SEXTA PARTE

CAUTIVA

Enrico regresó con sus parientes días después, nervioso y desconcertado con todo ese asunto. Las palabras de su hermana, sus sospechas eran una espina en su corazón. Un enamorado secreto, un enemigo suyo que codiciaba a su esposa, no podía soportarlo. Le torcería el pescuezo al malnacido, solo debía descubrir quién era.

¿Lo sabría su esposa, tendría alguna sospecha? Lo creía improbable pero también podía  preguntarles a su madre y a los criados.

Al entrar en la fortaleza la buscó con ansiedad, la había echado de menos, no podía dejar de pensar en ella esos días.

No estaba en el vergel, ni en la sala, supuso que estaba en sus aposentos.

Su madre apareció entonces y lo miró con extrañeza.

—Enrico, ¿tú aquí? ¿Por qué dijiste a Isabella que fuera a esperarte a los jardines? ¿No está ella contigo?

—¿Qué dices madre? Acabo de llegar, ¿dónde está mi esposa?

Su madre palideció.

—Isabella dijo que iría a buscarte, que la enviabas buscar.

—Yo no hice eso madre, ¿qué criado le dijo eso?

Ninguno sabía nada del asunto, su madre vio correr a Isabella con mucho entusiasmo hacia los jardines del ala norte hacía unas horas, y  dijo que iba a reunirse con su esposo, que un criado le había avisado de su regreso.

Una trampa.

La doncella cautiva había desaparecido, un misterioso criado anunció su llegada antes de tiempo y la joven no estaba en el castillo ni en los alrededores.

Enrico ardía de rabia e indignación. Sus caballeros no habían cuidado a su esposa maldición, la vieron en los jardines pero no pensaron que ocurriera nada extraño.

Todos se dividieron para buscarla siguiendo pistas, no pudo ir muy lejos.

La hicieron salir con engaños, primero con esas cartas, y luego haciéndole creer que él había llegado y confiada había abandonado la fortaleza.

—Debieron escoltarla.

—Ella dijo que iba a reunirse con usted, que un mensajero había anunciado su regreso—respondieron los guardias.

¡Inútiles, imbéciles!

Su padre sabía lo que significaba.

—La han raptado hijo, pedirán un rescate o simplemente la usarán para vengarse de ti Enrico. Esos Manfredi tenían parientes y amigos, ellos debieron hacerlo, esas cartas venenosas y esto…

—Pues cortaré el pescuezo de su raptor padre, o dejaré de llamarme Enrico Golfieri.

—Todo fue planeado Enrico, alejarte del castillo siguiendo una pista que no llevaba a ningún lado, no hemos hecho más que perder el tiempo. Esto es una cruel venganza hijo, no tengas dudas de ello. Pero no temas, la buscaremos y haremos justicia.

—No pudo ir muy lejos padre, mataré a ese malnacido, lo haré…

                                                    *******

Isabella despertó sin saber donde estaba, horas había cabalgado envuelta en una manta,  con la boca atada para que no gritara, atada de manos a su raptor quien había conducido su caballo como endemoniado durante horas.

Había sido una tonta al ir a los jardines, Enrico no la esperaba sino un grupo de bandidos que la atraparon y amarraron como a una oveja, y la habían llevado a una oscura celda.

La luz del día la había despertado, y se encontró tendida en un camastro cubierta por mantas y con una bandeja de alimentos deliciosos en un rincón. Tenía hambre, su bebé, esas cuerdas… Lloró al pensar en Enrico y en esa horrible venganza. La habían raptado para castigar a su esposo o la familia entera.

Comió porque tenía hambre y debía alimentar a su hijo.

Una criada apareció con agua caliente y una tina, y otra trajo vestidos nuevos y cepillos para peinarla.

Isabella aceptó que la ayudaran a bañarse y las dos criadas la miraban con fascinación. Era realmente hermosa.

—No tema señora, nada malo le ocurrirá, nuestro señor es un caballero muy gentil—dijeron cuando Isabella las interrogó.

No dejaban de sorprenderla esos cuidados y esas ropas nuevas, vestidos color escarlata con ribetes de oro en el escote y un gran cepillo para peinar su cabello dorado y reluciente.

—¿Dónde estoy? ¿Por qué me trajeron aquí?

Ellas se miraron sin responder. Isabella se angustió al quedarse nuevamente sola en esa celda, prisionera de su raptor.

Se acercó a la tronera pero solo vio unos jardines espesos y muchos guardias.

Esto no puede estar pasando, no debió ocurrir, Enrico, ayúdame…

Habían viajado durante horas, pero no podían estar muy lejos, solo que tal vez nunca la encontrarían.

La joven tuvo la sensación de que pasaban muchas horas y para calmar su angustia rezó y se durmió pensando en su esposo, en sus niños… Temía no volver a verles. El señor no podía abandonarla en esa celda. No podía hacerlo.

A la mañana siguiente despertó inquieta, había soñado con su madre que la veía llegar al castillo pero era un sueño triste, que la había angustiado.

Otro día más de cautiverio. Pero no estaba sola en la habitación, una criada la observaba a la distancia sosteniendo una bandeja con alimentos frescos.

Isabella se levantó y rezó, luego comió algo pero no tenía hambre, cada hora que pasaba la ponía triste y no dejaba de pensar en los planes de su raptor, vestirla con ricos vestidos y alimentarla solo podía significar algo y lo sabía.

Pero él no había aparecido ante ella, no era necesario, imaginaba quién era.

Y cuando escuchó sus pasos y sintió su presencia se estremeció y su corazón palpitó con fuerza.

—Isabella Manfredi—dijo Alaric entrando en la habitación.

No había cambiado, su voz, sus ropas, pero la expresión de sus ojos era distinta. No la miraba con simple embeleso, la miraba con fijeza, con una mirada que no pudo descifrar.

—Caballero D’Alessi, usted fue capaz…

Él se acercó despacio y luego permaneció a una prudente distancia al notar que su bella cautiva estaba asustada y le temía.

—No tema bella dama, no le haré daño—dijo y recorrió su vestido con deseo.

Estaba a su merced, pero no la tomaría como debió hacerlo ese malnacido Golfieri, la seduciría, la empujaría a sus brazos, con su amor…

—Usted era amigo de mi esposo y leal a su casa, no puede hacer esto caballero. Enrico lo matará. Escuche, no sé qué venganza planea usted pero está a tiempo de arrepentirse yo no diré nada, se lo prometo. Puede confiar en mí.

Él sonrió.

—Sé que es así, y sé la razón de su silencio. Usted jamás le dijo a su esposo que la había besado e importunado con mis atenciones, otra dama lo hubiera hecho. ¿Cree que llegué tan lejos para devolverla con ese demonio?

—Es mi esposo signore D’Alessi y nunca le conté nada porque Enrico lo habría matado signore, es un hombre muy celoso.

—No me matará, no tema. Un día le dije que la rescataría de su prisión y he cumplido mi promesa. Lamento haber tenido que raptarla para liberarla de su cautiverio Isabella. Tendrá todo lo que desee y tal vez un día pueda convertirla en mi esposa.

Su proximidad la inquietó.

—¿Usted hizo esto por esa promesa o para vengarse de la familia Golfieri, conde D’Alessi?

—En realidad siempre hemos tenido una amistad estratégica donna Isabella.  Y usted sabe por qué la traje a mi castillo y me pregunto por qué quiere usted regresar con el asesino de su padre. ¿Todavía lo ama? Creí que era su raptor y le temía y sin embargo usted me rechazó jurando que lo amaba. ¿Puede usted amar ahora a un asesino tan despiadado? Él y su familia destruyeron su casa y provocaron el suicidio de su madre. ¿Cómo puede vivir con ese hombre y compartir su lecho?

La joven lloró lentamente.

—Estoy encinta signore D’Alessi, no puede retenerme por favor, no lo haga, morirá, nunca seré su esposa ni abandonaré a Enrico, soy su esposa.

—Su cautiva, su prisionera… Cautiva de la familia que destruyó a la suya con singular crueldad. Un asesino cruel y despiadado con muchas muertes en su haber, eso es Enrico Golfieri, igual a su padre y hermanos. El quiso que hiciera su trabajo, me invitó a realizar la venganza pero la idea me repugnó y le dije que no debía hacerlo. Jamás le habría hecho daño a una dama, no soy un vándalo. Y no tema, no le haré ningún daño, no soy un Golfieri—dijo.

—Eso no es verdad, usted no podrá cumplir sus promesas caballero, no resistirá la tentación y solo me arrastrará al pecado y a la desesperanza, a la tristeza que provocan la culpa por las malas acciones. Nunca debió raptarme, él me encontrará signore, jamás he podido esconderme en su casa ni en ningún lugar, Enrico siempre me encontraba. MI cuñada Angélica mencionará su nombre, ella siempre sospechó y un día…

—No tema Isabella, nadie sabrá que he sido yo.

—Mis hijos singore, mis niños, se quedarán sin madre, ¿es que no piensa más que en sí mismo? Usted dice que no es un Golfieri pero actúa como ellos movido por un impulso amoroso, sabiendo que es una locura y que no tiene chance de ganar o escapar a la venganza.

—O tal vez sea yo quien tome venganza esta vez señora.

Ella se apartó y él luchó contra el deseo intenso de atraparla entre sus brazos y besarla, sentir su calor, su perfume delicado…Tanto había esperado ese momento pero no la tomaría como un salvaje, no lo haría. Aguardaría el momento para disfrutar la conquista, y la posesión final de la dama de sus pensamientos. Porque había jurado hacerla suya y nada podría detenerlo.

                                     *******

Día tras día iba a visitarla y conversaba con ella y notaba su pena y angustia y también  el temblor de sus labios, sus manos y comprendió que su presencia la turbaba y asustaba.

¿Temía que le hiciera daño? ¿O temía seguir los impulsos de su corazón? Porque ella lo amaba, o había tenido debilidad por él, por eso no lo delató. Habría sido lo único que habría impedido ese rapto pero afortunadamente para él no lo había hecho.

Su vientre crecía y había empezado a notarse, se lo dijo la criada encargada de atenderla. Y eso debía angustiarla, estaba siempre nerviosa, atenta a sus movimientos por eso procuraba permanecer a una prudente distancia.

Esperaba que con el tiempo pudiera recuperar su serenidad y lograr su seducción, el fruto a su espera y a ese amor tan intenso que sentía en su pecho.

Pero Isabella no pensaba entregarse a sus brazos y luchaba día a día con sus tristes pensamientos y su decisión de no rendirse. 

Enrico iría  a rescatarla, lo sabía y entonces mataría a su raptor, no tendría piedad de él.

Pensaba mucho en Enrico no como Alaric creía que lo hacía, odiándolo, reprochándole la ruina de su casa.  Su vida estaba ligada a la suya, había sido por voluntad del Señor y sin embargo su amor no había impedido que cumpliera su triste misión: aniquilar a sus antiguos enemigos.

En el castillo negro reinaba el caos, la rabia, indignación cuando llegó Angélica escoltada por sus sirvientes.

Su madre fue a recibirla y la abrazó contándole la pena de su hijo.

—Han raptado a Isabella, hija, se la han llevado y no hemos podido encontrarla.

La joven lo sabía, por esa razón estaba allí, su hermana María le había rogado que fuera a visitar a su hermano y le dijera toda la verdad.

Al verla,  Enrico la miró con sorpresa y observó su rostro.

—¿Has venido a celebrar que me robaron a mi esposa hermanita? —dijo de mal talante.

Hacía días que nadie podía hablarle, tenía un humor de los mil diablos.

—Lo lamento Enrico, y no he venido a burlarme. Hace tiempo quise advertirte pero tú no me escuchaste.

Esas palabras despertaron al joven.

—¿Qué has dicho, Angélica?

—¿Me escucharás ahora? Esto ha llegado demasiado lejos y tengo sospechas, he visto cosas en este castillo y mamá lo sabe. Tal vez me equivoque pero creo que a tu esposa la raptó un ardiente enamorado, y que ese hombre fue quien vertió veneno en tu copa. Aunque dijeran que habían sido los Manfredi, yo lo vi cerca de su silla esa noche. Mamá no me creyó, tú me odiabas a causa de mis peleas con Isabella y el enemigo siguió con sus planes de robártela.

—¿De quién hablas maldición? ¿Quién se llevó a Isabella? ¿Cómo has podido callar todo este tiempo?

—Tú no me creíste, ni siquiera me escuchaste.

—Habla ahora y podré saber si realmente sabes algo de este asunto.

—Fue Alaric D’Alessi hermano, sospecho que fue él, no dejaba de acercarse a tu esposa con cualquier excusa y mirarla con embeleso. Él la rescató el día que dio a luz de sus aposentos cuando tú la dejaste encerrada por descuido. Vino a este castillo a pedir mi mano pero no pudo hacerlo, la vio a ella, la hermosa doncella de cabellos dorados y nunca más pensó en tomar esposa.

Enrico palideció.

—No puede ser Angélica, era amigo de nuestra casa, nos ayudó a matar a Giulio Manfredi y ha ayudado a buscarla estos días y puso a nuestra disposición una buena cantidad de caballeros de su casa—dijo.

—¿No me crees? Bueno, me lo esperaba. ¿Crees que hablo por despecho o celos?  Aprende a escuchar a las mujeres de tu casa Enrico, no somos unas tontas, vemos cosas que ustedes ignoran.

Enrico comenzó a dudar, la casa D’Alessi siempre había sido amiga suya, y ese joven un amigo leal. No había querido participar del rapto de Isabella y quiso persuadirle de que atrapara a la hija de su peor enemigo para llevar a cabo una venganza porque los D’Alessi no eran como los Golfieri.

  —Él siempre estaba cerca y creo que no venía  a ayudarte a ti sino a ver a tu esposa y una criada que me acompaña puede dar testimonio de algo que vio en los jardines una vez. Clara, ven aquí.

La joven criada de semblante temeroso se presentó y dijo temblando la escena que había visto en los jardines.

Enrico tuvo deseos de matar a esa criada pero se controló. Su rostro quedó lívido.

—¿Y por qué diablos no dijo nada? ¿Le faltan el respeto a mi esposa, la besan en mi propio castillo y ustedes que eran mis leales sirvientes lo callan? Debería darles una paliza a todos ellos por callar, estoy rodeado de traidores.

Clara lo miró aterrada incapaz de defenderse y fue Angélica quien habló por ella.

—Un servidor de Alaric la vio husmeando y la amenazó con matarla si decía algo Enrico, y ella solo tuvo valor de contármelo cuando vino conmigo a Ferrara.

—¿Juras que dices la verdad, muchacha?

La joven asintió aterrada.

Enrico miró a su hermana y comprendió que la desunión de su familia, las tontas rencillas habían provocado que su enemigo avanzara en las sombras y llevara a cabo su vil acción de raptar a su esposa. Y en vez de descargar su ira contra lo primero que tuviera delante se detuvo a pensar.

—Alaric tiene su castillo a pocas millas de aquí, me cuesta creer que fuera tan necio de llevarla y esconderla, y que luego enviara a sus caballeros y participara de la búsqueda.

—Es un hombre extraño Enrico, no es como nosotros, he oído decir que tiene sangre francesa y debió estar loco para atreverse a hacer esto, pero no olvides que intentó matarte, pudo ser él, no lo vi hacerlo pero si te mataba entonces todo habría sido más sencillo. Tal vez lo intente de nuevo, procura ser cuidadoso, tu muerte sería muy ventajosa para él en estos momentos.

El joven guerrero no podía creer esa traición, ¿su viejo amigo y leal aliado robándole a su esposa, besándola en los jardines de su castillo?

De pronto recordó algo, siempre observaba a su esposa y sabía que otros la miraban y eso lo enfurecía de celos. En una ocasión los vio conversando y ella parecía incómoda.

Isabella había guardado silencio, debió acusar a ese felón, contarle a su esposo la verdad. No lo había hecho y eso le resultaba desconcertante.

—No temas hermana, no le será tan sencillo quitarme de en medio. Dime algo, ¿alguna vez hablaste con Isabella sobre Alaric?

—Ella temía que tú lo supieras, temía que lo mataras por celos, me rogó que no dijera nada una vez durante la fiesta de cumpleaños de nuestro padre. Estaba tan asustada que huyó y se refugió en tus brazos, ¿lo recuerdas?

Enrico asintió.

—¿Crees que ella correspondiera a su admiración?

Angélica pensó antes de responderle.

—Hermano, Isabella jamás se habría atrevido a serte infiel, siempre te ha temido y lo sabes. Pero el caballero Alaric es muy guapo y seductor, pudo confundirla y tal vez intentó conquistar su corazón a tus espaldas.

—En realidad no importa, me encargaré de ese traidor y agradezco que vinieras a enmendar tu silencio hermana, debo recuperar a mi cautiva, es mía y nadie tiene el derecho de robármela.

Enrico estaba loco de celos y furioso al pensar que Isabella pudiera amar a otro hombre y ese dolor rompía su corazón. Mataría a ese desalmado y luego encerraría a su esposa en una torre hasta que confesara su culpa en todo ese asunto. Tal vez lo habían planeado todo a sus espaldas. Besos en los jardines: charlas a escondidas, y su silencio que la condenaba.

Pero no la enviaría a un convento, regresaría a su castillo y seguiría siendo su esposa, cautiva en la torre secreta por el resto de sus días.

Habló con su madre y la interrogó sobre Alaric y su esposa.

—Enrico, no puedes juzgarla por las palabras de tu hermana, sabes que nunca ha sentido simpatía por Isabella. Y en cuanto a Alaric, nunca presencié un comportamiento osado de ese caballero ni de ella… Solo que… Tuve la sensación de que le temía y rehuía su presencia. No la juzgues con tanta prisa sin escuchar su verdad, es una joven buena y honesta, no es una coqueta Enrico. No puedes pensar eso de tu esposa, Angélica no debió acusar así sin pruebas, y me cuesta creer que Alaric… Vino aquí, trajo a sus hombres…

—No pidieron rescate madre, ni avisaron… Tienen a mi esposa por una razón y tú ya la sabes. Y tal vez sea el mismo autor de esas cartas quien lo hizo.

—Isabella es inocente Enrico, ella recibió las cartas, no las escribió. ¿Y si era culpable por qué raptarla? Yo estuve aquí con ella, Isabella estaba deseando que llegaras se sentía algo nerviosa.

—¿Y por qué estaba inquieta?

—Su madre Enrico, soñaba todos los días con ella y en sueños le pedía que hiciera una peregrinación a Roma. Sabes cuán afectada quedó con la tragedia de su familia, y sin embargo nunca escapó.

Enrico se alejó de su madre y se reunió con sus parientes para hablar en secreto ese asunto, nadie debía enterarse, tenía la sensación de que había espías en todos lados. Criados que callaban y en los que no podía uno fiarse.

Su padre estaba furioso y sus hermanos también. Ninguno se atrevió a defender a Alaric ni a dudar de su culpabilidad.

Armaron una comitiva y fueron a su castillo con mucha calma.

Enrico pensó que iba a matar a ese hombre y clavar su cabeza en lo alto de la muralla del castillo negro cuando lo atrapara.

Pero su enemigo era poderoso y tenía numerosos espías que le avisaron de la visita de Angélica y la furia de su hermano.

—Vendrán a buscarle signore, y lo matarán y encontrarán a la dama escondida.

Alaric mantuvo su fría calma.

—No la encontrarán amigo mío, Isabella no está aquí.

Y cuando Enrico entró en su fortaleza seguido de sus rudos parientes exigió ver al conde D’Alessi de inmediato.

Este apareció, serio, imperturbable acompañado del hermano del duque quien presenció las acusaciones del bravo Golfieri.

—Tú me robaste a mi esposa malnacido, devuélvela antes de que te corte en pedazos, si lo haces perdonaré tu vida pero si la escondes…

—Yo no robé a tu esposa Enrico, siempre he sido leal a tu casa deberías ser más cuidadoso al hacer acusaciones. ¿Acaso tienes pruebas de lo que dices? Yo que tú buscaría en tu propio clan, tus primos no dejan de codiciar a tu bella esposa, o tal vez tu hermano Fulco… Todos quieren tu lugar y una bella dama como premio. Uno de ellos quiso matarte Enrico, pregúntale a tu primo Galeazzo si no espiaba a tu esposa cuando paseaba por los jardines en cada ocasión.

Enrico lo golpeó y Alaric se defendió y descargó su odio en ese malnacido largo tiempo contenido.

Lorenzo quedó muy disgustado por las palabras de Alaric, sus  hijos y sobrinos se miraron avergonzados de semejante infamia.

El hermano del duque quiso detenerles y dijo que los enviaría a las mazmorras si no se calmaban.

—Busquen a donna Isabella, les ruego que lo hagan, no la encontrarán pero alguien les dijo lo contrario sin ninguna prueba. Entrad y revisad cada rincón de mi castillo—exclamó el conde D’Alessi con gesto airado.

Los Golfieri se dividieron en grupo y junto a sus caballeros registraron cada palmo del castillo.

Enrico era el único capaz de encontrarla y siguió un camino distinto a sus familiares. Alguien le había avisado a ese felón y por eso llevó al hermano del duque, porque sabía que lo matarían sin piedad.

Pero encontraría a su esposa, maldición, lo haría. Solo debía dejarse llevar por su intuición…

Horas después debió rendirse y exhausto comprendió que Isabella no estaba en ese castillo. Pero estaba seguro de la culpabilidad de Alaric y así se lo dijo a su padre.

—¿Y dónde crees que la llevó?

—Tiene otras villas en Milán y en Toscana, padre. Iremos a Toscana, debió llevarla muy lejos.

                                                            ******

Isabella supo que la llevaban a otro castillo y se estremeció. No hacía más que rogarle al caballero que la dejara ir, que Enrico lo mataría, que él la encontraría pero él no la escuchó. No iba a dejarla ir y se lo dijo con mucha calma.

La joven tembló al comprender que estaba en un lugar lejano y extraño y que Enrico jamás la encontraría. Y durante los  días que no vio a Alaric  se preguntó si Enrico no lo habría matado.

No tardarían en saber la verdad, Enrico descubriría que había sido él quien la raptó y entonces…

Pensó en sus niños solos en el castillo, con sus niñeras preguntando por su madre. Vanozza los cuidaría. Y Enrico estaría furioso y desesperado buscándola, sufriendo como ella esa separación. Oh, lo extrañaba. Era un malvado, un Golfieri pero ella lo amaba, siempre lo amaría y llevaba un hijo suyo en su vientre. No podía correr ni escapar, no podía siquiera intentarlo y ese caballero no la dejaría ir porque él también la amaba con la misma intensidad que su esposo, con la misma vehemencia y lo más triste era que ella temía sucumbir a la suavidad de su voz y sus modales de caballero, y esas miradas.

La última noche en el castillo la había besado y todavía la perturbaba ese recuerdo.

—Debo llevarte de aquí bella dama, pero no temas, estarás segura.

Y siguiendo un impulso, luego de mirarla con intensidad la había besado. Ella se resistió pero el asalto la había tomado por sorpresa y sus sentimientos eran confusos.

Aún en esos momentos sentía como se erizaba su piel por sus besos y caricias.

Rezó para apartar esos pensamientos, no podía tenerlos, era la esposa de Enrico y siempre lo sería, solo la muerte podría separarles y lo sabía y rezaba para que nada malo le ocurriera a su esposo.

Tampoco quería que mataran a Alaric, por eso no quiso delatarle y porque se sentía culpable por haberse sentido enamorada al comienzo, cuando nadie la amaba en el castillo negro. Una dulce y peligrosa tentación, eso había sido el conde D’Alessi.

Nunca esperó que cumpliera su promesa de llevarla del castillo negro, ella le había rogado que la dejara en paz, que amaba a su marido y eso debió herirlo y por eso había tramado esa venganza. 

Sabía que Alaric planeaba seducirla, no al forzaría pero no la dejaría en paz y ella al verse sola y desamparada, a su merced: sucumbiría a su hechizo…  Pero no podía entregarse a él, Enrico nunca se lo perdonaría. Era una dama honesta, debía vencer las tentaciones, ignorar a Alaric y rezar para que su esposo la rescatara muy pronto.  Él debía encontrarla, él siempre sabía dónde estaba…

                                                               *****

Enrico regresó al castillo negro y se preparó para viajar a Toscana, pero había dejado espías suyos en la fortaleza de Alaric.

—Alguien debió avisarle padre, hay espías en nuestra tierra y debemos encontrarlos. Nadie debe saber que marcharemos a Toscana.

—Hijo mío, nuestros aliados escasean y nuestros amigos más leales nos traicionan a causa de una mujer. Desconozco a ese cretino, y solo puedo pensar que no tiene la sangre de su padre sino que  es un completo imbécil. Acusar así a nuestros parientes, a tus hermanos, quiere hundir nuestra confianza y que nos matemos entre nosotros. No creas una palabra de lo que dijo, ese caballero es peor que una harpía.

Enrico se había sentido molesto por las desagradables insinuaciones de D’Alessi, conocía bien a sus primos, y sabía que ninguno de ellos sería capaz de acercarse a su esposa como D’Alessi lo había hecho. Él tenía a Isabella y antes de marcharse le había hecho una advertencia:

—Mi esposa está encinta, si algo le ocurre, si llegáis a tocarla juro que te mataré D’Alessi.

Y su padre le había dicho luego:

—No podemos matarle, no hasta saber donde ocultó a tu esposa Enrico.

Al llegar al castillo su madre corrió a recibirles esperanzada.

—La tiene él madre, pero no está en su castillo, debió esconderla en la Toscana.

—Acusadle con el duque.

—No tenemos pruebas y ese malnacido lo negará hasta el final madre.

—¿Y no encontraron rastro de Isabella en el castillo?

Su hijo la miró con fijeza.

—Ella estuvo allí madre, lo sentí en una de las habitaciones, su perfume… Hubiera matado a ese malnacido madre, pero estaba el duque y ahora tampoco puedo hacer justicia hasta encontrar a Isabella.

—¿Entonces fue él? ¿Robó a tu esposa?  ¿Pero por qué lo hizo?

—Madre, ¿eres tonta o qué? ¿Para qué la rapté yo la primera vez?

Vanozza se sonrojó incómoda. Ella nunca había sabido de ese asunto ni habría aprobado ese rapto jamás.

—Pero es demasiado gentil para forzarla, lo conozco, es un cobarde malnacido, tan delicado con las damas… Y solo conseguirá que le corte el cuello y es lo que haré en cuanto pueda madre.

Enrico no se sentía tan confiado, la rabia lo consumía, todo ese tiempo su enemigo había trabajo como una araña, en las sombras tejiendo sus intrigas a sus espaldas, conquistando a su esposa con gentilezas, robándole besos en los jardines…

Pero si ella cedía a su seducción, si ese hombre la tocaba ¡lo mataría!

                         *****

Una semana después Alaric entró en su habitación y ella lo miró alerta y deslumbrada. Estaba tan guapo con las ropas de su casa y pensó: Enrico lo matará, no debo mirarle, no debo sentir la tentación de sus besos…

Él  contempló  a su cautiva con embeleso mientras la observaba con detenimiento.

—¿Se siente bien, bella dama?—quiso saber.

Ella asintió despacio.

—¿Por qué me trajo aquí en mitad de la noche caballero? ¿Piensa esconderme y mantenerme cautiva el resto de mi vida?

—Solo el tiempo necesario. Imagino que su esposo se rendirá, los Golfieri no pueden descuidar sus intrigas mucho tiempo ¿sabe? Tienen muchos enemigos que aprovecharán esta distracción para atacarles.

Mientras hablaba se acercó y tocó su cintura y ella dio un paso atrás asustada.

—No tema, no le haré daño bella dama, solo quería saber… Usted dijo estar encinta, ¿cuándo nacerá su hijo?

—En primavera signore. Por favor, le doy mi palabra que no diré nada…

—No la dejaré ir, olvídelo, no podrá convencerme bella dama. La traje para que sea mi amada, pero soy un hombre paciente, esperé mucho tiempo por este momento y no me importa esperar un poco más.

—Mi esposo me encontrará y si se entera que fue usted quien me raptó no tendrá piedad signore, entiéndalo, y si usted me arrastra al pecado con sus malas artes yo no podré vivir con la culpa de haber deshonrado al hombre que amaba.

Esas palabras eran una cruel provocación y se acercó a ella despacio.

—¿Usted ama a Enrico Golfieri?

Isabella asintió en silencio y él supo que no mentía.

—¿Y si nunca vuelve a verlo seguiría amándolo bella dama?

—Eso no es verdad signore, él vendrá a buscarme, nunca se rendirá, porque me ama mucho más.

—Nunca la encontrará Isabella, tengo mis informantes ¿sabe? Todo este tiempo me han contado sus cuitas y riñas. Usted no puede perdonar al asesino de su familia, no lo ama pero le teme, teme que la castigue por no amarlo como antes. Él no puede hacerle daño ahora, no puede tomarla contra su voluntad como hacía antes… Ese niño que lleva en su vientre no fue deseado.

—¡Oh, cállese! No tenía derecho a espiarme es usted un malvado Alaric, era amigo de mi esposo y su familia. Lamento no haberle dicho a mi esposo que me importunaba con sus atenciones, pero temí que lo matara.

—Temía que descubriera que fueron mis besos lo que la despertaron al amor donna Isabella.  Podría besarla ahora hasta que dejara de resistirse y conseguiría mis propósitos, usted cedería a ellos.

—Jamás cederé a sus deseos signore.

—Sí lo hará, solo necesita tiempo y desprenderse del fantasma de su malvado raptor. Cuando comprenda que me ama y solo desea ser mi dama para siempre. Jamás la dejaré ir, no importa cuánto me ruegue bella dama o cuanto se resista a mis brazos…

Ella iba a echarse a llorar pero algo la intrigaba.

—¿Usted no teme morir signore? ¿No teme a los Golfieri?

Él la miró con fijeza.

—No, no les temo es verdad, conozco muchos secretos suyos, no olvide que fuimos muy buenos amigos y aliados. Y también sé que ahora tienen más enemigos que antes, se vuelven poderosos y eso no agrada mucho a las casas más cercanas al duque. Odiados y temidos, pero nunca serán respetados. 

Cuando la habitación quedó vacía Isabella lloró, extrañaba a Enrico, a sus niños, se sentía tan sola y tan asustada. Empezaba a temer que nunca la encontraran, que muriera sola en esa celda luego de tener a su bebé. Su vientre crecía y también su tristeza, no quería una vida cautiva junto a ese caballero, no era su esposo, nunca lo sería y la llenaría de bastardos cuando se cansara de esperar la tomaría por la fuerza, o tal vez la doblegaría con amenazas.

La joven se durmió y soñó con Enrico, lo veía entrando en el castillo, buscándola por todas partes y de pronto alguien se lanzaba sobre él y lo atravesaba con su espada: Alaric.

Despertó gritando y una criada entró corriendo a la celda y luego lo hizo Alaric alertado al oír sus gritos.

—Calma querida, no hay nadie en la  habitación—dijo.

Luego quiso saber qué había soñado pero ella se negó a decirle.

Estaban a solas y tenía un vestido ligero que marcaba su abundante pecho y también ese bebé y sin poder evitarlo se acercó y la tomó entre sus brazos besándola con desesperación, movido por un deseo tan intenso que resultaba doloroso. Oh, cuánto resistiría sin tomar su cuerpo y disfrutar su calor y suavidad…  Isabella lo empujó furiosa y corrió y abandonó la celda sin saber por dónde iba.

—Isabella, ven aquí—gritó Alaric.

Ella pensó que debía intentarlo, esconderse… No la tomaría, no se entregaría a él…

Alaric la encontró cuando entraba en una habitación y la dejó que se escondiera, le dio tiempo para hacerlo. Era como el juego del escondite, sonrió pensando que se divertiría un rato.

Esperó un rato y se acercó sigiloso. Sabía que estaba allí, en algún rincón y debía tener el talento de su esposo para encontrarla.

Aguzó su oído y percibió un sonido leve. Fue sencillo encontrarla, no necesitaba ser Enrico Golfieri.

Tomó un cirio encendido e iluminó la habitación y allí la vio, acurrucada llorando, asustada.

—No temas Isabella, no te haré daño, solo fue un beso. No serás mía hasta que desees serlo… —dijo acariciando su rostro.

Tan joven y tan hermosa, había sido una locura raptarla pero sabía que al final tendría su premio.

Lentamente la llevó a su celda y le advirtió que no volviera a esconderse, que podía ser peligroso en su estado.

                                                    *****

Enrico llegó a Toscana días después, y buscó la guarida escondida de su enemigo. Un castillo ruinoso y gris lo desanimó y pensó: no puede estar aquí, es un lugar espantoso, una trampa, una pista falsa…

Fulco se acercó y el resto aguardó impaciente sus órdenes. 

—¿Creéis que ese tonto habría traído a mi esposa a este lugar horrible?—preguntó entonces.

—Está abandonado, no hay nadie. Solo ratas… D’Alessi no es tan próspero como parecen, ¿no creen?

Enrico no perdería tiempo en buscar en ese lugar sombrío y decidió registrar los otros castillos.

Semanas sin Isabella, sin poder encontrarla y su padre se impacientaba y enfurecía.

—Tal vez la haya matado para esconder su crimen hijo—dijo sombrío diez días después.

Estaban exhaustos y furiosos.

—No puedes pasarte la vida buscando a la cautiva, tú la atrapaste un día y cometiste la imprudencia de enamorarte de la Manfredi, pero ella nunca dejó de ser una de ellos. Tal vez no desee regresar contigo.

—Eso no es verdad, padre. Y seguiré buscándola, tengo un plan.  Y no está muerta ¿entiendes? ¿Crees que habría arriesgado su cuello para matarla? Nunca le haría daño, conoces a ese traidor.

—O tal vez no lo conocemos en absoluto. Solo finge ser piadoso con las damas, pero es un guerrero y un fiero contrincante. Querrá matarte hijo para quedarse con tu esposa, ¿no lo ves? Tu vida corre más peligro que antes y si decide matarte esperará paciente la ocasión. Tal vez fue él quien te envenenó. Habrías sencillo matarte y robarte a tu esposa. Debe sufrir locura amorosa, por eso es tan temerario y además tiene  aliados poderosos y espías, no será tan sencillo darle su merecido.

—Maldición, debo recuperar a mi esposa padre y lo haré.

—¿Y si ella no quiere que la encuentres y se ha enamorado del gentil caballero D’Alessi?

Enrico palideció.

—Aún así es mi esposa y tiene un hijo mío en su vientre, regresará y no ofendas su honor, no está aquí para defenderse y ella siempre fue una buena esposa y lo sabes.

—Hijo, es una dama indefensa y está asustada, ¿crees que respetará su estado o que sea tu esposa? Es un hombre, aunque no tenga tu rudeza y fue para yacer a su lado que la raptó, debes aceptarlo.

—No la forzará, lo conozco, solo esperará convencerla y eso no ocurrirá, ella sabe que la busco.

A pesar del tiempo y la desesperación que sentía a veces, Enrico nunca se rindió y siempre supo que la encontraría. Solo que temía que pasara el tiempo y la encontrara encinta de ese rufián. Afortunadamente ya estaba encinta, pues linda venganza sería tener que criar al bastardo de ese malnacido.

                                                              *****

 

El tiempo pasaba y Alaric pensó que era tiempo de invitarla a su mesa y permitir que  diera un paseo por los jardines. Esperaba que no cometiera la tontería de escapar, por si acaso se lo advirtió.

Su estado avanzaba y solo faltaban cuatro meses para la primavera.

Isabella dio un paseo por los jardines y la luz del sol tan intensa hizo que cerrara los ojos y se sintiera incapaz de abrirlos por un buen rato. Tanto tiempo encerrada que todo cuanto la rodeaba le pareció un paraíso. Una criada la acompañaba y guiaba sus pasos. La vista era magnifica, jardines hermosos, árboles y flores por doquier como en su antiguo hogar y de pronto se detuvo y lloró y gritó su nombre con todas sus fuerzas. ——¡Enrico, Enrico!—y su voz se escuchó a la distancia.

Y Alaric la oyó y se acercó furioso y la llevó de regreso a su celda tras ordenarle con voz fría que dejara de llorar.

—No me lleve de nuevo a la celda por favor, moriré en ese lugar, no puedo respirar bien—dijo ella.

Él se detuvo.

—Está bien, se quedará un momento pero si vuelve a gritar regresará a su celda.

Ella lloró angustiada pensando que la belleza que le había otorgado el señor era un castigo más que una bendición, de haber sido como las Manfredi estaría junto a sus hermanas en el convento y no habría padecido el horrible rapto de Enrico, ni estaría a merced de ese caballero que había perdido el juicio por su causa. 

Pero ya no lo amaba, tal vez nunca lo había amado, solo había sido una ilusión romántica: el amor era otra cosa y ella lo sabía. Solo el amor pudo unirla al hijo de su peor enemigo, a ese joven malvado y cruel, que la había raptado y tomado como un vándalo, que había temido, odiado y amado sin poder evitarlo. Y su mayor sufrimiento era pensar que ese caballero tan gentil y guapo tramaba apartarla de su marido para siempre y sabía que solo podría conseguirlo si lo mataba. 

Alaric, ajeno a sus reflexiones la invitó a cenar esa tarde y la joven apareció con ricas ropas y el cabello dorado cubriendo su cuerpo como un manto de luz sin poder llevar su velo porque él no le permitía usarlo.

Sus ojos nerviosos observaron el rico salón y la mesa y miró a su alrededor nerviosa.

Sabía que tramaba algo, no había vivido encerrada en el castillo negro sin saber qué tanta amabilidad era solo para conseguir fines perversos.

Y no se equivocaba porque luego de probar la sopa y el vino sintió su mirada llena de deseo en ella y se estremeció y no quiso probar un solo bocado.

—Debe alimentarse bella dama, debe pensar en el hijo de su amado Enrico que lleva en su vientre. ¿Usted lo extraña no es así? Se muere por regresar a sus brazos. Pero yo no soy un malvado ni la retendré como cree. Creí que usted correspondía a mi amor  y lo mantenía reprimido, sofocado por temor a su esposo.  Comprendo que sus sentimientos cambiaron.

Ella lo miró alerta.

—La dejaré ir, es lo que usted anhela ¿no es así? Lo haré, se lo prometo. Pero a cambio me dará una noche en mi lecho bella dama, solo una noche y la dejaré ir.

Isabella se incorporó furiosa.

—Jamás signore, yo hablé con usted hace tiempo, mis sentimientos por usted no cambiaron solo creo que se dejó llevar por la loca imaginación de los enamorados. En un momento quise huir a un convento, no a sus brazos. Y no haré trato con usted, ni me entregaré como una ramera a cambio de mi libertad.

—Siéntese Isabella por favor, no se altere.

—No me sentaré con usted.

—Sí lo hará, ¿o acaso prefiere quedarse encerrada en esa celda para siempre? Yo la devolveré al castillo negro mañana pero antes debe darme lo que pedí y lo hará voluntariamente.  La criada irá a buscarla en unas horas.

—No jamás iré a su habitación ni me someteré a usted conde D’Alessi.

—¿Acaso no confía en mi palabra? El tiempo pasa donna Isabella y no tema, nadie sabrá lo que pasó entre nosotros.

—Escuche signore, si hubiera sido sensato no me habría raptado y retenido como lo hizo, usted no actúa con sensatez y no me engaña, seguirá escondiéndome hasta el final y una noche en mi compañía no lo hará cambiar de idea, querrá tenerme de nuevo y conservarme aquí de rehén hasta que nazca mi hija, o hasta que muera. Y no me iré de este mundo con la pena de haber traicionado a mi esposo. He cometido pecados, usted me envolvió con sus maneras tan agradables, y sabía que estaba triste y no era feliz.  Pensó que podía conquistar mis favores y seducirme, usted planeó mi ruina sin comprender que esta locura será su fin. No puede siquiera pensar con claridad, ha perdido el juicio y retenerme aquí solo hará que lo odie, signore Alaric.

El conde la observó con fijeza.

—Usted no me odia, bella dama, es demasiado buena para odiar a nadie, ni siquiera puede odiar al rufián que la raptó y la convirtió en su esposa. Él quiso que lo ayudara los sabe ¿verdad? Planeó someterla y engendrarle un bastardo y devolverla a su casa. Y sin embargo usted lo ama. No puedo entender que ame a un hombre como ese, no lo creo en realidad. No me rechaza por su causa, me rechaza porque lo considera un pecado. De ser usted mi esposa no podría negarse a mis brazos y lo sabe.

—Pero usted no es mi esposo signore, y si le hace algo a mi esposo para conseguirlo jamás se lo perdonaré. No quiero que sea mi esposo, no quiero quedarme en este castillo, solo quiero regresar con mis hijos, y mi esposo, mi familia, es lo único que me queda en este mundo y usted me apartó de ellos y lo odio.

Sus palabras fueron una provocación para el caballero quien se acercó a ella furioso y la atrapó entrando en su boca con un beso ardiente y apasionado. Isabella se resistió pero no pudo soltarse y se asustó al comprender sus intenciones.

El caballero la arrastró a su habitación y cerró la puerta con cerrojo.

Isabella lo empujó y corrió pero no pudo abrir la celda y lo miró aterrada.

Alaric encendió cirios con mucha calma mientras observaba divertido el terror de su bella cautiva.

—Tal vez si dejo de ser tan amable y tan tonto, si la tomo como hizo su esposo tantas veces usted aprenda a amarme—dijo sin mirarla.

—Si me toca lo mataré D’Alessi.—chilló su cautiva furiosa.

No era la tímida doncella que se sonrojaba con sus miradas, y sostenía algo en su mano para amenazarle y había en sus ojos una fiereza que le sorprendió.

—Tranquila doncella, no le haré daño, deje eso…—dijo Alaric acercándose a la joven despacio.

—No se acerque a mí signore, si lo hace le arrojaré esto y lo lamentará.

—Oh, la brava Manfredi, ya lo había dicho Enrico una vez, que usted lo había mordido cuando intentó besarla. Usted traicionó a su casa, a su sangre al enamorarse de su enemigo doncella, y sus padres deben estar blasfemando desde su tumba locos de rabia al verla suspirar por Enrico.

—Al diablo con eso, ellos me abandonaron, querían enviarme a un convento, nunca les importé nada signore. Me dejaron a merced de los Golfieri, no les debo lealtad alguna.  Y si se atreve a tomarme juro que lo mataré signore D’Alessi, no tendré piedad de usted.

La joven estaba furiosa pero por dentro temblaba y llamaba a Enrico para que la ayudara.

El caballero la observó con mucha calma y de pronto le arrebató y objeto y lo tiró al piso con la rapidez de un rayo y sostuvo sus manos para que no pudiera encontrar un objeto igualmente peligroso y en un ademán la arrastró a su cama y cayó sobre ella con inesperado apasionamiento.

—Tranquilícese doncella, no voy a lastimarla, se lo prometo. No llore, esta noche dormirá en mi cama y sentiré su piel y su perfume…—le susurró.

Isabella se encontró indefensa y atrapada en el peso de su cuerpo.

Él cubrió su boca con un beso y la joven no pudo evitar sus besos y caricias, estaba exhausta de tanto luchar, las fuerzas la abandonaban.

—Por favor signore. Por favor…—sollozó ella.

Alaric secó sus lágrimas y miró su rostro tan bello que tanto tiempo había cautivado su corazón.

—Tranquila hermosa, no te haré daño, lo prometo—dijo y la estrechó con fuerza sintiendo que se volvería loco si no la desnudaba esos momentos y le hacía el amor. Se había rendido, estaba exhausta, no lo detendría y lo sabía.

Pero no era así como había soñado ese momento, solo disfrutaba de haberla atrapado y de sentirla cerca dominando su genio Manfredi.

—Por favor, déjeme ir, no puede usted tomarme, lo odiaré si lo hace y nunca se lo perdonaré signore—dijo ella mirándole con fiereza.

Él miró sus labios y su pecho agitado, no la dejaría ir esa noche, no lo haría, dormiría en su lecho. Y siguiendo un impulso besó sus labios y luego le dijo al oído: —No lo haré bella dama, no soy un bárbaro, pero se quedará aquí y dormirá a mi lado como si fuera mi amante.

Isabella quiso marcharse pero él la atrapó y la llevó de nuevo a la cama.

—No se irá, se quedará aquí y dormirá conmigo, obedézcame Manfredi o tal vez cambie de opinión, sabe que podría hacerlo, está usted demasiado débil para resistirse.

Ella sabía que tenía razón y se quedó donde estaba: agitada y llorando.

—Cálmese bella dama, ¿qué ocurre?

—No puedo respirar, este cuarto no tiene aire—dijo ella.

Asustado Alaric abrió la puerta y fue en busca de agua fresca.

Ella aceptó una copa y lo miró nerviosa y asustada. Había creído que lo haría, que no se detendría y no quería quedarse en esa habitación y estar a su merced.

Y como si leyera sus pensamientos fue en busca de una copa de vino, el mejor de su cosecha y se lo dio mientras acariciaba su cabello con suavidad.

—Tranquilícese, usted siempre supo que no lo haría ¿verdad?

Isabella bebió el vino y lo miró.

—Déjeme ir por favor, yo diré que usted no me hizo daño y pediré clemencia, tiene mi palabra.

—Descanse bella dama, mañana hablaremos de ese asunto.

La joven se tendió exhausta y se durmió poco después sin tener tiempo siquiera de atormentarse con lo que pudo haber ocurrido.

                                       *****

Despertó mareada y somnolienta  sin saber donde estaba, hasta que descubrió que se encontraba entre sus brazos y se estremeció al recordar.

Lo apartó despacio y huyó, debía abandonar esa habitación cuanto antes y también ese castillo, pero ¿a dónde iría? 

La puerta estaba cerrada con llave porque luego de quitar los cerrojos no abría y se desesperó. No quería estar allí cuando ese hombre despertara.

—Buenos días mi bella dama, ¿intenta usted abandonar la habitación?—dijo él.

Isabella lo miró asustada y permaneció inmóvil observando sus movimientos.

—Tranquila, no tema, no le haré daño, puede quedarse en mi habitación, es más cálida que la suya.

—No me quedaré aquí, signore—ella lo miró furiosa y asustada.

—Oh, sí lo hará señora Manfredi, me obedecerá y terminará aceptando que no tiene más salida ni refugio que mis brazos. Con el tiempo la doblegaré a usted y a ese genio vivo que aún conserva, su hijo nacerá y necesitará mi protección y ayuda…

Sus palabras la aterraron, no quería pensar que su hijo nacería en ese castillo, lejos de Enrico, sin la partera que conocía y ese médico que Enrico iba a llamar.

Pero todavía no la había vencido, resistiría hasta el fin.

—Nunca me entregaré a usted conde D’Alessi, no importa el tiempo que pase.

—No llore, piense en el niño de su amado esposo y en su futuro. Deje de enfrentarse conmigo porque eso no la ayudará, anoche pude tomarla y lo sabe, no lo hice por respeto a su estado, luego de que el bebé nazca nada me detendrá y será mejor que lo sepa. Y como no puedo tenerla como deseo deberá dormir a mi lado, entre mis brazos y así podré cuidarla hasta que su hijo nazca y sentir su deliciosa compañía. Se quedará aquí y si huye lo lamentará.

Isabella lloró al comprender sus planes y al saber por qué no la había tomado. Su vientre había crecido y tal vez naciera antes de tiempo. Estaba asustada, aterrada y tal vez Enrico nunca pudiera encontrarla y su vida fuera vivir con ese hombre, con su niño y con los que él le engendrara en el futuro sin tener derecho a ello.

—No llore mi bella dama, con el tiempo aprenderá a amarme, seré un buen esposo con usted, muy distinto al demonio Golfieri, se lo aseguro—dijo él acariciando su cabello con suavidad.

No, nunca iba a amarle, no lo haría y viviría triste el resto de su vida.

Sintió sus besos y caricias y se estremeció, no quería que la tocara, sabía que era peligroso que lo hiciera, pero estaba atrapada y dejó que la besara y tendiera en la cama despacio un momento antes de marcharse. Sintió que gemía y luchaba por hacerla suya, pero no se atrevió a hacerlo, no hasta que ella lo recibiera gustosa en sus brazos, sabía que no tardaría en sucumbir a sus besos…

Una criada entró más tarde a la celda con su desayuno, mientras que otra llegó después con el arcón repleto de sus vestidos.

Se dio un baño en la tina de madera con un frasquito de esencia de flores y se sumergió pensando que su situación era desesperada.

—Donna Isabella, su panza —dijo de pronto una criada.

Ella vio su vientre sin comprender.

—Ha crecido de golpe, ¿qué tiempo le falta para tener a su bebé?—insistió la joven.

—Tres meses o más, no lo sé…

—Nacerá antes, está muy grande.

—Tal vez sean dos—sugirió la otra criada.

La joven lloró pensando en su bebé.

—Quiero volver junto a mi esposo, por favor, ayúdenme, yo las compensaré y él también…—dijo mirando a una y a otra.

Las muchachas la ayudaron a secarse con una sábana y a vestirse sin decir palabra, hasta que una dijo.

—Lo lamento señora Isabella pero no podemos ayudarla, no somos más que simples criadas y de nada nos serviría su recompensa si nos cortan el pescuezo ¿sabe?

La joven dama se quitó uno de sus anillos que le diera su madre antes de ir a estudiar al convento y se lo dio.

—Mi esposo vendrá a buscarme y matará a todos quienes se crucen en su camino, no tendrá piedad, pero si me ayudáis y demostráis vuestra lealtad os compensará con generosidad. Entregad este anillo.

Las criadas se miraron aterradas pero huyeron poco después sin haber aceptado ayudarla.

Isabella supo que ningún criado de Alaric la ayudaría, y fue a rezar hincada frente a su cama para pedir ayuda y protección al Altísimo.

                                           *****

Los sabuesos perseguían a su presa desde hacía meses sin poder encontrar dónde se  escondía D’Alessi.

Enrico sabía que estaba cerca de su pista y un día recibió a un mensajero que decía saber dónde estaba la joven condesa Golfieri.

Ordenó que lo trajeran de inmediato.

Era un campesino de ropas raídas que trabajaba las tierras de Alaric en Toscana y que al parecer pasaba mucha hambre y esperaba recibir a cambio de su información trabajo en las tierras de su señoría y una choza donde guarecerse con su familia.

Enrico lo observó con fijeza, le habría entregado su alma de habérsela pedido, ¿pero sabría realmente donde estaba su esposa?

—Habla rufián, di lo que sabes y veré si recibes recompensa o una soberana paliza—le dijo.

El hombre dijo haber escuchado a una dama de dorada cabellera gritar Enrico, Enrico y que su señor volvió a encerrarla en una celda.

Que nadie sabía que allí hubiera una dama pues el castillo solía ser usado por su señor en muy raras ocasiones. Pero que quienes vieron a la dama dijeron que era muy bella y tenía el cabello dorado muy largo y parecía muy desdichada.

Enrico se estremeció al saber que sí era Isabella, y que ella lo había llamado, había gritado su nombre.

—¿Dónde está? ¿Qué le hizo ese malnacido?

El campesino se puso muy serio.

—La tiene encerrada en las habitaciones de arriba, en una celda pero los criados dijeron que no le ha hecho ningún daño y que la joven esté encinta y muy asustada. No hace más que llorar y negarse a los brazos de su señor. El conde es muy respetuoso con las mujeres de su castillo, jamás ha tomado a ninguna de amante como hacen otros sin ninguna delicadeza pero…

El joven Golfieri sintió que ardía de rabia.

—¿Dónde trabajas tú? ¡Decidme dónde está mi esposa maldita sea!

Y el campesino se lo dijo con detalles.

Se trataba de la guarida oculta del truhán, nadie sabía que tuviera un castillo en esa región y no era sencillo llegar allí pero reunió  a sus hombres y se dispuso a partir. Esta vez daría su merecido a ese demente desgraciado y salvaría a su esposa.

Ella lo había llamado, estaba triste, había gritado a su nombre, no lo había traicionado como había temido. Había sido un tonto, manipulado por sus miedos y la malicia de ese hombre.

Reunió a sus caballeros y partió con prisa a Toscana pensando qué muerte le daría al malnacido. Desesperado por encontrar a Isabella, sabría que no tendría piedad de ese hombre.

Días tardaron en llegar a la fortaleza escondida de ese truhán, cuya existencia todos desconocían. Iban armados y dispuestos a hacer rodar cabezas.

—Hijo, aguarda, podría ser una trampa —dijo su padre cuando estuvieron a escasas millas.

Enrico lo miró, estaba tan desesperado por encontrar a Isabella que no había pensado esa posibilidad.

—Debemos dividirnos, necesitarás escolta. Nuestro enemigo es poderoso, tiene espías en todas partes, y puede estar esperándote Enrico, no seas necio, no te arriesgues.

—Si sabe que iremos la esconderá y ninguno de ustedes podrá encontrarla padre, solo yo.

—Te atraerá a ella y luego te matará como a un perro, hará que se abalancen sobre ti, es demasiado cobarde para hacerlo él. Escucha, ten calma, no debe verte. Tú irás por el otro extremo y aguardarás noticias nuestras.

Enrico se detuvo y miró a su padre.

—Toda mi vida te he servido con lealtad padre, pero si ahora muero quiero que des tu palabra que rescatarán a mi esposa de esa prisión y la regresarán al castillo negro y la cuidarán, y matarán a ese cretino sin piedad. No será suya sobre mi cadáver, es parte de tu familia padre, tiene a mi hijo en su vientre y tú la cuidarás como si fuera tu hija y no permitirás que nadie ose a acercarse a ella.

—Lo prometo  hijo, pero no temas, no te matará, vivirás y un día ocuparás mi lugar, eres el futuro de nuestra casa Enrico, nada mal o puede pasarte. Daría mi vida por ti hijo—dijo su padre emocionado.

—Escucharon ustedes hermanos y primos, tal vez sea una trampa y ese cretino me mate hoy, pero cuidarán a mi esposa y velarán por ella hasta el fin—gritó Enrico para que todos lo escucharan.

Fulco se acercó y su primo siguió su ejemplo y le dijeron:

—Lo prometemos Enrico, pero no morirás hermano y sabes que daremos con gusto nuestras vidas por ti.

—Además no olvides que eres demasiado malo para morirte ahora.

Enrico sonrió pero reiteró su pedido y todos prometieron con solemnidad que así se haría.

Luego se dispersaron y entraron con sigilo a la fortaleza.

                                 *******

Isabella estaba nerviosa, había tenido sueños inquietantes y tenía un extraño  presentimiento.

Odiaba dormir en la misma cama que su raptor, abrazada a él, y soportando sus besos… Hacía tres días que la había encerrado en sus aposentos y no le permitía salir. Y en las noches, cada vez que entraba ella temblaba y se preguntaba si volvería a intentarlo, si cumpliría su promesa de no tocarla hasta que naciera su bebé.  No confiaba en él. No era el mismo caballero gentil que se había acercado a ella la primera vez, había cambiado.

Rezó para alejar la tristeza y esa angustia que la envolvía y de pronto vio a Enrico, vio su mirada fiera y pensó, cuánto lo echo de menos, cuánto lo amo a la distancia y sabiendo que tal vez nunca más vuelva a verle.  Entonces lloró y sintió que su bebé pateaba en respuesta, y pensó en ese ser inocente que a través de su vientre la consolaba diciéndole que debía resistir.

“Isabella, ¿dónde estás?¡Isabella!” Dijo una voz y ella se sobresaltó. Se había dormido y no sabía de donde se escuchaba esa voz. 

Luego oyó los gritos y la puerta de la celda se abrió lentamente y apareció Alaric con torvo semblante.

—Han venido a buscarte bella dama, tu amado marido ha cortado algunos pescuezos y espera poder tener el mío en sus manos. Pero no te encontrará…

Esas palabras le dieron esperanza y comenzó a llamar a Enrico a gritos pero Alaric la atrapó y cubrió su boca.

—Guarda silencio bella Isabella o lo lamentarás. Vendrás conmigo y si intentas algo te arrastraré al jergón más cercano y tendré aquello por lo que tanto he esperado.

Isabella se calmó, había aprendido a temer a su raptor, sabía que estaba asustado y desesperado y no solo abusaría de ella sino que la lastimaría.

La arrastró por los corredores hasta llegar al pasadizo secreto, un lugar que solo conocían él y  tres de sus caballeros y su mayordomo. Jamás la encontrarían allí y sonrió con satisfacción.

Dejó a la bella joven que lloraba sobre un jergón y pensó en saciar su deseo por si acaso se la arrebataban y de pronto se acercó y la besó atrapándola entre sus brazos.

Isabella gritó, pidió ayuda.

—Nadie te escuchará hermosa, y nadie podrá encontrarte aquí, por eso escogí esta fortaleza—dijo él y abrió su escote y besó sus pechos con desesperación y deleite. Pero cuando rasgó su vestido ella lo mordió en el cuello y lo golpeó con sus puños como una fiera mientras gritaba fuera de sí. Luego corrió por la habitación desesperada buscando un objeto con qué defenderse y encontró un jarrón y buscó a su raptor.

—Deja eso doncella, sabes que no tienes escapatoria, nadie te encontrará aquí y si me matas o lastimas, ¿quién podrá rescatarte? Solo yo sé cómo salir de aquí.

—Enrico lo encontrará y lo matará como a un perro signore, pero si da un paso más se lo arrojaré al rostro o a su cabeza y no podrá esquivarlo.

Sin hacer caso a sus amenazas dio un paso hacia la brava doncella.

—No creo que pueda usted hacerlo bella dama, lo más seguro será que le quite ese objeto y luego la someta a mis deseos como debía hacerlo hace mucho tiempo. Pero no tema, no creo que sea peor para usted que yacer con ese vándalo.

Pero Isabella estaba acorralada, era su única arma para defenderse de su enemigo y la usaría aunque pudiera errar y quedar a merced de su enemigo.

El conde D’Alessi avanzaba lentamente encendido de deseo por la bella cautiva pero listo para esquivar el golpe que intentaría darle. Tal vez no lo haría…

—Si da un paso más lo lastimaré signore, juro que lo haré.

El jarrón era pesado, de arcilla si caía en su cabeza sería como de piedra, Alaric midió la distancia y se detuvo.

—Deje ese jarrón señora, sabe que no tiene chance de escapar, nunca la encontrarán y cuando esté exhausta y deje ese jarrón la haré mía y no podrá impedirlo.

Isabella sabía que tenía razón debía arrojárselo pero temía errarle y luego todo hubiera sido en vano. Mejor sería hacerle esperar…

                             *******

Enrico estaba furioso, su esposa no estaba por ningún lado y los sirvientes huían chillando como  ratas asustadas sin querer decir dónde estaba la dama raptada. 

Habían registrado todo el castillo y sus mazmorras y no hallaron rastro de la joven.

Habló con su padre y hermanos y sin perder tiempo atrapó a una asustada criada que gritó como si viera al diablo.

—No me haga daño señor, por favor.

—¿Dónde tiene a mi esposa, es mi esposa sabe? Y haré pedazos a su señor y no dejaré ser viviente en este castillo si no aparece.

—Yo no sé, ella estaba en la habitación de arriba.

—Lléveme a esa celda ahora.

La criada le enseñó la celda vacía y él sintió el perfume de Isabella y registró la habitación hasta hartarse.

Y mientras estaba allí escuchó un sollozo ahogado muy leve y se estremeció. Era ella, estaba seguro. Pero dónde estaba… No había más habitaciones en ese piso.

De pronto pensó en una habitación tapiada, escondida, debía haber en ese castillo maldito una torre por la que se llegaba con un resorte secreto.

Interrogó a la criada diciendo que la mataría o la entregaría a sus hermanos para que se divirtieran un rato con ella si no le decía como llegar a la torre secreta de ese castillo.

—Y no mienta, acabo de escuchar a mi esposa sollozar  a través de la pared.

—Signore, yo no conozco el camino secreto se lo juro, debe creerme.

—¿Es sirvienta de este castillo y no sabe cómo llegar allí?

—El conde D’Alessi jamás permite que limpiemos ni entremos a ese lugar, pero el mayordomo si sabe.

—Búsquelo inmediatamente. Si mi esposa muere no quedará un solo ser con vida en este castillo.

La criada fue en busca del mayordomo y Enrico la siguió.

Tardaron en dar con él, el anciano se había escondido asustado en las cocinas.

Corrió escoltado por sus primos, y uno de ellos quiso adelantarse.

—Ten cuidado Enrico, podría ser una trampa, hay demasiado silencio aquí.

—Al diablo Firpo, quiero encontrar a mi esposa, enloqueceré si ese malnacido le ha hecho daño.

Al llegar a la torre se dividieron para buscar armados con espadas y puñales pero fue Enrico quien la encontró tendida en un jergón llorando. Estaba viva pero su vestido estaba roto y había sangre en sus manos.

—Isabella, hermosa—dijo y pensó que le partía el corazón verla en ese estado, sufriendo, llorando, prisionera en esa horrible torre.

Ella se incorporó aterrada y lo miró.

—¿Enrico, eres tú?—dijo ella sin poder creerlo.

Él corrió a abrazarla y besarla, y su pobre esposa no dejaba de llorar y él habría llorado pero  había aprendido a frenar las lágrimas desde niño cuando lo armaron caballero y en vez de dolor sintió rabia y quiso buscar a ese malnacido.

—Isabella, tranquila, estás a salvo, deja de llorar, te llevaré al castillo y nunca más me apartaré de ti hermosa—dijo estrechándola con fuerza.

—Buscaré a ese malnacido, no puede estar muy lejos, debió esconderse así como un cobarde.

—Déjalo Enrico, ha huido, él… —Isabella no pudo continuar y Enrico se enfureció al enterarse de que había intentado atacar a su esposa y ella se defendió arrojándole un jarrón de arcilla.

—Cayó y se desmayó y pensé que lo había matado y no me atreví a mirar hasta que oí su voz. Dijo que un día te mataría y vendría por mí Enrico.

—Cálmate Isabella, fuiste muy valiente hermosa, una verdadera dama Golfieri. Pero yo lo mataré primero esposa mía, lo haré y jamás podrá cumplir su inmunda promesa.

—Enrico, no puedo irme así, mi vestido…

Él acarició su mejilla y le dio su capa para que se cubriera y mientras lo hacía notó como había crecido su vientre. Meses sin su esposa y solo deseaba llevarla a su castillo y abrazarla y llenarla de besos y caricias.

—Enrico, tuve tanto miedo de no verte nunca más… Pensé que moriría en esa celda, prefería morir a vivir deshonrada.

—Hermosa, yo te prefiero viva, no digas eso, nunca dejaría de buscarte y no me importaba el tiempo que pasara, sabía que te encontraría.

Emprendieron el regreso y la joven se durmió y Enrico se deleitó sintiendo su cuerpo junto al suyo, y el suave aroma de su cabello. Estaba viva, la había encontrado…

 

                                ******

Pero Isabella tardó en recuperarse y durante días lloró y tuvo pesadillas y se despertaba  pensando que estaba encerrada en ese castillo.

Ver a sus niños le daba paz, y también estar en brazos de su esposo, pero él no pudo acercarse a ella en la intimidad, aunque deseara hacerlo, no se atrevía.

Y cuando despertaba llorando él la abrazaba y besaba y la calmaba con palabras suaves, besando su cabeza.  Pero el miedo se había instalado en su corazón y sintió que nunca podría recuperar la paz que había perdido.

—Tranquila Isabella, encontraremos a ese maldito y recibirá su merecido, no descansaré hasta hacer justicia—le dijo Enrico una mañana cuando despertó gritando.

Ella lo miró y él no pudo evitar besarla y desear que fuera suya, pero debía ser paciente, nunca más volvería a tomarla como lo hizo aquella noche.

—Pensé que nunca volvería a verte, dijo que te mataría Enrico y creo que él…

—Alaric fue quien intentó envenenarme aquella noche hermosa, y quien escribió las cartas que recibiste. No tengo dudas de que lo hizo fingiendo ser un pariente de los Manfredi. Mi hermana calló, todos callaron por temor, y sé que tú lo hiciste por temor… pero si alguien intenta besarte en el futuro o te importuna con miradas o palabras, te ruego que me lo digas, que no te lo calles. Ese hombre fue amigo mío y de mi familia, largo tiempo estuvo en este castillo y pudo hacerte mucho daño, pudo matarme y dejarte encerrada en ese castillo. No fue tu culpa Isabella, no estoy enojado contigo solo te pido que no vuelvas a callar por miedo. Siempre tendremos enemigos, y habrá hombres que se sientas tentados por tu belleza.

—Mi belleza fue un castigo Enrico, todos decían que era afortunada por haber nacido hermosa pero mis hermanas viven tranquilas en su convento y ningún hombre querría hacerle daño.

Enrico sonrió tentado.

—Ni tocarlas siquiera. Escucha Manfredi, te amé por hermosa y olvidé que eras la hija del enemigo por esa causa, y quiero que sepas que fuiste muy valiente al enfrentarte a ese hombre.  Porque tras esos modales tan refinados de su estadía en Francia supongo, se esconde un hombre cruel y despiadado. Pero yo te quería viva Isabella, no como una mártir, y si él te hubiera deshonrado, jamás pienses en quitarte la vida Isabella, la vida es lo que cuenta. Cuantos descansan en sus lápidas arrepentidos de haber tomado lo único bueno de este mundo: estar vivos. Qué importa el paraíso, el infierno, lo que importa es estar vivos, hermosa. Y si crees que habría preferido verte muerta a deshonrada te equivocas, te quería viva hermosa.

—Enrico… Yo creo que nunca podré ser la misma, no puedo siquiera abandonar el castillo ni ir a ningún lado sin que me asalte un temor espantoso. Y no me siento valiente sino cobarde, atormentada… Y cada vez que debas irte yo…

—No me iré hermosa, me quedaré contigo. He corrido un gran riesgo todo este tiempo sin saberlo, y hemos ganado un peligroso enemigo, pero no descansaré hasta encontrarlo. Creo que huyó al extranjero, tal vez a Francia. Tiene amigos y parientes en ese país. Lo hemos denunciado con el duque y no podrá escapar de recibir su merecido si regresa a Milán.

Isabella lloró.

—Debí matarlo cuando lo vi en el suelo pero no tuve valor, tuve miedo de condenar mi alma al infierno si lo hacía—dijo entonces. Y ella revivió ese momento cuando ese hombre la tenía a su merced, besando su cuerpo y llenándolo de caricias  y ella lo había mordido y pateado y luego tomó un jarrón amenazante.

Enrico besó sus manos.

—Bravo Isabella Manfredi, tuve suerte de que no me mataras nuestra noche de bodas—dijo.

La joven rió mientras secaba sus lágrimas.

—No te atormentes hermosa, si lo hubieras matado su fantasma regresaría a ti para atormentarte y no habría Cristo que fuera capaz de expulsar ese nefasto espectro.

—Enrico, perdóname por haber callado, jamás creí que ese hombre fuera capaz de tanta maldad. ¿Por qué escribió esas horribles cartas?

—Para que me odiaras hermosa, y durante un buen tiempo reñimos y sé que te lastimé y no debí… Temía perderte Isabella. Yo no quería que supieras lo de tu familia, no de esa forma y … Quiso separarnos, que dejaras de amarme…

—Yo siempre te amé  Enrico y cuando ese hombre me raptó y pensé que no te vería más supe cuanto te amaba. A pesar de nuestras peleas, yo te amo Enrico, y siempre te amaré.

Él la abrazó y besó con ardor.

—Hermosa, tuve tanto miedo de perderte, de que ese hombre te hubiera conquistado… Pudo triunfar en su maldad, te llevó a una propiedad que nadie sabía que era suya en Toscana, y en esa torre escondida… Pero no lo consiguió y lo encontraré Isabella, y llegará el día que pagará por todo el daño que nos hizo.

Isabella se refugió en sus brazos y él la besó y la llevó a la cama despacio.

—Tómame Enrico, quiero saber que soy tuya de nuevo y nunca me dejarás ir—le susurró ella al oído.

Él se detuvo y la miró con intensidad.

—Isabella, nunca más volveré a ser rudo contigo ni te obligaré… Perdóname hermosa.

—Enrico, tómame por favor, quiero volver a ser tu esposa, extrañé tanto tus besos y yacer entre tus brazos.

Enrico no pudo resistir sus palabras  y la besó mientras la desnudaba despacio.  Ella lo abrazó y sintió el aroma de su piel y suspiró al sentir sus caricias y gimió cuando entró en ella con fuerza. Y sabía que al hacer el amor aparecía ese horrible fantasma y lloraría, porque él estaría allí, luchando por poseerla, besando su cuerpo y suspirando extasiado diciendo cuánto la amaba… Pero debía alejar ese desdichado fantasma y recomenzar, era Enrico no era Alaric. Y se emocionó al comprender que había sobrevivido y estaba de regreso, en los brazos del hombre que amaba y amaría siempre, no importaba las pruebas que le deparara el futuro.

—Te amo hermosa, te amo tanto…—le susurró Enrico al oído cuando el momento de éxtasis pasó.

Y observó su cuerpo y notó su panza redonda que había crecido de prisa esos meses y la besó  sintiendo como el bebé lo pateaba molesto.

—Está allí, pateó—dijo sonriendo—Será otro varón, ya verás…

Isabella sonrió y se durmió poco después.

 

Enrico pasaba mucho tiempo con Isabella y por primera vez sus parientes no se burlaron ni intentaron apartarlo de su lado. Sabían cuánto había sufrido esos meses y dejaron de ser tan belicosos por un tiempo…

Alaric continuaba desaparecido y sospechaban había hecho un viaje a Francia. Debió huir esa noche por un atajo en sus propiedades pero no perdían la esperanza de encontrarle un día y darle su merecido. Enrico esperaba ese momento con ansiedad.

Isabella no había perdido el miedo y pensó que no volvería a dormir tranquila hasta que ese hombre hubiera muerto. Enrico era su escudo y en sus brazos siempre se sentía segura, habían dejado de ser enemigos ahora se amaban sin reservas, cada día, cada instante que estaban juntos.

Una noche luego de hacer el amor él la retuvo entre sus brazos y le dijo:

—Hermosa, el día que te encontré pedí a mi familia que si algo me ocurría ese día y mis ojos no volvían a ver la luz del sol, velarían por ti y harían justicia. Y quiero que sepas que si un día muero Isabella te quedarás en este castillo y ese malnacido no te llevará ni ningún hombre osará acercarse a ti.

Ella lloró sin poder evitarlo.

—Oh Enrico, no hables de tu muerte, no querré vivir si algo te pasara.

—Debes hacerlo Isabella, nuestros hijos te necesitan, debes velar por ellos son el futuro de nuestra casa.

—Tú eres su futuro Enrico, nada malo te pasará, no hables de ello por favor te amo tanto que no podría soportar una vida sin ti.

—Tranquila, si algo me ocurre regresaré a cuidarte como un fantasma.

—Oh deja de decir esas cosas me haces daño Enrico.

Él la miró con fijeza y al verla tan desdichada secó sus lágrimas y la besó mientras le decía:

—Perdóname hermosa, no quise hacerte llorar… Solo quiero vivir para amarte y cuidar de ti…

Isabella se entregó a sus brazos con ardor y se estremeció de placer cuando entró en ella de nuevo pero no podía dejar de llorar pensando que un día podía perderlo y Enrico no volvió a decir esas palabras que tanto la habían angustiada.

 

                                          *****

Una mañana Isabella despertó sintiéndose mal, los dolores habían comenzado. Enrico se asustó y pidió a los sirvientes que fueran por el doctor a la ciudad. El parto se había adelantado y eso no era bueno. Vanozza fue por la partera al enterarse y todo el castillo se convulsionó con ese parto prematuro.

Temían que no viviera, los niños que nacían antes de tiempo jamás lo hacían pero no había quien pudiera detener a ese bebé que pujaba por salir aunque la partera quisiera frenar su nacimiento, supo que era inevitable. Isabella mordía un trozo de almohada para soportar el dolor y durante horas pujó hasta quedar exhausta.

—Debe nacer—dijo una vieja sirvienta.

—Morirá si lo hace, no es tiempo—dijo la partera.

—Salve a Isabella, el amo la matará a usted si algo le ocurre a su esposa—respondió una gruesa criada.

La partera sabía que debía ayudar al bebé aunque luego… Pero su cabeza no asomaba y pensó que tal vez no estaba maduro para nacer.

—Señora respire, cálmese… El doctor vendrá en un momento y él la ayudará, ahora debe ayudar a su bebé, puje…

Lo intentó, con el rostro empapado de los nervios y el esfuerzo la comadrona intentó salvar al bebé y a la madre con los conocimientos que tenía sobre alumbramientos y que le diera el doctor en aquella ocasión.

Enrico estaba nervioso porque no escuchaba llorar al bebé ni tampoco a Isabella y sin contenerse entró en la habitación furioso y asustado, temiendo que ocurriera lo peor.

Isabella lo vio entrar y sonrió y aunque las criadas le dijeron que se fuera él se acercó y besó la frente de su esposa y acarició su dorada cabellera.

—¿Qué ocurre, partera? ¿Por qué no nace mi hijo? Mi esposa está pálida y cansada—bramó mirando a la vieja nana con mirada asesina.

—No está preparado para nacer señor, no es tiempo, está alto—dijo la partera llorando.

Enrico se estremeció.

—¿Y no puede hacer nada para ayudar a mi hijo?

—Enrico ten paciencia, reza por favor—dijo su esposa tomando su mano.

Sus palabras lo alarmaron y besó sus manos y se hincó a su lado rezando la oración que su madre le había enseñado desde niño.

De pronto se escucharon golpes en la puerta, el doctor había llegado y verle fue un gran alivio.

Al ver a Enrico hincado al lado de su esposa el médico pensó que algo no iba bien. La partera le explicó lo ocurrido y el médico lavó sus manos con agua hirviendo y no tuvo tiempo de decirle al caballero que debía marcharse. Tocó el vientre y sintió las patadas del bebé, estaba vivo… Qué alivio. Pero la partera no se equivocaba, la cabeza no había llegado a donde debía estar.

—Señora cuando sienta dolores puje, puje con todas sus fuerzas—dijo.

Isabella obedeció.

—Más fuerte, cada vez más fuerte, concéntrese el bebé quiere nacer debe ayudarlo. La bolsa se ha roto no puede esperar mucho más…

Ella pujó y rezó, pidió que ese bebé naciera sano y fuera un varón como quería Enrico.

De pronto el bebé abandonó su vientre y ella lo vio era tan pequeñito y su cabello rubio como el de Antonino. El médico lo sostuvo con delicadeza y lo cubrió con su manta mientras lo hacía llorar.

Enrico observó la escena atónito, era la primera vez que presenciaba el nacimiento de un hijo suyo y lo vio tan pequeñito…

—Felicitaciones padre, su esposa le ha dado una hermosa niña—dijo el doctor.

Isabella lloró emocionada y quiso tenerla en brazos. Una niña, tan pequeñita y no dejaba de llorar…

Enrico se acercó curioso y vio espantado que su pequeña hija era igual a su madre, aun con su carita minúscula se notaba el parecido. 

La partera miró al médico admirada y asustada a la vez y le preguntó en privado si la niña viviría.

—Por supuesto, está perfectamente. Es más pequeña porque se parece a su madre, pero es muy sana, crecerá con el tiempo…

Isabella miró a Enrico demasiado emocionada para poder hablar. Su hija, una hermosa niña que buscaba con desesperación algo para alimentarse.

—Debemos pensar un nombre, no esperábamos una niña—dijo poco después.

Cuando Enrico la tuvo en brazos pensó que esa niña sería hermosa como su madre y la encerraría en una torre cuando llegara a la edad casadera y que ahora no solo debía cuidar a su esposa sino también a su hija. Tenía un olorcito especial y parecía querer decirle unas palabras…

—La llamaremos Elina como mi abuela, fue una dama muy fuerte ¿sabes?

Isabella se puso seria.

—Tú querías un varón Enrico…

—Es verdad pero ella es hermosa Isabella, y se parece tanto a ti que temo que me dará muchos dolores de cabeza en el futuro. Es tan pequeñita, mira sus manitos… Y tiene hambre, cree que soy su madre mírala…

La boquita roja y minúscula de Elina buscaba desesperada algo para comer y lloraba de frustración al no encontrarlo en el pecho de su padre.

Enrico dijo a la partera que buscara una buena nodriza para alimentar a su pequeña niña.

Isabella extendió sus brazos para alimentarla no soportaba ver llorar a su bebé.

Su suegra entró poco después contenta de que fuera una niña, pero Enrico dijo sombrío:

—La encerraré con siete candados cuando cumpla los quince años madre y mataré a todo aquel que intente acercarse a ella—dijo.

—Enrico por favor, es solo una bebita—le respondió su madre.

—Pero crecerá y será tan hermosa y brava como una dama Golfieri, y con la belleza de su madre. ¿Creéis que podré  dejarla que corra libremente por los jardines?

Elina lloriqueó al verse privada de su madre y miró con ceño fruncido a su padre mientras le hablaba con gesto solemne.

—Tú serás una hermosa doncella y aprenderás a defenderte de nuestros enemigos y de todo aquel que pretenda acercarte a ti mi niña.

Isabella protestó y Enrico rió cuando su hija empezó a gritar malhumorada porque tenía hambre y no quería saber nada de querellas ni de ser una guerrera sino comer, alimentarse, estaba hambrienta.

 

El pequeño Enrico se acercó a la cuna para ver a su hermana. No era más que una niña pero sentía curiosidad y celos al ver a su padre alzándola en brazos y se acercó curioso, con expresión ceñuda.

Su cabello era rubio y sus ojos de un azul intenso. Estaba despierta y eso lo asustó porque no dejaba de mirarlo con curiosidad.

De pronto extendió su mano y quiso tocar esa nariz minúscula y ella se asustó y comenzó a gritar delatando su presencia en el cuarto.

Enrico vio a su hijo que era su viva imagen y lo apartó de la cuna tras darle unas nalgadas.

El niño lloró y corrió a buscar refugio en su madre, sabía que ella evitaba que su padre lo castigara cuando hacía algo mal.

Era muy veloz y no tardó en encontrarla, Isabella lo alzó en brazos riendo y al ver a su esposo que lo perseguía le dijo lo que ocurría.

—Déjalo Enrico, es un niño.

—Estaba trepado a la cuna de Elina tocando su nariz, no debe hacerlo, debe aprender a cuidar a su hermana—su marido estaba furioso, tenía debilidad por la niña y la mantenía tan vigilada como a su esposa como si temiera que Alaric pudiera robárselas.

Nadie sabía su paradero y tal vez estuviera muerto. Pero sospechaba que no, al enterarse de que sus propiedades habían sido vendidas tiempo atrás y nadie sabía donde había ido a parar el dinero de la venta. Sus familiares lo habían dado por muerto y vendieron las propiedades y ocuparon las que quedaron en el ducado. Y cuando fueron interrogados negaron saber dónde estaba Alaric y se aventuraron a decir que seguramente estaba muerto.

Enrico abrazó a su esposa y le dijo cuanto la amaba y la cuidaría siempre y le hizo prometer que si un día enviudaba permanecería casta en el castillo sin tomar esposo, cuidando a sus niños hasta que estos se hicieran adultos.

—No digas eso Enrico, no quiero pensar que un día no estarás junto a mí—le respondió Isabella.

Sin embargo lo prometió mientras le hacía el amor esa noche con ardiente entusiasmo sabiendo que siempre sería suya y que no quería pensar en el día que su esposo le faltara.

Era feliz, sus niños crecían sanos y la casa Golfieri era una de las más importantes del país. A veces recordaba el día en que había llegado al castillo negro, hacía años seis años atrás, había tenido tanto miedo y había sufrido tanto, pero ahora al fin sentía que pertenecía a esa familia y a ese esposo que había odiado y temido al mismo tiempo.

 

                                                 ******

              Alaric D’Alessi supo del nacimiento de la niña de Isabella y sonrió feliz. Una niña hermosa, igual a su madre, ¡qué pena no haber podido criarla como si fuera suya!

Pero ahora le aguardaba mucho qué hacer. Había llegado al castillo de su tío Lothaire D’Hacourt en Provenza y estaba a salvo de las intrigas de los Golfieri, pero tenía emisarios que lo mantenían informado de todo lo que ocurría en el castillo negro.

Recorrió el castillo inquieto, echaba de menos a Isabella y lamentaba no haberla tenido y todavía suspiraba al recordar su último encuentro en que la tuvo desnuda entre sus brazos y ella pareció rendirse a sus besos… Era tan hermosa y suave, tan deliciosa… Pero luchando por ese deseo feroz ella lloró y se resistió y huyó… Y lo golpeó con ese jarrón. Pudo matarlo pero no lo hizo, era una dama tierna y además lo amaba.

Esperaría, no importa el tiempo que tardara en volver a sus brazos… Ahora debía permanecer escondido en Provenza, nadie sabía su verdadero nombre, solo su tío anciano: el conde Lothaire D’Hacourt. En el castillo todos creían que era un hijo perdido del conde que había regresado años después, nadie sabía por qué.

Alaric sabía que su pariente estaba enfermo y que odiaba a cierto sobrino y no quería dejarle la herencia porque dos veces había intentado matarle. Y esa noche lo llamó a su lecho para comunicarle su decisión.

—Alaric, eres un caballero noble y tienes sangre francesa en tus venas, lamento que mi hermana se casara con ese D’Alessi desafiando la voluntad de nuestro padre. Y me ha alegrado descubrir que no eres uno de ellos sino un D’Hacourt, o como un caballero D’Hacourt debería ser—dijo con expresión cansada.

No era un hombre viejo, solo tenía cincuenta y cinco años pero estaba exhausto y sufría una enfermedad al corazón que lo había dejado postrado los últimos meses. Sabía  que su fin estaba cerca y quiso alertar a su sobrino.

—He hablado con un notario que está en el castillo, he hecho un testamento y te he reconocido como mi hijo Alaric. Y mudarás tu nombre, nadie sabrás que eres D’Alessi, serás Henri D’Hacourt y deberás tomar por esposa a una dama de noble cuna para tener buenos aliados y conservar tu castillo y estas tierras.  He pensado en las hijas del barón de Vendôme, escoge a la que más te agrade. Son damas educadas y muy agradables.

Alaric asintió sin entusiasmo. Isabella debía ser su esposa, pero sabía que eso no sería posible por el momento.

—Me siento honrado de ser su heredero tío—declaró.

—Has servido a Francia y has demostrado ser un caballero D’Hacourt peleando junto a nuestro rey.  Y sabes cuánto aborrezco a ese pervertido sobrino mío: Lucien. Un malnacido bastardo. Jamás le dejaré mi heredad.

Alaric lo sabía, era un joven depravado, bebedor y cruel villano y dos veces había intentado dar muerte a su tío sin haberlo conseguido. Decían que se había marchado al norte, pero nadie estaba seguro de su paradero.

—Cuando yo muera Lucien querrá arrebatarte la herencia sobrino, demostrará que tiene más derecho que tú a quedarse con este castillo y sus tierras de labranza. Querrá matarte,  y tal vez tenga espías en esta fortaleza. Acércate hijo.

Alaric obedeció y escuchó las palabras susurradas por su tío:—Mátalo hijo, no tengas piedad de ese malnacido. Hazlo antes de que te mate él a ti.

—Así lo haré, tío—prometió Alaric.

Pero le llevó un buen tiempo encontrar al villano, sus caballeros lo buscaron durante meses y le dieron muerte en una mísera taberna de Paris, hundieron un puñal en su garganta y huyeron sin dejar rastro.

Su tío murió meses después y Alaric desposó a la hija del barón de Vendôme: Clarise, una joven de cabello oscuro y ojos cafés muy alegre y vivaracha, viuda de su primer marido y con un hijo de tres años que criar.

La escogió por ser la más bella y porque intuía que sería una buena compañera de lecho.  Había demostrado ser fértil, y le daría hijos.

Sus hermanas quedaron resentidas de no ser escogidas, pero Alaric no sintió emoción alguna el día de su boda. Solo cumplía una promesa hecha a su tío en el lecho de muerte. Una alianza con la familia Vendôme sería muy ventajosa para él y necesitaba una esposa para ostentar el nuevo título que tendría.

Y cuando llegó su noche de bodas tomó a la joven de castaña caballera, que no dejaba de reír mientras la acariciaba y pensó en Isabella, y durante años fue incapaz de espantar  su fantasma. De olvidar las noches que había dormido abrazado a ella, su cuerpo hermoso y voluptuoso estremecido con sus besos…

La condesa D’Hacourt era muy feliz, tenía un esposo muy guapo y galante y apasionado y no tardó en enamorarse perdidamente de él. Quería a su hijo Philippe como si fuera suyo, y lo llevaba en su caballo a dar paseos y con los años lo convirtió en un aguerrido caballero.

Y Alaric fue feliz con su nueva familia y amigos, muy pronto hizo nuevos aliados, pero jamás pudo amar a Clarise, solo sentir un tibio cariño y gratitud por ser una esposa dulce y tranquila.  Pero su corazón yacía cautivo en Milán, por la bella doncella  de dorados cabellos y jamás perdería la esperanza de convertirla en su esposa un día y llevarla a Francia, donde sabía, jamás la encontrarían…

Pero antes debía matar a Enrico y no podía hacerlo sin delatar su presencia en Provenza, además tenía otros asuntos en qué pensar en esos momentos.

Sus espías lo mantenían al tanto de lo que ocurría en el castillo negro.

Alaric había hecho una promesa a Isabella Manfredi y tenía la certeza de que un día la cumpliría.