19

Brage estaba de pie en la proa de la nave, contemplando su tierra natal. Desde las altas montañas hasta las claras aguas del fiordo, su belleza nunca dejaba de conmoverlo. Habría celebrado su regreso con alegría, si no fuera porque estaba concentrado en aquello que lo había obsesionado durante las últimas semanas. Había llegado el momento: pronto descubriría al traidor.

Durante la mayor parte del trayecto, Brage había observado a sus hombres con la esperanza de descubrir un indicio que le permitiera identificar a otro que no fuera Ulf, pero no lo logró. Aunque los hombres comentaron que durante el primer ataque habían sido traicionados, ninguno sabía quién los había delatado a los sajones.

Brage dirigió la mirada a la nave de Ulf y vio a su hermano en la cubierta de proa: parecía un gran jefe, un orgulloso vikingo, un guerrero feroz, pero ¿acaso podría haber sido el conspirador? ¿El culpable de la muerte de los hombres de Brage?

Como si notara la mirada de su hermano, Ulf se volvió hacia él y, al ver que Brage lo estaba observando, alzó el brazo para saludarlo. Brage vio que sonreía y se preguntó cuánto esfuerzo le habría costado simular semejante alegría.

Brage desvió la mirada y la dirigió hacia Dynna, que estaba de pie cerca de la popa junto a Matilda, observando el paisaje. Aunque había dormido a su lado todas las noches, no había dejado de tratarla con una indiferencia fría durante el viaje. No olvidaba la pasión que ambos habían compartido, y saber que la amaba y que había estado a punto de decírselo lo perturbaba. Fue un tonto que se dejó hechizar por su amor y sus mentiras. No podía negar que aún la deseaba y, una vez instalado en su hogar, volvería a disfrutar de su cuerpo, pero jamás volvería a confiar en ella, porque cada beso y cada caricia supondrían una nueva traición.

Brage oyó el sonido de los cuernos anunciando su llegada y dirigió la vista hacia la aldea. Se acercaban a la zona de desembarco. Veía a los hombres y mujeres corriendo al encuentro de las naves y entonces comprendió que las semanas de tortura realmente habían llegado a su fin: se había acabado, era libre. ¡Estaba en casa!

—¿Qué creéis que nos ocurrirá ahora, lady Dynna? —preguntó Matilda en tono nervioso. Las naves se acercaban lentamente a la orilla y otra vida estaba a punto de comenzar para ellas. La idea era aterradora.

—He de convertirme en la esclava de Brage —contestó Dynna apesadumbrada, dirigiendo una mirada a Brage en la proa. Estaba desconsolada y sabía que él ya no albergaba sentimientos tiernos por ella.

—Todo podría haber salido peor —dijo Matilda, procurando animarla. Dynna se quedó perpleja—. Sir Edmund podría haber salido victorioso, podríais enfrentaros a un infierno en vida a su lado.

Dynna le lanzó una sonrisa lánguida.

—Lo que dices es verdad —contestó—. A lo mejor ser la esclava de Brage no resultará tan horrendo como parece… —Pero recordó el placer que antaño le provocaron sus caricias, recordó su calidez y su ternura. Como su esclava, nunca más volvería a disfrutar de ellas. Su pena aumentaría día tras día, al tiempo que luchaba por convivir con su amor por Brage.

Mientras el drakkar de Brage se acercaba a la orilla, permanecieron la una junto a la otra, dispuestas a enfrentarse al futuro en aquella tierra extraña.

Cuando los aldeanos vieron que Brage ocupaba la proa de su nave, soltaron un rugido de entusiasmo. ¡Estaba vivo! ¡Tal como Anslak juró, había regresado con él! La noticia se difundió con rapidez y empezaron a llegar cada vez más aldeanos para darle la bienvenida al hogar.

Brage se disponía a abandonar la nave, pero se lo pensó mejor y se dirigió a Parr:

—Lleva a las mujeres a mi casa. Yo iré después de hablar con mi padre.

Brage desembarcó y fue a reunirse con su padre y Kris en la orilla. Cuando se abrió paso entre la multitud, oyó que una mujer lo llamaba por su nombre.

Inger había oído el llamado de los cuernos y fue una de las primeras en alcanzar la cima de la colina que daba al fiordo. Al ver que era Anslak quien regresaba, corrió hasta la orilla para averiguar qué había ocurrido con Brage. Al ver que estaba vivo, apenas logró controlarse y, sin tener en cuenta a los presentes, se lanzó en sus brazos.

Antes de poder pronunciar una sola palabra, Brage se encontró con la bella mujer rubia entre los brazos y con sus labios presionando los suyos.

Se permitió disfrutar del abrazo y luego trató de desprenderse de ella.

—Inger… —dijo en tono suave—, me alegro de verte.

—¡Oh, Brage! ¡Agradezco a los dioses que hayas regresado sano y salvo! —exclamó, rozándole los hombros y el pecho y contemplándolo con mirada embelesada. Se sentía radiante, Brage había vuelto a ella, tal como había esperado—. ¡Esta noche celebraremos tu regreso! —añadió, lanzándole una mirada sugestiva.

—¡Celebraremos una gran fiesta en mi hogar! —la interrumpió Anslak; sus palabras evitaron que Brage tuviera que responderle a Inger—. Pero ahora Brage ha de acompañarme. Estoy seguro de que Tove quiere verte…

Inger se puso de morros, pero no dejaba de estar encantada de que Brage hubiese regresado. Tenía planes importantes para esa noche. Quería a Brage como marido y haría todo lo posible por seducirlo. Cuando Brage se alejó para saludar a la mujer de Anslak, lo siguió con la mirada.

Tove había estado ocupada y fue una de las últimas en enterarse de la llegada de las naves. Echó a correr por el terraplén hacia su marido, su hijo legítimo y Brage.

—¡Has regresado, y con el Halcón Negro! —dijo con una amplia sonrisa y después besó a su marido y a Kristoffer. Luego se volvió hacia Brage y lo contempló con orgullo—. Me alegro de que te encuentres bien. No disfrutamos de un instante de tranquilidad desde aquel día horrendo, cuando Ulf y Kris regresaron con la noticia de la derrota sufrida ante Alfrick. Es bueno que hayas vuelto al hogar.

Al recordar la batalla perdida, Brage se entristeció, pero logró sonreírle.

—Es bueno estar en casa —dijo.

—Ven a casa. Comenzaremos los preparativos para la fiesta en tu honor. Fluirán el hidromiel y la cerveza y quizá tu padre abra el tonel de excelente vino que trajo del este el invierno pasado. —Tove lo cogió del brazo y se lo llevó.

Brage se alejó con ella, acompañado de su padre y Kristoffer, contento de haber sido rescatado sin dificultades de la posesiva Inger.

Las otras naves atracaban y una multitud desembarcó en medio de la felicidad por el regreso de Ulf y Kristoffer. La nave de Ulf fue la última en alcanzar la orilla y muchos hombres ya se habían marchado para reunirse con su familia cuando el torvo guerrero desembarcó. Se quedó en la playa, con la vista clavada en su padre, Brage y los demás; después se giró y descubrió a Inger detrás de él.

—Te agradezco que me lo hayas traído de vuelta, Ulf —dijo la mujer, sonriendo y complacida con los acontecimientos del día.

—No lo traje de vuelta sólo para ti, Inger —la reprendió Ulf con una risita: había visto el brillo en los ojos de la mujer y se preguntó si Brage seguía a salvo, ahora que estaba en casa.

—No tiene importancia. Pronto será mío, ya lo verás. —Cuando se disponía a marchar, vio que Parr ayudaba a dos mujeres a bajar de la nave de Brage y se detuvo, mirándolas fijamente. Una era alta, preciosa y de cabellos oscuros y, aunque sus ropas delataban el desgaste de los largos días de navegación, la calidad de sus rasgos anunciaba que era de buena cuna. La cabellera de la otra era del color de una puesta de sol estival; Inger vio que iba vestida como una criada y decidió que no tenía importancia. Pero la de los cabellos oscuros la inquietaba y, dirigiéndose a Ulf, exclamó sin despegar la vista de ellas—: ¿Quiénes son esas mujeres a bordo de la nave del Halcón Negro?

Ulf conocía muy bien a Inger, y no estaba dispuesto a darle mucha información.

—Dos esclavas, el botín de Brage —repuso.

—¿Esclavas?

Inger soltó una carcajada de alivio, pero la idea de que vivieran en el hogar de Brage le molestaba, así que se acercó a ellas para hablarles y asegurarse de que supieran cuál era el lugar que les correspondía.

Cuando Inger se aproximó, Dynna y Matilda cargaban con sus escasas pertenencias y seguían a Parr tierra adentro. Dynna había visto cómo la mujer se lanzaba sobre Brage y lo besaba delante de todo el mundo, y tuvo que esforzarse por controlar los celos que le provocó. En ese momento Parr le ordenó que lo acompañara, así que Dynna recordó que ya no era una dama elegante, sino que se convertiría en la esclava del vikingo. Si su fuerza de voluntad hubiese sido menor hubiera soltado un grito; en cambio adoptó una postura aún más orgullosa mientras seguía a Parr hasta el hogar de Brage, aunque seguía sin comprender qué pretendía aquella mujer.

—Deseo hablar con las esclavas de Brage —declaró Inger, de pie ante Parr.

—Brage me dijo que las llevara a su casa y debo hacerlo —respondió él.

—No me llevará mucho tiempo —le aseguró y le lanzó una dulce sonrisa.

Parr se encogió de hombros, porque sabía que gozaba de cierto favor por parte del Halcón Negro.

Inger se acercó a Matilda, la miró como se mira a un caballo que uno desea comprar y después fue el turno de Dynna. Al cruzar su mirada con la otra, que evidentemente era una dama, dijo en tono desdeñoso:

—Ahora sois esclavas. Estáis sometidas a los deseos de Brage, pero no olvidéis que le pertenecéis. Sólo sois una pertenencia suya, nada más.

—Somos conscientes de la posición que ocupamos aquí —replicó Dynna con una dignidad y una elegancia que la asombró incluso a ella misma, teniendo en cuenta su estado de ánimo actual. Había visto cómo esa mujer besaba a Brage, y ahora se veía obligada a soportar sus insultos.

—Por si no lo recuerdas —continuó Inger—, déjame que te diga que para Brage eres menos importante que su escudo o su espada, tienes menos valor para él que su caballo o su nave.

Dynna hizo rechinar los dientes al escuchar el sermón de la arrogante vikinga.

—Sospecho que ninguna mujer podría ser más importante para él que su nave —replicó.

—Ah, pues te equivocas. No tardarás en cumplir mis órdenes además de las de Brage, porque cuando nos hayamos casado, yo seré tu ama —remachó Inger, pavoneándose ante aquella mujer cuya seguridad en sí misma la fastidiaba.

Dynna le lanzó una sonrisa fría.

—Cuando llegue el día en que te conviertas en la mujer de Brage, te respetaré —afirmó—. Hasta entonces sólo haré lo que mande mi amo, y éste ha dicho que debo acompañar a Parr. —Alzando la cabeza con actitud majestuosa, Dynna se alejó.

Parr había observado la escena casi divertido. Todos en la aldea sabían que Inger quería casarse con Brage y, cuando Dynna se negó a dejarse intimidar, su coraje lo impresionó.

Que la despachara de aquel modo irritó a Inger. Cuando estaba a punto de coger a la moza sajona de los pelos, la voz de Ulf resonó a sus espaldas:

—Me lo pensaría dos veces antes de hacer daño a uno de los bienes de mi hermano, Inger. —Había acabado sus tareas y se dirigía a ver a Matilda cuando escuchó el intercambio de palabras entre las dos.

—Me trató con arrogancia —protestó la vikinga.

—Es una dama.

—Era una dama —insistió la otra—. Ahora sólo es una esclava.

—Pero es la esclava de Brage —dijo Ulf y se volvió hacia Dynna y Matilda—. Venid. Os llevaré hasta la casa de mi hermano. Puedes marcharte, Parr.

Parr se encaminó a su casa para encontrarse con su propia familia, mientras que Inger, roja de furia ante la intromisión de Ulf, se alejó con rapidez.

—Os indicaré el camino a vuestro nuevo hogar —les dijo Ulf de camino a la aldea.

—¿Está lejos? —preguntó Matilda.

—No, se encuentra al otro lado de la aldea, cerca del bosque.

—¿Qué hay más allá del bosque? —preguntó Dynna.

—No os importa, lady Dynna. Ya no escaparéis —replicó Ulf, creyendo que estaba pensando en huir.

Dynna guardó silencio. Pensando sobre su vida futura, se preguntó si ésta sería un infierno en caso de que Brage se casara con Inger.

Sentado ante la mesa en casa de Anslak, Brage bebía cerveza en compañía de su padre y Kristoffer.

—Ulf y Kristoffer sospechan que fuiste traicionado antes de la incursión. ¿Crees que es así? —preguntó Anslak.

—Sí. Alfrick nos estaba esperando. Había planeado la batalla. No lo cogimos por sorpresa, porque de algún modo sabía que vendríamos.

Anslak frunció el entrecejo; su rostro expresaba odio por el traidor.

—Pero ¿quién haría algo así cuando todos los que navegan contigo salen beneficiados?

—No estoy seguro.

—¿Quién desearía verte muerto? ¿Tienes un enemigo semejante? —preguntó Kristoffer.

—Creí que no, pero debo de haberme equivocado.

—Entonces ¿quién? —insistió Anslak.

—Tengo sospechas, pero he de saber más. Tal vez esta noche, durante la celebración, el traidor se delatará a sí mismo. No descansaré hasta encontrarlo —juró Brage—. Pero por ahora regresaré a casa para encargarme de mis esclavas.

Se puso de pie y Anslak lo siguió al soleado exterior.

—Hablando de tus «esclavas», ¿de verdad crees que hiciste bien en traer a lady Dynna aquí? Tú mismo dijiste que fue ella quien te entregó al hijo de sir Alfrick. ¿Para qué las has traído aquí, a tu hogar? ¿No hubiese sido mejor venderla en el mercado de esclavos?

—No me fío de ella, pero la idea de separarnos me resulta insoportable.

—No comprendo.

—Yo tampoco. Durante un tiempo creí amarla, pero ahora sólo sé que la deseo, y que al mismo tiempo detesto lo que ha hecho.

—¿Qué sabes al respecto?

—Edmund me dijo que ella me había delatado.

—¿Y le creíste? ¿A un hombre que era tu acérrimo enemigo?

—Tenía las pruebas en mi mano —contestó Brage en tono airado—. Volvía a ser su prisionero, apresado en la torre del padre de Dynna.

—Pues ve a ocuparte de tus esclavas, pero regresa cuando anochezca. No empezaremos a celebrar hasta que llegues —dijo Anslak, y luego guardó un silencio prudente. Recordó la época en la que Mira, la madre de Brage, había sido una esclava, y la pasión que ambos compartieron. Anslak compró su libertad, sólo para poder tomarla como esposa. Aunque apreciaba mucho a Tove, no había amado a otra mujer como amó a Mira.

Lentamente, Brage atravesó la aldea sumido en sus pensamientos. Desde que había recuperado la libertad, era la primera vez que se daba cuenta de que había creído todo lo que Edmund le dijo. Recordó todas sus palabras, procurando separar la verdad de la mentira: «Dynna siempre ha comprendido cómo son las cosas con rapidez. Siempre supo cómo utilizar a los demás».

Brage trató de conciliar dichas afirmaciones con lo que sabía de ella; había visto la devoción que sir Thomas sentía por ella. Dynna había ido a la aldea para ocuparse de los heridos y los moribundos; pese a que él era su enemigo, había tratado de curar sus propias heridas. Brage arrugó la frente, presa de la confusión.

Cuando entró en su casa aún fruncía el ceño, y su irritación aumentó al ver a Ulf en la sala en compañía de Dynna y Matilda.

—¿Parr se ha marchado? —preguntó.

—Debía ir a ver a su familia. Me ofrecí a acompañarlas hasta aquí —le explicó Ulf—. No sabía cuál sería la habitación de ellas, así que te dejo esa decisión a ti. Te veré esta noche.

Ulf notó que Brage estaba atribulado. Quería decir algo, sugerirle que le contara qué lo preocupaba, pero notó una inusitada actitud reservada en su hermano, así que se marchó sin decir nada.

La casa de Brage era amplia, muy grande para un hombre solo. Consistía en una habitación central destinada a cocinar y recibir visitas y tres habitaciones anexas más pequeñas.

—Podrás ocupar la habitación de atrás, Matilda —dijo. Ésta se dirigió a echar un vistazo a la habitación que sería la suya, dejando a solas a Dynna y a Brage—. Y vos, Dynna, dormiréis aquí —prosiguió, con mirada inescrutable. La condujo a su propia habitación escasamente amueblada, pero que contenía una amplia cama, una mesilla y un gran baúl para guardar objetos.

—Así que he de compartir vuestra habitación y vuestra cama —comentó Dynna, sorprendida de que la quisiera a su lado.

—Sí.

—Y ¿qué pasará cuando os caséis con Inger y la traigáis aquí, a vuestro lecho nupcial?

—No tengo intención de casarme con Inger.

—Dado que vos no me creéis, yo tampoco os creeré a vos.

Entonces Brage se acercó a ella y la abrazó. Se dijo que no la deseaba, que su padre tenía razón: que debía venderla en el mercado de esclavos. No era demasiado tarde para someterla a ese destino. Pero cuando los pechos de ella rozaron su torso, notó la dureza en la entrepierna y comprendió la verdad. ¡Maldita sea! ¡Pese a todo lo que ella había hecho, aún la amaba!

Sus labios buscaron los de Dynna con un ardor que le dijo que la deseaba, y ella le devolvió el beso con la misma pasión. Era la primera vez que la tocaba desde aquel día fatal en la torre de su padre. Anhelaba estar cerca de él, sentir su fuerza viril, estrecharlo entre sus brazos y saborear su beso. Si Brage se negaba a escuchar sus palabras, quizás escuchara a su corazón.

Brage la levantó y la depositó en la cama, contemplándola con una mirada llena de pasión. Su cuerpo exigía que la poseyera, su corazón ansiaba unirse a ella, pero no lograba quitarse de la cabeza su traición ni las palabras de Edmund. Se detuvo y se quedó mirándola, paralizado por sus mentiras.

—¿Brage? —Dynna alzó la vista y al ver que el deseo se había esfumado de su mirada, se estremeció. Él la contemplaba con expresión fría.

—Puedo poseeros cuando y donde me plazca, pero ahora no deseo hacerlo —dijo, alejándose—. Preparaos para acudir a casa de mi padre; esta noche se celebrará una fiesta en honor a mi regreso. Vos y Matilda ayudaréis a los criados de mi madre —añadió, le dio la espalda y abandonó la casa.

Dynna lo siguió con la mirada. Se debatía entre la ira por la frialdad y crueldad de su trato y la sensación de estar sola y perdida. Al oír la voz de Matilda llamándola, se levantó y salió de la habitación.

—¿Adónde ha ido a Brage? —preguntó la criada.

—No lo sé. Sólo me dijo unas palabras y después se marchó. —Dynna le contó lo planeado para ellas esa noche.

—¿Queréis tomar un baño? Encontré una tina en la otra habitación.

El rostro de Dynna se iluminó al pensar en desprenderse de la suciedad tras el largo viaje por mar.

—Sí, por favor. Quizá sea el último lujo que pueda darme.

—No creeréis que Brage se opondrá a que os bañéis, ¿verdad?

—Aunque se opusiera, ahora mismo no me importa. Hasta la más humilde de las criadas ha de lavarse. Si quiere que esta noche lo sirvamos, querrá que estemos limpias, ¿no?

Matilda fue a buscar agua mientras su señora rebuscaba entre sus escasos vestidos. Eligió una túnica larga violeta oscuro y una más clara como sobrevestido. Cuando Matilda la llamó, estaba más que dispuesta a quitarse la mugre acumulada durante tantos días.

Dynna se deslizó dentro de la tina medio llena y suspiró.

—Es maravilloso —dijo, se sumergió en el agua caliente, inclinó la cabeza hacia atrás, la apoyó en el borde y cerró los ojos.

—En el taburete a vuestro lado hay unos paños. Si me necesitáis, estaré en la habitación principal —dijo Matilda. Luego preguntó—: ¿Sabéis de cuánto tiempo disponemos?

—Brage no lo dijo, pero creo que al menos de unas horas, antes de ir a ocuparnos de servirlo.

—Bien. Eso me dará tiempo a tomar un baño cuando hayáis acabado.

Matilda estaba segura de que Ulf asistiría a la celebración y quería acicalarse para él. Entonces dejó a Dynna a solas y cerró la puerta para proporcionarle intimidad. Dynna aprovechó el momento para disfrutar del agua tibia y fingir que nada de todo aquello había ocurrido, que no le pertenecía a ningún hombre y que su vida aún se extendía ante ella. Cuando el agua empezó a enfriarse, se lavó y luego se sumergió para enjuagarse el cabello. Se sentía muy reconfortada.

Dynna acababa de salir de la tina y se envolvía los cabellos con un paño cuando oyó que la puerta se abría a sus espaldas. Se giró, suponiendo que se trataba de Matilda y se quedó inmóvil al descubrir la mirada penetrante de Brage, de pie en el umbral.

Al regresar a la casa y no ver a Dynna, Brage había temido que hubiese escapado. Furioso, le preguntó a Matilda dónde estaba y, al descubrir que se encontraba en la otra habitación, el inmenso alivio que sintió lo fastidió. Atravesó la habitación dando zancadas, sin escuchar las palabras de Matilda acerca del baño. La imagen esplendorosamente desnuda de Dynna lo hechizó.

—Hasta una humilde esclava debería tener derecho a cierta intimidad —dijo Dynna.

Como una llamarada, recorrió su cuerpo con la mirada y Dynna casi notó su calor. Recogió otro paño, se envolvió en él y lo miró con expresión altiva.

—Nos marcharemos antes de una hora —gruñó Brage.

—Estaré preparada.

—Vestíos. —Brage se volvió y cerró la puerta detrás de él, pero permaneció al otro lado, luchando contra el imperioso deseo de derribar la puerta y poseerla. Verla desnuda ante él había encendido su pasión, y tuvo que esforzarse por controlarla. Por fin, respirando entrecortadamente, abandonó la casa.

Unos minutos después Matilda llamó a la puerta y entró para ayudar a Dynna a peinarse y vestirse. Luego ella también tomó un rápido baño.

—Estamos dispuestas a partir, si vos lo estáis —le dijo Dynna a Brage, que había regresado y estaba sentado en la habitación principal.

Brage alzó la vista y vio a las dos mujeres acercándose. Se había dedicado a tratar de comprender qué sentía por Dynna. No podía negar que la deseaba, puesto que su cuerpo no dejaba de recordárselo. Pero que estuviera allí, tan cerca de él, ya estaba resultando un tormento. En la nave, la presencia de los hombres había evitado que pensara constantemente en su proximidad, pero ahora estaban en su casa y dormiría en su cama. El recuerdo de ella hacía unos momentos, cuando lo miró con expresión cálida y dispuesta, y después verla desnuda ante él lo hizo tragar saliva. No comprendía cómo podía seguir sintiendo lo mismo por ella, sabiendo lo que había hecho.

—Marchémonos. La noche promete ser larga —dijo en tono brusco, se puso de pie y salió de la casa; ellas lo siguieron.

El bullicio que surgía de la casa de Anslak se oía a cierta distancia. Cuando Brage, Dynna y Matilda llegaron estaba llena de gente y la multitud incluso se desparramaba por los jardines.

—¡Ha llegado el Halcón Negro! —exclamó uno de los aldeanos, y todos soltaron sonoros vítores.

—¡Dejad paso! ¡Brage está aquí!

La multitud se separó y Brage entró en el hogar paterno. Quienes lo conocían le palmearon la espalda y le dieron una calurosa bienvenida. Dynna caminaba detrás y notó el afecto que todos le tenían y también que él parecía apreciar a todos quienes le dirigían la palabra. Cuando ella y Matilda entraron en la casa, ambas notaron las miradas curiosas de los vikingos.

—¡Tove! —exclamó Brage, dirigiéndose a la mujer de su padre cuando por fin alcanzó la atestada habitación principal—. He traído a estas mujeres para que te ayuden. Podrás emplearlas como mejor te parezca.

Tove había oído la historia de la traición de la mujer de cabellos oscuros y sabía muy bien dónde las pondría a trabajar.

—Venid conmigo —ordenó y les indicó a ambas que se dirigieran a la cocina. Allí las tareas resultarían calurosas y agotadoras, adecuadas para esclavas como ellas. Aunque puede que parecieran damas, ya no lo eran.

Ulf ya estaba allí, sentado a un lado con algunos de los hombres, disfrutando de una jarra de cerveza. Se alegraba de que su hermano hubiera vuelto al hogar y también de la presencia de Matilda. Planeaba comprársela a Brage y más adelante él y su hermano hablarían del precio. La quería para sí. Casi no había pensado en otra cosa durante el viaje y ahora que estaban instalados, el momento había llegado.

Siguió a Matilda con la mirada cuando ésta atravesó la habitación. Como si lo notara, se giró hacia él y le sonrió. La inesperada sensación de felicidad que lo embargó sorprendió a Ulf y le devolvió la sonrisa, al tiempo que Matilda desaparecía en la cocina junto con Tove y Dynna.

Brage se acercó a la mesa situada en el centro de la habitación, donde tomó asiento junto a su padre y Kristoffer. Le sirvieron una jarra de vino y todos se dedicaron a beber.

Transcurrió casi una hora antes de que trajeran la comida. Dynna, Matilda y diversas esclavas de Tove cargaban con grandes fuentes rebosantes de carne de ciervo y pato asado. Después sirvieron humeantes ollas de sopa y bandejas de pan caliente. Era un festín digno de un héroe y el júbilo reinaba en la habitación.

Brage estaba sentado ante la mesa mientras servían la comida, charlando con quienes lo rodeaban. Pero no pudo dejar de observar a Dynna moviéndose a través de la habitación. Creyó que la humillaría al obligarla a servir, pero ella desempeñaba la tarea con facilidad, bromeando con los hombres que le hacían comentarios y eludiendo con habilidad a los que trataban de echarle mano cuando pasaba a su lado. Al observar esto, Brage se enfadó, y cuando Dynna pasó junto a su mesa la llamó.

Dynna se detuvo ante él, lanzándole una mirada inquisitiva. Había cargado cuidadosamente con la pesada bandeja y creyó que lo estaba haciendo bien. Ignoraba qué podía haber hecho para enfadarlo.

—De ahora en adelante, sólo serviréis a los de esta mesa —ordenó de manera tajante; su padre lo miró con curiosidad.

—Si eso es lo que deseáis… —contestó ella en tono sumiso. Luego fue a la cocina para informar a Tove de la orden recibida. Brage la siguió con la mirada hasta que desapareció y después vació la jarra de vino de un trago. Cuando otra criada pasó a su lado, cogió una de cerveza y empezó a bebérsela.

Anslak los había observado a ambos.

—La moza es traicionera, pero hermosa. ¿Te quedarás con ella? —le preguntó.

—Hasta que me canse —contestó Brage.

Pero el recuerdo de hacer el amor con ella no lo abandonaba y se preguntó si llegaría el día en que se cansara, pese a la traición. No podía olvidar que Dynna le había salvado la vida cuando fue tomado prisionero por primera vez. No había revelado su identidad y procuró cuidar de él hasta que sir Edmund se lo impidió. Le había ayudado a escapar, aunque ello sirviera a sus propósitos. Sacudió la cabeza para dejar de pensar en ella.

—¿Y la otra? Al parecer, Ulf quiere quedársela —continuó su padre.

Al mirar a su hermano, Brage se encogió de hombros y su mirada se endureció cuando vio que Ulf le rodeaba la cintura con el brazo a Matilda y se la sentaba en el regazo. La muchacha no se resistió, sino que rio, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó. Ulf parecía estar pasándolo bien y la pizca de sospecha que Brage albergaba desde hacía tiempo aumentó de golpe.

Ulf dirigió la vista hacia él y sus miradas se encontraron a través de la atestada habitación. Ulf reía, pero sus carcajadas se apagaron al ver la expresión de su hermano.

—¿Qué haremos respecto al traidor? ¿Sospechas de alguien? —preguntó Anslak.

Ante la mención de aquello que le causaba tanta preocupación, Brage se puso aún más tenso.

—Tal vez debería agradecerle al traidor —dijo, bebiendo un trago de cerveza—. Es el motivo por el cual todavía estoy vivo, puesto que la necesidad de encontrarlo fue lo que hizo que siguiera luchando por mantenerme con vida. Quiero verlo sufrir por su traición.

—La venganza es un sentimiento arrollador —asintió su padre.

—En efecto —masculló Brage y volvió a mirar a Ulf, que estaba sumido en una conversación con sus hombres.

—Míralo —le dijo Parr a Ulf—. Ahí está, sentado junto a Anslak como si nada le hubiera ocurrido.

—Sufrió heridas, ha estado encadenado y prisionero, y sin embargo ahora se encuentra perfectamente —añadió otro, azorado ante la fuerza y la destreza de Brage.

—Es el Halcón Negro —se limitó a contestar Ulf. Siempre supo cuán valiente y fuerte era su hermano. Incluso de niños, cuando le sacaba una cabeza y al menos veinte kilos de peso, en la mayoría de los casos Brage lo igualaba en poderío y de vez en cuando hasta lo había derrotado.

—Nunca debimos dudar de él, Ulf, pero aquel día durante el ataque… Yo también lo vi caer y creí que estaba muerto. Que todavía esté entre nosotros es un milagro. —Al recordar aquel día, Parr adoptó una expresión preocupada.

Ulf volvió a mirar a Brage y comprobó que su hermano lo observaba extrañamente inexpresivo.

—Que siga con vida es un auténtico milagro —asintió.

Una vez que hubieron servido la comida, las mujeres se dedicaron a escanciar cerveza, hidromiel y vino a los invitados. Dynna acercó una bandeja con jarras de cerveza y Brage se sirvió otra y la vació de un trago.

—Estoy disfrutando de la celebración, Brage —ronroneó Inger, acercándose a la mesa y lanzándole una sonrisa coqueta.

—Me alegro —se limitó a contestarle. Había observado que se abría paso hacia él a través de la multitud deseando encontrar el modo de eludirla. Era una mujer atractiva, pero no la amaba y su actitud insinuante no despertaba su interés.

Tras servirle cerveza a Brage, Dynna permaneció de pie a su lado, tal como él le había ordenado. Su presencia incordió a Inger.

—Tráeme una copa de vino, mujer —le dijo en tono imperioso.

—Ella se quedará aquí —atajó Brage con rapidez—. Si quieres vino, ve a buscarlo tú misma.

—¡Sólo es una criada! —La crueldad de Brage hizo que se ruborizara.

—Ella es mi criada —replicó él—. Está aquí para cumplir mis órdenes.

Inger se sentía humillada. Sabía que Anslak y Kristoffer la observaban y que, al escuchar las palabras secas de Brage, los demás comprendieron que la estaba evitando adrede. Se alejó apresuradamente y su esperanza de casarse con él se desvaneció.

Brage estaba de un humor tenso. La cháchara de Inger y su actitud lisonjera lo impacientaban. Cuanto más pensaba en la traición de Ulf, tanto mayor era su ira y cuando vio que atravesaba la habitación en dirección a ellos, se preparó para enfrentarse a él. Había aguardado ese momento. Se enfrentaría al embustero de su hermano delante de todos y demostraría que era un maldito traicionero.

—¿Por qué estás tan serio esta noche, hermano mío? —preguntó Ulf, deteniéndose ante la mesa y bebiendo un trago de su jarra de cerveza.

—¿Acaso es tan difícil de comprender cuando sé que un traidor participa en la celebración?

Ulf miró en torno.

—¿Piensas en la traición, precisamente esta noche cuando deberías celebrar tu regreso?

—Casi no he pensado en otra cosa desde que vi morir a mis hombres y caí prisionero de los sajones.

Anslak y Kristoffer no podían fingir que no oían sus palabras y aguzaron los oídos.

—¿En quién piensas? —prosiguió Ulf—. ¿Sabes quién es? Porque en ese caso, te ayudaré a matarlo.

—He dispuesto de muchas horas para reflexionar al respecto. Y sé quién sacaría mayor provecho si yo muriera. —La expresión de Brage era dura cuando se puso de pie lentamente y miró a Ulf de arriba abajo.

—¿Quién es el traidor? —preguntó Ulf, notando su ira y comprendiéndola. Los hombres de Brage habían muerto a causa del traidor y Brage no era un hombre indulgente—. Yo lo atraparé.

—Eres tú.