CAPÍTULO 10
LAS SIGUIENTES horas fueron un infierno.
Annie no sabía cómo pudo soportarlas, pero de algún modo lo hizo.
Tim se portó de un modo maravilloso.
Llevó a Ruth a casa de Michael y después regresó a casa de Annie con un martillo y clavos. Se ocupó del árbol y revistió la ventana rota con tablas y planchas de plástico.
Una medida provisional hasta el día siguiente.
No habló mucho, cosa que Annie le agradeció.
Trabajó en silencio y no paró hasta asegurar la casa.
Recogió los trozos de cristal desperdigados por todo el estudio, levantó la estantería y colocó todos los libros que se habían caído.
Por lo menos el viento se había calmado y las láminas de plástico servirían para resistir el temporal. Pero no para detener a un intruso, y Annie tenía miedo.
—¿Quieres que me quede? —le preguntó Tim.
—No. Estaré bien.
Sólo tengo miedo a Michael y está demasiado enfermo para ser una amenaza.
Tim vaciló un instante y después dijo:
—Michael no te hará daño, Annie. Salvó la vida de Ruth.
Ella intentó matarse pocos meses después de la muerte de David.
Él se lo impidió. Cuidó de ella e hizo que se sintiera segura.
Ella y muchas otras personas no estarían vivas si no hubiera sido por él.
Es un hombre bueno y decente. Y ha pasado por un infierno.
Dale una oportunidad —le pidió justo antes de marcharse.
Grace, que no se había separado de Annie desde que Ruth se marchó, se negó rotundamente a marcharse a su casa.
—Yo me quedaré contigo.
—Estoy bien, de verdad.
—Creo que no. Tienes muy mal aspecto, Annie.
Annie empezó a llorar otra vez.
—No me puedo creer que no me lo dijera. Vicky tenía razón.
Ella me advirtió de que era peligroso.
—Yo creo que no lo es. Ya has oído lo que Ruth y Tim han dicho de él.
—Pero trabajaba para el servicio secreto militar.
Era un agente secreto. Seguro que ha matado a mucha gente.
No creo que pueda vivir junto a un asesino despiadado.
—Pero es el padre de Stephen, Annie.
¿No crees que tiene por lo menos derecho a conocerlo? Se llevan muy bien.
Tú lo sabes. Puede que haya tenido que matar, pero era su deber.
Alguien tiene que hacer los trabajos sucios para los demás, para que nosotros podamos vivir en paz. Eso no lo convierte en mala persona.
Pero Annie no podía dejar de pensar en lo que Ruth le había dicho.
Y tenía que asegurarse de que su hijo no corriera ningún peligro.
—Quiero llamarlo —dijo.
—¿A Michael?
—¡No! ¡A Stephen! Necesito hablar con él, necesito saber que está a salvo.
Stephen estaba a salvo, pero estaba muy preocupado por Michael y Annie tuvo que asegurarle que se encontraba bien.
—Se ha ido a su casa —le dijo ella—. Está bien. Sólo tiene un corte en la cabeza.
Y la cabeza llena de placas de metal.
—Quiero verlo —dijo Stephen.
—No creo que sea una buena idea. Está descansando. Podrás verlo la semana que viene. Tal vez. Escucha, Stephen.
Quiero que te quedes en casa de Ed una semana.
¿Vale? Me pasaré mañana por la mañana a dejarte tus cosas.
—Pero yo quiero volver a casa.
—La casa está dañada —dijo ella—. No podemos quedarnos aquí hasta que la arreglen.
—Pero yo quiero ver a Michael —dijo él, y comenzó a llorar—.
Está herido y es por mi culpa...
—No digas tonterías. Fue por culpa del gato.
—¿Está muerto Tigger?
Ella no lo sabía. Ni siquiera había pensado en el gato desde el accidente, pero Stephen quería saberlo. Así que ella le mintió, y maldijo a Michael por todo lo que había pasado, por mentirle y por hacerle mentir a su hijo cuando nunca antes lo había hecho.
—No. Está bien —dijo ella con la esperanza de que fuera verdad—.
Te veré mañana. Te recogeré y te llevaré al colegio.
Por fin lo convenció, le obligó a colgar el teléfono y se fue a la cama.
Grace durmió en el cuarto de Vicky, con un camisón que le prestó Annie.
Después de cerrar la puerta de su habitación, se quedó de pie sin saber qué hacer.
No se atrevía a desnudarse. Era una locura seguramente, pero no se sentía segura aún. En lugar de eso deshizo la maleta y colgó el vestido que se había puesto en Cardiff.
No soportaba pensar en el viaje. Michael incluso había brindado por su amor.
Por ti. Por ser la mujer más especial que he conocido.
Una de las personas más valientes y menos egoístas que he tenido el privilegio de conocer. ¡Cuántas mentiras!
Se envolvió en una bufanda grande de cachemira y se acurrucó en una silla cerca de la ventana miran do hacia la plaza. No vio a nadie, pero a las cuatro de la mañana divisó a Tigger moviéndose lentamente entre los matorrales del jardín y bajó para dejarlo entrar. No tenía ni un solo rasguño y por una vez parecía contento de verla.
—No tienes ni idea de lo que has hecho —le dijo ella, pero el gato se frotó contra sus piernas y ronroneó.
Annie preparó café, consciente de que la mezcla de emociones y una sobrecarga de cafeína no la ayudarían en absoluto, pero en realidad le importaba poco. Tenía que hacer algo y dormir no era una buena opción.
Comprobó las planchas de plástico para asegurar se de que la ventana del estudio estaba sellada, pero sus pasos debieron de inquietar a Grace, pues bajó a hacerle compañía.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Grace.
Annie se encogió de hombros.
—No lo sé. Quiero huir, pero ¿cómo? Tengo que pensar en las chicas y en Stephen.
Y no sabría empezar una nueva vida.
—Podrías empezar por hablar con Michael. Con la policía delante si fuera necesario. Cualquiera de nosotros estaríamos allí para acompañarte.
—¿Y en quién puedo confiar además de ti? Ni si quiera estoy segura respecto a Tim. ¿Cómo sé de verdad que es un buen policía?
Grace suspiró y se reclinó en la silla, con las rodillas contra el pecho.
—Tienes que empezar por algún sitio, Annie.
Tienes que confiar en alguien. Yo comprobé su identificación, pero si quieres más pruebas, llama a la policía y pregunta por él.
—Lo voy a hacer ahora mismo.
Lo hizo y descubrió que Tim sí era policía.
Inspector del departamento del CID. Había sido condecorado varias veces por su valentía y había ayudado a muchas víctimas de asaltos sexuales.
Y creía que Michael era un buen hombre y que debía darle una oportunidad.
Sintió que la amenaza y el miedo se disipaban lentamente, pero la sospecha y el dolor por las mentiras seguían presentes en ella.
Tenía que hablar con Michael, por lo menos para darle las gracias por haber salvado la vida de Stephen.
Pero todavía no era el momento.
Stephen tenía que ver a Michael. Sabía que su madre le estaba ocultando algo.
Nunca le había mentido, pero a veces no se lo había contado todo.
Le había ocultado cosas cuando su padre se estaba muriendo y ahora había usado el mismo tono de voz que entonces.
El niño estaba convencido de que tenía que ver a Michael, quería saber si estaba vivo o malherido, porque todo lo que había ocurrido había sido por su culpa.
Así que el martes, cuando todos se fueron a comer, le dijo a Ed que tenía que ir al cuarto de baño, se escapó por la verja y echó a correr calle abajo.
Conocía el camino hasta la granja de Michael. Tenía que bajar la colina y cruzar el puente. Pero resultó que estaba más lejos de lo que esperaba y cuando llegó no podía mover más las piernas del cansancio.
Michael no se lo podía creer. El chico estaba de pie, congelado bajo la lluvia, con lagrimones cayéndole por las dos mejillas.
Michael salió corriendo a su encuentro, lo levantó en vilo y lo abrazó.
—¿Qué ha pasado, Stephen? ¿Qué ocurre?
—Nada. Creía que estabas muerto. Mamá no me dejaba verte y por eso creía que habías muerto.
—No te preocupes, hijo. Estoy bien.
Sólo era un dolor de cabeza. Pasa dentro, llamaré a tu madre y le diré que estás aquí.
—Me va a matar.
—No lo hará. Pero estará preocupada.
Dejó al muchacho en el suelo y lo agarró de los hombros fuertemente para que se sintiera seguro, después levantó el teléfono y marcó el número de Annie.
Ella contestó de inmediato.
—¿Stephen? —dijo con voz desesperada, casi a la vez que se oyeron las sirenas de los coches de policía delante de la casa de Michael.
—Está aquí conmigo.
—Te daré lo que quieras. Haré todo lo que me pidas. Pero por favor, no te lo lleves... —le suplicó con voz ahogada.
Él estaba aturdido.
—Annie, no voy a llevármelo a ningún sitio. ¿Por qué clase de monstruo me has tomado?
El se ha pre sentado aquí, estaba mojado y asustado...
Miró por encima de su hombro, justo cuando la policía irrumpía en su casa.
—Está dentro —les dijo con voz segura—. Stephen, ven aquí a hablar con tu madre.
—Lo siento —dijo él—. No quería asustarte, mamá pero creía que Michael había muerto, como papá y mi padre, y no quería que él también estuviera muerto.
Michael cerró los ojos para reprimir las lágrimas.
Quería mucho a su hijo y le partía el corazón verlo sufrir de aquella manera.
Sintió una mano en el hombro.
—Queremos que venga con nosotros a la comisa ría, señor.
—Yo no he hecho nada malo —protestó él, incrédulo—. Pregúnteselo al muchacho.
—Lo siento, señor.
—Entonces llame al inspector Warren. Él les dirá quien soy.
—Hablaremos con él en comisaría.
Michael reprimió el deseo de maldecir delante de Stephen.
—¿Qué pasa con Stephen?
—Nosotros nos ocuparemos del muchacho, señor. No se preocupe.
—No voy a dejarlo aquí con unos extraños. Ya está bastante asustado.
Stephen corrió hacia él y Michael lo levantó en brazos.
—Tengo que marcharme, hijo —dijo con seque dad—.
Estarás bien. Tu madre llegará en cualquier momento.
Oyó el ruido del derrape de las ruedas de un coche y un instante después apareció Annie en la puerta. Sus ojos se encontraron un momento y Michael percibió la desconfianza profunda que ella sentía hacia él. Se lo había jugado todo a una carta y había perdido.
Bajó a Stephen al suelo y se lo entregó a su madre sin decir nada. Se volvió al policía, que lo esperaba con impaciencia.
—Está bien. Acabemos con esto de una vez.
—¿Por qué quería la policía hablar con Michael, mamá?
Annie meneó la cabeza.
—Yo no sabía dónde estabas. Pensé que podrías estar allí. Que a lo mejor él te había llevado allí, eres lo que más quiero en esta vida...
—¿Pero por qué llamaste a la policía? ¿Por qué no fuiste a buscarme?
Ella no podía darle una respuesta apropiada, no sin tener que explicarle algunas cosas. De nuevo lo abrazó y dijo:
—Lo siento. Me asusté y actué sin pensar. Tenía miedo de que te hubiera pasado algo.
—Pero Michael jamás me haría daño —contestó él, perplejo—. Yo le gusto. Lo sé.
—Sólo prométeme que no lo volverás a hacer. Prométemelo.
—Te lo prometo —murmuró él—. Pero quiero volver a verlo. Me dijo que podía ir a nadar.
—¿Eso te lo ha dicho hoy?
Annie sintió ganas de matarlo. Pensó que estaba sobornando al niño.
—No, la semana pasada. Ya te lo conté.
Ella se relajó un instante.
—Prométeme que no volverás a escaparte del colegio nunca más. Y que si él va buscarte al colegio no te irás con él.
—¿Y por qué iba a venir a buscarme? —preguntó el niño sorprendido.
—No lo sé. Pero no debes irte con nadie. ¿Lo has entendido?
—Está bien. ¿Voy a tener problemas en el colegio?
—No, hijo. Pero nos has dado a todos un susto de muerte.
—¿Mamá? ¿Qué ha hecho mal Michael? ¿Por qué le tienes tanto miedo? Creía que erais amigos.
—Él me mintió.
—Pero él no me haría daño —repitió el chico una vez más.
«¿Por qué clase de monstruo me has tomado?»
—Hablaré con él, te lo prometo.
—¿Hoy?
—Tal vez. ¿Crees que la madre de Ed te dejará quedarte esta noche en su casa para que pueda ir a hablar con él?
—Me dijo que podía quedarme en su casa hasta que arreglaran la nuestra.
—Entonces esta noche hablaré con él. Si reunía el valor para hacerlo...
—¿Michael?
Él abrió los ojos y se quedó mirándola, preguntándose si realmente estaba allí o si era una ilusión de su mente.
No. Ella era real y parecía asustada hasta la médula. Él se incorporó lentamente en el jacuzzi, se secó las manos y tomó el mando a distancia para apagar el equipo; la música estaba altísima.
El silencio, en contraste, resultó aterrador.
Lo único que se oía eran las burbujas del Jacuzzi.
—He llamado al timbre. Pero no contestaba nadie —dijo ella.
—Lo siento. Voy a salir.
Michael tomó una toalla y se dio la vuelta. Escuchó la respiración fuerte de ella. Sus cicatrices. Ni si quiera había pensado en ello. Ésa era la razón por la que no había llegado a quitarse el albornoz en el hotel.
Se giró lentamente para mirarla, con la toalla ata da a la cintura.
—Lo siento. No soy una vista muy agradable.
—El árbol podría haberte matado.
—Estoy bien, Annie.
—Nos podría haber matado a todos si no llega a ser por ti. Quería darte las gracias.
—¿Por qué? ¿Por salvar la vida de nuestro hijo? Bien. Ya estaba dicho.
El espacio vacío entre ellos vibró, porque se podía sentir la emoción, era una especie de desafío. ¿Tendría ella el valor de aceptarlo?
—Ruth me dijo que te escuchara. Tim me pidió que te diera una oportunidad.
Pero tengo miedo, Michael, o Etienne. ¿Lo ves?, ni siquiera sé tu nombre...
—Me llamo Michael Armstrong —dijo él con voz inexpresiva—.
Tengo treinta y ocho años. Abandoné el instituto a los dieciocho años y me uní al ejército. Mi madre murió cuando yo tenía veinte y mi padre un año más tarde.
Me reclutaron para el servicio de inteligencia militar.
Mi madre era francesa, el vino que tomamos la otra noche era de la bodega de un tío mío. Por eso sabía tanto sobre vino. Soy bilingüe porque pasaba los veranos con mi tío.
El nombre de mi madrina es Peggy, y el de mi padrino Malcolm.
Son como padres para mí y hasta hace tres semanas no tenía familia, porque creían que estaba muerto. Ahora saben que estoy vivo.
—¿Sigues trabajando para el ejército?
—No. Me dieron una identidad nueva y me jubilaron. Una nueva vida.
—¿Y por qué viniste aquí?
—Quería asegurarme de que estabas bien. Me dijiste adónde ibas, lo que ibas a hacer. Fue fácil encontrarte.
—¿Me utilizaste como parte de tu tapadera? ¿En Francia? ¿Me utilizaste para tener más credibilidad?
—No. Al principio me acerqué a ti porque tenía miedo por ti.
No me gustaba cómo te miraba Gaultier. Sabía de lo que ese bastardo era capaz y quería que estuvieras a salvo.
Enamorarme de ti me complicó mucho la vida. Eso era algo que no esperaba.
A ella le sorprendió su sinceridad brutal, pero parecía claro que ya no iba a mentirle más. Él continuó:
—Cuando salí del hospital fui a buscarte, pero me encontré con que ya estabas casada y tenías un hijo. El certificado de nacimiento no reflejaba el nombre del padre, por eso supe que no era de Roger. Además, lo llamaste Stephen.
Etienne es Stephen en francés y fui lo bastante vanidoso para pensar que le habías puesto mi nombre.
Michael apartó la vista.
—Compré esta granja y empecé a transformarla. Me ayudaba con mi trabajo, me ayudaba a escribir. Tenía una motocicleta y solía ir a la plaza del pueblo a verte.
Después conseguí comprar la casa antigua con un anticipo de mi primer libro.
Entonces le pedí a Ruth que se fuera allí a vivir. Ella necesitaba un lugar donde vivir. Lo había pasado muy mal y todavía no estaba del todo bien.
Había vivido aquí conmigo hasta entonces. ¿Te contó lo que le ocurrió?
—Me dijo que la violaron.
—Se hacía pasar por una prostituta y tenían un sistema de aviso. Cuando las cosas se ponían feas, enviaba un mensaje a otro agente, que iba a recogerla con su coche fingiendo ser un cliente. Una noche el coche no llegó a tiempo a causa del tráfico.
El agente salió de su coche y fue corriendo, pero llegó cuan do ya la habían forzando dentro de una furgoneta. La violaron entre doce hombres.
Casi la matan. Después le hicieron una histerectomía.
Nunca podrá tener hijos. Es un milagro que pueda tener una relación con un hombre después de lo que pasó. Eso dice mucho de Tim y del tipo de hombre que es.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.
¡Cuánto sacrificio por cumplir con su deber! Empezó a entender por lo que todos ellos habían pasado, pero aún así no entendía por qué no le había contado la ver dad desde el principio.
—¿Por qué no me dijiste quien eras? ¿Por qué tardaste tanto?
Él suspiró y se pasó la mano por la cabeza.
—Porque quería saber si podías amarme a mí. A mí, a Michael, y no a Etienne, no al padre de tu hijo sino a mí, el hombre que soy ahora.
Quería descubrir si todavía yo te amaba a ti. A Annie, a la madre, a la mujer de negocios. Tú sólo eras una niña. Podrías haber cambiado. Yo no.
Su voz se volvió más suave.
—Pero sigues siendo Annie, lo supe la primera vez que hablé contigo.
Yo todavía te quería. Y sigo amándote. Ahora más que nunca. Y siento haberlo echado todo a perder. Iba a contártelo todo el domingo por la noche, pero aquel árbol se interpuso.
—Me espiaste durante nueve años, Michael. ¿Tienes idea de cómo me siento?
—No. No te estaba acosando, Annie. Quería que estuvieras a salvo.
¿Y si Gaultier te hubiera buscado para sonsacarte más información sobre mí? Yo sé cómo te miraba. Te deseaba, Annie. Mientras él es tuviera vivo, yo sabía que tú no estarías a salvo. Yo no podía vigilarte, así que le pedí a Ruth que lo hiciera. Que te protegiera.
—¿Y Roger? Organizaste una reunión con él cuan do yo no estaba.
¿Por qué quisiste conocerlo?
—Te casaste con él. Estaba criando a mi hijo. Cuan do vine a buscarte, esperaba que siguieras soltera. Pero estabas casada. Y después Roger murió.
—¿Y si no hubiera muerto?
—Entonces, una vez solucionado el asunto de Gaultier, habría acudido a vosotros dos y os habría contado toda la verdad. También os habría pedido la oportunidad de formar parte de la vida de mi hijo.
Ruth me dijo que tú le habías hablado a Stephen de su padre, de Etienne, que él sabía que Roger era su padrastro. Pero te juro que no quería haceros daño a ninguno de vosotros. Sólo quería tener la oportunidad de cuidar de vosotros.
De haceros felices dentro de mis limitadas posibilidades.
—¡Pero Ruth y tú me mentisteis! —dijo ella, con lágrimas en la cara—.
Me engañasteis como a una estúpida. ¿Por qué no confiasteis en mí?
—Claro que confiaba en ti. Pero no quería que sintieras lástima de mí.
Tienes la costumbre de acoger a cualquiera y de ayudar a las personas. Necesitaba saber que yo podía gustarte por mí, no porque sintieras lealtad hacia el padre de Stephen o porque sintieras lástima por mí.
—¿Sentir lástima por ti? ¿Por qué iba a hacerlo?
Has tenido mucho éxito, tienes muchísimo dinero y podrías haber tenido a quien quisieras. ¿Por qué iba a sentir lástima por ti?
—Porque no me reconociste. Porque ni siquiera yo me reconozco. Por culpa de esta cara...
—Pero tu cara está bien —dijo ella confundida—. No es tu cara original, pero está bien. Sólo es una cara. ¿Qué tiene eso de malo?
—¿Qué tiene de malo? Estoy desfigurado, eso es lo que tiene de malo.
No es mi cara, no soy yo. No sólo tengo un nombre distinto sino que ni siquiera me parezco al que era. No quería despertarme una mañana y descubrir que te habías casado conmigo por razones equivocadas, que sentías lástima y no amor.
Y por eso te mentí, para darte tiempo a enamorarte de mí y me salió mal.
Ruth me lo advirtió. Me dijo que era un estúpido. Me dijo que me saldría el tiro por la culata y tenía razón.
Se volvió y siguió hablando con voz quebrada por la emoción.
—No puedo seguir así, Annie. He hecho todo lo que he podido. Los dos estáis a salvo ahora y eso es lo único que importa. Stephen tiene el dinero y tú tienes esta casa.
—¿Qué dinero? —preguntó ella confusa—. ¿Qué casa?
—El fondo del fideicomiso. De aquel primo que no existe.
Annie sintió un vuelco en el corazón.
—¿Fuiste tú? ¿Le diste a Stephen medio millón de libras así sin más?
—No quería que siguieras con Roger si no eras feliz. Pensé que, si tenías independencia económica, podrías empezar una nueva vida cuando quisieras.
Y esta casa está a tu nombre. Puedes hacer lo que quieras con ella.
Sólo dame unos días para recoger mis cosas, pensé que te gustaría, por lo que dijiste sobre aquella granja en Francia un día...
—En la montaña —dijo ella lentamente—. ¿Te acordaste?
—Lo recuerdo todo. Hasta el último minuto que pasamos juntos.
También Cardiff. Y lo recordaré toda mi vida. No debí acostarme contigo aquella no che, pero no fui lo bastante fuerte para rechazarte. Aun así, no me arrepiento de nada. Francia me dio un hijo contigo y Cardiff:.. ¿cómo podría arrepentir me de algo tan hermoso?
Recogió un puñado de llaves e hizo el gesto de entregárselas.
—Toma. Las llaves de tu casa, con todo mi amor. Lamento que no haya salido bien.
Espero que los dos seáis muy felices.
Las llaves se cayeron entre los dedos de ella y Annie se quedó mirándolo fijamente, en busca de algo que siempre había deseado.
—Te conocí la primera vez que te vi. Cuando en traste, mi corazón se paró.
Me preguntaste si había visto un fantasma y tal vez fuera eso porque, cuando te miro, todo vuelve a estar ahí. Pero no me lo creía porque sabía que habías muerto. Lo siento.
He sido una estúpida. ¡Tenía tanto miedo! No sabía con quién hablar y no es habitual que una persona se vea implicada en un incidente internacional.
Tenía que haber sabido que nunca le harías daño a Stephen.
Perdóname. No debí dudar en ti, ni un solo instante. Debí escucharte.
Michael la miró largo rato; después, con un suave suspiro, la abrazó y la apretó contra su pecho fuerte mente.
—Oh, Dios mío. Creía que te había perdido. Por favor, cásate conmigo —dijo—.
Podemos vivir donde tú quieras. Las chicas se pueden venir a vivir con nosotros.
Ni siquiera tienes que casarte conmigo si no quieres.
Sólo dime que te quedarás conmigo.
—¿Vicky también?
El se rió.
—Por supuesto. Y si me apuras, hasta el gato.
Michael la apartó un poco y la agarró de los brazos. Quería mirarla a los ojos para saber qué estaba pensando.
—Sí. Me casaré contigo.
Él volvió a abrazarla con emoción.
—¿Qué le vamos a contar a Stephen?
—La verdad —dijo ella—.
Que te hirieron, que yo pensé que estabas muerto y que has estado cuidando de nosotros todo este tiempo. Él te quiere, Michael. Estaba seguro de que nunca le harías daño y su con fianza en ti me ha ayudado a mí a venir aquí.
—Pues vamos por él ahora mismo. Aquí es donde debería estar.
—Tal vez deberías vestirte antes.
Él soltó una risa contenida.
—Dame cinco minutos.
—¿Tú eres mi padre de verdad? ¿El francés?
—Sí —dijo Michael.
—Pero creía que habías muerto.
—Yo también, hijo —dijo Annie—. Pero no estaba muerto.
Simplemente no podía decirnos que estaba vivo.
—¿Por qué?
—Porque en el ejército te obligan a guardar secretos, incluso a las personas a las que quieres —explicó su padre.
—¿Ya no tienes que guardar más el secreto?
—Por eso estoy aquí ahora.
—¿Por qué no te reconoció mamá?
—Porque mi aspecto ha cambiado. Sufrí un accidente en la cara y me la cambiaron.
Pero mis ojos son iguales que los tuyos. Mira.
Se miraron juntos en un espejo.
—Son iguales —dijo el chico, y sonriendo preguntó—: ¿Entonces ahora puedo llamarte papá?
Michael sintió que se le paraba el corazón. Se quedó sin habla.
Stephen lo abrazó con fuerza y Annie se unió al abrazo.
De repente Michael dejó de sentir dolor. Lo olvidó todo menos el futuro, y pensó que su vida iba a cambiar para bien a partir de ese instante...
Unas horas más tarde, Stephen ya estaba durmiendo en una de las habitaciones para invitados de la granja. Annie y Michael yacían desnudos sobre una gran cama en la habitación principal, y ella deslizaba sus dedos por una de las muchas cicatrices del cuerpo de él.
De repente su dedo se detuvo sobre una cicatriz que tenía en la costilla.
—¿De qué fue ésta?
—Un disparo. Ocurrió un año antes de marcharme a Francia.
—¿Y ésta?
—Tuvieron que quitarme un riñón después de la paliza que me dieron en Francia.
—Sufriste muchísimo. Tuviste mucha suerte.
—En aquel momento no creía que tuviera suerte.
—En el hospital murmuraste algo sobre la morfina.
—Estuve enganchado un tiempo. Me costó mucho aprender a vivir sin ella.
—Lo siento mucho. ¡Tuviste que sufrir tanto!
—Pasa a menudo. Lo llamamos daños colaterales.
La muerte de David, lo que me ocurrió a mí, a Ruth. Sabemos que existen esas cosas. Pero no pensamos que nos puedan pasar. Por lo menos sé que todo ha terminado.
—Cuéntame qué pasó aquella noche.
—Fue una tremenda estupidez. David se enteró de lo que le había pasado a Ruth.
Estaba muy nervioso y me habló en inglés. Creía que nadie nos había visto, pero yo sabía que nos habían descubierto.
Debimos largarnos inmediatamente, pero él quiso comprobar una cosa más.
Debí decirle que no. Yo estaba al mando, debí largarme sin más, pero entonces no habría podido despedirme de ti. Sabía que esa noche corríamos el riesgo de morir.
Y no podía soportar la idea de morir sin hacerte antes el amor.
—Au revoir.
—¿Te diste cuenta?
—Oh, sí. Lo pensé más tarde, pero no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo.
Sin embargo, sabía que algo iba mal y por eso te di el anillo.
—Lo llevé puesto hasta hace tres semanas. Me temo que lo perdí el domingo.
—No. Lo tengo guardado en mi bolso.
Me lo dieron junto con tus cosas en el hospital. Así fue como me enteré.
—Debí suponerlo.
—¿Qué pasó la noche que te despediste de mí?
—Fuimos al pueblo. David estaba empeñado en hablar con Ruth.
Estábamos en una cabina cuando nos atacaron.
Nos arrastraron a un callejón y nos patearon brutalmente.
Debieron de asustarse por algo, porque se marcharon antes de rematarme, así que a mí me dio tiempo a pedir ayuda antes de perder el conocimiento.
—¿Alguien de tu equipo te rescató?
—Llevábamos dispositivos de seguimiento. Lo único que recuerdo es que me desperté en un hospital en Inglaterra; me habían suministrado morfina y ésa era la mejor parte.
Más tarde busqué a Ruth, para asegurarme de que estuviera bien.
—Pero no lo estaba. Tim me dijo que intentó quitarse la vida.
—Se sentía culpable.
Alguien le había dicho que David se había enterado de su violación y ella pensó que él había muerto por su culpa. Pero no era ver dad.
Fue culpa mía. Debí marcharme de allí inmediatamente, pero...
—Él era un hombre adulto.
Os descubrieron por su culpa. No olvides que casi te mataron por su culpa.
—Pero yo estaba al mando.
—Creo que ya has pagado por eso.
—Siento haberte perdido.
Siento que cuando te encontré ya estuvieras casada con Roger.
—¡Pobre Roger! Era un hombre muy bueno, pero fue el marido de Liz hasta el día que se murió. Estábamos casados, pero nunca estuvimos juntos.
—¿Quieres decir que nunca...?
—Ni una sola vez. Siempre dormimos en habitaciones diferentes.
—Si supieras la de veces que me he torturado imaginándote con él...
—No. En mis treinta años sólo he estado contigo...
—¿Qué?
—En Francia fue mi primera vez. Y en Cardiff la segunda.
—Oh, Annie. No te merezco.
—Yo creo que sí. Pero a partir de ahora tienes que decirme la verdad.
—Y nada más que la verdad,— lo juro por Dios.
—Por cierto, el domingo no tomamos precauciones. Si estuviera embarazada...
Él sintió como su corazón se encogía.
—¿Es posible?
—Tal vez. Si no, siempre podemos seguir intentándolo. Si tú quieres.
Michael sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos, pero no le importó.
Se trataba de Annie y él ya no podía ocultarle nada.
—Pues claro que quiero.
Me dolió mucho perderme la niñez de Stephen, pero me encantaría tener otro bebé, eso sería magnífico. Le vendría bien una hermanita.
—¿O dos?
—Cuántos más, mejor. Me encantan los niños.
Y me encantas tú. ¿Se puede ser más feliz que ahora?
Annie se rió y se acurrucó más a su lado.
—Más no. Pero ya me lo dirás cuando tengas que cambiar pañales.
—¡Oh, qué bien! —dijo él, sin perder la sonrisa.
Y pensó que no dejaría de sonreír nunca.