CAPÍTULO 4
¿QUÉ TAL la fiesta?
Will miró a Rob con cautela.
—Dímelo tú. Era tu fiesta.
Rob rió.
—Me estaba refiriendo a Izzy.
Will lo sabía, y no tenía intención de meterse en aguas tan peligrosas.
—¿Sabías que iba a venir? —preguntó.
—Cuando hablé contigo aún no lo sabía. Se puso en contacto conmigo un par de días después, por pura casualidad. Te aseguro que sólo fue una feliz coincidencia
¿Feliz? Will no estaba seguro de ello. Llevaba un par de días muy inquieto, y no quería ni pensar en los sueños que estaba teniendo. Miró su reloj.
—Tengo trabajo —dijo, evitando mirar a su amigo.
—¿Cuándo vas a volver a verla?
—No voy a volver a verla.
—¿Por qué no?
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué iba a volver a verla?
—Porque aún hay algo entre vosotros.
Will miró a Rob con expresión desafiante.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—No estoy ciego —Rob se encogió de hombros y sonrió—. Sé que amabas a Julia, pero ella ya no está aquí, y siempre hubo algo especial entre Izzy y tú. A veces me he preguntado...
—No entres ahí —advirtió Will—. No es asunto tuyo, así que déjalo.
Rob alzó las manos en señal de rendición y se encaminó hacia la puerta.
—De acuerdo, de acuerdo. Sé cuándo no soy bienvenido. Al menos piensa en ello.
Will suspiró cuando su amigo salió. ¿Que pensara en ello? Rió con amargura. No había pensado en otra cosa durante aquellos días. Ya se sabía el número de teléfono de Izzy de memoria de tanto mirar la tarjeta. Incluso había llegado a marcarlo en una ocasión, aunque había vuelto a colgar de inmediato.
Estaba obsesionado por ella, atormentado por la futilidad de su atracción por una mujer que estaba totalmente fuera de su alcance. Izzy era una mujer poderosa y sofisticada que tendría cosas mejores que hacer que pasar su tiempo con un granjero frustrado y con demasiado trabajo.
Casi habría preferido no volver a verla.
Casi.
Con un impaciente suspiro, se puso las botas y salió. «Olvida a Izzy», se dijo mientras se encaminaba hacia el tractor. «Olvida el sonido de su risa, la delicada forma de sus labios, la curva de sus pechos...»
Pero por mucho que se esforzara no lograba olvidar la angustiada expresión de sus ojos cuando aquellas dos brujas se habían puesto a cotillear sobre ella. No era tan dura como trataba de aparentar y, a pesar de todo su éxito, había sentido una extraña inquietud en ella, una evidente insatisfacción.
Le habría gustado ayudarla, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo, y además era una idea absurda. Probablemente, Izzy la habría encontrado divertida.
Para dejar de pensar en aquello encendió la radio del tractor y sintonizó un debate político tan entretenido como ver secarse la pintura de un cuadro.
Pero era más seguro que pensar en Izzy.
—Para poder ayudarlo voy a necesitar mucha más información, señor O’Keeffe.
—¿Qué clase de información?
Izzy reprimió un suspiro de exasperación. Si aquel hombre volvía a responderle con otra pregunta iba a subirse por las paredes.
—Toda la que tenga sobre su empresa, por supuesto.
El señor O’Keeffe pulsó el intercomunicador que había sobre su escritorio.
—¿Deidre? ¿Puede venir, por favor?
La secretaria entró sin ninguna prisa y miró a Izzy con curiosidad.
—La señorita Brooke necesita información —dijo su jefe.
—¿Qué clase de información? —preguntó la secretaria con expresión inocente.
—Necesito la contabilidad de los tres últimos años, informes financieros, auditorias... y las fichas del personal de la empresa.
Deidre abrió los ojos de par en par y miró a su jefe con expresión preocupada. Éste se encogió de hombros.
—Ya ha oído, Deidre. Déle lo que necesita.
Pero la información no llegó. Deidre no lograba encontrar esto, había perdido aquello, lo demás seguía en contabilidad... las excusas eran legión.
—Si quiere contar con mi ayuda voy a necesitar esa información, señor O’Keeffe —dijo Izzy sin ocultar su impaciencia—. O me la da, o me voy a casa.
—Me temo que tenemos un pequeño problema con eso. Si pudiera venir mañana...
—Mañana tengo una reunión en Londres. He venido aquí como habíamos quedado para decidir si merecía la pena que me ocupara de sacar a flote su empresa. Pero sin información no puedo hacerlo, así que usted decide. Si me voy ahora, no volveré.
El señor O’Keeffe la miró pensativamente unos momentos y luego hizo una seña a Deidre. Ésta salió y regresó al cabo de unos momentos con los brazos llenos de carpetas.
Izzy la miró con escepticismo.
—Habría bastado con un CD o un disco.
—No hay nada como un trozo de papel para aclarar las cosas —dijo el señor O’Keeffe—. Y ahora, señorita Brooke, ¿le apetece una taza de café?
Will fue a saludar a la señora Jenks. Desde que había comprado su granja y le había permitido seguir viviendo gratuitamente en su vieja casa durante el resto de su vida, su hijo Simón no dejaba de darle la lata. Si no era por una cosa era por otra. O pretendía que le cambiara las ventanas, que estaban en perfecto estado, o que le cambiara la calefacción, que funcionaba perfectamente aunque era antigua, o que le renovara la cocina, cosa a la que se negaba su madre. Pero la señora Jenks era un encanto y solía decirle que no hiciera caso de las tonterías de su hijo.
—Hola, señora Jenks —saludó, sonriente—. ¿Cómo se encuentra hoy?
—Muy bien, Will, gracias. He venido a dar una vuelta y a tomar un café. He visto hace un rato a tus hijos, que siguen tan encantadores como siempre. Cada vez que los veo me parecen más grandes... oh, mira, ahí vienen.
Will se volvió y pensó que la palabra «encantadores» no era precisamente la más adecuada para definirlos. Aparte de una expresión especialmente traviesa, parecían realmente sucios, y el aroma que desprendían no era precisamente a rosas.
—Creo que necesito mantener una conversación con mis encantadores hijos —dijo—. Si nos disculpa, vamos a entrar en casa.
La señora Jenks sonrió benignamente a los niños y se despidió de ellos con la mano.
—No seas muy duro con ellos. Son sólo niños.
¿Sólo niños? Will estuvo a punto de reír en alto. No había duda de que eran niños, ¿pero «sólo»? Ni hablar.
Les hizo desvestirse en la cocina y luego los envió a lavarse y cambiarse. Bajaron unos minutos después, oliendo un poco mejor.
—Y ahora, ¿vais a contarme cómo os habéis ensuciado de esa manera? —preguntó Will con suavidad.
La expresión del rostro de sus hijos se transformó en el vivo retrato de la culpabilidad.
—Se me cayó algo al estanque —dijo Michael, que evitó mirar a su padre.
—¿Algo?
—El zapato de Beccy —confesó Michael en un murmuro.
—¿Y qué estabas haciendo con el zapato de Beccy junto al pantano?
—Me lo quitó y salió corriendo con él. Luego me lo tiró y cayó al estanque —explicó la niña.
—Pero lo he encontrado —dijo Michael de inmediato—. Es una zapatilla de deporte, así que puedes lavarla.
—No —dijo Will con firmeza—. Tú puedes lavarla.
—¡Papá! —protestó Michael, pero Will se mantuvo firme. Debían aprender a responsabilizarse de las consecuencias de sus acciones, y si ello significaba dedicarse a frotar con jabón un zapato sucio, que así fuera.
Mientras Michael limpiaba el zapato en el fregadero, Beccy se sentó a la mesa y preguntó en tono inocente:
—¿Izzy es tu novia?
Will estuvo a punto de atragantarse. Abrió la boca para contestar, pero volvió a cerrarla mientras pensaba en una respuesta adecuada.
—¿Por qué preguntas eso? —dijo al cabo de un momento.
—La señora Jenks ha dicho que solías estar colado por ella. No lo he entendido y Michael me lo ha explicado.
—La señora Jenks ha dicho que fue hace años, antes de que te casaras con mamá —dijo Michael—. Estaba hablando con la abuela.
Era ridículo sentirse culpable por algo que había pasado hacia años, pero Will no pudo evitarlo, tal vez debido a sus recientes pensamientos y sueños.
—Izzy es una vieja amiga del colegio. Ya os lo había dicho.
—¿Pero era tu novia?
—Es una amiga, nada más —Will no quería seguir dando explicaciones—. ¿Has terminado de limpiar el zapato ya, Michael? Si es así, tienes que ir al café a comer algo rápido. No olvides que esta tarde sales.
—A mí no me importaría que fuera tu novia. Sería agradable —dijo Beccy, que salió corriendo por la puerta antes de que Will pudiera decir nada.
Él pensó que «agradable» no era la palabra adecuada. «Maravilloso», tal vez. O «hermoso». O «embriagador»
Maldición. Ya estaba otra vez con lo mismo.
Fue a su estudio con el ceño fruncido para buscar en su agenda la fecha del siguiente mercado. Mientras lo hacía, una nota llamó su atención. Había una conferencia en Londres a finales de semana sobre el modo de obtener financiación para ciertos proyectos de cultivo orgánico, y lo había anotado sin verdadera intención de acudir. Ni siquiera estaba seguro de que pudiera serle útil, pero sí podía resultar interesante.
Y si iba a ir a Londres, ¿qué mal había en que quedara con Izzy para tomar algo después?
No. Demasiado peligroso.
Pero, según fue pasando el día, la idea fue asentándose y para cuando acostó a los niños apenas podía pensar en otra cosa.
Izzy dejó en el escritorio los papeles que había traído de Irlanda. Después de examinarlos aún seguía teniendo más preguntas que respuestas. Teniendo en cuenta lo evasivo que había sido el señor O’Keeffe, no era de extrañar, pero aún no estaba segura de si debía aceptar el reto.
Estaba pensando si debía llamarlo para decirle que renunciaba al trabajo cuando Kate se asomó al despacho.
—Ha venido un hombre que quiere verte. No estaba citado, pero tiene unos ojos preciosos. Deberías recibirlo sólo por eso.
Izzy rió.
—De manera que unos ojos preciosos, ¿no? ¿Qué tal si le ofreces un café y lo mantienes esperando para poder hablar con él?
—Me encantaría, pero es a ti a quien quiere ver —dijo Kate en tono irónico—. Se llama Will Thompson.
Izzy estuvo a punto de ponerse en pie de un salto.
—¿Will? ¿Will está aquí?
Kate ladeó la cabeza y la miró con auténtica curiosidad.
—¿Sigues queriendo que lo entretenga yo?
—Hmm... no. ¿Puedes preparar un poco de café?
—Tienes una cita en veinte minutos con David Lennox. Vais a hablar sobre el asunto de Dublín.
Izzy se encogió de hombros. David Lennox era su contable.
—Veré a Will y averiguaré cuánto tiempo va a quedarse. Puede que tenga que cambiar la cita con David.
—No le va a gustar —advirtió Kate.
—Vivirá. Además, no creo estar lista para hablar con él. Los papeles que me han entregado son prácticamente indescifrables y creo que lo han hecho a propósito.
Izzy se levantó, alisó su jersey y deslizó la punta de la lengua por sus labios, repentinamente secos.
—Veamos qué quiere Will —pasó junto a Kate con el corazón latiéndole a mil por hora y salió a recepción.
Will estaba junto a la ventana, contemplando la ciudad con expresión pensativa. Cuando vio a Izzy en el reflejo de la ventana, se volvió con una sonrisa cautelosa en los labios.
—Izzy.
—Qué sorpresa tan encantadora, Will.
—Lo siento. Debería haber llamado, pero he asistido a una conferencia a unos minutos de aquí y se me ha ocurrido pasar a saludar.
Izzy sonrió tontamente.
—Me alegra que lo hayas hecho. Pasa a mi despacho. Kate nos preparará un poco de café.
—¿Tienes tiempo?
—Por supuesto. Casi ha terminado la jornada y no tengo nada importante que hacer.
A David Lennox no le habría gustado escuchar aquello, pero la mirada que Will dedicó a Izzy hizo que ésta diera un enfoque totalmente nuevo a sus propias palabras. De pronto se hizo muy consciente de lo que llevaba puesto, el suave jersey de cachemira, del mismo tono verdoso de sus ojos, los preciosos pantalones negros que hacían cosas asombrosas con su figura y, sobre todo, la delicada ropa interior de seda y encaje que se había puesto aquella mañana sin pensar ...
Tragó y apartó la mirada de los penetrantes ojos de Will a la vez que se volvía para guiarlo hasta el despacho. Una vez dentro cerró la puerta, algo de lo que se arrepintió de inmediato, pues de pronto se dio cuenta de que estaba a solas con él.
—Sólo he pasado a saludar, Izzy. Eso es todo —dijo Will al notar su inquietud—. He pensado que si no estabas ocupada podríamos tomar algo, pero si tienes algo que hacer, no dudes en decírmelo.
Izzy simuló concentrarse un momento.
—No se me ocurre nada. Creo que estaría muy bien salir a tomar algo. ¿Quieres beber antes un café? ¿Cómo andas de tiempo?
—No hay problema. Puedo irme en cualquier tren.
—En ese caso, podemos saltamos el café y...
Kate se asomó en aquel momento al despacho y dedicó a Will una sonrisa que hizo que Izzy quisiera abofetearla, sobre todo cuando él se la devolvió.
Estaba celosa. ¡Qué estupidez!
—He hablado con David y me ha dicho que de todos modos se iba a retrasar, así que lo he citado mañana a las siete y media. ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto, Kate. Creo que por fin no vamos a tomar ese café, pero estoy segura de que alguien estará dispuesto a aprovecharlo. Vaya tomarme el resto de la tarde libre. ¿Puedes ocuparte de mis llamadas y de defender el fuerte?
—Espero arreglármelas —dijo Kate, sonriente—. Que lo paséis bien.
Su juguetona mirada reveló claramente lo que pensaba que iban a hacer su jefa y Will para pasarlo bien. Izzy dudó entre darle en la cabeza con la guía o gritar de frustración.
En lugar de ello, tomó su chaqueta del respaldo de la silla y se la puso.
—¿A dónde vas a llevarme?
Will rió.
—Estamos en tu ciudad, así que tú decides.
—De acuerdo. Hay un pequeño bar en la esquina en el que sirven buenos aperitivos, a menos que quieras algo más sustancioso.
—Me parece buena idea.
Mientras salían, Izzy notó la mirada de curiosidad que había en los inteligentes ojos grises de Kate. Aquello le iba a costar caro, pero de pronto no le importó. Se sentía como si estuviera haciendo novillos en el instituto, algo que nunca hizo y que siempre le habría gustado hacer.
Cuando iban a salir del edificio, Ally, la recepcionista, que también dedicó una abierta mirada de interés a Will, entregó a Izzy un sobre. Ésta lo abrió con el ceño fruncido y comprobó que se trataba de otra nota de Steve. No le iba a quedar más remedio que hablar con él. Pero lo dejaría para otro día.