CAPÍTULO 1
Feliz Cumpleaños, Izzy. Has llegado a los treinta. Increíble.
Izzy hizo un esfuerzo por volver a sonreír. Llevaba horas riendo las ingeniosas bromas de sus amigos y ya había tenido bastante. Si no lograba salir de allí pronto iba a gritar.
Era su treinta cumpleaños y estaba en una fiesta. No era su fiesta, pero de algún modo era su celebración. Aquella fiesta era para celebrar la exitosa salida a Bolsa de otra empresa que ella se había ocupado de rescatar de una muerte segura.
Ya lo había hecho otras veces, pero todo el mundo estaba muy contento y sólo una aguafiestas se habría negado a celebrarlo con sus amigos.
¿Amigos? Rió sin humor. Aparte de a Kate, apenas conocía a ninguno de los allí reunidos hacía más de un año. ¿De verdad eran amigos suyos, o sólo estaban allí porque ella era quien era y se dedicaba a lo que se dedicaba?
¿Y quién era ella? Sabía lo que era, y si alguna vez llegara a olvidarlo la prensa no perdería tiempo en recordárselo con uno de los motes que tan divertidos encontraban.
El último que se les había ocurrido había sido Godzilla. Y todo porque se metía donde nadie se atrevía, reestructuraba empresas renqueante s y las orientaba en la dirección correcta.
El hecho de que fuera una mujer y además joven también había llamado mucho la atención.
Mucha gente se dedicaba a lo mismo, pero debía admitir que no con tanto éxito. Había tenido mucha suerte. Su instinto sólo le había fallado una vez, y a la prensa le había encantado.
Pero la operación que estaban celebrando había sido todo un éxito y sabía que si quería no iba a necesitar seguir trabajando para vivir.
Pero seguiría trabajando, porque si no, ¿qué haría con su vida? Sin su trabajo su vida estaba vacía.
«Tonterías», se dijo. «Tienes una magnífico apartamento que da al río y además cuentas con Kate, una secretaria estupenda. Puedes tener todo lo que quieras... excepto intimidad»
Aquélla era su cruz. Aparecía en las columnas de sociedad más que la propia realeza. Cada vez que salía con un hombre la prensa convertía la cita en toda una aventura, lo que resultaba irónico, porque la mayoría de los hombres se sentían tan aterrorizados por ella que salían corriendo antes de llegar al dormitorio. Estaba rodeada de gente que ni siquiera la conocía.
«Ni siquiera yo me conozco. ¿Dónde están mis verdaderos amigos? ¿Acaso tengo alguno?»
—Disculpad —murmuró con una vaga sonrisa, y se encaminó hacia el baño. Unos minutos a solas...
—¿Estás bien?
Izzy miró a Kate, su mano derecha y lo más cercano que tenía a una amiga, y sonrió.
—Sí, estoy bien.
—Es una fiesta estupenda. Voy a echar de menos a estos amigos... aunque siempre hay otros esperando —dijo Kate mientras entraban en el baño. Mientras se refrescaban siguió hablando—. ¿Cómo llevas tu cumpleaños? Recuerdo cuando cumplí los treinta. Fue tremendo. Entré en Internet, en esa página para contactar con viejos compañeros del colegio. Averigüé lo que estaban haciendo casi todos. Increíble.
Kate continuó con su charla, pero Izzy ya no la estaba escuchando. Su atención se había visto atrapada por las palabras «viejos compañeros» y había volado hacia atrás en el tiempo. Concretamente doce años atrás, a Suffolk, al verano anterior a ir a la universidad, cuando estuvo de acampada con unos amigos en un terreno perteneciente a los padres de Will. Se divirtieron mucho, con la energía y la despreocupación típicas de la juventud.
¿Dónde estarían sus amigos?
Rob y Emma, Julia y Sam, Lucy y Will. Su corazón se encogió. ¿Dónde estaría Will? La besó allí, junto al río, a la sombra de los sauces. Aquél fue su primer beso... el primero de otros muchos durante aquel maravilloso verano, y el preludio a más que unos besos. A mucho más, recordó con una punzada de nostalgia.
Después, empujada por la necesidad de seguir adelante con su vida, ella fue a la universidad mientras Will, Julia, Rob y Emma fueron a viajar por el mundo y regresaron con una noticia que destrozó sus sueños. Su amiga Julia, con la que lo había compartido todo, incluyendo aparentemente a Will, había quedado embarazada de éste e iban a casarse.
Su mundo se desmoronó aquel día. Pasó el año siguiente reconstruyéndolo ladrillo a ladrillo, hasta que la pared tras la que se ocultó llegó a ser tan alta que nada ni nadie volvió a alcanzarla.
No había vuelto a ver a Will.
¿Dónde estaría? ¿A qué se dedicaría? ¿Seguiría con Julia? ¿Habría tenido un niño, o una niña? ¿Tendría más hijos?
Respiró profundamente mientras se miraba en el espejo. Ver su reflejo no sirvió para que le mejorara el humor. Su pelo castaño, ondulado en un día normal y totalmente rizado cuando llovía, enmarcaba un rostro de ojos color gris verde con unos destellos dorados. Una persona amable habría dicho que eran color avellana. Su madre los llamaba turbios. Su rasgos, pequeños e uniformes, no llamaban especialmente la atención, pero al menos suponía que no era claramente fea, y su sonrisa no estaba mal.
—¿Ya has terminado?
Izzy miró a Kate en el espejo y sonrió.
—Sí. Volvamos a la fiesta.
Steve la estaba esperando. Era un hombre amable, sofisticado... y, por algún motivo, totalmente incapaz de encender su pasión.
Aunque no era el único con el que le pasaba aquello. Nada la estimulaba en los últimos tiempos, ni personal, ni profesionalmente.
—Pensaba que me habías abandonado, Isabella —dijo Steve cuando la vio llegar.
—No ha habido tanta suerte —replicó ella.
Steve le dedicó una peculiar mirada, como si no supiera si aquello había sido un insulto o no.
—¿Te encuentras bien, Bella?
Izzy pensó que lo más probable era que Steve estuviera buscando una excusa para llevarla a casa, pero lo último que necesitaba era tener que ponerse a rechazar sus insinuaciones. Conociendo su suerte, seguro que habría un fotógrafo cerca... y ella no creía en la vieja máxima que aseguraba que no existía la mala publicidad.
Por supuesto que existía, y ella ya había tenido que soportarla lo suficiente. Si fuera vista del brazo del recién divorciado empresario, la prensa amarilla añadiría un nombre más a la lista de supuestos amantes que ya le había asignado.
—Sólo me duele un poco la cabeza —contestó a la vez que se obligaba a sonreír—. Enseguida estaré bien... y no me llames Bella. Sabes que no es mi nombre.
Steve rió sin mostrarse en lo más mínimo afectado por la reprimenda de Izzy. Apenas parecía afectarlo nada, y ella se preguntó una vez más qué sería lo que estimulaba a aquel hombre. Probablemente el dinero... y preferiblemente el de algún otro. Pero desde que ella había sacado a flote su compañía ya no tenía que preocuparse por ello. Lo había hecho más rico de lo que jamás habría imaginado y no le iban a faltar precisamente mujeres alrededor.
Steve deslizó un dedo por el brazo de Izzy.
—Deberíamos salir juntos, Isabel —murmuró—. ¿Qué te parece el viernes por la noche? Podríamos ir a cenar a algún sitio tranquilo.
—Suena bien —murmuró Izzy, aunque en realidad sólo se refería a lo de la tranquilidad.
Pero un instante después Steve ya había decidido dónde irían, a qué hora y le había dicho lo que debía ponerse. Si Izzy no hubiera tenido dolor de cabeza le habría dicho lo que podía hacer con su noche tranquila, pero se limitó a suspirar y a asentir.
Aguantó hasta medianoche y luego tomó un taxi que la llevó a su apartamento.
En cuanto entró se quitó los zapatos con un suspiro de alivio y se tumbó en el sofá tras servirse un vaso de agua fresca. El dolor de cabeza remitió en cuanto se soltó el pelo.
Le habría gustado abrir las puertas correderas del salón para salir al jardín de la terraza, pero el ruido de los coches y la ciudad habrían invadido de inmediato su espacio.
Echaba de menos la tranquilidad y el silencio del campo. Recordó de nuevo el verano que acampó con sus amigos junto al río en las tierras del padre de Will. Recordó lo que le había dicho Kate y, picada por la curiosidad, se levantó y fue hasta su ordenador.
Unos minutos después estaba conectada a la página que le había mencionado su secretaria y repasaba una lista de nombres. En cuanto encontró el de Rob pulsó el sobre que aparecía a su lado para leer su mensaje. Era abogado, se había casado con Emma, tenían tres niños y aún vivían en el pueblo.
Resultaba increíble que después de tanto tiempo siguieran en el mismo sitio. Izzy sintió una punzada de algo que podría haber sido envidia, pero la reprimió de inmediato. ¿En qué estaba pensando? Su vida era fantástica. Había triunfado, tenía más dinero del que jamás habría imaginado y una agenda repleta.
¿Qué más podía pedir?
A Will.
Ignoró la dolorosa respuesta antes de que pudiera asentarse en su mente. Escribiría un mensaje a Rob para preguntarle qué tal estaba todo el mundo. Sin pensárselo dos veces se puso a teclear el mensaje, en el que incluyó su número de teléfono.
Si Rob la llamaba, podrían charlar de los viejos tiempos.
—No vaya repetírtelo más veces, Michael; haz tus deberes o tu GameBoy acabará en la basura. ¿Y dónde está Rebecca? Sus cosas están desperdigadas por todas partes.
La niña entró en el cuarto con el ceño fruncido, metió de mala gana sus libros en la mochila del colegio y volvió a marcharse.
Will suspiró. Tenía que ocuparse de la contabilidad y los papeleos antes de volver a ver a las ovejas. De todos modos, resultaba más agradable ocuparse de los partos en abril que en febrero, aunque fuera por accidente.
Cuando sonó el teléfono lo descolgó casi con agradecimiento.
—Hola. Aquí la granja Valley.
—Soy Rob, Will. Sólo quería asegurarme de que no has olvidado la fiesta.
—No la he olvidado —mintió Will—. ¿Cuándo es?
—El viernes a las siete y media, en casa. Vas a venir, ¿no? Emma no va a dejar de darme la lata si no vienes.
Y él también, sin duda.
—Lo intentaré —prometió Will evasivamente—. Puede que consiga librarme un par de horas, pero aún estoy ocupado con los corderos, así que no cuentes conmigo con seguridad —no quería que nadie más contara con él. Tal y como estaban las cosas sentía que llevaba todo el peso del mundo sobre los hombros, y la fiesta era una carga más.
—Tú ven —replicó Rod con firmeza, y a continuación colgó.
Will se quedó mirando el auricular con el ceño fruncido. Si hubiera sido algún otro habría buscado cualquier excusa para librarse. Pero era la celebración del treinta cumpleaños de Rob y Emma, además de su décimo aniversario de boda, y no podía faltar.
Pero como mucho pensaba estar dos horas. Luego volvería a casa y...
¿Y qué? ¿Se sentaría allí a solas a mirar las cuatro paredes que lo rodeaban? ¿0 se acostaría en su cama vacía y miraría el techo hasta que el sueño se adueñara de él?
Mientras cruzaba la cocina notó distraídamente que Michael estaba haciendo sus deberes, aunque con la televisión encendida. Rebecca estaba sentada en la silla grande con el perro acurrucado a sus pies y el gato en su regazo.
—Voy a echar un vistazo a las ovejas —dijo Will mientras se ponía su vieja chaqueta y sus embarradas botas—. A la cama en veinte minutos, Beccy. Y tú tienes una hora, Michael.
Echó un rápido vistazo a los corderos y se aseguró de que ninguna de las ovejas tenía problemas. Luego fue a ver a las gallinas y los patos, a la vaca y algunos terneros que pastaban tras la casa. A continuación fue a ver a los caballos. Aunque no eran suyos le gustaba comprobar que tenían agua.
Todo parecía en orden, de manera que se acercó caminando al viejo corral que había al otro lado de la casa, fijándose en todos los cambios que habían tenido lugar a lo largo de los últimos años.
El viejo establo había sido transformado en una tienda en la que se vendía una amplia gama de alimentos orgánicos, la mayoría cocinados por su madre. Ella se ocupaba de aquella faceta del negocio mientras el padre de Will elaboraba el mobiliario de jardín, los juguetes de madera y el material para vallado en otro antiguo almacén de la granja.
Les habían sugerido que diversificaran el negocio yeso habían hecho. Comprar la granja de la señora Jenks había sido una inversión que apenas se habían podido permitir, pero no habían tenido más remedio que aprovechar la oportunidad. Pero había servido para aumentar sus recursos... y para darle a él más trabajo.
No era de extrañar que se sintiera cansado todo el tiempo. Pero la granja estaba prosperando de nuevo, el futuro parecía seguro yeso era todo lo que pedía.
Cuando volvió a la casa sonrió al ver que su hija desaparecía a toda prisa por la puerta. Reprimió una sonrisa y apoyó una amistosa mano en el hombro de su hijo Michael.
—¿Cómo te va?
—Supongo que bien. Sólo me queda el francés.
—Me temo que ése no es mi punto fuerte. Si tienes problemas tendrás que preguntarle a tu abuela.
Tras poner agua a hervir subió a ver a Rebecca, que ya estaba en la cama, aunque, según todos los indicios, no se había lavado la cara ni los dientes. Will la acompañó al baño y luego la arropó de nuevo en la cama.
—Léeme un cuento —rogó la niña y, aunque estaba agotado, su padre accedió.
—¿Papá?
Will hizo un esfuerzo por abrir los ojos.
—¿Michael? ¿Qué hora es?
—Casi las diez. Llevas mucho rato dormido.
Will miró a Rebecca, que dormía acurrucada contra su pecho; y retiró cuidadosamente el brazo.
—Lo siento —murmuró mientras se ponía en pie—. Me he sentado a leerle un cuento y me he dormido.
—Pareces agotado, papá. Trabajas demasiado duro estos días.
Will revolvió afectuosamente el pelo de su hijo.
—Sobreviviré —dijo.
—¡Cielo santo, Emma! —Rob se apartó del ordenador y se volvió hacia su esposa, que acababa de entrar en el estudio.
—¿Qué sucede? Parece que has visto un fantasma.
—Así ha sido en cierto modo. Isabel Brooke me ha enviado un correo electrónico. Quiere ponerse en contacto y me ha dejado su número de teléfono. ¿La llamo?
—¿La famosa Isabel Brooke? Siempre podrías invitada a la fiesta.
Rob rió.
—Tienes que estar bromeando. ¿Por qué iba a querer venir a nuestra aburrida, pedestre y provinciana fiesta?
Emma palmeó el hombro de su marido.
—¡Eh! Estas hablando de nuestra fiesta. Va a ser la mejor que se ha celebrado en el condado en mucho tiempo.
Rob volvió a reír.
—En ese caso, ¿qué te parece si la llamo? Emma se encogió de hombros.
—¿Por qué no? Seguro que dirá sí, o no.
—A veces eres tan profunda, querida... —Rod se levantó y rodeó a su mujer con los brazos—. Ya es muy tarde para llamar ahora. Además, tengo mejores cosas que hacer...
—¿Isabel? Te llama alguien llamado Rob. Le he dicho que estabas en una reunión, pero lIle ha dicho que no podía esperar.
Asomada a la sala de juntas, Kate aguardó la respuesta de Izzy.
—¿Te ha dicho su apellido?
—Sólo ha dicho que os conocías hacía tiempo.
Izzy sonrió con expresión de disculpa a las personas con las que estaba reunida.
—¿Me disculpan? Sólo tardaré un momento.
Fue a su despacho y descolgó el teléfono.
—Isabel Brooke al aparato —dijo con una mezcla de curiosidad y cautela.
—Empezaba a pensar que lo de ponerte en contacto con nosotros no iba en serio... ¿o sólo pretendías ponerme en mi sitio?
Izzy sonrió al oír la familiar voz.
—Hola a ti también —dijo mientras se sentaba—. Lo siento, pero es cierto que estaba reunida. Supongo que te di por error el teléfono de mi despacho en lugar del de mi casa.
—No, pero no quería retrasar la llamada y he pedido a mi secretaria que buscara el teléfono de tu despacho. ¿Cómo estás?
—Muy bien. ¿Y tú? ¿Y Emma? ¡Ya tenéis tres hijos! Estoy realmente impresionada.
Rob rió.
—Todos estamos bien... pero lo nuestro no ha sido tan espectacular como lo tuyo. ¡Menuda ascensión meteórica!
—Sólo supone dinero —dijo Izzy en tono desdeñoso y sincero. ¿Qué suponía su éxito comparado con la felicidad de Rob y Emma y el nacimiento de sus tres hijos?—. Escucha, Rob, estoy realmente ocupada esta mañana, pero me encantaría veros a todos. ¿Podemos reunimos de alguna forma?
—Por eso te estoy llamando. Emma y yo vamos a dar una fiesta para celebrar nuestro décimo aniversario y nuestro cumpleaños y queremos que vengas. El problema es que la fiesta se celebra mañana por la noche y supongo que será muy precipitado para ti...
—Por supuesto que iré —dijo Izzy emocionada—. ¡No me la perdería por nada del mundo! Voy a ponerte de nuevo con mi secretaria para que le des todos los detalles. Nos vemos el viernes. Gracias por llamar, Rob.
Tras hablar con Kate y pedirle con una punzada de remordimiento que suspendiera su cita con Steve, volvió a la sala de juntas con una animada sonrisa en el rostro.
Izzy era un manojo de nervios. Resultaba ridículo. Estaba acostumbrada a hacer cosas más inquietantes que aquélla a diario, pero aquel acontecimiento había adquirido un significado enorme.
¿A causa de Will? ¿Y si estaba allí? ¿Y Julia?
Miró la casa con cautela, reacia a entrar. Doce años era mucho tiempo y habían pasado muchas cosas.
Se miró una última vez en el retrovisor del coche antes de salir y luego avanzó con paso firme hacia la casa con el ramo de flores que llevaba de regalo.
Mientras se acercaba fue aumentando el sonido de voces, risas y música que llegaba de la fiesta. Habría sido absurdo llamar al timbre, de manera que, con el corazón latiéndole a toda velocidad, entró en la casa con una forzada sonrisa en el rostro.
Por un momento nadie se fijó en ella, pero de pronto se hizo un intenso silencio y todos se volvieron a mirarla.
Un hombre se separó de los demás y avanzó hacia ella. Era más pequeño de lo que recordaba, y tenía menos pelo, pero sus brillantes ojos verdes y su sonrisa seguían siendo los de Siempre.
—¡Izzy!
—¡Rob! —dijo Izzy, aliviada. Cuando se abrazaron se sintió como si le estuvieran dando la bienvenida a su hogar.
Rob se apartó de ella para observarla y luego volvió a abrazarla.
—¡Emma! —exclamó—. Mira quién está aquí.
Emma no había cambiado nada. Seguía siendo la chica encantadora y amistosa que siempre había sido. Abrazó a Izzy, tomó las flores con una exclamación de placer y luego tiró de ella para presentarla a los demás.
Izzy trató de hacer caso omiso de su decepción al no ver a Will por allí. Además, si hubiera estado él también habría estado Julia y, a pesar del tiempo transcurrido, no se sentía preparada para verla.
Entonces se produjo otro repentino silencio. Izzy volvió la mirada hacia la puerta. En el umbral había un hombre cuyo pelo moreno parecía ligeramente revuelto, como si acabara de peinárselo con las manos. Parecía incómodo, como si quisiera irse incluso antes de haber entrado, pero antes de que pudiera hacerla se rompió el embrujo y todos acudieron a darle la bienvenida.
Cuando sus miradas se encontraron, Izzy sintió que el corazón se le subía a la garganta.
«No ha cambiado», pensó, y luego movió la cabeza lentamente. «Sí ha cambiado, pero sigue siendo... Will. Mi Will».
No.
¡Sí!
«Basta. Olvida eso. Míralo. Fíjate en los cambios. Es más grande... más pesado, mayor. Sus ojos parecen cansados. Siguen siendo preciosos, pero parecen cansados. ¿Por qué está tan cansado?»
Quería llorar, reír, abrazarlo... y como no podía hacer nada de aquello, se retiró por la puerta que por fortuna tenía a sus espaldas y salió a otro vestíbulo.
Necesitaba tiempo para pensar, para controlarse antes de decir o cometer alguna estupidez.