CAPITULO IV

Verna aguardó a verlo desaparecer para encararse con Lynn. Se estaba sintiendo llena de una extraña pasión, un fuego vital, aturdidor y clarividente al mismo tiempo.

—Mató a un hombre — dijo con voz ronca, nerviosa—. Por mí…

—A veces es preciso. Siento que lo haya visto. Lo sacaré fuera.

Ella no contestó. Pero fue a su lado y tomó a Guthrie por las rodillas mientras Lynn lo hacía por los hombros. Él la miró y pidió:

—Déjelo. Es cosa mía.

—De ambos. No insista.

No insistió. Sacaron al muerto al exterior y caminaron con él hacia el río, pesadamente. Una vez allí, lo echaron al agua en un punto donde la corriente chocaba contra la orilla. Cayó con un fuerte ruido y por unos instantes flotó inmóvil; después se alejó y se fue hundiendo…

Cuando regresaron a la cabaña Verna miró al caballo atado al palenque.

—Ya tiene armas y un caballo — dijo.

Lynn, que había estado pensando en ello los últimos minutos, asintió:

—Sí, eso parece.

Estaba asomando la luna por encima de una alta ladera y, de pronto, su luz lechosa los alumbró. Un silenció casi absoluto, hecho del ruido del río, la canción del viento entre los árboles y los mil rumores de la noche, lo embrujaba todo.

—¿Se va a marchar ahora?

—No esta noche. Dormiré bajo los árboles, en previsión de que pueda venir alguien.

—Nadie vendrá esta noche. Pero mi padrastro tardará al menos dos días en volver.

—Ah… Entonces me quedaré.

—Pase.

Lo precedió al interior. Estaba haciendo algo de lo que nunca se creyó capaz, confiar plenamente en un desconocido. Peto aquél hombre ya no era un desconocido para ella, antes bien, súbitamente, había cobrado a sus ojos, dentro de su cerebro, en su corazón, una importancia inmensa…

En cuanto a Lynn, sentíase desasosegado. La perspectiva de permanecer un par de días a solas con aquella hermosa muchacha en la cabaña le resultaba inquietante por distintos motivos. No sentía haber matado a Guthrie, pero ya sabía que el padrastro de ella tenía tratos con esa gentuza. Desde luego, no era probable que le agradeciera el haber matado a uno de sus clientes. Y el hecho de que dejara sola a su hijastra marchándose durante varios días…

Verna despabiló el quinqué y guardó el material de curas. Lynn se puso a fumar de pie junto a la entrada, contemplándola pensativo. Ella notaba aquella contemplación.

—Alistaré en seguida la cena — dijo sin mirarlo.

—No tengo mucho apetito.

Era mentira, pero no deseaba permanecer callado más tiempo, el silencio se iba haciendo peligroso.

—Vale más que coma, necesita recuperar fuerzas. ¿Por qué no desensilla al caballo y lo lleva a la cuadra? Mientras tendré preparada la comida.

Cuando Lynn regresó ella había borrado totalmente las huellas de la presencia de los forajidos, incluso fregando la sangre de Guthrie caída en el suelo. La mesa estaba puesta para los dos y terminaba de freír unas tajadas de jamón de venado que olían a gloria. Lo miró y esbozó una seria sonrisa.

—Siéntese, ya está.

Le llenó el plato de tajadas, con doradas patatas y jugosos pimientos verdes, trayéndole cerveza. Ella sólo bebía agua y su cena fue frugal en comparación de la de Lynn, que no dejó ni una miga. Al terminar, él la miró fijamente. No habían hablado sino monosílabos.

—Es usted una excelente cocinera, señorita Spencer…

—Ese es su hambre. Apenas sé guisar.

—Estoy convencido de lo contrario. Bien, ahora me iré…

—Puede dormir aquí, le prepararé una cama con mantas y un jergón junto a la chimenea.

—No sería prudente, compréndalo.

Verna se sonrojó ligeramente, pero le sostuvo la mirada.

—Conozco a los hombres lo bastante para saber que no intentaría nada contra mí, señor Fraser. Además, cerraré por dentro.

Lynn juzgó prudente no insistir.

—En un par de días alimentándome así creo que recobraré bastantes fuerzas — dijo en tono pausado—. Cuando venga su padrastro me marcharé.

—Tendrá que irse antes.

—¿Sí?

—A él no le gustaría saber que en su ausencia estuvo conmigo en la cabaña.

—Comprendo…

—No comprende. Odio y desprecio a mi padrastro, señor Fraser. Fue un hombre importante allá en el Este y ha terminado siendo un proveedor de granujas de la calaña de esos dos que vinieron. A mi madre la engañó y cegó con sus mañas y su palabrería de caballero, haciéndola sufrir mucho. Ahora…, ahora pretende forzarme a ser su esposa.

Ya lo había dicho. A un tiempo se sintió asustada y aliviada por su audacia. ¿Cómo iba a reaccionar su interlocutor?

Lynn Fraser estaba asimilando sus palabras. Sintió sorpresa, pero no excesiva. No conocía lo suficiente a las mujeres para saber si aquella muchacha estaba mintiendo, tendiéndole una trampa; pero ella parecía sincera, había en sus ojos ansiedad.

—¿Quiere decir… que trata de lograrlo por la fuerza?

—Sí —Verna tenía calor en la cara y fuego en los ojos—. Por eso tengo un candado a la parte de dentro de mi dormitorio y el revólver en la mesita de noche. Ya he tenido que dispararle una vez, le quité un trozo de oreja.

—Eso es tremendo…

—Usted no se lo puede imaginar. Hacía años que nada sabíamos de él cuando escribió a mi madre diciéndole que viniera a reunírsele. De niña siempre me maltrató, yo sólo era un estorbo en sus planes, nunca se ocupó de congraciarse conmigo porque le bastaba con tener cegada a la pobre mamá… Ella sabía qué clase de hombre era, pero no pudo nunca sustraerse a su dominio, lo echaba mucho de menos y, a pesar de mi opositan, vendió todo y vinimos… Por el camino enfermó y murió a poco de haber llegado. Me quedé sola, sin ninguna defensa, en esta cabaña. Era inútil tratar de huir, ni padrastro me lo advirtió. La población más cercana queda lejos y mucho antes me atraparía, o lo haría cualquiera de los forajidos que deambulan por la zona. Estoy como presa, ¿comprende? Legalmente tiene sobre mí la patria potestad, no puedo demostrar sus intenciones, está ciego por mí, de una manera sucia y repugnante, me acosa día y noche… Oh, es horrible, se lo juro.

Se tapó la cara con las manos en impulsivo gesto y quedó así. Lynn no dijo nada, estaba reflexionando muy deprisa. Cuando por fin habló lo hizo midiendo sus palabras.

—Creo que voy a quedarme algún tiempo por aquí.

Verna se estremeció y alzó la cara, mirándolo ansiosamente.

—¿Por mí? ¿Para ayudarme?

—Usted me está ayudando. Y no me gusta nada su historia. No podría dormir tranquilo si ahora me marchase dejándola arrostrar sola todo eso de que habló.

Verna respiró hondamente. Luego, sin pronunciar palabra, se puso en pie y se quedó mirándolo. A Lynn le pareció que, de pronto, se había convertido en mujer.

—Estoy desesperada, señor Fraser — dijo—. Soy buena y quiero seguir siéndolo. Quiero vivir una vida normal entre gentes normales y honradas. Creo que Dios lo ha traído aquí en respuesta a mis oraciones.

Lynn hizo una mueca, echó la silla atrás y se levantó a su vez. Sentíase fuertemente inquieto bajo la intensa mirada de la muchacha.

—No puedo saber tanto. Pero tengo mi propio código y no permitiré que nadie le haga daño. Sea quien sea.

Quedaron mirándose un momento. Luego, Verna se sustrajo al peligroso silencio y marchó hacia la habitación de su padrastro, desapareciendo. Cuando regrese cargada con mantas, Lynn fumaba con el ceño fruncido junto a la chimenea. No se miraron sino fugazmente. Ella se arrodilló y comenzó a alistar la cama. Él la contempló unos momentos, luego cruzó la estancia y salió al porche, poniéndose a mirar la montaña bañada por la luna. Súbitamente veíase metido de lleno en una situación por completo inesperada y debía replantear todos sus objetivos inmediatos…

La voz de Verna lo arrancó de su abstracción.

—Su cama ya está lista.

Se volvió y la vio parada en medio de la habitación enmarcada por la luz del quinqué. Una muchacha, casi una niña, ya una mujer en todos los sentidos. Sola, y merced de los apetitos de hombres salvajes como Guthrie y Jay, del turbio deseo de su propio padrastro… Bonita, fragante, patéticamente desamparada…

—Gracias.

—Yo me voy a acostar. Cierre bien la puerta. Buenas noches.

—Buenas noches.

Ella vaciló un instante, luego giró y se metió en su cuarto, cerrando la puerta,

Al quedar solo, Lynn Fraser llenó los pulmones de aire frío y fragante. No tenía sueño, pero debía acostarse, dormir, recuperar fuerzas cuanto antes. Tenía que proteger a Verna Spencer contra todo y contra todos…

Suspirando, entró y cerró, atrancando la puerta. Luego apagó el quinqué, se sentó en el lecho provisional y se quitó las botas, sin quitarse los pantalones, dejó el cinto a mano y se metió bajo las mantas. Salía una raya de luz por debajo de la puerta del cuarto de Verna y al mirarla lo invadieron turbadores pensamientos. Sí, resultaba extraordinariamente peligroso para un hombre pernoctar a corta distancia de una hermosa muchacha en las tierras salvajes. No era extraño que los más indignos reaccionaran igual que las bestias en celo…

Desvió la mirada y cerró los ojos, relajándose y disponiéndose a dormir.

Dentro de su cuarto, Verna había terminado de ponerse el camisón y, con la mirada honda, perdida, estaba soltándose el cabello sentada en el lecho. Pensaba en el hombre Lynn Fraser, tan providencialmente llegado a su existencia y que, en tan pocas horas, tan profunda huella había marcado en su joven corazón.