La promesa

Al día siguiente ambas jóvenes fueron llevadas por separado a un solar dónde aguardaban las dos sirvientas más cercanas de la doncella  de Saint-Germain. Ellas tenían la labor de identificar a la hija del conde, a la verdadera de la falsa.

Marie se veía pálida y triste mientras que la doncella de Reims se mostró fría y altiva. Pero al estar juntas el parecido era asombroso.

El conde miró a Marie con intensidad. Estaba furioso por haber sido embaucado por esa dama y la castigaría por eso pero antes descubriría si era la verdadera doncella de Reims como sospechaba.

Los sirvientes se acercaron y miraron a ambas damas con expresión perpleja. Marie permanecía con la mirada bajada visiblemente afectada mientras que la otra joven se mostraba imperturbable y fría ostentando una cruz de oro y otras joyas de la casa de Saint-Germain y sin embargo aseguraba ser parienta de la doncella y haber ocupado su lugar a cambio de una generosa dote en joyas.

Y el conde le creía porque esa joven no se parecía en nada a la dama que lo había enamorado hacía meses mientras caminaba por los jardines del castillo. Era bella pero fría, no había vestigio de culpa o desconcierto, parecía muy segura de sí no así Marie, Marie no hacía más que mirar asustada a su alrededor. Nerviosa, desconcertada y algo más que el conde no llegaba a comprender. Sus ojos estaban clavados en la joven que se hizo pasar por moza asediaba por amargos recuerdos, que había luchado entre la lealtad a su hermana y su gratitud hacia él.

Dio unos pasos hacia adelante con mucha calma listo para interrogar a las sirvientas.

—¿Y bien damiselas?¿Cuál de estas damas ha mentido? Quién es la verdadera doncella de Reims.

Las sirvientas se miraron muy serias.

—No estamos seguras, señor conde—dijeron al fin.

—¿Qué habéis dicho? ¿Acaso todos estáis confabulados en el castillo?—el conde comenzaba a enfadarse.

—No mi señor, pero es que ambas lucen distintas a la doncella de Reims, ella no llevaba más que una cruz de oro con su nombre grabado y sus vestidos eran sencillos.

—Además—intervino la segunda—solía llevar un velo que cubría su rostro porque no soportaba sentir las miradas por eso no podría decir si es una o la otra. Tal vez no sea ninguna de las dos.

El conde sintió tanta rabia que gritó:

—¿Queréis decirme que nunca visteis el rostro de la doncella Ailen? No puedo creerlo. ¿Me tomáis por tonto? Os azotaré hasta que digáis la verdad. Una de estas dos damiselas es la doncella de Reims.

Aterradas y con la amenaza de ser castigadas, una de ellas se arriesgó a señalar a Marie.

—Creo que es la dama de rosa señor, pero es que son tan parecidas en apariencia, son casi idénticas—balbuceó.

El conde miró con fijeza a la pequeña embustera rubia que parecía más atormentada que nunca.

Entonces apareció una vieja criada que miró a ambas y se acercó a Marie.

—Ella es la dama de Saint-Germain señor conde, estoy segura de ello. La doncella tenía una marca en su muñeca pues corriendo en el vergel se hirió la mano.

Marie tembló cuando el conde buscó la marca en la mano derecha y vio la cicatriz.

—No, no es verdad, no soy la doncella de Reims, esa mujer miente, ambas están mintiendo—se quejó Marie y desesperada quiso correr, escapar, huir de ese castillo cuanto antes pero fue el conde en persona quién se encargó de atraparla y sujetarla.

—Pequeña embustera, estáis atrapada y no escaparéis—dijo furioso.

—No es cierto, mienten, todos mienten.

—¿Aún negáis la verdad? ¿Y esperáis que os crea, doncella?

Ella lo miró con fijeza, estaba temblando cuando la encerró en la habitación anterior.

—¿Seguiréis diciendo que sois Marie, la sirvienta de la doncella de Reims? Se ha terminado el engaño hermosa, ya no podréis mentirme. Hablad ahora o juro que os encerraré en un calabozo y os dejaré atada con grilletes o tal vez haré algo aún peor.

Marie secó sus lágrimas y lo miró.

No podía delatar a sus padres ni a su tío, debía pensar con rapidez y aceptar su culpa.

—Lo lamento señor conde, lamento haberle mentido.

Su ira aumentaba mientras ella le hablaba de ese trato.

—Pedí a mi prima que ocupara mi lugar luego de que mi padre murió porque sabía que tendría que casarme con un conde malvado que me inspiraba mucho terror. Sus terribles hazañas, su crueldad… la canción del goliardo que cantó en los esponsales de mi prima Irene…

—La canción del goliardo, sí la he oído. ¿Entonces huíais de mí por temor?

Ella asintió despacio.

—Pero no tienes que tenerme miedo hermosa, jamás sería cruel con una dama, al contrario os he cuidado con mi vida sin saber vuestra verdadera identidad.

Sí, lo sabía pero entonces ella una simple campesina.

—En realidad nunca creí del todo vuestra historia hermosa, por eso necesitaba encontrar a esa que llamabas la doncella de Reims. Tenía mis sospechas.

Marie se sonrojó.

—¿Por eso me trajisteis aquí?—balbuceó.

—Sí, en parte fue por eso pero también iba a conservarte para mí, aún si no eras la doncella de Reims.

La jovencita estaba tan asustada que gritó cuando él la atrapó y sujetó para besarla y acariciar sus pechos con brusquedad.

Durante el forcejeo él rió.

—Pues me alegra que seáis vos la doncella y no vuestra prima. Siempre quise hacer esto preciosa y ya no necesito la bendición ni tener vuestro consentimiento. Os prometieron a mí cuando aún estabais en la cuna pequeña granuja, estabais destinada a mí y os negasteis a ser mi esposa. Me engañasteis pero ahora no os negaréis porque tu cuerpo y tu alma me pertenecen tu vida entera Ailen—le dijo al oído mientras la desnudaba.

Asustada se resistió y le rogó que no le hiciera daño.

—Por favor señor conde, no me lastime—su voz se quebró al tiempo que él secaba sus lágrimas con besos ardientes y apasionados, ahogando sus sollozos.

—No tenéis derecho a pedir piedad doncella, me habéis engañado y convertido en un hazmerreír, al caballero de la leyenda lo ha vencido una mujer hermosa, lo ha burlado y lastimado como nunca nadie lo ha hecho. Y yo respetándote porque soñaba con convertirte en mi dama, a ti pequeña mentirosa. Pero no os haré daño ni os forzaré, vos os entregaréis a mí y calmarás mi ira muchacha. Lo haréis esta noche luego de la cena, estaréis lista y bien dispuesta.

Ella lo miró aterrada pero al verse libre de sus garras ganó coraje y lo enfrentó.

—No me tomaréis hasta que tengáis derecho a ello como mi esposo. Si vuestra amada y desconocida doncella os quitaba el sueño entonces honrad vuestra promesa y convertidla en vuestra esposa.

Sus palabras lo hicieron sonreír.

—¿Ahora la dama del convento ha cambiado de parecer? ¿Huíais de mí como de la peste, fingisteis ser una pobre campesina y ahora me exigís esponsales?

—Soy vuestra, lo habéis dicho, fui prometida a vos desde la cuna, entonces honrad esa promesa, no me toméis como si fuera una pobre moza sin familia, no me humilléis, os salvé de ese bosque porque mi plan era entregaros al brujo pero no lo hice porque descubrí que vos no erais ese demonio que me habían contado.

—Pero me guiasteis a la falsa condesa de Saint-Germain, ¿pretendías atarme a esa bruja de por vida?

—Pues no me entregaré a vos sin la bendición, caballero de Poitiers, no lo haré. Si deseáis castigarme por haberos mentiros hacedlo pero no me arrebataréis la virtud como un bandido sin tener derecho a ello. Por favor, no me hagáis ese daño, prometo ser una buena esposa.

El caballero no parecía muy convencido con la idea, al menos en apariencia.

—Entonces se hará a mi modo dama de Saint-Germain—dijo de forma misteriosa.

—¿Me desposaréis?—preguntó con ansiedad.

—Una boda no puede planearse con prisas pero antes de comprar el postre quiero probarlo y probaré de él esta noche.

—No, no lo hará, no puede obligarme.

—Pero si sois mi cautiva doncella, ¿acaso lo habéis olvidado? Siendo dama de Saint-Germain sois tan cautiva como si fuerais la moza Marie y cumpliréis mis órdenes. Vuestro desvelo será complacerme hermosa y luego os desposaré, pero antes me demostraréis honestidad y obediencia y cuando lo cumpláis os llevaré al altar, pero lo haré sin recelos ni sorpresas, sabiendo con qué dama compartiré mi lecho el resto de mi vida.

—Pues no lo aceptaré.

El malvado caballero sonrió.

—Es un castigo justo por haberme engañado, si me hubierais dicho la verdad desde el comienzo os habríais ahorrado todo esto pero fuisteis deshonesta y desleal y tramposa. Pude dejaros morir en ese bosque o entregaros a mis hombres pero os traté con respeto, os cuidé con mi vida doncella y vos teníais ese secreto tan bien guardado.

—No podía deciros la verdad, no podía hacerlo.

Sus ojos ambarinos relampaguearon.

—Pues de todo lo que habéis hecho lo que más me enfureció fue la manera tonta con que casi os convertís en la presa de mis caballeros disfrazada de criada, iban a violaros y eran más de seis. Si no hubiera llegado a tiempo… quiso el señor que lo hiciera y os salvara porque juro que habría degollado a esos hombres, lo habría hecho. Y vos expusisteis vuestra virtud, vuestra vida y ambas cosas me pertenecían por contrato de esponsales doncella Ailen.

Ella soportó estoica la reprimenda sin entender demasiado de qué hablaba.

—Ahora os dejaré descansar—insistió el caballero más calmo—pero al anochecer vendré a visitaros y veré si aún tenéis coraje para negaros a mí hermosa dama.

“Me negaré aunque me dé una paliza, aunque deba permanecer encadenada en una mazmorra” pensó.

**************

Cuando se hizo la noche  Marie temblaba.

Las criadas la habían ayudado a darse un baño y a cambiarse el vestido.

Tenía el cabello suelto y perfumado y un hermoso vestido de seda pero por dentro temblaba pensando que iría a buscarla de un momento a otro para conocer su respuesta.

Estaba asustada. Temblaba al pensar en el futuro cuanto toda la verdad saliera a la luz.

Unos pasos en la habitación la hicieron temblar. Allí estaba su enemigo, el usurpador de Saint-Germain y la miraba sin sombra de vacilación. Sabía lo que quería y había ido a buscarlo.

—He venido por ti hermosa, me temo que ya no podréis negaros. Demasiado paciente he sido con vos todo este tiempo y os he respetado cuando fingíais ser una simple moza.

Sus palabras arañaban el aire y sus pasos impetuosos la acercaron a ella como un huracán de fuerza y violencia y antes de que pudiera decir algo la había tomado entre sus brazos besándola con desesperación.

—Os he atrapado Ailen de Reims y eso me complace mucho más de lo que imagináis—le susurró.

—¡Soltadme! No os he dado mi respuesta—dijo ella ahogada por sus besos. Asustada y excitada por la situación.

Lo vio sonreír en la penumbra de la habitación sin dejar de mirarla.

—Temo que no podréis negaros esta vez doncella, estáis atrapada y vuestra rendición es lo único que os salvará de mi ira. Vendréis conmigo ahora.

—Lo haré cuando me desposéis, no podéis tomarme como si fuera vuestra criada—protestó.

—Pero no sois mi criada ahora madame, sois mi señora. Y vuestro deber es darme herederos pequeña embustera.

—¿Vuestra señora habéis dicho? No he pasado por el altar ni nos han dado la bendición para ostentar ese título.

—Es verdad… Nuestra boda fue por poderes hace meses cuando vuestro padre enfermó y supo que sus días estaban contados, Ailen. Él pidió a un prelado que celebrara los esponsales por poder, sin estar nosotros presentes.

—Pero mi padre jamás dijo que… no puede ser.

—Pues lo es madame, me acusasteis de buscar a la doncella de Reims para humillarla y torturarla. Creíais que era un monstruo pero no era verdad, ya lo veis ahora: sólo buscaba a mi esposa. Vos sois mi esposa Ailen y ahora vendréis conmigo y yacerás a mi lado sin quejaros, mostrándoos sumisa y obediente como una esposa debe serlo.

La doncella lo miró aturdida. No podía creerlo, entonces… ahora entendía por qué el conde de Reims hizo lo que hizo tiempo atrás y por qué luego le prohibió salir de su habitación en represalia por su rebeldía. Era menester salvar el castillo y su herencia porque si huía al convento entonces su plan se arruinaría y la heredad pasaría a manos de su hermano bastardo, el caballero de Lucien. Odiaba a ese hombre, lo odiaba con todas sus fuerzas pero más temía al conde de Poitiers ese caballero cruel con quién estaba prometida desde que era una bebé de seis meses.

Pero saber que era su esposa lo cambiaba todo y sin embargo al entrar en esa recámara nupcial se sonrojó al sentir que la rodeaba con sus brazos por detrás y la apretaba contra sí con firmeza.

—Seréis mía esta noche y siempre Ailen, seréis mía y aprenderéis a complacerme como una esposa debe hacerlo—le susurró.

Sintió que la apretaba y tocaba mientras le quitaba el vestido.

Confundida forcejeó y se resistió, en algún momento hasta intentó escabullirse pero la visión de su cuerpo desnudo fue demasiado para él. Notó cómo su miembro erguido se acercaba a su vientre para desvirgarla mientras la llenaba de besos y palabras tiernas para prepararla. Y de pronto un beso ardiente invadió su boca y la hizo estremecer. Sus brazos, su pecho ancho, todo su cuerpo era de fuego y la apretaba contra la cama como si temiera su rechazo mientras su boca volvía  a besarla y a decirle cuánto había esperado por ese momento.

Ailen lo miró confundida mientras rodaban por la cama y seguían besándose. Era tan extraño y no podía entender lo que estaba pasando, debió huir y gritar, pedir ayuda pero no lo hizo, se quedó allí mirándole mientras sentía que su virilidad luchaba por acoplarse a su vientre estrecho, rogándole que se relajara, que se abriera para él….

Y entonces sintió que entraba por completo en ella y tomaba como su esposo, su hombre, sin detenerse sabiendo cómo debía hacerlo.

Un gemido salió de sus labios al sentir que caía sobre ella y la desvirgaba y no solo podía sentir esa inmensidad retozando en su vientre, rozándola con rudeza, todo él parecía estar en su cuerpo.

Y eso le dolía y la mareaba y llenaba de un placer raro y salvaje. Era su marido y ninguna otra mujer podría reclamarle, era suyo…

Él la besó y ahogó sus gemidos con su boca ardiente y esa lengua que jugaba con la suya, que penetraba sus labios como su miembro lo hacía en su vientre pero de forma más ruda y salvaje.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al sentir que la llenaba por completo y se hundía en su interior, pudo sentirlo pudo verlo con sus ojos había estado conteniéndose excitado pero ya no se detendría.

—Hermosa ven aquí, no puedes huir de mí soy vuestro esposo, tranquila amor, ya pasará…—le dijo al oído mientras el roce se volvía más fuerte y rudo y su boca ahogaba sus protestas.

Quería quedarse y escapar, se sentía tan abrumada y mareada que temía desmayarse.

“Pequeña bruja tramposa, os atrapé y no me detendré hasta llenar vuestro vientre con mi simiente y haceros un hijo esta noche” le susurró mientras sentía que la llenaba con él y gemía de placer sin dejar de sujetarla.

—Ven aquí, no escaparéis.

Ailen lo miró aturdida.

—¿Lo haréis de nuevo?—preguntó.

Él sonrió levemente.

—Vuestro deber es satisfacerme hermosa y lo haréis ahora y siempre, ven aquí… la noche recién empieza y aún no estoy satisfecho.

Ailen lo miró espantada, ¿por qué había dicho eso? ¿Acaso ella no era una esposa guapa y satisfactoria? ¿Qué debía hacer para complacerle?

—Ven aquí, hoy no dormiréis pequeña tramposa. Hoy os haré el amor toda la noche, no dejaré que os duermas—dijo.

Y cumplió su promesa pues esa noche dejó de ser la joven gazmoña y esquiva para convertirse en su esposa, en su mujer y emocionada lloró pues jamás creyó que sería así, había vivido tanto tiempo aislada y encerrada, convencida de que debía tomar los votos pero al parecer el destino y el amor la había unido a ese caballero. Y mientras le hacía el amor por tercera vez esa noche rodaron por la cama y lo abrazó con fuerza al tiempo que él la rozaba sin piedad. Unidos, tan cerca el uno del otro que podía sentir su corazón latir enloquecido, fundida en su piel sintiendo que le pertenecía pero de pronto lloró al comprender que su felicidad pendía de un hilo.

**********

Ahora el conde de Reims debía decidir qué haría con la falsa doncella Ailen y decidió visitarla a la torre para preguntarle a dónde deseaba ir.

Su presencia en la celda asustó a la joven dama que se encontraba rezando en silencio en su reclinatorio muy concentrada.

Al notar su desconcierto el conde sonrió. Bella y fría como el hielo, además era tan delgada que parecía un saco de huesos.

—Buenos días doncella Marie. He venido a hablar con vos para preguntaros del asunto de la impostura. Quisiera saber en qué momento tomasteis el lugar de mi señora y por qué lo hicisteis.

Ahora el caballero de Poitiers era el juez implacable de su feudo que interrogaba e impartía justicia.

La joven se mostró muy calma cuando habló.

—Mi señora Ailen se escondió durante el asedio del bastardo de Artois. Como sabéis, ese caballero tenía inclinaciones perversas por su hermana y… planeaba que fuera su mujer y juntos ser los señores de estas tierras.

—Oh vaya, qué alegre estoy de haber dado muerte a ese malnacido.

—Fue entonces que mi prima me rogó que viniera a verla, nuestro parecido es tan notable que muchos nos confundían y esa similitud nos fue de gran provecho.

—¿Y cuál era vuestro deber, señora Marie? ¿Qué os pidió la doncella de Reims?

  La doncella parpadeó inquieta.

—Pues yo debía ocupar su lugar para que ella pudiera huir al convento disfrazada de criada.

—Pero vos también huisteis del castillo, no cumplisteis el trato de ocupar su lugar.

—No, no lo hice señor, cuando ocurrió el asedio me asusté, vi morir a tantos leales caballeros, supe que no podría seguir adelante con la farsa. Entonces hablé con mi prima y le expuse mi plan, ambas debíamos huir al bosque y permanecer escondidas hasta poder llegar al convento. Sólo entonces estaríamos a salvo.

—Pero no estabais juntas, os marchasteis sin vuestra parienta.

—Sí, lo hice, me asusté señor de Saint-Germain. Lo lamento.

El conde la observó con fijeza.

—Dejasteis a vuestra prima desamparada y os llevasteis sus caballeros más leales. La dejasteis aquí abandonada a su suerte. Os merecéis la horca por eso.

Esas palabras tan duras la asustaron.

—Lo lamento señor de Saint-Germain, no quise hacerlo.

—Está bien, no os haré daño pero no puedo dejaros en este castillo, madame.

La damisela tembló al oír eso.

—¿Y a dónde me llevaréis señor?—preguntó con un hilo de voz.

Ya no se veía tan soberbia y desafiante.

—Os entregaré a mi caballero más leal como recompensa por sus servicios prestados.

Esa posibilidad horrorizó a la doncella.

—No por favor señor, no lo hagáis, enviadme a un convento, sólo allí tendré paz y podré expiar mis pecados.

—Expiar vuestros pecados no me concierne madame, es cosa vuestra y de nuestro señor. Pero soy el amo de estas tierras y yo decidiré vuestra suerte. Os entregaré al barón de Montnoire en pago por su lealtad pero no seréis su esposa seréis su cautiva.

La dama no lloró ni suplicó simplemente retrocedió y dijo que antes prefería la muerte.

—Oh no moriréis, llamaré a una criada para que os vigile día y noche.

—Señor conde por favor, no lo haga—chilló desesperada—le entregaré los tesoros de este castillo, lo haré si me deja ir al convento. Lo prometo.

Esas palabras lo sorprendieron.

—¿Los tesoros del castillo?—repitió él interesado—¿Qué tesoros son esos?

—MI tío el conde de Reims, que en paz descanse, escondió un cofre con las joyas de su casa, lo hizo para evitar que cayera en manos equivocadas. La dama Ailen me confesó dónde estaban escondidas y yo os daré esa información si me dejáis ir señor conde.

—¿Mi esposa os dijo dónde estaban las joyas de Saint-Germain?

La joven dama asintió en silencio.

—¿Y por qué os daría tan valiosa información, damisela?

—Pues porque yo debía ocupar su lugar y ella se iría a un convento. Temía que el bastardo saqueara el castillo y era menester mantener escondidos sus tesoros.

La explicación parecía razonable pero el conde desconfiaba. Algo en esa historia no cuajaba o tal vez era su costumbre de oír a los culpables antes de juzgarles en su feudo.

El caballero dio unos pasos por la habitación sin dejar de mirarla. Esa dama mentía y lo hacía porque la idea de fornicar la horrorizaba, ser entregada a su caballero como su cautiva le provocaba tanto espanto que habría vendido su alma al diablo para escapar.

—Vuestra historia me ha dado qué pensar doncella—dijo lentamente—porque cuando os vi a las dos en ese bosque comprendí que una de vosotras mentía, que la bella moza Marie era una embustera pues sus modales delataban su noble cuna sin embargo vos os mostrabais altiva y serena. Tal vez porque entonces esperabais embaucarme de nuevo.

—No es verdad señor, lo juro, he cometido muchos errores y no he sido buena con mi prima Ailen lo reconozco es que me asusté y tuve tanto miedo que…

—No me refería a ese alocado plan de huir del castillo disfrazadas de campesinas, fuisteis muy tontas al hacer eso porque de haberos atrapado mis hombres os habrían violado por turnos. Expusisteis a la doncella de Reims al peor de los peligros y tal vez la muerte y no tenéis excusas, nada de lo que digáis me hará mudar de opinión. Sois una harpía muchacha, una serpiente astuta que seguirá mintiendo para salvar su pellejo. Pero llegaré al fondo de este ardid.

El caballero abandonó la celda y fue a buscar a su esposa Ailen. La encontró dando un paseo por los jardines escoltada por tres sirvientas y a cierta distancia había tres mozos que no la perdían de vista.

Al verle le sonrió y bajó la mirada sonrojada pero su expresión no era tan dulce como la suya, estaba furioso por toda esa historia de la falsa doncella del castillo de Saint Germain.

—Hermosa, vine a buscaros. Ven—dijo él y tomó su mano para llevarla a su recámara.

Ailen lo siguió sonrojada pensando que su apasionado caballero iba a hacerle el amor esa mañana, algo que no le sorprendía pues en ocasiones lo hacía, iba a buscarla y la encerraba en sus aposentos para hacerle el amor. Siempre estaba lista para su marido, perfumada y ansiosa de ser la esposa ardiente que él necesitaba y nada más entrar y quedarse a solas su mirada fue como una caricia recorriendo todo su cuerpo como si estuviera desnuda.

—Sois muy hermosa, esposa mía—dijo mientras se quitaba la camisa despacio—Ven aquí, os ayudaré a quitaros ese vestido.

La dama sintió que se humedecía al sentirle cerca, era casi un reflejo, él había despertado a la mujer escondida en su cuerpo, una mujer ardiente y libidinosa que disfrutaba esos encuentros como jamás lo había soñado.

La visión de sus nalgas redondas y perfectas lo excitó tanto que no pudo evitar tenderla en la cama para deleitarse con ese adorado rincón. Su sexo rojizo y húmedo era una invitación al deleite. Estaba húmeda y lista para ser tomada para embriagarle con su dulce feminidad hasta quedar saciado.

Una hembra hermosa eso era esa joven, tan hermosa y perfecta que sintió que se volvía loco cuando acercó su boca y reclamó su tesoro para devorarlo con suaves lamidas una y otra vez.

Un gemido salió de sus labios al sentir esas caricias, la tenía  atrapada y rendida a él… “Oh mi señor… no…” susurró mientras se agarraba de la almohada y su cuerpo se estremecía ante las caricias cada vez más ardientes de su esposo.

No podía detener más esa cópula anhelaba hundir su vara en ese rincón estrecho y rosado y sin esperar más lo hizo tendiéndola de espaldas excitado con la visión de sus nalgas redondas y perfectas.

Ailen gimió al sentir que la llenaba con su pene grueso y maravilloso, realmente no había sensación más placentera que sentir que la tenía tan adentro y quedaban unidos y fundidos en un solo ser, nada calmaba más su deseo que sentir que estaba allí y la rozaba hasta llenarla con su simiente, su virilidad, adoraba cuando lo hacía y se dijo que nunca había soñado con que fuera así.

Sin embargo luego de hacerle el amor se quedó mirándola con fijeza.

—He hablado con vuestra prima, Ailen—dijo de pronto.

Ella tembló al oír eso.

—¿Y qué os dijo?—preguntó con un hilo de voz.

Él acarició su cabello despacio.

—Dijo que me dirá dónde está escondido el tesoro de Saint-Germain a cambio de que la deje ir al convento.

—¿El tesoro de Saint-Germain? No hay ningún tesoro aquí mi señor, al menos nunca he oído hablar de él.

—¿Y no os dijo nada vuestro padre al respecto?

Ella negó con un gesto y sus ojos se llenaron de lágrimas y él se acercó y acarició sus mejillas.

—¿Creéis que vuestra parienta me ha mentido?—preguntó con cautela.

—No sería la primera vez, mi señor.

El conde acarició su rostro.

—Ella dijo que vos sabíais dónde está el tesoro y que confirmaríais su historia. ¿Lo haréis esposa mía? ¿Me diréis dónde escondió vuestro padre el tesoro?

Ella sintió un nudo en la garganta y se cubrió con una manta porque un frío horrible la hizo tiritar.

—Vos no me creísteis cuando os dije la verdad mi señor, vos deseabais que fuera la doncella de Reims porque mi prima no os trató bien. Pero si queréis saber la verdad no soy la hija del conde sino su sobrina, la joven que está en la torre es vuestra esposa y mintió para escapar de vos y ahora espera conquistar su libertad ofreciendo un tesoro que tal vez no exista pues nunca lo he oído nombrar.

El conde miró con fijeza a su esposa. No podía ser…

La joven tomó su mano y la besó despacio.

—Vine aquí el pasado verano luego de perder a mis padres, no tenía a dónde ir y mi tío dijo que me ayudaría a encontrar un esposo apropiado—dijo luego—En ese entonces no deseaba casarme pero sabía que en mi situación no tenía otra alternativa. Mi prima estaba feliz de que hubiera ido a visitarla, y mi estadía se prolongó más tiempo del esperado. Éramos tan parecidas que en ocasiones nos confundían y mi prima usaba ese parecido para hacerles bromas a los criados y también para espantar a mis pretendientes. No quería que encontrara esposo porque decía que se sentía sola y necesitaba una hermana. Me rogó que aplazara ese asunto y convenció a su padre de eso. Jamás imaginé que planeaba algo mucho más arriesgado y peligroso. Dijo que si aceptaba tendría un esposo guapo y galante y confieso que la idea me tentó. Ailen no quería casarse, dijo que prefería morir y entonces su padre murió y todo se desmoronó. La llegada del bastardo a Saint-Germain precipitó ese alocado plan en su mente y estaba muy decidida a llevarlo a cabo. Yo debía ocupar su lugar y esperaros aquí.

Entonces ocurrió esa tragedia.

Su hermano bastardo la encontró, encontró a mi pobre prima y dijo que le quitaría esas locas ideas del convento. La encerró en sus aposentos y abusó de Ailen, de su propia hermana y cuando los criados la encontraron pensaron que estaba muerta. No hablaba, no se movía y sangraba… Uno de sus caballeros más leales dijo que daría muerte al bastardo pero no había suficientes hombres para enfrentar el asedio y muchos murieron hasta que llegasteis vos. Pero las cosas no fueron mejor entonces, vuestros hombres abusaron de las criadas, las golpearon y pensé que lo mismo me pasaría si me quedaba—la joven secó sus lágrimas y lo miró—supe de vuestras hazañas, un criado me contó vuestra historia y pensé que no quería estar atada a un caballero tan malvado y cruel. Pero mi prima me rogó que ocupara su lugar, dijo que si no aceptaba se arrojaría por la tronera, lo haría, estaba aterrada. Al principio me negué señor conde, lo hice pero… acepté ayudarla a escapar, organicé su huida pidiendo ayuda a los caballeros que aún resistían el asedio. Permanecí escondida durante días, sabiendo que buscabais a la doncella de Reims pero no pude cumplir mi parte. Estaba asustada, no quería terminar como mi prima ni casarme con vos. Así que me vestí de campesina y decidí escapar, sabía del laberinto secreto subterráneo y hacia él me dirigía cuando vuestros hombres y vos me encontrasteis. No pude cumplir mi parte y os ruego que no castiguéis a mi pobre prima, ella se matará si la obligáis a desposar a vuestro caballero, lo hará.

—¿Y cuál es vuestro verdadero nombre hermosa embustera?

—Marie Claire, no os mentí en eso, Marie es mi nombre y soy la hija del barón de Fontaine. Mi padre murieron señor conde y yo… soy vuestra esposa, me entregué a vos y tal vez esté encinta, no me castiguéis por esto, por favor. Soy vuestra esposa ahora.

—¿Y por qué no me dijisteis la verdad ese día, Marie?

—Vos no me escuchabais señor, estabais tan enfadado y temí que si os decía la verdad os casarais con mi prima y yo no quería que eso pasara.

—Estáis equivocada, Marie.

—Pero vos buscabais a vuestra esposa mi señor y cuando la mirabais en el bosque suspirabais por ella.

El conde perdió la paciencia y le quitó la sábana que la cubría en un ademán brusco.

—Vos me arrancabais suspiros bella moza, moría por tenderte en la hierba y retozar con vos—le dijo.

—Ya no soy vuestra esposa mi señor ni podré casarme porque me habéis convertido en vuestra amante.

—Y no permitiría que tomarais otro esposo hermosa, mataría al hombre que intentara tocaros.

—Pero estáis casado con mi prima, vuestros esponsales…—Marie lloró al sentir que todo había terminado y que si se quedaba siempre sería su amante, su doncella cautiva como tanto había temido.

¿Qué haría ahora? Él no era su esposo, él estaba casado con su prima Ailen y ahora sabía que ella era una impostora.

Su mirada parecía traspasarla, estaba furioso y tal vez no sabía qué hacer.

—Es algo tarde para lágrimas hermosa, ¿no lo creéis?

Ella secó sus mejillas y lo miró.

—Ahora dime algo preciosa, ¿quién sabe vuestro secreto? ¿A quién le has contado de ese pacto?

—Nadie lo sabe señor, sólo Ailen y yo…

—¿Y los criados madame? ¿Olvidáis a los criados y sirvientes del castillo?

—Nadie se acercaba a mi prima, ella solía permanecer días enteros encerrada en su habitación o en la capilla del castillo.

El conde permaneció pensativo.

—Tal vez alguien más conozca vuestro secreto, madame Ailen. 

—No señor de Saint-Germain, nadie lo sabe.

El conde no parecía muy seguro de eso y se alejó furioso, sin mirarla dejándola triste y desesperada. ¿Qué haría ahora su señor?

***********

Regresó a su celda días después para hablar con la joven cautiva en la torre. Su esposa. ¡Por los dientes del diablo, qué asunto tan delicado y peligroso!

Nadie podía saber que Marie no era la verdadera doncella del castillo de Saint- Germain.

La joven se encontraba hincada rezando y al verle aparecer se asustó, no pudo evitarlo, se puso pálida de repente.

—Señor conde, habéis venido a verme… —parecía ansiosa y asustada mientras retrocedía.

Él se acercó muy seguro de lo que iba  a hacer con esa esposa que le estorbaba demasiado.

—Quedaos dónde estáis ahora, doncella he venido en son de paz y para negociar vuestra ida al convento, porque es lo que más deseáis ahora.

Ella asintió despacio alerta a todos sus movimientos como pájaro asustado.

—Mi esposa acaba de contarme todo doncella y confío en que nuestro secreto esté a salvo.

La doncella de Reims tragó saliva tensa y nerviosa mirando a todas partes.

—Os diré dónde está el tesoro, lo prometo.

—No os hablaba del tesoro, vuestro silencio señora, de eso hablaba. Mi esposa me contó la triste historia de su prima y creo que lo mejor será enviaros al convento como me habéis pedido.

Había alivio en la expresión de la joven, tanto que sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Estáis segura de esto madame? Porque luego no podréis abandonar el convento ni dejar los hábitos.

—Es lo que siempre he querido, señor de Saint-Germain. Gracias, yo… le diré dónde se ocultó el tesoro, dibujaré un mapa si me entrega un pergamino y tinta…

—Está bien, no hay prisa…  Pero antes de enviarla al convento quiero saber si alguien sabe su secreto, madame.

Ella sostuvo su mirada, no mentiría, era pecado.

—Sólo el caballero de Artois lo sabía señor de Saint-Germain y está muerto. Nadie más lo sabe, os lo juro por lo más sagrado.

—Está bien, os creo madame. El silencio es oro para vos, su silencio y discreción en todo este triste asunto.

La doncella lloró y juró que no diría una palabra y luego le dio las gracias con los ojos húmedos.

—Espero que en el convento encuentre la paz que anhela su alma madame, por mi parte no le guardo rencor por haberme rechazado pues ahora comprendo que fue el señor que así lo dispuso al darme una esposa dulce y ardiente que es lo que todo hombre anhela en este mundo. Vos la enviasteis en realidad y os doy las gracias por eso.

—Me complace escucharle Monsieur, mi prima es una dama de gran corazón y os ruego que no la lastiméis. Noté como os miraba durante la travesía de regreso y creo que se ha enamorado de vos señor de Saint-Germain.

Él sonrió guardándose sus pensamientos y se marchaba cuando escuchó la voz de la dama preguntarle cuándo sería llevada al convento.

El conde se detuvo y dijo que harían la travesía en dos días.

Luego se alejó y fue a reunirse con Marie, necesitaba abrazarla, besarla y estar a su lado. No había sido justo con ella, tal vez desde que supo que le había mentido la rabia lo había cegado.

Imaginaba que no había sencillo para su prometida sobrevivir a dos asedios en tan poco tiempo y no podía culparla por temerle pues sobre él se contaban leyendas oscuras y algunas sí eran ciertas…

Tal vez fuera tiempo de dejar atrás sus demonios y recomenzar en su castillo lejos de los secretos y tesoros perdidos de Saint-Germain.

Al entrar en el recinto encontró a su esposa sin la toca y con el hermoso cabello luminoso que le llegaba hasta la cintura.

—Mi lord…—balbuceó y retrocedió espantada al ver que se le acercaba con prisa.

Él se detuvo a tiempo para abrazarla con fuerza y decirle al oído:

—Siempre seréis mi esposa Marie, sólo en la intimidad os diré Marie, para los demás seréis Ailen. ¿Habéis comprendido?

Ella asintió emocionada y él la besó apasionadamente.

—Guardemos el secreto hermosa, nadie debe saberlo… para mí jamás habrá otra esposa en esta vida ni otra mujer, quiero que lo sepáis. Así seré con vos en la intimidad pero deseo que comprendáis que fuera de esta recámara soy el caballero cruel e invencible a quien todos temen.  Ahora ven aquí, me muero por hacerte el amor, hermosa.

Ella lloró emocionada cuando la desnudó y llenó su cuerpo de caricias.

—Estáis llorando hermosa, ¿por qué?—preguntó él.

—Es que pensé que os perdería mi señor, os amo tanto—respondió la doncella.

Él sonrió y atrapó esos labios que le habían dicho palabras tan dulces.

—No me perderéis, sólo muerto me apartarán de vuestro lado, hermosa—le respondió.