CAPÍTULO 8
TENGO que volver al apartamento —dijo Izzy una vez en el coche—. He olvidado el cargador de mi móvil.
Will asintió sin decir nada. Izzy era consciente de su mal humor, pero no sabía a qué se debía. Pero daba igual. Pronto se vería libre de ella. Después de su revisión del viernes se iría y lo dejaría en paz.
—¿Has comido ya algo? —preguntó, con la esperanza de poder sugerir que tomaran algo en la cafetería de su bloque.
—He tomado un café y un bollo cuando he bajado —dijo Will escuetamente.
Cuando subieron al apartamento, él se quedó esperando en el cuarto de estar mientras Izzy entraba en el dormitorio para tomar su cargador.
Estaba enchufado, por supuesto, tras la mesilla de noche, en un lugar al que sólo podía acceder con el brazo roto.
Y aquello significaba pedir ayuda a Will.
Salió y lo encontró en la terraza. En su rostro había una expresión de algo muy parecido al dolor, pero fue rápidamente sustituida por una semisonrisa.
—¿Qué sucede?
—No logro desenchufar el cargador. Está tras la mesilla de noche y no consigo alcanzarlo con el brazo derecho.
Izzy creyó percibir cierta cautela en la mirada de Will. ¿Le habría avergonzado tanto el incidente en el dormitorio que le preocupaba entrar en él? Menuda tontería. En su casa no había tenido ningún reparo en entrar en el dormitorio que ella ocupaba, de manera que, ¿por qué allí sí? Después de todo, tampoco había visto algo que no hubiera visto antes ya.
¿Y a qué venía la expresión de dolor que había visto en su rostro? Debía haber estado pensando en Julia, echándola de menos, desesperado por librarse de ella para seguir sufriendo a solas. Y ella sólo le estaba dificultando las cosas.
Will la siguió al dormitorio y se agachó para desenchufar el cargador.
—Gracias.
Él ni siquiera la miró a los ojos cuando se lo entregó.
—¿Necesitas algo más, o podemos irnos de una vez por todas?
El brusco tono de Will fue la gota que colmó el vaso. Su actitud no tenía justificación. Si no quería estar con ella, lo único que tenía que hacer era decirlo.
—No tenías por qué haberme acompañado —replicó con la misma brusquedad—. Sugerí venir en taxi. Fue idea tuya venir.
—Una idea realmente mala —gruñó él.
Harta, Izzy apoyó las manos en las caderas y ladeó la cabeza.
—¿He hecho algo concreto para conseguir que me odies, o es sólo costumbre?
Will se quedó perplejo al oír aquello.
—¿Qué te hace pensar que te odio? —preguntó, incrédulo.
Izzy rió con ironía.
—El hecho de que apenas me has hablado en todo el día. El hecho de que no pareces soportar mirarme. Tú me pediste que me quedara en tu casa. No fue idea mía. Pero no tienes por qué preocuparte. Me iré en cuanto haya ido a mi revisión del viernes... o incluso antes.
—¿Te irás a algún sitio exótico a elegir un hombre en la playa? ¿Qué te pasa, Izzy? —preguntó Will con amargura—. ¿Esa puerta no está girando lo suficientemente deprisa estos días? —añadió a la vez que miraba significativamente la puerta del dormitorio.
—¡Miserable! ¡Sabes que eso sólo es un rumor!
—¿De verdad? —Will rió sin humor—. Ya no estoy seguro de lo que sé, excepto que esto me está destrozando. ¿De verdad crees que no soporto tenerte cerca? ¡Debo ser mucho mejor actor de lo que pensaba!
El enfado de Izzy se esfumó y las mariposas volvieron a revolotear en su estómago.
—No entiendo —dijo, inquieta.
—¿No entiendes? Mírame, Izzy. Mírame de verdad. ¿Qué ves?
Izzy lo miró... y se quedó sin aliento.
Deseo. ¡Cielo santo! Lo que había en la mirada de Will era deseo, un deseo elemental, primario, tan intenso que debería haberla aterrorizado. Pero no fue así. Lo que la aterrorizó fue su propio deseo por un hombre que ya le había dicho que no había futuro para ellos. Deseo por un hombre al que no había olvidado en doce años y al que nunca olvidaría.
Alzó una mano hacia él, pero la dejó caer enseguida.
—¿No te das cuenta, Izzy? ¿No ves cuánto te necesito? Lo cierto es que apenas puedo mantener las manos alejadas de ti. Tenerte cerca es un suplicio, y antes, en el dormitorio, cuando te he visto tan sólo con tu escayola y un poco de perfume, he estado a punto de perder el control. Y si no salimos de aquí enseguida...
Las mariposas desaparecieron de pronto del estómago de Izzy. Will no estaba enfadado con ella. La deseaba... ¡la deseaba! Estuvo a punto de reír de alivio.
En lugar de ello, deslizó una mano tras el cuello de Will y lo atrajo hacia sí.
—Piérdelo, Will —susurró—. Pierde el control conmigo...
Will dejó escapar un áspero suspiro y alzó la cabeza.
—No puedo... no podemos. No amenos que estés tomando la píldora o algo parecido.
Izzy apoyó la cabeza contra su pecho, frustrada.
—No la estoy tomando. ¿Por qué iba a tomarla? No suelo hacer esto por costumbre, Will... a pesar de lo que digan los rumores.
Will dio un paso atrás.
—En ese caso, vayámonos de aquí mientras aún podamos hacerla.
Pero Izzy no quería irse. Negó con la cabeza y sonrió.
—No. Espera. Tengo una idea. Hay una máquina de preservativos en el gimnasio.
Sin añadir nada más, tomó su bolso y la llave y salió rápidamente del apartamento.
Afortunadamente, no se cruzó con ningún conocido y, asombrosamente, tenía el cambio justo en el bolso para la máquina.
Cuando regresó al apartamento no encontró a Will. Estaba a punto de sufrir un ataque de pánico cuando oyó el ruido de la ducha. Los latidos de su corazón se calmaron y cerró los ojos. Gracias al cielo. Por un momento...
Se sentó en el borde de la cama, se quitó los zapatos y esperó. Unos momentos después Will salió del baño con una toalla en torno a la cintura y el pelo aún húmedo.
—¿Ha habido suerte? —preguntó.
Cuando Izzy agitó la cajita ante él, Will suspiró de alivio. Ella rió y corrió a refugiarse entre sus brazos.
Aquél era Will... el Will del que se había enamorado cuando aún era una adolescente.
Entonces él era poco más que un chico, pero se había convertido en todo un hombre y, a pesar del fuego que ardía en sus ojos, no parecía tener ninguna prisa. Bajó lentamente la cabeza y rozó con sus labios los de ella antes de besarla concienzudamente.
No la tocó en ningún otro sitio, excepto para sostenerla por los hombros con sus fuertes manos, e Izzy notó que su sensación de apremio se desvanecía.
Will tenía razón. Habían esperado doce años para aquello, de manera que podían tomárselo con calma.
Era preciosa.
Will se apoyó sobre un codo y esperó pacientemente a que Izzy despertara. No tenía prisa. Estaba disfrutando de la vista... no del magnífico panorama que había desde la ventana del dormitorio, sino de las exuberantes y tentadoras curvas de cuerpo de Izzy. Sintió que volvía a excitarse y sonrió con tristeza.
Y pensar que se había creído lo suficientemente fuerte como para volver a dejarla...
Lo hizo una vez y fue lo más difícil que había hecho en su vida, No iba a ser capaz de volver a hacerlo, y sin embargo sabía que las cosas llegarían a eso.
Sintió que su corazón se encogía. Izzy no sabía muchas cosas, cosas que él ya debería haberle contado.
Pero había tiempo. Se las diría cuando despertara.
Se inclinó hacia ella y la besó en el estómago. Izzy se estiró y murmuró su nombre, adormecida. Will deslizó la lengua por uno de sus pezones y luego sopló con delicadeza. El pezón se excitó al instante y ella agitó las pestañas.
—Hola —saludó él con una sonrisa.
Los labios de Izzy se curvaron en respuesta y él la besó.
—Necesitamos hablar —dijo con suavidad.
—No.
—Sí. Hay cosas que debes saber, sobre mí, sobre Julia...
Izzy le cubrió los labios con un dedo,
—No, por favor, Will. Todo eso pertenece al pasado. No quiero saber nada. Ya da igual. Lo único que importa es esto, lo que somos el uno para el otro ahora. Por favor.
Will fue incapaz de discutir. Con un suave suspiro, tomó a Izzy entre sus brazos y volvió a besarla.
El viaje de vuelta no se pareció nada al de ida. Tampoco hablaron mucho, al menos al principio, pero su silencio fue un silencio satisfecho. No necesitaban hablar. Sus cuerpos habían dicho todo lo que había que decir.
El tráfico era razonablemente ligero a aquella hora de la tarde, y no tenían prisa. Will había llamado a su madre antes para pedirle que se ocupara un rato más de los niños.
Izzy se preguntó qué pensaría la señora Thompson sobre su retraso.
—¿Qué excusa le has dado a tu madre para nuestro retraso?
Will se encogió de hombros, sonriente.
—Le he dicho que tenías más cosas que hacer en el despacho de las que suponías y que teníamos hambre y habíamos decidido parar a comer y dar tiempo a que el tráfico se aligerara.
—La verdad, en definitiva —bromeó Izzy.
—¿Quieres que le diga la verdad?
Izzy se ruborizó al recordar la pasión con que habían hecho el amor.
—¡Cielo santo, no! ¡Lo que sea menos la verdad! Tu madre no necesita saberlo.
—Al menos estamos de acuerdo en eso. De hecho, ya que ha salido el tema, no estaría mal que estableciéramos unas reglas de juego.
¿Unas reglas de juego? ¿Una línea trazada en el suelo que no debía sobrepasar? A Izzy le dolió que Will considerara necesario mencionar aquello.
—Déjame adivinar. Nada de sexo en la casa, nada de abrazos y besos delante de los niños, nada de tacos cuando estén cerca... ¿qué clase de mema crees que soy? —preguntó con más aspereza de la que habría querido.
—Lo siento —dijo él, avergonzado—, pero son mis hijos, Izzy. Últimamente han pasado por mucho. Estamos hablando de su madre.
Izzy había creído que estaban hablando sobre ellos, pero por lo visto no era así. Suspiró y se pasó una mano por el rostro.
—Yo también lo siento. No pretendía saltar. Claro que no queremos hacer nada para atraer la atención sobre nuestra relación. Ya he recibido suficiente atención de la prensa sobre aventuras que nunca he tenido como para ponerme a llamar la atención sobre la única que es cierta.
Will pareció un poco sorprendido.
—¿La prensa? —repitió como si en ningún momento hubiera pensado en ello.
—Por eso no me gusta comer en ningún sitio excepto en mi bloque, u ocasionalmente en ese bar cercano al trabajo —explicó Izzy—. Pero en tu casa estaré a salvo, porque la prensa local no me busca. No soy tan interesante como un vertido de petróleo en el Mar del Norte, o una casa incendiada. Estoy segura de que no me darán la lata si mantengo la discreción. De lo contrario, vosotros sufriréis las consecuencias.
—En ese caso no hagamos nada por provocar a la prensa —dijo Will, tenso—. No quiero ver a los niños implicados en nada sórdido.
—¿Y crees que yo sí? —replicó Izzy, irritada—. No te preocupes. Como he dicho, no haré nada para atraer su atención.
Volvieron a quedar en silencio, pero en aquella ocasión no fue un silencio placentero. Aquella conversación sólo había servido para recalcar el abismo que había entre ellos. Durante unas horas, Izzy se había permitido creer que todo iría bien, pero había sido demasiado optimista.
Aquello era una aventura, nada más, y no tenía sentido verlo de otro modo. Era la invitada de Will, un viejo amor. Las circunstancias los habían reunido y sólo un loco o un santo habría desaprovechado una oportunidad como aquélla.
Y Will Thompson nunca había sido un loco ni un santo.
Will cada vez tenía más dificultades para ceñirse a las reglas del juego. Se levantaba a las cinco y media y, cuando Izzy bajaba, con el pelo revuelto y cara de dormida, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no tomarla en brazos y llevársela directamente a la cama.
De manera que le gruñía y, cuando sentía que había logrado espantarla, se mortificaba por su falta de sensibilidad.
El deseo que sentía por ella resultaba casi doloroso, y la única manera de superarlo era trabajar hasta la extenuación.
Pasó una semana antes de que Izzy decidiera abordar el asunto. Will estaba trabajando en su despacho con el papeleo, apenas capaz de mantener los ojos abiertos, cuando ella entró en pijama y se sentó en el borde del escritorio, junto a él.
—Necesitamos hablar.
Will dejó el bolígrafo y frunció el ceño.
—No. Necesitamos hacer el amor —dijo, y la expresión de Izzy le habría hecho reír si no hubiera estado tan desesperado.
Entonces ella sonrió.
—De acuerdo. ¿Cuándo? ¿Y dónde? Apenas te has sentado un minuto en toda la semana. Tus hijos ya apenas te reconocen. ¿Sabes la cantidad de tiempo que he pasado con ellos por las tardes?
Will se sintió inmediatamente culpable.
—Lo lamento, Izzy. No pretendía que sucediera eso... no estaba pensando. De hecho, eso era lo que pretendía. Me estás volviendo loco.
Ella se inclinó y lo besó en los labios.
—Shhh. No te preocupes. ¿Qué vas a hacer mañana?
Will sintió que su cuerpo reaccionaba al instante.
—¿Mañana? No sé. Dímelo tú. Es obvio que tienes algo planeado.
—Había pensado que podíamos ir de picnic al río después de ir a ver a los corderos. Podríamos extender una manta bajo los árboles...
—¿Y hacer el amor a plena luz del día? ¿Estás loca? —Will rió—. No me hagas esto, Izzy.
—Podríamos limitarnos a pasar el rato juntos. No tenemos por qué... ya sabes.
—Claro que sí tenemos —dijo él con suavidad. Necesito abrazarte.
—Puedes hacerla. Puedes hacerla ahora.
Will negó con la cabeza.
—Los niños —dijo, consciente de su presencia en la planta superior. No podía hacerles aquello... no con Izzy, que nunca se establecería allí para formar parte permanente de su familia. Si entraran por casualidad en el estudio empezarían a hacer preguntas y tendrían derecho a una respuesta.
Y él no tendría ninguna adecuada que darles.
—¿Un picnic? —repitió, retomando la sugerencia de Izzy, y ella asintió.
—Podría preparar algo por la mañana para que nos marcháramos a última hora, después de que te ocupes de los corderos...
—No. Primero comeremos y luego me ocuparé de los corderos. Si vaya acercarme a ti, antes necesitaré una ducha —Will miró su escritorio y suspiró—. Y ahora, para poder terminar con esto y dormir un rato, necesito que apartes tu bonito trasero de mi escritorio, o me quedaré dormido en medio del picnic.
Izzy rió mientras se levantaba. Luego se volvió a mirar el montón de papeles.
—Cielo santo. ¿Aún te queda todo eso?
—He mirado casi todos, pero aún no los he archivado. Supongo que podría tirar la mitad, pero no sé por dónde empezar. El papeleo no es mi fuerte.
—Pero sí es el mío. ¿Quieres que te eche una mano? Podría echar un vistazo para organizártelos. ¿Tienes un archivador?
—Sí. Detrás de la puerta. Está prácticamente vacío.
—Mañana mismo veré que puedo hacer. Tal vez necesite tu ayuda.
—Supongo —Will suspiró—. Mi madre solía ocuparse de todo esto, pero ahora está demasiado liada con su propia contabilidad.
—Yo lo haré. No te preocupes. ¿,Por qué no subes a acostarte ahora? Pareces agotado y es más de medianoche.
—¿Subir a acostarme? —Will sonrió cansinamente—. Veo que sabes cuál es mi punto débil.
Izzy se ruborizó.
—Y tú sabes muy bien a qué me refería. Me voy arriba. Hasta mañana.
Will se puso en pie y la tomó entre sus brazos.
—Lo siento... siento que todo sea tan difícil, siento estar tan cansado e irritable. ¿Cómo está tu brazo? Ni siquiera te he preguntado por él estos días.
La cálida y comprensiva sonrisa de Izzy sólo sirvió para hacerle sentirse más culpable.
—Está bien. A veces duele si lo uso más de lo debido, pero por lo demás va bien.
Will asintió e, incapaz de contenerse, se inclinó para besarla en los labios. Deslizó ambas manos sobre las firmes curvas de su trasero y la presionó contra sí. Al sentir la oleada de calor que recorrió al instante su cuerpo se apartó de ella.
—Será mejor que te vayas. Seguiremos con esto mañana.
—Te tomo la palabra —dijo Izzy, y la sonrisa que dedicó a Will hizo que éste estuviera a punto de volver a abrazarla... y lo habría hecho si ella no hubiera girado sobre sus talones y se hubiera marchado.