.

Pero si los cuentos persistían, el hombre, en cambio, había desaparecido, o casi. Había aún robots salvajes; pero hasta ellos, si fueron más que pura imaginación, ya no existen hoy. Los mutantes han desaparecido también y forman una sola pieza con el hombre. Si el hombre existió, también existieron los mutantes.

Todas las controversias que giran alrededor de estos cuentos pueden ser reducidas a una única pregunta: ¿Existe el hombre? Si al leer estas historias el lector no sabe qué pensar, está en buena compañía. Pues los mismos expertos y eruditos que se pasaron la vida estudiando la leyenda tampoco saben qué pensar.