La travesía

Días después la tensión crecía en la comitiva. Un día entero buscando en el bosque de Saint-Germain y la señora del castillo no aparecía por ningún lado.

—Esa moza nos ha engañado, señor de Poitiers—dijo el caballero de Artoi rascándose la barba incipiente con gesto de hastío sin dejar de mirar a la regordeta joven.

—Debemos castigarla… Aquí tengo algo que la azotará hasta que cante y nos diga la verdad—intervino Pierre el escudero haciendo un gesto obsceno mientras se tocaba los genitales.

El conde escuchó a todos hasta que se hartó y detuvo su brioso palafrén  y los enfrentó.

—Callaos todos, parecéis viejas comadronas, no dejáis de rumiar como vacas. ¿Quién tiene el mando aquí? ¿Acaso lo olvidáis? Yo decidiré qué hacer con la guapa moza, no vosotros.

Todos se miraron perplejos y dijeron casi a coro: “vos mi señor, vos tenéis las riendas de esta misión”.

—Buscad en ese bosque ahora, es sólo una dama indefensa no pudo llegar muy lejos.

Sus caballeros y escuderos obedecieron no sin quejarse sobre las leyendas que se contaban de ese bosque. Decían que moraba el demonio y las brujas se reunían para celebrar sus aquelarres en las noches de luna llena. Si continuaban ese camino no dudaban que encontrarían al diablo en persona.

“Esa moza nos ha enviado a una trampa, mirad su expresión huidiza y artera… No me fío de ella, creo que miente” insistió el caballero Artoi.

La joven moza tembló al oír eso, tenía el oído de un tísico y además sabía que vigilaban sus movimientos y temía que si el conde se disgustaba la arrojara como presa para que esos horribles escuderos la violaran. Rezaba en silencio para que el señor la protegiera, pero no sabía cómo tendría fuerzas para soportar el terror que sentía al verse rodeada de hombres como una ramera, sentir sus miradas y gestos obscenos, pues para ellos no era más que una criada, una pobre campesina de la que podrían abusar sin ninguna consecuencia. Intentó dominarse pero no podía, estaba aterrada. ¿En qué lío se había metido?

De pronto vio que el conde le hacía señas de que se detuviera. Obedeció al instante y lo miró. Sus ojos oscuros la miraban con fijeza observando cada uno de sus gestos.

—La doncella de Reims no pudo ir tan lejos—se quejó entonces y la miró con expresión fiera—Por vuestro bien muchacha, espero que no me hayáis mentido porque si descubro que me trajisteis a una emboscada, si habéis hecho esto para burlaros de mí…

Los ojos azules de la joven se agrandaron con terror.

—Os doy mi palabra, el Señor es mi testigo, no os  he mentido. Pero atravesar este bosque lleva días señor conde.

El conde observó la piel tersa de la moza y sonrió. Rayos, con solo mirarla sentía cómo se inflaba su miembro en la calza provocándole escozor, recordándole que hacía demasiado tiempo que no yacía con una mujer. Y esa guapa moza rolliza de pechos hermosos y piel de terciopelo lo tentaba como un demonio al punto que habría deseado esconderse en el bosque y obligarla a complacerle.

Pero no era el momento, seguía furioso por la huida de la doncella de Reims, su prometida. Esa pequeña zorra altanera de Saint-Germain lo había plantado una vez más y daría cuenta de ella cuando le pusiera un dedo encima. Le enseñaría obediencia, sumisión y mucho más. La ataría a su cama hasta domeñarla.

Claro que antes debía encontrarla y decidió volver a  interrogar a la guapa moza que ahora miraba a todos lados con cara de ratón asustado.

—Alguien ayudó a vuestra señora a esconderse, ¿no es así? ¿Tal vez algún tonto enamorado?

Ella demoró en responderle, pareció vacilar antes de decir:

—No lo sé señor conde, pero imagino que debió ser escoltada por sus más leales caballeros.

—Pues imagino que debió llevarse un buen número de caballeros—insistió el conde mirándola.

La doncella asintió y él notó que estaba muy nerviosa, su respiración estaba agitada mientras sus escuderos se acercaban como zorros para mirarla. Una moza demasiado bonita para no causar problemas en el castillo, la frente levemente curvada la hacía parecer más joven y sus ojos eran tan cristalinos e inocentes, pero no había nada inocente en ella, era artera y taimada y buscaría la manera de escapar, de engañarle.

La mitad de sus hombres estaban embobados con la muchacha y hubo tres que ofrecieron una buena paga para acostarse con ella. ¡Lo que le faltaba! Ahora sería el alcahuete que vendía mozas como rameras por un buen dinero.

No lo haría, había prometido protegerla a cambio de que lo guiara a la doncella de Reims. Esa hermosa y ladina criatura.

—Entonces creéis que no tardaremos en encontrarla.

—Eso espero señor conde, deseo que sea así… —respondió la jovencita.

Ese gesto de sus labios rojos lo hechizó, era una criatura hermosa y atrevida, se ocultaba con esa toca que usaban todas las damas casadas pero no olvidaba que él la había visto desnuda e indefensa en la habitación y la visión de sus pechos, de las suaves curvas de sus caderas y ese pubis cubierto de vello dorado lo había excitado tanto que de no haber sabido que era la sirvienta de la doncella de Reims tal vez… le habría exigido que yaciera en su cama.

Todavía deseaba yacer con ella, había algo atrevido y lujurioso en esa moza, su renuencia no era del todo auténtica con él, al menos se mostraba agitada. Además no dejaba de mirarle a hurtadillas.

—Señor de Poitiers, por favor… Habéis prometido que me protegeríais de vuestros hombres y yo juré que os llevaría a la doncella de Reims—le recordó la moza rubia.

Él notó sus manos blancas y esa cruz de oro que pendía del pecho.

—Vos no parecéis una criada muchacha, sois muy hermosa y vuestra piel… Vamos, no habéis fregado un piso en vuestra vida—la acusó.

La joven sostuvo su mirada ofendida.

—Soy una dama casada señor de Poitiers y mi esposo os matará si me hacéis algún daño. Además no soy una criada vulgar, mi labor era cuidar de mi señora y ser su confidente—le respondió.

—¿Su confidente?—repitió el caballero muy interesado.

—Era su dama de compañía, su criada más cercana—agregó inquieta.

—Vaya, eso es muy interesante, si estabais muy cerca de vuestra señora entonces deberíais saber bien dónde está.

En sus ojos apareció una expresión de angustia que no podía ser fingida.

—Es que no lo sé señor conde, la doncella Ailen permaneció escondida durante el asedio de su hermano bastardo, oculta en la torre del castillo hasta que el invasor fue muerto por vuestra espada. Entonces mi señora se despidió de mí y dijo que regresara con mi esposo a la aldea y me obsequió esta cruz en gratitud por mis servicios prestados. Ya no me necesitaba. Huiría al convento. No volví a verla ese día pues cuando intentaba abandonar el castillo vuestros hombres me encontraron y… —se estremeció al recordar ese momento, el terror que sintió entonces aún no la había abandonado pues esos granujas eran parte de la comitiva del señor de Poitiers.

—Así que vuestra dama Ailen huyó de mí. ¿Tanto le repugnaba  convertirse en mi esposa?

La mirada de la joven cambió.

—Es que  mi señora no nació para ser esposa, desde niña ella anhelaba servir a Dios señor conde y pasaba muchas horas en su recámara hablando con nuestro señor.

—Sí, eso es lo que he oído. Aunque era demasiado bonita para ser una monja ¿no lo creéis?

Ella no supo qué responder a eso, por momentos parecía costarle encontrar las palabras y otras las decía con facilidad como las sirvientas de categoría que eran educadas para hablar correctamente y ostentaban modales casi de damas nobles.

—Pues rezará para que no la llene de hijos cuando la encuentre, cuando le eche el guante a esa pequeña zorra huidiza os aseguro que no podrá dormir por días—declaró el conde sin ninguna delicadeza.

Iba a decir algo más grosero pero al ver la cara de espanto de la criada se contuvo y rió divertido hasta que le advirtió:

—Vos llevadme con vuestra señora, porque si descubro que me habéis engañado Marie, pues os aseguro que la que no podrá dormir durante días seréis vos… vos ocuparéis el lugar de vuestra condesa hasta que mi lujuria sea saciada.

Marie retrocedió espantada ante semejantes amenazas.

—Os llevaré con mi señora Ailen, hice una promesa y la cumpliré pero vos prometed que me respetaréis. Soy una mujer casada señor, no soy una ramera—a pesar del miedo sus ojos brillaron de rabia.

El conde se le acercó y la observó con curiosidad.

—Vuestro esposo es muy afortunado Marie, siento tanta envidia de su suerte que le rebanaría el cuello y os convertiría en viuda.

—No, por favor, no lo haga señor de Poitiers—balbuceó la joven.

—Una esposa devota… me agrada, a pesar de que vuestro esposo debe ser un bruto—dijo entonces.

Ella apartó la mirada sonrojándose y de pronto un aullido espantoso le heló la sangre no sólo a Marie sino a toda la comitiva que la seguía.

—¡Demonios, lobos! ¡Maldita sea!—bramó el conde y dio aviso a sus hombres para que estuvieran preparados.

Debían esconderse, una jauría de lobos podía atacarles y devorarles en un santiamén.  Lobos o perros salvajes no importaba pues eran igualmente peligrosos. Debían buscar un refugio cuanto antes.

—Hay una cabaña en ese bosque señor conde, un escondite que nos pondrá a salvo—intervino Marie.

—¿Y dónde demonios está esa cabaña, hermosa?

—A unas dos millas, luego de que veamos el árbol muerto de Saint-Germain.

Marie azuzó su caballo y los guió hacia la espesura, temía llegar a ese lugar pero no tenían alternativa los lobos aparecerían de un momento a otro. No conocía demasiado la espesura pues nunca había llegado más allá del vergel y mucho menos se había aventurado más allá del árbol muerto, sabía que era el límite hasta ese día…

A lo lejos vieron la miserable choza de piedra y adobe y techo de paja, estarían a salvo y acababa de demostrarle al caballero que no mentía, que conocía bien el lugar y cumpliría su promesa. No confiaba en ella y la vigilaba como si fuera capaz de traicionarles, de mentirles o enviarles a una trampa. Marie miró al caballero de reojo.

—Aquí está señor conde, podemos quedarnos aquí…—dijo vacilante al ver que eran ocho hombres. Demasiados, no entrarían todos ni podrían dormir en esa mísera cabaña.

Entraron en la estancia y aseguraron puertas y ventanas por si acaso. Los aullidos dejaron de oírse a la distancia y la joven miró turbada a los caballeros. Eran demasiados. Nunca podría escapar.

—Bonito escondite, ¿a quién pertenece?—preguntó el conde.

Marie se volvió y lo miró.

—Creo que era de un leñador y su esposa señor, pero perecieron hace poco según me contó la dama de Saint-Germain—respondió.

Los caballeros se dispersaron y uno de ellos gritó al encontrar queso fresco y vino junto a dos hormas de pan recién horneado.

—¡A fe mía que esto parece cosas de brujas mi señor! Pan recién horneado y queso fresco—dijo feliz.

—Es muy extraño… mejor no probéis nada de eso, podría estar envenenado—dijo el conde.

—Oh mi señor sabe delicioso—uno de ellos le había hincado el diente a un trozo de pan de centeno.

Marie observó hambrienta el festín que compartían los caballeros sin atreverse a tocar nada.

—Tened cuidado, creo que todos murieron de peste, ¿habéis visto la marca en la puerta?—murmuró de repente.

Los escuderos palidecieron al oír eso.

—¿Qué habéis dicho, muchacha?—se quejó uno.

—Nos trajisteis aquí para morir so bruja traidora—dijo otro caballero.

El conde intervino.

—No toquéis nada. No bebáis de ese vino ni tampoco…

Uno de ellos dejó caer una bota repleta de vino mientras se limpiaba la boca con expresión culpable.

—Nos trajo a una trampa, esa ramera de Saint-Germain quiere que nos pillemos la peste—murmuró.

Todos se miraron consternados.

No hacían más que quejarse mientras el conde los rezongaba como si fueran niños traviesos.

—Dejen todo ahora, vamos. Imbéciles—gritó furioso el conde—¡Maldita sea! Haced algo…Marie, ven aquí…

La joven había huido aprovechando la confusión y el terror de sus captores y estaba lista para escapar, cuando sintió un brazo que la jalaba y sujetaba apretándola contra el piso.

—Nos has traído a una trampa Marie, pero lo lamentaréis.

La joven lo miró aterrada.

—Eso no es verdad señor, era la única cabaña en el bosque—balbuceó.

Entonces oyeron un nuevo aullido de lobos cada vez más aterrador y cercano.

—Los lobos señor, los lobos seguirán nuestro olor y no se irán hasta que amanezca.

Él aflojó la presión de su brazo y la miró con deseo. Habría deseado arrebatarle esa ropa y disfrutar ese cuerpo voluptuoso y cálido de mujer, llevaba semanas sin fornicar y su miembro era quién más sufría aprisionado, deseando saborear la dulce prisión de una buena hembra hermosa y deliciosa como esa. Demonios ese forcejeo, la proximidad de esa joven lo había dejado tan furioso como excitado.

Pero debía dominarse, había hecho una promesa, protegerla con su espada hasta que ella cumpliera su parte y lo guiara hasta la doncella de Reims. Era en esa pícara bribona dónde hundiría su vara hasta llenarla de bastardos, no sería su esposa, sería su cautiva… su esclava blanca y hermosa.

—No me hagáis daño señor, lo habéis prometido…—su voz era una caricia sensual más que una súplica. La forma en que lo miraba una sutil provocación. Estaban tan juntos que podía sentir su corazón latir acelerado.

—Mírame pequeña tramposa, os lo advierto, no volváis a intentar escapar o juro que lo lamentaréis—la amenazó.

Ella se escabulló y huyó a un rincón aterrada sin decir palabra.

Afortunadamente sólo tuvieron cólicos y dos de ellos tuvieron que salir a la intemperie a vaciar sus tripas. No murieron, por suerte pues la pobre Marie temblaba al pensar que pudieran acusarla de esa nueva calamidad.

¿Pero quién habría puesto algo en el vino? ¿Acaso el hechicero que moraba en esas tierras?

—Señor conde, tal vez fueron los hombres de Arras para evitar que sigamos su rastro o el hechicero malvado que mora en estas tierras—dijo entonces Marie ansiosa de desviar la atención sobre ella.

El caballero la miró con fijeza.

—Eso es una fábula, no creo en brujos ni en hechizos Marie—le respondió sombrío.

—Temo que no es una fábula señor conde.

—¿No lo es? Vamos, no son más que historias de hechizos y brujas del bosque, las he oído a montones.

—Pero ese hechicero existe señor de Poitiers y es muy malvado.

Pero Marie no pudo moverse pues el conde decidió llevarla a una habitación y dormir en la única cama que existía. La joven se asustó al ver que se desnudaba y ataba sus manos y sujetaba la cuerda para que no pudiera escapar.

—Por si acaso lo intentas… no me fío de ti pequeña embustera—dijo él—Ahora os liberaré de vuestra capa, si huis de esta habitación ten por seguro que mis hombres os atraparán y no podré defenderos.

Ella lloró y suplicó.

—Os he servido señor de Poitiers, no merezco esa suerte, por favor… —la moza lloró y se dijo por qué era tan tonta de suplicarle a un caballero que había perdido el alma hacía mucho tiempo según contaban las leyendas.

Y ella no era más que una moza y su suerte no le importaba a nadie y sin embargo, sabía que pelearía como una leona para vengarse si ese conde malvado la traicionaba, si la entregaba a sus verdugos para que saciaran con ella su horrible lujuria.

Ahora despojada de su capa y el vestido se sintió tan vulnerable… Notó como los ojos del conde no se perdían detalle de su cuerpo  pero no hizo nada, nada más caer sobre la cama el cansancio lo venció.

—Me habéis ocultado algunas cosas, Marie—dijo de pronto.

La joven no se atrevió a moverse, temía que al estar atada y a su merced…

—No comprendo de qué habláis, mi señor—le respondió con una calma que estaba lejos de sentir.

—Oh sí que lo sabéis, me habéis traído a este bosque infernal con la excusa de que me llevaréis con vuestra señora. Pero la doncella de Reims brilla por su ausencia. No hay rastro de la dama ni de sus escuderos. Algo estáis ocultándome…y si descubro que me habéis engañado para atraerme a una trampa lo pagaréis con vuestra vida. ¿Me habéis oído?

La joven tembló como una hoja al oír eso.

—Os traje al bosque señor de Poitiers, pero mi señora de Saint-Germain debe estar bien escondida. Tal vez el hechicero la tiene en su poder.

—Patrañas… ella debe tener un séquito de caballeros que la esconden de mí. Pero por si acaso mañana daré cuenta del hechicero del infierno, ahora duérmete y no intentes nada. Mis hombres vigilan la puerta y esperan que hagáis alguna tontería para poder retozar con vos a sus anchas. Así que mejor que ni lo intentéis.

La oscuridad los envolvió entonces y los aullidos dejaron de oírse. Los hombres roncaban tendidos en alguna manta o jergón turnándose en montar guardia.

Marie despertó aturdida sin saber dónde estaba sintiendo las manos dormidas tiró de la cuerda pensando que debía intentar escapar. No se fiaba de ese hombre. Pensaba que ella lo había llevado a una trampa y había amenazado con matarla si descubría que eso era cierto… Se movió y quiso cortar la cuerda con los dientes pero era muy dura no podría hacerlo. Luchó con todas sus fuerzas y de pronto notó que su raptor se movía y la manta caía de lado dejando su cuerpo de guerrero al desnudo.

Marie lo miró espantada y fascinada al descubrir esos brazos y esas piernas de titán. Delgado pero fuerte y… rayos, esa vara al final de su abdomen también se veía de hierro. Aterrada quiso escapar y tiró de la cuerda haciendo que el titán despertara y sacara una daga debajo de la almohada lanzándose sobre ella.

La moza gritó espantada.

—Señor… por favor, no me haga daño—balbuceó.

Sus ojos la miraron con estupor, de pronto recordó dónde estaba y la liberó.

—¿Qué tienes, muchacha? ¿Es que nunca has visto un hombre desnudo? Imagino que vuestro marido se desnuda para fornicar ¿o lo hace vestido?—se rió.

Ella se sonrojó sin decir palabra luchando para quitarse la soga.

—Bueno, ahora ya me conoces, ven aquí… Necesito algo suave y dulce para abrazar, una moza hermosa y rolliza como tú…—dijo y la abrazó sin pensar en cubrirse, muy cómodo de estar así, desnudo y muy cerca.

La moza chilló ante el inesperado contacto, abrumada y aterrada por toda la situación se resistió con todas sus fuerzas logrando que la jalara de la cuerda y la obligara a tenderse sobre el camastro al tiempo que él se tiraba sobre ella inmovilizándola con rapidez.

—Quieta doncella, no grites así… Sólo quiero tenerte cerca para olvidar ese horrible sueño, nada más. No voy a tocarte a menos que tú lo quieras, Marie.

Ella tuvo que aguantar el llanto y soportar verse inmóvil con ese hombre encima sujetándola completamente desnudo. Lo miró suplicante y pensó que no podría pegar un ojo el resto de la noche sintiendo su cosa crecida apuntándole como una flecha a sus partes más íntimas. “Por favor” gimió.

“Tranquila, no voy a tocarte esta noche Marie, lo prometo, te daré unos días para que lo pienses” le respondió él.

“No tengo nada que pensar señor”.

“Pues yo creo que sí”.

Marie tembló al sentir algo muy raro en esos momentos. No podía entender qué le pasaba.

“Vamos, duérmete Marie”.

Como si pudiera dormirse con un titán desnudo sujetándola, temiendo que en cualquier momento levantara su falda y diera cuenta de ella sin compasión.

Estuvo horas en vela, vigilándole, hasta que el cansancio la venció y cayó profundamente dormida.

**********

A la luz del día el bosque se veía mucho menos atemorizante pero la joven moza estaba asustada pensando en su señora perdida en ese lugar y en la feroz comitiva que la rodeaba. Por momentos temía morir, no sabía si en manos del fiero conde o del séquito de escuderos que no hacían más que mirarla con creciente lascivia como una manada de lobos hambrientos.

Quiso convencer al conde de detenerse y regresar al castillo, debía hacerlo sin demasiadas explicaciones y evitando preguntas que no quería responder en esos momentos.

Pero el conde no era tonto y enseguida sospechó.

—¿Estáis asustada, muchacha?—preguntó mientras guardaba cuidadosamente las provisiones con la intención de emprender la búsqueda de la doncella.

—Sí, lo estoy. Es que ese bosque señor de Poitiers no ha sido atravesado por nadie y… Es que si nos aventuramos más todos moriréis, todos moriremos y yo no deseo morir. Tal vez la señora de Saint-Germain se escondió del otro lado y si la buscamos con más tiempo…

El conde la miró con fijeza haciendo que se sonrojara.

—Tú me escondes algo Marie… Dime algo por favor, ¿cómo es que la hija de un conde decide abandonar el castillo sin ser vista, burlando toda la vigilancia y aventurarse por un bosque del que nadie ha podido escapar con vida? ¿Quién la escoltó y cómo rayos atravesó estas tierras sin dejar rastro? ¿Quién estaba con ella? ¿Acaso algún prelado o un caballero ansioso de correr tras sus bragas?

La moza se sonrojó.

—Eso no es verdad señor, mi señora jamás habría permitido eso. Ella se fue con sus sirvientes y con Emeric, el caballero de Rouan.

Esas últimas palabras lo inquietaron.

—¿Qué habéis dicho? ¿Rouan? ¿Y qué hacía ese cretino aquí?

—Lo mismo que vos señor de Poitiers, en busca de la doncella hermosa de noble cuna. La doncella de Reims. Su belleza y gracia ha traspasado las fronteras de la Ile de France y el caballero de Rouan está tan fascinado por su belleza y virtud que ha dicho que no le importaba morir en este bosque si con ello ponía a salvo a la doncella de su cruel invasor.

Ahora el caballero de Poitiers estaba lívido de rabia y celos. ¿Así que su doncella, la doncella prometida se encontraba acompañada por ese traidor llamado Rouan? Ese intrigante hombre de poco honor pero muy afortunado a la hora de conseguir doncellas hermosas para retozar, sí por supuesto que lo recordaba bien.

—¿Así? ¿Y vuestra dama ha cedido sus favores a ese mancebo imberbe?

La moza sostuvo su mirada sin pestañear.

—Mi señora jamás ha hecho promesas de amor ni … Ella no es una pícara doncella mi señor y no le agrada ser cortejada porque no desea ser la esposa de un caballero sino servir a Dios. Ese ha sido siempre su anhelo y nada podría hacerla cambiar de idea. Ni hombre enamorado, ni caballero guapo y gentil, ni las súplicas de su padre, la vida mundana jamás le ha interesado ni tampoco ha dejado huella en su corazón. Eso es lo que he intentado decirle señor de Poitiers.

—Palabras raras y lisonjeras en labios de una criada de Saint-Germain… Me pregunto si realmente seréis una criada o esa beata disfrazada de moza. Mostradme vuestras manos, siempre la escondéis al igual que vuestro cuello pequeña embustera, vamos, ¿qué escondéis allí?

La joven lo miró furiosa.

—No os escondo nada, no soy más que una criada, una moza del castillo.

—Una moza que habla como una dama y que sonroja al ver a un hombre desnudo.

—Es que fui educada en los aposentos de mi señora, yo cuidaba de ella y aprendía a leer y a recitar poesía.

—¿Una sirvienta con tantos privilegios? ¿Y vuestro cabello, vuestra piel…?

—Mi madre era así…

—Ailen… Era como vos pero su porte era más soberbio.

—No me parezco a la doncella de Reims señor, pero si insistís en acusarme os diré que el conde sintió la misma debilidad por mi madre y yo fui el fruto de ese amor mientras duró. Y por eso… Permitió que estudiara latín y música con su hija, fuimos criadas como hermanas casi pero… nunca nadie dijo una palabra de ese asunto ni Ailen lo supo.

Su voz, sus gestos delataban tristeza y desencanto. Así que era la hija ilegítima del conde de Reims…

—Bueno, ahora entiendo muchas cosas muchacha… —dijo acariciando su mejilla.

Pero ella rehusó el contacto y se apartó rápido suplicándole que la dejara en paz. Parecía un animalillo asustado. Sin embargo le gustaba saber que le temía porque el miedo la mantendría en su lugar sin hacer locuras.

Sus ojos lo miraron suplicantes, esos ojos que a la luz de la mañana se veían tan dulces y hermosos.

—¿Es que no me quitaréis estas sogas señor? Mis manos… ya no las siento—se quejó.

Él se acercó y sin demasiada prisa liberó un poco la presión pero no la liberó todavía.

—Sólo una cosa más antes de quitarte las amarras preciosa, dime qué hay en ese maldito bosque y nada de cuentos de brujos esta vez porque no os creeré una palabra. Nada de fábulas de brujería. ¿Quién habita ese bosque y cómo demonios supo que iríamos a la cabaña anoche?

Había dos escuderos enfermos y postrados e inútiles para continuar la travesía y eso lo tenía muy furioso, saber que tenía un enemigo invisible lo enervaba.

—Es un hechicero señor conde, no os he mentido y puede vernos sin que lo veamos porque tiene poderes… Ve cosas y también, hace años que ha tomado este bosque como su hogar para realizar sus conjuros. El difundo conde de Reims quiso matarle pero no pudo y al final… Dicen que fue el brujo de aquí quién acabó con su vida envenenándole.

—Y quién es ese malnacido, ¿de dónde ha venido?

La jovencita se estremeció.

—Nadie lo sabe pero… Creen que es un demonio del infierno enviado por el diablo para tomar estas tierras y forjar sus dominios. Le han visto blandir una cruz apócrifa y matar una legión entera de hombres, los que envió el difundo conde de Reims, Dios le tenga en su gloria.

—¿Y vos le habéis visto, Marie?

Ella negó con un gesto.

—Y vuestra joven señora de Saint-Germain, ¿cómo es que fue tan osada de aventurarse en estas tierras sabiendo de la presencia de ese brujo?

La moza parpadeó inquieta.

—Ella está protegida señor, Ailen es como un ángel, jamás ha sufrido ningún daño porque el Señor de allá arriba la cuida. No tiene miedo, nunca lo ha tenido y además conoce el bosque como la palma de su mano. Todos sus escondites, sus lugares secretos y nunca me lo enseñó, de niñas jugábamos al escondite hasta que la condesa Idegarda lo prohibió al oír rumores de ese brujo asolando estos bosques. Nadie lo había visto entonces pero sabían que estaba aquí. Además ese hechicero quiere adueñarse del castillo y sus tierras, él vendrá por nosotros y luego…

—Pues no temo que lo haga—la interrumpió el caballero—ni creo que sea un hechicero, seguramente se trate de algún bastardo del conde con intenciones de reclamar la herencia de su padre muerto.

Los ojos de la joven lo miraron con sorpresa.

—Desearía que fuera así señor de Poitiers, que fuera tan simple pero he visto cómo ese demonio mata a los caballeros que intentan darle caza y es horrible… sus ojos están quemados pues primero los ciega y después los transforma en cadáveres, los ahoga con su propia sangre sin tocarlos, por el horrible poder que le ha dado la hueste maldita a la que pertenece. No debería tener la osadía de aventurarse en sus dominios, al menos no puede hacerlo sin la protección divina. Ailen no está aquí, tal vez él la atrapó no puedo ni pensar en eso sin estremecerme de horror porque si ese demonio la atrapa morirá, nadie ha logrado escapar con vida de sus horribles garras… He oído decir que si encuentra a una dama en el bosque la mantiene cautiva y a su merced y no se detiene hasta engendrarle un demonio en las entrañas. Rouan no podrá defenderla, no contra ese hechicero, es muy poderoso.

—¿De veras? Hermosa,  yo he peleado con demonios toda mi vida, casi desde niño y en tierra santa… ¿No habéis oído de mí?

La joven asintió despacio.

—Pero no podréis vencer al hechicero, no es humano, él es invencible. Su poder viene de las sombras, eso es lo que he oído y no hay caballero que pueda vencerle.

Esas palabras eran un desafío.

—Pues yo lo haré, ángel—le respondió blandiendo su espada en lo alto—Nadie ha podido vencerme con esta espada.

—La espada no será suficiente para salvaros.

El caballero pensó que mentía, no tomó en cuenta su consejo, cualquiera pudo entrar en la cabaña y envenenar la comida y convertirla en cenizas… un truco de magia negra de alguna bruja que moraba en ese bosque.

Emprendieron la travesía una hora después, luego de un desayuno frugal compuesto por pan, queso y un poco de cerveza aguada.

La bella moza se alejó porque necesitaba asearse y no podía hacerlo en presencia de esos hombres pero mientras lo hacía sintió la cuerda en su muñeca izquierda y chilló de rabia e impotencia, todavía la llevaba puesta como si fuera un perro.

—¿Intentando escapar, Marie? No creo que os convenga en verdad—opinó el conde.

—No estoy escapando señor, sólo necesito asearme, por favor—respondió la jovencita ceñuda.

El conde sostuvo su mirada y sonrió, rara vez sonreía y tuvo la sensación de que se estaba burlando de ella.

—Yo os acompañaré, Marie —dijo y la liberó de la soga despacio.

La joven se alejó despacio, conocía el camino hasta el río, distaba a unas pocas millas pero el conde insistió en llevarla en su caballo.

Sus ojos se mantuvieron alertas al sendero mientras la moza le indicaba el camino. Su cabeza era un torbellino al recordar las palabras reveladoras de la moza esa mañana. ¿Habría llegado la doncella de Reims al convento por algún atajo o camino secreto? ¿O ese hechicero estaría disfrutando de la cautiva que debía ser suya? Ambas posibilidades lo enfurecían en igual medida. ¿Un hechicero malvado en ese bosque capaz de vencer hasta el más valiente y esforzado caballero? Por los clavos de Cristo, esa era una mentira. No había hombre ni demonio que pudiera vencerle con la espada y él no creía en demonios capaz de matar hombres y dejar preñada a las mujeres, eso era un embuste y los había mejor contados y elaborados por cierto.

—Es allí, señor conde—le avisó la doncella.

La voz de la moza lo despertó de sus amargos pensamientos y de pronto vio su mirada cristalina y le preguntó qué edad tenía.

—Dieciséis, señor.

—Sois muy joven y hermosa Marie… mis hombres no os pierden de vista, os persiguen como fieras esperando el momento oportuno de atrapar a su presa. A vos…

La mirada cristalina se oscureció.

—¿Y vos me entregaréis a vuestros hombres para que sacien su lujuria? ¿Lo haréis?

Él sonrió tentado al ver su terror.

—Ve preciosa, luego hablaremos—fue su respuesta.

La joven moza se alejó con prisa hasta el río esperando que él no la siguiera pues no quería que la viera desnuda. Había notado cómo la miraba y la noche anterior… No era tan ingenua de creer que cumpliría su palabra porque esos caballeros solían buscarse una campesina para fornicar si no tenían esposa, a veces era una criada del castillo bonita la encargada de saciar las necesidades del señor.

Alejó esos inquietantes pensamientos y se quitó el vestido con prisa. Necesitaba frotar su cuerpo con jabón y esas suaves esponjas que usaba su señora pero debió contentarse con sumergirse y refrescarse antes de que el conde apareciera para espiarla.

El agua estaba helada pero no le importó, odiaba sentir la ropa pegada por el sudor siempre se había bañado a diario en compañía de su señora, disfrutando de los vestidos que ella desechaba año tras año.

Sus pensamientos viajaron al pasado, al castillo de forma inevitable. Deseaba estar allí, regresar… pero ¿qué pasaría si Ailen no aparecía?

Eso pensaba mientras salía del agua y se envolvía con su capa y se deshacía de la camisa que había usado demasiados días y se cubría con el vestido púrpura que la señora le había obsequiado. Al menos la camisa había protegido a la prenda del sudor y las manchas. Ya no temblaba sino que se sentía mejor…

Ajustó el vestido con los cordones por delante con prisa.

Miró a su alrededor  y notó que todo era calma, ese bosque era un lugar hermoso de denso follaje y le costaba creer que realmente hubiera un demonio escondido en lo más profundo.

Entonces lo vio agazapado y escondido en la maleza, el caballero de Poitiers la observaba con fijeza. La deseaba, podía verlo en sus ojos y sólo estaba demorando el instante en que le exigiría que le complaciera en su lecho.

Pero no lo dijo, al contrario parecía molesto con ella.

—Vais a pillar un resfriado con ese baño, doncella. Ven, estáis temblando.

Marie obedeció y subió a su caballo sin decir palabra. Echaba de menos el castillo, su ropa suave y perfumada. Debió quedarse escondida y aceptar el trato de su señor, ¿por qué tuvo que escapar? Ahora por haber sido cobarde y no acompañar a su señora se convertiría en cautiva de ese hombre que la escondería en su castillo y la llenaría de bastardos. Nadie la rescataría de Poitiers ni ella podría huir jamás…

Derramó unas lágrimas al comprender que un destino aún peor podía ocurrirle; que la entregara a sus hombres para que fornicaran con ella a sus anchas, hasta matarla o tal vez la entregara en prenda al hechicero a cambio de tener a la doncella Ailen.

Algo le decía que la damisela de Saint-Germain estaba en peligro y que huir a ese bosque había sido mucho peor que rendirse y entregarse como cautiva a su enemigo, tal vez él al verla tan hermosa habría tenido piedad de ella, una piedad que sabía el demonio escondido en el bosque no tendría porque ni siquiera era humano.

—Piensas demasiado Marie… Decidme ¿en qué estáis pensando que os acongoja tanto?

Ella lo miró sorprendida. La había descubierto.

—Es que la dama de Saint-Germain, señor caballero… Mucho me temo que está en peligro ahora y nadie podrá ayudarla. Y es mi culpa, debí huir cuando me lo pidió pues meses antes de morir su padre Ailen dijo que debía huir del castillo que…

—No os culpéis, fuisteis sensata muchacha. Con brujo o sin él no podrán escapar de ese bosque, ¿sabes por qué? Pues es que no permitiré que lo haga, ni ella ni vos…

—Pero vuestro trato, disteis vuestra palabra que si encontrabais a la doncella Ailen me dejaríais ir.

Él no le respondió, en ocasiones hacía eso, guardaba silencio y esos silencios que callaban sus pensamientos era lo más aterrador de todo. Estaba asustada, odiaba ser su prisionera y sentir miedo desde que se despertaba hasta la noche y su cautiverio recién comenzaba, solo dos días con ese hombre y sentía que era una eternidad.

Rezó en silencio mientras regresaban pidiendo al señor que no la abandonara en esa penosa travesía.

Emprendieron la marcha en busca de la doncella poco después no sin antes preguntarle por un atajo para escapar de ese bosque.

—¿Un atajo?—replicó Marie sorprendida.

Su mirada maligna lo decía todo.

—¿Me creéis estúpido, Marie? Sé que estáis mintiéndome, que vuestra dama os encomendó la tarea de traerme a una trampa en este maldito bosque pero no temo a ese hechicero, sólo quiero encontrar a esa artera doncella de Reims y cobrarme todas sus burlas. Por eso no os he tocado pequeña embustera, os aseguro que anoche tuve que contener el impulso de saciar mi lujuria con vos pero no lo hice porque me guardo para esa zorra rubia con aires de santa.

—Mi señora no es una zorra y os aseguro que no os he mentido, no os traje a una trampa al contrario os he advertido sobre el hechicero. Pude callarme y llevaros directo al demonio del bosque, sé bien dónde encontrarle pero nunca haría eso. Os llevaré hasta la señora de Saint-Germain pero temo que no podréis llegar a tiempo ni tampoco vivo señor de Poitiers.

—Si descubro que me lleváis a una emboscada seréis la primera en morir bella moza, mi mano no temblará cuando os rebane el cuello.

Esas palabras la aterraron, no, no estaba preparada para morir, su última confesión había sido hacía más de dos semanas y…  Lloró en silencio incapaz de decir palabra, ahora conocía su horrible plan: atrapar a su señora y someterla hasta convertirla en su ramera cautiva por eso no la había tocado la otra noche.

Pero no lo conseguiría, sólo encontraría la muerte.

El caballero y ella si se adentraban en ese bosque impío y maldito.

**********

El conde creyó que ese día se resolvería el enigma pero luego de cabalgar durante horas por ese bosque sin encontrar rastro de la doncella casi se dio por vencido. Sus hombres estaban exhaustos, llevaban semanas sitiando el castillo y nuevamente los lobos aparecieron al atardecer del tercer día para hacerles retroceder.

Marie chilló aterrada y le avisó al conde que dos lobos venían en su busca como si estuvieran adiestrados para atacar. El caballero mató a los dos hundiendo su espada en sus cráneos pero tres de sus hombres fueron ferozmente atacados al tiempo que llegaban más lobos.

Etienne rescató a la joven moza y gritó a sus hombres que huyeran, eran demasiados, no podrían abatirles.

Regresaron a sus caballos y huyeron.

El bosque los envolvió como una masa oscura y sólo se detuvieron cuando vieron una ermita a la distancia. Parecía una visión provocada por la desesperación luego de errar más de cuatro días por esos parajes desolados del señor. Una ermita iluminada un refugio seguro para pedir ayuda pues varios de sus hombres tenían heridas profundas y también Marie, su pierna sangraba y tuvo que cargarla en brazos porque sufrió un desmayo.  Todo en ese bosque era maligno, impío, día tras día uno de ellos moría o desaparecía, el conde observó con rabia que faltaban más de ocho en total y siendo menos de diez en esos momentos no podrían continuar la travesía. Casi la mitad había muerto por los lobos y otros no habían regresado. ¿Habrían encontrado a la doncella o sólo habían encontrado la muerte como los demás?

El ermitaño, un anciano de poblada barba blanca les abrió la puerta mirándoles con una mezcla de curiosidad y pena en sus ojos vidriosos.

El conde lo miró con cierta desconfianza. ¿Qué hacía en ese lugar maldito un prelado escapado del convento hacía ya tantos años a juzgar por el cabello blanco viviendo en una ermita ajeno por completo a todo lo que pasaba en ese bosque?

—Señor mis hombres están heridos y también esta joven que nos acompaña, necesitamos medicina y cobijo para pasar la noche.

El ermitaño asintió sin decir gran cosa.

El aullido de los lobos ya no se escuchaba y la oscuridad iba adueñándose de cada rincón del bosque rodeándoles como un manto de miedo. Debían entrar sin hacer más preguntas, necesitaban un lugar para quedarse y estar a salvo.

El prelado los miró uno a uno.

—Aquí no entraréis todos… pero hay una casa abandonada cerca de aquí, seguid por el camino a la derecha. Llegaréis antes de que anochezca pero no debéis vagar por estos lugares luego—miró a la joven moza con pena y luego al conde—Vos podéis quedaros señor de Poitiers, vos y la doncella. No se ve muy bien su herida.

Etienne aceptó pues no tenía otra opción.

El ermitaño los atendió y les obsequió su mejor vino y pan fresco y crujiente con unas pocas rebanadas de queso luego de desinfectar la herida de Marie con un poco de aguardiente y vendarla a conciencia.

—Se repondrá, es joven… ¿Es su esposa?

—No… es mi criada. Busco a la doncella Ailen de Reims, ¿la habéis visto aquí?

La expresión del anciano cambió. Rayos, la había visto.

—¿Se refiere a la joven que porta esa gema de San Agustín? La acompañaba un caballero llamado Rouan y pasaron por aquí hace tres días. Quise advertirles del peligro de seguir por este sendero pero no me escucharon. Este bosque ya no es seguro, no desde que ese hechicero lo ha tomado como guarida. Algo lo atrajo aquí, esas criaturas no vienen sin ser invitadas—declaró de forma misteriosa.

El conde ignoró ese comentario, le tenía sin cuidado por qué había un demonio en ese bosque sólo quería llegar a la doncella y mirándole con fijeza le dijo:

—¿Dónde está ella ermitaño,  adónde fue la doncella de Reims?

—Es que no lo sé señor caballero, les advertí que no siguieran ese sendero, que el brujo los encontraría y… pues creo que sólo encontraréis sus cadáveres me temo.

Los ojos del conde echaban chispas, estaba furioso y lo que menos deseaba era un final como ese. Sospechaba que la doncella se burlaba de él desde algún lugar de ese bosque y observaba con deleite sus peripecias, disfrutándolas a cada momento. Riéndose a sus espaldas.

De pronto vio a Marie que se había dormido en un jergón y suspiró. Habían estado a punto de morir, tal vez luego no tuviera hombres que pudieran acompañarle en esa travesía. ¡Por los clavos de Cristo, esa doncella lo lamentaría!

—Puede descansar aquí señor, yo cuidaré de la joven. Tal vez desee un poco de pan y queso rancio. Cerveza…

El caballero miró al anciano con gesto torvo.

—Deje, yo cuidaré de mi doncella, señor ermitaño.

No quería ver a ese hombre merodeando a la joven, su cuerpo era un llamado dulce y tentador, hasta para un anciano lo era. Estaba desvariando por supuesto, el viejo se alejó para decir sus plegarias pero antes le dejó los alimentos que había prometido.

Él mismo la cuidaría por si acaso, no se fiaba de ese viejo ni de nada que viviera en ese bosque maldito.

—Marie, despierta, come algo…

Ella no abrió los ojos y de pronto dijo:

—Ya no importa señor, voy a morir aquí… Todos moriremos.

Esas palabras lo indignaron.

—No, no moriremos. Deja de decir tonterías. Cálmate.

—Este bosque está maldito. Mi señora… está muerta o tal vez algo peor… mucho peor. Pero dejadme aquí y regresad a vuestro castillo señor de Poitiers, hacedlo antes de que sea demasiado tarde.

—Pues no me iré ni os dejaré aquí, Marie. ¿Pensáis que temo a este bosque o a ese brujo? ¿Me creéis tan cobarde?

—No dije eso señor, pero vos no imagináis siquiera el poder que tiene ese demonio. Os matará y no habrá espada que pueda atravesar su negro corazón.

—Pues la mía lo hará hermosa doncella, ya lo veréis, ahora descansa… mañana partiremos al amanecer.

La joven murmuró que tal vez no estuviera viva entonces. Le dolía todo el cuerpo y sentía cómo la fiebre la hacía tiritar y eso no era nada bueno… ¿Podría pedirle al amable ermitaño que la confesara y le diera la absolución? No quería irse al otro mundo y tener que rendir cuenta de sus faltas con el diablo, sabía que ese ser cruel no tendría piedad de ella.

—Descuida, no moriréis, yo os cuidaré—respondió el caballero con expresión airada.

Al parecer cualquier contratiempo lo encolerizaba y su mal humor iba en aumento desde que empezaba a comprender que sí había tomado el castillo pero no podría apoderarse de la doncella de Reims y que en esa loca aventura había perdido a sus caballeros más leales.”

Rezó en silencio pidiendo misericordia para sus pecados, sólo eso, misericordia, perdón… Pues sabía que todo lo que había pasado era en parte su culpa pero… si iba a morir debía confesarse. Debía hacerlo…”

Pero el dolor y la fiebre la vencieron y se durmió poco después preguntándose si despertaría en ese mundo o en el otro pues ya le parecía oír el canto de los ángeles y suspiró. ¿Entonces se había salvado?

************

El caballero despertó al alba con la sensación de no haber dormido en toda la noche, alerta y de mal talante observó a la joven moza dormida a su lado. Se acercó con gesto ceñudo y tocó su frente. Estaba fresca, la fiebre había pasado pero lo preocupaba esa herida. Podía infestarse, lo  había visto ciento de veces y en ocasiones, causaba la muerte si la infección se extendía.

Necesitaba revisar su herida y acercándose despacio levantó su falda hasta llegar a la rodilla y notó los hilos rojos extendiéndose hasta llegar a su muslo derecho. Un muslo blanco y formado, un par de piernas femeninas y bellas que lo excitaron como un demonio y tuvo que luchar contra sus impulsos y apartar la idea de fornicar de su cabeza.

—Caballero, puedo ayudarle con eso, he curado heridas en el pasado—dijo entonces viejo ermitaño.

Etienne le dirigió una mirada torva, el maldito viejo estaba mirando las piernas de Marie.

—Si toca a mí doncella juro que olvidaré que lleva un hábito anciano—le respondió el caballero.

El anciano retrocedió mirándole atónito.

—¿Acaso crees que soy un perro lujurioso como tú muchacho o que me asustan tus amenazas? Esa herida va a infectarse y morirá, hay que cortar y echarle aguardiente ahora. Si no dejas que la cure, morirá—el viejo parecía ofendido y furioso pero en su voz no había emoción alguna, la rabia estaba inyectada en sus ojos vidriosos de anciano.

—No será necesario que lo haga, sólo necesito vendas y aguardiente, lo haré yo—declaró el caballero. No permitiría que ese viejo lo hiciera. Era su cautiva, suya, y cuando toda esa locura terminara la llevaría a su castillo y yacería con ella hasta saciar su deseo, pero antes encontraría a la loca doncella fugitiva y le daría su merecido pensó mientras cortaba un trozo de su vestido para usarlo de venda.

El ermitaño llegó con el aguardiente y trozos de sábana de lino para que sirvieran para desinfectar. Estaban limpias murmuró.

Marie gimió al sentir ese dolor en la pierna y el ermitaño tuvo que sujetarla para que no se moviera mientras el caballero limpiaba el pus de la herida.

—Calma preciosa, tengo que curar esa herida o morirás. Resiste ¿sí? Tranquila.

La joven se calmó al ver que el caballero sólo estaba curándola, por un instante temió lo peor.

Apretó los dientes para no gritar mientras el ermitaño le ofrecía agua. Era un hombre tan bueno, los había salvado de una muerte segura y Poitiers no hacía más que hablarle mal.

—Gracias ermitaño, puedes irte—le dijo.

No soportaba que estuviera cerca de su doncella, no se fiaba de prelado, criado ni tampoco de un anciano que vivía en una ermita.

La moza soportó estoica el dolor sin dejar de mirarle.

—Déjeme ya por favor, voy a morir…. Esa herida está horrible señor caballero. Déjeme—chilló entonces.

Él la miró con estupor.

—No morirás, antes me llevarás a tu señora, luego haz lo que te plazca y si no te curo no podrás hacerlo. Deja de quejarte, sé que es doloroso pero ayudará a curar la herida.

Cuando vertió el líquido ardiente Marie gritó y se desvaneció del dolor. Era muy mala para aguantar el dolor físico, su madre se lo decía pero eso era algo que no podía vencer.  En esos momentos deseó morirse y no despertar más, todo su cuerpo era una masa de dolor y no sanaría, nunca más podría sanar.

Y en medio de su agonía, cuando volvió en sí la vio a ella: a la doncella de Reims sonriéndole con gratitud.

Sus ojos azules tenían una expresión rara y misteriosa cuando le dijo: “gracias Marie, sólo debes llevarlo al corazón del bosque, atraerlo a su ruina. No lo olvides. Cumple tu parte del trato…”

La doncella despertó aterrada, la imagen era tan vívida y le hablaba en sueños como aquella vez que tuvo que escapar del castillo y de su invasor, porque sabía que él iba por ella y lo que planeaba hacerle. “Quiere llevarme y convertirme en su esclava, someterme a indignidades, pero yo sé dónde está Marie… y sé dónde podré esconderme.” Le confesó antes de pedirle su ayuda.

La voz del caballero de Poitiers la hizo volver al presente.

—Marie despierta, ¿con quién estás hablando? ¿Acaso has visto un fantasma?

La aterrorizada doncella no dijo nada, estaba temblando porque había visto a su señora allí en la habitación y no era la primera vez que ocurría. Sabía lo que planeaba y ahora le parecía horrible. Debía advertir al caballero, debía hacerlo…

Él la había salvado de los lobos, la había curado y la había defendido de sus hombres que la habrían violado y dado muerte.

—Vamos, bebe esto, te hará bien.

La moza obedeció y tomó un sorbo de cerveza aguada pensando que hacía tiempo que no probaba algo tan delicioso, como el potaje que les sirvió luego el ermitaño mientras el conde le preguntaba por ese bosque.

—Os dije la verdad caballero, no podéis salir en esta dirección. Moriréis, os matará como perros. Sois forasteros ¿no es así? Pues os ruego que pidáis al conde de Reims que os dé cobijo hasta que podáis volver a vuestra tierra.

El ermitaño les habló del hechicero que moraba en ese bosque pero el caballero no le prestó atención, sus ojos buscaban a la doncella y también permanecían alerta a cualquier ruido o movimiento.

—Necesito encontrar a la dama de Saint-Germain, ermitaño.

—Esa pobre señora… jamás la encontraréis con vida y si ha caído en manos del hechicero.

—Señor ermitaño, he combatido con peores cosas que un hechicero de pacotilla, además soy un soldado de Cristo y en mi pecho porto esta cruz—exclamó enseñando la magnífica pieza de orfebrería; una cruz de oro puro con las puntas en forma de flor de lis, el emblema de los soldados de Cristo de una antigua orden de cruzados—Ningún brujo ni demonio podría detenerme.

—¿Sois un cruzado de la orden de San Miguel? ¿Habéis estado en tierra santa?

El caballero le enseñó la cruz a Marie y ella la observó fascinada un instante pero luego apartó la mirada sintiéndose miserable. Estaba ante una maldita encrucijada, ¿a quién le debía lealtad ahora? ¿A su ama que debía estar en el otro mundo o a un soldado de Cristo? ¿Había algo más sagrado en ese mundo que un cruzado?

Además la había salvado, tal vez porque la necesitaba para encontrar a su señora pero lo había hecho.

—Descansa Marie, te ves muy pálida.

Él no se movió de la choza del ermitaño hasta que la doncella estuvo bien para caminar. Y eso llevó días, días enteros, días perdidos pero no le importó, pues tuvo la satisfacción de que ver que la herida sanaba y ella recuperaba lentamente el color de sus mejillas.

El viejo ermitaño le había conseguido un barril, agua caliente y un vestido muy bonito que tenía guardado en el arcón para que pudiera cambiarse ese vestido raído y manchado de sangre.

Pero fue él caballero quien tuvo que ayudarla a desvestirse y a entrar en la tina, sostenerla porque estaba mareada.

La doncella se rehusó a quitarse ese vestido corto que cubría sus partes íntimas pero tuvo que hacerlo para frotarse el jabón de esencias que tenía guardado el monje como un tesoro.

Etienne observó fascinado la figura dulce y femenina de Marie, la cintura estrecha y las caderas redondas, suspiró deseando perderse en ese magnífico rincón y hundir su vara hasta el fondo, hasta que gritara de placer. De no haber estado cerca ese anciano lo habría hecho pero algo en sus ojos le dijo que ella no quería ser espiada ni tampoco tomada por él.

—Señor de Poitiers, necesito secarme y… ¿cree que pueda encontrar un lienzo?

El caballero sostuvo su mirada y no se movió. De pronto recordó que estaban solos porque el viejo se había ido hacía un momento a buscar hierbas al bosque.

Tal vez valdría la pena intentarlo…

Se acercó despacio envolviéndola con su mirada cargada de deseo pero ella lo miró espantada.

—No, por favor. No me haga daño—estaba asustada, agitada.

Él se acercó despacio y la besó con mucha suavidad.

—Nunca te haría daño hermosa…—le dijo—¿Por qué me temes? ¿Acaso crees que soy un demonio?

Ella lo negó con un gesto

Marie hizo una pausa y dejó que el caballero la ayudara  salir de la tina y la secara con una manta gruesa de lino, estaba temblando y no era bueno que se enfriara.

La moza se cubrió todo lo que pudo y le dio la espalda.

—No, no lo haré Marie, os lo prometo—dijo mirándola con intensidad.

—Eso decís ahora porque me necesitáis, cuando ya no os sea útil… Me entregaréis porque no soy más que vuestra cautiva, vos me salvasteis pero mi vida os pertenece ahora.

—Tranquila hermosa, no os entregaré a nadie, pero habéis dicho la verdad… Tu vida me pertenece y por eso voy a cuidaros.

Esas palabras le provocaron una emoción intensa, algo raro. Diablos, estaba enamorándose de ese caballero, desde el primer día que lo había visto y sólo el miedo había impedido que ese hechizo aumentara. O tal vez fue ella que había luchado.

¿Pero cumpliría él su promesa de no entregarla a su caballero más leal como premio?

No estaba segura. Ya no confiaba en nadie. Si la había rescatado de sus caballeros fue porque supo que le sería más útil viva, el caballero de Poitiers era un fiero cruzado de Cristo y los cruzados eran hombres sagrados pero llenos de crueldad e impiedad.

Rezó en silencio para que el Señor la iluminara, se sentía confusa y triste, envuelta en una red de intrigas y la joven moza sólo quería regresar a su hogar y olvidar esa loca aventura de una vez por todas.

************

Abandonaron la choza del ermitaño al día siguiente, Marie se cubrió con una capa que le había obsequiado el anciano y el caballero le dejó unas monedas de oro para compensarle por su generosidad.

El monje quiso persuadirles de regresar a Saint-Germain pero fue en vano, el caballero estaba muy decidido a continuar la travesía. Encontraría  a la doncella de Reims aunque le fuera la vida en ello.

Pero estaban solos ni uno de sus caballeros se presentó en el lago blanco como acordaron ese día y el conde pensó que estarían muertos.

Marie observó el antiguo lago con pesar.

—No vendrán señor conde, han muerto. No lo conseguiremos, no podremos vencer al  hechicero y rescatar a mi señora—dijo.

Pensó que el caballero se vería forzado a recapitular, su plan había fallado y ahora estaba solo con su espada para vencer al temible hechicero y rescatar a la doncella.

—No podréis  hacerlo, mi señor—insistió—Moriréis, ambos moriremos. No hay posibilidad de escapar con vida de ese lugar, por favor…

El caballero la miró sin parpadear con esa mirada dura que le había visto otras veces.

—Vos no me conocéis, señora. No le temo al brujo ni a ese  bosque del infierno, a peores cosas me he enfrentado y aquí estoy. Sólo decidme qué camino debo tomar, doncella.

Ella lo miró con los ojos aterrados.

—¿Y qué camino siguió vuestra señora? Si siguió el sendero opuesto que mencionáis entonces tuvo que ser interceptada por mis caballeros.

—Hay un sendero secreto subterráneo mi señor, ella lo conocía al dedillo pues hace tiempo que planeaba escapar del castillo al saber que su padre estaba enfermo. Logró convencer a sus caballeros del plan cuando vuestros hombres sitiaron la fortaleza. Seguramente estará camino al convento, no podréis detenerla. Conoce estos parajes como la palma de su mano y sus hombres son invencibles. No llegaréis a tiempo ni tampoco... hay un caballero que es su leal amigo y confesor, un padre que está siempre a su lado y tiene el poder de leer los pensamientos. Antes de que vos la encontréis él os verá, tiene ese raro don de saber dónde está el enemigo y advertir su presencia.

—Un cura que conoce los secretos de la hechicería, qué extraño se oye eso doncella.

—¿Acaso no me creéis, señor?

—Bueno, lo que me contáis es algo inverosímil. Una doncella tan virtuosa seguida a todas partes por su confesor ¿que además es su leal escudero y capaz de leer los pensamientos?

—Es verdad, yo misma lo he visto adivinar cosas.

—¿Y esperas que le tema a un brujo con sotanas? Pero dime algo, ¿si el brujo está con la doncella, quién diablos está en el bosque?

La damisela no supo qué responder a eso hasta que dijo algo desesperada:

—Lo llaman hechicero pero es una criatura maligna e impía que tiene poderes y que lo matará si va a su encuentro. Por favor, no lo hagáis…

El caballero sonrió.

—Es que no tiene sentido que me meta en la boca del lobo ahora muchacha, sólo quiero a esa bruja de cabello rubio, tu señora. Y ella no está en lo profundo del bosque sino en el sentido opuesto al parecer.

Marie observó que el caballero subía a su palafrén con expresión muy seria.

—¿Y qué haréis conmigo ahora, mi señor? ¿Me dejaréis aquí?

—No, primero llévame con tu señora, te salvé la vida por esa razón. Os necesito. Y no moriréis, yo cuidaré de ti Marie—le respondió él mientras la obligaba a subir a su caballo.

Marie lanzó un grito al sentir que la capturaba y apretaba contra su cuerpo.

—Quieta Marie, es para que no intentes escapar, si lo intentas juro que te ataré al caballo y te irás todo el viaje así, amarrada como mi esclava y me temo que no será agradable. Ahora decidme el camino.

La joven obedeció a regañadientes, no podía hacer otra cosa. Era su prisionera, su cautiva. Siempre lo había sido, pero ahora él sabía que lo había engañado y buscaría vengarse. Así que mejor desaparecer, en cuanto encontraran a su señora lo haría.

Cuando bordeaban el lago blanco escucharon los caballos y de pronto el conde divisó a un grupo de caballeros armado que salía del castillo a buscarlo. Estaban salvados, ahora sí podrían rescatar a la doncella.

El líder del séquito, un pelirrojo de gran tamaño se acercó seguido de dos escuderos.

—Señor de Poitiers, vuestro leal escudero llegó a tiempo de contarnos lo que os había acontecido en este maligno bosque. ¿Estáis bien?

Los otros vieron a la joven de dorada cabellera sin imaginar que era una moza del castillo.

—¿Entonces la habéis encontrado? ¿A la doncella de Reims?

El caballero dijo que era Marie, la criada de la señora de Saint-Germain y que ella lo ayudaría a encontrarla.

—Debemos llegar al lado oeste y seguir el sendero del río. Tal vez lleguemos a tiempo para evitar que entre en el convento.

El conde les habló brevemente del ardid de la joven doncella y los caballeros se mostraron encantados de ayudarle. Marie apretó los dientes al ver que la miraban con creciente lujuria, odiaba participar de esa nueva travesía, habría deseado tirarse del caballo y morir. Su vida había terminado, acababa de traicionar a su señora y la atraparían por su culpa mientras ese malvado caballero la entregaba como premio a uno de sus escuderos.

Pero no podía hacer nada, el conde vigilaba sus movimientos y cuando más tardes se detuvieron a descansar le ordenó quedarse a su lado.

Observó deprimida el paisaje frío y gris que la rodeaba, empezaba a odiar ese bosque, con todas sus fuerzas, si al menos pudiera escapar de ese lugar… pero no tenía a dónde ir.

—Come algo Marie, deja de preocuparte. Ninguno se atreverá a hacerte daño—dijo el conde mirándola con fijeza.

Ella bebió agua de la bota y sólo comió una manzana grande y un trozo de pan negro mientras sentía las miradas de esos lacayos miserables sucios y de malos modales. Con esa comitiva numerosa lo conseguirían, atraparían a su señora y luego… No quería ni pensar que fuera a tener que soportar indignidades de su señor, no lo resistiría.

El descanso terminó poco después, debían apurarse si deseaban encontrarla antes de que cayera el sol aún tenían unas horas para adelantar el viaje.

Cabalgaron durante horas por esos senderos oscuros cercanos al pantano y cuando casi habían perdido la esperanza uno de sus hombres le avisó que había escuchado el relincho de unos caballos. No muy lejos de allí la comitiva de la doncella de Reims parecía en guardia. Los habían encontrado.

Etienne se acercó con su caballo mientras Marie evitaba mirar a su señora, no, no sería capaz de enfrentar su mirada, estaba temblando de horror y angustia al pensar en lo que pasaría después. No, no quería ver…

—¿Qué pasa, Marie? ¿Tienes miedo?—le preguntó el caballero al oído.

La jovencita se había puesto muy pálida y temblaba como una hoja mientras su caballo se acercaba al grupo que había sido rodeado por el séquito del conde de Poitiers. Allí estaba, su pobre señora, envuelta en una manta, tan hermosa y etérea, sus ojos eran dos llamaradas de odio y miedo al comprender que la habían atrapado. No estaba sola, había un cura y otros caballeros de Saint-Germain a su lado.

El conde se acercó a la doncella Ailen sin quitarle los ojos de encima. Todos la miraban, su belleza luminosa, sus ojos inmensos y dulces cautivaban a cualquier hombre que cayera en su hechizo. Allí estaba la esquiva bruja de Saint-Germain, la doncella de hielo que lo humilló al confesarle que prefería morir ahorcada a tener que convertirse en su esposa. Hermosa y fría, le había dejado muy claro que no quería yacer a su lado aunque su padre la hubiera amenazado con cubrir su espalda de azotes.  Y allí estaba enfrentándole, mirándola de frente como un león soberbio, sin bajar la mirada ni un ápice. Altiva y orgullosa. La doncella bruja no le tenía miedo…

—Así que escapando al convento pequeña bruja rubia… temo que ya no podrá ser, tengo otros planes para ti, preciosa.

Ella no respondió, sólo le miró con odio y cierto reconocimiento. Sí, se acordaba bien de ese bobo que la había cortejado en el pasado, a quién humilló aquel día y por eso, sabiendo que la buscaba había huido.

Qué extraño, ya no se veía tan hermosa… La travesía había dejado su cabello sin brillo y sus ojos lucían ojerosos y extraños. No había vestigio de la bella damisela que lo había hechizado hacía años.

—Atad a la prisionera y llevadla en un caballo, no dejéis a nadie vivo—ordenó el caballero.

La doncella gritó al ver que mataban a su bien amado cura y se lanzó como una fiera mordiendo a uno de sus hombres. No fue sencillo domeñarla, pateaba y mordía como un perro rabioso, pero su arrebato hizo sonreír al conde.

Marie apartó la vista al ver cómo cegaban la vida del prelado y luego ataban a su señora como si fuera una rea. Se sintió tan atormentada que lloró y quiso correr, escapar, no se quedaría viendo cómo torturaban a su señora…

Saltó del caballo aprovechando que el conde estaba ayudando a uno de sus caballeros con la doncella y con las manos atadas se alejó despacio pero no pudo llegar muy lejos pues ese escudero, el que había estado mirándola desde hacía rato la delató.

—¿A dónde vas, preciosa? Ven aquí…

El muy desgraciado la atrapó por detrás y comenzó a tocarla con desesperación. Marie gritó pidiendo ayuda al sentir que ese malnacido la empujaba a la espesura para hacerle algo.

—El señor no va a defenderte ahora muchacha, no eres más que una preciosa moza a la que tomaremos por turnos, pero yo seré el primero que disfrute el festín—dijo y sintió que rozaba su cuello con un daga—ahora quédate quietita moza, si te mueves lo lamentarás. Y tampoco grites, calla esa maldita boca ahora.

Marie ahogó un grito y obedeció sintiendo como ese malnacido tocaba sus pechos y suspiraba de placer. Uno a uno los apretó y tocó a través de la tela hasta que la lanzó boca arriba para liberarlos. Ella gritó dando un alarido salvaje al sentir que sus manos la sujetaban e intentaban subir su falda pero de pronto vio al conde con esa mirada de demonio que tanto le conocía apuntándole al cuello al escudero.

—¿Qué estás haciendo tú, sucio escudero del infierno? ¿Cómo te atreves a tocar a mi doncella?—le dijo.

El joven lo miró aterrado.

—Perdóneme señor, creí que podría tenerla… usted ya encontró a la verdadera doncella de Reims y ella sólo es una pobre campesina.

—Calla esa sucia boca Pierre, ¿creíste que podrías apuñalarme por la espalda? Es mi cautiva entiendes, mía, y nadie va a meter su sucia vara en ella. Que te sirva de escarmiento a ti y a los demás…—dijo y sin más cortó su cuello y lo dejó sangrando en el piso.

Marie se cubrió con la capa y lloró aturdida y horrorizada por lo que había visto. ¿Por qué lo había hecho?

—¿Han visto a este atrevido doncel? Pretendía abusar de mi cautiva Marie.

Los caballeros lo miraron atónitos pero todos entendieron la lección, ninguno osaría a acercarse a las cautivas del caballero, porque eran dos… La bella moza Marie y su señora: la doncella Saint-Germain. Por cierto que nunca habían conocido señora tan brava como esa.

La muchacha miró aturdida al conde cuando este se acercó y le preguntó si estaba bien.

—¿Te hizo daño, hermosa?

—No… pero tenía un cuchillo en mi cuello y dijo que todos me tomarían por turno. Que lo harían.

Él acarició su mejilla y le dio un beso suave en los labios.

—Eso no pasará hermosa, eres mi cautiva y sólo te pido que no intentes escapar de nuevo, ese escudero no se habría atrevido si hubieras estado cerca. Pero tú intentabas escapar y  no lo niegues pues me lo dijo uno de mis hombres.

Ella secó sus lágrimas esforzándose por dominar sus nervios.

—Dejadme ir por favor, tenéis a mi señora y os casaréis con ella, os vengaréis como habíais planeado pues sabéis que nada detesta más que eso. La habéis encontrado, he cumplido mi parte…

Sus ojos la miraron con rabia y deseo.

—Es que no quiero dejaros ir ahora doncella, sois mía, mi cautiva.

—Pero tenéis a la doncella de Reims.

Él se le acercó y le murmuró al oído:

—No os apartéis de mí, Marie. Cuidaré de vos y nada malo os pasará mientras estéis bajo mi cuidado. Y nunca más intentéis escapar porque males peores os esperarán en ese bosque. ¿Habéis comprendido?

Marie prometió no escapar pero se juró a sí misma que no permitiría que ese hombre la convirtiera en su cautiva, en una de esas mujeres que viven en el castillo para satisfacer los caprichos de su señor. No, no podría soportarlo. Prefería morir.

Ahora el regreso sería más sencillo y rápido, no tendrían que atravesar ese maldito bosque, seguirían por el costado, rumbo al castillo de Saint-Germain, su antiguo hogar. Pensó que la dejaría ir, que agradecería su gesto de haberle dicho la verdad, no que tenía planeado convertirla en su cautiva. Su hermana debía ocupar su lugar ¿o acaso las convertiría en prisioneras a ambas?

Ella permanecía escondida en su capa sin mirar a nadie, altiva y furiosa, no dijo palabra durante el viaje y los ignoró a todos excepto al conde Etienne.

Marie observó ceñuda la escena: el caballero se derretía al mirarla, estaba loco por ella y eso la perturbaba de una manera  extraña, le daba rabia y no podía evitarlo.

“Maldito hombre, quisiera que el demonio viniera aquí y se lo llevara” murmuró la doncella y luego sus ojos la miraron con desesperación.

Marie guardó silencio mientras notaba cómo la rabia hacía brillar los ojos de la doncella de Reims. No lo amaba, odiaba ser su esposa en cambio ella habría deseado tomar su lugar, tener un lugar digno en vez de ser tomada como su cautiva. Convertida en su amante por el resto de sus días… Oh, no podría soportar tanta indignidad.

—¿Os agrada él verdad, querida prima? Le miráis como una gata en celo y os pavoneáis para que os mire—la acusó.

La joven palideció. Diablos, ¿cómo lo había notado?

—Y creo que te gustaría ocupar mi lugar… Yacer en su cama y complacerle como una perfecta ramera.

Marie se alejó sonrojada deseando que nadie hubiera oído las palabras de la doncella Ailen.

Y en esa actitud hostil se mantuvo la doncella de Reims durante el viaje de regreso. Pálida y silenciosa mientras los escuderos la miraban de soslayo.

Fue uno de ellos que dijo que el parecido era extraordinario.

—Si las veis de lejos no podríais distinguir una de la otra mi señor. Y en realidad si la moza Marie se vistiera mejor hasta pasaría por una gran dama.

El conde lo miró con expresión torva pero de pronto vio algo que llamó su atención y de repente se acercó a la doncella de Reims. Su rico atavío y las joyas, el porte soberbio y altivo, todo delataba su noble cuna.

—Vuestras manos doncella, ¿podéis mostrarlas?

La mirada de la doncella cambió, ya no parecía tan desafiante y soberbia y lentamente obedeció.

Manos blancas y pequeñas con un tacto sedoso como las de una dama que jamás ha zurcido ni un calcetín pero su mirada era distinta. Bella y fría, en cambio Marie era mucho más dulce y serena. Sin embargo el parecido era notable.

—Vaya… ¿quién será la verdadera doncella de Reims?—murmuró acariciando su mejilla.

—Yo lo soy señor de Poitiers—declaró la joven con orgullo—Marie es mi criada.

—La criada que enviasteis porque planeabas darme muerte en el bosque en esa emboscada—señaló él.

Ella vaciló.

—Eso no es verdad, sólo deseaba llegar al convento y estar a salvo—declaró.

El conde la miró en silencio sin decir nada y de pronto vio a la moza alejarse del grupo aprovechando el descuido y esa imagen fue tan poderosa que tembló. No podía ser, esa pequeña bruja lo había engañado de nuevo y pretendía escapar.

Marie corrió con todas sus fuerzas, era su oportunidad de huir los caballeros se habían alejado y el conde hablaba con la doncella de Reims. Nadie notaría su ausencia…

Conocía un atajo para regresar al bosque, sabía que no podría volver al castillo.

Pero cuando llegaba a la espesura se vio rodeada de cuatro escuderos que la miraron con lujuria.

—¿A dónde vas bella moza? No puedes marcharte ahora, son órdenes del conde de Poitiers—le dijo uno de ellos enseñándole una boca de dientes negros y picados.

Marie retrocedió y sintió deseos de gritar al sentir que otro se le acercaba por detrás.

—No puedes irte  pues vos seréis el premio preciosa, y uno de nosotros será el afortunado pues nuestro señor ya tiene a su doncella, no os necesita—le dijo.

La moza gritó y pidió ayuda mientras esquivaba el montón de manos que querían atraparla y tocarla.

—Dejad en paz a Marie par de bribones, no os atreváis a acercaros a mi doncella porque os rebanaré el pescuezo al primero que lo intente como le ocurrió al escudero Pierre hace unas horas—bramó el conde mientras se acercaba.

Marie se sintió demasiado mortificada para agradecerle al ver que los escuderos se alejaban murmurando una disculpa.

Y al estar a solas, lejos del séquito de caballeros que los escoltaba le pidió que la dejara ir.

—He cumplido mi parte caballero de Poitiers, la doncella de Reims os pertenece y eso debe complaceros mucho. Permítame regresar a mi casa junto a mi esposo sin sufrir daño alguno. Por favor.

Él la miró de forma extraña, no estaba enojado, su presencia lo tranquilizó de inmediato.

—Temo que no podré complaceros en eso, doncella. ¿Habéis visto a esos escuderos? No estaríais a salvo si os alejarais de mí, Marie.

La joven se enfadó.

—Pero habéis encontrado a vuestra amada doncella, señor. No me necesitáis. Cumplid vuestra promesa, dejadme ir.

El caballero sonrió y quiso besarla pero no podía hacerlo frente a sus hombres, sabía que eran el centro de las miradas.

—Prometí que os cuidaría Marie y lo haré.

—Ese escudero dijo que luego me entregaríais como premio a vuestro caballero más leal.

—Os mintió. Tengo otros planes para ti, hermosa. Tú deberías ser la doncella de Reims y no esa bruja insolente y fría como el hielo, ¿sabes?

Marie tembló al sentir la intensidad de su mirada y su deseo recorrerla como un lazo de fuego. Se moría por besarla, por llenarla de besos y hacerle el amor y lo más peligroso era que ella respondía a su deseo sintiendo una agitación que nunca había sentido en su vida.

Quiso correr, escapar, no quería ser la ramera de ese conde el resto de su vida ni que la dominara para cumplir su voluntad que era a fin de cuentas tener a la doncella que un día lo había enamorado para vengarse.

—Ahora ven conmigo Marie, casi hemos llegado a Saint-Germain.

Ella obedeció pero tembló al ver la fortaleza a la distancia, sus ojos celestes no se apartaban del edificio como si estuviera viendo al mismo diablo.