Dieciséis
Cuando Sheridan y Peterson salieron del despacho de Ned, ella no parecía contenta. Lanzó a Cain una mirada de advertencia, pero él ya sabía que las cosas iban de mal en peor.
Su padrastro se mostraba más distante y formal que nunca. Y estaba claro que había ido a comisaría con un propósito concreto.
—Cain, ¿te importaría concederme unos minutos? —John señaló el despacho ahora vacío—. Me gustaría hablar contigo a solas.
A Cain sí le importaba. Sus sentimientos hacia John Wyatt eran tan complejos que la mayoría del tiempo ni siquiera él sabía lo que sentía. Había habido épocas en las que deseaba complacerlo, ganarse por fin el afecto y la aceptación que sus hermanastros daban por descontados. Pero todo cambió al enfermar su madre. Casi desde el mismo día de su diagnóstico, John empezó a comportarse como si ella no existiera. Tal vez para todos los demás fuera un santo, pero Cain sabía cómo se había portado de verdad.
Asintiendo rígidamente con la cabeza, entró en el despacho y vio pasar a su padrastro a su lado y rodear la mesa para sentarse en la silla de Ned.
—Siéntate —dijo John.
Cain no quería sentarse. Estaba lleno de energía nerviosa. Primero, aquel rifle había sido encontrado en su cabaña. Luego, Sheridan había vuelto al pueblo y había estado a punto de ser asesinada. Y después Amy… Dios, Amy. Ahora que el trauma empezaba a disiparse, lo que sentía por su muerte era una lúgubre tristeza, una sensación de pérdida inútil.
—Estoy bien así —cruzó los brazos y se apoyó en la pared. Quería ver con qué salía su padrastro esta vez.
—Ned me llamó esta mañana —dijo John.
—¿Para qué? —Cain detestaba el tono malhumorado que impregnaba su voz.
—Me sugirió que tuviera una conversación contigo antes de que hablaras con otras personas.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo de anoche.
—No veo en qué te atañe el asesinato de Amy.
—Me atañe.
—¿Por qué?
—Porque le tenía cariño, maldita sea. Era como una hija para mí antes incluso de que se casara contigo.
Amy hacía todo lo posible por granjearse el afecto de su familia, por ganar más terreno, en su afán por poseerlo. Cain recordaba que se pasaba por casa de John para hacer la limpieza, que le hacía galletas, que le llevaba películas que creía que le gustarían. Cain siempre había hecho caso omiso, pero a John le gustaban sus atenciones y hasta le había dejado caer alguna vez que era un idiota por «dejarla escapar».
Lo cierto era que hacía todas esas cosas, en pasado. Costaba creer que hubiera muerto de verdad.
—Aparte de eso, Ned cree, y yo tiendo a estar de acuerdo con él —prosiguió John—, que tiene que haber algún vínculo entre lo que está pasando en tu casa estos últimos días y lo que ocurrió hace doce años.
«Lo que está pasando en tu casa…». Cain advirtió el reproche implícito en aquellas palabras.
—Estoy de acuerdo, pero yo no soy ese vínculo —afirmó.
—A veces, la gente comete errores.
—El asesinato es algo más que un error.
John ignoró su respuesta.
—Puede que creas que no hay salida, pero…
—Basta.
—Si me escucharas y dejaras de ponerte difícil…
—Crees que maté a Amy. ¿Cómo esperas que reaccione?
John se acaloró. Aquella entrevista estaba conduciendo a la misma lucha de poder que habían mantenido a menudo en el pasado.
Pero entonces, John cerró los ojos y pareció recuperar la paciencia.
—Quiero que sepas una cosa.
Cain no se molestó en preguntar qué. Su padrastro iba a decírselo, le gustara o no.
—Quiero que entiendas, que entiendas de verdad, lo duro que es vivir cada día sin Jason. Lo echo tanto de menos que hay mañanas que… —sus ojos se llenaron de lágrimas— que no puedo salir de la cama.
—Yo también lo echo de menos —dijo Cain, pero sabía que sus palabras sonarían insinceras. John sentía sólo su propio dolor; nunca creería que Cain fuera capaz de una emoción tan honda.
—No es lo mismo.
—¿Por qué no? ¿Es que yo no puedo querer como quieres tú?
—¡Deja de poner palabras en mi boca!
—Sólo intento aclarar lo que quieres decir de verdad.
—Lo único que quiero decir es que es muy duro desconocer la identidad del hombre que mató a mi hijo, tener la sensación de que esto no ha acabado, saber que no se ha hecho justicia —le espetó su padrastro—. ¡Te estoy pidiendo que me ayudes por una vez, maldita sea!
¿Cómo podía ayudarlo? No había nada que él pudiera hacer para aliviar la pena que sentía John. Él también quería saber quién había matado a Jason. Fuera quien fuese, había matado al único miembro de la familia que lo había querido, aparte de Marshall.
—Crees que fui yo —dijo sin inflexión.
John tragó saliva.
—Empiezo a tener dudas…
—No, ya has tomado una decisión. Por eso estás aquí. Crees a Ned.
—¿Fuiste tú, Cain? ¿Mataste a mi hijo?
La acusación desató una oleada de la furia y la frustración de siempre.
—¡No! —gritó, pero sabía que John no le creería.
—¿Eso es todo?
—¿Qué más quieres que diga?
—Sé que las cosas nunca han ido bien entre nosotros, Cain. Sé que no me tienes mucho respeto. Pero quiero que entiendas que he hecho todo lo que he podido por ti. Cuando tu madre enfermó, estaba tan destrozado como tú…
Cain levantó una mano.
—¡Basta! No me digas lo afligido que estabas los últimos años de mi madre. Encontré esa carta de amor que le escribiste a mi profesora de Lengua del instituto apenas dos semanas después de que mi madre empezara la quimioterapia. Y te veía en el instituto, intentando hablar con tu nuevo amor mientras mi madre se consumía.
Su padrastro apretó la mandíbula.
—Estaba confuso. No podía enfrentarme a lo que estaba pasando. ¿Es que no lo entiendes? Tenía hijos a los que aún había que criar. No sabía qué iba a hacer sin ella.
—¿Y te pusiste a buscarle una sustituía?
John se apartó de la mesa y se levantó.
—Maldito seas. Disfrutas haciéndome quedar en mal lugar, ¿no es cierto?
—¿Eso es lo único que te importa, John? ¿Lo que piensen de ti los demás?
—¡También me importaba tu madre!
¿Importarle? Ni siquiera podía decir que la quisiera. Porque no era cierto. Al menos, al final. O, si la quería, se quería más a sí mismo. Pero eso no era ninguna sorpresa.
—Entonces, ¿dónde estabas? —preguntó Cain—. ¿Dónde estabas cuando te necesitó?
Fue Cain quien se quedó con ella cuando el dolor se hizo insoportable. Cain quien intentaba que estuviera cómoda y hablaba con los enfermeros. Cain quien se negó a darse por vencido y se aferró a la esperanza hasta el último momento. John y sus hermanastros actuaban como si no pasara nada. Siempre tenía una excusa u otra para ausentarse. Incluso Jason y Marshall. Jason estaba muy ocupado con sus estudios. Y Marshall seguía intentando asimilar la muerte de Mildred. Después, no volvió a ser el mismo.
—Puede que no soportara verla así.
Cain habría deseado creerle. Pero sabía que era una excusa. Al final, su profesora de Lengua reconoció que John llevaba meses persiguiéndola. Después de saberlo, Cain pasó una tarde en su cama, a modo de muda revancha. Y ella le pidió que volviera. Pero para entonces, aquella situación ya le repugnaba, e incluso se negó a «colaborar en las tareas de jardinería después de clase».
Karen Stevens se había mudado un par de años después de su graduación, pero había vuelto a Whiterock hacía unos seis meses. Ahora enseñaba de nuevo en el instituto… y estaba saliendo con John. Así pues, John había conseguido por fin lo que quería.
Cain se preguntó vagamente qué diría su padrastro si averiguaba que se había acostado con ella. Por un instante sintió la tentación de arrojárselo a la cara, de devolverle el golpe. Pero sabía que, al final, sólo conseguiría sentirse peor, porque se avergonzaría de ello y porque haría daño a Karen.
—Si esperas que me compadezca de ti, no vas a conseguirlo —dijo.
—No quiero tu compasión —le espetó John—. Quiero la verdad. Es hora de confesar, Cain. Es el único modo de que esto se acabe, el único modo de que este pueblo pueda superar lo que pasó —alargó el brazo para agarrar a Cain con gesto suplicante, y Cain hizo un esfuerzo por no apartarse, por limitarse a mirar los largos dedos que se cerraban alrededor de su brazo. El único padre que había conocido creía que era un asesino. Claro que John nunca había sido gran cosa como padre…
—Piensa en Owen y en Robert. Piensa en el abuelo.
—No fui yo.
Su padrastro lo agarró con más fuerza.
—¡Por favor!
—¡No fui yo! —apartó la mano de John y al salir dejó que la puerta golpeara con fuerza la pared.
Sheridan había oído gritar a Cain aquellas últimas palabras. Le habían oído todos.
—Sí, ya —masculló Peterson en voz baja, pero no intervino. No tuvo ocasión. Ned entró en ese momento y sacó la pistola en cuanto vio a Cain.
—¡Hijo de puta! —gritó, apuntándole al pecho.
Sheridan sintió que la boca se le quedaba seca cuando Cain se detuvo con un brillo de alarma en los ojos.
John Wyatt apareció en la puerta del despacho, pálido y demacrado.
—¿Qué haces, Ned? —dijo Peterson con voz baja y cautelosa—. Baja el arma.
—La mató él —la voz de Ned se quebró, llena de dolor—. Lo único que hizo Amy fue quererlo. Sólo quería que le prestara un poco de atención. Y él la mató.
Un músculo vibró en la mejilla de Cain, pero no negó las acusaciones de Ned. No respondió.
—Cain no puede elegir a quien ama, lo mismo que no puedes tú —cuando Sheridan se colocó delante de él, Cain la apartó a un lado, incluso intentó ponerse delante de ella. Pero Sheridan luchó por quedarse donde estaba—. No piensas con claridad —desasiéndose de Cain, se acercó a Ned—. Estás agotado y llevas demasiado tiempo sin dormir. Baja el arma antes de que te metas en un lío.
—Sheridan, vas a salir herida —obviamente, a Cain no le agradaba su intervención, pero ella no hizo caso.
—Apártate —Ned meneó la pistola, indicándole que se quitara de en medio—. Esta vez no voy a permitir que escape. No pienso permitir que mi hermana esté muerta y enterrada y que él se pasee por el pueblo libre como un pájaro.
Sheridan esperaba que el padrastro de Cain interviniera. Una cosa era preguntarse si Cain era culpable, y otra bien distinta querer que muriera. Pero John no dijo nada. Se quedó allí, pasmado, mirando a Ned y a Cain, como si no pudiera creer lo que veía.
—No fue él —Sheridan sabía en qué estado se encontraba Cain tras encontrar muerta a su ex mujer, lo nervioso y triste que estaba, pese a lo mucho que le irritaba la persecución constante de Amy.
Pero ¿cómo podía hacérselo entender al hermano mellizo de Amy? Con aquellas ojeras y el poco pelo que le quedaba erizado a ambos lados de la cabeza, Ned parecía un loco. Sheridan no creía que pudiera hacerle entrar en razón.
—¡Fue él!
—No estamos seguros, Ned. Todavía —Peterson se acercó lentamente—. ¿Por qué no me das el arma para que podamos hacer esto como es debido? Si Cain es culpable, lo atraparemos. Puedes estar seguro. No dormiré hasta asegurarme de ello. Yo también quería a Amy. Todo el pueblo la quería.
John rompió por fin su silencio.
—Déjalo, Ned. Piensa lo que haces. Ya ha muerto bastante gente.
Sheridan era muy consciente de algo que no dijo John: que Cain era incapaz de hacer daño a nadie. Pero las sospechas de John le hacían difícil defender a su hijastro.
El sudor caía en gotas sobre los ojos de Ned, haciéndole guiñar los ojos y parpadear rápidamente.
—Fue él. Sé que fue él —se metió la mano en el bolsillo y tiró una carta al suelo—. Aquí está la prueba.
Sheridan se sintió tentada de recoger el papel, pero Ned seguía apuntando a Cain. No quería apartarse por miedo a que disparara. Vio que el agente Peterson recogía la carta y la leía en voz alta.
—«Cain, encuéntrate conmigo mañana a medianoche, en mi casa, o les diré que fuiste tú. Amy» —Peterson bajó lentamente el papel—. ¿Dónde has encontrado esto?
—Estaba en su bolso. Junto con un montón de fotos de Cain.
—¿Te estaba chantajeando, Cain? —preguntó Peterson.
—No. No me dio esa nota, ni ninguna parecida. Ni siquiera sé a qué demonios se refiere.
—Lo quería tanto… —la voz de Ned sonaba como un gemido—. Desde que tengo memoria. Era muy infeliz. ¡Muy infeliz por tu culpa! —le temblaba la mano, como si ansiara apretar el gatillo.
Sheridan se puso delante de él.
—Pero Cain no la mató —dijo con calma—. Esa nota no significa nada.
—Significa que tenía algo contra él. ¡Por eso la mató! ¡Apártate!
Sheridan no se movió.
—Amy estaba desesperada y era capaz de usar cualquier medio a su alcance para ver a Cain. Eso es todo. Si te tranquilizas un momento, te darás cuenta, Ned. ¿Qué hay de esas fotografías? Amy estaba obsesionada con Cain, no podía dejar de pensar en él.
Peterson dejó la nota sobre la mesa.
—Me temo que tiene razón, Ned. ¿Cómo sabes que estás interpretando correctamente la nota? Puede que Amy tuviera algo contra él. Pero también es posible que pretendiera amenazarlo con buscarle problemas que no merecía. Baja la pistola, por el amor de Dios.
—Le voló la cabeza —dijo Ned, pero ya no gritaba. Con los ojos llenos de lágrimas, bajó por fin el arma.
Peterson se acercó a él apresuradamente.
—Ven a sentarte, jefe.
Sheridan se volvió hacia Cain. Era hora de irse. Ned necesitaba tiempo para asimilar la muerte de su hermana, y ella quería sacar a Cain de allí. ¿Y si Ned cambiaba de idea?
Pero cuando le tiró del brazo, él no reaccionó. Estaba mirando fijamente a su padrastro, cuya expresión puso a Sheridan un nudo en la garganta. Puede que fuera sólo un segundo, pero estaba claro, incluso para ella, que John esperaba otro resultado.
Sentado delante del televisor, Cain intentaba meterse en el partido de béisbol que había puesto mientras Sheridan dormía la siesta. Ella no tenía aún fuerzas suficientes para pasar el día sin dormir un rato. Pero ahora que estaba despierta y sentada al otro lado del sofá, Cain sólo pensaba en abrazarla y esconder la cara en el hueco de su clavícula, o pasar los labios por su piel tersa y suave. Sheridan podía hacer que se olvidara de todo: de la antipatía que sentía hacia su padre, del cadáver ensangrentado de Amy, de la mano de Ned temblando por el deseo de apretar el gatillo. De todo. La noche anterior, mientras hacían el amor, el resto del mundo podría haber desaparecido y él no se habría enterado. Ni le habría importado.
Ansiaba probar de nuevo aquel potente anestésico. Pero no iba a tocarla. Ella le había dejado claro que no quería.
—¿Dónde estabas? —preguntó Sheridan.
Cain dejó que sus ojos se deslizaran hacia ella, a pesar de que se excitaba al verla con aquel vestido de verano.
—¿Cuándo?
—La noche que murió Jason.
Cain no quería hablar de Jason, pero al menos aquel tema disipaba su deseo de hacer el amor.
—En Rocky Point. Un rato.
—Eso lo sé. Te vi allí. Pero te fuiste con alguien antes de… —Cain la vio respirar hondo—. Antes de los disparos.
Se había ido, sí. Pero se había ido solo. La había visto con Jason, había dado por sentado que estaban enrollados y no había podido soportarlo. Así que les dijo a sus amigos que se iba a casa. Como había ido hasta allí con alguien que todavía no quería marcharse, Amy se ofreció a llevarlo, pero él se negó. Sabía lo que quería ella y sabía que, angustiado por la idea de que Jason estuviera besando a Sheridan, no podía dárselo. Así que se fue andando a casa. No se enteró de lo sucedido hasta que, al llegar, recibió una llamada de la policía.
—Me fui a casa solo, a pie —dijo. Y atajó por el bosque para que nadie lo viera caminando solo por la carretera: otro motivo por el que no tenía coartada.
—¿Dónde estaban Amy y tus amigos?
—Se quedaron en Rocky Point.
—¿Por qué te fuiste tan pronto?
Cain se quedó mirándola. No quería reconocer cuánto había odiado la idea de que estuviera en brazos de Jason. Demostraba que quienes aseguraban que estaba celoso tenían razón. Y le revelaría a Sheridan que había conseguido lo que se proponía. Pero en aquella época eran unos críos. Ahora, no tenía edad para aquellos juegos.
—¿De veras tienes que preguntarlo?
Ella levantó las manos en actitud defensiva.
—No tenía nada que ver conmigo.
Él quitó el volumen al televisor.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo te importaba un rábano. Ahora ya no soy tan candida y tan idiota, y me doy cuenta de ello.
—¿Es que te has acostado con tantos que te has convertido en una experta?
—No, pero tengo suficiente experiencia como para saber cuándo tomarme algo en serio y cuándo dejarlo correr.
Sheridan no sabía nada. Al igual que John Wyatt y que todos los demás, sencillamente pensaba lo peor.
Cain sacudió la cabeza y se volvió hacia el televisor.
—No me digas lo que siento.
—Ni siquiera puedo imaginar lo que sientes. Sólo intento descubrir cómo demostrar que no estabas por allí cuando se produjo el tiroteo —insistió ella.
—No hay forma de probarlo.
—¿Por qué no?
—Porque nadie me vio desde el momento en que dije que me iba hasta que aparecí en casa, cuando todo había pasado.
Sonó el teléfono. Utilizándolo como excusa para zanjar la conversación, Cain lo descolgó.
—¿Diga?
—¿Cain? Soy Tiger.
Cain no tenía ningún deseo de hablar con él después de lo ocurrido. Tiger tenía que estar tan destrozado como Ned. Amy le importaba. Tal vez incluso la quería.
—Tiger —respondió, sofocando un suspiro.
—Sólo quería… —se le quebró la voz— preguntarte una cosa.
Cain agarró el teléfono con más fuerza. «Ya empezamos otra vez».
—¿Qué?
—¿Llamaste a Amy anoche? ¿Le pediste que fuera?
—No.
—Eso pensaba —Tiger se rió sin ganas—. ¿Puedes creerte que iba a traerme unas cervezas? Yo estaba sentado en su sofá, viendo una película, mientras ella subía a escondidas a tu cabaña.
Cain no respondió. Nada de lo que dijera podría mejorar las cosas.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó Tiger—. Tal vez tú puedas decírmelo.
—Es posible que alguien la avisara, supongo.
—No —Tiger parecía convencido—. Aquí no la llamó nadie.
—Puede que la llamaran después de que se fuera, quizás a través de la comisaría.
—No ha quedado registrada ninguna llamada. Ned lo comprobó. Y tampoco recibió llamadas en su móvil.
Cain apoyó la frente en una mano.
—¿Adónde quieres ir a parar?
—¿Por qué se marchó cuando estábamos aquí, pasando la noche tranquilamente, para ir en coche hasta tu cabaña, donde fue asesinada?
—No puedo contestar a eso, Tiger. No tengo ni idea.
Tiger soltó otra risa amarga.
—No finjas que no lo sabes. Por favor.
—No me acostaba con ella, si es eso lo que insinúas. No he tocado a Amy desde antes de nuestro divorcio —Cain encaraba muchas dudas y acusaciones, pero por alguna razón le importaba lo que Tiger pensara de él.
—Lo sé —dijo Tiger.
Sorprendido por que aceptara tan fácilmente la verdad, Cain levantó la cabeza. Pero Tiger prosiguió antes de que pudiera responder.
—Por desgracia, también sé que no era porque ella no quisiera. Se habría acostado contigo en un abrir y cerrar de ojos, si le hubieras dado ocasión.
Cain no dijo nada. No hacía falta.
—Pensaba que al final podría ganármela, ¿sabes? Que se daría cuenta de que no ibas a cambiar de idea, de que no iba a encontrar a nadie mejor que yo. Pero era tan imbécil… —sus palabras eran ásperas, pero hablaba con voz estrangulada.
—Lo siento, Tiger. Ojalá las cosas hubieran sido distintas.
—Eso es lo peor de todo. Que en eso también te creo —Tiger volvió a reír; luego pareció dominarse—. Tengo que decirte una cosa.
Cain miró a Sheridan, que lo observaba atentamente.
—¿Qué?
—Ayer por la tarde vi una fotografía arrugada de Sheridan dentro de la camioneta de Owen.
A Cain le dio un vuelco el corazón.
—¿De cuando era adolescente?
—De adulta. Como es ahora. Y alguien le había clavado un bolígrafo o algo parecido en la cara.
—¿Dónde estabas?
—En el campo de béisbol. Fui a ver el partido de mi sobrino y me encontré con Owen en el aparcamiento. Estuvimos hablando mientras su hijo salía de la camioneta. La fotografía estuvo a punto de caerse al suelo, junto con unos envoltorios de comida rápida.
Cain se imaginaba los desperdicios de la camioneta de Owen. Estaba tan cochambrosa que su mujer se negaba a montar en ella. Lo que no podía imaginar era que Owen tuviera una foto reciente de Sheridan. ¿Por qué la tenía?
—¿Puedes decirme algo sobre la fotografía? ¿Dónde se hizo, quizá?
—Creo que Owen debió de imprimirla en su ordenador, porque era papel normal. Y no pude verla muy bien, pero habría jurado que estaba hecha a través de la ventana de una casa.
Lo que significaba que Sheridan no sabía que la estaban vigilando, y menos aún que alguien la había fotografiado. Cain no podía creerlo. Owen era incapaz de acosar a nadie. Y no rondaría por el hospital llevando una peluca, ni haría daño a Sheridan, ni a ninguna otra persona.
Pero se sentiría como en casa en aquel entorno. Había trabajado dos años en el hospital después de casarse. Y Cain no podía evitar recordar que le había costado encontrarlo la noche en que Sheridan fue agredida. ¿Había pasado todo ese tiempo cuidando de Robert, como decía? ¿O había corrido a casa a limpiarse?
La sola posibilidad enfureció a Cain.
—¿Era mi casa la de la fotografía? ¿O era otra?
—No, no era tu casa. Eso seguro. Creo que era una casa del pueblo. Pero no la reconocí en el acto.
Asqueado por la idea de que Owen pudiera tener algo que ver con los trágicos acontecimientos que habían desconcertado y herido a tantas personas, Cain se puso a tocar un agujero que tenía en los pantalones.
—¿No le preguntaste por la foto?
—Le dije: «Eh, ésa parece Sheridan». Y él me contestó que no lo era. Luego metió la foto en la camioneta y cerró la puerta.
—¿Nada más?
—Nada más.
—¿Se lo dijiste a Amy?
—Claro.
—¿Qué dijo ella?
La voz de Tiger volvió a quebrarse.
—Llamó a Owen para preguntárselo. Comprobé su teléfono móvil. Su número fue el último que marcó. Por la hora, debía de estar de camino a tu casa cuando lo llamó.
Cain sacudió la cabeza y cerró los ojos. Amy había llamado a Owen para preguntarle por la fotografía. ¿Y ahora estaba muerta?