La trampa
Pensó que la enviaría a una dependencia alejada y clandestina y sin embargo el conde le reservó una de las mejores habitaciones de Saint-Germain. Allí aguardaban tres criadas a quienes nunca había visto antes para ayudarla con el aseo mientras curaban la herida de su pierna.
Se despojó de ese vestido y se quedó con esa túnica transparente y ligero cubriéndola mientras la ayudaban a entrar en la tina de madera llena de agua caliente y esencias de flores.
La trataban como si fuera ella la señora del castillo y de pronto notó que traían un arcón lleno de ricos vestidos.
—Escoja uno señora—le ordenó una criada bajita y regordeta observando el contenido del mueble con cierta envidia.
¿Señora?
Inquieta tomó uno de los vestidos embrujada por el bordado de piedras que tenía en el escote, era hermoso, de un tono azul oscuro con sobreveste blanco y mangas de fino terciopelo.
Pero cuando se vio en el espejo con ese vestido azul tembló.
Conocía bien ese traje azul y los demás, pero disimuló para que las criadas no sospecharan nada. Estas, completamente ajena a sus temores no hacían más que halagar su hermosura.
—El conde de Reims se sentirá muy complacido—dijo una de ellas misteriosa.
—Pero el conde ha muerto.
—Hablamos del nuevo señor de este castillo, él es ahora el conde de Reims. Sus caballeros y vasallos acaban de rendirle homenaje—le respondieron.
Marie miró a su alrededor perpleja. Conocía bien ese castillo y sin embargo no parecía el mismo. Mobiliario y sirvientes habían sido cambiados y a su alrededor parecía reinar una extraña calma, sin vestigios del antiguo asedio que costó la vida de tantos hombres leales. Nada más llegar y observar la fortaleza lo había notado todo muy silencioso y calmo.
—¿Entonces el conde de Poitiers desposará a la doncella de Reims?—preguntó alerta.
Las criadas se miraron.
—Nadie lo ha mencionado, señora—fue la extraña respuesta.
—Pero mi señora Ailen, debo verla… ¿dónde está? Necesito hablar con ella ahora, por favor. ¿Podéis avisarle?—insistió la joven.
La criada regordeta dijo que la señora Ailen había sido encerrada en la torre y celosamente custodiada.
—¿Encerrada en la torre? ¿Y por qué el señor haría eso con la dama de Saint-Germain?
Las criadas se miraron unas a otras.
—Eso no nos incumbe señora, solo serviros a vos, seremos vuestras sirvientas—declaró la rolliza.
No le dieron más explicaciones antes de entregarle el almuerzo y cerrar luego su habitación con cerrojos.
Tuvo la sensación de que el conde le había tendido una trampa, su señora estaba en la torre lugar reservado para los enemigos más peligrosos y para las esposas que se negaban a cumplir sus deberes maritales o eran muy molestas, mientras que ella ocuparía una habitación lujosa con una inmensa cama de roble, demasiado espaciosa para una prisionera.
Y acababa de tomar la herencia de su padre para él, el castillo y sus tesoros y pronto tendría a su señora como su esposa y esa idea le resultaba insoportable mientras que ella sería la amante escondida en un solar de lujo. Casi sentía deseos de gritar ante semejante ironía.
Devoró el almuerzo mientras se preguntaba cuál sería su destino ahora sin poder apartar de sus pensamientos a la doncella encerrada en la torre. ¿Acaso la muy tonta habría disgustado al conde?
Su mente buscaba una respuesta con temor y desesperación.
Sin embargo Marie tenía fuertes sospechas y se negaba a pensar mientras bebía una copa de delicioso vino.
Se acercó lentamente a la cama pensando que hacía demasiados días que no sabía lo que era tener un colchón mullido para darle cobijo y bienestar.
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Sintió su presencia mucho antes de verle parado frente a ella observándola con creciente deseo. El vino que había tomado la hizo dormir demasiado y casi no podía incorporarse.
—Señor caballero, no puedo moverme…—balbuceó—el vino…
Lo vio sonreír en la penumbra mientras se desnudaba lentamente.
—El vino sólo tiene un sedante para vencer la resistencia de doncellas gazmoñas y mentirosas—le dijo al oído.
Ya no sonreía, estaba serio y la miraba furioso mientras le quitaba el vestido pese a su resistencia.
—No, por favor, no haga esto. Jamás le he mentido señor.
—Pequeña bruja embustera, os disfrazasteis de campesina y me contasteis una historia que no era vuestra. Teníais un marido aquí ¿no es así? ¿Y dónde está vuestro esposo?
Marie lloró cuando ese malvado hombre le quitó el vestido y la dejó desnuda. De inmediato cubrió su cuerpo con sus brazos y lloró rogándole que no le hiciera daño. No podía creer que ese sujeto actuara así, que dudara de su historia y la creyera una tramposa.
—Sois la doncella de Reims, me habéis mentido y habéis amenazado a vuestra parienta para que se vistiera como dama y ocupara vuestro lugar pero algo salió mal, vuestra prima se asustó.
Marie palideció.
—No, eso no fue así mi señor, la doncella de Reims os ha mentido mi señor, os juro que todo eso no es más que un ardid para escapar de vos. Mi señora os ha engañado, miente, miente y lo hace para que no la obliguéis a convertirse en vuestra esposa. Ella os desprecia, os odia, siempre os ha odiado.
—Y sin embargo vuestra piel es tersa y jamás os han tocado a pesar de ser tan bella y tentadora. Me habéis mentido. Nunca habéis estado casada y sospecho que nunca habéis yacido con un hombre. Ahora todo encaja… Además vuestros sirvientes me han dicho que la doncella de Reims jamás tuvo una criada llamada Marie. Vos sois la señora de este castillo y me habéis mentido y engañado. Nada más ver a esa joven el bosque supe que algo no andaba bien, la doncella era hermosa, era deliciosa como una manzana pero nadie tenía acceso a ella. Nadie la había visto, sólo su criada personal llamada Elsie que estaba casada con un mozo de cuadra. No había ninguna Marie cerca de la doncella de Reims. Deja ya de mentirme. Esa joven encerrada en la torre es su criada, sobornada por su señora para ocupar su lugar con la promesa de que le entregaría las joyas que hay escondidas en su habitación. La joven que encontré fingió ser la doncella de Reims pero luego de interrogarla se asustó y confesó todo. Habéis actuado bien Marie, ¿o debo deciros Ailen? Pero tu embuste ha terminado, hermosa. Cuando os atrapé en el castillo me contasteis esa historia y esperasteis unos días para llevarme hasta vuestra señora con la historia del hechicero del bosque y esas tonterías que no creí en ningún momento. No me guiasteis a ella, necesitabas hacerlo porque pensabas que os dejaría ir.
—No, no es verdad, mi señora os ha engañado, ella tiene poderes es muy hábil para mentir, para embaucar. Os ha embrujado.
—Tonterías, deja de inventar, siempre supe que eras tú hermosa, sólo quería saber hasta dónde llegarían tus embustes, esa historia de la pobre bastarda hija ilegítima del conde de Reims. Por momentos tuve dudas, es verdad, hasta que encontré a la que tú llamabas tu señora.
La doncella siguió negándolo y corrió a cubrirse con el vestido, ya no soportaba que la viera desnuda, estaba aterrada y nerviosa.
Intentó dominarse y le dijo:
—Os ruego que no le creáis mi señor, está mintiendo, la doncella tiene poderes, ella puede leer sus pensamientos y embaucarle…
Marie estaba asustada y con lágrimas en los ojos juró que la doncella malvada mentía, que ella no era la señora de Saint-Germain.
El caballero estaba furioso pero de pronto al verla llorar no supo a quién creerle. Esa doncella lo tentaba como un demonio pero no quería lastimarla. Sospechaba que mentía y sabía que todo era parte de un plan siniestro elaborado por una de esas jóvenes. ¿Y si la otra había mentido, si realmente tenía poderes de bruja?
—¿Dónde están las marcas que debió dejarte ese marido violento? ¿Por qué no hay ninguna preciosa? ¿Seguiréis negando la verdad?
Ella secó sus lágrimas y lo miró.
—No me haga daño señor conde, por favor, no crea en ella. No es lo que cree… Dije que tenía esposo para que sus hombres no me hicieran daño pensé que se detendrían pero es verdad, nunca he estado casada pero tuve que cumplir el plan de la doncella, ella me amenazó. Dijo que si no la ayudaba a escapar me convertiría en un monstruo. Es muy malvada señor de Poitiers y sabe hacer hechizos, seguramente lo ha embrujado ahora señor.
El conde aceptó su confesión pero no creyó en ella.
—No me habéis dicho quién sois madame, vuestro nombre no es Marie. Pero os llevaré con los sirvientes más cercanos a la doncella de Reims para que ellos digan la verdad.
Marie se vistió temblando, no soportaba que ese hombre la viera desnuda y temía que cumpliera su amenaza de tomarla para obligarla a confesar la verdad.
—Os parecéis mucho a la otra señora pero ella no es la joven que vi aquel día en los jardines. La dama que debió ser mi esposa. Ella se movía sin prisa, dulce y etérea, tan hermosa y modesta. No puedo creer que mi prometida sea una mentirosa, una farsante.
La jovencita lo miró con los ojos húmedos.
—Pero mi señor, ella es vuestra prometida. Yo soy Marie Claire hija del barón de Fontaine. Os mentí sí, dije que era una criada para que no me hicierais daño. Ailen quería que ocupara su lugar, que me hiciera pasar por la doncella de Reims pero yo me negué a ello, era demasiado sórdido y horrible. Así que decidí escapar, iba a hacerlo cuando vuestros hombres me atraparon ese día.
El conde la miró furioso.
—¿Acaso osáis volver a mentirme? ¿Intentáis embaucarme de nuevo?
—No… no os miento, os lo juro, es la verdad.
—Habéis mentido señora, me habéis engañado pero no toleraré una mentira más. Si descubro que continuáis engañándome…
—No os miento señor, yo os guié por ese bosque, solo fingí ser una moza porque temí que creyerais que era la doncella de Reims, por eso lo hice.
—Bueno, es que ya no sé qué pensar de vos. La joven encerrada en la torre juró sobre un crucifijo, dijo ser prima de la doncella de Reims.…Y lo único que sé ahora es que una de vosotras está mintiendo pero pronto sabré la verdad, sabéis demasiado de vuestra parienta, la conocéis muy bien. Pero os hacéis pasar por una simple moza y os expusisteis a horribles peligros eso no es coherente con una doncella que sólo quiere pasar todo el santo día rezando y que nunca ha salido de esa torre. Todo es muy raro y sospechoso, madame. Parece formar parte de un plan para ocultar a la verdadera doncella de Reims. Y sin embargo juraría que erais vos quién caminaba por el vergel ese día rodeada de sirvientes y escuderos.
Marie volvió a llorar sin decir palabra. Ahora él la odiaba, la creía una farsante, no podría soportarlo.