CAPITULO XII
Fanny entró en el teatro silencioso y solitario a aquellas horas, y alcanzó la puerta que daba a la platea. El interior estaba apenas iluminado, en penumbra, y reinaba un silencio absoluto.
Avanzó un par de pasos y se detuvo.
—¡Butch! —gritó.
La llamada rebotó en múltiples ecos, que se extinguieron gradualmente. Pero no hubo respuesta.
Aprensiva, Fanny dio unos cuantos pasos más. De pronto, percibió un ruidito a sus espaldas.
Quiso volverse, pero una mano puso algo blanco y húmedo ante su cara. Se debatió ferozmente y muy pronto se percató de que perdía las fuerzas, debido al narcótico de que estaba impregnado el pañuelo. Sin perder todo el sentido, notó que era arrastrada hacia el escenario.
Con ojos turbios, vio un gran cuenco y un poste. Le pareció que contemplaba aquellos tétricos objetos desde una enorme distancia, como si estuviese en otro mundo. Paradójicamente, no sentía ningún temor. Era como si todo le resultase indiferente.
Notó el frío contacto de la cadena que la sujetaba al poste. Luego, el atacante tapó su boca con una tira de esparadrapo. A continuación, sacó un frasquito del bolsillo, lo destapó y lo situó bajo la nariz de la joven.
Fanny se sintió revivir. Entonces pudo contemplar a su sabor el horrendo rostro que tenía frente a sí.
El monstruo sonrió horripilantemente. Fanny creyó que iba a desmayarse. Ahora, librada de los efectos del narcótico, se dio cuenta de que iba a morir quemada, como Madeline, como Gade, como Amy.
Sus ojos se dilataron en una muda pregunta: «¿Por qué?»
El asesino lo comprendió.
—Potter ha averiguado dónde están las esmeraldas. Si no me lo quiere decir, pondré en funcionamiento el mecanismo de ignición y el petróleo se inflamará —dijo.
Fanny movió la cabeza desesperadamente. «No, él no sabe nada», quería decir, pero el esparadrapo le impedía emitir el menor sonido.
—Sí, las tiene —insistió el monstruoso individuo—. Los dos llegaron a Tilton Priory segundos después que yo y me escondí, porque presentí que iban a tiro hecho. Lástima que aquel rayo me impidiese pegarle un tiro..., pero hoy no habrá tormenta que lo libre.
Zowan se marchó del escenario y saltó al patio de butacas. Fanny quedó a solas, entregada al horror más absoluto.
Sentíase absolutamente indefensa. ¿Cómo había podido caer en la trampa? Potter no tenía por qué saber que las esmeraldas estaban en el teatro, pero ella sí había creído al sujeto que se había hecho pasar por Butch, a través del teléfono. Y no se había imaginado que se trataba de un ardid, hasta ser atacada por Hugo.
Aquel hombre estaba loco. Las quemaduras sufridas en el accidente no habían afectado solamente a su cuerpo, sino también a su cerebro. «Loco, loco de remate...», pensó.
Las pocas luces que había encendidas se apagaron bruscamente.
Sobrevino la oscuridad. Fanny se dijo que no lo podría soportar. Su corazón estallaría en cualquier momento. El miedo llegaba ya en su ánimo a límites insoportables.
Potter llegaría pronto. Entonces, se encendería un reflector y ella quedaría iluminada, como había sucedido con Gale. Después, Hugo...
Repentinamente, notó algo a sus espaldas. Una jadeante respiración calentó sus manos.
—Silencio —susurró alguien—. No se mueva en absoluto.
Voy a quitarle las cadenas, pero es preciso evitar el menor ruido. No tema, soy amigo.
Fanny se sintió apoderada de un extraño vértigo. Aquel hombre no era Potter. Pero, entonces, ¿quién era?
Las cadenas resbalaron con gran lentitud a lo largo de su cuerpo. El desconocido murmuró:
—Cuando yo le diga, salte fuera, pero evite poner los pies en el petróleo. La descalzaré para evitar sonidos delatores, ¿entendido?
Fanny asintió. Las manos, muy rugosas, notó, le quitaron los zapatos. El hombre dijo:
—Salte a su derecha.
Ella obedeció. Casi en el mismo instante se encendió una luz en el escenario.
Alguien lanzó un rugido de rabia infinita. Fanny, aterrada, intentó huir, pero tropezó con algo y cayó cuan larga era.
Entonces presenció una escena inenarrable.
Dos hombres se enzarzaron en una feroz pelea, cuerpo a cuerpo. Fanny creía soñar.
Los dos hombres eran absolutamente iguales. La muchacha pensó que parecían gemelos, pero no era posible que ambos hubiesen sufrido las mismas quemaduras en el rostro.
¿Había dos Hugo Zowan?
Repentinamente, oyó una voz conocida:
—¡Fanny!
La muchacha, todavía caída, se volvió.
—¡Butch! —sollozó—. ¡Estoy aquí!
Potter corrió unos cuantos pasos, pero, de repente, se detuvo, no menos asombrado que Fanny. Aquellos dos hombres, ¿cómo podían ser tan parecidos en su monstruosa fealdad?
De repente, lo comprendió todo. Uno de ellos no era Hugo.
La pelea continuaba con singular ferocidad. De súbito, cuando Potter saltaba ya al escenario, uno de los contendientes consiguió derribar a su adversario, que cayó de espaldas poco menos que inconsciente.
Potter no tenía ganas de que continuase la pelea, sino que ansiaba solucionar el enigma, y ello sólo lo podría conseguir inutilizando a los dos contendientes. El otro se volvió hacia él, pero Potter se anticipó y le golpeó en el pecho, lanzándolo contra el recipiente lleno de petróleo.
El hombre cayó de espaldas y el petróleo saltó a chorros. Sin embargo, no había perdido el conocimiento y se sentó en el interior del cuenco. Ebrio de ira, sacó una pistola.
—¡No lo haga! —gritó el joven, a la vez que se tiraba a un lado.
La pistola emitió un estampido. Inmediatamente surgió una terrible llamarada, inflamado el petróleo por el fogonazo del disparo.
El hombre aulló horriblemente. Convertido en una antorcha viviente, se puso en pie.
El dolor de las quemaduras le hizo llevarse las manos a la cara y arrancarse algo.
Entonces, su rostro auténtico quedó al descubierto.
—¡Irvine! —exclamó Potter, atónito.
Los gritos del sujeto eran horripilantes. Pero había otro peligro: gran parte del petróleo inflamado se había extendido por la tablazón del escenario y el incendio resultaba inevitable.
Irvine cayó al suelo, consumiéndose vivo, en medio de gritos desgarradores. Potter corrió hacia Fanny, que parecía incapaz de reaccionar y la levantó en brazos. Entonces vio que estaba bloqueada la salida por las llamas.
Algunas bambalinas ardían ya. El calor era cada vez más intenso.
Entonces, inesperadamente, el otro hombre se acercó a ellos y movió una mano.
—Síganme, yo les sacaré sin daño —dijo.
Potter le miró un instante.
—Hugo, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces... todo lo hizo él. —Señaló con la cabeza el montón de carne ennegrecida en la que ya no se apreciaba el menor movimiento.
—El lo hizo —confirmó Zowan—. Y yo tengo las esmeraldas..., pero, por favor, no perdamos más tiempo o nos abrasaremos también.
* * *
El sargento Grobbs se marchó, después de haber conversado largamente con todos los presentes. Potter sirvió otra ronda de bebidas.
—Y bien, Hugo —dijo al cabo—. Creo que ha omitido algunas explicaciones. ¿Por qué no nos las da a nosotros?
Zowan asintió, con la mano en la cintura de Lisa.
—Es cierto que Madeline quiso vengarse de mí, porque yo había preferido a Gale.
Gale no pudo soportar mi fealdad y no se lo reprocho, pero tanto ella como su hermana y la escritora conocían el asunto de las esmeraldas y, según parece, quisieron sacar tajada del botín.
»Irvine no estaba dispuesto a compartir esa fortuna con nadie y por eso simuló el fracaso que concluyó con la muerte de Madeline y la de Trew, al mismo tiempo. Por lo visto, convenció a Amy para que asesinara a Trew, con la promesa de mayor participación en el botín.
—Y luego, claro, eliminó a las otras dos competidoras —dijo el joven.
—Tenía que hacerlo. Aunque presumiera de lo contrario, lo cierto es que sus números estaban ya muy vistos y, puesto que le faltaba yo, no podía renovar el repertorio. Ya sólo le faltaban tres actuaciones para cumplir su contrato con el Turnwall, y no podría seguir, puesto que el empresario no iba a volver a contratarle.
Tendría que actuar en escenarios de ínfima categoría y ello le resultaba insoportable.
—Con el cuarto de millón, más las cincuenta mil libras de Fanny, podría haberse retirado sin problemas económicos, ni mengua de su dignidad, ¿no es así?
—En efecto. Sin embargo, nunca consiguió encontrar las esmeraldas, que fueron dejadas primero en Tilton Priory y luego trasladadas al teatro. Por Gale, aunque parezca sorprendente.
—Es extraño que no intentase venderlas —observó Potter.
—Sabía que Irvine abandonaría el teatro dentro de pocos días. Entonces, volvería a recogerlas, pero la muerte de Madeline varió un tanto sus planes y las dejó en el mismo sitio.
—¿Puedo saber cuál era el escondite? —preguntó el joven.
—Demasiado vulgar: la cisterna de uno de los inodoros. Y también encontré un paquetito con muchos billetes, cincuenta mil libras en total —concluyó Zowan, con la vista fija en Fanny.
—Bien, Hugo, eso ya está aclarado. Pero las esmeraldas tienen una procedencia ilegal.
Alguien se las pedirá.
—Y como yo las he encontrado y las voy a devolver, cobraré una sustanciosa prima, que servirá para mi operación de cirugía estética.
—Estupendo —sonrió Potter—. Nunca imaginé que Irvine se disfrazase como usted.
Todos creíamos que era usted el culpable, Hugo.
—En medio de todo, es preciso reconocer que era un artista. Cambiaba de aspecto en numerosas ocasiones, a fin de dar amenidad a su actuación.
—Sí, pero había trucos. Porque no irá a decirme que Madeline «ardía» todas las noches.
—Oh, era un truco muy sencillo. En primer lugar, el líquido que salía de la lata «olía» a petróleo, pero era agua coloreada. De los bordes del cuenco salían unos orificios de unos conductos de gas, que se prendían fuego por contactos eléctricos. Las llamas no tocaban nunca a Madeline, salvo la noche en que Irvine echó petróleo auténtico en el cuenco.
—¿Qué me dice de los coches que incendió, uno de ellos con Amy en su interior?
—Utilizó el mismo procedimiento, aunque añadió magnesio a la mezcla combustible, que se inflamaba por una simple chispa eléctrica. Quería que todo pareciese una venganza mía.
Zowan meneó la cabeza.
—Ahora me siento mucho mejor, pero hasta estos momentos me pareció que había hecho un viaje al centro de! infierno.
—Tu vida ha sido un infierno estos tiempos, pero cambiará sustancialmente dentro de muy poco —aseguró Lisa.
—Me parece que tu vida y la vía también van a cambiar muy pronto —dijo Potter, cuando Zowan y Lisa les hubieron dejado solos.
Fanny sonrió.
—¿Estás seguro?
—Creo haber pedido tu mano. ¿O lo he soñado?
Fanny se arrojó en sus brazos.
—No lo has soñado, querido —respondió.
* * *
Dormían profundamente, abrazados y muy juntos, cuando sonó una serie de timbrazos en la puerta. Fanny dijo algo entre sueños. Potter, maldiciendo en voz baja, saltó de la cama, se puso la bata y fue a abrir, tratando de despejarse por el camino.
El visitante era un hombre algo mayor que él, atractivo y de expresión sonriente y amistosa.
—Hola, Butch —saludó—. Soy el primo George. ¿Cómo estás?
Potter se quedó con la boca abierta.
—E..., el hijo de tía Georgina...
—Exacto. He aparecido al fin.
Potter se palmeó la mejilla.
—Menuda complicación. Pasa, pasa, George... Se te dio oficialmente por muerto...
—Lo sé. Por eso he venido a verte.
—Dispensa. Acabo de despertarme. Te haré un poco de café.
—No es necesario, Butch —cortó el visitante—. Hablaremos extensamente en otro momento, aunque debes saber que ya he estado con mis abogados.
—La herencia es tuya —dijo Potter.
George asintió.
—Lo sé. Pero tú heredaste sólo porque no habían noticias mías y se me dio por muerto. Ahora, al regresar, entrará en vigor el primer testamento. Mamá te dejaba una manda de importancia, ¿lo recuerdas?
—Si, pero..., ¿qué pasará con lo que he gastado?
—Oh, eso no tiene importancia. No pienso reclamártelo... Además, me iré pronto del país otra vez. Me gustaría que fueses mi administrador.
—Bueno...
Fanny apareció en aquel momento, cubierta con una bata y con los ojos cargados de sueño.
—Butch, cariño, ¿quién es ese pelmazo?
—El primo George. Acaba de resucitar. George, te presento a la señora Potter.
—Es guapa —dijo el «resucitado»—. Te felicito, os felicito a los dos.
—Gracias —contestó Potter—. Oye, primo, ¿dónde diablos has estado todos estos años?
George sonrió.
—En el centro del infierno —contestó.
Potter parpadeó. Sabía vagamente que George pertenecía a los servicios secretos. Debían de haberle encargado una misión de tanta importancia que había permitido que se le declarase por muerto oficialmente.
Sin saber por qué, pensó en Hugo.
—Pero has salido del infierno —dijo.
—Por suerte, Butch. Volveremos a vernos. Prima Fanny, encantado de conocerte.
Potter y su esposa, quedaron a solas. Ella parecía muy — perpleja.
—Entonces, George reclama tu herencia.
—¿Lo lamentas?
—¿Te acogerás otra vez al subsidio de paro? —preguntó ella, maliciosa. Le abrazó apasionadamente—. Oh, no me importa en absoluto, cariño. Además, he oído lo que te decía. Lo importante es tenerte a ti, amor mío. —Le besó cálidamente y agregó—: A tu lado, me siento... en el centro del cielo.
F I N