CAPITULO IV
Había una hermosa joven atada a un poste, sobre una plataforma ahuecada y algo elevada sobre las tablas del escenario. La muchacha no podía gritar, debido a la mordaza de tela adhesiva que cubría su boca por completo.
—¡Es Gale! —chilló Fanny.
Potter respingó. Gale estaba apenas vestida y su cuerpo quedaba rodeado por una delgada cadena de acero, de varias vueltas. Sus manos estaban atadas por detrás del poste, de modo que no podía hacer apenas movimientos.
Pero en sus ojos se advertía un horror indescriptible. Potter concluyó su exploración visual, al ver el cuenco rebosante de petróleo.
—¡No! —gritó, a la vez que se lanzaba hacia adelante.
En aquel momento, sonó una demencial carcajada, cuyos ecos resonaron por el vacío teatro. Apenas había dado tres o cuatro pasos, Potter vio que el petróleo se encendía con infernales llamaradas.
Gale se retorció convulsivamente, víctima de los espantosos dolores que le producían las quemaduras. Potter se detuvo un instante, pero luego continuó su carrera. En el escenario, al otro lado de las bambalinas, habría extintores.
—¡Fanny! —gritó—. Busque un teléfono. Llame a los bomberos.
La joven, aunque aturdida, echó a correr. Potter apoyó las dos manos en el borde del escenario y se izó de un salto. El olor a carne quemada resultaba ya insoportable.
Bruscamente, oyó un agudísimo chillido.
Era Fanny.
Potter comprendió que ya no podría hacer nada por la desgraciada que estaba atada al poste. Saltó de nuevo al patio de butacas y corrió en dirección opuesta. Al llegar al pasillo, vio a Fanny tendida en el suelo, con la cara oculta en las manos.
—¡Fanny!
El cuerpo de la joven estaba sacudido por violentos estremecimientos.
—Hugo... Era Hugo... —dijo entrecortadamente.
Potter comprobó con rapidez que Fanny no había sufrido otros daños que un tremendo susto y, después de darle un par de palmadas de ánimo, se lanzó en busca de un teléfono.
Un minuto más tarde, volvía al escenario, con un extintor en la mano.
Amargamente, comprobó que sus esfuerzos serían ya innecesarios. Gale Vinson había quedado reducida a una masa de carne ennegrecida e irreconocible, de la que se desprendía un espantoso hedor.
* * *
Una joven policía entró y ofreció sendas tazas de té a Potter y a Fanny. El sargento Grobbs atacó su pipa, la encendió, lanzó un par de bocanadas de humo y luego miró sucesivamente a la pareja que estaba al otro lado de su mesa.
—De modo que fue su amiga quien la llamó, señorita King —dijo al cabo.
—Sí, sargento —contestó Fanny, todavía estremecida por el recuerdo de las horribles imágenes que había presenciado apenas una hora antes.
—¿Está segura de que era ella?
—Claro que sí. Dijo su nombre...
¿Reconoció la voz?
Fanny dudó.
—Bueno, la verdad es que no habíamos hablado muchas veces por teléfono. A mí me pareció que era ella.
—Pero no puede confirmarlo de un modo absoluto.
Potter levantó una mano.
—Sargento, por favor —rogó—. La señorita está muy afectada por lo ocurrido. ¿No podría dejar el interrogatorio para otro momento?
—Lo siento —respondió Grobbs—. Las cosas se han complicado súbitamente en pocas horas y ya es el segundo asesinato que se perpetra por un mismo método.
—No se preocupe, Butch —dijo Fanny—. Puedo contestar a todas las preguntas que me haga el sargento.
—Gracias, señorita. Quedamos en que no puede garantizar que fuese la propia Gale quien la citó en el Carpathia.
—No se me ocurrió que pudiera ser otra persona.
—O tal vez si fue ella, es decir, la propia Gale, que no sospechaba que iba a acabar de tan trágica manera —intervino Potter.
—Muy posible —convino el policía—. ¿Le dio algún motivo para la cita?
Fanny dudó otra vez. Potter la tocó suavemente en el hombro.
—No tiene nada que ocultar ni debe sentir vergüenza por el engaño de que fue objeto —dijo.
—¿Engaño? —repitió Grobbs.
—El difunto señor Trew debía cincuenta mil libras a la señorita King, que ella le había prestado para inversiones, debido a su amistad con Gale Vinson —intervino Potter—. Comprenderá que Fanny tuviese interés en recobrar ese dinero, máxime cuando Trew estaba dándole largas al asunto de la devolución. Aunque Gale no adujo motivos, es de suponer que quisiera tratar con ella del préstamo hecho a Trew.
—Muy interesante —comentó Grobbs—. Pero eso también la convierte en sospechosa del asesinato de Trew.
—No lo hice yo —protestó Fanny enérgicamente.
—Sargento, ¿no irá a pensar que ella...?
Grobbs alzó la mano para interrumpir al joven.
—Sigamos con la muerte de Gale Vinson —dijo—. Más tarde, hablaremos de Trew.
—Le hemos dicho ya todo lo que sabemos, excepto una cosa: Fanny vio a Hugo Zowan cuando huía del Carpathia —exclamó Potter.
—No me hizo daño, pero me atropelló, tirándome al suelo. Recibí un susto de muerte, créame, sargento —dijo la joven.
—De modo que era Zowan, el ayudante de Irvine, que resultó horriblemente quemado hace años.
—Sí, el mismo —confirmó Potter quien, sin embargo, omitió mencionar su anterior encuentro con el sujeto mencionado.
—¿Sospecharon alguno de los dos que Gale podía ser asesinada?
—No, en absoluto, sargento. Lo primero que vimos, después de asomar al patio de butacas, fue a Gale atada al poste. Luego se encendió un proyector y, casi en el acto, se inflamó el petróleo. Yo quise correr en auxilio de Gale, pero Fanny chilló y me asusté pensando que podía pasarle algo. Estaba junto al escenario y tuve que retroceder. El resto ya lo sabe usted, sargento.
—Me gustaría saberlo, que no es lo mismo —se lamentó Grobbs—, Está bien, pueden marcharse. Les llamaré si necesito algo de ustedes.
—Estaremos a su disposición —contestó Potter.
Agarró el brazo de Fanny y la ayudó a ponerse en pie. Momentos después, estaban en la calle.
—La acompañaré a su casa —dijo él.
—Me encerraré con siete llaves —se estremeció Fanny—. Luego tomaré sedantes. De lo contrario, no podría dormir.
—No abuse de los hipnóticos —aconsejó Potter, a la vez que abría la portezuela del coche.
El vehículo se puso en movimiento. Minutos después, Potter dijo:
—Nos siguen, Fanny.
Ella sufrió una sacudida.
—¿Seguro?
—Claro. Ya lo dijo Grobbs: ahora es usted también sospechosa. Querrá estar informado de todos sus pasos.
—Butch, yo no...
Potter palmeó suavemente su rodilla con la mano izquierda.
—Tranquila, muchacha; yo no creo que usted matase a Trew. Pero no se preocupe; haga su vida normal y no tema a ser seguida por unos policías sobre todo, si tiene la conciencia limpia.
—De eso puede estar seguro —respondió ella—. Y también lo puede estar de que toda mi vida lamentaré haber entrado en contacto con un tipo como Trew.
—El tiempo pasará y usted acabará por olvidarlo —filosofó el joven.
Volvió a mirar por el retrovisor. Sí, allí estaba el coche perseguidor. Pero como sólo sospechaban de Fanny, se dijo que él podría moverse con entera libertad.
Y uno de los lugares al que pensaba acudir, aquel mismo día, sin demora, era al Elefante Blanco.
* * *
Había tipos de todas las cataduras en el pub, al que llegó Potter alrededor de las nueve de la noche. La atmósfera estaba azulada a causa de la abundancia de tabaco. Una jamaicana, de piel canela, pelo crespo y labios pulposos le pidió un cigarrillo.
—Claro —sonrió el joven.
Le ofreció su pitillera, pero la jamaicana rechazó el ofrecimiento con gesto despectivo.
—Yo quería algo mejor —dijo.
—Lo siento, no me gusta... lo que te gusta a ti.
—A lo mejor te gustan los hombres —se burló la jamaicana.
—¿Por qué no? —Potter alargó el brazo y la apartó a un lado, acercándose a la barra a continuación.
La barman le sirvió cerveza. Otra mujer se le acercó a los pocos instantes.
—Has hecho bien en alejarte de Mellie —dijo—. Es una viciosa.
Potter la miró. La otra era rubia, de contornos opulentos y el escote le llegaba al estómago. Bajo la blusa, los senos, pesados, se bamboleaban al menor movimiento.
—De modo que se llama Mellie —sonrió.
—Olvídala. Yo soy Berta.
—Me llamo Butch. Berta, ¿quieres una copa?
La rubia agitó una mano y la copa apareció sobre el mostrador casi como por arte de magia.
—A tu salud, Butch.
—Gracias, encanto. Oye, por casualidad, ¿conoces a una tal Gale Vinson?
Berta le miró desconfiadamente.
—Creí que querías «ligar» conmigo —dijo.
—¿Qué te hizo suponer tal cosa? — sonrió el joven.
—Me parece que soy demasiado optimista al calificar a las personas. No sé nada de Gale, ni me importa.
—Aguarda —dijo él, viendo que Berta se disponía a dejarle plantado—. ¿Quieres ganarte diez libras?
Berta sonrió instantáneamente.
—Hay reservados en el piso superior, pero si quieres más tranquilidad, podemos ir a mi casa; está sólo un par de manzanas.
—¿Qué sabes de Gale Vinson?
—Y dale —se quejó la rubia—. ¿Por qué esa obsesión?
Potter levantó la mano.
—¿Qué debo? —preguntó a la camarera.
Berta emitió un bufido y se marchó. Potter pagó las consumiciones y encendió un cigarrillo.
Esperó unos momentos. Luego, cuando vio que la camarera quedaba un tanto despejada de trabajo, hizo un gesto con la mano.
La mujer acudió. Potter alargó disimuladamente dos billetes de una libra.
—¿Quién puede dar detalles de Gale Vinson? —preguntó—. Solía acudir aquí.
Los billetes desaparecieron en el acto.
—Tal vez, Amy Horton —contestó la barman —. Eran muy amigas, aunque no ha venido esta noche. Gale tampoco y me extraña, porque no suele ser tan olvidadiza. Tiene mucho éxito, ¿sabe?
—Sí, me lo imagino. —La noticia de la muerte de Gale no había llegado todavía a aquel antro—. Bien, ¿dónde vive Amy?
Ella se lo dijo. Potter echó a andar inmediatamente hacia la puerta.
—Bueno, para no ser del oficio, no lo estoy haciendo tan mal —se dijo.
* * *
Amy Horton era una joven alta, espigada, de cuerpo flexible y cabellos cortos y negros, lo mismo que sus ojos. Después de abrir la puerta, contempló al joven llena de curiosidad.
—Me envía Mary, la barman del Elefante Blanco —dijo él—. Soy Butch Potter y tengo entendido que era usted muy amiga de Gale Vinson.
—Bueno, hasta cierto punto. ¿Qué quiere de mí, señor Potter?
—¿No me permite entrar?
Amy sonrió y se echó a un lado.
—Disculpe —murmuró—. ¿Quiere tomar algo?
Potter hizo un gesto negativo. Luego, con gran asombro, descubrió que el apartamento de la joven, aun no siendo precisamente una vivienda de gran lujo, estaba decorado con exquisito gusto y que no había en él un solo detalle que desentonase del conjunto.
—Tiene una bonita casa —elogió.
—No puedo quejarme —sonrió Amy—. Me gusta vivir bien y no recibir sobresaltos cada vez que miro a mí alrededor con una decoración excesivamente avanzada. Pero supongo que no ha venido aquí para hablar de cosas del hogar.
—No, claro. Es que me pareció... Bueno, usted va con frecuencia al Elefante Blanco.
Amy sonrió.
—A ese pub y a otros muchos por el estilo —contestó—. Tengo un buen empleo, pero mi ambición es la de ser escritora. Por ello, en ocasiones, hago un poco de vida nocturna, para captar por mí misma ciertos ambientes. Y no sólo conozco a Gale, sino a otras muchas de su profesión.
—Ah, Gale era...
—Bien, yo la he visto irse con algún cliente en más de una ocasión. ¿Le importa que encienda un cigarrillo, señor Potter?
—Oh, perdone, debí habérselo ofrecido yo.
Después de expulsar una bocanada de humo, Amy preguntó:
—Y bien, ¿qué quiere de mí acerca de Gale, señor Potter?
—En primer lugar, y antes de seguir adelante, debe saber que Gale ha sido asesinada hoy —dijo el joven muy serio.