Capítulo 4
Samantha intentó ver algo a través de la mirilla de la puerta, pero fue inútil. Era imposible ver nada. Y tampoco oía nada. ¿Se habría marchado Tiffany?
Esperaba que no, porque tenía ganas de hacer pis. Llevaba un buen rato llamándola, pero Tiffany no había respondido. Después de ayudar a su vecina en el jardín, le había preguntado por la forma de localizar a Colin. Tiffany le había dicho que tenía el teléfono móvil en el piso de arriba. Samantha había ido a buscarlo y Tiffany la había seguido para indicarle que estaba en el dormitorio, en la habitación que había encima del garaje. Pero allí no había nada, salvo un colchón desnudo. Cuando Sam se había dado la vuelta para preguntarle a Tiffany qué significaba aquello, Tiffany le había dado un empujón y había cerrado la puerta.
Samantha era incapaz de imaginar por qué. Evidentemente, Tiffany estaba sufriendo algún problema mental. A lo mejor se había vuelto loca.
Era una posibilidad aterradora, el argumento perfecto para una película. Se imaginó a sí misma en el colegio, contándoles a sus amigas la dramática historia de cómo su vecina la había encerrado en un dormitorio y después habían tenido que encerrar a aquella mujer en un manicomio. Aquella idea la mantuvo entretenida durante un rato. Por lo menos el drama de aquella tarde había roto la monotonía de los últimos diez días. Pero llevaba allí tanto tiempo que estaba comenzando a asustarse. ¿Por qué no le permitiría Tiffany volver a su casa? ¿Y dónde estaba Colin? ¿No debería haber vuelto ya del trabajo?
Estaba segura de que se avergonzaría cuando se enterara de lo ocurrido, pero Sam tenía miedo de terminar mojándose el bikini antes de que la encontrara.
Gimiendo de frustración, se apartó de la puerta y recorrió de nuevo la habitación. Ella siempre había pensado que sus vecinos, con aquel jardín tan ordenado, su ropa pija y su BMW, eran personas de muy buen gusto. Pero desde luego, aquella habitación no lo demostraba. No podía decir nada en contra del suelo. Era el mismo suelo de parqué que el de la casa del novio de su madre. Y el ventilador del techo era bonito. Pero aquel colchón manchado era más que cuestionable y los murales que cubrían las ventanas parecían pintados por un niño de seis años.
Se detuvo delante de uno de aquellos dibujos en el que aparecían varias pilas de heno con un color más parecido al del limón que al del trigo, un cielo de color azul y nubes algodonosas e intentó colocar la mano a modo de cuña detrás del mural. Tenía que haber un cristal bajo la madera. Desde el camino de entrada a la casa, aquellas ventanas parecían tener persianas. Si conseguía alcanzar el cristal, podría romperlo y gritar para pedir ayuda. Entonces, Tiffany tendría que enfrentarse a un serio problema.
Pero no tardó en descubrir que el mural estaba pintado sobre unos tablones gruesos clavados al marco de la ventana. Sam no tenía ninguna posibilidad de arrancar los tablones. De hecho, se rompió una uña al intentarlo.
—¡Ay!
Dio un puñetazo con el puño a la madera y se llevó el dedo a la boca. ¿Por qué habrían bloqueado las ventanas? Anton también tenía una habitación como aquella encima del garaje, pero la había utilizado para colocar una mesa de billar y un minibar.
—Eso es lo que hay que hacer con una habitación como esta —gruñó, sacudiendo la mano para intentar aliviar el escozor—. Y también dejar que la gente la utilice —añadió.
Llegó hasta ella una música procedente del piso de abajo. Había alguien en casa. ¿Sería Colin?
Corrió hacia la puerta, olvidándose de su herida.
—¿Colin? —Golpeó la puerta—. ¿Colin? ¡Eh, tengo que ir al baño! ¡Dejadme salir!
No tenía la menor idea del tiempo que llevaba allí, pero sabía que era tarde. Si no volvía pronto a casa, su madre se encontraría con la casa vacía al volver del trabajo.
—¡Mi madre está a punto de llegar a casa! ¡Tengo que salir de aquí!
Nada.
—¿Tiffany?
El sonido de unos pasos hizo que se le acelerara el corazón.
—¡Por favor, necesito utilizar el cuarto de baño!
—¿Sam?
Era Tiffany.
—¿Qué?
—Estoy intentando preparar una cena sabrosa y me estás poniendo muy nerviosa. ¿Quieres hacer el favor de cerrar la boca?
¿Una cena? Tiffany parecía extrañamente tranquila. ¿Qué habría sido de la mujer llorosa y asustada que había visto en el jardín?
—Déjame salir y no volveré a molestarte. Mi madre se va a llevar un susto de muerte si no me ve cuando llegue a casa.
—Me temo que no puedo soltarte.
—¿Por qué no? No sabes cómo es mi madre. Es muy protectora. Ni siquiera me deja ver HBO.
—Parece que es una buena madre.
Sí, Zoe era una buena madre. Y Sam tuvo de pronto la sensación de que había pasado una eternidad desde la última vez que la había visto. De hecho, después de haber pasado tantas horas encerrada, ni siquiera le habría importado la compañía de Anton.
—¿Puedes dejarme salir?
Se produjo una ligera pausa.
—Creo que no.
—Pero me voy a hacer pis encima.
—¡Vaya! Espera un momento, ¿quieres?
¡Por fin! Mientras esperaba a Tiffany, Sam se balanceaba nerviosa sobre los pies y suspiró aliviada cuando volvió a oír movimiento en el pasillo.
—¡Date prisa! ¡No aguanto más!
—Ya voy, ya voy.
Sonó el cerrojo de la puerta, pero se abrió tan rápido y con tanta fuerza que golpeó a Samantha en el hombro. Casi inmediatamente, Tiffany le arrojó un recipiente de metal que le golpeó en la cabeza. Samantha cayó al suelo y Tiffany aprovechó para volver a encerrarla y echar el cerrojo.
Sam, con los ojos llenos de lágrimas, se frotó la sien.
—¿Tiffany? —hablaba como una niña asustada, pero no podía evitarlo—. No entiendo nada, ¿por qué estás haciendo eso? ¿No vas a dejarme salir?
—Ya te he dicho que estoy preparando la cena —respondió—. Ya hablaremos más adelante de las normas. De momento, limítate a hacer pis en el balde.
¿Normas? Sam desvió la mirada hacia el balde que le había dado, que continuaba rodando de canto. No podía utilizarlo. Era demasiado tarde. Ya había empapado la parte de abajo del bikini.
Tiffany ya se sentía mucho mejor para cuando oyó el coche de su marido en el camino de entrada a la casa. Se había duchado y cambiado de ropa y después había quemado la camiseta con restos de sangre de Rover en la chimenea. En aquel momento no llevaba nada encima, salvo un sujetador de encaje negro que apenas contenía sus enormes senos, un tanga y unos tacones de diez centímetros. La fragancia de un caro perfume, el favorito de Colin, se fundía con el olor del pan de ajo recién horneado mientras encendía las velas de la repisa de la chimenea.
Cuando terminó los preparativos, sonrió. Todo estaba perfecto. Había conseguido limpiar la mayor parte de las cazuelas y sartenes, de modo que Colin ni siquiera tendría que ver una pila de platos sucios.
Estaba segura de que le encantaría.
—¿Tiff?
En el momento en el que cruzó la puerta, Tiffany se colocó con una postura insinuante en la entrada de la cocina.
—¿Sí? —preguntó con voz sensual.
Colin arqueó las cejas.
—Vaya, qué recibimiento —una sonrisa lasciva curvó sus labios mientras la recorría con la mirada de los pies a la cabeza—. ¿A qué se debe este placer?
—He pensado que a lo mejor te apetece rodar otra película.
Colin disfrutaba fingiendo ser una estrella del porno. Tiffany sospechaba que compartía los vídeos que rodaban con algunos amigos, y eso no le gustaba, pero rara vez se permitía pensar en ello. Lo único que conseguía cuando se quejaba o cuestionaba a Colin era comenzar una discusión. Y en realidad, ¿qué más le daba? Colin lo hacía para presumir. Suponía que podía permitírselo. Al final de cada sesión, Colin señalaba los tatuajes que la marcaban como suya.
En cualquier caso, aquella noche estaba dispuesta a hacer todo lo que Colin quisiera. Necesitaba tenerle contento, ablandarle antes de contarle lo que había ocurrido con Rover.
—¿Puedo disfrutar antes del postre?
Tiffany deslizó las manos sobre sus senos.
—Antes y después, si te apetece.
—Hoy debe de ser el día de mi cumpleaños —a pesar de lo ansioso que parecía, fue a llevar el maletín al estudio que tenía junto a la entrada principal.
Tiffany corrió a la cocina para remover la salsa para la pasta. Quería evitar que se quemara.
—¿Tienes hambre? —preguntó desde la cocina.
—De ti —Tiffany no se había dado cuenta de que Colin estaba tan cerca. Se colocó tras ella y levantó sus senos con las palmas de las manos—. Hueles tan...
Cuando se interrumpió, Tiffany sintió que se le tensaban los músculos del estómago. ¿Habría pasado por alto algún detalle? ¿Se habría despistado y habría utilizado la laca que Colin tanto odiaba? ¿Qué habría hecho mal?
—¿No te has depilado?
—¿De... depilarme? —ni siquiera había tenido tiempo de pensar en ello—. Sí, esta mañana. Estabas conmigo en la ducha, ¿no te acuerda?
—¿Cuántas veces voy a tener que repetírtelo? Tienes que depilarte por la mañana y por la noche.
—Lo hago casi todos los días, pero lleva tiempo. Y estoy completamente lisa. Mira —se frotó los brazos y fue incapaz de notar lo que quiera que fuera que la hubiera delatado. ¿Cómo era posible que Colin se diera cuenta de que no se había depilado cuando ni siquiera ella lo percibía? Era exageradamente sensible a las apariencias, a los olores, a los sabores, a cualquier matiz.
—No te lo pediría si no fuera importante.
—Por supuesto que no. Lo sé. Es solo que... quería asegurarme de tener la cena preparada antes de que llegaras a casa.
No habría tenido tiempo de ir al supermercado y cocinar si se hubiera depilado. Colin la obligaba a quitarse hasta el último pelo que cubría su cuerpo.
—No quiero excusas. No quiero ver un solo pelo. Y ya hemos hablado antes de esto.
—No tengo ni un solo pelo allí donde realmente importa.
Intentó subsanar su falta deslizando la mano por la bragueta del pantalón de su marido, pero Colin se apartó.
—No creo que me desees tanto si no has sido capaz de depilarte. ¿Crees que puedo desear a una mujer que tiene la piel de un puercoespín?
¿Significaría eso que iba a tener que dormir otra vez en el suelo?
—Yo...
Pensó en otras formas de distraerle. Estaba segura de que se pondría muy contento al enterarse de que Samantha Duncan estaba en el piso de arriba, pero quería dejar la sorpresa para más tarde. Necesitaba algo bueno, algo mejor que bueno para compensar la fuga de Rover.
—Te he preparado tu cena favorita —le dijo con el más sensual de los pucheros—. Eso te gusta, ¿verdad?
—Me gustaría si te hubieras depilado —y sin más, salió de la cocina y encendió la televisión.
Tiffany se asomó a la puerta de la cocina.
—¿Puedo ofrecerte una copa de vino?
—Claro —respondió. Pero cuando le llevó el vino, hizo una mueca de repugnancia—. Aparta tus malditas tetas. Si no eres capaz de cuidar de ti misma, no tengo ningún interés en tocarte.
Aquella era la primera noche que pasaban solos y ella la había echado a perder. ¿Por qué siempre tenía que fastidiarlo todo? Colin intentaba enseñarle lo que esperaba de ella, pero, al parecer, nunca aprendía.
—Lo siento. Si quieres... puedes azotarme después.
—¿Y aguantarte después dos días enfurruñada? No, gracias.
—No tendrás que aguantarme, te lo prometo.
Colin alzó la copa, giró el vino y bebió un sorbo.
—De acuerdo, pero solo si me dejas grabarlo.
—De acuerdo.
—Y enseñárselo a mis amigos contigo delante cuando vengan mañana por la noche.
Tiffany le miró a los ojos. Nunca le había pedido que viera también ella aquellos vídeos. Lo había insinuado y le había comentado que a Tommy y Tuttle, ambos antiguos compañeros de instituto, les encantaría disfrutar de aquellos videos. Y también a James Pearson le gustaría unirse al grupo. Tommy cojeaba por culpa de una lesión en una pierna y se avergonzaba tanto de su defecto que no era capaz de acercarse a las mujeres. James había estado casado, pero su matrimonio había terminado en solo unos meses.
A Tiffany no le gustaba la idea. Tenía miedo de que pudiera llevarlos a algo más peligroso. Pero si aceptaba, quizá Colin fuera más benévolo con ella cuando le contara lo de Rover.
—Si eso es lo que quieres...
Colin le pidió un posavasos y fue tal la precipitación de Tiffany en ir a buscarlo que estuvo a punto de torcerse el tobillo.
—Sí, eso es lo que quiero. Ahora, vamos a cenar antes de que vuelva a ponerme de mal humor.
Orgullosa de tenerlo todo casi preparado, Tiffany volvió a la cocina para servir la cena mientras Colin veía las noticias.
Este se sentó a la mesa mientras Tiffany le llenaba el plato. Lo hacía con mucho cuidado, evitando que los alimentos se mezclaran. No había olvidado la lección, desde que Colin le había lanzado un vaso a la cara y le había roto la mejilla.
Cuando terminó de servir, se sentó frente a él y esperó a que probara la comida. No tenía permiso para empezar a comer hasta que él no lo dijera. A veces Colin llegaba al postre antes de que ella hubiera probado un solo bocado. Era una prueba a la que Colin la sometía para ver si estaba dispuesta a tomar su cena fría antes que a desobedecerle.
Aquella noche, a Tiffany ni siquiera le importó que no le diera la señal. Estaba demasiado nerviosa para comer. Y, por muy bien que oliera el pan, no podía comer ajo. Temía que le dejara mal aliento.
—¿Qué tal ha ido el día? —preguntó Colin mientras comía.
Tiffany tragó saliva. Quería contarle lo que había pasado con Rover, terminar con aquello cuanto antes. Pero no podía hacerlo todavía. Colin la acusaría de haberle arruinado la cena, además de todo lo demás.
—Bien.
—¿Bien? —Dejó el tenedor en el plato—. Lo último que supe de ti era que estabas con un ataque de pánico.
—Conseguí tranquilizarme —señaló la pasta—. ¿Qué tal está?
—Deliciosa. ¿Tienes hambre?
Tiffany no quería privar a Colin de la satisfacción que experimentaba al negarle la comida, al demostrarse a sí mismo lo mucho que aquella mujer le amaba, así que asintió.
—¿Cuánta?
—Estoy muerta de hambre.
—Levántate.
Tiffany se levantó sorprendida.
—Ven aquí, donde pueda verte.
Tiffany contuvo la respiración mientras se acercaba. Colin le hizo volverse y examinó hasta el último centímetro de su cuerpo.
—¿Ocurre algo malo? —preguntó Tiffany por fin.
—Estás engordando.
Para Colin, ser gordo era incluso peor que ser feo. Tiffany no pudo evitar una mueca de terror.
—Pero... pero si peso lo mismo que ayer.
—¡No me discutas! Nadie conoce tu cuerpo mejor que yo —miró la ensalada César, el pan de ajo y los fettuccini que Tiffany había preparado—. Esta cena tiene demasiadas calorías para ti. Saca algo del congelador y caliéntatelo.
Durante los últimos años, Tiffany había cenado congelados de régimen tantas veces que ya le sabían a cartón, pero Colin la elogiaba cuando era capaz de dejar comida en el plato. Por lo menos, aquella noche no le resultaría difícil renunciar a una cena más calórica.
Para cuando Tiffany regresó, su marido ya había terminado de cenar. Se estiró y se sirvió otra copa de vino mientras la observaba comer. Tiffany tomaba con mucho cuidado cada bocado.
—Muy bien —la alabó Colin—. Así me gusta. Delicada, femenina. Últimamente, hay muchas mujeres que comen como cerdos.
Tiffany sonrió, y Colin se inclinó hacia delante.
—Quítate la blusa.
Tiffany vaciló.
—¿No quieres que antes me afeite?
—No, necesito un poco de pelusilla. Si no, no seré capaz de castigarte como tengo planeado.
Esa era la demostración de que realmente la quería. Tenía que enfadarle para que pudiera pegarla.
—Lo comprendo, mi amo.
Le mostró los senos e incluso se los acarició para excitarle. Después, dejó el resto de la cena para poder recoger los platos y satisfacerle cuanto antes.
Pero Colin la detuvo cuando se dirigía hacia la cocina.
—Deja ahora eso. Estoy listo.
Pero normalmente, odiaba que dejara los platos sucios.
—¿No lavo los platos?
—Ya lo harás más tarde.
Estaba ansioso. Esa era una buena señal. Y le dio valor para confesar lo que tenía que decirle. Sí, tenía que decírselo antes de que la castigara, así terminaría con su nerviosismo de una vez por todas.
Dejó la fuente en la mesa cuando Colin le hizo volverse.
—Pero antes, tengo algo que decirte...
—¿El qué?
Tiffany se clavó las uñas en las palmas de las manos.
—Eh... antes te he dicho que hoy todo había ido bien.
Colin la miró con recelo.
—Sí.
—Pero no es cierto —se obligó a mirarle.
—¿Qué quieres decir?
Tiffany se arrodilló ante él y juntó las manos en un gesto de súplica.
—No... no ha sido culpa mía, Colin. Por favor, tienes que comprenderlo. ¡Estaba vivo!
Colin la agarró por la muñeca.
—Sí, y tú lo sabías. Me llamaste para decírmelo.
—Pero no esperaba... Se había dejado de mover, pero cuando abrí el maletero...
Colin utilizó su mano libre para pellizcarle el pezón con tanta fuerza que Tiffany no fue capaz de contener un grito.
—¿Y qué ocurrió, Tiffany? ¿Qué hiciste? —le preguntó con una voz dura como el granito—. No le dejaste escapar, ¿verdad? Dime que no le dejaste escapar porque no seré capaz de perdonártelo.
Continuaba pellizcándole con fuerza el pezón. Tiffany tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no se resistió, y tampoco gritó. La experiencia le había enseñado que eso solo servía para empeorar las cosas.
—No he podido hacer nada —susurró—. Ha salido de golpe y...
Sofocó un grito en el momento en el que Colin tiró de ella y le mordió el hombro.
—¿Y qué, zorra estúpida? ¿Y qué?
Jadeando de miedo y dolor, Tiffany se devanaba los sesos, intentando encontrar una respuesta.
—Me tiró. Se puso a gritar...
—¿Por qué no saliste detrás de él? Estabais en medio del bosque, podía gritar todo lo que quisiera. Y no creo que pudiera correr mucho. Viste perfectamente lo que le hice. Tú misma me ayudaste.
Porque la había obligado. A ella le había parecido odioso hacer algo así.
—No he ido detrás de él porque...
Colin le tiró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás, pero ella continuó intentando explicarse. Hablaba tan rápido que se le atropellaban las palabras.
—Estaba gritando y me entró miedo, Colin. Por favor, no te enfades conmigo. Haré todo lo que quieras. Todo. Te he dicho que mañana por la noche estaría con tus amigos, ¿verdad? Y si quieres, montaremos una función para ellos, en directo.
Colin la pellizcó con fuerza.
—¡Deberías haber estado preparada! Pero no, no lo estabas.
Tiffany parpadeó, intentando ver a través de las lágrimas.
—¡Sí!
—¡Y me acabas de decir que todo había ido bien! Estaba sentado aquí mismo cuando me lo has dicho.
—No quería arruinarte la cena —cerró los ojos, mareada por el dolor—. Sabía que te enfadarías.
—¿Y creías que mintiéndome no me iba a enfadar? —Tiffany se encogió, esperando un golpe, y a Colin le irritó aquel gesto—. ¡Date la vuelta! —le ordenó mientras se sacaba el cinturón.
Tiffany sabía lo que la esperaba, pero por lo menos le había soltado el pezón. Se cubrió los senos, en un fugaz momento de alivio, y dio media vuelta justo antes de que Colin pudiera darle una patada. Podría sobrevivir a aquello, se dijo a sí misma. Colin la azotaba hasta cuando no estaba enfadado. Le gustaba. Y a ella no le importaba. Pero aquella noche la paliza fue despiadada y Colin parecía incapaz de detenerse. Cuanto más la pegaba, más ganas parecía tener de continuar haciéndolo.
Tiffany tenía la bilis en la garganta, pero se la tragó. Si vomitaba en la alfombra, Colin la obligaría a lamerlo, como hacía con Rover.
—Eres... idiota —no levantaba la voz. Sabía cómo evitar llamar la atención de los vecinos. Era experto en pasar desapercibido, en aparentar calma y normalidad en cualquier circunstancia—. ¿Es que quieres verme en prisión? —preguntó entre azote y azote—. ¿Es eso lo que buscas?
Le golpeaba siempre en el mismo lugar de la espalda. Tiffany no sabía cuántos latigazos más podría soportar. En su desesperación, alzó un brazo para detenerle, pero comprendió su error en el momento en el que Colin soltó el cinturón y la agarró del cuello.
—¡Debería matarte! ¿Sabes? No te mereces estar a mi lado. ¡Mira esta casa! ¡Mira todo lo que te he dado! —comenzó a apretar—. ¡No te mereces nada de todo esto!
Tiffany comenzó a ver luces negras ante los ojos, como le había ocurrido semanas atrás, cuando Colin había utilizado la cadena de Rover para estrangularla. Estaba a punto de perder la conciencia. Tenía que decirle lo de Samantha Duncan. Era la única forma de detenerle, pero no podía respirar.
Aunque el instinto de supervivencia la empujaba a luchar, se obligó a mantenerse sumisa. Sabía que no la iba a matar. En cuanto se le pasara el enfado, lloraría, le pediría perdón y sería tan dulce como siempre. Y al día siguiente, la ayudaría a curar las heridas.
Colin apartó por fin las manos de su cuello. Pero no había terminado. Continuaba teniendo aquella mirada. Alzó el puño, pero Tiffany levantó la mano para detenerle al tiempo que tomaba aire para poder hablar.
—¡Espera, no me hagas daño! —Volvió a llenar de aire los pulmones—. Yo... tengo un regalo para ti.
La curiosidad le hizo vacilar, pero su mirada continuaba siendo afilada y cruel.
—¿Qué regalo? Si vas a regalarme tu asqueroso cuerpo, ya estoy más que harto.
—No... no digas eso. Te quiero.
—Sí, me quieres, pero no eres capaz de seguir una orden sencilla.
—Rover no sabe nada —una vez que podía respirar, lo veía todo con más claridad—. Le trajiste a casa en el maletero, con los ojos vendados. No sabe quiénes somos mi dónde vivimos.
Aun así, Colin le pegó un tortazo, algo que normalmente evitaba. Tiffany estaba segura de que al día siguiente caería enferma.
—¿Qué regalo tienes para mí? Y más te vale que sea bueno.
Todavía aturdida por el último golpe, Tiffany se esforzaba en organizar sus pensamientos. ¿Qué era lo que pretendía decirle? Era algo bueno, algo que podía poner fin a todo aquello.
Tenía a Sam. A Samantha Duncan. ¡Sí, eso era!
—¿Sabes... sabes la chica que vive en la calle de al lado? —Se limpió las mejillas—. Esa que te gusta...
Colin tenía toda su atención puesta en ella. Tiffany advirtió que estaba en estado de alerta. Siempre le había intrigado la madre de Sam, probablemente porque Zoe Duncan no parecía fijarse en él.
—¿Sí?
—Tengo a su hija encerrada en la habitación de Rover.
Colin la soltó y comenzó a tambalearse ligeramente.
—Estás de broma.
—No. Y... —tragó saliva, esperando que aquello fuera suficiente—, es toda tuya. Tu nueva mascota. No... no me quejaré, ni intentaré detenerte hagas lo que hagas con ella.
—¿La has secuestrado?
Tiffany sentía el sabor de la sangre en la comisura de los labios. Se la limpió con la lengua y asintió.
—¿Pero es que te has vuelto loca? ¿Has secuestrado a la hija de nuestros vecinos?
El miedo la paralizó. ¿Habría malinterpretado sus continuas referencias a Zoe, sus continuos comentarios sobre lo atractiva que era, o lo atractiva que sería su hija Samantha cuando creciera? ¿Se enfadaría todavía más?
—No importa que sea la hija de nuestros vecinos, porque nadie sabe que está aquí —susurró.
Colin se frotó la barbilla, caminó hasta el sofá y retrocedió.
—Pero ahora no podemos dejarla marchar. Nunca.
—¿Quieres que la suelte? —a Tiffany le dolía todo el cuerpo: el hombro, la cabeza, la espalda, las piernas...pero tenía tanto miedo de lo que podría llegar a pasar en los minutos siguientes que ni siquiera le importaba—. Dijiste que era demasiado arriesgado. ¿No es esa la razón por la que te has enfadado tanto por lo de Rover?
Colin no contestó.
—¿Te ha visto alguien? —preguntó con la voz atemperada por el recelo.
—Nadie, te lo juro.
Colin pasó por delante de ella y comenzó a subir las escaleras de dos en dos.