CAPÍTULO 7
A LA MAÑANA siguiente temprano, Tom y Peter limpiaron el trozo de camino que llegaba hasta el pueblo. Una vez estuvo limpio, James pudo salir de allí.
Todo iba a resultar un poco raro sin él, pero de alguna manera, a Poppy no le dio pena el que se fuese, porque las noches eran de una tensión increíble y pensar que tendría que pasar otra noche con él tan cerca, era como para subirse por las paredes. Los niños, sin embargo, no tenían ninguna prisa por volver al colegio, incluso se quejaron cuando Poppy insistió en que tendrían que volver.
—¿No nos podemos quedar otra noche? —le preguntó George.
—¿Para que nos nieve y nos quedemos atrapados otra vez? —replicó Poppy.
—¿Podría ocurrir? —preguntó William.
—No. Vamos, daremos de comer una última vez a Héctor y nos marchamos. Si nos damos prisa, todavía podéis llegar y jugar un rato.
—Podemos quedarnos a jugar aquí —propuso George—. Además, Héctor nos va a echar de menos.
—Bridie es el que más nos echará de menos —le dijo William, mientras acariciaba las orejas del perro. Poppy sintió pena. Bridie había sido toda la vida su perro y era como si lo abandonara. De pronto se le ocurrió que se lo podría llevar a casa de James.
Tragó saliva. ¿Se pondría James furioso? Le gustaba el perro, aunque para admitirlo tendrían que torturarle. Y al perro le gustaba James.
Se fue a la cocina y mientras los niños ayudaban a Tom con el tractor, lo consultó con su madre.
—Yo creo que puede ser muy positivo para los niños —respondió Audrey.
—¿Y no crees que también para James?
—Incluso para James. Yo creo que es una idea excelente. ¿Por qué no te lo llevas hoy contigo?
—¿No lo vas a echar de menos?
—Claro que sí. Pero lo mismo te va a ocurrir a ti. Además, nunca ha servido para ir de caza. Los Bridgers nos van a regalar un labrador.
El perro las miró, con la lengua fuera, con una expresión en su cara como si las estuviera entendiendo. Poppy se echó a reír.
—Está bien, vas a venir con nosotros. Pero tendrás que portarte bien.
Poppy llevó a los niños al colegio y después volvió a la granja para llevarse el perro. Lo metió en la parte de atrás y se volvieron otra vez a Norwich.
¿Se pondría James furioso? ¿Debería habérselo consultado antes? El problema era que no se atrevía a interrumpirlo otra vez. Además, siempre había la posibilidad de devolverlo a la granja de nuevo.
James se quedó de pie en el vestíbulo. Oyó unos ladridos, procedentes de la parte de atrás de la casa y por el suelo de mármol estaba manchado. En la puerta del salón había una manta que había visto mejores épocas.
—No es posible que haya un perro —murmuró para sí mismo.
Con el corazón en un puño se fue hacia la cocina.
Gran error. De pronto, el perro levantó las patas y se las puso encima de su camisa limpia.
—¡Bájate ahora mismo de ahí! —gritó Poppy y el perro dejó caer las patas, manchando la parte frontal de la camisa y los pantalones de James. Otro traje que tendría que enviar al tinte. Se apoyó en la puerta y miró a Poppy.
—¿Bridie? —preguntó, en tono suave.
—Mmm
Puso cara de alivio.
—Qué descanso. Por un momento pensé que habías traído un perro guardián.
Los niños se removieron en sus sillas y Poppy tragó saliva. James los miró a todos. Poppy se aclaró la garganta y esbozó una sonrisa.
—Bueno, más o menos eso es lo que he hecho.
—Explícate.
—Pues que pensé que podría servir precisamente para eso. Luego hablamos de que a los niños les vendría muy bien tener un animal de compañía y pensé que no te iba a importar.
—¿Un animal de compañía? —repitió él—. Yo había pensado en un hámster, o un pez, o algo así.
Miró a Bridie, que estaba sentado y con la lengua fuera. Le pasó una mano por la cabeza y le acarició las orejas, para quitarle tensión al momento.
Se apartó de la puerta y se fue hacia la mesa. Al lado de la estufa habían puesto una caseta para que durmiera.
Dios mío. Parecía que alguien le había echado otro problema encima y lo cierto era que estaba muy cansado.
Se sentó en una silla y se miró el reloj. Después miró a los niños.
—¿No creéis que es hora de ir a la cama?
—Poppy nos dijo que nos podíamos quedar hasta que vinieras.
Miró a Poppy.
—¿Estás utilizando como arma a los niños?
Poppy se sonrojó. James se dio cuenta de que le había dolido.
—La verdad es que se iban a ir ahora mismo a la cama —respondió, mirando a los niños y desafiándo-los a que le respondieran lo contrario. De pronto, se levantaron y se fueron a la cama.
—A la señora Cripps no le va a gustar —le dijo, después de un silencio.
Poppy no dijo nada, y James tuvo la sensación de que a Poppy le importaba poco que a la señora Cripps le gustara el perro o no. De hecho, desde que Poppy estaba con ellos, la casa estaba mucho más limpia, por lo que era posible que ella estuviera haciendo más que la señora Cripps. Además, parecía que se llevaba muy bien con los niños. Se preguntó si Poppy sería capaz de arreglar los estropicios que hiciera Bridie.
Miró el suelo de la cocina, cubierto de huellas de perro y después al que las había hecho, que estaba tumbado a los pies de Poppy, cansado después de haber generado semejante caos. ¿Se iba a quedar con ellos? A Poppy parecía que le gustaba la idea, y los niños estaban encantados. Suspiró hondo. ¿Cuántos desastres podría provocar un perro?
—¡Poppy!
—A Poppy le dio un vuelco el corazón. Conocía aquel tono de voz. Después de haber pasado tres días Bridie en casa, ya se había acostumbrado a los gritos que daba James cuando descubría alguna trastada que había hecho el perro.
El día anterior, había entrado en el estudio, había volcado la papelera y se había comido los papeles. Luego, había aparecido dormido en la cama de James. Poppy se preguntó qué habría hecho en aquella ocasión.
No tuvo que esperar mucho tiempo. James apareció bajando las escaleras, con un par de zapatos en la mano.
Le enseñó uno y Poppy no tuvo más remedio que mirarlo.
Le había destrozado los zapatos que había comprado para lucir en las fiestas. Cerró los ojos y los abrió de nuevo. Pero la visión no cambió.
—Lo siento, pensé que había cerrado la puerta.
—Pues es evidente que no, a menos que la pueda abrir.
—Puede abrir las que tienen picaporte, pero no las que tienen pomo.
—Es un alivio oír eso —comentó él, en tono irónico—. ¿No crees que podríamos guardarlo en un sitio determinado, sin dejarlo que esté por toda la casa? Así a lo mejor vuelvo y me puedo encontrar la casa lo mismo que estaba.
—Lo siento. De verdad que lo siento. De ahora en 'adelante, te prometo que lo vigilaré. Está acostumbrado a hacer lo que quiere. Necesita mano dura.
James murmuró algo sobre que no era el único y se fue escaleras arriba, con el par de zapatos mordido. Poppy volvió a la cocina y se sentó en el suelo, junto al perro, que estaba durmiendo, con una expresión de inocencia en su rostro.
—Al parecer eres una molestia —le dijo, muy seria.
El perro abrió un ojo y movió la cola. Poppy resistió la tentación de darle un abrazo. Poppy se levantó y se fue a mover la salsa que estaba haciendo.
James asomó la cabeza.
—Eso huele muy bien, es una pena que no me pueda quedar.
Poppy se dio la vuelta y lo miró.
—¿No?
—No. Lo siento. Tengo otra reunión con los de Birmingham, que empieza esta noche y continua mañana. Se acaba de comprar esa empresa y estamos viendo cómo aumentar los beneficios. Se están produciendo tantos cambios en el sector informático hoy día, que la oficina móvil es la respuesta a estos tiempos.
—Es una pena que con la tuya no puedas hacer lo mismo, y trabajes aquí en casa.
James suspiró y se pasó una mano por el cuello.
—Escucha, ya sé que tendría que haberte dicho algo, para que no me hubieras preparado la cena...
—No es por eso —le interrumpió Poppy—. Es por los niños. Es viernes, James. Han estado hablando de lo que ibas a hacer con ellos el fin de semana, y soy yo la que tendrá que decirles otra vez que no vas a estar aquí el fin de semana.
James soltó el aire poco a poco y Poppy se sintió culpable por someterle a semejante presión. Debería decirle que daba igual, que estaba segura de que estaba haciendo lo mejor para los niños. ¿No podrían haber puesto la reunión entre semana?
—¿Quién fijó la reunión? —preguntó Poppy.
—Helen. Ella es la que se encarga de eso.
—Muy interesante —murmuró Poppy entre dientes y empezó a remover la salsa con tanta violencia que se manchó el jersey. Los ojos se le arrasaron de lágrimas. Con una servilleta se empezó a limpiar el jersey.
James le quitó la servilleta de las manos y le limpió la barbilla, que también se la había manchado.
—No te enfades conmigo, Poppy —le suplicó él—. Intento estar aquí todo lo que puedo.
—Pero no es mucho —le respondió, sintiendo un escalofrío por la espalda, mientras le limpiaba la cara.
—Intentaré terminar la reunión lo antes posible. Te lo prometo —le dijo, y lo dijo en tono sincero.
Poppy frunció el ceño y esbozó una sonrisa.
—No frunzas el ceño, que te van a salir arrugas — murmuró él, acercándose a ella y dándole un beso en los labios—. Tienes salsa —le dijo y después, sin mediar más explicaciones, acercó la cabeza otra vez y la besó.
Poppy se olvidó de la salsa y de la reunión, e incluso se le pasó el enfado. Se olvidó de todo, a excepción de sus labios, de la suavidad de su lengua, de la calidez de su boca, de sus manos en su cuerpo. Podría haberse olvidado hasta de su nombre, si no fuera porque James lo pronunciaba a cada momento.
El sonido del teléfono los apartó como dos autómatas. Poppy sabía que los ojos le brillaban y que tenía los labios hinchados.
Observó a James levantar el auricular y responder. Dio un suspiro y se metió la mano en el bolsillo.
—Muy bien, Helen. Veré si puedo encontrarlo. Por cierto, mañana me gustaría terminar pronto. ¿Por qué? Pues para estar con los niños. Ya lo sé, pero lo de la nieve no fue culpa mía. Ya sé que no debía haber estado allí, pero estaba. No exageré la situación —le dijo, con paciencia.
Poppy estuvo escuchando la conversación, sin quererlo. Si hubiera sido ella, le habría dicho a aquella mujer lo que tenía que hacer y sin tantos miramientos. A punto estuvo de arrebatarle el teléfono y decírselo, pero se contuvo. Estaba segura de que aquella mujer tenía segundas intenciones. Seguro que podría haber puesto la reunión en cualquier otro momento. Incluso podrían haber discutido todos los detalles por teléfono o por fax.
Poppy apretó los dientes, se armó de paciencia y empezó a remover los espagueti lentamente. No quería que James le limpiara la cara más. O por lo menos, no hasta que terminara de hablar por teléfono.
Cuando colgó, siguió dándole la espalda, sin saber cómo reaccionar después de aquel beso. La verdad era que había sido un poco inocente. Se alegró de que se tuviera que ir aquella noche, porque así podría irse a la cama con un buen libro y olvidarse de los besos tan excitantes que le daba el señor James Carmichael...
—¡Poppy!
—¿Qué pasará ahora? —murmuró, tirando el paño de cocina que tenía en la mano y dirigiéndose a las escaleras. La habitación de James estaba abierta y también la del cuarto de baño que había al lado. Los gritos procedían de allí. Entró, sin pensar y se encontró a James sentado en un extremo de la bañera, completamente desnudo, y Bridie chapoteando en el agua.
Poppy se quedó de piedra, sin saber si mirar el cuerpo de James, que no tenía ningún vello en el pecho, o sacar a Bridie de la bañera.
En ese momento, el perro se fue hacia James, quien se puso de pie y salió de la bañera. Bridie los siguió, se detuvo en medio de la habitación y se sacudió, justo en el momento que llegaban William y George. Los niños fueron a esconderse detrás de Poppy y James intentó echar de allí a Bridie con la toalla.
Aquello fue demasiado. Se apoyó en la pared y empezó a reírse a carcajadas, deslizándose hacia abajo, hasta quedar sentada en el suelo. Había que haber visto la cara que puso James, pero estaba segura de que veía el lado divertido de la escena.
—¡Estoy harto de animales en las bañeras! —gritó, poniéndose la toalla en torno a la cintura—. ¡Primero el pingüino, ahora este perro!
Poppy logró al fin calmar su risa, agarró a Bridie y se lo llevó al piso de abajo.
Cuando llegaron abajo, el perro volvió a sacudirse. Poppy estuvo a punto de enviarlo a que se sacudiera de nuevo en el prístino estudio. Pero se lo pensó mejor. Lo llevó a la cocina y lo secó, mientras le restregaba las orejas y trataba de hacerle entender un poco. Pero el perro sonrió, sacó la lengua y segundos más tarde se fue a saludar a James.
Llevaba la toalla alrededor de la cintura, con las piernas todavía mojadas. Poppy se quedó donde estaba, una posición excelente para admirar sus musculosas y bien formadas piernas. Sin embargo, decidió que era mejor ofrecerle algo de beber y pedirle disculpas.
Se levantó con mucha decisión y lo miró a los djos.
—Lo siento. Tenía que habértelo dicho. Nosotros aprendimos desde pequeños a echar la llave en el cuarto de baño, porque a Bridie le encanta darse baños y le da igual si hay alguien dentro o no.
James esbozó una sonrisa y se dio la vuelta, tratando de mantener una cierta distancia.
—Ya me he dado cuenta —contestó—. Supongo que nunca habrás pensado en llevarlo a algún sitio a que lo enseñen.
Indirectamente estaba insinuando que debería llevarlo al veterinario. Abrió la botella de vino, le sirvió un vaso y se lo ofreció.
—Lo intentamos una vez, pero organizó tal caos en la consulta que desistimos. Aunque sólo tenía cinco meses.
James miró al perro con una mezcla de exasperación y afecto.
—Es un perro cariñoso —comentó. Poppy casi se cae de la silla.
Bridie, como si hubiera intuido algo de cariño, alzó la cabeza y se la puso en la rodilla.
—Anda, venga —dijo James, dirigiéndose al perro, mientras le acariciaba las orejas—, no te apoyes en mí. Dios mío. Podría haber sido peor. Las toallas siempre se pueden lavar en la lavadora. Hablando del efecto que produce Bridie en mi ropa, ¿han devuelto mi traje de la tintorería?
Poppy se mordió los labios, para no reírse, antes de responder:
—Sí. Los han traído esta mañana.
—A lo mejor lo próximo que compre tiene que ser una cadena de tintorerías —comentó James.
Poppy no quiso pensar en lo que se le iba a ocurrir hacer a Bridie la siguiente vez, pero la idea de comprar una cadena de tintorerías no era mala...
El tiempo se estaba suavizando. Por el día lucía un sol primaveral, aunque por las noches todavía hacía frío. Poppy le pidió a su madre la camioneta, para poderse llevar a Bridie durante el día y dar largas caminatas. También era un vehículo muy útil para transportar lo que comprara en las subastas y en las tiendas de segunda mano. Un día, James le dijo que llevara el Mercedes a un concesionario y que lo cambiara por una furgoneta.
—Tienes que tener buenas herramientas para hacer tu trabajo —comentó él—. Además, son una buena inversión. Lo único es que es más difícil de aparcar.
Poppy, que era muy mala aparcando, intentó controlar su indignación. En sus viajes, le ponía a Bridie unas mantas, para que no estropeara la tapicería.
Durante un tiempo, se dedicó a salir de compras para decorar el estudio, ocuparse de Bridie y los niños y desear que James pasara algo más de tiempo a solas con ella. Pero, cuando no estaba en Birminigham comprando alguna nueva empresa, estaba en Nueva York o en Tokio en una convención, o en la oficina, en reuniones hasta altas horas de la madrugada. La promesa de aquel beso que se dieron en casa de sus padres parecía que se estaba perdiendo en el olvido.
Era perfecto. Poppy retrocedió unos pasos y miró el mueble. Decidió que no podía ser mejor. Un Davenport, antiguo y con manchas de tinta, pero soportando su edad muy bien. Era el mueble perfecto para poner entre las ventanas del estudio.
Hizo un gesto con la cabeza al subastador. Tragó saliva. ¿De verdad había permitido James pagar aquella suma de dinero por aquel mueble? Aunque la verdad, era muy difícil encontrar algo parecido, tan auténtico. Decidió llamar a James para comentárselo.
—Casi me he gastado de lo que había presupuestado para el estudio —le dijo.
—¿Es una buena inversión?
Poppy se echó a reír.
—Eso espero, porque de lo contrario tendré que trabajar para ti sin sueldo.
—No creo que sea necesario. Si a ti te gusta, seguro que mí también. Ya te lo dije.
Aquella confianza, ¿sería infundada? Confiaba que no. Metió la mesa en la furgoneta y se la llevó a casa. ¿Le gustaría a James?
La señora Cripps la ayudó a descargarla.
—Tiene asas de metal —comentó—. Supongo que tendré que limpiarlas.
—Muy de vez en cuando —le aseguró Poppy.
—Me alegro, porque con un perro tan tonto por aquí, a una no le da tiempo de hacer casi nada. No sé para qué tienes a un perro tan tonto. Es un inútil.
Poppy no le quiso contestar. Bridie no parecía estar causando una impresión muy positiva. No sabía ni siquiera para qué le había traído su cama, porque todas las noches se subía a la habitación de William y dormía con él. Habían formado una pareja inseparable. Bridie se podía quedar parada esperando en la puerta del colegio, cuando Poppy los dejaba allí todas las mañanas. Sólo la lograba sacar de allí si se le ofrecía comida. Pero en el momento que los niños volvían, no se separaba un minuto de ellos.
En aquel momento estaba en la puerta, esperando, mientras Poppy colocaba la mesa entre las ventanas.
Ajustaba a la perfección, combinando perfectamente con el color de las paredes y de las cortinas. Poppy las había cambiado ya y había puesto unas con motivos florales, al estilo de las casas de campo.
Tan sólo le quedaba colocar las cortinas de la ventana de la izquierda. Nada más poner la mesa y detenerse a admirarla, se subió a la escalera y las colgó, cosiendo a mano el bajo.
Estaba acabando de marcar la distancia con los alfileres, cuando se tuvo que ir a recoger a los niños. Cuando los llevó a casa les dio un vaso de leche, un trozo de pastel y los mandó al jardín con Bridie.
—¿Nos podemos ir al bosque? —preguntó George.
Poppy negó con la cabeza.
—Quedaos en el jardín, por favor. Y vigilad a Bridie. No quiero que se escape.
Después volvió al estudio, se sentó y continuó con el trabajo de las cortinas. No era mucho trabajo y, con un poco de suerte, las terminaría antes de que volviera James.
Y no iba a volver temprano. Tenía otra reunión. Miró por la ventana y vio a los niños correr, con Bridie a sus talones. Sonrió y siguió con la costura, pensando de forma inevitable en James.
Lo cerca que habían estado durante el mes de febrero, pareció desvanecerse en el aire. Estaban en abril, pronto los niños comenzarían las vacaciones y la relación no había avanzado mucho.
O por lo menos, ella no lo había notado. Todavía se daba cuenta de que James la observaba a veces con gesto pensativo. Sabía más o menos lo que se le estaba pasando por la cabeza, pero nunca daba ningún paso.
Se pinchó en el dedo y se lo metió en la boca. Sería mejor ir a ver lo que estaban haciendo los niños. No quería manchar las cortinas con sangre. De eso ya se encargaría Bridie, sin que nadie la ayudara.
Dejó la tela a un lado y se fue a la cocina. Se puso una chaqueta de punto y las zapatillas. Tenía la mano en el pomo de la puerta, cuando de pronto se abrió y apareció William, con la cara llena de sangre por un corte que se había hecho en la ceja. Se agarró a ella.
—Poppy, ven enseguida. George se ha caído de un árbol.
Sin soltarla en ningún momento, tiró de Poppy. Ella le agarró de la mano y se fue con él al bosque que había más allá del jardín.
Al final se habían salido con la suya. ¿Por qué no hacían caso de lo que se les decía?
Cuando llegaron al sitio, William se puso de rodillas al lado de su hermano. Poppy, con el corazón en un puño, se puso también a su lado y le agarró la mano, para ver si tenía pulso. Estaba inmóvil y blanco como una sábana. Tenía un golpe en la sien.
Bridie estaba a su lado, lamiéndole la cara. Poppy le acarició la cabeza.
—No te preocupes, Bridie, se pondrá bien —le dijo al perro. A continuación, después de decirle a William que se quedara con su hermano, se fue a la casa a llamar a una ambulancia.
Le dijo a William que se pusiera en la puerta, a esperar la ambulancia. Minutos más tarde escuchó la sirena y al poco tiempo apareció. Nunca antes había experimentado una alegría tan grande al ver una ambulancia.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el enfermero que iba en el vehículo.
—Que se ha caído del árbol encima de mí —les dijo William—. Estaba intentando cazar una ardilla.
—¿Y tú estabas debajo?
William asintió con la cabeza.
—Entonces, os tendremos que llevar a los dos.
Los metieron a los dos niños en la ambulancia. Poppy, después de encerrar a Bridie en la cocina, agarró su bolso y se metió también en la ambulancia.
Ya tendría tiempo para llamar a James cuando llegara al hospital. Lo más importante era llevar allí a George. Puso el brazo en los hombros de William y lo abrazó, prometiéndose en silencio regañarle en condiciones cuando todo hubiera pasado. Por el momento, se limitó a abrazarlo y rezar, aparte de pensar en lo que iba a decir a James.
Cuando llamó estaba en una reunión y su perro guardián no quería interrumpirle. Poppy recordó que la última vez que quiso hablar con él había dicho que los niños estaban en el hospital.
Momentos más tarde se puso al teléfono.
—Está bien, Poppy, tienes treinta segundos. ¿Qué ocurre esta vez? ¿Otro chollo de antigüedad? ¿O es que Bridie se ha comido las escaleras?
Poppy tragó saliva.
—James, lo siento —susurró—. Es que lo niños están de verdad en el hospital. A George lo están atendiendo y a William le han dado puntos. George está bien, creo, pero está inconsciente...
—¡Inconsciente!
Poppy asintió. En ese momento, se dio cuenta de que no la veía.
—Sí —logró decir—. Pero creo que ya ha despertado...
—¿Dónde estás? —le preguntó, con un tono de voz incisivo. Poppy supo que estaría allí en pocos segundos.
—En el hospital.
—Voy para allá.
Colgó y Poppy puso el auricular en su sitio. Despues se fue a ver a William, que estaba sentado con una gasa en la cabeza y esperando a que le dieran los puntos.
—Quiero ver a George —le dijo, con los ojos llenos de lágrimas.
—Y yo también. Vamos a preguntar a ver si lo podemos ver.
Se fue a buscar a la enfermera, para preguntarle si podrían ver a George. Segundos más tarde, los llevaron a una habitación en la que George restaba rodeado de médicos y enfermeras.
—¿Poppy? —le dijo, con voz débil, mientras se echaba a llorar.
Le agarró de la mano y le dio un beso en la mejilla, justo debajo del moretón que tenía en el ojo.
—¿Es usted su madre? —preguntó el médico.
—No —respondió ella—. Soy su niñera.
Le hubiera encantado responder que era su madre...