CAPÍTULO 7

PERO, por lo visto, Izzy no tenía motivos para preocuparse.

Después de aquella mañana, y tras asegurarse de que su madre la estaba cuidando adecuadamente, Will la evitó todo lo posible.

Izzy no sabía con certeza si la estaba evitando o si simplemente estaba demasiado ocupado con su trabajo, pero nunca estaba por allí, de manera que se dedicó a pasar las horas en el sofá de la cocina, leyendo con el gato en su regazo.

Cuando la inactividad resultaba exagerada, acudía al café un rato o daba una pequeña vuelta. También hablaba con Kate a diario, por supuesto, y acudía religiosamente a sus sesiones de fisioterapia en el hospital, pero cuando llegó el fin de semana ya estaba tirándose de los pelos.

—¿Te duele el brazo? —preguntó Rebbeca el domingo por la tarde.

Izzy sonrió.

—Un poco. ¿Por qué?

—Porque estás refunfuñona. Mamá siempre estaba refunfuñona cuando le dolía algo.

Izzy se sintió culpable de inmediato.

—Lo siento, cariño. Lo que sucede es que me siento atrapada y aburrida.

—Deberías salir con papá a la granja —dijo Michael, que acababa de entrar—. Le gusta estar acompañado. Él también se aburre. Papá, Izzy está aburrida. Deberías llevarla a trabajar contigo.

Izzy alzó la cabeza. No se había dado cuenta de que Will también estaba allí. ¿Cuánto habría escuchado? Seguro que pensaba que era una desagradecida. Sonrió con expresión de disculpa.

—Lo siento. No estoy acostumbrada a estar sin hacer nada. Soy una paciente impaciente. Debería volver a Londres.

—¿A hacer qué? —preguntó Will, desconcertado.

—Podría ir a la oficina.

—¿Tenéis algún trabajo entre manos del que sólo puedas ocuparte tú?

Izzy pensó en ello un momento y se sintió un poco conmocionada al darse cuenta de que en aquellos momentos no era imprescindible en su trabajo.

—No. Pueden arreglárselas sin mí. De hecho, estarán felices sin su jefa.

—En ese caso, relájate —dijo Will, sonriente—. ¿Qué tal estás durmiendo?

—No demasiado bien. Me despierto temprano, cuando se pasa el efecto de los analgésicos, y no puedo volver a dormir. Normalmente estoy despierta cuando te levantas.

—En ese caso, baja a tomar té conmigo, y si te sientes con energías puedes acompañarme a alimentar a los animales y a ordeñar la vaca. No resulta especialmente excitante, pero es mejor que aburrirse tumbado en la cama. Mañana vaya trasladar las ovejas y los niños vuelven al colegio. Tendré que levantarlos a tiempo de que tomen el autobús, pero después tendré qué meter a los corderos y las ovejas en los remolques para llevarlos a los pastos. Si quieres puedes acompañarme.

De manera que, a las cinco y media de la mañana siguiente, Izzy acompañó a Will mientras éste se ocupaba del montón de cosas que tan imprescindibles resultaban en una granja a horas tan tempranas. Para cuando terminó de ordeñar la vaca apenas había amanecido y ella sabía que no solía retirarse a dormir hasta las once, o incluso más tarde cuando tenía que ocuparse del papeleo que tanto odiaba.

No era de extrañar que le hubiera parecido cansado cuando lo vio en la fiesta de Rob. Debía estar exhausto, y era asombroso que pudiera seguir adelante. Probablemente lo conseguía a base de fuerza de voluntad y determinación, y lo último que necesitaba era verla a ella todo el día haraganeando.

De manera que, mientras él se ocupaba de preparar a los niños para mandarlos al colegio y luego se dedicaba a hacer unas llamadas, en un esfuerzo por corresponderle al menos en parte, Izzy llenó el lavavajillas con una sola mano y luego trató de barrer el suelo de la cocina.

La tarea se volvió aún más ardua porque Banjo no dejaba de juguetear tratando de morder la escoba.

—¡Basta ya, Banjo! —exclamó Izzy, que rió al ver la mirada traviesa del perro mientras movía la cola como si fuera un molinete.

Al notar que el pelo se le estaba saliendo de la goma, alzó la escayola para apartarlo de su frente y al hacerla vio que Will la estaba observando desde el umbral de la puerta. No pudo evitar sonrojarse.

—¿Qué sucede? —preguntó en un tono ligeramente ronco.

Will se acercó a ella y le quitó la escoba de las manos.

—A tu cama, Banjo —ordenó. El perro caminó reacio hasta su cesta y se tumbó con un gruñido. Will dejó la escoba contra la pared, retiró la goma del pelo de Izzy y le dijo que se sentara. Ella se estremeció al sentir el roce de sus dedos en la nuca.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a cepillártelo.

—Tendría que lavarlo antes, pero me resulta imposible. Tu madre me ayudó la pasada semana, pero no quiero volver a darle la lata. Ya está bastante ocupada.

—Yo te ayudaré más tarde —prometió Will, que volvió a sujetarle el pelo con delicadeza. Luego se apartó e Izzy tuvo la extraña sensación de que trataba de distanciarse de ella.

—Voy a ocuparme del traslado de las ovejas. ¿Sigues queriendo venir?

Izzy asintió y notó que el pelo quería volver a escapar. Tal vez debería cortárselo... o hacer que Kate le enviara sus desrizadores. De hecho, si iba a quedarse allí más tiempo iba a necesitar varias cosas, y no podía hacer que Kate se ocupara de todo.

—Voy a tener que volver a Londres —dijo, y Will frunció el ceño.

—Creía que ya habíamos dejado eso aclarado ayer.

—Sí, pero voy a necesitar algunas cosas si voy a quedarme. Tendré que ir por ellas. Puedo arreglármelas con un taxi.

—No seas tonta. Si tienes que ir, yo te llevaré.

—Ya estás bastante ocupado.

—Durante el fin de semana sería imposible, pero entre semana puedo hacer que Tim se ocupe algún día del trabajo, y mi padre siempre está dispuesto a echar una mano. Sólo necesito que me avises con dos días de antelación.

—En ese caso, ¿qué te parece si vamos el miércoles? —dijo Izzy con una sonrisa irónica.

Will rió.

—Veo que te lo has tomado literalmente. De acuerdo, iremos el miércoles. Me ocuparé de organizarlo todo. Y ahora, ¿estás lista para salir?

A lo largo de los dos días siguientes, y a pesar de que Izzy acompañó a Will cada mañana en sus tareas del rancho, éste volvió a mostrarse distante y malhumorado.

El miércoles por la mañana, mientras viajaban a Londres, se mostró más amistoso, pero distante, e Izzy pensó que habría sido mejor hacer el viaje en taxi. ¡Al menos así no se habría sentido obligada a distraerlo o a preocuparse por su estado mental!

Cuando entraron en el apartamento tuvo la sensación de que ni siquiera había estado un día fuera. De hecho, lo que parecía era que nunca había vivido allí, pensó, consternada. Que nadie vivía allí. ¿Dónde estaban los toques personales? Las pilas de libros, el amontonamiento de fotos enmarcadas, las bolsas del colegio de los niños en una esquina, con la mitad de su contenido en el suelo...

Incluso echaba de menos el olor a perro mojado.

—Necesito cambiarme —dijo—, y más vale que haga algo con mi pelo para volver a domarlo. ¿Puedes echarme una mano con eso dentro de un rato?

—Por supuesto. Grita cuando me necesites —dijo Will, que a continuación salió al balcón sin decir nada más.

Izzy no se sentía con la energía mental necesaria para dilucidar qué le pasaba. Estaba descubriendo que Will era un hombre muy complejo, con tantas capas que no sabía de cuál empezar a tirar. ¿Había sido siempre tan reservado, tan introvertido?

No. Había experimentado aquel cambio a lo largo de los doce años anteriores, desde que la había dejado. Probablemente desde la enfermedad de Julia. Mucha gente se volvía más introvertida cuando perdía a un ser querido. Tal vez incluso había pasado una depresión.

Entró en el dormitorio y abrió el armario, pero enseguida decidió que no necesitaba su ropa elegante para estar en la granja, de manera que se centró en su material de gimnasio. Eligió un par de chándales, varias camisetas de mangas amplias para no tener dificultades con la escayola, un par de vaqueros y otro par de zapatillas deportivas con velero.

Para contrarrestar tanta austeridad, cuando abrió el cajón de la ropa interior eligió las prendas más sexy que tenía. Nada pesaba más de unos gramos y le haría sentirse mejor.

Tampoco olvidó sus desrizadores. Los amontonó en la cama junto a la ropa interior con la esperanza de que Rebbeca le echara una mano para usarlos.

Después se desvistió con dificultad, aunque cada día mejoraba, y entró en el baño. Abrió la ducha y, a base de utilizar la alcachofa, se lavó lo mejor que pudo sin mojarse la escayola. Después disfrutó al poder volver a utilizar después de tantos días su propia crema hidratante, su propio desodorante, su propio perfume. Empezaba a sentirse humana de nuevo y estaba canturreando relajadamente mientras se daba los últimos toques de maquillaje cuando oyó que llamaban a la puerta.

—Un momento —dijo mientras tomaba su toalla—. Ya puedes pasar.

Will entró y cuando la miró dejó escapar un prolongado suspiro a la vez que apartaba la vista.

—Por favor, Izzy —gruñó—. Dame un respiro y tápate un poco.

Consternada, Izzy se dio cuenta de que estaba de espaldas a la pared acristalada del baño y, aunque sostenía la toalla ante sí, por detrás estaba completamente desnuda.

—Lo siento —murmuró, ruborizada y salió rápidamente al dormitorio. Tomó de la cama las primeras braguitas que encontró, si es que podían llamarse así, pues más bien eran un tanga diseñado para resultar invisible bajo un vestido de encaje.

Se las puso con toda la discreción que pudo con una mano y luego hizo lo mismo con los vaqueros y con una camiseta.

Pero, por supuesto, no podía subirse la cremallera con una sola mano, sobre todo después de las sustanciosas comidas que le estaba dando la señora Thompson. Se volvió hacia Will con un suspiro de exasperación.

Ya puedes volverte —dijo—. Necesito que me ayudes con la cremallera, por favor.

Will miró la abertura en forma de V de la bragueta de los pantalones y la piel que había detrás, apenas cubierta por el encaje de las diminutas braguitas. Su boca se tensó visiblemente.

«Está enfadado», pensó Izzy. De todos modos le abrochó la cintura y subió la cremallera con gran delicadeza sin hacer ningún comentario. Luego dio un paso atrás y señaló la cama.

—¿Es eso lo que te vas a llevar?

—Sí. Hay una bolsa en la parte baja del armario en la que cabrá todo.

Will sacó la bolsa y, mientras guardaba la ropa, Izzy notó que manejaba la ropa interior con tanta cautela como si temiera que fuera a morderle. Le entraron ganas de reír, pero no tuvo ninguna dificultad en reprimirlas al ver la tensa expresión de su rostro. Probablemente estaba pensando que era demasiado frívola y muy poco práctica.

—¿Eso es todo?

—Casi —Izzy se levantó para ir a recoger su neceser del baño.

—¿Algo más? —preguntó Will.

—¿Crees que he olvidado algo?

—¿Ropa de dormir?

Izzy se encogió de hombros.

—Prefiero seguir utilizando tus camisetas. Son más cómodas de poner y quitar.

Will murmuró algo mientras tomaba la bolsa.

—En ese caso, vámonos.

—¿Quieres beber algo antes de irnos, o prefieres que tomemos algo abajo? —preguntó Izzy mientras salían al cuarto de estar.

—¿No vamos a ir a tu oficina?

Izzy volvió a encogerse de hombros.

—Había pensado que podíamos ir después de almorzar, si no tenías prisa, pero ya que es obvio que la tienes, será mejor que nos vayamos. Podemos comer algo en el camino de vuelta.

Cuando llegaron a la oficina fueron recibidos por una encantada y también preocupada Kate.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —preguntó Will cuando acabó el jaleo de los saludos y los comentarios sobre la escayola y las ojeras de Izzy.

—No demasiado. ¿Por qué? ¿Querías hacer algo especial?

—He pensado que podría darme una vuelta. No me apetece mucho estar sentado sin hacer nada.

—Dame una hora —dijo Izzy.

Will asintió brevemente y se encaminó hacia los ascensores.

Kate tomó a Izzy del brazo y prácticamente la arrastró a su despacho.

—Me alegro tanto de volver a verte... Estaba preocupada. ¿Cómo está tu brazo?

Izzy miró su mano con el ceño fruncido y flexionó los dedos, que estaban ligeramente inflamados.

—No demasiado bien. Me mantiene despierta por las noches.

—¿Seguro que no es él? —preguntó Kate con expresión traviesa. Izzy sintió que se ruborizaba.

—No seas ridícula. ¿No has visto lo impaciente que estaba? Si alguna vez he conocido a un héroe reacio, ése es Will. Creo que empieza a cansarse un poco de hacer de buen samaritano, así que más vale que nos demos prisa. ¿Qué ha pasado últimamente por aquí?

Kate puso los ojos en blanco.

—¿Por dónde quieres que empiece? Daniel O’Keeffe no ha parado de llamar. Está empeñado en que vuelvas. Le he dicho que además de no estar interesada, te has roto un brazo, pero parece que se ha vuelto sordo. Y Steve me está volviendo loca. Está obsesionado contigo y vas a tener que mandarlo a paseo. Yo no puedo, y está insistiendo para que le dé tu número privado. Le he dicho que no lo sé y que tienes el móvil roto.

—Oh, he olvidado el cargador —dijo Izzy—. Voy a tener que volver al apartamento —pensó en la actitud renuente de Will, pero necesitaba recuperar su teléfono... y su independencia.

Necesitaba estar allí, libre y con el brazo funcionando, pensó, pero la idea no resultaba nada atractiva. De pronto tuvo una idea mucho mejor, y que no implicaba necesariamente a Will.

—¿Qué te parece si cerramos el despacho y nos tomamos unas semanas libres? Ally puede ocuparse de decir a todo el mundo que nos hemos tomado un periodo sabático. Hace años que no hacemos novillos. Creo que ya es hora.

Kate se quedó boquiabierta.

—¿Cerrar el despacho? Pero... no sé... yo...

Izzy sonrió.

—Deduzco que eso es un sí.

—¡Oh, sí! Claro que sí. ¿Y sabes qué? Voy a aprovechar para ir a Australia a ver a mi madre. Hace casi dos años que no voy.

Emocionada, Kate abrazó a Izzy.

—¿Estarás bien? —preguntó cuando se apartó—. ¿De veras? Parecía un poco enfadado.

—¿Will? —Izzy se encogió de hombros—. Sólo está un poco gruñón por algo. Puede que no lo incluya en mis planes. Ha sido muy amable, pero es obvio que ya no me quiere tener cerca. Iré a algún lugar a tumbarme al sol, a leer, a beber zumos de fruta... Puede que incluso me busque un hombre para que me dé el protector solar —bromeó.

Al ver la repentina expresión de pánico de Kate se volvió y vio a Will en el umbral de la puerta.

—He llamado —dijo él—, pero no me habéis oído. Estoy listo cuando tú lo estés —a continuación giró sobre sus talones y volvió a salir.

Izzy se preguntó cuánto habría oído.

—Será mejor que me vaya. Avisa a todo el mundo de que estaremos de vuelta a primeros de junio. Piensa en algún mensaje adecuado para el contestador para que Ally pueda dar abasto. Yo la llamaré para avisarle de dónde estoy. Diviértete y gracias por todo.

Tras besar y abrazar cariñosamente a Kate, salió a recepción.

Will estaba mirando de nuevo por la ventana y ella sonrió animadamente.

—Todo arreglado —dijo, y él asintió con un gesto seco.

Lo que hubiera escuchado no había hecho que mejorara precisamente su humor. Izzy podría haberse abofeteado por haber hecho aquella estúpida broma sobre buscarse un hombre. Nada podría haber estado más alejado de su intención. Pero tratar de explicarse sólo habría servido para empeorar las cosas.

De manera que se limitó a seguirlo en silencio, repentinamente consciente de una desconocida sensación de mariposas bailando enloquecidas en su estómago.