Diecinueve
—Jamás habría imaginado que sufrías de eyaculación precoz —dijo Sheridan.
Cain no pudo evitar echarse a reír al oír la nota burlona de su voz.
—Ha sido una actuación lamentable —reconoció.
Ella le sonrió, y sus dientes brillaron en la oscuridad mientras jugueteaba con su pelo.
—Tienes suerte de que no vaya a ir contándolo por ahí. Podría arruinar su reputación, señor Granger.
Cain frunció el ceño.
—¡Eh, que esto no ha acabado aún! —cambió de postura, tumbándola de espaldas y colocándose sobre ella, pero Sheridan lo agarró del pelo y lo detuvo cuando se disponía a besarle los pechos.
—¿Y si quiero más de lo otro? —lo desafío.
—Tendrás que tener paciencia —besó su mejilla, su cuello—. Pero puedo asegurarte que disfrutarás de la espera.
Sabía que Sheridan estaba de broma. Incluso le gustaba su coquetería. Pero estaba decidido a cambiar las tornas, a hacerla jadear y gemir hasta que no pudiera recordar que alguna vez se había quejado. Pero entonces los perros empezaron a ladrar, y oyó un coche en la entrada.
Había alguien fuera. ¿A esas horas de la noche? Miró el reloj. Eran más de las tres.
Su corazón comenzó a latir con violencia de nuevo, pero por motivos enteramente distintos. Después del ataque que había sufrido Sheridan en el bosque, no sabía a qué atenerse. Se puso los calzoncillos y agarró la escopeta que guardaba en el armario.
—Métete debajo de la cama y quédate ahí hasta que vuelva —le susurró, y se digirió a la puerta.
Se pegó a la pared, entre la puerta de entrada y la ventana del cuarto de estar, y miró por la persiana. No reconoció el coche, pero tampoco podía verlo con claridad. Los faros casi lo cegaban.
Las luces se apagaron un segundo después, pero el conductor no salió enseguida.
Aquello puso nervioso a Cain. ¿Qué demonios estaba pasando?
Oyó ruido en el dormitorio.
—¿No estás debajo de la cama? —le espetó a Sheridan.
—No. Voy a llamar a la policía antes de que te pase algo.
Cain quería pedirle que volviera a resguardarse, pero supuso que estaba haciendo lo correcto.
—Pues mantente agachada.
Por fin oyó que la puerta del coche se abría. O eso le pareció. Costaba saberlo: los perros ladraban como locos. Abrió la puerta delantera el ancho de una rendija y asomó el cañón de la escopeta.
—¿Quién es y qué quiere? —gritó.
—Baje el arma —contestó una voz. Pero no era una voz de hombre. Era una voz de mujer.
Desconcertado, Cain abrió la puerta un poco más. Sí, era una mujer. Estaba agachada detrás de la puerta abierta del coche, apuntándole con una pistola.
Cain no bajó la escopeta ni un milímetro.
—¿Quién demonios es? ¿Y qué hace aquí?
—Estoy buscando a Sheridan Kohl.
Sheridan cerró el teléfono antes de acabar de marcar.
—¿Skye?
—No te acerques —dijo Cain—. Tiene una pistola.
—No pasa nada —se acercó a él apresuradamente—. La conozco —empujando el cañón de la escopeta hacia el suelo, encendió la luz del porche—. Soy yo, Skye. ¡Voy a salir! —gritó, y abrió la puerta de par en par.
—¿Sheridan? —preguntó la mujer.
Cain no pensaba dejarla salir sola. Se unió a ella, armado con la escopeta, mientras Sheridan salía con el pelo alborotado, vestida sólo con el camisón, que llevaba del revés, y las bragas.
La mujer se levantó despacio y bajó la pistola, pero su expresión sugería que no le agradaba lo que veía. Los miró a ambos, fijándose visiblemente en lo poco apropiado de su atuendo.
—Déjame adivinar. Este es Cain Granger.
Sheridan asintió con la cabeza.
La mujer a la que había llamado Skye masculló algo en voz baja mientras guardaba la pistola en una especie de arnés policial.
—Me lo temía.
—Entonces, ¿ya está? ¿Te vas? —preguntó Cain, apoyado en el quicio de la puerta mientras ella hacía la maleta.
Sheridan eludía su mirada. No quería verlo allí de pie, vestido sólo con los vaqueros; no quería ver cómo le caía el pelo sobre la frente. Si lo veía, sólo querría volver a tocarlo.
—Ya va siendo hora.
—¿Hora de qué?
Skye estaba fuera, esperándola sentada en el coche. Tenía que darse prisa.
—Owen me dijo que soy tu pajarito con un ala rota.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Que ya puedo volar otra vez. Y que necesito valerme sola.
—Pero no tienes que irte esta noche. Es tarde. ¿Por qué no le dices a tu amiga que pase? Así podremos dormir un poco.
Cain había lavado parte de su ropa, y la había doblado y guardado en un cajón de la cómoda. Sheridan lo sacó todo y lo guardó en la maleta. Cain había cuidado muy bien de ella. Había cocinado y limpiado, la había atendido y bañado. Y algunas veces la había hecho sentirse más viva que nunca. Pero ése era en parte el problema: era tan vulnerable en lo tocante a él…
—¿Dónde dormiría Skye? —preguntó—. ¿En el cuarto de invitados?
—Eso estaba pensando.
Ella se incorporó y lo miró.
—¿Y dónde dormiría yo, Cain?
—Podrías dormir conmigo, si quisieras. Skye no es tu madre. O sabe que hemos estado juntos.
Sheridan no podría dormir con él estando Skye en la otra habitación. Le daría demasiada vergüenza. Sabía que estaba intentando atrapar algo inalcanzable, que se estaba buscando problemas. Había intentado esquivar la realidad no llamando a sus amigas. Pero ahora que Skye estaba allí, la fantasía había acabado. Tenía que dejar de correr riesgos absurdos e innecesarios.
—Tengo que concentrarme en por qué vine aquí —dijo—. Necesito averiguar quién ha intentado matarme, y luego volver a casa.
Él se metió las manos en los bolsillos.
—Pues duerme en el sofá.
Ella cerró la maleta, la dejó sobre la cama y pasó a su lado para sacar sus cosas del baño.
—No podemos seguir así.
Cain la siguió y la observó mientras recogía su cepillo de dientes y su maquillaje. Sheridan no había reparado en ello hasta ese momento, pero sus cosas de aseo, su jabón, su desodorante y su champú estaban tan mezclados con los de Cain que aquél casi parecía su sitio, como si se hubiera instalado para siempre en aquella casa.
—¿Cómo? —preguntó él.
—Los preservativos sólo son eficaces entre un ochenta y cinco y un noventa y ocho por ciento —lo sabía porque lo había buscado en Internet el día anterior—. Si seguimos acostándonos, y seguiremos si me quedo aquí, podríamos acabar concibiendo, aunque tomemos precauciones. Y ya sé lo que sentirías al respecto.
—¿Cómo sabes lo que sentiría? —preguntó él con el ceño fruncido—. Ni siquiera hemos hablado de ello.
—¿De qué hay que hablar? Tengo veintiocho años. Me quedaría con el bebé. Lo cual bastaría para que salieras despavorido —acabó en el cuarto de baño y esperó a que él se apartara para volver al dormitorio en busca de su maleta.
—¿Despavorido? Si eso pasara, mantendría al bebé —dijo él—. Tomé esa decisión antes incluso de tocarte.
—Muy bien, pero no quiero que conmigo también te sientas obligado —era preferible dejarlo con la miel en los labios, mejor que poner fin a su relación con una nota de amargura. O de ira. Y su relación tenía que acabar. Ella volvería a Sacramento. De todos modos, su aventura con Cain no iba a ninguna parte.
Empezó a bajar la maleta de la cama, arrastrándola, pero Cain alargó el brazo y la recogió.
—Lo tienes todo pensado, ¿no? —preguntó.
—No necesariamente. Pero es… preferible que me vaya con Skye esta misma noche. Los dos sabemos que esta… cosa que hay entre nosotros no va en serio. Ha sido más bien una… —se rió, incómoda— una recaída, supongo. Ahora estoy bien, puedo seguir adelante y necesito hacerlo. Esto tenía que acabar tarde o temprano.
—¿Dónde piensas ir?
—Al motel, si podemos despertar a alguien para que nos dé una habitación.
Él seguía con el ceño fruncido.
—No va a pasarme nada —se puso de puntillas para darle un beso rápido. Aquel roce fugaz de sus labios fue su única concesión al anhelo repentino y doloroso que sentía. Era un adiós—. Gracias por todo —dijo, ofreciéndole la sonrisa más radiante de que fue capaz.
Cain se pasó la mano por la cara, suspiró audiblemente y llevó fuera su maleta.
Sentado en el porche, Cain esperó a que desaparecieran los faros del coche de alquiler de Skye. No podía creer que Sheridan fuera a marcharse de verdad. Un rato antes la había tenido desnuda bajo su cuerpo; y luego, de pronto, ella se había vestido, había guardado sus pertenencias y se había montado en el asiento del copiloto del sedán de su amiga.
Cuando se apagó el ruido del motor, dejó a los perros salir de su caseta para que le hicieran compañía. El agresor de Sheridan seguía suelto, y temía por ella. Pero Skye Willis iba armada y había afirmado sin ambages que ella podía protegerlas a ambas. Y había llegado desde Sacramento, así que Sheridan no podía decirle que dejara de preocuparse por ella y se fuera a casa. Sheridan tenía que pasar algún tiempo con su amiga, explicarle la situación.
Tal vez volviera, pensó esperanzado. Pero en el fondo sabía que seguramente no sería así. «Esto tenía que acabar tarde o temprano».
—Creo que no me gusta la amiga de Sheridan —refunfuñó dirigiéndose a Koda, cuya cola golpeaba la tarima del porche. Últimamente no prestaba tanta atención a sus perros como antes. Suponía que a ellos les afligía menos que a él que se marchara. Pero se sentía extrañamente abandonado. Incluso engañado.
Así que allí estaba, solo, con tiempo para pensar. En el hombre del pasamontañas. En Jason, en John, Owen y Robert. En Owen escondiendo el rifle en su cabaña. Cain creía a su hermanastro cuando decía que no había intentado inculparlo. Owen no era malicioso. Pero tampoco había salido en su defensa cuando se descubrió el rifle. Había preferido seguir encubriendo a Robert, y eso demostraba dónde estaban sus preferencias. Y no sólo eso: Robert se había mostrado siempre más dispuesto a ayudar a Amy que a ayudarlo a él.
Peor aún que todo eso había sido aquel momento en la comisaría, cuando Ned sacó su arma. John había deseado que disparara. Cain había sentido su súbita avidez, aquella actitud que parecía decir «dispara y acabemos con esto de una vez».
El recuerdo de la voz de su madre se coló en su cabeza.
—Son ellos, no tú. Si te conocieran como te conozco yo, te querrían tanto como te quiero yo.
Por el bien de su relación con Marshall, Cain había hecho las paces con sus hermanastros y con su padrastro con el paso de los años. Pasaban juntos las Navidades y el día de Acción de Gracias, y cada año les resultaba un poco más fácil. Había momentos en que Cain pensaba incluso que podría perdonar a John. Pero luego había aparecido el rifle de Bailey, y de pronto parecían estar de nuevo como doce años antes.
Quijote y Maximilian gruñeron y se levantaron, señalando con el hocico hacia la carretera. Koda levantó la cabeza y aguzó las orejas. Cain pensó que quizá habían olido una mofeta o algún otro animalillo y les dijo que se relajaran. Con la marcha de Sheridan, no tenía que preocuparse tanto por cualquier pequeño sonido o cualquier indicio de movimiento.
Unos segundos después, sin embargo, oyó el ruido de un motor y vio acercarse por el camino los faros de otro vehículo.
Al reconocer el coche de su vecino, se levantó y entró en el claro.
Levi Matherly bajó la ventanilla. Su cabello oscuro y canoso estaba levantado de un lado, como si acabara de levantarse de la cama. Y sin duda así era, puesto que eran casi las tres y media de la madrugada. Levi tenía mujer y dos hijas que alimentar. Su almacén de piensos abría a las seis. ¿Qué hacía levantado a aquellas horas de la noche?
—Hola —dijo.
—Hola. ¿Qué haces aquí? —preguntó Cain.
—Vi oyó algo, así que agarré una linterna y salí a echar un vistazo por el jardín —parecía preocupado y, después de lo que había pasado, Cain lo entendía perfectamente.
Se inclinó y apoyó los codos sobre el borde de la ventana.
—No te preocupes. Hace un rato llegó una amiga de Sheridan Kohl, de California. No conoce esta zona, seguramente tomó mal el desvío y acabó en tu finca antes de encontrar la mía. Eso es todo.
Levi levantó las cejas.
—¿Ah, sí? ¿Y se quedó un rato en el bosque bebiendo tequila? —preguntó, y le enseñó una botella medio llena que sostenía por la boca.
Cain miró la etiqueta.
—¿Dónde la has encontrado?
Levi señaló más allá del claro.
—En esos árboles de detrás de tu casa. He estado dando una vuelta por allí con la linterna. ¿No has oído a los perros?
—Pensé que ladraban a la amiga de Sheridan.
—Qué suerte la mía. Temía que me pegaras un tiro —se rió, crispado—. Por eso decidí meterme en el coche en vez de acercarme a pie.
—Buena idea —suspiró mientras miraba de nuevo el tequila—. Habrá que ver si se puede sacar alguna huella de esta botella.
Levi colocó la botella cuidadosamente entre el asiento y la consola, de modo que su parte central, sin duda la que más huellas tendría, no tocara nada.
—Mañana, de camino al trabajo, la dejaré en comisaría.
—No tienes ni idea de quién era, ¿verdad? —preguntó Cain.
Levi no respondió enseguida.
—¿Vas a contestarme? —insistió Cain.
—Creo que es mejor que de esto se encargue la policía.
Cain tocó el hombro de su vecino.
—¿Qué ocurre?
Levi frunció la boca.
—Es sólo una corazonada.
—¿De qué tipo?
—Sospecho que puede haber sido Tiger Chandler.
Cain se echó hacia atrás, apoyándose en los talones.
—¿Tiger? ¿Por qué lo dices?
—He visto su coche por aquí un par de veces.
—¿Por qué?
—¿Tú qué crees?
Cain estaba completamente atónito. Ni siquiera recordaba la última vez que Tiger había estado en su casa.
—No tengo ni idea.
—Venía por aquí bastante a menudo. Aparcaba su coche en la linde de mi terreno y venía hasta aquí andando —explicó Levi.
—Nunca llamó a la puerta —dijo Cain.
—Lo sé. Una vez se lo dije, cuando estaba metiéndose en el coche.
—¿Y qué te dijo?
—Que sólo había salido a tomar un poco el aire.
—¿Qué pasa? ¿Es que el aire es mejor en mi casa?
Levi carraspeó.
—Vamos, Cain. Esto ya es bastante violento. Deja de fingir.
Cain se quedó boquiabierto.
—¿De fingir? Levi, no sé de qué demonios estás hablando.
—Sabía lo tuyo con Amy, ¿vale? Tenía que saberlo. Por eso venía y merodeaba por aquí de noche.
Cain no podía estar más sorprendido.
—¿Lo mío con Amy?
—Yo también la veía —dijo Levi como si la respuesta de Cain fuera deliberadamente engañosa—. Ella venía con bastante frecuencia. Por eso no me levanté cuando oí a tus perros la noche que atacaron a Sheridan. Pensé que era Amy. Otra vez.
—Amy utilizaba cualquier excusa para verme —eso lo sabía todo el mundo—. Pero… ¿te refieres a algo más?
—Me refiero a cuando venía aquí de noche.
—¿Quieres decir… a altas horas de la noche?
Levi levantó las manos del volante.
—Sí, muy tarde. Una vez por semana, al menos. Estoy seguro de que muchas veces no me enteraba. Pero si había algo entre vosotros, no es asunto mío. Por eso me mantenía al margen.
—Entre nosotros no había nada —Cain empezaba a perder la paciencia.
Evidentemente, Levi notó por su sorpresa que era sincero.
—¿No venía a…? —bajó la voz, aunque no había nadie que pudiera oírles, salvo los perros—. Ya sabes, a estar contigo.
Cain arrugó el ceño.
—No. No he vuelto a acostarme con ella desde que nos divorciamos, hace diez años. Y nunca le he invitado a pasar la noche. Ni siquiera la invitaba a pasar durante el día. Si venía, era por su cuenta. Yo ya había escarmentado.
—Entonces, ¿qué hacía aquí cuando venía por las noches?
Eso quería saber Cain.
—No tengo ni idea —dijo, pero pensó que ya iba siendo hora de averiguarlo.
Sentada en la cama doble del motel Fairweather, en la calle mayor del pueblo, Sheridan miraba a su mejor amiga. Tenía la llave de la casa de su tío, pero no estaba lista para regresar allí, ni sabía si querría volver a hospedarse en ella. El motel era más seguro, más neutral.
—No puedo creer que no me hayas llamado —dijo Skye, enfadada todavía—. Estábamos muy preocupados. Sobre todo Jonathan. Está trabajando en un caso importante. Si no, habría venido en mi lugar.
—Lo siento. No sabía qué decirte. Ni qué decirle a él —Jon y ella ya no salían juntos. Hacía más de dos años que no se veían el uno al otro bajo la luz del romanticismo. Pero estaban más unidos que nunca. Eran grandes amigos—. Imaginé que intentaría convencerme de que me fuera, si lo llamaba.
Skye la miró fijamente, sin decir nada.
—Además, no tengo mi móvil —añadió Sheridan—. La batería está muerta y no tengo ni idea de dónde está mi cargador.
Skye torció la boca.
—¿Y el teléfono de tu amiguito?
Sheridan le lanzó una mirada enojada.
—No quería usar el teléfono de Cain para hacer una llamada de larga distancia…
—¡Menuda excusa!
¿Para qué discutir? Era cierto al cien por cien. Se había estado escondiendo de todos aquellos que podían advertirla contra lo que había hecho. Nunca había olvidado a Cain. El impulso de quedarse con él la había despojado del sentido común. Eso era todo. Y no quería marcharse de Whiterock por miedo a que el misterio se prolongara eternamente. Estaba decidida a sacar a la luz al hombre que había intentado matarla. A seguir luchando por la verdad.
—¿No querías un poco de apoyo moral? ¿O te bastaba con lo que te daba Cain Granger? —preguntó Skye con enfado.
—Basta ya —por arrepentida que estuviera por no haber tenido más en cuenta la preocupación de sus amigos, Sheridan empezaba a cansarse de las puyas de Skye—. No tienes derecho a hablar así.
Skye se levantó de la cama de un salto.
—¡Tengo todo el derecho! Hace dos semanas estuvieron a punto de matarte de una paliza. ¿No crees que deberías habérmelo dicho? ¿Y si Cain no te hubiera atendido tan bien? ¿Y si hubieras muerto? ¡Eres una de mis mejores amigas, maldita sea!
—¡Pero es mi vida! Puedo fastidiarla, si quiero.
Skye se tumbó sobre las almohadas y usó el mando a distancia para encender el televisor.
—En fin, espero que haya merecido la pena.
En aquel momento, Sheridan estaba segura de que, en efecto, había valido la pena. Costaba arrepentirse de un interludio como el que había disfrutado con Cain. Nunca había disfrutado haciendo el amor como disfrutaba con él. Y eso contaba. Había personas que se pasaban la vida entera sin experimentar esa excitación embriagadora, ese deseo que derretía los huesos. Así que, ¿qué importaba que no pudiera durar? Al menos lo había sentido. Al menos sabía que era posible, que era real.
Pero había causado muchas preocupaciones a Skye. Muchas preocupaciones y muchos gastos. Le debía una disculpa por eso. Y seguramente Jonathan estaría aún más enfadado con ella.
—Skye, estuve inconsciente durante… no sé, ocho o nueve días. De la primera semana no puedes hacerme responsable.
—Podrías haberle pedido a Cain que avisara a tu familia y a tus amigos —refunfuñó Skye mientras miraba una película en la tele.
—La policía intentó contactar con mis padres, pero estaban de crucero.
—¿Y Jon y yo?
—Iba a avisaros —masculló ella.
Skye lanzó el mando a distancia sobre la cama.
—¿Cuándo? ¿El mes que viene? ¿Después de que denunciáramos tu desaparición o lloráramos tu muerte?
Sheridan se levantó y se puso a buscar un camisón en su maleta.
—¿Quieres calmarte de una vez?
Skye respiró hondo y frunció el ceño, pero no dijo nada hasta la siguiente pausa publicitaria. Entonces intentó retomar la conversación con más calma.
—Así fue como descubrí que estabas herida —dijo—. Por fin conseguí hablar con tus padres.
—¿Te dijeron dónde estaba?
—Dijeron que te estabas quedando en casa de Cain Granger hasta que pudieran buscarte otro alojamiento. Pero con eso bastó para que comprendiera que estabas en un lío. Sabemos quién es, Sher. En el grupo de apoyo a las víctimas en el que nos conocimos, casi no hablabas de otra cosa. Sé lo que significa ese hombre para ti y lo culpable que te sientes…
—Así que has venido a rescatarme de él.
—He venido para ver qué demonios está pasando y para llevarte a casa. Éramos Jon o yo, y él no podía venir. Jasmine también quería venir conmigo, pero está en Virginia.
Sheridan se puso una camiseta de Cain que había guardado por accidente al hacer la maleta.
—Si hablaste con mis padres, sabías que estaba bien.
—¿Sí? —preguntó Skye con aire desafiante—. Deja que te diga una cosa. Jasmine me llamó esta mañana… —miró su reloj—. O sea, ayer por la mañana.
Un temblor de aprensión recorrió a Sheridan. Jasmine tenía poderes extrasensoriales innegables que usaba para ayudar a la policía a resolver crímenes, muchos de ellos de gran relevancia pública. Sheridan no entendía cómo lo hacía, pero había visto cómo se cumplían las predicciones de su amiga una y otra vez, así que ya no las cuestionaba.
—¿Qué te dijo? —tenía que preguntarlo, aunque temiera la respuesta.
—Dijo que estás metida en un lío —la voz de Sheridan sonaba suplicante ahora—. Que te ve con la sangre corriéndote por la cara. Montones de sangre.
Sheridan se frotó los brazos, cuyo vello se había erizado. Podía imaginar cómo había reaccionado Jon.
—Había montones de sangre. Seguramente se refería a la paliza.
Skye sacudió la cabeza.
—No, hay algo más. Te ve muerta en el bosque.
Sheridan sintió que el vello se le erizaba de nuevo y notó una náusea. Pero aquello explicaba por qué Skye estaba tan preocupada. Y por qué se había montado en un avión, había alquilado un coche en Nashville, se había pasado la mitad de la noche conduciendo y se había presentado en casa de Cain a pesar de la hora.
—Debería haber llamado —reconoció Sheridan. No añadió que temía saber lo que pudiera decir Jasmine; que por eso, en parte, no se había puesto en contacto con ellas. Y que se sentía a salvo con Cain. Tal vez más a salvo que con sus amigos. Skye se preciaba de sus habilidades para la defensa personal. Seguramente manejaba mejor un arma que Cain, dado que él rara vez tenía ocasión de usar una y Skye, en cambio, impartía clases de tiro cada semana. Pero su amiga representaba también todos esos casos con los que Sheridan trataba diariamente en Sacramento, casos en los que los buenos no ganaban, ni ganarían nunca.
—Sí, deberías haber llamado —repitió Skye.
Sheridan se metió en la cama y estuvieron viendo la tele unos minutos. Luego Skye la miró.
—¿Estás bien? —preguntó, más calmada por fin.
—Podría estar mejor.
—¿Qué crees que deberíamos hacer?
Sheridan doblaba y desdoblaba el borde de la colcha, intentando aclararse.
—Quieres que vuelva a Sacramento, ¿verdad? ¿No es eso lo que quieres decirme?
—Sí, eso es exactamente.
—No puedo —dijo Sheridan.
Skye quitó el volumen de la televisión.
—¿Por qué?
—Porque ya no se trata sólo de mí.
—Claro que sí. Se trata de mantenerte a salvo. De asegurarnos de que la visión de Jasmine no se hace realidad.
—No, se trata de que todo el mundo esté a salvo. Alguien mató a Amy Smith. No podemos olvidarnos de ello y marcharnos sin más.
Skye se mordió el labio inferior.
—¿Quién es Amy Smith?
—Una vieja conocida. Hay algún vínculo entre lo que me pasó a mí y lo que le pasó a ella. Lo sé.
—¿Por qué no se ocupa de ello la policía local?
—¿Bromeas? No tienen ninguna experiencia en homicidios.
—Pueden pedir ayuda externa.
—No son conscientes de que la necesitan. Además, ¿es eso lo que me dirías si fuera una desconocida que fuera a pedirle ayuda? —preguntó—. ¿Que lo dejara en manos de la policía?
Skye miró la pantalla muda del televisor.
—Sabes que no.
—Porque ayudamos a las víctimas. A eso nos dedicamos. Así que ¿por qué no vale lo mismo para mí?
Skye bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—Porque a ti estoy más unida que a mis dos hermanas. No soportaría perderte.
—Pero yo necesito zanjar este caso tanto como cualquiera. La persona que me disparó y que mató a Jason ha estado libre doce años mientras yo intentaba vivir con las consecuencias de sus actos. Y eso no es lo peor. Otra persona ha muerto porque en su momento no lo atraparon. ¡Ha muerto una persona, Skye! Tenemos que detenerlo. Si no lo hacemos nosotras, dudo que pueda hacerlo alguien.
Skye se pellizcó el puente de la nariz.
—Dime sólo una cosa.
—¿Qué?
—¿Estás corriendo este riesgo solamente porque quieres encontrar al hombre que mató a Jason y a Amy? —preguntó, bajando la mano.
—¿Por qué otra cosa iba a quedarme?
—Se me ocurre una enormemente atractiva. La misma razón que hace un rato estaba en calzoncillos, enseñándome su rifle y su cuerpo musculoso.
—Cain.
—¿Te has enamorado de él otra vez, Sher?
—¿Otra vez? —Sheridan se rió suavemente, pegándose la camiseta al cuerpo—. Nunca he dejado de quererlo, Skye. Ni creo que vaya a hacerlo.
Un destello de compasión cambió el semblante de su amiga.
—Así que también necesitas zanjar ese asunto.
Sheridan exhaló un suspiro.
—Puede ser.
—No dejes que eso te lleve a cometer un error. No te quedes aquí a librar esta batalla porque creas que así quizá tengas una oportunidad con él. No a riesgo de tu vida.
Sheridan levantó la barbilla.
—Sé qué puedo esperar y no esperar de Cain. Encontraré al cerdo que estuvo a punto de matarme dos veces, que asesinó a Jason y a Amy, y luego me iré a casa.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo —entonces podría decir adiós a Whiterock sin remordimientos. Podría marcharse por elección propia, no por miedo.
—Está bien. Pero llama a Jon y dile que estás a salvo. Me ha dejado tres mensajes desde que despegó mi avión.
—¿A estas horas?
—No le importará la hora que sea. Quiere tener noticias tuyas.
Sheridan se preparó para aguantar el chaparrón y llamó a Jonathan… pero su amigo se puso tan contento que no le gritó.
—Dios mío, qué susto me has dado —dijo.
—Lo siento. Estuve fuera de combate unos días, pero ya estoy mejor.
—¿Quieres que vaya a partirle la cara a alguien?
Ella se rió.
—Skye dice que estás trabajando en un caso importante.
—Nada es más importante que mis amigos.
—Quédate ahí y haz tu trabajo —dijo ella con una sonrisa de añoranza—. Yo estoy bien.
—Avísame, si eso cambia.
Notando cansancio en su voz, Sheridan decidió despedirse de él. Jonathan trabajaba demasiado y apenas dormía cinco o seis horas diarias.
—Descansa un poco. Mañana te llamo.
—Está bien. Ya hablaremos —farfulló él.
Sheridan colgó y volvió a deslizarse bajo las mantas. Pero acabó pensando en Cain, y no pudo evitar sentirse fría y sola sin la calidez de su cuerpo a su lado.