CAPÍTULO 8
POR UNA VEZ en su vida, Bridie no cometió ninguna travesura. Estaba esperando en la puerta pacientemente cuando James y Poppy llevaron con William. Pareció alegrarse de poder ver a su amigo de nuevo.
Mientras James preparaba sus cosas para irse a pasar la noche al hospital, al lado de su hijo, Poppy metió en la cama a William y le hizo algo de comer a James.
Minutos más tarde apareció en la cocina y se quedó mirando el plato.
—No me apetece comer...
—Pues tienes que comer algo —le puso el plato justo enfrente. Durante unos segundos estuvo jugueteando con la comida. Incluso intentó meterse una cucharada, pero no pudo con ella. Se pasó las manos por la cara, dio un suspiro y la miró. Tenía una expresión de sufrimiento. Sintió pena por él.
—No quiero ni pensar que se le pueda producir una hemorragia cerebral —le dijo, con voz tranquila, pero con un ligero temblor—. ¿Y si...? —no terminó la frase. Respiró hondo—. ¿Y si muere?
Poppy estiró una mano y se la puso encima de la de él.
—No va a morir —lo tranquilizó.
—Clare murió.
Poppy cerró los ojos. No podía soportar la angustia que se reflejó en sus palabras.
—Pero eso fue distinto —le recordó—. Fue algo inevitable.
—Ya lo sé, pero el niño puede morir por esto.
Poppy le soltó la mano y se puso en pie. Se fue a la ventana y se quedó mirando el jardín.
—Lo sé. Lo siento. ¿Quieres que me vaya?
James guardó silencio.
—No sé —dijo al fin—. No creo, pero no lo sé — pegó un puñetazo en la mesa y ella se sobresaltó—. ¿Qué diablos estaban haciendo en el bosque? ¿Por qué no estabas con ellos? ¿Para eso te pago?
Poppy cerró los ojos.
—Ya lo sé —susurró. No pudo decir nada más. No tenía disculpas.
James levantó el plato y lo tiró al fregadero, manchando de salsa la ventana. El tenedor salió volando y cayó en la cocina. Poppy ni se movió. James se dio la vuelta sin mirarla.
—Tengo que irme con él. Ya hablaré contigo cuando esté más calmado.
Recogió sus cosas y salió de la casa dando un portazo. A Poppy se le arrasaron los ojos de lágrimas.
—Dios mío, que no muera el niño —susurró. Un sentimiento de culpa la embargó, mientras limpiaba la cocina y tiraba a la basura el plato roto.
Después, se fue a ver a William, que estaba durmiendo y se sentó a su lado, mientras le acariciaba las orejas a Bridie. Las cosas de George estaban tiradas por la habitación, con su uniforme en el suelo y el osito de peluche debajo de la cama.
Lo recogió y se abrazó a él, como si de un salvavidas se tratara. Era sólo un golpe, se seguía diciendo. No era grave. Estaban exagerando. Pero la verdad, no se le podía criticar a James, porque Clare había muerto de una hemorragia.
Dio un beso a William, le arropó bien y bajó al piso de abajo, dejando a Bridie al cuidado del niño.
¿Por qué los habría dejado salir al jardín? Debería haberse imaginado que la iban a desobedecer y se iban a ir al bosque. Pero, por sentido común, no podía estar vigilándolos en todo momento. Aunque si algo le pasaba a George, de nada serviría el sentido común.
En ese momento sonó el teléfono y se fue a responderlo.
—¿Hola? —dijo, esperando que fuese James, con alguna buena noticia. Pero era Helen, con la misma actitud de siempre.
—¿Podría hablar con James, por favor? —le preguntó, como si le estuviera dando una orden.
—Lo siento, pero está en el hospital.
—¿Se ha llevado el móvil? Lo llamaré allí. ¿En qué habitación está el niño?
—No lo sé —mintió Poppy—. Sin embargo, no creo se le pueda localizar esta noche.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Porque su hijo es más importante —le respondió.
—No más que yo, querida. Lo llamaré allí.
—No creo que tenga tiempo para cuestiones de trabajo.
—¿Estás impidiéndome que lo llame? —preguntó Helen.
—Lo único que estoy diciendo es que es más importante la vida de su hijo.
Helen se echó a reír y Poppy estuvo a punto de gritar.
—Ya lo sé, pero es que los jóvenes os ponéis siempre muy dramáticos...
—Me estás hablando como si fueras una abuela — replicó Poppy con calma—. ¿Por qué no haces lo que tengas que hacer tú misma, sin necesidad de molestarlo?
—Porque tengo que hablar con él, para saber su opinión. Hay cosas sobre las que tomar decisiones, cosas que tú no puedes entender —le dijo.
—Pues yo creo que tendrías que decidir por ti misma. ¿Si no, para qué te habría dado James un puesto de tanta responsabilidad?
—Pero es que...
—Toma la decisión tú sola, o espera a que salga del hospital. Lo que te estoy diciendo es que en estos momentos no le puedes molestar.
—Eres una ignorante —le insultó Helen, colgando a los pocos segundos el teléfono. Ella era la ignorante. Porque no se daba cuenta de las necesidades de los niños, de las de James, porque manipulaba todo el tiempo la vida de esa familia...
Poppy irrumpió en la cocina, abrió las puertas del armario y vació el contenido en el suelo. Mandó a Bridie a su cama, y empezó a volver a colocar el contenido de cada armario.
Dos horas más tarde, la cocina estaba brillante por dentro y por fuera. ¿Se habría puesto Helen en contacto con James? Probablemente.
Se fue al estudio. Decidió terminar las cortinas mientras William estaba dormido. Cuando las terminara, las colgaría y la habitación estaría acabada.
Se llevó el teléfono inalámbrico y lo miraba una y otra vez, deseando que sonara. ¿Debería llamar al hospital a ver cómo estaba George? Decidió que era mejor no molestarlos.
En ese momento, empezó a sonar el teléfono.
—¿Poppy? Soy James.
—¿Qué tal está? —le preguntó, temerosa de oír la respuesta.
—Mejor. Le han hecho pruebas y no hay señales de hemorragia, ni nada parecido. No hay nada de lo que preocuparse. Está dormido.
Poppy no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta y era un manojo de nervios.
—¿Poppy? ¿Estás ahí?
Se dejó caer sobre el sofá.
—Sí, sí, estoy aquí.
—Le van a hacer una revisión por la mañana y creo que le darán el alta a la hora de comer.
—Me alegro. ¿Quieres que vaya yo a relevarte por la mañana, para que puedas ir a trabajar?
—¿Trabajar? —le dijo, en un tono de incredulidad—. Poppy, no me voy a apartar de su lado hasta que no se recupere. Lo llevaré a casa y me quedaré con él y con William hasta que estén recuperados.
Poppy se quedó sorprendida al oír aquella respuesta. ¿Qué habría ocurrido con el padre que nunca tenía tiempo para sus hijos? ¿Se habría dado cuenta de lo que realmente valían los hijos?
—Te veo entonces por la mañana —le respondió.
—Sí. ¿Qué tal está William?
—Bien. Está durmiendo.
—¿Ha llamado alguien?
—Helen. Me dijo que te iba a llamar. Intenté convencerla para que no lo hiciera.
James guardó silencio durante un par de minutos, como si acabara de decirle algo que no se esperaba y después repitió que la vería por la mañana.
Poppy se quedó pensativa. ¿Le habría molestado a James el que hubiera tratado de convencer a Helen para que no llamara? Qué más daba.
Dieron casi las tres de la mañana, antes de terminar y colgar las cortinas. Pero mereció la pena. Quedaban preciosas. A la habitación sólo le faltaba la alfombra, que la estaba limpiando una casa dedicada a ese tipo de cosas.
Cansada, pero todavía sin sueño, se preparó un vaso de leche y se fue a ver a William, antes de irse a su habitación.
A las cuatro y cuarto, hora en la que ella todavía estaba dando vueltas, William se fue a su cama y se abrazó a ella.
—Me duele la cabeza —le susurró.
—¿Te duele? Lo siento —le dio un beso en la frente, y lo abrazó—. ¿Quieres que te cuente un cuento?
—Mmm.
Poppy se inventó una historia sobre un niño llamado William que en una ocasión se fue de aventuras y descubrió que tenía un hermano gemelo.
—Y los dos vivieron felices y comieron perdices —le dijo cuando terminó de contarle el cuento.
—¿Eso es todo? —le preguntó el niño.
—Sí. Anda vete a dormir.
—¿Qué tal está George? —le preguntó, mientras bostezaba.
—Está bien. Tu padre ha llamado y ha dicho que mañana por la mañana vendrán.
—Lo echo de menos —murmuró el niño, medio dormido. Se acurrucó en los brazos de Poppy y se durmió.
Así es como James los encontró a las siete y media de la mañana, cuando llegó a casa para ducharse y cambiarse. Había ido a la habitación de William y había visto que no estaba. Preso del pánico, se había ido a mirar a la habitación de Poppy y allí encontró a su hijo. El perro estaba durmiendo a los pies de la cama. Movió la cola, para darle la bienvenida.
Se apoyó en el quicio de la puerta y se pasó la mano por los ojos. No había dormido en toda la noche y su preocupación por George se había visto incrementada por su enfado con Poppy. Tendría que haberse quedado con ellos. Aunque la verdad, los niños eran unos desobedientes. Llegó a pensar que la culpa era incluso de él, por no haber sabido educarlos.
Aquel torbellino de emociones lo estaban matando. También a Poppy le estaba afectando bastante. No tenía que haberle dicho lo que le había dicho la noche anterior.
Pero nadie era perfecto. Miró una vez más a William, para asegurarse de que estaba bien. Salió de la habitación y se fue a su dormitorio, se desnudó y se metió en el cuarto de baño.
El agua salía caliente. Fue como una lluvia cálida en la que lavó sus temores y emociones acumulados durante el día antes. Cuando terminó, se secó con la toalla y entró en la habitación, a ponerse ropa limpia.
Nada más entrar, se detuvo.
Poppy estaba en su cama, mirándolo con los ojos abiertos de forma desmesurada. Estaba colorada como un tomate. James descolgó la bata y se la puso. A continuación, fue a sentarse a su lado.
—¿Qué tal está? —le preguntó ella.
—Bien, durmiendo plácidamente. Voy para allá en un minuto. ¿Qué tal William?
—No podía dormir.
—Ni yo.
Poppy sonrió.
—Yo tampoco. James, siento de veras...
James le agarró la mano y se la apretó.
—No le des más vueltas, Poppy. George me contó que les habías dicho que se quedaran en el jardín y que no salieran al bosque. Me dijo que fue culpa suya...
—Pero sólo tiene ocho años —le respondió, con voz angustiada—. ¿Cómo va a obedecer cuando tiene enfrente semejante tentación? A los niños les encanta el bosque. Tendría que haber pensado en ello antes...
—Poppy, déjalo. Ya ha pasado todo.
—¿Cómo puedes decirme eso? —se quejó ella, mirándolo a los ojos. Tenía unos ojos muy grandes, arrasados de lágrimas. James no pudo resistir la tentación y la abrazó.
—Tranquila —murmuró a su oído. De pronto, Poppy rompió a llorar, dando rienda suelta a toda la tensión acumulada durante horas.
Al cabo de los segundos, Poppy se apartó y se restregó los ojos con las manos.
—Lo siento —volvió a repetirle—. ¿Quieres entonces que me vaya?
—No. No, porque todo ha sido un accidente, del que tú no tuviste la culpa. Me podría haber pasado también a mí.
—Pero me ha pasado a mí y no a ti. Esa es la diferencia.
—De todas maneras, no creo que vuelva a ocurrir de nuevo y los niños te necesitan —estuvo a punto de añadir que él también la necesitaba, pero se lo pensó mejor. Ño quería liar más la situación.
—Sin embargo —continuó, al cabo de los pocos segundos—. Creo que será mejor que te vayas a casa un par de días. Dentro de unos días tengo que irme a Birmingham de nuevo y necesito que te quedes con los niños. Estos días me quedaré yo con ellos...
—Claro. Me iré cuando vuelvas a casa con George.
Tenía tal aspecto de estar perdida que en esos momentos estuvo a punto de estrecharla entre sus brazos. Pero su libido, a pesar de la falta de sueño, surgió de su interior con inusitada fuerza. Sería mejor salir cuanto antes de allí, antes de cometer alguna estupidez, como por ejemplo echarla en la cama y hacer el amor con ella hasta la saciedad.
—Si quieres, vete hoy —le dijo—. Puedo llevarme a William. George lo echa de menos. Despiértale y vete cuando quieras.
Poppy asintió con la cabeza y salió de la habitación, dejándolo con un cierto remordimiento de conciencia...
No entendía nada. En un momento la estaba abrazando y tranquilizando y al siguiente la estaba mandando a casa, como si no quisiera verla más. Despertó a William, lo llevó a su habitación y, después, metió algo de ropa en una bolsa. Era mejor irse de allí cuanto antes.
—¿Te vas ya? —le preguntó, apoyado en el marco de la puerta.
—Sí. ¿Cuándo quieres que vuelva?
—¿El viernes por la mañana? Me tomaré la semana libre. Iré el viernes a la oficina, antes de salir de viaje.
—Muy bien —Poppy evitó mirarlo. Levantó la bolsa y se fue hacia la puerta. James la detuvo, justo en el momento en que pasaba a su lado.
—No te sientas culpable —le dijo, con voz suave.
—Dale recuerdos a George —murmuró ella, pasando a su lado y bajando las escaleras. Bridie la siguió. Se fue a casa, se echó en los brazos de su madre y le contó todo lo que le había pasado.
—¿No te das cuenta de que no es culpa tuya? —le preguntó su madre—. Cuando pienso en las cosas que han hecho tus hermanos, y que todavía hacen. No puedes estar en todos los sitios y, si James te pidió que decoraras el estudio, no puede echártelo ahora en cara.
—Lo tendría que haber hecho cuando los niños hubieran estado dentro...
—Y también tendrían que haber obedecido. Poppy es una lección que tenéis que aprender todos. Por suerte, no ha pasado nada.
A excepción de la relación con James, pensó Poppy, pero no se lo dijo a su madre.
—¿Por qué no me habré dedicado a otra cosa? — murmuró.
Su madre se echó a reír y le dio un abrazo. Poppy se fue a ver a Héctor, que ya estaba bastante crecido. Poppy estuvo recorriendo el granero y recordando los besos que James le dio allí, entre los animales. Esa misma noche había vuelto a besarla en casa de sus padres, y de no haber estado allí, no sabía lo que podrían haber hecho.
Los días transcurrieron con lentitud. Llegó el viernes por la mañana. Llegó a la casa a las nueve y entró por la puerta de atrás, con Bridie a sus talones. Encontró a James en el vestíbulo, saliendo de la biblioteca para saludarla. Poppy no pudo verle los ojos, porque la luz del sol se lo impedía.
—Hola —le saludó—. ¿Dónde están los niños?
—Los he llevado al colegio. El médico dice que están muy bien —le informó.
Las dudas de Poppy resurgieron de nuevo. A lo mejor los había llevado al colegio para que no estuvieran delante, cuando le dijera que tenía que irse. A lo mejor quería que hiciera las maletas y se marchara antes de que volvieran...
—¿Poppy?
—¿Sí? —le respondió.
—¿Has terminado ya de decorar el estudio?
—Sí.
—Ha quedado precioso.
Poppy lo miró boquiabierta.
—¿No estás enfadado? Estaba decorando el estudio cuando se cayó George. Pensé que te enfadarías tanto que no te iba a gustar cómo había quedado.
—No estoy enfadado. He estado hablando con los niños y me dijeron que fue culpa suya, que te desobedecieron. Quiero olvidarme de todo eso cuanto antes, Poppy.
Se quedó mirándolo sorprendida.
—¿No quieres que me vaya?
Se miró las manos.
—Claro que no —murmuró—. Nunca he querido que te marches.
—Pero yo pensé... estabas tan enfadado...
—Olvídalo, Poppy. Ya ha pasado todo. Y me encanta cómo has decorado el estudio. El único problema es la alfombra. Llegó ayer y no sé si la he colocado donde debe ir.
Le puso la mano en el hombro, en gesto amistoso, y se la llevó al estudio. A continuación la apartó y le preguntó qué pensaba.
Intentó concentrarse en la forma en que había colocado la alfombra, entre las sillas y el sofá, justo en el sitio que ella la habría puesto.
—Perfecto. A mí me parece bien. ¿Te gusta?
—Me encanta. Es encantador. Muchas gracias, Poppy.
Y a continuación, la abrazó y le dio un beso en los labios.
El aire se le quedó aprisionado en la garganta, cuando él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Volvió a acercarle la cara y a darle otro beso en la boca, pero esta vez con mucha más intensidad.
—Poppy —le dijo, con voz ronca. La estrechó entre sus brazos, arrimándole su cuerpo. Le puso la mano en el trasero. Su cuerpo ardía de deseo.
James levantó la cabeza y la dejó descansar sobre la de ella.
—Me tengo que ir —murmuró él—. Tengo que estar en Birmingham antes de comer. Son las diez y todavía tengo que pasar por la oficina —cerró los ojos y se abrazó a ella. Después se apartó—. Vendré el domingo por la tarde.
El sábado por la tarde, a eso de las seis y media, James llamó por teléfono.
—Hola —respondió ella.
—Hola. ¿Qué tal los niños?
—Bien —le respondió—. George todavía esta algo cansado, pero William está perfectamente. Ya están en la cama, así que no puedes hablar con ellos.
—No llamaba para hablar con ellos, sino contigo —le respondió y el corazón empezó a latirle con fuerza otra vez. ¿La llamaba para charlar con ella? No, la llamaba para preguntarle si tenía pensado hacer algo el siguiente fin de semana.
—Nada en especial. ¿Por qué? —le preguntó.
—Es que quería invitar a cenar el sábado por la noche a la gente con la que estoy. Ahora que tengo el estudio bien decorado, no me importa invitar a la gente a mi casa. Pero no quería hacerlo, sin antes saber si tú puedes estar.
—¿Yo? ¿Qué quieres que haga yo?
—Actuar de anfitriona. Hacer la cena, si crees que eres capaz, o llamar a alguien para que la lleve. Estar allí para dar tu apoyo moral.
—¿Apoyo moral? ¿Quieres decir quedarme con los invitados y contigo todo el tiempo?
—Claro. No te estoy pidiendo que hagas de sirvienta. Te estoy pidiendo que te quedes a mi lado, cenando con estos ejecutivos.
¿A su lado? El corazón le empezó a latir con fuerza.
—Claro —le respondió—. ¿Cuántos son?
—Diez, más o menos, además de un par de ellos de Norwich y Helen.
Todas sus ilusiones se desvanecieron en el aire, pero decidió no dejarse intimidar por aquella mujer. No le había pedido a Helen que hiciera de anfitriona, sino a ella y se sentía muy orgullosa de serlo.
Helen se iba a morir de envidia.