CAPITULO 10

LA ACTIVIDAD de la empresa de Birmingham acaparaba todo el tiempo de James. Los niños estaban de vacaciones. Poppy logró convencer a James para volver al zoo con los niños y ver el pingüino que habían adoptado.

El animal estaba muy bien y no le había pasado nada. Los niños quisieron quedarse a comer, pero Poppy tenía el estómago revuelto, así que les compró unos sandwiches y se los comieron a la sombra de un árbol. Hacía un tiempo primaveral y los árboles estaban ya en flor.

De vuelta a Norwich los niños no callaron en ningún momento, comportamiento muy distinto al que habían tenido la primera vez que habían ido al zoo. Cuando llegaron, lo primero que hicieron fue irse a la cocina y pedir de comer.

Poppy abrió el frigorífico, se sintió mareada y no tuvo más remedio que irse corriendo al cuarto de baño. Allí la encontró James minutos más tarde, arrodillada en el suelo y blanca como la cal.

—¿Estás bien? —le preguntó, colocándose a su lado.

—Sí —logró responder ella—. Me parece que he pillado algo.

James la ayudó a meterse en la cama. Al cabo de un rato, él subió con una bandeja, en la que le llevaba sopa y unas tostadas, que ella se comió de forma voraz.

—A lo mejor es que sólo tenías hambre —sugirió él, cuando apareció de nuevo, para retirar la bandeja.

Ella asintió. Estaba demasiado agotada como para pensar. A lo mejor tenía razón.

James se sentó en el borde de la cama y le agarró la mano.

—Poppy, ¿crees que no habrá ningún problema si me voy a Birmingham mañana?

—No te preocupes —le dijo—. Ya me siento mejor. No sé lo que me ha pasado. Vete tranquilo.

James se fue y ella se recuperó un poco, pero, sin embargo, siguió teniendo la misma sensación de mareo y sólo lograba recuperarse si comía.

El verano pasó y los niños volvieron al colegio, pero James seguía muy ocupado. Seguía viajando mucho a Birmingham. En raras ocasiones lograron estar horas sin que los interrumpieran, pero cada vez que se quedaban solos Poppy se daba cuenta de que se estaba formando un vínculo mágico entre ellos.

Estaba segura de que James la amaba, pero en ningún momento se lo dijo.

Ella tampoco se lo dijo a él, porque en su subconsciente seguía grabada la conversación que había tenido con la señora Cripps, sobre la niñera que habían tenido anteriormente. ¿Habría tenido James una aventura con ella? Era bastante posible. Pero no le apetecía preguntárselo a James, ni tampoco se lo iba a preguntar a la señora Cripps.

Por lo que siguió en la duda, preguntándose si ella era la última en la larga lista de mujeres que habían tratado de sacar a James de su soledad.

Lo que no entendía era el porqué no aceptaba la oferta de Poppy. Sólo tendría que proponérselo, para que la otra fuera corriendo a su lado.

Lo que sí estaba logrando, sin embargo, era alejarlo de ella y de los niños, en cada oportunidad que tenía. Según iba avanzando el tiempo, Poppy se dio cuenta de que tenía que hacer algo. Aparte de la frustración que le producía el no poder estar con él el tiempo suficiente, había otra razón de peso por la que tenían que resolver aquella relación y resolverla rápido.

Se había quedado embarazada y se quedó la primera noche que hicieron el amor. Su deseo había sido concedido y tenía que asumir las consecuencias.

Sin embargo, conociendo a James como lo conocía, si se lo decía, le pediría que se casara con él, porque pensaría que era lo que tenía que hacer en esas ocasiones. Actuaba de esa manera. Pero el problema era que ella no sabría si se casaba con ella por amor o porque llevaba un hijo suyo dentro. No podría vivir con aquella duda.

Tenía que averiguarlo de alguna manera y la única forma de conseguirlo era forzar aquella situación, pero ¿cómo?

La ocasión apareció de forma natural. El primer fin de semana del mes de junio se celebraba una fiesta en la granja de sus padres. Poppy siempre les ayudaba a prepararla y le había pedido a James esos días, para poder ocuparse ella del puesto de pasteles y de la tómbola.

Al empezar esa semana, James le dijo que tenía una serie de reuniones en Birmingham para la semana siguiente.

—¡Pero ese fin de semana es cuando se celebra la fiesta! —protestó Poppy.

—¿Qué fiesta? —respondió James.

—Ya te lo dije hace tiempo. Necesitaba ese fin de semana para ayudar a mis padres.

James se quedó sin saber qué decir por un momento.

—¿Y no puedes llevarte a los niños contigo?

—¿Otra vez? —le respondió—. James, desde abril sólo he librado un fin de semana. Sólo uno. Soy su niñera, no su madre —añadió con tono amable—. Ellos te necesitan. Yo te necesito también. Y nunca estás con nosotros. No te vemos nunca, porque siempre estás en Birmingham.

James se pasó las manos por el pelo y se apoyó en el sofá.

—Tengo que ir, Poppy. Hay que supervisar todos los cambios.

—¿Durante el fin de semana? ¿Todos los fines de semana? —le preguntó Poppy—. Dime una cosa, ¿quién prepara las reuniones?

—Helen. Poppy, no es lo que tú crees. Helen y yo... bueno no somos...

—¿Qué no sois James? ¿Amantes?

Tragó saliva.

—Eso. Ella se encarga de poner las reuniones en los días que estamos libres. A lo mejor, como ella no tiene familia, no se da cuenta de este problema.

—Y a lo mejor es que tú no te das cuenta de que ella te quiere, James.

James movió en sentido negativo la cabeza.

—No, Poppy, estás equivocada. Ya sé que no os lleváis bien, pero dices las cosas como si ella estuviera tratando de alejarme de ti.

El tono de incredulidad en su voz, más que sus propias palabras, le confirmaron a Poppy que no tenía ni idea de lo que Helen tramaba.

Suspiró hondo.

—Sea cual sea la razón, esto tiene que acabar. Yo te quiero y quiero estar contigo. No estoy dispuesta a ser tu niñera y tu amante y quedarme en un segundo plano en tu vida. Tanto los niños como yo somos lo más importante en tu vida, y tú lo tienes que empezar a demostrarlo.

—Poppy, tú eres muy importante para mí...

—¡Demuéstralo entonces! Yo me voy este fin de semana a casa de mis padres a ayudarlos, como les había prometido. O cancelas la reunión, o te buscas a otra niñera.

Sin decir otra palabra, se fue a su habitación, cerró la puerta y se metió en la cama.

Cuando llegó el viernes, estaba convencida de que lo había perdido. James empezó a preparar sus cosas para irse a Birmingham, después de haberle dicho que se iba y que pensaba que su actitud era poco razonable y que estaba equivocada con respecto a Helen.

Ella no había querido discutir más.

—Vete, si te tienes que ir, James. Pero si te vas, yo también me voy, y para siempre.

—Poppy, por favor...

—Tienes que elegir. O Helen o yo.

—Pero si yo y Helen no... Estás confundida.

—¿De verdad? No creo. Ya sabes dónde vamos a estar. O te vienes a la fiesta, o todo habrá acabado.

—Tu actitud es poco razonable.

—No. Estoy luchando por algo que me importa. Lo mismo que hace Helen. No tengo yo la culpa de que estés tan ciego como para no verlo.

Después, llamó a Bridie y se fue a dar un paseo. Cuando volvió, él ya se había ido y ella se fue a su habitación, se tiró en la cama y lloró.

Cuando logró calmarse, pensó si no habría sido demasiado exigente. A lo mejor le tenía que haber contado lo del bebé. Era extraño que él no se hubiera dado cuenta, porque se le estaba empezando a notar.

Su madre se había dado cuenta, nada más llegar con los niños. La miró, le dijo a los niños que se fueran con Tom y se sentó con Poppy en la cocina, mientras tomaban una taza de té.

—¿Cuándo sales de cuentas? —le preguntó.

Poppy no quiso disimular que no sabía a lo que se refería. Al fin y al cabo, era su madre. Era la única que la entendería.

—Para Navidad.

—¿Para Navidad? Pues estás como si fuera a nacer en octubre. A ver si vas a tener gemelos.

Poppy se encogió de hombros y empezó a llorar. Audrey Taylor la abrazó y empezó a mecerla suavemente.

Poppy abrazó a su madre por la cintura.

—He cometido una estupidez, mamá. Ya sabía que esto iba a pasar. Debería haber ido al médico, o por lo menos a la farmacia.

—Tendrías que haberlo hecho, si no hubieras querido que te pasara esto.

—¿Crees que yo lo quería?

—¿Se lo has dicho a James?

—No. Antes quería saber si me quería a mí. De hecho, le he dado un ultimátum y me parece que lo he perdido para siempre. Así que a lo mejor tendrás que hacerte a la idea de ser la abuela de un niño sin padre.

—No anticipes los acontecimientos. A lo mejor viene. Y si no viene, tampoco es el fin del mundo. Sabes que no te vas a quedar en la calle y los niños siempre serán bien recibidos aquí, pase lo que pase.

Al oír aquello, Poppy empezó a llorar otra vez. Cuando se desahogó, su madre le dijo que se fuera a lavar la cara y a arreglarse un poco, antes de que llegaran sus hermanos y su padre.

Poppy miró por la ventana de su habitación y vio a Peter y a su padre poniendo los puestos para la fiesta que se iba a celebrar por la tarde. El cura estaba sacando la loza que sacaba todos los años.

Pero para Poppy ese año todo era diferente. Podría convertirse en el mejor día de su vida, o en el peor.

Se puso un vestido de algodón, muy suelto, para que no se le notara la tripita y se fue a la cocina, para ver en qué podía ayudar.

Llegó el momento de la fiesta y el corazón de Poppy se rompió en mil pedazos al ver que James no aparecía...

—Bueno, pues eso es todo por hoy, a menos que quieras añadir algo, James.

James miró a Helen, sonriendo.

—No, no tengo nada que añadir. Gracias a todos —le dijo y miró a Helen—. ¿Y ahora?

Los demás empezaron a salir, mientras ella jugueteaba con un bolígrafo.

—Como no tenemos nada hasta mañana, había pensado en ir a Stratford-upon-Avon y dar un paseo por el río, y quizá ir al teatro, a ver Romeo y Julieta...

—¿Has sacado entradas?

Helen se sonrojó.

—He reservado dos, que tenemos que confirmar.

—¿Y después? —le preguntó, con tono amable—. ¿Qué habías pensado para después, Helen?

—Pues quizá cenar...

—¿Y después?

—Bueno, pues quizá...

La agarró de los hombros.

—No, Helen. Lo siento mucho, pero no.

Ella se apartó, tratando de mostrar su orgullo.

—Hubo un tiempo en el que no me rechazabas — le recordó.

—Eso fue hace años, Helen, antes de que conociera a Clare. La cosa no funcionó. Ahora somos polos opuestos. Yo tengo a los niños...

—Y aPoppy.

—Ya Poppy —le dijo, confiando en que fuera verdad.

—¿La quieres?

—Sí, pero ella nada tiene que ver con lo nuestro. Nuestra relación se acabó hace años, Helen, antes de conocer a Clare. El matrimonio me ha cambiado y perder a Clare mucho más. Incluso aunque no hubiera conocido a Poppy, entre tú y yo no puede haber nada, Helen. Yo te respeto, te admiro y te quiero, pero no estoy enamorado, y no quiero pasar el resto de mi vida contigo. Lo siento.

—¿Y quieres pasar el resto de tu vida con Poppy?

—Sí —le respondió él, dándose cuenta de que eso era lo que precisamente quería. Y lo único que le quedaba por hacer era convencerla a ella...

—Entonces, lo mejor es que te vayas a su lado.

—¿Y la reunión de mañana?

Helen sonrió.

—Eso era una excusa para tenerte a mi lado el fin de semana. Puedo ocuparme yo sola.

—De eso estoy seguro —le quitó el bolígrafo de las manos, lo dejó en la mesa y la miró a los ojos—. ¿Qué te parece si te encargas tú de dirigir la empresa en Birmingham?

—¿Lo dices en serio?

James asintió.

—Estoy seguro de que lo puedes hacer tan bien como yo o mejor. Yo no tengo la suficiente energía mental como para levantar otra empresa. Quiero otras cosas en mi vida.

—¿Estás seguro de quererme dejar todo esto? —le preguntó, recorriendo con la mano las oficinas.

—Si tú quieres.

—Me encantaría. De hecho, ya tengo algunas ideas... —levantó su portafolios, pero James le sujetó las manos.

—En otro momento. Ahora tengo algo importante que hacer. Ven el lunes a mi despacho y hablaremos tranquilamente.

Ella sonrió. Desde hacía años no la había visto tan feliz. James se dio cuenta de que en realidad no lo quería. Lo que la movía era superar un desafío.

Se sintió un poco mejor. Le dio un beso.

—Buena suerte —le dijo ella.

—Gracias, la voy a necesitar.

James tomó su maletín y se fue hacia el ascensor. Demasiado lento para él. Bajó las escaleras de tres en tres. Se montó en el coche y en un tiempo récord llegó a la autopista.

Tomó la carretera que iba al pueblo de los padres de Poppy y aparcó el coche a una cierta distancia.

Había señalizaciones para la fiesta. Pagó los cincuenta peniques de la entrada y se abrió paso entre la multitud.

No vio a Poppy en ningún puesto de pasteles, ni en la tómbola, pero sí vio a su madre en uno de los puestos de comida. Había una cola de gente con platos y tazas en la mano, para tomar té con pastas. James se puso a la cola.

—¿Señora Taylor? ¿Audrey?

Lo miró a la cara y sonrió.

—Sabía que vendrías —le dijo, dándole dos tazas de té—. Llévale una taza a Poppy. Está en el puesto de baratijas. La señora Thomas se ha puesto enferma.

No sabía quién era la tal señora Thomas, pero poco le importaba. Porque en lo único en lo que pensaba en aquel momento era en Poppy.

Con las dos tazas en la mano, le preguntó al primero que vio:

—¿Dónde está el puesto de baratijas?

La mujer lo miró.

—¿Buscas a Poppy?

James asintió.

—Allí, al lado de los rododendros.

Le dio las gracias y se marchó. Pasó por en medio de la gente que estaba bailando y, al fin, llegó donde estaba ella.

Lo miró, con ojos de cansancio. Estuvo a punto de estrecharla entre sus brazos y decirle que la quería. Pero no lo hizo y le dio la taza de té.

—Toma, de tu madre.

—Gracias —todo era tan formal y educado que casi empieza a gritar. Llevaba un vestido de punto, con el que estaba guapísima. Tenía una cara como si hubiera estado llorando toda la noche.

—He estado hablando con Helen —le dijo—. Y tienes razón.

—Ya lo sé. ¿Y qué? —le respondió, sonriendo.

—Le he dado la dirección de Birmingham.

—Un reparto un poco feudal. Son cincuenta peniques —le dijo a una señora que preguntaba por un plato de porcelana.

—¿Podemos ir a algún sitio a hablar?

—No, tengo que atender esto. Hola, señor Burrows. ¿Qué tal está? ¿Mejor? Me alegro. Dele recuerdos a su mujer.

El servicio de megafonía cobró vida y el párroco agradeció a los Brownies la organización de la fiesta. Todo el mundo aplaudió.

—Y ahora, me han encargado que os diga que dentro de cinco minutos va a empezar el juego de la cuerda. Si queréis, podéis poneros en esa parte del jardín para animar a los competidores, seguro que agradecen vuestro apoyo.

Cuando terminó, James fue a decirle algo a Poppy, pero de pronto por megafonía se volvió a escuchar.

—Señores, me han dicho que en el equipo de casa les falta un hombre. ¿Tenemos a algún voluntario?

Poppy lo miró.

—Anda, ve a apuntarte.

—¿Estás loca? Además, estoy intentando decirte algo...

—Más tarde. Hola, señora Jones.

James desistió. Dejó la taza de té, se quitó el abrigo y se fue hacia el jardín, donde los niños habían hecho un muñeco de nieve meses atrás. Tom y Peter estaban sujetando, junto con otros hombres, la cuerda. Lo miraron.

—¿Necesitáis a alguien?

Tom asintió.

—¿Te ha enviado Poppy?

—Sí.

—¿Has hecho esto antes?

James movió en sentido negativo la cabeza.

—Pobre. Deja tu chaqueta allí y ven, que te enseño.

Se colocó en la cuerda y escuchó con atención a Tom. Cuando todos estuvieron preparados, James se colocó en el medio. Clavó sus talones en el suelo y tiró con todas sus fuerzas. Al final, ganó su equipo.

Fue una especie de milagro, una combinación de fuerza, coraje y determinación. Ganaron dos de las tres veces que compitieron y los declararon campeones.

La gente los aclamó y saludó dándoles golpes en la espalda. James trató de localizar a Poppy con la mirada.

La vio, pero de pronto desapareció.

Encendieron de nuevo el servicio de megafonía y James movió la cabeza, preguntándose si Helen se iba a creer lo que él estaba a punto de hacer. No se veía a los niños por ningún sitio, pero sabía que estarían entre la gente. Se fue hacia la casa y en la puerta de entrada vio al párroco.

—Perdone, quería ponerme en contacto con Poppy. ¿Puedo utilizar el servicio de megafonía?

Él párroco le dio el micrófono.

—Por supuesto.

Tomó aliento, miró a la gente y encendió el micro. Tenía las manos sudando, con el corazón a toda velocidad. Se puso el micrófono en la boca.

—Poppy, soy James —dijo con mucha claridad y todo el mundo giró su cabeza y lo miró—. No sé dónde estás. No puedo encontrarte y, si no te encuentro, no puedo decirte lo que te tengo que decir. No soy un hombre paciente y no puedo esperar.

Se aclaró la garganta y se puso el micrófono otra vez en la boda.

—Poppy, te quiero —le dijo. De repente, la gente se apartó y la pudo ver, al otro extremo del jardín, con las manos en la boca y los ojos abiertos de forma desmesurada—. Te amo —continuó—, Y me gustaría que fueras mi esposa y la madre de mis hijos.

Poppy dejó caer las manos. Su cara resplandecía de amor. Incluso desde donde estaba se veía que las lágrimas recorrían sus mejillas.

—¿Es eso un sí? —preguntó él, con voz suave. Y ella asintió.

La gente gritó de felicidad y James le entregó el micrófono al párroco. Salió corriendo hacia ella, la levantó en brazos y la besó.

Poppy no acababa de creérselo. Había estado tan segura de que lo había perdido...

—¿Cómo se te ha ocurrido declarar tu amor delante del párroco?

—Era lo único que podía hacer para que me escucharas —le explicó—. Oh, Poppy, te quiero tanto. Sólo cuando he temido perderte, me he dado cuenta de lo mucho que significas para mí y para los niños.

En ese momento, Poppy se dio cuenta de la presencia de los niños a su lado, mirándolos a los dos con cara de felicidad. Poppy se agachó y los abrazó. Vio a sus padres y a sus hermanos. Uno de ellos le llevaba la chaqueta a James.

—Lo mejor será que os vayáis los dos solos a dar un paseo —les dijo, apartando a todos los que estaban cerca de ellos—. Niños, venid conmigo, que os voy a dar un poco de helado.

Se fueron solos caminando de la mano. Poppy pensó que su corazón iba a estallar de felicidad. Sólo había una cosa que le preocupaba y que le tenía que decir.

—Hay algo que te tengo que decir.

—Parece algo grave.

Poppy le sonrió.

—Eso depende de los puntos de vista. Voy... vamos a tener un niño.

Se quedó parado donde estaba.

—¿Qué?

—De hecho, a lo mejor dos. Mi madre dice que es mucha tripa para uno.

—¿Grande? ¿Dos? ¿Cuándo? —le preguntó.

—En navidad —le respondió.

Se quedó mirándola como embobado. Después, estiró la mano y se la puso en la tripa.

—Poppy —le dijo. La abrazó—. Poppy —volvió a repetir y permaneció en silencio durante un rato, abrazado a ella, protegiéndola con sus brazos.

Cuando la soltó, vio que tenía cara de felicidad.

—Cuando perdí a Clare, pensé que no me iba a poder enamorar nunca más —le dijo—. Pero cuando te conocí, sentí que eras una luz en aquella oscuridad. Supongo que por eso no entendía lo que Helen estaba haciendo.

—¿Se lo has dicho?

—¿Lo nuestro? Lo sabía. Creo que sabe que yo nunca me habría enamorado de ella y, para serte sincero, creo que ella tampoco estaba enamorado de mí. Yo era como un reto para ella. Como te decía antes, la he dejado encargada de Birmingham. De esa manera, podré tener más tiempo para dedicar a mi familia.

—¿Lo dices en serio? —le preguntó Poppy, sin acabar de creérselo.

James le levantó el mentón, obligándola a mirarlo a los ojos y Poppy vio el amor reflejado en aquellos ojos verdes.

—Hablo en serio. Te quiero y quiero estar contigo para siempre.

Todo parecía maravilloso, pero había un punto que aclarar.

—En cuanto a tu niñera anterior...

—¿Qué ocurre con ella?

—¿Por qué se fue?

—Porque se quedó embarazada. Su novio Todd y ella no tomaron las debidas precauciones. Ya sabes lo que pasa.

Poppy sintió que el corazón le iba a estallar de felicidad.

—Claro que sé lo que pasa. Bueno, señor Carmichael, ¿cuándo tienes pensado hacerme tu mujer?

James sonrió.

—Aquí hay un párroco, vamos a hablar con él y ponemos una fecha. Cuanto antes mejor.

Poppy se echó a reír...

Fin