Introducción
sta novela, fruto de mi imaginación, propone al lector seguir los últimos años de la atormentada existencia de la emperatriz Elisabeth a través de la correspondencia que su dama de compañía, una condesa húngara, mantiene con su hermana, monja carmelita. Los secretos que confía a la que voluntariamente se ha retirado del mundo, en uno de los más aislados conventos del imperio, nos desvelan la intimidad de la soberana, su perpetua inquietud, la tan especial relación que mantiene con su esposo y el misterio que rodea la muerte de muchos de sus seres más queridos.
Las primeras cartas datan de las semanas que siguieron al asesinato del heredero de la corona, el archiduque Rodolfo, y la serie se cierra en la fatal jornada de septiembre de 1898 cuando el estilete de Lucheni atravesó el corazón de aquella muerta en vida que era la emperatriz. Esta envejecida y dolorida mujer queda muy lejos de las frescas imágenes que Romy Schneider ofrecía en la trilogía Sissi. En el curso de estas páginas descubrimos una Elisabeth mucho más real y humana que la del cine, pero también mucho más egocéntrica y caprichosa, a pesar de que el amor que le profesa su dama de compañía consigue suavizar sus defectos y solamente deja para la posteridad la imagen de su silueta envuelta en opacos velos, con el rostro siempre oculto tras un eterno abanico, un alma torturada que llama a la muerte, la busca y la espera.
A lo largo de esta obra, la puntuales intervenciones de la emperatriz despejan facetas poco conocidas de su carácter: una vibrante pasión por sus ideales, una dulce comprensión hacia los marginados, un cruel desinterés por los cortesanos y, desde siempre y en todo momento, la incansable búsqueda de una sensación de paz, de una espiritualidad que colmaría una existencia que no le aporta más que angustia y desesperación. Y dominándolo todo, el vacío de la muerte, que nunca la abandona...
Enumerar las obras que he leído para escribir esta novela resultaría demasiado largo, pero tres fuentes han sido de gran ayuda para mi trabajo. Son el magnífico libro Les secrets de Mayerling, del gran amigo de la familia que es el duque Jean des Cars; La dama blanca de los Habsburgo, del mítico Paul Morand y, en tercer lugar, el personal y muy ajustado estilo de Sinclair Dumontais en su Entretiens avec trois couronnes.