CAPITULO VIII
Jay encontró a la banda de Matt Marvin al atardecer del día siguiente a aquél en que tuvo lugar su desaforrada visita a la cabaña de Calvin Barlow.
La banda de Matt Marvin era tal vez lo peor de la morralla que vagabundeaba por las montañas del suroeste del Colorado en aquellos tiempos. Se componía a la sazón de cinco hombres, cada uno de los cuales estaba reclamado en dos docenas de lugares al menos, pero ninguno con la talla suficiente para que los sheriffs les tuvieran respeto. El propio Jay se consideraba de más categoría.
Aquellos cinco estaban especializados en atacar a buscadores, tramperos y viajeros solitarios, nunca disparaban cara a cara, sino emboscados y a traición, eludían los centros habitados importantes y se las daban de invencibles en las pequeñas aldeas sin agente de la autoridad. Ladrones, asesinos, cobardes y crueles, eran, sin género de dudas, lo peor de lo peor.
Acogieron a Jay como los lobos acogen a los lobos, por su parte, Jay no tenía otra solución mejor. Lisiado como estaba, e impedido de usar las armas, se vio obstado a entregarse a la merced de la gavilla y, para evitar ser asesinado y dejado en el bosque para paste de buitres, no se le ocurrió otra cosa sino relatar a su modo la historia de sus heridas.
La banda de Matt Marvin escuchó su relato con ojos brillantes de excitación.
—¿Y dices que ella es hermosa?
—Nunca habéis visto nada igual. No debe tener aún veinte años.
Se descripción de la muchacha encendió el deseo en los ojos de los forajidos. Y fue evidente que había prendido en ellos la misma idea.
—Vaya con el amigo Barlow… — Matt Marvin era fornido, de espesa barba color oro sucio y ojos azules, tenía una corva nariz y un mentón curiosamente recogido que la barba ocultaba eficazmente—. Creo que debemos ir a hacerle una visita.
—Puede que esté esperándonos — intervino Jud Gambler, un tipo de aplastada nariz y boca brutal, con los dientes podridos—. Si tiene consigo a una joya así no va a permanecer confiado, ya hemos oído a éste.
—Ha dicho que solo estaba con ella un tipo alto y flaco, con la cabeza vendada y que tira muy bien — Slim Adams, el segundo de Matt, tenía treinta años, una rala barba, ojos claros, crueles, y la boca curiosamente torcida. Ahora le rebrillaban los ojos de lujuria—. ¿Vamos a arrugamos los cinco por un hombre?
—Claro que no. Y además, que en la cabaña habrá un buen botín. Podemos liquidar a ese tipo y luego esperar a Barlow y a su indio, cómodamente aposentados en la cabaña, mientras la chica nos divierte por turnos.
—Espero que no olvidaréis quién os ha dado el informe — Jay estaba escuchando y no se sentía del todo tranquilo— Cinco pares de ojos lo miraron con distintos grados de crueldad. Pero fue Matt quien le contestó, suavemente:
—Claro que sí, muchacho, claro que sí…
La gavilla levantó el campo a la mañana siguiente y cabalgaron sin ninguna prisa. Matt había trazado ya su plan.
—Si llegamos de día estarán alerta. Pero llegaremos de noche y no nos acercaremos a caballo, sino a pie. Aguardaremos a que salgan de la cabaña y mataremos al tipo ése de buenas a primeras…
Con respecto a Jay también tenía su plan. Se lo comunicó en un aparte a Slim.
—Cuando hayamos liquidado al tipo ése y cogido a la chica le pegas un tiro a Jay. Lo dejaremos allí y creerán que fue cosa de la banda de Guthrie. Nadie nos va a mezclar en el asunto…
—¿Y qué haremos con la chica?
—¿Tú me lo preguntas? La llevaremos a la montaña y nos servirá de regodeo. Si se pone difícil, o nos cansa, la degollamos y en paz.
No, no había problemas para la gavilla de Matt Marvin.
Llegaron a las cercanías de la cabaña al cerrar la noche, dejaron pasar unas horas y siguieron hasta unos trescientos metros de la cabaña, donde ocultaron los caballos en un soto, siguiendo el camino a pie. A corta distancia de la cabaña se agazaparon en las sombras.
—Está ahí la carreta, Barlow ha debido regresar…
—Slim, tú y Jud id a investigar.
Los dos aludidos avanzaron cautelosamente. Y mientras Jud inspeccionaba la cuadra y demás, Slim subió al porche. Por pura casualidad tanteó la puerta, descubriéndola abierta…
Su noticia dejó desconcertados a Matt y los otros.
—¿Estás seguro?
—Del todo. La puerta está abierta, aunque encajada.
—Ha de ser una trampa. Sin duda nos han descubierto y nos esperan…
—Imposible, tomamos todas las precauciones…
La discusión duró diez minutos y, al final, pudo más que el ansia de pillaje la lujuria que dominaba a todos los componentes de la gavilla.
—Vamos allí. Y bien alerta todos.
Pero nada sucedió y, al encontrarse dentro de la habitación, Slim encendió un fósforo, cuya débil luz les permitió ver vacía la habitación principal.
—No hay nadie…
—Sí que es raro…
—Tal vez hayan salido a pasear a la luz de la luna…
—Registremos.
Verna llevaba varias noches sin apenas dormir y el sueño le jugó una mala pasada, impidiéndole oír primero la partida de su padrastro, ahora la entrada de los forajidos. Despertó sobresaltada al oír su intento de abrir la puerta de su cuarto y echó mano al revólver.
—¡Está cerrada por dentro!
—¡Ahí deben estar! ¡Eh, vosotros, abrid y salid, vamos!
Verna se sentó en la cama y trató de comprender. Aquellas voces no pertenecían a su padrastro y a Juan. Tampoco a Lynn. Luego, eran desconocidos. Y estaban dentro de la cabaña… ¿Qué había ocurrido? ¿Dónde se encontraba su padrastro?
—¿No queréis abrir? Bueno, nosotros entraremos. ¡Jud! Vigila la ventana y mátalo si trata de escabullirse por allí. ¡Traed algo para echar la puerta abajo!
—¡Vamos, muchacha, abre y saldrás ganando! ¡No deseamos hacerte daño, sólo queremos un poco de diversión contigo!
Hombres, forajidos de los montes, varios… Y al parecer su padrastro no estaba en la cabaña, ni Juan…
Rápidamente, Verna echó mano a sus ropas. Primero se quitó el camisón, luego se embutió camisa y pantalones velozmente, se ciñó el cinto de balas y se puso las botas, todo mientras allí fuera retumbaban los golpes contra la puerta, sin duda con uno de los troncos de la leñera usado a modo de ariete por varios hombres. Miró a la puerta, comprobando que comenzaba a astillarse. No podía ni soñar con resistirse a un puñado de forajidos brutales que venían adrede por ella y tal vez asesinaron ya a su padrastro y al indio, tampoco lograría disparando otra cosa que atraer a Lynn a una muerte cierta. Tenía que escapar por el túnel…
Pero cuando se arrodillaba a empujar la cama para separarla la puerta saltó con fuerte ruido, al estallar los goznes del cerrojo. Tres hombres penetraron en alud, empujándose mutuamente y sosteniendo un grueso tronco. Otros dos aparecían tras ellos…
Verna giró, desesperada, echando mano a su revólver, pero no le permitieron disparar. Dos de aquellos hombres le cayeron encima con expresiones bestiales, atrapándola sin hacer caso de su desesperada resistencia, y se vio arrastrada, quieras que no, al exterior.
Habían encendido el quinqué en la habitación grande, de un empellón la enviaron contra la mesa y se vio rodeada por seis caras desencajadas por la lujuria, seis vagabundos jadeantes cuyas sonrisas eran lobunas y cuyas miradas la desnudaban, haciéndola sentirse sucia…
—Qué hermosa es…
—Vaya, no exageraste, Jay. Valió la pena…
—Tranquilízate, guapa, estás en buenas manos. Anda, ven, bésame…
Matt avanzó hacia ella con las manos tendidas. Verna se sabía perdida sin remedio y un pánico atroz, unido a su desesperación, le hizo intentar la huida. Súbitamente atrapó el jarro de agua y se lo lanzó a la cara a Matt, que no pudo esquivarlo del todo, saltó, eludió a otro de los bandidos, golpeó al casi inerme Jay con todas sus fuerzas y corrió a la puerta.
Slim la alcanzó al llegar a ella y cuando la abría, también otro. El primero la sujetó, ordenándole bronco:
—Ven aquí, pa…
Allí enfrente, Verna distinguió a un hombre que llegaba corriendo, rifle en mano. Su padrastro…
El hombre se detuvo e hizo fuego. El proyectil le pasó rozando y pegó contra la pared, en la puerta.
Slim juró y se echó atrás, arrastrándola, mientras el otro sacaba su revólver y hacía fuego. Verna se puso a forcejear con su aprehensor, pero llegó Matt corriendo a la ventana y el quinto granuja vino en ayuda de Slim para dominarla. Ciega de pánico, Verna no se dio por vencida, mordió, liberó una mano, arañó…
Un feroz golpe en el cráneo la dejó sin sentido cuando Matt y Jud mataban a Calvin.
Tras el breve tiroteo reinó un profundo silencio. Matt se volvió, miró a la muchacha que sostenía Slim y gruñó:
—¿Está muerta?
—No tiene nada. Tuve que golpearla, se defendía como una leona.
—Clem, sal y mira quién era ése de fuera.
Los seis forajidos — Jay apenas contaba aunque llevara su revólver empuñado, porque no podía prácticamente dispararlo — se miraron ceñudos.
—¿Qué hacemos?
—Déjala en la silla. Ya la tenemos, importan los hombres.
Slim obedeció y sacó su revólver. Regresaron Clem y Jud. El primero avisó:
—Es Barlow. Y está muerto.
—Vaya… Falta saber dónde andan el ti…
Un solo disparo, de rifle, sonó allí fuera, en el exterior. Uno solo…
Jud se estiró con violencia, emitiendo un gruñido sordo de agonía, soltó su arma y se cayó pesadamente a tierra con los ojos dilatados, quedando atravesado en la puerta. Por un instante reinó un tremendo silencio que rompió la voz bronca de Matt.
—¡Apagad la luz!
Slim corrió a hacerlo y todos quedaron a oscuras…
Lynn había llegado a una distancia razonable de la cabaña aprovechando todos los accidentes del terreno y se agazapó allí, alistando el rifle, mientras Jud y Clem removían el cadáver de Barlow comprobaban su identidad y regresaban. Viéndolos ir, Lynn comprendió la situación. Alguien, un grupo de hombres, sin duda forajidos, había llegado a la cabaña durante la ausencia de Barlow y el indio, la encontraron abierta, entraron y sorprendieron a Verna, impidiéndole disparar. Barlow estaba muerto ahora, Verna en poder de aquellos tipos peligrosos que, sin duda, no vacilarían en ultrajarla…
Sólo había un modo de evitarlo y era asustando a los atacantes, haciéndoles ver que quedaban más hombres fuera, en la oscuridad. Y, de paso, reduciendo el número de enemigos.
Uno de aquellos dos se había quedado en la puerta, su silueta enmarcada por la luz interior. A cien metros de distancia, más o menos, constituía un blanco inmejorable.
Disparó una sola vez y, rápidamente, corrió a cambiar de posición. Apenas había alcanzado la de un árbol a veinte metros de distancia cuando vio apagarse la luz. Bien, de momento lograba su objetivo…
Dentro de la cabaña, los forajidos estaban cambiando impresiones.
—Están ahí fuera.
—Sí. Y nos tienen atrapados.
—Digámosles que tenemos a la chica y la mataremos si no se entregan.
—¿Crees que lo harán? Muerto Barlow, al indio y a ese otro les importa más no dejarnos escapar.
—Hay que hacer algo. No me gusta la idea de quedarme aquí encerrado.
—Sólo son dos, que sepamos. ¿Por qué no salimos y…?
—Y eso es lo que buscan, para matamos como a conejos en una madriguera ahumada. Haremos otra cosa.
—¿Qué?
—Hay una ventana en ese lado de atrás. Tal vez no la vigilen. Slim, ve y ábrela. Luego procura salir. Si todo va bien saldremos con la chica e iremos a por los caballos. En campo libre, y montados, podremos decidir la situación a nuestro favor. Date prisa.
—¿Por qué no disparáis hacia fuera? Así creerán que estamos todos delante.
—Es buena idea. Vete. Clem, tú, Jay, y tú, Dirty, disparad para engañarlos.
Los aludidos obedecieron, yendo a la puerta y la ventana y comenzando a disparar sobre los árboles y las rocas fronteros.
Jay apenas podía hacerlo. El primer disparo le envaró de dolor agudo la mano y casi le hizo soltar el revólver.
—Maldita sea, no puedo — gruñó, bajando el arma. Dos metros a su espalda, Matt alzó su propio revólver con una malvada sonrisa.
—Entonces no estorbes — dijo. Y le metió una bala en el corazón.
Allí fuera, Lynn vio los fogonazos y comprendió que ellos se proponían descubrir su posición haciéndole disparar. Se quedó tranquilo dónde estaba…
Slim logró deslizarse al exterior sin novedad y llamó a Matt.
—¡Trae a la chica!
—¡No disparéis más! ¡Vamos, cogedla!
Llevaron a Verna al dormitorio de su padrastro y procedieron a pasársela a Slim por la estrecha ventana. Luego, uno tras otro, los forajidos se escabulleron al exterior y se agazaparon, armas en mano, aguardando la posible llegada de una bala.
—Nada, están ahí delante…
—Aprisa, al río, vamos a buscar los caballos.
Matt se cargó a la desmayada Verna al hombro y todos corrieron, alerta y encorvados, hacia la espesura de la orilla del río…
Lentamente, Lynn avanzó hacia el lado norte de la cabaña y la fue rodeando con toda clase de precauciones hasta, llegar a la parte de atrás, justo cuando desaparecía a lo lejos el último bandido entre los árboles. Inmediatamente sospechó la verdad y retrocedió, llegando a la cesa y acercándose paso a paso, pegado a la pared hasta la puerta, dónde Jud y Jay se desangraban lentamente a corta distancia uno del otro.
El silencio le dijo lo que sucedía. Entrando, el rifle listo, se pegó a la pared y aguardó un largo minuto. Luego, convencido de que los atacantes habían escapado llevándose a Verna o dejándola muerta, encendió una cerilla, a cuya débil luz pudo ver perfectamente a los dos muertos, la puerta del cuarto de Verna destrozada y abierta la de Calvin. Yendo allí, comprobó que estaba también abierta la ventana. Se habían llevado a Verna…
Encendiendo otra cerilla examinó a los muertos, reconociendo a Jay, lo cual le dio la prueba de por qué los atacantes habían venido de noche y con tanto sigilo. Pero al mirar a Jud emitió un leve silbido de excitación.
Porque Jud llevaba puestos sus pantalones y una de sus camisas.