Veintiséis

Sheridan se había sentado junto a Skye en el último banco de la iglesia a la que asistía su familia cuando vivía en Whiterock. El funeral no había empezado aún, pero el edificio estaba ya lleno a rebosar. La muerte de Amy, tan espectacular, había despertado más interés del que esperaba Sheridan.

Miró a la gente apiñada a lo largo de la pared del fondo.

—¿Buscas a Cain? —preguntó Skye.

Eso era justamente lo que estaba haciendo, pero no quería reconocerlo.

—No, pero preferiría estar de pie.

Sería más fácil ver a todo el mundo.

—¿Por qué no te levantas?

—¿No lo sabes? —Sheridan señaló sus zapatos—. No podría —no esperaba asistir a una ceremonia formal en Whiterock, de modo que Skye y ella habían tenido que comprar la ropa que llevaban puesta. Skye había elegido una sencilla falda negra, una camisa blanca y un chaleco negro; Sheridan había comprado un vestido negro, una sarta de perlas de imitación y unos zapatos de tiras. Los zapatos eran demasiado altos para estar cómoda mucho tiempo, pero había hecho lo que había podido, teniendo tan poco donde elegir. Estaba segura de que Petra, la dueña de la pequeña boutique del pueblo, había sido prostituta en una vida anterior. Para ella, ir sencilla y elegante equivalía a parecer una furcia. A Sheridan le había costado un ímprobo esfuerzo no salir de la tienda con medias de rejilla.

—Te falta… algo —le había dicho Petra, mirando su atuendo con el ceño fruncido.

—Entonces, ¿ves algo fuera de lo corriente? —preguntó Skye ahora.

—No especialmente.

—Dime quiénes son todos. La única persona cuya identidad conozco es la pobre mujer que yace en el ataúd.

Sheridan intentó no señalar al decirle quién era Ned, sentado en la primera fila.

—Ese es el hermano de Amy. Su mujer y sus hijos están a la izquierda. La de la derecha es su madre.

—¿Quién es ése de la tarima, el que se asoma tanto al ataúd?

—¿El de la chaqueta de espiguilla y la corbata azul? Es John Wyatt, el padrastro de Cain. A Tiger ya lo conoces, y el pastor Wayne nos saludó al entrar.

—Sí, lo recuerdo. Fue el que dijo que tenía una habitación de sobra para ti, si la necesitabas.

Sheridan hizo girar los ojos.

—Mis padres se hacen querer.

Skye se echó a reír.

—¿No te alegras de que sea yo quien se presentó en casa de Cain y no ellos?

Sheridan le dio un codazo.

—¿Tienes que recordármelo?

—Para eso están las amigas. Seguiré recordándotelo el resto de tu vida.

—Es bueno saberlo.

—El padrastro de Cain tiene un aspecto bastante distinguido, ¿no?

—Supongo. Me gustan las canas de sus sienes.

—¿Cuántos años tiene?

—Cincuenta y cuatro, más o menos. La mujer con la que va a casarse es bastante más joven.

—¿Tu antigua profesora de Lengua?

—Sí.

—¿Dónde está?

Sheridan no veía a Karen Stevens.

—No lo sé. Pero también es atractiva.

Guardaron silencio mientras esperaban a que empezara el servicio religioso. La puerta se abrió y se cerró varias veces, pero Cain no apareció. Sheridan vio a Owen y a su mujer entre la gente. Marshall estaba con él, y Robert se había sentado en el mismo banco, con aspecto desaseado a pesar de que se había puesto una corbata que no era lo bastante larga para cubrir su tripa prominente. El policía que la había interrogado aquel día en la comisaría estaba justo al otro lado del pasillo, frente a ella, y Sheridan reconoció a varias personas más, a la mayoría de las cuales hacía más de una década que no veía. Muchas le sonrieron o la saludaron con la mano, pero el ambiente era tan poco festivo como ha de serlo el de un funeral.

—Esto es una tragedia —le susurró la señora sentada a su derecha al hombre que la acompañaba—. ¿Adónde vamos a ir a parar?

—Empieza a hacer calor aquí —gruñó Skye, ahogando la respuesta del hombre—. ¿Cuándo van a empezar? A este paso, voy a perder el avión.

Sheridan observó los arreglos florales mientras la señora sentada al piano empezaba a tocar otro himno.

—Tú avión no sale hasta dentro de tres horas.

—Exacto.

Quince minutos después, el olor de los claveles se había vuelto tan agobiante que Sheridan sólo podía pensar en el funeral de Jason. Había sentido aquel mismo olor allí. Quince minutos más tarde, la mayoría de la gente había empezado a abanicarse con sus programas, pero al menos la ceremonia había empezado ya. Con rostro compungido, como era de rigor, el pastor Wayne colocó bien el micrófono del podio mientras esperaba a que la gente se callara.

En cuanto dejó de rezar, la puerta se abrió de nuevo y Sheridan supo antes de mirar que había entrado Cain. Oyó un murmullo, notó que muchos de los asistentes habían estado especulando sobre si tendría el valor de hacer acto de aparición.

Sheridan miró con enfado a las personas que se volvieron para mirarlo, pero Cain parecía ajeno a aquel revuelo. Sin duda se lo esperaba. Sheridan había oído a Ned despotricar contra él al entrar con Skye, diciendo que Cain debía andarse con cuidado, porque él personalmente se iba a encargar de que acabara en prisión.

Hablando así, Ned tenía la impresión de que estaba haciendo algo para resolver el asesinato de su hermana, aunque para Sheridan ello sólo demostraba que no tenía ninguna pista sólida. Si no, habría tenido algo más constructivo que decir.

Se preguntaba qué pensaría Ned cuando Cain le dijera que Tiger había pasado tres veces por su casa la noche en que la atacaron. Tiger era posiblemente la única persona que sabía dónde encontrar a Amy en el momento de su asesinato, porque la había seguido hasta allí más de una vez. Y tenía motivos para estar furioso con Sheridan y con Jason, doce años antes. En opinión de Sheridan, era el sospechoso más probable.

Cain se dirigió al rincón más apartado de la iglesia, en lugar de intentar encontrar un asiento, pero si esperaba pasar desapercibido no lo consiguió. Era unos cuantos centímetros más alto que la mayoría de los hombres, y mucho más atractivo. Llevaba pantalones de vestir negros y zapatos del mismo color, corbata negra y camisa blanca arremangada. Y a diferencia de los demás no llevaba tiempo suficiente en la iglesia para haber empezado a sudar. Sheridan no pudo evitar pensar lo mucho que le habría gustado a Amy ver que se había puesto de punta en blanco sólo para ella.

Tal vez no fuera de los que se casaban y sentaban la cabeza, pero era un buen hombre, pensó Sheridan. Al margen de su historia, confiaba en que pudieran ser amigos…

Sorprendió a Skye mirándola con expresión inquisitiva.

—¿Qué ocurre?

—Nada —murmuró—. A mí también me parece guapo.

Teniendo en cuenta lo enamorada que estaba Skye de su marido, aquélla era toda una confesión.

Sheridan no respondió, porque el pastor Wayne se había puesto a hablar de lo terrible que era que Amy hubiera perdido la vida siendo tan joven. Varias personas habían empezado a sollozar a su alrededor, y Ned había vuelto a derrumbarse. Su mujer le rodeó los hombros con el brazo para consolarlo. Entonces le tocó hablar al padrastro de Cain.

—Perdí a mi hijo hace doce años. Y ahora he perdido a una hija —comenzó—. Amy era dulce y generosa. Gracias a ella, Whiterock era un mejor lugar donde vivir. Lo más difícil de esto para mí, para todos nosotros, es la pregunta a la que nadie puede responder en este momento. ¿Por qué?

Cuando se le quebró la voz, Sheridan sintió un nudo en la garganta. Todo aquello era tan duro…

—Parece un tipo agradable —murmuró Skye—. ¿Por qué no se llevan bien Cain y él?

Sheridan se había preguntado lo mismo muchas veces.

—Yo diría que culpa a Cain de la muerte de Jason —respondió con un susurro—. Pero, sea cual sea el problema, empezó mucho antes de que muriera Jason.

Sheridan notó que Tiger la miraba fijamente. Tenía la cara hinchada, pero no lloraba, como casi todos los demás. Permanecía estoicamente sentado y parecía incómodo con aquel traje nuevo, demasiado estrecho, mientras esperaba su turno para hablar.

Cuando acabó el padre de Cain, Tiger se levantó y dijo:

—Quería a Amy y voy a echarla de menos. Seguramente más que nadie. Pero la única persona a la que ella quiso de verdad fue Cain Granger.

Aquella descarnada afirmación no era la «semblanza vital» que esperaba todo el mundo. O quizá si lo fuera, en exceso. La mayoría de los asistentes empezaron a murmurar y a volver la cabeza, intentando ver cómo reaccionaba Cain.

Él se quedó donde estaba, con un brillo de determinación en la mirada mientras aguantaba las miradas de la congregación.

Entonces Tiger continuó.

—Puede que Cain se hartara de ella y le disparara. No sé nada de eso. Pero sé que Amy no tenía por qué estar allí esa noche. Y puedo aseguraros que no fue él quien mató a Jason.

Los ruidos y el movimiento aumentaron hasta tal punto que Tiger tuvo que levantar la mano para hacerse oír.

—Ella misma me dijo varias veces que no había sido Cain, que Cain jamás haría algo así. Y creo que Amy lo conocía mejor que nadie, sobre todo en aquella época.

Ned se puso en pie.

—¡No estás declarando a favor de Cain! ¡Esto es el funeral de mi hermana, por el amor de Dios!

—Por eso he dicho lo que he dicho —le contestó Tiger—. Sé que ella quería que se supiera por fin lo que pensaba de verdad.

Tiger se sentó y Skye se acercó a Sheridan.

—Me da igual que pasara por tu casa cincuenta veces esa noche. No fue Tiger —dijo.

Sheridan dejó escapar por fin el aliento que había estado conteniendo.

—Lo sé.

Haciendo caso omiso del rumor que se había desatado a su alrededor, Cain buscó la mirada de su padrastro. Sin duda después de lo que había dicho Tiger, John tenía que creer que era inocente. Pero lo que había dicho Tiger importaba muy poco. John tenía otra cosa por la que culparlo.

«Lo sabe…». Cain volvió a oír lo que le había dicho Karen la noche anterior. Al menos, ahora sí era de verdad culpable de lo que John tenía contra él.

Cain dio media vuelta y salió tranquilamente. Mientras recorría el camino que llevaba al aparcamiento colgó la corbata en la rama de un árbol. No necesitaba a John Wyatt, ni a Owen, ni a Robert, ni a Marshall. No necesitaba a nadie. Ni siquiera a Sheridan.

A Sheridan menos que a nadie, se dijo. Porque ella suponía un peligro mayor que todos los demás.

Karen se miró al espejo. Odiaba haber faltado al funeral de Amy. Pero no podía ir con aquel aspecto. John la había golpeado tan fuerte que tenía un hematoma en la mejilla, y los ojos rojos e hinchados. Cualquier persona con la que se encontrara querría saber qué le había pasado. Y la sola pregunta la haría llorar. Por eso tampoco podía ir al instituto. Se había tomado el día libre para quedarse en casa.

Se sonó la nariz por enésima vez, usando su último pañuelo de papel, y se apartó del espejo. ¿Qué iba a ser de ella? Temía descubrirlo. Quería creer que John entraría en razón y la perdonaría, pero en el fondo sabía que no sería así. Su confesión había seccionado el vínculo que había entre ellos. Ella había visto una faceta de John cuya existencia ignoraba, y ya no estaba segura de que fuera como ella creía. Aunque consiguieran hacer las paces, lo suyo no podía durar. John se ponía como loco tratándose de Cain. Vigilaría cada gesto que se diera entre ellos, cada matiz, buscaría siempre en su relación algo más de lo que había. Y utilizaría sus faltas del pasado para atacarla cada vez que se enfadara. Lo que sabía lo corroería hasta que el desprecio que Karen había visto la noche anterior volviera a aflorar.

No podía esperar que retomaran las cosas donde las habían dejado. Pero al menos tenía que intentar convencerlo de que no arruinara su reputación. Después de tantos años, dudaba de que cualquier fiscal de distrito la encausara. Pero si John se lo decía a alguien, ella no podría ir por Whiterock con la cabeza alta. La junta escolar no le permitiría seguir enseñando. Y, en cuanto el asunto saliera a la luz, no volvería encontrar trabajo en otro centro escolar.

El reloj marcaba casi las dos. John ya habría vuelto del funeral. Karen recogió su bolso, se limpió la cara por última vez y salió.

A pesar de que le había molestado la actitud de su amiga hacia Cain, a Sheridan le costó despedirse de Skye.

—Estarás bien sin mí, ¿verdad? —preguntó Skye mientras Sheridan la ayudaba a sacar las maletas.

—Claro —dijo Sheridan. Pero no estaba tan segura.

Habían ido cada una en su coche para que Skye pudiera devolver su coche de alquiler en el aeropuerto y ella pudiera regresar al pueblo. Habían buscado una tienda de telefonía por el camino, de modo que tenía ya un cargador nuevo. Tenía también, metida aún debajo del cojín del sofá, la pistola que Skye había insistido en que se quedara. Y lo que era aún mejor: ahora era más fuerte y más sabia.

Y sin embargo tenía un sinfín de dudas. ¿Era tonta por quedarse? ¿Creía de veras que podía resolver un crimen sin ninguna pista concreta?

—¿Sheridan? —Skye ladeó la cabeza para mirarla.

Sheridan parpadeó.

—¿Qué?

—¿Te estás arrepintiendo? Porque, si es así, vuelvo encantada a Whiterock para ayudarte a hacer las maletas.

—Tengo dudas —reconoció Sheridan—. Pero… no creo que pueda marcharme y olvidar lo que ha pasado. En cuanto llegara a casa tendría ganas de volverme. Tal vez fuera distinto si confiara en Ned y en su equipo, pero…

—Pero Patachunta ha muerto y ahora sólo te queda Patachún.

—¡Skye!

Ella levantó una mano.

—Lo sé, perdona. Ha sido una falta de respeto. Pero sólo quería decir que la policía de Whiterock no es gran cosa.

—Antes tampoco había muchos delitos. Quiero que mi pueblo vuelva a ser tan seguro como antes. Quiero ver entre rejas a quien me atacó y mató a Jason y a Amy.

Skye se subió el bolso por el hombro.

—No puedo prometerte que no venga Jonathan. En cuanto acabe con el caso en el que está trabajando, estoy segura de que querrá venir.

—Es un investigador buenísimo. Me vendría bien su ayuda, si está interesado.

—Lo estamos todos. Pero también estamos ocupados.

—Puedo hacerlo yo sola.

—Lo sé. Y supongo que ya va siendo hora. Sé lo importante que es esto para ti. Pero, por Dios, Sher…

—Lo sé. Tendré cuidado.

—Ten más que cuidado.

—Me libré de ese pesado que me perseguía el año pasado, ¿no?

Skye levantó las cejas.

—Ese tipo entró en tu casa y tú le pegaste con una lata de chili porque no querías usar tu arma. ¿Seguro que quieres usar ese incidente como ejemplo para tranquilizarme?

—¡Le di muy fuerte con la lata de chili! Deberías haber visto el moratón. Además, era más raro que peligroso. No intentaba matarme.

—Sí, pero no olvides que éste va muy en serio.

Los ojos que la habían mirado tan fijamente mientras luchaba por liberarse de las manos que oprimían su garganta volvieron a aparecer en su cabeza con un fogonazo, y Sheridan se estremeció.

—No lo olvidaré.

—Pues usa la pistola esta vez.

—Está bien. Tienes que darte prisa —le recordó Sheridan—. Vas a perder el avión.

—Sí —Skye le dio un abrazo de despedida y empezó a alejarse; luego se volvió—. Pero ¿qué estoy haciendo? Debería quedarme aquí. Tú eres incapaz de disparar a nadie.

Un hombre mayor que pasaba por allí se detuvo a mirarlas.

—Se refiere a una cámara fotográfica —le explicó Sheridan—. Soy fotógrafa.

Sacudiendo la cabeza, el hombre se alejó de ellas.

—Tienes a tus hijos en casa, Skye —prosiguió ella—. Te necesitan.

—Pero jamás me lo perdonaré, si te pasa algo.

—Corremos esa clase de riesgos todos los días. Es nuestro trabajo. Nada nuevo. Y tú misma has dicho que Jonathan vendrá en cuanto pueda.

Una voz anunció por megafonía que los pasajeros no debían separarse de su equipaje en ningún momento. Skye esperó a que acabara, todavía indecisa, hasta que Sheridan le dio un empujoncito.

—¡Vete! Dentro de un par de semanas estaré en casa. Seguramente antes de que Jon acabe ese caso —sabía que era un pronóstico muy optimista, pero de algún modo tenía que tranquilizar a Skye.

—Espero no tener que arrepentirme de esto —Skye le dio un último abrazo y entró en la terminal con su equipaje. Luego desapareció entre la multitud.

—Dime que no estoy loca —masculló Sheridan mientras montaba en su coche.

Cain no había trabajado mucho desde el ataque sufrido por Sheridan, pero no le preocupaba perder su empleo. Tenía más días de vacaciones acumulados de los que podía gastar. Y mientras siguiera echando un vistazo a las zonas de acampada y entregando sus informes, no pasaría nada. No había nadie que lo controlara; hacía mucho tiempo que formaba parte de la agencia. Su jefe sabía que podía confiar en que cuidara de aquellas tierras como si fueran suyas.

Era agradable estar de vuelta en el bosque. Aquél era su lugar, el sitio donde más lúcido y libre se sentía. No entendía cómo había podido enredarse tanto en los asuntos de su padrastro, de Amy y de Ned. Había aprendido siendo aún muy joven a evitar tales enredos emocionales. Pero aquel maldito rifle le había complicado la vida. Amy podía haberse puesto de su parte; sabía desde el principio que no era él quien había matado a Jason. Pero había dejado que se retorciera en el gancho, lo cual no le sorprendía, en realidad. Era su forma de castigarlo. Tiger, en cambio, le parecía muy generoso por haber expresado en público lo que Amy pensaba en realidad. Nadie podía cuestionar la opinión de Amy en aquel asunto, porque la mitad del pueblo había oído las palabras de Tiger. Incluida Sheridan.

Se la imaginó un momento con aquel vestido negro y el pelo recogido. Parecía demasiado refinada para un pueblucho como Whiterock. Se la imaginó entonces en un entorno más íntimo, cerrando los ojos y entreabriendo los labios mientras el se hundía en su cuerpo, y sintió que se excitaba. Sheridan siempre había sido un sueño, la única chica fuera de su alcance, la única a la que no debía tocar.

Y sin embargo la había tocado. Y eso hacía que la anhelara de nuevo.

Koda ladró a una ardilla y Quijote y Maximilian echaron a correr. Cain no se molestó en llamarlos. No iban a alcanzarla. La ardilla trepó a un árbol, se agarró a una rama y desde allí se puso a parlotear como si les hiciera burla mientras Cain se detenía un momento para echar un vistazo a su mochila. Antes de salir de la cabaña había desconectado del cargador su linterna grande, pero ¿la había guardado al final?

Eso esperaba. No había oscurecido aún, pero pensaba echar un vistazo a la zona de acampada que había en el interior del bosque, a varios kilómetros de allí, lo cual seguramente significaba que pasaría la noche allí. Había un lago no muy lejos, y se le ocurrió dormir allí. Estando Skye en el pueblo, no tenía que preocuparse por Sheridan. De todos modos, en la cabaña tampoco podía hacer nada por ellas.

Efectivamente, la linterna estaba junto a la lona de plástico que había enrollado para ponerla bajo su saco de dormir.

Perfecto. Volvió a tomar la escopeta que había dejado en el suelo, llamó a sus perros con un silbido y, pasando por encima de un tronco caído, siguió subiendo por el monte.