CAPITULO VII
Nada sucedió durante el almuerzo. Verna notó un cierto cambio en la actitud de su padrastro y lo atribuyó a su rotunda negativa más que al hecho de que hubiera andado alguno de los muchos vagabundos del territorio por allí en su ausencia. Apenas les hubo alistado la comida se fue a su cuarto y se encerró, yendo a mirar por la ventana hacia el punto dónde le constaba que Lynn debía hallarse vigilando. Saberlo cerca y alerta le provocaba un gran alivio, una certeza de seguridad impagable…
Juan salió por la parte opuesta y tardó una hora en estar de regreso junto a Calvin, que fumaba impaciente
—¿Y bien?
—Ella mintió. Acompáñame.
Apretando la boca, Calvin así lo hizo. El indio lo condujo directamente a un punto cerca del arroyo donde le señaló unas leves señales impresas en el terreno blando Calvin sólo entendió dos, las marcas de gastadas botal de hombre y la señal de las botinas de Verna.
—Perra embustera…
—Aguarda. Ella mintió mucho. Mira esas huellas.
—¿Qué significan?
—Un peso grande. Lo llevaban entre ella y un hombre. Arrodíllale y mira aquí.
Calvin examinó la mancha oscura, algo más oscura que la propia tierra, aún sin comprender.
—¿Qué es?
—Sangre. La sangre de un hombre. Ven.
Se detuvo en el punto donde Lynn echó a Guthrie al agua y comenzó a señalar detalles.
—Un hombre fue muerto y lo echaron al agua aquí. Más arriba, donde a ella le gusta pescar, he encontrado más huellas de las botas del hombre que la ayudó, colillas de cigarrillo…
Calvin estaba ya alerta y muy preocupado.
—¿Qué imaginas puede haber sucedido?
—Aún no lo sé. Encontré la huella de un caballo que iba derecho al bosque, huellas frescas, de esta misma mañana, temprano. Tiene una herradura muy gastada. Ese mismo caballo vino desde la parte baja del valle junto con otro, pero ya hace dos o tres días. Dos hombres estuvieron aquí, tal vez se pelearon por ella, uno murió y el otro se ha quedado hasta esta misma mañana.
—¿Quieres decir… que se quedó con Verna?
—Ella te odia. Puede haberse buscado un aliado.
Calvin Barlow apretó la boca y los puños. Pensar que su hijastra hubiera podido darle a otro, a un desconocido, un vagabundo, uno de aquellos granujas semi-salvajes que pululaban por las montañas, lo que a él le negaba con tanta tenacidad, lo enloqueció de celos y despecho.
—Maldita… — barbotó—. Le voy a arrancar la piel a tiras y luego…
—Aguarda — Juan lo detuvo sujetándolo—. Piensa con tu cabeza.
—¡Déjame! Esa perra traicionera me las va a…
—Si te pones a acusarla y le pegas hallará modo de comunicarse con su amigo, sin duda ya lo pensaron. No sabemos quién es ni dónde se oculta, puede cogemos por sorpresa y darnos un disgusto.
Calvin reaccionó lentamente, con una nueva sospecha.
—¿Crees que le haya revelado el secreto de la cueva?
—Pudo hacerlo. Es mejor confiarla, hacerle ver que nada sospechamos. No la perdamos de vista y estaremos alerta. Cuando vaya a reunirse con su amigo la seguiremos y lo mataremos. Luego puedes castigarla como gustes.
Era lo más sensato, sí. Y Calvin Barlow lo bastante rencoroso y vengativo para desperdiciar aquella sugerencia. Torció una mueca asintiendo:
—Tienes razón…
Por eso cuando regresaron a la cabaña, Verna no advirtió nada extraño en su conducta, ya que la hosquedad, las miradas de reojo y el silencio de su padrastro resultaban lógicos en la situación que se encontraban.
Además, la muchacha hallábase embargada por su recién nacido amor y no tenía ojos ni oídos para nada ni pensamientos que no se polarizaran en Lynn Fraser
Necesitaba ganar tiempo para que Lynn recuperar la mayor parte de sus fuerzas. Una vez logrado, Lynn vendría a matar a su padrastro, la liberaría de aquella pesadilla y se la llevaría lejos, se casaría con ella… Sus sueños eran demasiado hermosos para permitirle advertir los detalles de la sórdida realidad.
Calvin no le habló apenas en todo el resto del día. Juan anduvo remoloneando por el exterior, casi siempre invisible. Apenas les hubo alistado la cena y se comió la suya, Verna marchó a su habitación y se encerró allí. Sólo entonces hablaron los hombres.
—Tal vez él la esté aguardando en la cueva y pretendan huir…
—Lo hubieran hecho antes de nuestra llegada. No, creo que se proponen tendernos alguna trampa y matarnos.
—¿Tienes algún plan?
—Uno. Esperar a que ella se duerma. Luego subiremos a la montaña. Ese hombre ha de acampar en un punto desde dónde pueda vigilar de día como de noche la cabaña y sólo hay media docena factibles. Sí ella le ayuda estará en uno muy concreto.
—¿A la salida del túnel?
—Ella no conoce otro y él no tiene por qué conocer el terreno.
—Es verdad… Iremos por él, Juan. Quiero cogerle y matarlo…
Verna no tardó en acostarse, luego de asegurar convenientemente la puerta. Pero tardó en dormirse, pensando en Lynn y en los últimos acontecimientos. Calvin estuvo fumando en la oscuridad todo el tiempo, rumiando planes vengativos. Y ya era la medianoche cuando abrió con la máxima cautela, saliendo al exterior y reunióse con Juan bajo la luz lunar,
—Está dormida. Vamos.
Iban a pie y armados hasta los dientes. Juan conocía palmo a palmo el terreno y atravesaron aprisa hacia el bosque, hundiéndose en sus profundidades…
Lynn no vio la llegada de la carreta porque aún estaba subiendo por el bosque hacia el punto de vigilancia. Cuando lo alcanzó ya Calvin y Juan se habían metido en la casa, pero el movimiento subsiguiente díjole a Lynn quiénes eran y permaneció alerta, sin volver a bajar.
Estuvo todo el día bajo un abeto y vigilando el valle, lo cual le permitió advertir parte de las idas y venidas del indio, aun cuando no receló tuvieran nada que ver con él debido a que Juan ya procuraba no dar lugar a sospechas.
Mientras vigilaba, Lynn tuvo tiempo sobrado para reflexionar. Se había enamorado de Verna y deseaba rescatarla a su destino, llevársela consigo, a cualquier precio. Ella valía la pena de luchar por su amor, el beso que le diera habíale dejado un ardor en la sangre difícil de apagar…
Necesitaba, calculó, al menos otros tres días de reposo y buenos alimentos para recuperarse lo suficiente. Entonces bajaría y afrontaría a Barlow y al pima. Mientras tanto, vigilaría, confiando en que Verna iba a saber ganar tiempo.
Sus pensamientos para el futuro eran bastante nebulosos. Hombre de frontera, de acción. Lynn no estaba demasiado acostumbrado a trazar planes a largo plazo. Ahora se le había planteado una situación nueva, de suma importancia, pero prefería resolver ante todo el problema inmediato. Una vez liquidado, ya hallaría un camino…
Permaneció en su observatorio hasta que se acabó toda claridad y una neblina blanca cubrió el fondo del valle. Faltaba una hora para salir la luna y se aprovechó de ello para encender una pequeña hoguera con ramitas secas en un lugar muy resguardado, guisándose la cena y comiéndola con apetito. Luego volvió a su observatorio.
La neblina envolvía la cabaña y sólo advirtió una débil estrella de luz. Cuando se apagó, juzgó que Verna se había acostado y decidió imitarla. Difícilmente Barlow intentaría forzar la sólida puerta de su cuarto durante la noche, pero de ser así ella tendría tiempo de disparar y en el silencio nocturno los disparos llegarían muy claros.
Como todos los hombres de frontera. Lynn Fraser tenía el sueño a la vez profundo y ligero de los animales salvajes. No podía calcular cuánto tiempo llevaba durmiendo, envuelto en sus mantas en lo profundo de un matorral de helechos al pie de dos enormes abetos y a unos cincuenta metros del calvero' del bosque, cuando un ruido distinto a los normales le llegó a través del sueño, tocándole un timbre de alarma en el cerebro.
Se despertó de golpe, completamente despejado. El bosque estaba completamente silencioso bajo la luz lunar que penetraba por entre las ramas de los árboles. Un silencio perfecto, hecho de mil ruidos que cualquier cazador de frontera, cualquier montañés, podía clasificar en su subconsciente de manera automática.
El caballo se encontraba atado a un árbol joven y a cosa de diez metros de distancia, removiéndose ligeramente. Pero el ruido que despertó a Lynn procedía de más allá, ladera abajo, al otro lado de la oscura masa de árboles y matorrales. Había sido un chasquido seco y claro, producido por una rama al quebrarse.
Ningún animal del bosque, por torpe que fuere, habría cometido el error de pisar una rama seca andando de caza. Luego había hombres cerca…
Alargando la mano, Lynn tomó el rifle. Luego se escurrió fuera del matorral con la suavidad silenciosa de un lince al acecho.
Pudo descubrir a los dos hombres que llegaban adoptando toda suerte de precauciones, algo separados entre sí, cuando ellos encontraron al caballo. Para entonces, Lynn ya estaba agazapado entre dos pedruscos algo por encima de su refugio nocturno. Y no lo habían oído.
Juan era un rastreador excelente, pero Calvin nada sabía de aquello. Él fue quién pisó la rama inadvertidamente. Ahora, los dos venían con sus rifles alistados en busca de un hombre al que matar.
El pima se detuvo al ver al caballo y con una seña ordenó a Calvin agazaparse y esperar. Luego él se movió tan cauteloso como un coyote que va de caza…
Encontró las huellas de la hoguera y luego las mantas y la montura del caballo. Pero ahora jugaba contra otro hábil zorro, que lo engañó.
Cuando regresó junto a Calvin cambiaron unas palabras en voz baja, pero sin excesivas precauciones.
—¿Lo has encontrado?
—Su cama está entre los helechos, pero él no.
—Entonces nos ha oído llegar y…
—No. Las mantas están dobladas. No se acostó aún.
—¿Qué quieres decir?
—Ha debido bajar al valle para espiarnos. O bien se introdujo en la caverna.
Era una razonable suposición. Y Calvin recordó algo.
—Nos han engañado lindamente —gruñó, casi en voz alta—. Sospecharon que investigaríamos, sí, eso es, por eso Verna se mostró tan dócil esta tarde. Debe haberse comunicado con él de algún modo y ahora escaparán.
—No lo creo. Más bien él bajó para estar más cerca durante la noche. Debemos regresar.
—¿Por dónde?
—Uno por la ladera y el otro por la cueva. Así no podrán sorprendernos.
Calvin tenía fe en las dotes del indio y, por otra parte, deseaba matar al hombre que había osado aliarse con su hijastra contra él.
—Está bien. Vamos.
Lynn los vio alejarse y desaparecer. Sonrió duramente. Los había engañado, pero ya sabía que la situación era insostenible. Ahora debería luchar contra dos hombres peligrosos y alerta.
También debería elegir entre la ladera o el paso subterráneo. En ningún caso conseguiría adelantarse al otro, pero la ladera le ofrecía mejores posibilidades…
Aguardó lo prudencial antes de ponerse en camino. No conocía lo bastante el bosque como para arriesgarse en él de noche confiadamente, eso iba a darle ventaja a aquél de los otros dos que lo precedía. Sin embargo, confiaba en que no fuera tan grande como para impedirle actuar contundentemente en el momento necesario…
Calvin había tomado por la ladera abajo, siguiendo un sendero que conocía bastante bien. Y sus celos, su temor, su despecho, su ansia vengativa, lo impulsaron a ir deprisa, apretando el rifle con sus manos crispadas y rumiando ansias de matar, brutalizar, poseer…
Tardó veinte minutos escasos en alcanzar la linde del bosque. Y lo primero que vio fue luz en el interior de la cabaña.
Aquello le dio la certeza de que su hijastra se proponía fugarse con el vagabundo que se había agenciado durante su ausencia. Loco de rabia y celos corrió a la casa, dispuesto a impedirlo.
En el momento que llegaba a unos cincuenta metros de la cabaña se abrió la puerta y vio salir a por lo menos dos personas. Sin meditar, porque la luz del interior le permitió advertir que Verna era una de ellas, alzó el rifle, se paró e hizo fuego.
Su disparo falló por milímetros al hombre que sacaba a Verna con dificultades. Aquél hombre juró y se apresuró a echarse al interior sin soltar a la muchacha mientras el que lo ayudaba sacaba su revólver y hacía fuego a su vez sobre Calvin. Dentro de la casa, otro hombre corrió a la ventana empuñando un rifle.
Calvin Barlow ya estaba convencido de que su hijastra huía con uno o dos hombres. Y volvió a disparar, encogido, mientras avanzaba hacia la cabaña, tan cegado por la rabia y los celos que no se preocupó siquiera de parapetarse.
Hizo dos disparos y tocó al que se agazapaba tras el marco de la puerta disparando su revólver. Pero el que se hallaba en la ventana y otro que vino por la parte de atrás de la cabaña abrieron fuego sobre él a tiro hecho. Recibió un proyectil en el estómago y otro en la cabeza, aulló y cayó como un pelele…
En la misma linde del bosque, Lynn Fraser se detuvo, mirando hacia la cabaña y escuchando el tiroteo. Luego, con el ceño fruncido y la boca apretada, avanzó con toda clase de precauciones.