Capítulo 6
—Eh, he estado intentando localizarte. ¿Dónde demonios te has metido?
Jonathan Stivers reconoció inmediatamente la voz de la persona que deseaba evitar. Sofocó una maldición y se volvió, dejando de lado los mensajes que tenía sobre el escritorio de la recepcionista, para ver a Sheridan Cole, Sheridan Granger desde hacía tres semanas, en la puerta de su despacho. Con el pelo recogido en una cola de caballo y el ligero rubor que cubría su rostro, estaba incluso más atractiva que habitualmente. Pero se había casado y Jonathan no quería volver a sentir aquel cosquilleo en las entrañas nunca más.
Desgraciadamente, no tenía forma de evitarlo. Esa era la única razón por la que se había esfumado desde que Sheridan había vuelto de su luna de miel. Jonathan tenía su propio negocio e intentaba trabajar en casa para mantener las distancias. Solo ayudaba en El Último Recurso cuando le necesitaban. De vez en cuando, utilizaba sus oficinas como base de operaciones, principalmente porque tenían un gran número de voluntarios que se hacían cargo del trabajo administrativo relacionado con los casos. Pero aquel día había esperado hasta las cinco para entrar con la esperanza de que Sheridan ya se hubiera ido.
—Lo siento, pero he estado ocupado.
—No con nuestros casos. Apenas te he visto desde que volví de Hawai.
—Digamos que mi verdadero trabajo se interpone en el camino.
Aunque no le importara trabajar sin recibir nada a cambio, tenía que tener suficientes ingresos para cubrir su hipoteca y sus gastos. Sheridan lo sabía. De vez en cuando, le pagaban algo a cambio de sus servicios, pero solo si aquella organización sin ánimo de lucro podía permitírselo.
En cualquier caso, Jonathan era consciente de que no era a eso a lo que Sheridan se refería.
Sheridan se cruzó de brazos.
—¿Estás trabajando en algo interesante?
Jonathan se obligó a desviar la mirada hacia los mensajes para no quedarse mirándola fijamente, o para evitar preguntarse por las noches que pasaba en brazos de su flamante marido.
—Una hermana que está buscando a su hermana pequeña, a la que adoptaron nada más nacer. Un acreedor intentando cobrar una deuda de un pobre hombre que está intentando desaparecer. El fiador de una fianza que quiere que le ayude a localizar a alguien que se ha escapado —se encogió de hombros—. Lo de siempre.
—Parece que estás haciendo mucho dinero. Y que te estás convirtiendo en un detective muy solicitado. Dentro de poco no tendrás tiempo para nosotros.
Parte de él deseaba que fuera cierto. Y no porque le importara el dinero. Más allá de para tener lo suficiente para cubrir sus necesidades, no le veía ninguna gracia a perseguir al idolatrado dólar. De todas formas, ya se había gastado todos los extras conseguidos con aquel trabajo. Lo único que sabía era que le resultaba más fácil no tener que encontrarse con Sheridan tan a menudo, y no tener que preocuparse de que Skye Willis o Ava Bixby, las dos socias de Sheridan en El Ultimo Recurso, pudieran imaginar lo que sentía. De hecho, si no estuvieran tan concentradas en sus casos, ya lo sabrían. Pero jamás había conocido a unas mujeres más entregadas a una causa. Por supuesto, tenían motivos para aquella dedicación. Pero era precisamente su pasión por el trabajo lo que le impedía a Jonathan alejarse de ellas. Aquellas mujeres estaban haciendo una gran labor por las víctimas de la delincuencia.
—Sí, estoy ganando toneladas de dinero.
Vio una nota de Skye que parecía urgente. Le había dejado también un par de mensajes en el teléfono que él había ignorado. Esa era la razón por la que se había arrastrado hasta allí, esperando evitar a Sheridan, pero, al mismo tiempo, deseando verla.
—Pero todavía no estoy en condiciones de comprarme un Ferrari —añadió antes de que Sheridan hiciera ningún comentario.
—Jamás te comprarás un coche de lujo. Aunque tuvieras dinero suficiente, antes de llegar al concesionario de coches se lo darías al primer vagabundo que se cruzara en tu camino.
Jonathan se golpeó la frente.
—¡Así que por eso estoy siempre en bancarrota!
—Exactamente —contestó Sheridan con una risa—. Hay demasiados vagabundos en tu vida.
—Yo no los busco —gruñó.
—Pero los ves cuando la mayor parte de la gente ni se fija en ellos.
Cuando Sheridan le halagaba con comentarios de ese tipo, Jonathan no podía evitar pensar que le apreciaba. Pero durante los cuatro años que llevaba trabajando con ella, había llegado a la conclusión de que sus maneras de quererse pertenecían a categorías muy diferentes.
—¿Has dicho que has estado intentando localizarme?
—La cantidad de mensajes que te he dejado en el buzón de voz debería habértelo dejado claro.
En realidad, le estaba preguntando por los motivos por los que no había respondido, pero él prefirió ignorar aquella pregunta silenciosa y fingir preocupación.
—¿Qué ha pasado?
Sheridan abrió los ojos como platos al ver que no parecía dispuesto a disculparse. Ni siquiera a dar una explicación.
—Es solo que... te he echado de menos. Se me hacía raro estar tanto tiempo sin hablar con mi mejor amigo.
Amigo. Para Jonathan habría sido todo más fácil si hubieran sido enemigos. En ese caso no se sentiría culpable por desear a la esposa de otro hombre.
—Sí, bueno. Tú también has estado ocupada intentando detener al hombre que te disparó hace dieciséis años. Y después, encontrando al amor de tu vida y casándote con él.
—¿Detecto celos en tu voz?
Jonathan contuvo la respiración. Hasta que las siguientes palabras de Sheridan revelaron lo que esta realmente pretendía decir.
—Algún día encontrarás al amor de tu vida. Siempre aparece cuando menos se lo espera.
Eso era lo que le había pasado a ella. Había ido a Tennessee para descubrir la identidad del hombre que la había disparado cuando estaba en el instituto y había terminado comprometida con Cain Granger, el hermano del chico que había muerto en ese mismo incidente.
—Yo no estoy en el mercado del matrimonio.
Sheridan sonrió con expresión soñadora.
—Lo estarías si supieras lo maravilloso que es.
Dios, ¿iba a tener que soportar un recital sobre todo lo que había encontrado en su marido?
—Te creo. En cualquier caso, ahora tengo que irme. Skye me necesita.
Se dirigió hacia el despacho de Skye, uno de los cuatro que daban a la zona de recepción. La oyó hablando por teléfono tras la puerta cerrada y fue un alivio saber que pronto tendría una distracción. Pero Sheridan volvió a dirigirse a él antes de que hubiera podido escapar.
—Hemos encontrado una cabaña a las afueras de Auburn que estamos pensando en comprar. Será perfecta para Cain. Hay un montón de espacio para sus perros. Y está rodeada de montañas.
—Tiene muy buena pinta.
Jonathan deseó que se metiera en su despacho y le dejara en paz.
—Cain y yo pensamos ir esta noche a echarle un vistazo. ¿Te apetece venir con nosotros a verla? Después podemos cenar los tres juntos.
Jonathan estuvo a punto de soltar una carcajada.
—Aunque te aseguro que me encantaría ver a Cain, creo que paso.
Ignorando el evidente desconcierto de Sheridan, llamó a la puerta del despacho de Skye. Esta le pidió que entrara, pero Jonathan se quedó paralizado en el momento en el que Sheridan le dijo:
—No te gusta, ¿verdad? Por eso no me devuelves las llamadas. Cain y yo ahora formamos parte del mismo paquete, pero tú no le aceptas.
Jonathan esbozó una mueca.
—No necesitas que le acepte, Sheridan. No me necesitas en absoluto —entró en el despacho de Skye y cerró la puerta tras él—. ¿Qué eran esos mensajes tan misteriosos? —preguntó en cuanto Skye alzó la mirada.
Skye arqueó una ceja.
—Hola a ti también.
Jonathan se llevó los dedos al puente de la nariz y tomó aire.
—Lo siento, tengo prisa.
—¿Es por algo que puedes cancelar?
—¿Cancelar? —repitió Jonathan sorprendido.
Normalmente, Skye era muy respetuosa con su tiempo, sobre todo porque solía hacer su trabajo a cambio de nada.
—Necesito al mejor. Y el mejor eres tú —le explicó.
Jonathan comprendió entonces que lo que él había interpretado como una cierta prepotencia, en realidad era producto del miedo.
Volvió a leer uno de los mensajes que le había mandado Skye:
Está pasando algo raro. Por favor, ponte en contacto conmigo.
—Supongo que no es un compromiso tan apremiante como para que tenga que irme a toda velocidad —admitió al tiempo que se sentaba en una de las sillas que tenía Skye frente al escritorio—. ¿Qué ocurre?
Skye apartó los documentos del caso en el que estaba trabajando y se echó hacia atrás.
—Me ha llamado una amiga mía, una amiga a la que conocí en uno de los grupos de apoyo a las víctimas después de que Burke me atacara la primera vez.
Había sido entonces cuando había conocido a Sheridan y a Jasmine, otra de las socias de la fundación.
—¿Quién es? ¿La conozco?
—No creo que la conozcas. Se llama Zoe Duncan. Nunca ha estado involucrada en esto. En realidad, había perdido el contacto con ella hasta esta mañana. Vio el anuncio que publicamos en el PennySaver hace varias semanas. Me comentó que pensaba ponerse en contacto con nosotros para ofrecerse como voluntaria, pero que ha tenido que cambiar de motivo.
Skye se pasó los dedos por la melena que llevaba cortada a la altura de los hombros.
—Su hija ha desaparecido.
Jonathan permaneció durante algunos segundos en silencio.
—¿Cómo?
—Desapareció, así de sencillo.
—¿Cuándo?
—Ayer por la tarde.
—¿Cuántos años tiene?
—Trece.
—¿Era una niña problemática? ¿Es posible que se haya fugado de casa?
—Por la edad que tiene, parece lógico preguntárselo. Pero es una buena niña. Y buena estudiante.
—Las buenas estudiantes también se fugan, Skye.
—Pero no las buenas estudiantes que se están recuperando de una mononucleosis infecciosa. Si hubiera querido escaparse, habría esperado a estar mejor. Además, no tenía problemas serios en casa.
Jonathan se acarició el labio inferior con el pulgar.
—Entonces, ¿estaba viviendo con su madre?
—Sí.
—¿Y qué me dices de su padre?
—Salió de prisión hace tres meses.
Jonathan apoyó los codos en las rodillas.
—Una interesante coincidencia. ¿Por qué le encerraron?
—Violación. Violó a una niña de quince años. Ha cumplido trece años de una sentencia de veinte.
Jonathan tuvo entonces una desagradable sospecha.
—No me digas que...
—Sí, Zoe fue la víctima. Sam es el resultado de esa violación.
Jonathan le miró boquiabierto.
—¿Tuvo a la niña?
—Sí.
El impacto de aquella información bastó para que olvidara por fin su encuentro con Sheridan.
—¡Vaya mierda!
—Exacto.
—Supongo que testificaría contra él.
—Supones bien.
—Entiendo que tiene sentido preguntarse si ese cerdo no habrá localizado a la niña y la habrá secuestrado para vengarse.
Skye tomó la fotografía de su marido y sus dos hijos que tenía sobre la mesa y fijó en ella la mirada.
—Evidentemente.
—¿Sabe Zoe que lo han soltado? —quiso saber Jonathan.
—No me ha comentado nada, así que lo dudo. Al igual que la mayor parte de las víctimas, prefiere no mirar atrás.
—Tiene que haber sido él.
—Es posible. Pero si es así, lo único que espero es que su intención sea recuperar a su hija para que forme parte de su vida. Supongo que era consciente de que a Zoe no le haría ninguna gracia la idea y a lo mejor tenía tantas ganas de conocerla que tomó una decisión drástica.
—Sea como sea, me parece una buena idea para empezar a investigar —Colin se levantó—. Entiendo que la policía está al tanto de lo ocurrido...
—Sí. Se lo han tomado muy en serio por la edad de la niña, pero no parecen completamente convencidos de que se trate de un secuestro.
—Se nos acaban de ocurrir por lo menos dos razones para que esta chica haya sido víctima de un secuestro y esto no sea una fuga.
—Sí, bueno. Todavía no te he contado que su abuelo tampoco es un modelo de conducta. Se ha pasado la vida entrando y saliendo de la cárcel por delitos relacionados con el consumo y la venta de drogas, pero es la única familia que tiene Zoe y continúa relacionándose con él. Esta mañana, el detective designado por el Departamento de Policía de Rocklin que estaba registrando las pertenencias de la niña ha encontrado una carta que le había escrito a su abuelo, pero que no había enviado.
—¿Y?
—En ella habla de lo mucho que odia a Anton Lucassi.
—¿Que es...?
Skye tomó aire.
—El hombre con el que están viviendo. El prometido de Zoe.
—¿Ha hablado alguien con el abuelo para ver si sabe algo de la niña?
—Zoe no ha podido localizarle. Le ha enviado varios mensajes, pero este hombre está viviendo en Los Ángeles, de modo que no es fácil acercarse a su casa para hablar con él.
Jonathan se acercó a la ventana y fijó la mirada en el aparcamiento.
—¿Y qué ha dicho Zoe de la carta?
—Dice que es posible que Sam no esté emocionada con Lucassi, pero que no se llevan mal.
—Así que no hay posibilidad de abusos.
—He hablado claramente con ella. Y no.
—¿Le has conocido?
—No, pero por lo que dice Zoe, es un hombre muy amable. Es propietario de una oficina de exención contributiva y la trata mucho mejor que cualquiera de los canallas con los que ha salido durante todos estos años.
Eso no tenía por qué significar nada.
—¿Tiene un récord?
—En absoluto —se aclaró la garganta—. Lo que quiero saber es si estás dispuesto a ayudarnos. Te pagaré todo lo que necesites, Jon.
Jonathan rechazó la oferta de dinero. Sabía que siempre andaban escasas de fondos. De hecho, a veces incluso él había aportado dinero a la organización.
—De momento no me hace falta. Ya te avisaré cuando estén a punto de embargarme el coche.
Skye sonrió por primera vez desde que había entrado en el despacho.
—¿Te refieres a ese montón de chatarra? No creo que vayan a tomarse ninguna molestia por él.
—Eh, todavía funciona. Mis clientes pensarían que cobro demasiado si tuviera un coche de lujo.
—¿Quién va a pensar nunca que cobras demasiado si apenas eres capaz de acordarte de que te tienen que pagar?
—Eso es porque no cuento con la ayuda de un administrativo.
—O porque no te preocupa el dinero —se puso repentinamente seria—. Entonces, ¿vas a hacerte cargo de esto?
Jonathan ajustó las persianas.
—Claro, ¿por qué no?
—Gracias.
Skye se levantó, rodeó la mesa y le tendió una nota.
—Aquí tienes el nombre y todos los datos sobre el expresidiario.
—Franky Bates. ¿El asesino de Pshycosis no se llamaba Bates?
Pero Skye estaba demasiado ocupada como para responder a una pregunta tan banal.
—He llamado a Lancaster, donde estuvo encerrado Franky, para enterarme de cómo fue su vida como interno.
—¿Y?
—Al parecer, encontró a Dios estando en prisión.
Jonathan elevó los ojos al cielo.
—Sí, la mayor parte de ellos lo encuentran. Pero el demonio vuelve a convertirse en su mejor amigo en cuanto salen.
Skye apartó algunos archivos para sentarse en la esquina del escritorio.
—Zoe está fuera de sí. Espero que podamos ayudarla antes...
No hizo falta que terminara la frase: «antes de que sea demasiado tarde». Era lo que siempre esperaban.
—Tendré que hablar con ella.
—Por supuesto —Skye dio media vuelta para tomar una libreta y se la tendió—. Aquí tienes la dirección y el número de teléfono. ¿Por qué no los guardas en tu base de datos?
Jonathan guardaba hasta la más pequeña información que encontraba en la BlackBerry que llevaba siempre en uno de los bolsillos delanteros del pantalón. Era la única posesión que realmente apreciaba, porque le facilitaba extraordinariamente la vida. Imaginaba que mientras tuviera aquel asistente digital y un buen ordenador en casa, no necesitaba secretaria.
Después de grabar el teléfono y la dirección de Zoe, le devolvió la libreta a Skye.
—De acuerdo, haré lo que pueda.
Zoe le siguió hasta la puerta.
—¿Qué le dirás a Zoe sobre las probabilidades de encontrar a Sam viva?
—Espero no tener que decirle nada.
—Yo he evitado darle una respuesta, pero sé que también te hará a ti la pregunta.
Jonathan, que tenía ya la mano en el pomo de la puerta, se detuvo un instante.
—Ya han pasado más de veinticuatro horas, Skye. Si Samantha ha sido secuestrada por un extraño, y creo que un padre violador entra en esa categoría, a pesar del escenario tan optimista que has pintado, los dos sabemos que la perspectiva es poco halagüeña. Es posible que a estas alturas ya no podamos hacer nada.
Skye le agarró del brazo.
—Zoe ya ha sufrido demasiado. No creo que pueda soportar algo así.
—En ese caso, le diré que cuanto antes consiga la información que necesito, más posibilidades tendremos de encontrar a Sam.
—Gracias.
Jonathan salió del despacho manteniendo la cabeza baja para evitar otro encuentro con Sheridan. Pero una vez llegó al coche, se sentó ante el volante y comenzó a preguntarse si debería regresar y disculparse. Si no podía tener una relación sentimental con ella, deseaba que su relación pudiera ser al menos la misma que mantenían antes de que se casara.
—Sí, a su marido le encantaría —musitó.
Y pegó la nota que Skye le había entregado en el espejo retrovisor. La vida de una adolescente estaba en peligro. Había llegado la hora de olvidar sus estúpidos problemas.