CAPÍTULO 9
IZZY apenas podía creerlo. ¡Will había aceptado su propuesta de un picnic sin poner excusas!
No esperaba que reaccionara así. Will había hecho todo lo posible por evitarla desde que habían regresado de Londres, y ella empezaba a preguntarse si estaría arrepentido de haberle hecho el amor. Pero después de hablar con él la noche anterior había llegado a la conclusión de que lo único que lamentaba era no poder volver a hacérselo.
Ella había pasado la semana vagando sin rumbo, charlando con la señora Thompson O leyendo para mantenerse alejada de su camino. Emma la rescató el lunes y se la llevó a comer. La larga charla que mantuvieron sólo sirvió para que Izzy se hiciera aún más consciente de lo alejada que estaba su forma de vida de la de sus viejos amigos.
Emma le pidió que le explicara en detalle en qué consistía su trabajo y cuando lo hizo se quedó asombrada.
—¡Cielo santo! Yo sería incapaz de hacer algo así.
—Yo sería incapaz de criar a tres niños.
—¿Y a dos? —preguntó Emma.
Izzy no pudo evitar reír ante la poca sutileza con que su amiga estaba tanteando el terreno.
—No creo.
—¿Cómo van las cosas con Will? —el cambio de tema sólo fue aparente. Izzy movió la cabeza, divertida, y decidió interpretar la pregunta literalmente.
—Que yo sepa está bien. Lo cierto es que apenas lo veo. Está tan ocupado en la granja que resulta ridículo. Y luego trabaja en el estudio hasta medianoche.
Emma chasqueó la lengua.
—Siempre parece agotado. Solía pensar que era a causa de la muerte de Julia, pero tal vez se deba a que no cuenta con gente suficiente para ayudarlo.
Con aquello en mente, la mañana del picnic Izzy fue temprano al café para organizar la comida y tener tiempo luego de empezar a trabajar con los papeles del despacho.
—¿Un picnic? —la señora Thompson no disimuló su alegría cuando supo los planes que tenían—. ¡Qué buena idea! No te preocupes, que yo me encargo de prepararos una buena cesta. Tú ve a prepararte.
—Con una condición.
—¿Cuál?
—Esto ha sido idea mía y quiero que me dejes pagar la comida.
La señora Thompson frunció el ceño.
—Ni hablar. Eres una invitada y Will es mi hijo. Jamás se me ocurriría cobraros algo, y me ofende que consideres necesario hacerlo.
Izzy cerró los ojos y suspiró.
—Lo siento. No pretendía ofenderte, pero llevo aquí un montón de días abusando de vuestra hospitalidad...
—No me siento ofendida. Simplemente no te vaya dejar pagar. Vamos, ve a ponerte guapa... aunque sé que eso no va a llevarte mucho tiempo.
Izzy rió.
—No estoy muy segura de eso. Mi pelo...
—Está noche volveré a echarte una mano con él.
—Gracias. Y ahora me voy. He prometido a Will poner en orden sus montañas de papeles.
—¡Cielo santo! En ese caso añadiré unas cuantas calorías a la comida. No te envidio querida. Sospecho que no sabes dónde te has metido.
Pero Izzy lo sabía. O al menos creía que lo sabía... hasta que empezó a revisar los montones de papeles. Al parecer encajaban en tres categorías fundamentales: papeles obviamente inútiles, papeles relacionados con asuntos domésticos y papeles relacionados con la granja.
En primer lugar se centró en los papeles inútiles, que fue arrojando a una bolsa de basura. Entre otras cosas había varias guías viejas, periódicos, propaganda. .
Cuando terminó con aquello separó los papeles de la casa de los de la granja y luego subdividió los de la casa por temas.
Para hacer lo mismo con los de la granja iba a necesitar asesoramiento, pero cuando Will se asomó al despacho a mediodía, su escritorio ya estaba mucho más despejado.
—¡Increíble! —dijo, asombrado—. ¿Cómo lo has conseguido?
Izzy señaló las dos bolsas de basura que había llenado y estuvo a punto de reír al ver la cómica expresión de pánico de Will.
—No te preocupes. Sólo he tirado lo que sabía con certeza que podía tirar. Todo lo que me ha planteado dudas está aquí amontonado.
Will sonrió.
—Muy bien. Lo siento. Y ahora será mejor que me duche... si nuestro plan de ir de picnic sigue en pie, por supuesto.
—Claro que sigue en pie —dijo Izzy, sonriente.
—Bien. En ese caso, enseguida bajo.
Diez minutos después se encaminaban juntos al todo terreno. Cuando abrió la puerta de pasajeros, Izzy encontró en su asiento un precioso ramo de flores silvestres sujetas con una larga tira de hierba.
Lo tomó reverentemente y se puso de puntillas para besar a Will en la mejilla sin decir nada. Después entró en el vehículo mientras él lo rodeaba para sentarse tras el volante.
—Solíamos llevar el tractor... ¿recuerdas? —dijo él tras poner el todoterreno en marcha.
Izzy asintió.
—Con un remolque atrás en el que nos sentábamos. No dejábamos de dar botes durante todo el trayecto. Entonces éramos jóvenes.
—Sí.
Cuánto significado en una sola palabra. Entonces eran jóvenes y despreocupados y carecían de responsabilidades. No tenían idea de las vueltas que iba a dar el destino a sus cuidadosamente elaborados planes.
Pero aquello era el pasado, se dijo Izzy, y había que vivir el presente.
Will detuvo el vehículo junto a los sauces y alisos del que había sido su lugar favorito junto al río. Apagó el motor y permanecieron un momento sentados, escuchando los bellos y apacibles sonidos del día.
A lo lejos, al otro lado del río, alguien llamó a su perro y rompió el embrujo del momento. Will miró a Izzy.
—Sabes que si extendemos la manta en la hierba voy a hacerte el amor, ¿verdad?
—Cuento con ello —dijo ella con suavidad.
—Estamos a plena luz del día.
—No hay nadie por aquí. La persona que ha llamado al perro estaba muy lejos.
—Si tuviera algo de sentido común, ni siquiera me quitaría el cinturón de seguridad.
—Eso resultaría muy incómodo —dijo Izzy con una sonrisa traviesa.
—Eres una mujer perversa.
—Y tú me quieres —dijo Izzy sin pensar, pero Will ya estaba saliendo del coche y no supo si la había oído.
Un momento después Will había extendido la manta en el suelo y había dejado la cesta del picnic en el centro.
Ocultando una sonrisa, Izzy se sentó a un lado de la cesta y lo miró.
Will sacó un trozo de pastel de pimientos y se lo acercó a la boca. Cuando Izzy se inclinó a tomarlo, notó que le estaba mirando el escote.
—¿Qué es eso? —preguntó él.
—¿Qué?
—Ese trapito que llevas que en otras circunstancias habría llamado sujetador.
Izzy rió.
—Es un sujetador.
—No. Parece relacionado con el otro trapito que casi me vuelve loco el otro día en tu apartamento, cuando me pediste que te subiera la cremallera de los pantalones. ¿Recuerdas?
—Claro que lo recuerdo. Y casi aciertas.
Will gruñó de nuevo y dejó el pastel en la cesta. —Al diablo con la comida. Ven aquí. Si no te beso voy a morir.
—Lo dudo —dijo Izzy mientras apartaba la cesta del medio y se tumbaba junto a él.
—Así está mejor —replicó Will antes de cubrirla con sus labios en un beso apasionado. No hubo nada sutil en él. Fue hambriento, exigente, y enloqueció a Izzy de deseo.
—¿Will?
—Llevaba tanto tiempo queriendo hacer eso... —murmuró él mientras deslizaba una mano bajo la blusa de Izzy y apartaba el diminuto sujetador de sus pechos.
Tomó en sus labios un pezón mientras con la mano le acariciaba el otro pecho. Luego trasladó su boca al otro pecho mientras su mano exploraba libremente el resto del cuerpo de Izzy. Cuando le bajó los pantalones gimió.
—Las braguitas son aún peores —murmuró antes de inclinarse a plantar un ardiente beso sobre la diminuta tira de encaje. Luego alzó la cabeza—. Te deseo, Izzy —dijo, tenso—. Te deseo como nunca he deseado a nadie, pero no podemos hacer esto aquí.
Ella sintió una intensa decepción, pero el sentido común le hizo recapacitar y acunó la cabeza de Will contra su pecho.
—No pasa nada —dijo—. Sólo abrázame.
Will la rodeó con sus brazos y giró hasta tenerla encima suyo.
—Si las cosas fueran distintas... —dijo tras un largo momento—. Si no tuviera hijos y tú no te vieras acosada por la prensa y...
No dijo nada más, pero no hacía falta. Izzy comprendió que le estaba diciendo una vez más que aquello era todo lo que podían tener.
—Shhh —murmuró, y lo besó en la barbilla. De inmediato, Will capturó sus labios y la besó con ternura antes de apartarse de ella.
—Será mejor que comamos algo —dijo al cabo de un momento—. Tenemos que ir a ver qué tal están los corderos y luego me esperan mil tareas antes de ir a ordeñar a Bluebell.
—Deberías enseñarme a hacerlo con una mano.
Will rió con suavidad.
—Bastante tienes ya con ordenar mi estudio... si alguna vez lo logras.
—Lo lograré. No me llevará mucho —prometió Izzy—. Y ahora vamos a comer. Estoy muerta de hambre.
Will iba a gritar de frustración. La idea del picnic había sido encantadora, pero sólo había servido para que se sintiera aún más hambriento... y no precisamente de comida.
—Vamos a tener que volver a Londres —dijo—. Podemos inventar una excusa. Tú podrías necesitar acudir a la oficina...
Izzy rió.
—Todos saben que hemos cerrado. Se darían cuenta enseguida.
—¿Y si vamos de compras?
—¿Tú de compras? Si fuera a ir de compras no se me ocurriría llevarte. Sólo me dejarías comprar ropa interior blanca en unos grandes almacenes.
—Puede ser muy sexy.
—Para ti toda la ropa interior es sexy —dijo Izzy.
Will rió mientras giraba el vehículo hacia donde se encontraba el ganado. Al hacerlo miró en dirección a la casa de las señora Jenks, como siempre que pasaba cerca. Al ver que no salía humo de la chimenea redujo la marcha y volvió a mirar.
—¿Qué sucede? —preguntó Izzy.
—La señora Jenks siempre tiene el fuego encendido. Siempre.
—Puede que hoy sintiera calor.
—No. Ella siempre tiene frío. Creo que deberíamos ir a ver qué tal está.
Cuando bajaron del coche el perrito de la señora Jenks salió corriendo a recibirlos.
—La puerta está abierta —dijo Will con el ceño fruncido—. No me gusta.
Cuando entraron en la casa encontraron a la señora Jenks sentada en su sillón junto al fuego, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Por un momento, Will creyó que estaba muerta. Entonces ella abrió los ojos y lo miró. Will se agachó a su lado y la tomó de la mano.
—Tranquila, señora Jenks. Ya estamos aquí.
—¿Will?
Al oír el apagado tono de su voz Will supo que estaba muriendo.
—No hable —murmuró.
—¿Por qué no? Hay tanto que decir —la señora Jenks estrechó la mano de Will—. Gracias por haberme cuidado.
—No diga eso. Me encanta cuidarla. Voy a llamar a Simon y al doctor...
—¡No! A Simon no. Y el doctor ya no puede hacer nada. Me estoy muriendo. Quédate conmigo, Will. Me duele.
—¿Qué le duele, querida?
—El corazón. Es el final. Lo sé. Quiero morir aquí, no en alguna horrible ambulancia, con una mascarilla en la cara... oohh.
—Shhh. No hable. Descanse. ¿Quiere beber algo?
—Agua.
Izzy sirvió de inmediato un vaso y se lo entregó a Will, que lo acercó a los labios de la anciana.
Tras unos momentos, la señora Jenks abrió los ojos, miró por encima de su hombro y sonrió.
—Izzy, cuídalo bien. Es un buen hombre y os merecéis el uno al otro después de tanto tiempo —miró de nuevo a Will—. ¿Hace un día bonito y soleado?
—Hace un día precioso.
—Creo que me gustaría morir con el sol en el rostro.
Con gran delicadeza, Will la tomó en brazos y salió al jardín, donde se sentó junto a la puerta con ella en su regazo. La señora Jenks apoyó la cabeza en su hombro y suspiró.
—Gracias —susurró.
Unos momentos después, Izzy tocó el hombro de, Will.
—¿Will? Se ha ido.
—Lo sé —Will sintió las lágrimas deslizándose por sus mejillas, pero no tenía una mano libre para frotárselas, y además la señora Jenks se las merecía. Se levantó y la dejó sentada, apoyada contra unos cojines que sacó Izzy—. La dejaremos aquí hasta que vengan por ella.
A continuación se alejó hacia el coche, apoyó las manos en el capó y bajó la mirada.
Izzy se acercó a él y lo abrazó por detrás.
—¿Estás bien?
—Sí. Simon no me perdonará que no lo haya llamado, pero no habría llegado a tiempo aunque lo hubiera hecho. Y nosotros tampoco si hubiéramos hecho el amor.
Izzy lo soltó y por un momento él temió haberla disgustado, pero entonces ella abrió el coche, sacó el ramo de flores silvestres y se lo entregó.
Will lo tomó y fue a ponerlo en manos de la señora Jenks.
—Gracias —dijo.
Entonces, sólo entonces, llamó a la policía.
Las dos semanas siguientes Will estuvo más ocupado que nunca. Simon Jenks quería vaciar la casa cuanto antes y hubo acaloradas discusiones sobre qué muebles eran suyos y cuáles no. El albacea estaba implicado y Will no dejaba de ir una y otra vez a la casa para mediar en las discusiones.
En el funeral, una vez que el féretro fue introducido en la tumba, Will se alejó de los demás e Izzy supo que estaba pensando en Julia. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía consolarlo?
No podía, pero sí podía llevárselo a casa.
—Vamos —dijo con delicadeza a la vez que enlazaba su brazo con el de él y lo conducía hacia el coche—. ¿Estás en condiciones de conducir? Yo aún no puedo hacerla.
Él asintió. Sus ojos estaban secos, pero tenía el rostro demacrado y ojeroso y, por primera vez, Izzy comprendió lo profundamente apenado que estaba por la muerte de su esposa.
Ella era una mera diversión pasajera para él, un picor que no había terminado de rascarse en su juventud. Julia había sido su verdadera vida, y se engañaba si pensaba que alguna vez podría ocupar su lugar en el corazón de Will.
En cuanto llegaron a la granja Will fue a ocuparse de sus tareas sin decir nada.
Desazonada por todo lo sucedido y deprimida por sus deprimentes pensamientos, Izzy decidió que le vendría bien distraerse un poco y llamó a Emma, que la invitó a almorzar a su casa. Un poco de ejercicio y aire fresco era lo que necesitaba, de manera que tomó el sendero que llevaba al pueblo y se encaminó con paso firme hacia la casa de su vieja amiga.
Para cuando llegó al pueblo ya se estaba arrepintiendo. Se sentía un poco marcada y con el estómago revuelto, probablemente debido a la falta de comida y al calor. Estaban sólo a primeros de mayo, pero el sol calentaba aquel día más que de costumbre.
Llamó a la puerta de Emma y entró con agrado en su fresca cocina, que daba al lado norte.
—Pareces cansada —dijo Emma con franqueza mientras la miraba al rostro.
Izzy también se fijó en la palidez y las ojeras de su amiga.
—Tampoco puede decirse que tú tengas un aspecto maravilloso. ¿Qué ha pasado, Emma?
Emma rió con ironía.
—Lo normal. Vuelvo a estar embarazada.
—¿Qué? Dijiste que no ibas a tener más, que tres hijos eran más que suficientes...
—Sí, pero díselo a las hadas. Al parecer tienen otros planes. Y no me preguntes cómo pasó. No tengo ni idea. Debimos hacer el amor mientras dormíamos. Eso es lo que consigues a base de tantos años de armonía. Ni siquiera tienes que estar consciente.
Ambas rieron mientras Emma iba a abrir la nevera.
—Necesitas comer algo. ¿Te importa servirte tú misma? Me dan arcadas sólo de ver la comida.
Pero, extrañamente, Izzy tampoco sentía demasiado apetito.
—¿Tienes algo de fruta?
—Sí. En ese recipiente. Y creo que hay algo de melón en la nevera.
Izzy se sintió mejor tras tomar un poco de melón y beber un poco de agua helada. Al cabo de un rato se encontraba contando a su amiga cómo había ido el funeral y la reacción de Will.
—Pobre Will —dijo Emma—. Me pregunto si alguna vez dejará de sentirse culpable.
—¿Culpable?
—Julia y él no fueron siempre felices. Creo que se culpaba a sí mismo. Se esforzó en ser un buen marido, y Julia fue una buena esposa y una maravillosa madre, pero su relación carecía de chispa.
—Pero Will la amaba.
—Oh, sí, la amaba —asintió Emma—. Aunque no lo suficiente. Pero eso es lo que pasa por verse obligado a casarse. ¿Recuerdas a Cathy Bright? Su hermana pequeña se casó hace tres años porque se había quedado embarazada y ya se ha separado. Tuvo otro bebé para tratar de salvar su matrimonio, pero no funcionó. A veces me pregunto si ése fue el motivo por el que Will y Julia tuvieron a Rebecca. Julia no hablaba demasiado al respecto. Era una persona muy introvertida.
A Izzy le costaba imaginar que Will y Julia hubieran sido infelices. Will no le había dado ningún indicio de ello, y ella había sido testigo de su dolor en más de una ocasión. Además, once años atrás él mismo le dijo que amaba a Julia. Fue a verla para decirle que estaba enamorado de su mejor amiga y que iba a casarse con ella.
Will nunca le había mentido. Ella no quiso creerlo, pero no le quedó otra opción. Y tampoco tenía otra opción ahora. Si Julia no había sido feliz, no había sido por falta de amor; de eso estaba segura.
Emma había ido a la nevera por más agua y empezó a quejarse amargamente de Rob.
—No puedo imaginar qué vi en él —murmuró—. Pensaba que era el hombre más sexy que había conocido... y mira el lío en que me he metido. ¡Embarazada por cuarta vez! Si no lo quisiera tanto lo asesinaría.
Volvió a la mesa y sirvió más agua en los vasos mientras Izzy sonreía.
—Lo peor es saber que las náuseas y todo lo demás va a durar varias semanas, y no quiero pensar en lo que se me vendrá luego encima...
Izzy rió.
—Lo siento —dijo estrechando cariñosamente la mano de su amiga—, pero piensa que de todo esto saldrá un bebé. ¿No te parece que merece la pena?
Emma resopló.
—Pregúntamelo dentro de siete meses. O mejor dentro de diez. Para entonces espero haber recuperado algo de sueño... y el humor. Y ahora, cambiemos de tema. ¿Cómo va tu brazo?
Izzy miró su escayola con desprecio.
—Aún me duele un poco, pero sobre todo me pica. Mañana me la quitan y espero sentirme mejor. Debería haber ido hoy, pero he tenido que cambiar la cita debido al funeral. Espero que Will pueda llevarme.
—No apuestes por ello. Oí a Rob hablando con él la otra noche. Por lo visto, Simon Jenks le está hartando y quiere saber con exactitud cuál es su situación legal respecto a la propiedad. Rob no cree que vaya a haber ningún problema, pero Will va a estar muy ocupado con todo eso. ¿Quieres que te lleve yo al hospital?
Izzy sintió la tentación de aceptar pero, dado el estado de su amiga, negó con la cabeza.
—No te preocupes. Iré en taxi y luego aprovecharé para hacer unas compras.
Pero al día siguiente, después de que le quitaran la escayola, en lugar de ir de compras fue a un salón de belleza a que le hicieran la manicura. Tenía la piel del brazo totalmente reseca y la chica que la atendió hizo un buen trabajo. Al salir se sentía más humana.
Cuando regresó al rancho notó que tenía hambre. Fue al café a comer algo y el olor a beicon frito que la recibió le produjo de inmediato náuseas.
Tuvo que volver corriendo a la casa y llegó al baño justo a tiempo. Unos minutos después, con el estómago vacío y las piernas como gelatina, se sentó en el borde de la bañera para refrescarse el rostro.
Supuso que su estado se debía a la retirada de la escayola. Debía haberle afectado más de lo que imaginaba. Alzó la cabeza y se rozó distraídamente sus pechos con el brazo. Estaban especialmente sensibles. Debía estar a punto de tener el periodo. Afortunadamente ya le habían quitado la escayola. Se había estado preguntando cómo se enfrentaría a aquel problema en particular con una sola mano...
De pronto se puso lívida.
Llevaba con la escayola cinco semanas. Había tenido la regla la semana anterior a ir a Dublín, justo después de la fiesta. De eso hacía seis semanas.
Y normalmente era regular como un reloj.
Sin duda se debía a la conmoción que le había producido volver a ver a Will, y a la fractura, y al cambio de rutina, se dijo. ¿Pero qué rutina? Ella carecía de rutina. Su vida era un constante ajetreo.
Lo que sólo dejaba una respuesta posible al dilema.