CAPITULO XII

 

Betty corrió en ayuda de Ceres y entre las dos mujeres, la llevaron a la cama. Long estaba en un rincón, con las manos en alto.

—Una segunda pierna artificial —dijo el joven.

—Sí —admitió Sharmaine, sin pestañear—. Era posible que encontrasen a Hobbs algún día.

—Entonces, el esqueleto que encontramos en Devil's Stone era el de su secretario y no el suyo —exclamó Bonnie.

—Justamente, señorita. Tenía que desaparecer; eran unos momentos muy críticos para mí.

—Y durante todos estos años, ha fingido su muerte...

—Llegué a pensar que encontrarían el in pace mucho antes, lo cual me hubiera beneficiado enormemente. Pero no, tuvieron que pasar nada menos que diez años, antes de que unos excursionistas curiosos metieran las narices en la tumba de Hobbs. Eso me declaró definitivamente muerto y entonces pude subir a la superficie —declaró Sharmaine con toda desenvoltura.

Bonnie le miró horrorizada. Le parecía un monstruo de maldad.

—Le cortó la pierna al pobre Hobbs...

—Pero después de muerto, señorita —puntualizó el asesino—. ¿Saben?, en mi juventud estudié medicina. Casi llegué a obtener el título. Pero vino la maldita guerra y, en un vuelo, un casco de metralla me destrozó el muslo. Estuve a punto de morir antes de aterrizar, aunque, por fortuna, pude salvar el pellejo, aunque, claro está, a costa de la pierna izquierda.

—Y esos conocimientos de medicina son los que le permitieron decapitar limpiamente a Hazel Mallory —dijo Miller.

—Sí.

—A Claire Raidler la mató de la manera más sádica que uno pueda imaginar.

—Fue muy divertido —rió el asesino—. Claro que yo no suponía que el expreso de Edimburgo iba a pasar tan oportunamente, pero ello aumentó más todavía la diversión, ¿no les parece?

—Fue muy divertido —rió el asesino—. Claro que yo.

—A Mallory le preparó un baño con ácido.

—Oh, se había vuelto insoportable en los últimos tiempos. El mismo fue quien me pidió que eliminase a su esposa. Hazel quería volver a su lado. Le complací, claro.

—Entonces, él sabía...

—Sí. Llegó a adivinar que Hobbs había ocupado mi puesto, mucho antes de que ustedes descubrieran sus restos, y trató de meter mano al dinero que yo tengo guardado. Durante una temporada, le di largas... hasta que, al fin, ustedes encontraron al pobre Hobbs. Claire lo adivinó también y se dio cuenta de quién era en realidad el sirviente de Mallory.

—Había que cerrar unas bocas que podían comprometerle —adivinó el joven.

—No tenía otro remedio.

—Dígame, ¿por qué emparedó a Ceres?

Sharmaine lanzó una mirada de desprecio hacia la artista, que yacía silenciosa en el lecho.

—Era como todos los demás: codiciosa, charlatana... Nos habíamos conocido diez años antes. Mallory, por su participación en el Black Castle, se fue de la lengua, un día en que había tomado unas copas de más. Ceres trató de extorsionarme. Yo le dije que viniera a reunirse conmigo en Skanner Hall.

—Y se la llevó a Devil's Stone.

—Esta vez, el emparedamiento iba a ser auténtico. Lástima que ustedes hayan llegado tan intempestivamente —dijo Sharmaine, con aire de decepción.

Bonnie dio un paso hacia adelante.

—Dígame una cosa, sir Roderick, ¿Quería que muriese el señor Miller?

—Fue una buena broma, ¿verdad? —Rió el asesino—. Al menos, pensaba meterle el miedo en el cuerpo, aunque ya veo que se trata de un joven valeroso. De todos modos, eso no va a servirle de mucho.

—Piensa matarnos a todos, ¿eh? —dijo Miller.

—Sí —contestó Sharmaine sin pestañear—. Tengo abajo un par de latas con gasolina. Ahora, les dejaré encerrados aquí,

—Y luego se irá a buscar el dinero, para escapar por fin de Inglaterra.

—No me queda otro remedio. Me gusta este país, pero las cosas se han puesto ya demasiado calientes.

Sharmaine retrocedió un paso, sin dejar de apuntarles con la pistola.

—No se muevan —ordenó amenazadoramente.

—Espere —pidió el joven—. Quiero saber todavía una cosa, sir Roderick.

—¿De qué se trata?

—¿Cortó la pierna de Hobbs... antes de que muriese?

Sharmaine se echó a reír,

—No, hombre, ya estaba muerto —respondió—. La verdad, han sido unos años deliciosos, viviendo bajo el nombre de Henry Smith. Ahora tendré que buscar otro nombre, aunque no me costará demasiado, con el millón de libras que me aguarda en... bueno, eso no les importa a ustedes. ¡Adiós, hasta el infierno! —se despidió bruscamente.

 

* * *

 

Miller corrió hacia la puerta y forcejeó con el picaporte, pero todo fue inútil. Era una casa antigua, construida sólidamente hasta en los menores detalles.

Abajo, de repente, se oyó una sorda explosión.

—¡Ya ha incendiado la gasolina! —exclamó Bonnie, aterrada.

—No perdamos la cabeza —aconsejó Miller sensatamente—. Todavía estamos vivos.

—Las ventanas son muy altas, señor —dijo Long.

Miller frunció el ceño. Todavía no se percibía olor a quemado. Y aún seguían vivos, se dijo,

Con paso rápido, cruzó la estancia y abrió la ventana. De repente, vio a un hombre que escapaba a todo galope, montado en un caballo.

—Yo creía que un mutilado como él no podría montar... —dijo el joven, recordando la frase que Long había pronunciado delante de él en cierta ocasión.

—Utiliza una silla de amazona, señor —le indicó el mozo de cuadra—. Su pierna derecha está sana y ello le permite sujetarse bien al cuerno lateral.

—Tipo listo —masculló el joven. Sacó medio cuerpo fuera y vio que la distancia al suelo era, efectivamente, demasiada. Pero no podían quedarse allí, para perecer abrasados. Había que hacer algo antes de que fuese tarde.

Olor a humo se infiltró repentinamente por debajo de la puerta. Desesperado, Miller miró en todas direcciones.

De pronto, Betty lanzó un grito:

—¡El cuarto de baño! ¡Se comunica con el de la otra habitación!

Miller corrió en aquella dirección: La puerta era mucho más liviana y la hizo saltar de un tremendo puntapié.

—¡Vamos, fuera todos! Fred, corra, suelte los caballos antes de que el fuego se propague a las cuadras, pero déjeme uno.

—Sí, señor.

Miller volvió junto a la cama y levantó un peso a Ceres.

—Estás salvada, no temas —dijo.

Bonnie y Betty corrían ya hacia aquella inesperada vía de escape, en la que el asesino, quizá con las prisas del momento, no había pensado. Miller abandonó el dormitorio con Ceres en brazos.

El fuego se extendía con enorme rapidez. La señora Long les guió hacia una escalera de servicio, situada al final del corredor, lo que les permitió salir al exterior sin sufrir el menor daño. Una vez fuera, Miller dejó a Ceres en manos de las otras dos mujeres.

—Su caballo, señor —dijo Long.

—Tace, ten cuidado —gritó la muchacha—. Tiene un arma.

—Lo sé —contestó Miller, ya con un pie en el estribo.. Procuraré llegar sin ser visto... y también hay buenas piedras por los alrededores.

Apenas estuvo en la silla, taloneó al animal, que salió a escape. Bonnie miró a su alrededor.

A treinta pasos, divisó un caballo suelto. Corrió hacia el cuadrúpedo y lo montó ágilmente, sin importarle la falta de silla. Inmediatamente, se lanzó tras las huellas de Miller.

El joven galopaba frenéticamente. Sharmaine les llevaba una ventaja de casi diez minutos. De todos modos, pensó, aunque llegase demasiado tarde, el asesino ya no podría escapar del país.

La historia causaría conmoción. Sir Roderick había sido un personaje notable en tiempos. La noticia de su «resurrección» resultaría un tremendo impacto en la opinión pública.

Media hora después, avistó el monolito. No tardó en divisar el caballo de Sharmaine.

Miller detuvo el suyo y saltó al suelo. En aquel momento, oyó ruido de cascos de caballo detrás de él y volvió la cabeza.

—¡Bonnie! ¿Te has vuelto loca?

La muchacha se apeó de un salto.

—Si es preciso, yo también sé tirar piedras —exclamó resueltamente.

Se inclinó, recogió un pedrusco tan grueso como un puño humano y le miró resueltamente.

—Vamos —dijo.

Miller sonrió.

—Creo que tendré que darte un empleo —dijo—. Nos acercaremos sin hacer ruido —añadió.

Mientras caminaban, ella quiso saber por qué sir Roderick había esperado tanto tiempo para recobrar el dinero estafado.

—Bueno, él lo ha dicho sobradamente claro —contestó el joven—. Además, es posible que viniese aquí periódicamente, para recoger ciertas cantidades de dinero que le permitiesen vivir sin agobios. Estaba seguro de que un día se encontrarían los restos de alguien que podía pasar por él, y eso le hacía sentirse absolutamente tranquilo.

—Y cuando se descubrieron los restos, alguien, tal vez, adivinó la verdad.

—Sí, y todos los que lo sabían, murieron. Con la afortunada excepción de Ceres. Espero que esto le sirva de lección para lo sucesivo —murmuró Miller, pensando, defraudado, en el engañó de que ella le había hecho objeto. Pero habiendo un millón de libras de por medio, no se le podía reprochar excesivamente.

De pronto, vieron a sir Roderick, cavando a pocos pasos del monolito.

—Quieta —susurró el joven—. Mira, yo daré un rodeo y me acercaré por el otro lado. Entonces, lanzas un fuerte grito para llamar su atención y escapas a todo correr, ¿entendido?

—Tú le lanzarás una piedra...

—Exactamente.

Miller dio un paso, pero no pudo continuar.

Sir Roderick se había erguido, con una pesada maleta en las manos. En el mismo instante, se oyó un aterrador crujido.

Miller, impresionado, retrocedió. Bonnie tenía los ojos desorbitados, viendo el lento oscilar del colosal monolito, que empezaba a derrumbarse, justamente en la dirección en que se hallaba el asesino.

El suelo tembló y chasqueó. Sharmaine intentó escapar a la catástrofe. Cojeando visiblemente, dio unos pasos, pero de pronto, tropezó en algo y cayó cuan largo era.

Miller comprendió en el acto lo que sucedía. El pie derecho de sir Roderick se había hundido en el hueco en donde, años antes, enterrase la pierna de Hobbs. Miller le vio forcejear para salir del hoyo, pero también se dio cuenta de que todos sus esfuerzos iban a resultar inútiles.

Lentamente al principio, con más rapidez después, el colosal monolito empezó a caer. Los dos jóvenes contemplaban la escena en completo silencio, morbosamente fascinados por aquel singular espectáculo.

En el último instante, sir Roderick se volvió y elevó ambas manos en un inútil intento de parar la caída de aquella mole que pesaba cientos de toneladas. El horrible alarido que profería en aquellos momentos, quedó apagado por el tremendo estruendo del impacto, que hizo retemblar la tierra con la potencia de un violentísimo terremoto.

Y entonces, Miller comprendió que la maldición de que le había hablado Edna McDarney, acababa de cumplirse.

Pasó el brazo por el talle de la muchacha y se la llevó de aquel siniestro lugar.

—Aquí no tenemos nada que hacer —dijo.

A lo lejos, se divisaba una enorme columna de humo negro. El fuego devoraba Skanner Hall de forma irremisible.

 

* * *

 

A Miller no le sorprendió aquel día, al regresar a su casa, encontrarse con un inesperado visitante.

—Te han salido bien las cosas —dijo Polo con una risita.

—No puedo quejarme —admitió él.

—Se han recobrado unas setecientas mil libras. Algo te tocará como recompensa, yo calculo un cinco por ciento, es decir, treinta y cinco mil. No está mal para empezar una luna de miel, ¿verdad?

—Lo sabes todo, Polo —dijo Miller con buen humor.

—Para eso soy lo que soy. Un diablo que ya no está en apuros.

—¿Debo considerar cancelado el contrato de alquiler?

—Claro, hombre. Por cierto, le tengo echado el ojo a un alma... Caerá, te lo aseguro. Ya hemos firmado el contrato, ¿sabes?

—¿A qué se dedica, Polo?

—Trafica en drogas.

—Sí, acabará en el infierno —convino el joven—. Polo, quiero decirte una cosa.

—¿Y bien...?

—Sir Roderick... ¿Era ese el hombre que también había vendido su alma y que un día el diablo..., es decir, uno de tus colegas...?

—Sí, el mismo.

—En Inglaterra son poco frecuentes los terremotos.

—Aquel día se produjo uno. Los geólogos han dicho que la base del monolito no era tan sólida como parecía.

—Ya. Pero cuando, al fin sacaron el cuerpo de sir Roderick, encontraron unas marcas extrañas en su tobillo derecho, algo así como unos dedos de fuego.

Polo soltó una risita.

—Mi colega no quería que se le escapase —dijo.

Se puso en pie y sacó una pitillera.

—¿Quieres, Tace? —invitó.

—¡No! —contestó Miller a voz en cuello.

—¿Por qué? —se extrañó el hombrecillo.

—¡Huelen a azufre!

Polo se echó a reír.

—Me quejaré al fabricante —dijo.

Abrió la puerta y salió. Miller estaba seguro de que no volvería a verlo jamás.

Minutos después, llegó Bonnie, cargada con un montón de paquetes.

—¿Quién era ese hombre que salía de casa? —preguntó.

—Oh... Un cliente...

—¿Has aceptado su encargo?

—Miller avanzó hacia la joven y la alivió del peso de los paquetes.

—Le he dicho que nos vamos a casar y que no pienso trabajar en unas cuantas semanas —dijo.

Luego abrazó a la joven.

—Si estás de acuerdo, claro —añadió.

Bonnie asintió, sonriente.

—Con ese plan, es imposible no estar de acuerdo —respondió cálidamente.

 

 

FIN