CAPITULO VII
Fanny terminó de detener el coche. Amy cruzaba la acera en aquel instante y se disponía a subir al suyo, parado a unos treinta pasos del lugar en que se habían detenido los dos jóvenes. Potter fue a abrir la portezuela, pero el estruendoso sirenazo de un camión pesado le hizo detener el gesto.
—Aprisa, por tu lado —exclamó, empujando a Fanny, para que saltase a la acera.
El camión llegaba muy lento y Amy se les escaparía, si no se daban prisa. Pero cuando saltaron a la acera, Amy ya estaba tras el volante de su coche.
Potter dio un salto hacia adelante, a la vez que agitaba una mano para llamar la atención de la escritora. Ella le vio y, en lugar de hacerle caso, hizo girar la llave de contacto.
En el mismo instante, un atroz chorro de llamas surgió del cuadro de instrumentos y le dio de lleno en el rostro.
Fanny lanzó un agudo chillido. Amy se incorporó convulsivamente, con el pelo en llamas y el vestido completamente incendiado. El instinto la hizo abrir las portezuelas, pero más chorros de fuego surgieron de otros puntos del coche y la envolvieron por completo en sus ardientes lenguas.
Los gritos de Amy eran horripilantes. Convertida en una masa llameante, consiguió saltar a la acera, en medio del espanto y el horror de los circunstantes. Amy caminó media docena de pasos, convertida en una antorcha humana, y después de unos cuantos traspiés cayó al suelo.
Un resuelto ciudadano agarró el extintor de su automóvil y trató de apagar el fuego que devoraba a la joven, quien se retorcía espantosamente en el suelo, presa de atroces dolores. Pero, en el mismo instante, el tanque de gasolina de su coche explotó fragorosamente y la gente se dispersó espantada en todas direcciones.
Fanny había dado media vuelta y se apoyaba en su coche, para no caer al suelo. Potter contempló el horrible espectáculo unos momentos y muy pronto advirtió que los movimientos de Amy habían cesado ya. Ahora era sólo una cosa negra que se consumía inexorablemente, despidiendo un horrible olor a carne abrasada.
Por un instante, se preguntó cómo se había producido el suceso. Pero no era el momento de buscar explicaciones, que tampoco iba a conseguir por sí mismo. Agarró a Fanny por un brazo, abrió la portezuela y la empujó al interior del coche.
—Al otro lado —ordenó—. Yo conduciré.
Ella asintió en silencio, cubriéndose todavía la cara con las manos. Cuando accionaba la llave de contacto, Potter vio un par de policemen que acudían a la carrera al lugar donde había ardido viva una mujer.
* * *
Potter hizo café, muy cargado, añadió unas gotas de coñac y entregó la taza a Fanny.
Ella bebió la infusión en silencio y luego elevó la vista hacia el joven.
—Butch, ¿qué pasa? ¿Por qué esas horribles muertes? —exclamó.
Potter hizo un gesto con la cabeza.
—No lo sé —contestó—. Por un lado, pienso, como tú, que pueden estar relacionadas con el asesinato de Trew. Por otro, pienso en una venganza de Hugo.
—¿Lo crees así?
—Madeline, despechada, manipuló en los aparatos y Hugo resultó con gravísimas quemaduras, que le convirtieron en un monstruo. Madeline ha muerto al cabo del tiempo, pero tal vez Hugo piense que otros tuvieron también parte en su tragedia.
—¿Gale y Amy quieres decir?
—Sí. De Gale sabemos que lo rechazó, a pesar de que hizo esfuerzos por aceptarle.
Incluso se fue a la cama con él, pero cuando Hugo la besó, ella no pudo dominar su repugnancia y vomitó.
—Debe de haberse convertido en un verdadero monstruo.
—Tú le viste también, como yo.
—Sí, pero muy fugazmente. Lo que vi fue una cara desfigurada, aunque no pude captar apenas detalles. Sin embargo. ¿Qué tiene que ver Amy con todo esto? ¿Ha muerto solamente por la amistad que tenía con Gale?
—Parece probable, ¿no crees?
Fanny, algo más repuesta, hizo un gesto de duda.
—Tiene que haber algo más —repuso—. Pero no se me ocurre nada.
—Sí, había una relación entre ellas, como lo demuestra el mensaje que dejó escrito en la pared. Amy debió de ir al apartamento en más de una ocasión. Gale lo sabía y por eso le dejó el mensaje. Para mí, la solución está en Tilton Priory, aunque opino que antes debería hablar con Irvine —contestó el joven.
—¿Lo crees necesario?
—Más que necesario, imprescindible.
—Pero no sabes dónde vive.
—Iré al Turnwall. Es el teatro en que actuaba, recuérdalo. Allí encontraré a alguien que me indique su domicilio.
—El personal del teatro no es muy aficionado a dar informaciones sobre el domicilio de los artistas —objetó Fanny.
Potter sonrió.
—Una buena propina convence al más reacio —contestó—. Bien, puedes quedarte en mi casa. Considérala como tuya y si tienes sueño, busca uno de mis pijamas. Ya sabes dónde está la cocina y el frigorífico: es todo lo que necesitas. Pero no abras a nadie.
—¿Qué pasará si te llaman por teléfono?
—Di que he emigrado al continente en busca de trabajo.
Potter se encaminó hacia la puerta. Fanny, desconcertada, miró a su alrededor, contemplando con curiosidad el lujoso interior del apartamento.
—¡Butch! —llamó de pronto.
El joven estaba ya junto a la puerta y se volvió.
—¿Si?
—Oye... Tú estás sin trabajo.
—En efecto.
—Acogido al subsidio de desempleo.
—Exacto.
—¿Puedes mantener estos lujos con el poco dinero que te pagan por estar parado?
Potter sonrió maliciosamente.
—Te lo explicaré con más detalle en otro momento —respondió—. Ahora procura relajarte y trata de olvidar lo que has visto.
—Será difícil —se quejó ella.
—Tienes que intentarlo, aunque te aconsejo no lo consigas a base de bebidas —se despidió él.
Al quedarse sola, Fany se levantó y dio un paseo por la sala. Potter, se dijo, podía estar sin trabajo, pero no vivía precisamente del subsidio de paro. Tal vez era un alto ejecutivo que había perdido su empleo recientemente. Habría hecho algunos ahorros y vivía de ellos, en espera de mejores tiempos. El apartamento indicaba un alto nivel de vida, que no se conseguía precisamente con un oscuro puesto en alguna oficina.
Pero ya lo sabría más adelante, ahora no era motivo de preocupación; había otras cosas que la afligían infinitamente más. Y confió en que el joven pudiera liberarla de los graves conflictos en que se hallaba, solamente por haber hecho caso a una amiga, ahora infortunada y horriblemente muerta.
El conserje del teatro meneó la cabeza cuando oyó la pregunta que le hacía Potter.
—No conseguirá nada —dijo—. Sé que ha rechazado toda clase de visitas, empezando por los periodistas. El señor Irvine quedó muy afectado por aquel trágico suceso y se ha retirado momentáneamente de la escena.
— Lo siento tantísimo —contestó Potter—, Pero, de todas formas, quizá a mí me reciba.
Enseñó dos billetes de cinco libras. Receloso, el conserje miró a derecha e izquierda antes de apoderarse del dinero.
—Se lo diré, aunque lo tenemos prohibido. Gracias por la propina, señor, y ojalá no haga el viaje en balde.
—Vamos —sonrió el joven—. Suéltelo ya de una vez.
Momentos después, tenía la dirección de Irvine. Iba a abandonar el teatro, cuando, de pronto, recordó algo.
—¿Sabe también dónde vive Hugo Zowan?
—¿El ayudante que se quemó? No, lo siento de veras, y no se lo digo para que me dé más dinero. Fue al hospital, estuvo allí una temporada y ya no volvió más por su casa.
—Pero usted conoce su dirección...
—Sí, aunque será inútil. Sé que alquilaron el apartamento; ahora viven en él un matrimonio con tres hijos. Lo único que hice yo fue ir a su casa, recoger algunas ropas, que puse en su maleta; luego avisé de que Hugo dejaba libre la casa y volví aquí. El vino dos días más tarde y se llevó la maleta, de esto hace ya casi un año y no he vuelto a verle ni a saber nada más de él.
—Gracias —se despidió el joven.
Con la dirección de Irvine en el bolsillo, volvió a su coche y arrancó de nuevo. El famoso prestidigitador vivía lejos, casi en las afueras de Londres y tardó una hora en llegar a su casa, cuando ya era de noche cerrada.
Desde el coche, Potter contempló la casa, un edificio aislado de dos plantas, sumido en la oscuridad por completo, a excepción de una ventana iluminada en el piso inferior.
Se preguntó qué excusa daría para conseguir que Irvine 1e recibiera.
Al cabo de unos momentos, se apeó y caminó hacia el edificio a través de un sendero de losas, cuyos intersticio nacía el césped. La puerta estaba protegida por una marquesina en voladizo. Las lámparas exteriores permanecían apagadas.
Sin embargo, llegaba luz suficiente de la calle para ver e botón de llamada, que oprimió en el acto. En el interior se oyó el tañido de una campanilla.
Momentos después, percibió pasos. Un sujeto alto, estira do, de rostro pétreo, apareció ante sus ojos.
—¿Qué desea? —preguntó.
—Me llamo Frank Potter. Por favor, anúncieme al señor Irvine.
—Lo siento, señor. El señor Irvine no recibe visitas. Buenas noches, señor.
—¡Espere! —gritó el joven, decepcionado al ver que el estirado mayordomo iba a darle con la puerta en las narices—, Dígale que vengo de... de parte de Amy Horton. Era una idea. Si Irvine «picaba», significaría que tenía algo que ver con la escritora muerta. Y si no... «Asaltaré la casa por una ventana», se prometió a sí mismo.
—Tenga la bondad de aguardar, señor —dijo el mayordomo.
Pero no le invitó a pasar, sino que cerró la puerta, aunque sí encendió las dos lámparas que había a ambos lados de la entrada. Potter empezó a pensar en que al fin había conseguido sus propósitos.
Transcurrió un minuto. El mayordomo volvió a hacerse visible.
—Tenga la bondad de seguirme, señor; el señor Irvine le recibirá dentro de unos instantes.
—Gracias.
Potter fue conducido a una sala biblioteca, lujosamente decorada, y dejado solo en ella.
—Aguarde aquí, por favor —se despidió el mayordomo.
Potter lo vio cuando ponía la mano izquierda sobre el picaporte, para cerrar la puerta.
Algo brillaba refulgentemente en su dedo anular. «Menudo pedrusco», se dijo, pensando que debía de estar muy bien pagado para permitirse lujos semejantes.
Claro que también podía tratarse de bisutería, supuso, mientras encendía un cigarrillo para entretener la espera.