CAPITULO X

Lynn cogió su caballo y lo montó, conduciéndolo hábilmente por la difícil ladera boscosa hacia la parte baja del valle. Creía que los granujas iban ahora a remontar éste hasta su parte superior y por poco cae en la añagaza de Matt.

Fue pura casualidad que mirase hacia el valle cuando ya estaba a punto de salir del bosque a un espacio ampliamente despejado y que, en el mismo momento, los forajidos se dispusieran a salvar una de las terrazas desmontados, incluso Verna a la que sujetaba Slim por un brazo, llevando a los caballos de la brida. Aquél tramo de rocas y quebrada estaba lo bastante limpio de arbolado para que Lynn distinguiera las diminutas figuras en movimiento y comprendiera en el acto la intención de sus enemigos. Se detuvo y aguardó a que terminaran el descenso, desapareciendo de nuevo detrás de la espesa franja arbolada del cauce del arroyo.

Entonces espoleó al caballo, salió al terreno despejado y galopó al sesgo hacia la parte baja del valle. Un nuevo plan de acción se estaba forjando en su mente…

Los granujas seguían convencidos de que tenían a sus enemigos a la espalda y muy altos, metidos en el bosque que tupía las laderas del monte Santa Rosa. Por eso sólo procuraban mantenerse ocultos a cualquier posible vigilancia desde la parte aquella. Ni siquiera advirtieron que los mismos árboles que los ocultaban les impedían ver lo que ocurría al otro lado del arroyo.

Y allí, Lynn Fraser estaba ganándoles terreno. La tierra blanda, cubierta de espesa hierba, amortiguaba las pisadas del caballo y el ir hacia abajo le permitía mayor velocidad. Por otra parte, las terrazas se hacían realmente abruptas abajo, a ambos lados del arroyo, no donde el valle se elevaba hacia las laderas que lo flanqueaban. De modo que antes de que los granujas pudieran alcanzar el siguiente escalón ya él lo había rebasado.

No se detuvo hasta una milla más abajo. Recordaba perfectamente todos los detalles del valle y allí había un punto excelente para emboscarse, un soto muy tupido de álamos, sauces y arces situado justo enfrente de una de las terrazas rocosas del arroyo, que estaba limpia por completo de vegetación, así como el terreno entre la cascada y el propio soto, a ambos lados de la corriente de agua. Los granujas ofrecerían un blanco magnífico…

El sol del mediodía caía de pleno sobre el valle cuando Lynn trabó ligeramente al caballo y, con el rifle, fue a apostarse al borde del soto, junto a un viejo arce rojo de grueso tronco. Ochenta metros más allá el arroyo formaba una pequeña y bella cascada de unos doce metros de altura, a ambos lados de la cual había un murallón de rocas rojizo-grisáceas con muy escasos puntos por donde pudieran descender hombres j caballos.

Quince minutos más tarde aparecieron los bandidos con Verna. Desde su escondrijo, Lynn les vio desmontar y obligar a hacerlo a la muchacha. Hubiera podido dispararles entonces, pero en tal caso dos de ellos habrían escapado a uña de caballo, con Verna. Tenía que dejarles descender…

Ellos venían tranquilos con respecto a lo que tenían delante. Ni siquiera miraron hacia el soto donde estaba aguardándoles Lynn, pero sí lo hicieron a su retaguardia, valle arriba.

—No se distingue nada.

—Les hemos tenido que coger muy buena delantera. Abajo, ya quedan sólo dos de estas terrazas y luego será camino llano para galopar.

Una vez más Slim cogió a Verna de un brazo. Matt y Clem se ocuparon de los caballos, buscando cada cual un punto distinto de bajada…

Lynn no se esperaba aquello, que venía a complicar sus planes. Y como necesitaba escoger a su primera víctima escogió a Clem, porque le venía más a mano. Apuntando cuidadosamente, disparó cuando los otros estaban a media bajada.

Clem recibió el proyectil en el cráneo cuando, parado, trataba de conseguir que su caballo y el de Dirty lo siguieran en un tramo particularmente difícil. Soltó a los animales y cayó de costado, rebotó contra la roca y vino, dando tumbos de piedra en piedra, casi al pie del farallón, quedando extendido como una rana sobre una roca alisada, redonda.

Tanto Matt como Slim tuvieron un instante de indecisión y pánico. Los caballos que traía Matt se asustaron, relincharon y se le vinieron encima sin que lo pudiera evitar. Gritó cuando los animales lo golpearon con sus cascos, derribándolo y pasándole por encima, rebotó también contra una roca…

Slim dio un empellón a Verna y se le tiró encima, sacando su revólver. Estaba ahora loco de miedo, al comprender que el implacable enemigo había terminado con todos sus compañeros y se encontraba ahora solo, casi inerme…

Inerme porque no disponía sino de su revólver contra un hombre armado con un rifle. Cobarde por naturaleza, para él eso era como estar desnudo. Jadeando, .miró cautelosamente por encima de la roca que mal los cobijaba a él y a Verna…

La muchacha ya sabía que su liberación estaba próxima, que Lynn se encontraba a corta distancia y listo para salvarla. Súbitamente, reuniendo todas sus fuerzas le dio un empellón a Slim, cogiéndolo por sorpresa. El forajido gritó, disparó hacia fuera y casi cayó…

Lynn lo vio emerger desgarbadamente por detrás la roca e hizo fuego, pegándole en la cadera. Slim volvió a gritar, ahora de dolor, cayó gimiendo, se arrastró a amparo de una grieta entre dos de las rocas, giró, con una mueca de miedo, rabia y odio, buscando a Verna que estaba en aquel momento incorporándose con la: manos atadas a su espalda y completamente indefensa

—¡Te voy a matar, perra…!

Verna vio la muerte tan cerca que no le dio tiempo a tener miedo y volvió a actuar de manera instintiva, lanzándose de cabeza sobre él.

Slim estaba en mala posición y la herida le dolía tanto que turbaba su cerebro. Además, el sol, al perder su sombrero, le pegaba de lleno en los ojos, cegándolo Disparó, pero el proyectil se limitó a rozar el cráneo a muchacha, aunque lo bastante para hacerle perder el sentido.

Lynn oyó el grito de dolor y el disparo, vio cómo Verna brotaba de detrás de una peña para caer hacia donde antes lo hiciera Slim y creyó que éste la había matado. Un violento dolor lo acometió, haciéndole olvidar todas sus precauciones. En dos saltos abandonó el soto y corrió, rifle en manos, hacia las rocas.

Verna cayó pesadamente sobre Slim, impidiéndole los movimientos. El bandido la creyó muerta al ver la sangre que comenzaba a empaparle el cabello. El mismo ya no era otra cosa sino una alimaña feroz que se sentía acorralada, herida y sin posible salvación. La separó rudamente, enderezándose con una mueca de dolor intenso, reptó sobre la roca, revólver en mano, y buscó a su enemigo, distinguiendo a Lynn que venía a la carrera hacia las rocas.

Apoyándose en la roca, Slim tomó puntería. Necesitaba matar a aquel hombre si quería vivir…

Lynn corría, pero no perdiendo su instinto de conservación. Lo vio asomar y cómo estaba afianzando su puntería. Se detuvo en seco, alzó el rifle y disparó.

Los dos proyectiles salieron casi al mismo tiempo. El de Lynn chocó contra la roca junto a la cara de Slim, rompió vanas esquirlas y una de ellas le fue a dar en el ojo izquierdo al granuja, saltándoselo. El disparado por Slim encarnó a Lynn en la parte alta del brazo izquierdo, obligándole a soltar el rifle con aquella mano.

Slim emitió un gran aullido y se llevó la mano libre al ojo lesionado, al tiempo que se retiraba al amparo de la roca. Gimiendo de dolor, el granuja se apretó la mano sobre el ojo reventado.

Lynn dejó caer el rifle y sacó revólver, sin hacer caso de la dolorosa herida que acababa de recibir. La sangre le hervía en las venas sólo de pensar que Verna estaba muerta. Siguió corriendo hacia las rocas mientras los asustados caballos de los granujas escapaban en todas direcciones, pero deteniéndose a cierta distancia…

El dolor le impidió a Slim contar el tiempo. Solo podía quejarse y apretarse el ojo, cuya materia iba escurriéndosele por entre los dedos mezclada con sangre Ni se enteró de la llegada de Lynn a las rocas y de como subía, jadeando, por ellas hasta que casi lo tuvo encima y en su prisa resbaló, perdiendo pie y también el revólver en su instintivo ademán para sujetarse a la lisa superficie de la roca.

El ruido devolvió a Slim su instinto de conservación Enderezó la cara y buscó con su único ojo. Tenía envarado todo el costado izquierdo, en realidad inutilizada toda aquella parte de su cuerpo, no podía apoyarse sobre ella por los agudísimos dolores que le provocaba el menor movimiento, pero en la diestra conservaba su revólver…

Y Lynn estaba desarmado, salvo el cuchillo de caza Consiguió sostenerse y miró un instante hacia abajo donde el arma quedaba a unos dos metros y medio Si se dejaba caer yendo a por ella, tal vez su enemigo aprovechara la ocasión. Si no lo hacía iba a encontrarse indefenso…

Se dejó caer escurriéndose roca abajo y flexionando las rodillas antes de tocar la roca con los pies. Inmediatamente se agachó y agarró el revólver.

En el mismo instante estalló un disparo allí arriba y el proyectil se le llevó el sombrero, rozándole la herida que recibiera de manos del propio Slim semanas atrás. Veloz como el rayo se movió, mirando hacia arriba y amartillando su revólver, para descubrir la cara Slim, contraída por el odio, la rabia, el miedo, el dolor…, todas las ruines pasiones que lo embargaban, con la mancha sanguinolenta en la cuenca del ojo izquierdo y la mezcla de sangre y córnea descendiéndole por la mejilla y pegándosele a los pelos de la barba, el revólver contándole…

Hizo fuego en difícil posición, pero estaba demasiado cerca para no acertar. La bala pegó en el caño del arma Slim y se la arrancó de las manos un momento antes de que él mismo apretara el gatillo.

Desarmado, el granuja perdió toda su reserva de enerva.

—¡No me mates! —aulló—¡No tires!

—Levántate y alza bien esas manos — le ordenó Lynn con dureza, enderezándose y apuntándolo.

—¡No puedo, tengo la cadera destrozada!

—¡Arrástrate encima de esa roca o te vuelo los sesos!

Abyectamente hundido en su miedo, Slim obedeció entre jadeos y quejidos, mientras Lynn se movía buscando el lugar más accesible para la subida, sin dejar de vigilarlo atentamente.

Al llegar arriba, la mirada de Lynn fue al cuerpo móvil de Verna, que estaba de costado y con la herida descubierto. La creyó muerta, por su inmovilidad, la herida y su palidez, apretó los dientes y apuntó a Slim, que estaba apretándose el ojo y jadeando. Al hacerlo descubrió dos cosas que frenaron su gesto. Sus botas y su chaqueta.

Lynn respiró profundamente, dominándose y le habló con tremenda dureza.

—Esto lo venía deseando hace semanas. ¿De dónde has sacado esa chaqueta y esas botas, carroña?

Slim no estaba en condiciones de ver muy bien pero de repente reconoció al hombre a quien dejaron por muerto semanas antes, en las montañas. Y aquello no contribuyó ciertamente a devolverle la confianza en su futuro.

—Tú… tú estás muerto…— balbució. Lynn emitió una seca risa de mal agüero.

—En eso te equivocaste, carroña. Pude sobrevivir para encontraros. Baja de ahí y arrástrate hasta el pie de las rocas.

—¿Qué te propones? He perdido un ojo, tengo destrozada la cadera…

—Abajo o te mato.

Alzó el percutor. Y Slim decidió que le convenía obedecer. Entre gemidos, arrastrándose como una sabandija y dejando un reguero de sangre procedente de herida en la cadera, se escurrió de la roca abajo y luego hacia el pie del cantil.

Lynn no se entretuvo en ver cómo lo hacía. Se arrodilló junto a Verna y le examinó la herida, emitiendo un suspiro de alivio al ver que parecía superficial, lo que comprobó poniéndole una mano sobre el pecho descubriendo que su corazón latía normalmente. Dejando el revólver a un lado se quitó el pañuelo del cuello si hacer caso de su propia herida del brazo y le vendó cráneo, luego la incorporó, dejándola sentada y reclinada contra una roca, tomó el sombrero de Slim y lo puso para evitarle los rayos del sol. Hecho esto descendió hacia donde se encontraba el granuja medio desmayado. Una ojeada le bastó para comprender que no estaba en condiciones de resultarle peligroso. Fue al arroyo, llenó de agua su sombrero, que previamente había recogido, y volvió junto a la muchacha, poniéndose a mojarle la cara hasta que ella volvió en sí.

Verna parpadeó, emitió un gemido y se llevó las manos a la cabeza. Aún no comprendía qué le había sucedido.

—¿Te sientes muy mal?

La voz de Lynn la despertó, haciéndole abrir los ojos. Al verlo arrodillado a su lado una inmensa alegría a invadió. Y él lo notó perfectamente, sintiendo a su vez un fuerte choque emocional.

—¡Lynn! ¿Qué pasó?

—Ya está todo terminado. Sólo has recibido un rasguño en el cráneo, pero ni siquiera es una verdadera herida. ¿Te puedes levantar?

—Sí…, creo que sí… Me has salvado, Lynn, lo conseguiste…

—Fue bastante fácil. Esos tipos eran de muy poca valía. Y hay algo que debes saber, entre ellos iban los que me dispararon y dejaron por muerto.

—¿De veras?

—Ahí abajo hay uno con mis botas y mi chaqueta, le he saltado un ojo y roto la cadera. Es el que estaba contigo.

—Slim… Era el peor, una bestia salaz… No, no llegaron a hacerme nada porque tú interviniste muy a tiempo…

—No hables, vamos abajo y te curaré mejor.

—¡Tú estás herido!

—Sí, pero no parece grave. Ya me curarás. La ayudó a levantarse. Verna se sentía mareada, pero hizo un esfuerzo y descendió sola, apoyándose en las rocas. Slim estaba acurrucado abajo, sobre la hierba contra una piedra grande, a medio camino del agua Los miró con su único ojo ansiosamente.

—Ayúdenme, me estoy desangrando… Agua…

Lynn y Verna se le plantaron delante, mirándolo hostilmente.

—No soy de tu ralea — le dijo Lynn—. Pero como eres carne de horca, tampoco voy a tomarme el trabajo de curarte y llevarte a que te cuelguen en el pueblo más cercano. Tú me dejaste desnudo en plena montaña. Sin nada en absoluto. Yo te dejo las ropas, hay armas por aquí cerca y también unos caballos. Si puedes, aprovéchalos. Vamos, Verna.

Slim comenzó a suplicar de modo abyecto, pero no le hicieron ningún caso. Verna recogió el rifle de Lynn y miró para atrás, cuando ya estaban a buena distancia.

—¿Crees que consiga salvarse?

—No. Y no voy a tener pesadillas por eso. Pero si quieres lo curaremos.

La muchacha denegó con la cabeza.

—Tal vez soy mala, Lynn; pero no me importa que pueda pasarle. Ellos me deparaban un horrible fin.