Huida

La doncella de Reims había desaparecido y los sirvientes interrogados habían contado historias extrañas al respecto.

—Voló al cielo mi señor, porque la dama Ailen era un ángel—aseguró una camarera rechoncha.

El conde Etienne de Poitiers, prometido de la doncella la miró sin creerle una palabra.

—Pues será mejor que me digáis por qué vuestra dama no se encuentra en su celda. Mi paciencia se está agotando, muchacha—dijo sombrío.

Llevaba días, semanas asediando al castillo que había sido tomado por un invasor y ahora que finalmente tenía la cabeza del felón pendiendo de la muralla más alta, pues no podía presumirla como debía pues su prometida, la doncella Ailen, simplemente no estaba en el castillo. Decían que se había marchado al convento o que había volado directo al cielo pues era tan piadosa… Puras patrañas y embustes para embaucarle.

Sabía bien que nadie volaba al cielo de esa forma ni tampoco era tragado por la tierra sin dejar rastro a menos que estuviera muerto y pensar eso lo llenó de temor.

—Mi señor no la hemos visto desde el miércoles—aseguró otra criada.

El caballero abandonó la estancia exasperado. No podía ser.

—Buscadla de inmediato—ordenó a sus caballeros—No pudo ir muy lejos. Decidle que está a salvo, quizá se escondió porque ignora que estoy aquí.

—Como ordene mi señor…

Sus caballeros se dividieron en grupos para buscar a la doncella fugitiva.

Nervioso fue él mismo a buscarla pensando que la encontraría.

Hermosa y altiva, así la recordaba en su último encuentro hacía más de tres años. Entonces era muy joven para ser desposada, así lo dio a entender su padre que siempre había evitado desprenderse de su única hija. Siempre la había consentido y eso era un problema…

Subió las escaleras con rapidez y cuando llegaba al segundo piso se dijo que era imposible que hubiera abandonado el castillo sin ser vista, él había rodeado el castillo con sus hombres y nadie había visto escapar a la doncella. Así que debía estar en algún lugar escondida pero ¿dónde? No pudo ir muy lejos.

Entró en la habitación de la doncella Ailen y la encontró vacía. Sus botas oscuras retumbaron en el recinto mientras con una antorcha iluminaba hasta el último rincón en busca de algún rastro y de pronto vio el arcón revuelto y unas prendas por el suelo. Al parecer la joven no se había llevado la ropa ni tampoco sus joyas. Así que no podía estar muy lejos.

Guardó cuidadosamente todo en el arcón y echó el cerrojo con expresión furibunda. Esa esquiva doncella lo había plantado de nuevo pero no lo permitiría, iría hasta el infierno a buscarla. No lo dejaría allí solo haciendo el ridículo.

Cuando regresaba al salón principal decidió tomar medidas más rudas con esos sirvientes pues si la doncella se había marchado, ellos debían saber dónde estaba. Alguien debió verla escapar… Y tal vez hasta la ayudaron a eludir a los guardias apostados en todas partes.

Sin perder tiempo dio una orden a su escudero y luego habló en voz muy alta para que todos escucharan:

—La doncella Ailen de Saint-Germain ha dejado este castillo, al parecer alguien la vio salir rumbo al bosque. Sospecho que alguno de vosotros debió ayudarla. Si habláis ahora, seréis bien compensados pero si calláis pues me temo que deberé daros algunos latigazos hasta que recuperéis la sensatez.

Se hizo un silencio de muerte y todos los presentes se miraron unos a otros pero ninguno habló. Pero estaban asustados, lo vio en sus caras.

El conde avanzó con expresión cruel y maligna observando esos rostros anodinos en busca de algo que llamara su atención. Estaban nerviosos sí, tal vez aterrados, pero necesitaba encontrar a quién estuviera dispuesto a ayudarle, algún tonto que delatara los planes de la esquiva y gazmoña doncella Ailen.

De pronto notó que una joven rolliza balbuceaba algo de un convento.

—Mi señora dijo que huiría al convento pero pensé que no lo haría—declaró—Tal vez sí logró burlar la vigilancia… la vi el día antes de su desaparición—hablaba de forma atropellada delatando su nerviosismso.

El conde se acercó para conocer los detalles.

—Hablad muchacha, decid lo que sabéis o seréis azotada. Vos y vuestros cómplices. Porque imagino que todos vosotros ayudasteis a vuestra señora a escapar de mí. La doncella Ailen es mía al igual que este castillo, soy el nuevo señor de Saint-Germain y me debéis fidelidad y obediencia.

La moza balbuceó algo de su traje.

—Mi señora me pidió mi ropa para huir porque sabía que si vestía como camarera no podrían detenerla. Le di todo hasta mi gorro porque me lo ordenó pero luego… No sé qué más dijo porque me ordenó que me retirara. Ella se quedó hablando con su parienta.

—¿Su prima? ¿Hay parientes de la doncella Ailen aquí en el castillo?

—No… sólo su prima la dama Marie Claire, la hija del barón de Fontaine.

—¿Y dónde está su parienta? No me han informado que haya otra dama en Saint-Germain.

La criada respondió que no la había visto durante días.

—Temo que huyó con mi señora, las dos escaparon.

—Vaya, ¿así que ambas damas decidieron emprender la huida y  vos las ayudasteis guardando silencio? ¿Por qué no me avisasteis que la doncella planeaba escapar? Habéis actuado con complicidad pero me diréis a dónde ha ido y en qué momento se ha fugado,  y si intentáis engañarme de nuevo perderé la paciencia y os aseguro que eso no os agradará. No hablo sólo a la camarera sino a todos los presentes.

Lentamente fue llegando a la verdad. La doncella Ailen había huido la mañana del domingo, hacía ya dos días, rumbo al bosque y escoltada por uno de los caballeros más leales de su padre: Antoine de Rochelle… Recordó vagamente a ese sujeto, había estado a sus órdenes  para atrapar y dar muerte al bastardo René de Lucien hasta que luego de tener la cabeza colgado de lo más alto, el caballero declaró que debía regresar a su señorío pues su esposa estaba por dar a luz… no volvió a verle desde entonces y ahora entendía la razón.

Al parecer no lo apremiaba el nacimiento de su nuevo vástago sino escoltar a la hermosa doncella de Reims.

Maldita sea, estaba furioso, ¿de qué le servía ese castillo sin su prometida? Acababan de traicionarle, de burlarse de él, pero no estaba dispuesto a recapitular, no permitiría que esa joven se riera de él.

Y sin perder tiempo se reunió con sus hombres y organizó la comitiva para rescatar a su prometida y traerla de regreso.

—Traedla sana y salva y no tardéis—les ordenó—Y vosotros registrad cada rincón del castillo tal vez esté aquí escondida y todo sea un ardid para alejarnos de la dama.

Los sirvientes se miraron espantados rezando para que apareciera su señora. Demasiadas cabezas habían rodado en ese castillo y tardarían varios días en poner todo en orden.

El conde abandonaba la estancia cuando escuchó gritos en una habitación cercana. Una dama gritaba y suplicaba piedad mientras unos escuderos al parecer intentaban hacer algo más que besarla. No  uno, debían ser más de uno a juzgar por las risas.

Pues no le agradaba que maltrataran a las sirvientas, sus hombres lo sabían.

Furioso se acercó y de pronto encontró a una hermosa doncella completamente desnuda enseñando tentadoras redondeces y cabello rubio llorar y suplicar mientras dos la sujetaban por detrás y un tercero intentaba sacar su vara para dar cuenta de la joven.

—Calla estúpida o juro que os daré una zurra maldita ramera  rubia. Creo que nunca habéis tenido un verdadero hombre en vuestro regazo—dijo uno de los escuderos mientras los otros se peleaban por decidir quién sería el primero en dar cuenta de la joven.

La visión de la bella criada desnuda impregnó sus sentidos de tal forma que mientras se acercaba furibundo para poner fin a ese tormento, él mismo sentía en su entrepierna un deseo furioso recordando que hacía demasiado tiempo que no retozaba con una bella dama. Esa moza rolliza lo tentaba como un demonio con sus pechos llenos y las caderas redondas y ese monte lampiño y pequeño que ese rufián quería gozar.

Había llegado el momento de actuar y sin más gritó que liberaran de inmediato a esa pobre moza.

—Eh tú bribón desgraciado, vosotros, soltad enseguida a la  joven criada. Vamos, alejaos de ella o juro que no tendré empacho en rebanaros el cuello—gritó el conde.

Todos se detuvieron en el acto y miraron espantados y algo avergonzados a su señor.

—Pero mi señor, esta moza golpeó a uno de nuestros hombres y a otro le lanzó una jarra y lo dejó desmayado, debe ser castigada—dijo uno de los escuderos muy ansioso de castigarla con su propia vara.

La joven lloraba y suplicaba mientras intentaba cubrir su desnudez poniéndose de costado pues no lograba que liberaran sus brazos.

El conde les dirigió una mirada helada.

—¿De veras? Oh vaya, qué moza tan gallarda. Liberadla ahora o yo mismo daré cuenta de vosotros y sabéis lo que os espera.

Los escuderos se alejaron uno a uno y la dama fue liberada.

—¿Cómo te llamas, preciosa? —dijo el conde y tomó su vestido del suelo para que la joven criada se cubriera.

Esta lo miró aturdida mientras le arrebataba su vestido color damasco y el delantal que usaba para servir la comida, su gesto rapaz arrancó una sonrisa al caballero. Al verla de cerca notó que su piel era muy blanca y sus ojos de un azul oscuro muy redondos y bellos a pesar de las lágrimas que humedecían sus mejillas llenas.

—Alejaos todos, palurdos, no os atreváis a dar un paso más—insistió el conde furioso—nadie hará daño a las mujeres de este castillo, os lo he prohibido. Si queréis fornicar pagaros una ramera en el pueblo o convenced a alguna criada para hacerlo. Vamos alejaos de aquí so palurdos brutos desgraciados del infierno.

Los escuderos se fueron muy molestos, una vez que encontraban una moza bonita para compartir y divertirse el señor llegaba y les arrebataba el botín sin ninguna consideración. Pero bueno seguramente él se divertiría un rato y tal vez luego pudieran buscarla y tomar el resto, eso estaría bien para ellos.

“Qué pena, ya casi la teníamos, si no hubiera gritado tanto” se quejó uno.

“Debiste cubrir su boca con un trapo maldito cornudo” bramó otro mientras se acomodaba la calza con gesto bruto.

“Me mordió, era una fiera”.

“Las fieras son las más complacientes luego”.

En el salón la criada miró al caballero mientras arreglaba su cabello y se lo cubría con una toca. Estaba temblando y no podía dejar de llorar y él se quedó suspirando triste al ver que estaba nuevamente vestida. Pero para el caballero seguía desnuda…

—Gracias señor…—murmuró la joven secando sus lágrimas.

—¿Acaso no sabéis quién soy, muchacha? Vaya… debisteis esconderos mientras duró el asedio.

Ella lo miró como si no entendiera.

—¿Acaso sois el conde de Poitiers?—preguntó con cautela.

En sus ojos brilló una chispa de curiosidad y sorpresa.

Él asintió mientras acariciaba y olía su cabello.

Ese gesto alteró a la joven, hizo que retrocediera y que intentara escapar.

Pero el conde la atrapó cerrándole el paso. Era alto y muy fuerte, Marie pensó que ese caballero valía por media docena de escuderos atrevidos.

—No te irás preciosa, vendrás conmigo a mis aposentos y retozarás conmigo y luego os compensaré con lo deseéis—le susurró el atrevido caballero.

Los ojos de la moza brillaron de rabia.

—No soy una ramera, señor de Poitiers. Soy una señora casada y mi esposo me dará una paliza si me hacéis daño—declaró mientras enseñaba con orgullo su anillo de oro la única joya que ostentaba.

—¿Y dónde está vuestro esposo, preciosa? Os dejó sola me temo.

Ella murmuró que no lo sabía.

—Hace días que no lo veo y estaba buscándole cuando vuestros hombres me encontraron. Pero sí sé a dónde fue vuestra prometida, la doncella Ailen—dijo entonces.

Esas fueron palabras mágicas para el caballero.

—¿Lo sabéis, moza?

La joven asintió.

—Fui su criada mucho tiempo señor, y luego del asedio cuando vos llegasteis ella huyó al convento siguiendo un atajo del bosque con   un séquito de caballeros leales a su difunto padre.

—¿De veras? Bueno, mis hombres han ido a buscarla supongo que no tardarán en regresar.

—No la encontrarán porque mi señora irá por un pasaje secreto. Se lo diré si promete que me permitirá regresar junto a mi esposo.

—¿Sólo eso pedís, hermosa? ¿No os agradaría una bonita cadena de oro con  una cruz?

La joven negó con un gesto.

—Está bien, esperaré unos días, si mis hombres no regresan con mi prometida aceptaré ir a donde decís y vos seréis mi guía. Si descubro que estáis mintiendo o es un ardid de vuestra señora lo pagaréis muy caro, moza.

La joven tembló al oír esas palabras y pensó que era momento de marcharse pero él tomó su mano con un gesto duro y posesivo. No sonreía, sus ojos oscuros parecían dos carbones brillantes.

—¿A dónde vais, hermosa?

—Señor, tengo que ayudar a la cocinera a servir la cena—balbuceó la joven alejándose lentamente.

—Pues os relevo de vuestras obligaciones, ahora estaréis a mi servicio, Marie.

—¿A vuestro servicio?

—Como habéis oído preciosa, y para empezar quiero que os quitéis esos andrajos y llevéis un vestido bonito.

—No es necesario, señor conde. No soy más que una moza.

Sus ojos brillaron con intensidad mientras recorría su cuerpo con deseo.

—Venid conmigo, ¿cómo os llamáis?

—Marie—respondió la joven asustada.

No pudo escapar, él la llevó a sus aposentos y ordenó a sus criados que le buscaran ropa apropiada para su invitada.

Nada más entrar en sus nuevos aposentos, todos sus caballeros se quedaron perplejos mirando a la joven pero no dijeron palabra, era el nuevo amo de esas tierras y podía hacer lo que se le antojara.

Marie fue ayudada a entrar en un barril donde se bañó y perfumó mientras lloraba desconsolada. Sabía bien por qué hacía eso, nunca antes un hombre la había mirado de esa forma y su inesperada generosidad y amabilidad tenía un propósito muy claro.

Mientras la ayudaban a vestirse y a cepillar sus largos cabellos de un rubio dorado y brillante, una de las criadas de más edad le dijo:

—Ese caballero no tendrá piedad de vos y en poco tiempo estaréis pariendo sus bastardos mientras él se casa con su prometida, la esquiva doncella de Reims.

Marie miró a la camarera Elsie y le rogó que guardara silencio.

—Por favor, os lo suplico. Ayudadme a escapar.

—No puedo hacerlo, no soy más que una sirvienta. Además envidio vuestra suerte: ese un caballero muy guapo el que os ha tocado—dijo antes de marcharse.

La joven se miró en el gran espejo oval de la habitación.

Todavía temblaba por lo ocurrido ese día, ese grupo de escuderos había intentado abusar de ella y el caballero la había salvado sí pero… lo había hecho porque esperaba que cediera sus favores de buena gana esa noche o la siguiente. Era un hombre malvado y libertino, lo sabía bien.

Estaba asustada, ese hombre le provocaba terror por eso había escapado. Y ahora había cometido la tontería de prometer que lo ayudaría a encontrar a la doncella de Reims. Ese asunto no era de su incumbencia.

Caminó nerviosa por la habitación y sus pasos la llevaron hasta el final, allí frente a la inmensa puerta de hierro. Estaba atrapada y nada impediría que se convirtiera en la cautiva del nuevo señor de Saint-Germain a menos que este aceptara su ayuda…

Necesitaba escapar de ese lugar, debía hacerlo cuanto antes, pero notó que junto a la puerta de hierro había apostado dos centinelas que la miraron con intensidad. Jamás le franquearían la salida.

Regresó al camastro que había en un rincón mientras se preguntaba qué pasaría con ella. Sus pensamientos eran un torbellino.

La puerta de la celda sólo se abrió horas después para llevarle la cena: una bandeja con delicioso pan, queso y una pata de pollo asado con un potaje espeso y condimentado. Sabía delicioso, hacía días que sólo se alimentaba de pan, queso y cerveza aguada y a veces alguna manzana que robaba de la cocina.

Luego de devorar todo el contenido de la bandeja y beber más de dos vasos de cerveza aguada se durmió exhausta.

***********

El conde fue a visitarla a la mañana siguiente y la joven criada se incorporó, alerta y asustada.

Alto y de cabello moreno, su estampa irradiaba fuerza y virilidad y era mucho más guapo de lo que había imaginado. Lo observó avanzar hacia ella temblando.

—Buenos días, hermosa, al parecer habéis descansado bien.

Marie respondió con un gesto incapaz de decir palabra viendo de soslayo, nerviosa.

—Ese vestido os sienta mucho mejor, os hace justicia, ¿no lo creéis?—insistió él.

Esas palabras la inquietaron.

—No soy más que una criada mi señor, estas ropas no me pertenecen—declaró con orgullo.

Demasiado hermosa para ser una simple criada, el conde sintió algo que crecía en sus piernas al recordar a la jovencita desnuda resistiéndose a sus hombres. Era dulce, femenina, y perfecta, un delicioso bocado que ansiaba probar. ¿Tal vez esa noche?

—No temáis, juro que os haré daño, hermosa—dijo con cautela—os doy mi palabra. Si me decís dónde está vuestra señora, la doncella de Reims, os prometo os recompensaré. Sé que la dama Ailen se esconde aquí, en algún rincón maloliente de esta fortaleza decadente. Vos lo sabéis, ¿no es así?

La joven no le respondió y quiso escapar pero tropezó con unos brazos que la asieron con rudeza.

—Vamos, he sido amable con vos, no os haré daño si me decís dónde está vuestra señora. Si os negáis juro que os entregaré a mis hombres como bocado, estarán muy contentos de poder fornicar este día, llevan semanas sin tocar a una mujer.

La moza palideció y lloró, librando una batalle interna. Estaba sola en ese castillo, los hombres del conde invasor la habían encontrado y habían intentado abusar de ella el día anterior. Lo harían y serían más que dos… Pues prefería morir antes de que tener que soportar ese horror.

—Bueno, es que no tengo todo el día muchacha, hablad ahora. ¿Dónde está la doncella, vuestra señora? Dijisteis que sabíais dónde se ocultaba, ¿acaso lo habéis olvidado? Pues yo oí bien eso.

La joven tartamudeó algo nerviosa.

—¿Qué habéis dicho?—dijo el caballero, furibundo— ¿Os burláis de mí? Guiadme ahora con vuestra señora.

La joven murmuró aterrada que la señora había desaparecido del castillo hacía días siguiendo un túnel secreto que llevaba al bosque.

—Debió usar el escondite secreto para escapar, señor y huir al convento. Es lo que siempre ha deseado—puntualizó.

—¿Al convento habéis dicho? Pues no hay ningún convento en los alrededores, tardaría días, semanas en llegar… ¿De qué escondiste habláis? ¿Podéis ser más precisa en vuestras palabras? ¿En qué dirección se encuentra, a qué distancia está ese túnel escondido?

La moza se tomó un tiempo para responder como si buscara las palabras certeras para hablar. Debía ser astuta si esperaba escapar indemne de ese trance.

—Hay una salida subterránea desde las cocinas mi señor, hacia el  sur y mi señora planeaba escapar con la ayuda de unos criados, antes del amanecer. No la he visto desde entonces y sospecho que pudo lograrlo pero no lo sé con certeza.

El conde la miró con fijeza sopesando cada palabra.

—Bueno, eso está mejor. Enseñadme ese escondite ahora y no intentéis engañarme o cumpliré mis amenazas muchacha. Ven aquí.

La joven obedeció luego de cubrirse con una capa, estaba temblando.

—Lo guiaré mi señor, lo prometo. Os llevaré con la dama de Saint-Germain y a cambio vos protegeréis mi honor y me dejaréis regresar con mi esposo—prometió temblando.

—Pues espero que cumpláis la promesa muchacha pero si descubro que me habéis engañado lo pagaréis muy caro.

Marie tembló ante la mirada oscura fiera de ese hombre. El día anterior había sido muy amable y considerado pero ahora se veía inquieto, nervioso, se preguntó si acaso sus hombres habrían regresado del bosque con malas nuevas. No le extrañaba que así hubiera ocurrido.

Lo miró a hurtadillas.

—No os engañaré señor de Poitiers, os doy mi palabra—le respondió nerviosa.

Era el temible conde de Poitiers cuyas hazañas eran cantadas por  los juglares del castillo y sabía que no tendría piedad de ella. Alto, fornido y de cabello oscuro ondeado era mucho más guapo de lo que había pensado y no dejaba de mirarla con una expresión burlona y divertida. ¿Pero podría confiar en él?

—Os guiaré al escondite, cumpliré mi parte y espero que cumpláis la vuestra—insistió la joven con cierta altivez.

—Eso espero preciosa, porque si descubro que me habéis engañado lo lamentaréis.

La joven se cubrió con su capa y se apartó con prisa. Debía llevarlo al escondite y hacer lo que le decía.

Una comitiva siguió a la criada a cierta distancia mientras dejaban atrás un reguero de sangre y cuerpos mutilados. Así había quedado el castillo tomado por el bastardo Lucien luego de sufrir dos asedios. Observó estremecida a su alrededor luchando por mirar sin ver demasiado.

El conde observó el trabajo satisfecho.

—¿Acaso buscáis a vuestro esposo, moza?—preguntó el caballero.

Ella lo miró perpleja sin decir palabra.

—Bueno, ahora sólo quedaba encontrar a la esquiva doncella de Reims. Rayos, ¿cómo demonios pudo escapar? ¿Un escondite secreto?—dijo el conde inquieto.

Siguieron la travesía en silencio anta la mirada atenta de sus caballeros y sirvientes del castillo.

Durante días habían registrado ese castillo, no quedó ni un rincón por buscar pero…

Una vez en las cocinas los sirvientes se apartaron con una reverencia y la moza les mostró el escape secreto, esa puerta escondida detrás de un muro falso. Un foso oscuro por el que sólo pasaba un hombre enano, estrecho…

—Ni muerto entraré allí—dijo el conde que temió que todo fuera una nueva trampa.

—Yo puedo entrar, mi señor—intervino su escudero Pierre mirando de soslayo a la guapa moza.

—Pues no perdáis tiempo Pierre—se apuró a responder el conde observando el túnel estrecho y maloliente. Debía ser una maldita cloaca. ¿Acaso la doncella había entrado en ese agujero para huir de él?

—¿Y a dónde lleva este camino secreto?—quiso saber.

La moza dijo que llegaba al corazón del bosque.

—Es un atajo. Pero no estoy segura de que mi señora huyera con este escondite, ya os lo dije señor conde. Tal vez lo hizo para ganar tiempo—concluyó.

—Bueno, entonces iremos a buscarla, vos seréis mi guía, moza.

Sus hombres los rodearon cuando abandonaron el castillo y se  prepararon para realizar la travesía.

El conde notó que  la moza temblaba de pies a cabeza, asustada, al parecer odiaba que estuvieran tan cerca y la miraran de esa forma.

—Sube al caballo moza, los caminos no son seguros y no podréis ir andando—le ordenó el caballero.

La joven obedeció tiritando de frío y de miedo mientras veía ese tibio sol calentando débilmente cubierto de nubes y un viento helado que le calaba hasta los huesos. Estaban en pleno invierno y en esa parte del país llegaba a nevar en ocasiones.

—Guiadnos al bosque Marie, dónde se esconde vuestra señora—le ordenó el caballero.

Ella lo miró asustada.

—Mi señor, ignoro dónde está pero sé que se dirigía al convento de Caen y que por fuerza debió atravesar el bosque pues no hay otro camino hacia allí—le respondió.

El conde miró a sus hombres y les dijo algo al oído.

—Entonces deberemos dividirnos en grupos, todos buscaréis en distintas coordenadas.

Se separaron y el conde pegó su caballo al de la moza sin perderla de vista. Los otros hombres también la vigilaban.

No tardaron en adentrarse en el espeso bosque, oscuro y helado.

—¿A dónde nos llevas, mujer? —preguntó de pronto el conde con gesto sombrío. No confiaba demasiado en esa sirvienta, temía que intentara llevarlos a una emboscada y por eso se habían armado hasta los dientes.

—Mi señora se ha escondido, no la encontrará aquí en el bosque sino en una ermita pero… le ruego que no le haga daño señor conde—le respondió la joven de repente.

Sus ojos oscuros brillaron al tiempo que en sus labios se dibujó una extraña sonrisa. Habría sido un hombre atractivo si no hubiera sido tan cruel.

—La doncella de Reims es el premio… El premio por tomar ese castillo y luego de que la tenga en mi poder haré lo que me plazca con ella. Ahora decidme dónde está porque no diviso ningún camino secreto en este lugar, no es más que un bosque.

La joven dijo que pronto llegarían a lo más profundo de la espesura y que entonces verían la ermita.

El caballero miró a su alrededor con fijeza.

—¿Este bosque es el del hechicero muchacha? ¿El lugar dónde se realiza encantamientos?

La joven moza asintió al tiempo que dos de los caballeros se detenían espantados. “Dios, ¿cómo lo sabe?” Se preguntó en silencio.

—No debemos estar aquí mi señor, es peligroso. Esta moza nos ha embaucado, planea traernos a un lugar encantado—dijo uno de ellos.

—Por supuesto, la doncella de Reims no se escondería en un bosque cualquiera. Desea ser protegida por los espíritus malignos que moran en este lugar. Pero yo no temo a los magos, vosotros habéis estado a mi lado en batallas mucho más crueles ¿y ahora os remilgáis como niñas?

Los hombres se miraron avergonzados y luego se persignaron.

—Cosas horribles han pasado en este bosque señor, se dice que el diablo recibe un sacrificio en las noches de luna llena. Que fornica con una virgen y engendra un súcubo que luego mora en este bosque en busca de carne humana para alimentarse.

El conde no tomó en serio esa historia y de pronto sonrió.

—Es sólo un bosque espeso, la doncella fugitiva quiere asustarnos… Tal vez esté invocando al demonio en estos momentos.

Esa acusación ofendió a la moza.

—Mi señora jamás haría eso, señor de Poitiers. Ella sólo desea regresar al convento, ¿por qué insiste en perseguirla?

La pregunta era una soberana impertinencia y el conde se sintió tentado de darle su merecido pero rayos, la necesitaba para llegar a la doncella prófuga.

—Pues me temo que no podrá ser muchacha, su lugar está en mi castillo, desnuda en mi cama y no en los gruesos muros de un convento. El conde de Reims fue débil al permitir esto. Esa joven jamás estaba destinada a mí y no a un claustro. Yo salvé la vida del difunto señor de estas tierras, me debía la mano de su hija, sólo eso iba a pedirle… Nunca me interesó este castillo ni sus riquezas.

El conde calló pensando que había hablado demasiado. No le debía explicaciones a una simple sirvienta.

—Bueno… entonces, ¿dónde está vuestra dama? Aquí no hay ninguna ermita ni comitiva cercana.

Los ojos celestes y redondos de la joven señalaron a la distancia con cierta imprecisión.

—Si intentas llevarnos  a una encrucijada, a una trampa lo lamentaréis muchacha.

La joven lo miró espantada.

—Jamás haría eso señor de Poitiers. Os doy mi palabra. Sólo debo advertiros que en ese bosque hay peligros, que mora en él un hechicero y…

El conde la interrumpió inquieto.

—No creo en brujas, madame.

Siguieron el sendero hacia la izquierda guiados por la moza que lucía como una dama por su rico atavío.  

—¿Y cuánto hace que conocéis a la dama Ailen?—le preguntó entonces el conde. Sus ojos no perdían detalle de su figura y se preguntó si esa noche la moza sería menos gazmoña que el otro día.

—Desde niña… mi madre fue su nodriza y jugábamos al escondite.

—¿Entonces vos sois su criada más cercana?

La joven asintió con expresión artera.

—¿Por eso os confesó que huiría al convento?

—Mi señora siempre quiso ir al convento señor de Poitiers, desde que era una niña.

—Pues me temo que deberá conformarse con las paredes de mi castillo. Y vos me ayudaréis a encontrarla, si no lo hacéis…

La joven moza guardó silencio. Uno de los caballeros la miraba con creciente lujuria sin perderse detalle de ninguno de sus movimientos.

A lo lejos un pájaro chilló y voló muy alto sintiéndose un ruido de ramas que llamó la atención del conde y sus hombres, luego el silencio de un lugar habitado sólo por gnomos y otras extrañas criaturas.

El brujo se ocultaba en lo más profundo del bosque nadie podía verle, era un ser muy poderoso y artero que sabía hacerse humo si era necesario. Algunos decían que era sólo una leyenda, otros que solía aparecer en las noches de luna llena o cuando las brujas celebraban el aquelarre para fornicar con todas ellas y engendrarles un bastardo y poblar así el bosque con su sangre impía.

El año anterior habían nacido muchos varones de orejas puntiagudas y cuernos, pero con el tiempo esas señales habían desaparecido o eso le dijo la bruja Arien.

La moza Marie rezó en silencio para alejar a los malos espíritus preguntándose si podría intentar esconderse en ese bosque y pedir protección al hechicero pero luego desechó la idea. La oscuridad empezaba a cubrirlo todo y muy pronto deberían detenerse a descansar.