Capítulo XXI

 

 

 

Alistair con el semblante ido, solo se limitó a besar a su mujer en la frente, luego se puso de pie y montó con ella su caballo espoleándolo con fuerzas, necesitaba llegar al castillo pero ¡ya!

Ninguno de sus hombres entendía nada, pero tampoco se lo preguntarían, Ray, que era su comandante, era capaz de poner las manos al fuego por afirmar que su Laird planeaba algo, y así fue como lo comprobó cuando después de un  par de horas cabalgando a todo galope llegaron al patio de armas y los hizo quedarse ahí, formados esperándolos.

Al llegar, Alistair fue el primero en desmontar y así ayudar a Nessie, quien no sabía qué hacer, se sentía rechazada, y creía saber la razón del por qué.

―Puedo caminar ―se quejó sintiéndose mucho mejor, pero no obtuvo respuesta, de esa ni de ninguna de las preguntas que ella le había formulado.

Al entrar, Annie corrió a verla, venía completamente tapada con un plaid, pero su cara decía mucho más que palabras.

―Necesito compresas frías, y cubetas con agua caliente ―ordenó Alistair a Annie quien de inmediato obedeció.

―Alistar, por favor, háblame, dime algo.

Nada, solo silencio en esa habitación, con cuidado y con las aletas de la nariz dilatadas le terminó de rasgar el camisón, Nessie hizo el intento de cubrirse, pero fue imposible.

Esta vez, ni siquiera Annie pudo entrar, antes de que la puerta se abriera, él ya estaba recibiendo lo que había pedido y dándole nuevas órdenes.

Avergonzada y asustada estaba Nessie mirándolo desde la cama, no sabía qué era lo que ese hombre pensaba, y lo peor, es que no lograba conectarse.

―Me… me puedes decir cómo está Bethia, ella…

―No lo sé ―la cortó obligándola a acostarse, para luego con mucho cuidado y tranquilidad, una que distaba mucho de cómo estaba en realidad, comenzar a limpiar cada parte de su cuerpo. Pasó el paño húmedo, una y otra vez sin tocar en ningún caso la marca, solo la veía y gruñía desde lo más profundo de su ser.

―¿No me vas a hablar nunca más?

El silencio volvió a ser su única respuesta.

―Alistair… por favor ―murmuró y sin poder evitarlo comenzó a llorar, de pena, de rabia, de incertidumbre. Él, rápidamente la acunó entre sus brazos, tenía la mandíbula tan apretada que incluso el rechinar de sus dientes se podía sentir, estaba tenso, y por sus venas no corría sangre, solo odio y venganza.

―Nessie ―susurró con la voz más ronca que ella hubiera escuchado y tembló―. Deja de llorar, estás conmigo.

―¿Contigo? ―preguntó sorbiendo por la nariz, para luego intentar alejarse de él para que la mirara.

Alistair nunca había sabido enfrentarse bien a las lágrimas de su mujer, menos ahora que sabía que tenía que actuar rápido, su cabeza no estaba con ella, pero aun así hizo algo que la tranquilizó. Buscó sus labios con frenesí y los besó con vehemencia, le parecieron tan dulces, tan puros, tan suyos que ese solo pensamiento le volvió a nublar la razón, luego y movido por el ardor de su cuerpo, siguió besándole el cuello para así comenzar a besar cada uno de los rincones de su cuerpo, eran más que besos, más que amor, la estaba limpiando, y no importaba la cantidad de agua con que ya lo había hecho, esta era su forma, su manera personal de purificarla y cuando sus labios quedaron delante de la marca que ahora se distinguía completamente, Nessie sintió como un líquido caliente caía sobre ella.

¿Alistair estaba llorando? ¿Sería acaso eso posible?

―Alistair… ―prorrumpió en aquel silencio sepulcral que cernía sobre ellos, pero eso es lo que había, silencio y nada más―. Háblame…por favor.

Lentamente con los ojos anegados en lágrimas y sin vergüenza se puso de pie, para luego cogerla con una de las pieles y tomarla en brazos.

―No me odies bruja…, por favor.

Fue lo único que habló antes de dirigirse a la puerta de la habitación para comenzar a bajar las escaleras.

Nessie no entendía nada, pero cuando vio que no se dirigían a la salida, ni al salón, ni a la cocina, sino que a un lugar más alejado dentro del castillo se asustó,  su corazón empezó a latir a toda prisa cuando Alistair comenzó a bajar por unos escalones que la llevaban directo al subterráneo, directamente a la mazmorra.

―¿Qué, qué haces? ―lo interrogó con voz débil intentando zafarse, pero él ya no la escuchaba.

El highlander que custodiaba el lugar, abrió la puerta y con un asentamiento de cabeza le dijo que estaba todo preparado. Sin perder más tiempo, Alistair la depositó dentro, y a pesar de los gritos, súplicas y ruegos de su mujer, la dejó encerrada dentro de la mazmorra, que en ese minuto, más que una celda parecía una gran cama, estaba totalmente cubierta con pieles y tenía una mesa con comida a un costado.

―Qué has hecho ―lo increpó Annie asustada, jamás imaginó que lo que ella misma había preparado era para su señora.

―Baja y hazle compañía ―fue lo único que dijo mientras se ponía la llave al cuello.

Al llegar al patio de armas, un puñado de hombres lo estaban esperando listos para la batalla que ahora se avecinaba.

―¿Estás bien? ―preguntó Ray

―Lo estaré cuando haya matado con mis propias manos a ese mal nacido ―respondió con la mirada fija en el bosque, sin ninguna expresión en el rostro.

“El Lobo” dirigía a sus guerreros por entremedio del bosque. Allí se encontró con uno de sus jinetes que le decía exactamente la ubicación de los hombres que buscaba, no estaban muy lejos. Espoleó a su caballo y a toda velocidad galopó en la noche oscura, era como si él pudiese ver, como si tuviera una visión diferente, esa era una de las razones de por qué le decían “El Lobo” hacía de la oscura noche, su claro día.

Ni siquiera tenía una táctica, una estrategia, no, él quería volcar toda su rabia en un solo objetivo, Athol Mackay. Incluso había sido considerado, no llevaba una gran comitiva, solo unos cuantos hombres, el resto los había dejado cuidando el castillo, no quería que lo tomaran nunca más por sorpresa, y si algo tenía claro, era que nunca más dejaría sola a su mujer.

De pronto se detuvo, levantó el puño y sus hombres no necesitaron de ninguna palabra para saber que debían desmontar, ahora se escabullirían como sombras y atacar.

―Están detrás de esos árboles ―murmuró Alistair desenvainado su espada.

Sus hombres sonrieron, harían justicia y así vengarían a su señora.

―Ahora vamos a enseñarles que no se toca a ninguna mujer del clan Cameron ―dijo Ray levantando su espada, siendo secundado por vítores de sus compañeros.

Cuando estaban a punto de llegar, y ya los tenían a su alcance, Alistair escudriñó el lugar, estaban los secuaces de Murduk y junto a ellos seis guerreros del clan Mackay. Era cierto que los superaban en número, no le importaba y mirando a sus hombres gritó:

―¡Murduk y Athol son míos!

―No dejaremos a nadie con vida ―aseguró Ray relamiéndose ante la batalla, ese hombre vivía para eso.

―Los mataremos a todos ―corroboró Alistair con las fosas nasales dilatas y los ojos más negros que la misma noche.

―¡Entonces vamos! ―lo secundó Ray soltando el grito de guerra que tanto los caracterizaba.

Rápidamente sus contrincantes se pusieron de pie, no esperaban una emboscada como esa, creían que estaban lo suficientemente lejos del agarre de “El Lobo” pero qué equivocados estaban, “El Lobo” solo respiraba venganza y se la cobraría esa misma noche, los Cameron corrieron como vengadores y los hombres no sabían si atacar o arrancar, pero rápidamente como hombres de honor que eran, decidieron atacar.

Alistair sin ningún esfuerzo mató al primero que se le cruzó en su camino, simplemente lo atravesó con la espada. Siguió corriendo alimentándose del hedor a miedo que expelían esos hombres.

Ray venía detrás haciéndose espacio entre los guerreros, él no tenía de que preocuparse, sus hombres eran los mejores, lo sabía, ellos lo sabían. Alistair buscó a Murduk y cuando lo localizó, pareció como si esas dos fieras miradas se conectaran, ambos corrieron al encuentro, fue tan feroz, que al primer movimiento de espadas estas volaron por el aire, ahora era un enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Alistair apoyó la rodilla en el suelo para aguantar mejor el ataque y cuando Murduk corrió hacia él, con una fuerza descomunal lo levantó del torso para luego soltarlo y hacerlo caer de espalda, con un movimiento, se sentó sobre su columna, tomó su cabeza echándosela hacia atrás con las dos manos y con un giro certero hacia la izquierda le rompió el cuello, aullando como solo los lobos lo saben hacer.

Sin dilatar, ni disfrutar más su pequeña victoria, volvió a agarrar su cabeza para escupirla con desdén.

―Nadie se mete con mi mujer y vive para contarlo.

Ray, luchaba con otro soldado, la verdad era que ya los habían reducido a casi todos, solo quedaba un par y Athol, que acababa de matar a un Cameron con su espada.

Alistair, lo divisó, esta vez no corrió, sino que con paso firme y decidido caminó hasta él.

―Nunca pensé que fueras un cobarde ―vociferó deteniéndose frente a él para ponerse en posición y comenzar a luchar.

―Te voy a matar para recuperar lo que es mío, esa mujer siempre será mía y ahora lo lleva marcado en la piel.

El sonido gutural que emitió Alistair alertó a sus compañeros que ya habían acabado con todos los hombres, lentamente se reunieron para ver como luchaba su Laird, eso siempre era un regalo para su vista.

Los ojos de Alistair brillaban en la oscuridad con un resplandor demoniaco, quería arrancarle las entrañas con sus propias manos, dio el primer golpe que fue esquivado perfectamente por Athol. Ambos comenzaron a atacarse con movimientos no estudiados, solo nacidos de las ansias de vengarse, si uno atacaba, el otro bloqueaba y así sucesivamente, cada golpe era más duro que el anterior. Luchaban frenéticamente sin dar su brazo a torcer, el final sería con uno de los dos muertos. De pronto, Athol le atizó un golpe que fue a estrellarse directo en su estómago haciéndolo trastabillar y cuando estuvo en el suelo, se posicionó a horcajadas sobre él comenzando a propinarle golpes en la cara, uno tras otro sin dejarlo reaccionar. De pronto y girando sobre sí mismo, Alistair se dio vuelta y comenzó a golpearlo con todas sus fuerzas, el cuerpo de Athol comenzó a temblar, ya no se podía defender, el animal, la bestia, “El Lobo”, no solo le golpeaba el rostro como si se tratara de un saco, también lo hacía en las costillas haciendo que fuera imposible respirar. Athol estuvo a punto de perder la conciencia, le agarró la cabeza con las dos manos para darle un golpe, y girársela de la misma forma que había hecho con Murduk.

―¡No! ―lo detuvo Ray gritando―, ¡no lo mates!

Alistair se giró temblando por la fuerza utilizada, habían peleado arduamente más de media hora, estaba extenuado, y lo único que quería era matarlo.

―No se merece vivir ―gruñó asqueado.

―Piensa en Nessie.

―Por ella es qué te lo digo.

Athol estaba herido, sangraba profusamente por la nariz, ojos y oídos, y lo observó con la expresión de un hombre que sabía que iba a morir, escupió la sangre por la boca y lo miró retándolo a acabar con él.

Alistair respiró con dificultad, tuvo que inhalar con la boca abierta varias veces si no la inquina lo consumiría por dentro. ¿Nessie lo perdonaría alguna vez si lo mataba? ¿Podría volver a mirar a su mujer a los ojos llevando consigo esa muerte?

Detuvo el puño en lo alto, la mano le temblaba, fue bajándola poco a poco sin dejar de mirarlo ni un solo segundo, y cuando estuvo a escasos centímetros de su cara, lo bajó con todas sus fuerzas estrellando el puño en la tierra dejando una huella profunda.

―Quiero que te quede claro una cosa Mackay ―siseó apretando  los dientes―, no vuelvas a acercarte a mi mujer, porque no voy a perdonarte la vida nuevamente.

Athol tragó saliva, pero lejos de asentir o agradecer respondió:

―Nessie podrá ser tu mujer, pero siempre será mía, y no habrá día en este mundo en que ella no me recuerde, y cuando tú la veas, también me recordarás.

Esas fueron las últimas palabras que Athol pronunció, ya que ahora Alistair no pudo resistirse y le atizó un último golpe en las costillas que lo hizo doblarse en dos y perder la conciencia.

Luego de unos minutos, Alistair emprendió rumbo a sus tierras en completo silencio, específicamente hacia la mazmorra, ninguna batalla que había luchado sería seguro como la que tendría que pelear ahora con su mujer.

Pasaba del medio día cuando los hombres, sucios y ensangrentados hicieron su ingreso al patio de armas, todos cansados se retiraron a sus aposentos, menos Ray que se acercó a su Laird.

―Debes estar tranquilo, hiciste lo correcto.

―¿Poner a Nessie dentro de la mazmorra es lo correcto?

―Dadas las circunstancias de cómo es tu mujer, sí.

El comandante le dio una palmada en el hombro, y Alistair caminó directo hasta donde estaba Nessie, a pesar de haber ganado, Alistair no estaba contento, no había motivo para celebrar, desde ese día en adelante, él ya no podría respirar tranquilo sabiendo que Athol seguía con vida, ahora tendría mucho que hacer, redoblaría la vigilancia del castillo y ordenaría a un par de hombres que jamás se separaran de ella.

Mientras caminaba se sentía culpable, y esa sensación no le gustaba, había fallado, le había fallado a su esposa dejándola desprotegida, si no hubiera sido por el maldito perro, ahora seguro ella estaría muy lejos, aunque por supuesto,  jamás cesaría en su búsqueda.

Si no fuera porque Annie lo sacó de sus pensamientos, hubiera pasado como un ser inerte por su lado sin siquiera notar a la anciana.

Se quitó la llave colgada al cuello y abrió la celda dejándose caer sin fuerzas en la entrada preparándose mentalmente para todas las reprimendas y gritos de su mujer.

Nessie estaba sentada en el fondo, abrazando sus piernas, solo una vela iluminaba la estancia, tenía la mirada perdida, pero cuando lo vio, como si flotara caminó hacia él, al verlo ensangrentado completamente, temió lo peor, su corazón se apretó e incluso le costaba respirar.

―¿Lo…lo mataste? ―preguntó esperando que la respuesta no fuera la que ella esperaba.

No esperaba esa pregunta, menos esa tranquilidad abismante, y mirándola directamente a los ojos negó.

―No, no lo hice, aunque nada me hubiera hecho más feliz ―aseguró empuñando las manos, él solo hecho de saber que lo había dejado vivo lo carcomía por dentro.

―Gracias ―susurró alejándose nuevamente hasta donde había estado anteriormente, eso le extrañó, ¿Qué hacía Nessie de nuevo en ese lugar? ¿Por qué no le gritaba, insultaba o incluso pegaba?

―¿No me preguntarás nada más?

―Lo que quería saber ya lo sé.

―¿Estás segura? ―preguntó incrédulo levantándose.

Ella solo se encogió de hombros y al fin él se acercó, pero un rechazo de su parte lo puso en alerta

―¡Dime algo! No te quedes callada, ¡tú…tú no eres así! ―vociferó asustado.

―Supongo que mientras más rápido acepte mi destino, más fácil será acostumbrarme ―la tomó de los brazos, pero aun así no lo miró y siguió hablando―, entiendo que no me quieras ver nunca más, solo te pido que cuando pasen estos meses me dejes libre para poder ver la luz del sol.

―¿Qué…qué dijiste? ―interrogó frunciendo el ceño, creía que la pelea lo había dejado, sordo o loco, o incluso que lo que estaba viviendo no era real.

Ella suspiró con un hondo pesar y en un hilo de voz respondió:

―Ya…ya sé que me repudias y…lo entiendo. Pienso que es…normal.

―Entonces no pienses ―protestó levantándole la barbilla deslizándole los dedos por su cuello―, no pienses por mí porque no sabes que está sintiendo mi corazón. Jamás podría repudiarte, eres mi vida y solo quiero vivir para darte placer ―y empezó a intercalar palabras con besos que le recorrían el cuello y comenzaban a bajar―, el mismo placer que me das a mi cuanto te siento entre mis brazos.

―Pero y….

Puso dos dedos en sus labios y siguió besando su cuello, Nessie tenía el pulso acelerado, estaba empezando a perder la razón y derretirse bajo esas suaves manos que con solo tocarla la encendían de una forma que ni ella misma podía entender.

Alistair  la besaba mientras sentía como su cuerpo cobraba vida como si él no viniera de enfrentarse con la misma muerte, por ella y solo por ella. Luego le besó los labios, lentamente acarició su interior, no tenía prisa en separar sus labios de los de ella y quería explorar cada rincón húmedo de su bruja. La apegó más a su cuerpo, con la firme intención de que ella se diera cuenta de cómo él la necesitaba y la deseaba, su cuerpo se amoldaba perfectamente a él.

Cuando Alistair notó que al fin Nessie se entregaba sin pensar en nada, dejó de besarla para susurrarle en los labios.

―Subamos ―le pidió con deseo en su voz.

Alistair no quería que su mujer perdiera contacto con él, no quería que pensara en nada, solo que sintiera cuanto la quería y que no le importaba la marca de su piel, él la quería y la deseaba a ella, solo a ella.

Su táctica casi funcionó, hasta que cuando subían por las escaleras hacia la habitación Nessie lo miró acongojada.

―No quiero que nadie lo sepa.

―Nadie lo sabrá.

―Pero Ray y…

Volvió a acallarla con uno de esos besos que tanto le gustaban, un beso de amor, de amor verdadero como el que sentía por ella y decidió a último momento cambiar su dirección.

―¿Dónde vamos?

―A un lugar que no sé por qué te gusta tanto, y al cual jamás te acompaño y tampoco sé  por qué.

Y cuando llegaron Nessie se cubrió con sus manos al momento que Alistair la dejaba en el suelo.

―¿Qué haces? ―preguntó mientras se sacaba las botas, los pantalones y se quedaba solo con la camisa.

―Iré a nadar. Y tú también.

―¿Yo?

―Sí, tú, ¿no me dirás que ahora te avergüenzas de tu cuerpo? Porque yo podría admirarlo por horas ―reconoció y le agarró la mano con fuerza para que se acercara―, estamos solos, Nessie, no me digas que no quieres hacerlo.

Cerró los ojos con amargura.

«No quiero que veas la marca» pensó.

Alistair sonrió lobunamente, se acercó aún más a ella y comenzó a besarla, sabía cómo hacer para que su cuerpo reaccionara. Su cuello terso era una invitación a mucho más, así que mientras ella se perdía en sus húmedos besos, él, muy a sus estilo intentó desbrochar los lazos de su vestido. Titubeó antes de bajárselo por los hombros y le dio la oportunidad de negarse. Si lo hacía, no la obligaría, la dejaría ir e intentaría que aceptara su marca de otra manera, pero cuando ella valientemente lo desplazó y este cayó por sus hombros, él sintió que lo estaba logrando.

―¿Y… y no me vas a rasgar el camisón? ―preguntó mordiéndose la lengua por lo descarada que se sintió en ese momento.

Incluso antes de que terminara de pronunciar aquellas palabras, el animal que vivía con Alistair despertó y sin dilatar más la situación le rasgó el camisón como tanto le gustaba, la cogió entre sus brazos y corrió en dirección al agua para zambullirse juntos en un  acto de suma confianza.

Vio cómo su bruja emergía del agua y se quedó anonadado con su belleza, con su pureza y con la candidez de sus ojos verdes. Estaba riendo, su bruja estaba volviendo a ser la de siempre.

―¡Está fría! ―exclamó.

―¿Ahora está fría? ¡Y cuando te bañas sola qué! —respondió salpicándola.

Nessie soltó un gritó y se sumergió para nadar lejos, pero segundos más tarde, Alistair la cogió por las piernas y se hundió también. La atrapó aun abajo del agua agarrándola entre sus brazos para besarla con fuerza.

Cuando emergieron, posó sus manos por sus costillas, justo debajo de sus senos. Ella hechó su cabeza hacia atrás y disfrutó de su contacto comprobando que no le importaba la marca que esa mujer llevaba tatuada en su piel. Comenzó con pequeños besos que rápidamente se transformaron en mordiscos a los que ella le daba libre acceso.

―¿Sabes qué tengo ganas de hacer?

No le dio oportunidad de responder, ya que rápidamente la tomó entre sus brazos y la llevó a la orilla, ignorando las suplicas que se quedaran en el agua. La dejó en la orilla y se acostó sobre ella.

―Me gusta lo que tienes ganas de hacer ―reconoció bromeando, pero Alistair sabía que ella también lo deseaba, su respiración era irregular y podía ver el sube y baja de sus senos que lo tenían enloquecidos.

―Claro qué te gusta, bruja, si te encanta hechizarme ―sonrió deslizando un dedo por su estómago―, tú eres el hechizo del lobo.

La besó en la boca y lentamente con besos húmedos y como si siguiera un camino húmedo fue bajando por su cuello, hasta que llegó al par de montes que le hacían perder toda razón y cordura, mordió y succionó mientras ella gemía, continuó besando su piel hasta su omblígo, donde se entretuvo haciéndola reír y de pronto la giró para ponerla de lado y comenzar a besar las iníciales que ahora lucía en su piel.

―Alistair…

―Shh, cierra los ojos mi vida ―pidió acariciando aquel circulo―. Si esto es parte de ti, me gusta a mí.

Eso por primera vez la tranquilizó realmente y cerró los ojos para relajarse. Alistair colocó las manos sobre su cadera y se acomodó para su próxima incursión, puso los dedos sobre su monte de Venus y ella dio un respingo al sentir sus labios en esa parte tan íntima.

―No… por favor.

―Tranquila mi vida, sabes que te gustará y aunque no tengo moras ―ronroneó levantando la vista con una sonrisa capaz de derretir a cualquiera―, tengo algo mucho mejor ―afirmó lamiendo con toda devoción aquel lugar de su interior que se hinchaba como el mismo fruto, pero su sabor era mucho más delicioso.

Nessie comenzó a respirar entrecortadamente sintiendo como un nuevo corazón comenzaba a palpitar entre sus piernas, su placer aumentaba a cada segundo, incluso temblores recorrían su cuerpo hasta que de un minuto a otro, el éxtasis se apoderó de ella. Arqueó la espalda y cuando intentó retirarse, su animal favorito no se lo permitió, adoraba ver a su mujer en esa forma, libre y totalmente entregada a él.

Nessie abrió los ojos, conectaron y se profesaron todo el amor que se tenían. Alistair acabó la tortura subiendo nuevamente hasta ella, deseaba penetrarla, necesitaba hacerlo porque él mismo había estado a punto de perder el control. Y apenas entró, después de dos fuertes estocadas que fueron ayudadas por Nessie que lo sujetaba de los glúteos, se abandonó al placer mientras su bruja bebía sus gemidos sin dejar ni un segundo de mirarlo a los ojos.

―Dios, bruja, si no me matan los sustos que me haces pasar, me matará tu cuerpo.

―No soy Dios ―se mofó haciendo alusión a lo que él le decía siempre―. Soy Nessie.

Abrazados y desnudos pasaron la tarde, solo la piel que cubría a Nessie los cobijaba, ambos querían saborear aquel momento mágico entre ellos, era una tarde llena de amor, del amor que ella sentía por él, y del amor que él sentía por ella.

Alistair acariciaba su cabello pensando en la belleza de su mujer, que no era solo física, era su sonrisa, sus ojos y en la forma que estos se cerraban cuando él la besaba. Ella le daba vida y movía un musculo que solo creía que servía para palpitar.

―¡Dios mío! ―exclamó de pronto Nessie sentándose.

―No soy Dios, soy…

―¡No! No juegues ahora, ¡Bethia! ―prorrumpió―, ¡me olvidé de Bethia! ―se recriminó, y aunque no quería reconocerlo, él también estaba preocupado por la mujer de Cormac, así que con rapidez se levantó y la ayudó  a vestirse, sabía que no serviría de nada pedirle que se abrigara, o que primero fueran al castillo, pues ella de todas formar iría a la aldea.

Cuando terminó de vestirse, sin esperarlo comenzó a correr en dirección a la aldea, al llegar a la casa de Bethia se tranquilizó al escuchar la risa de los pequeños, eso solo podía significar una cosa. ¡Bethia estaba viva!

Tocó la puerta un par de veces, y un orgulloso padre salió a abrirle, al verla, lo primero que hizo fue abrazarla con mucho cariño.

―¡Nessie! ¡Estás bien! ―preguntó mientras la mecía entre sus brazos, ahora sí que su felicidad era completa, luego de unos minutos que permanecieron así, de reojo vio cómo su Laird lo miraba desde atrás con el ceño fruncido.

Antes de que alguno pudiera decir algo, el bebé lloró y fue Cormac el primero en soltarla y entrar a ver a su hija.

―¿Dónde está Bethia? ―preguntó Nessie asustada al no verla junto a la cunita de madera.

Acongojado y cabizbajo el highlander tragó saliva, miró a sus hijos y luego respondió:

―Está inconsciente, recibió un fuerte golpe en la cabeza.

―¡Dios mío, es mi culpa! ―tembló Nessie que ahora era abrazada por el pequeño Kendric.

―No, es la culpa del malnacido de Athol ―afirmó rotundo Alistair.

―Pero yo…

―Yo nada ―prosiguió Cormac dándole la mano para que viera a su tesoro. Y cuando lo vio, se llevó las manos a la boca de felicidad.

―¡Es hermosa! ¡La bebé más bonita que he visto en mi vida! ―susurró con cariño al ver a la criatura levantar sus manitos, y en un  gesto maternal, sin siquiera pensarlo, la cogió en sus brazos para besarle la cabecita―. Hola hermosa.

―Qué…qué gordita ―dijo Alistair alucinado viendo a su mujer con esa pequeña tan hermosa entre sus brazos―. Es…muy linda Cormac, felicitaciones hombre.

―Se llama Rouse ―respondió Craig saliendo de la habitación de Bethia con un paño húmedo entre las manos.

―¿Puedo entrar a verla?

―Claro qué puedes ―respondió Alistair siendo fulminado por los ojos de su mujer.

―¿Puedo Cormac? ―volvió a preguntar obviando a su esposo

Y cuando este le respondió afirmativamente, ella entró a ver su amiga, Bethia estaba con la cabeza vendada y era su madre la que la acompañaba.

―Yo…he, lo siento, lo siento tanto ―suspiró acongojada acercándose a la cama.

―Mi hija está bien ―respondió amable―, solo necesita descansar, cuando su cuerpo esté preparado, volverá a este mundo.

―¿Puedo acompañarla?

―Por supuesto, mi señora, creo que a mi hija nada le gustaría más que abrir los ojos y verla a su lado.

Con esas dulces palabras, de aquella anciana que estaba cansada, Nessie entendió que tenía que hacer algo por aquella familia, se levantó y salió hasta donde estaba su esposo admirando a Rouse, cosa que le dio una puntada en su corazón.

―Voy a quedarme acá hasta que Bethia despierte.

―¡No! ―exclamó demasiado fuerte haciendo que la pequeña Rouse diera un brinco y comenzara a llorar. Nessie sin preguntar nada, se acercó a la pequeña y la cogió entre sus brazos para con arrumacos hacerla callar.

―Alistair ―se acercó hipnotizándolo con la mirada como la bruja que él sabía que era―, este no es tu hogar, no puedes gritar, porque ella ―dijo señalándosela con los labios―, se asusta y una bebé tan pequeña lo que único que tiene que hacer es dormir, comer y…y bueno, ya sabes que más.

Él anonadado al ver a su mujer en esa tesitura negó con la cabeza.

―Cagar Alistair ―respondió seria, pero risas en ese momento estallaron por toda la casa.

―¡Sí! ―chilló Craig―. ¡Todo el día caga! ―aseguró el hermano y ahora sí que todos se pusieron a reír, relajando visiblemente el ambiente.

El Laird que no quería contradecir a su mujer, se acercó a ella y con cuidado de no dañar a Rouse la cogió por la cintura para susurrarle en los labios:

―Tú ganas bruja, pero si tú te quedas, yo también lo haré.

―¡No! Los pondrás incómodos ―Alistair levantó una ceja―. Bueno está bien, pero cambia esa cara que los niños te temen.

―¡Por supuesto! Soy “El Lobo” ―reconoció orgulloso de que aquellos críos solo lo miraran de reojo y con gran respeto.

―Aquí y ahora no.

―Todos me temen, menos tú ―respondió dolido y encaprichado con aquellas palabras que siempre quería escuchar.

―Alistair…

―Es verdad, bruja. Hazme feliz y dime que soy tu lobo.

Nessie puso los ojos en blancos, pero no podía enojarse con él, así qué se acercó y antes de irse a donde estaba su amiga susurró en su oído:

―Eres mi animal favorito en Escocia.

―Y en el mundo ―rectificó altivo.

―Y en el  mundo Alistair ―sonrío entrando.

La noche entera transcurrió sin novedad alguna, hasta que bien entrada la mañana Nessie decidió a pesar de la negativa de la anciana, poner a la pequeña al lado de su madre, ella creía que si sentía su contacto, sería un gran aliciente.

Los minutos pasaban y nada sucedía, hasta que mágicamente la bebé comenzó a llorar y al fin Bethia abrió los ojos.

Un grito proveniente de la habitación fue lo que alertó a los hombres que no tardaron ni un segundo en entrar. Cormac creyó que su corazón se le saldría del pecho al ver a su mujer despierta, rápidamente llegó hasta ellas y las cubrió con su enorme cuerpo.

Alistair, cansado por no haber dormido nada y desesperado por estar tanto tiempo sin Nessie, con premura la tomó para abrazarla y ella feliz y tranquila se lanzó a sus brazos para besarlo.

En ese hogar todo era algarabía, y Nessie decidió que era momento de abandonarlos, esa era su celebración, y ellos nada tenían que hacer ahí.

―Serás una excelente madre, y la más bonita de toda Escocia ―susurró besándole la frente mientras se marchaban de la mano.

―Ya han pasado tantos meses… ―suspiró entristecía―, que no creo que eso sea posible, Alistair.

―¡Eh! ―se detuvo para mirarla―. No digas eso, y si para que pronto tengamos que ver a uno de esos enanitos corriendo por el castillo tenemos que practicar más, comenzaremos desde ahora.

―¡Alistair…!