XI
Abuelo Garnier: «Es mejor guardarte tus problemas para ti porque la mitad de la gente te dirá que no le interesan, y la otra se alegrará de saber que los tienes».
Bajo y fornido, con el pelo rapado a lo militar, el detective Donaldson era de los que pasaba sus buenas horas en la sala de pesas. Se quitó la chaqueta en cuanto Dakota le abrió la puerta y la dejó cuidadosamente en el brazo del sofá. Acto seguido, sacó una libreta y un bolígrafo del bolsillo de la camisa.
Ahora que empezaba a conocerlo, Dakota se atrevería a decir que Tyson estaba nervioso. Ella creía que la verdad se impondría al final, y no podía imaginar que pudiera ir a la cárcel solo porque aquella Rachelle fuera una mujer vengativa. Sin embargo, también veía que tenía mucho que perder aunque las acusaciones no llegaran lejos.
–Siento molestarlo, señor Garnier –dijo el detective–. Me doy cuenta de que esto no es agradable para usted.
En opinión de Dakota, el hombre no parecía lamentarlo en absoluto, pero Tyson aceptó la mano que le tendía.
–No pasa nada.
–¿Le apetece un café o alguna otra cosa? –preguntó Dakota.
Su primera intención había sido dejarlos a solas pues entendía que aquello no era asunto suyo, pero Tyson le había pedido que se quedara como testigo. También le había pedido que grabara la conversación.
–Acabo de tomarme un refresco –dijo el hombre, negando con la cabeza.
–Detective, esta es Dakota Brown, la niñera de mi hijo –dijo Tyson.
–Encantado –murmuró el hombre, limitándose a hacer un gesto de asentimiento, más interesado en estudiar a Tyson.
Dakota se preguntó si no habría sido necesario que Tyson le hubiera pedido a su abogado que se uniera a ellos. Lo había oído hablar con su agente un poco antes sobre la posibilidad de posponer la entrevista hasta que tuviera uno. Pero el detective no le había dado tiempo, y ella sabía que tenía que sopesar las ventajas de contar con protección legal frente a la idea de parecer poco cooperador. Tyson no quería que el detective creyera que se estaba creando una fortaleza legal. Pero peor sería enfurecerlo y que eso los llevara a tomar su decisión equivocada.
Los dos hombres se sentaron uno frente al otro.
–Le he pedido a Dakota que se quede y grabe la conversación, si no le importa –dijo Tyson.
Dakota sabía que no le serviría de mucha protección, pero al menos tendría una copia fidedigna de lo ocurrido que podría presentar ante un abogado si tuviera necesidad de contratar a uno.
–No me importa –dijo el detective. Tyson le dio la señal de que podían empezar y Dakota puso la grabadora en marcha.
–Conoce usted a la señorita Rachelle Rochester, con residencia en la actualidad en Beverly Hills, California, ¿no es cierto?
–Cierto.
–¿Puede describirme la naturaleza de su relación?
–Tenemos un hijo de nueve meses.
–¿Dónde está su hijo?
–Arriba, echando la siesta.
–¿Existía algún tipo de compromiso entre la señorita Rochester y usted?
–No. Ni siquiera sabía con seguridad que Braden era hijo mío hasta que me hice el test de paternidad.
–¿No le dijo ella que el hijo era suyo?
–Sí, pero nuestra relación íntima había empezado poco tiempo atrás. Ella había salido con muchos hombres, y quise asegurarme.
El hombre tomó algunas notas en su cuaderno.
–¿Cuántos hombres son «muchos»?
–¿Cómo dice?
–¿Diría que ha tenido más relaciones sexuales que usted?
–¿Tiene eso que ver con el tema?
Los labios del detective se curvaron en una sonrisa que distaba mucho de parecer sincera.
–Estoy diciendo que probablemente usted también haya estado con un buen montón de mujeres siendo como es una estrella del deporte.
Dakota se clavó las uñas en la palma de la mano contraria. Aquel detective estaba buscando alguna señal de que mentía.
–No tantas como se piensa.
–¿Podría darme un número?
–No. Nunca las he contado. Y, como ya le he dicho, no veo qué relevancia puede tener.
–Trato de establecer un patrón de comportamiento. Seguro que no esperaría que la señorita Rochester actuara como una mujer virtuosa. Usted tampoco lo es.
–Nunca dije que lo fuera.
Dakota empezó a ponerse nerviosa. Aquello no pintaba bien.
–¿Entonces cómo puede usted afirmar que se ha acostado con muchos hombres como si eso la convirtiera en una persona menos digna de confianza?
Tyson entrecerró los ojos.
–¿Si ella le dijera que estaba embarazada de usted no le parecería un detalle a tener en cuenta?
Dakota pensó que el comentario de Tyson era perfectamente relevante, pero el detective se limitó a mirar sus anotaciones.
–¿Entonces con cuántos hombres diría que ha estado?
–Ni idea.
–¿Tiene pruebas de que fuera un número inusualmente elevado?
–No voy por ahí pidiendo informes a testigos, si es a lo que se refiere. Es algo harto sabido entre sus amigos y conocidos. Incluso he conocido a un par de novios suyos.
–¿Significa eso que ha seguido viéndola en sociedad?
–Yo no diría tanto. Ocasionalmente venía a verme acompañada por alguien.
–¿A verlo para qué?
–Para recoger el cheque de la pensión alimenticia del niño.
–¿Y ese alguien era normalmente un hombre?
–No lo habría mencionado de no ser así.
El detective dejó de escribir.
–No hay necesidad de ponerse sarcástico, señor Garnier.
Tyson estudió al otro hombre detenidamente con los brazos cruzados.
–Tengo que admitir que no me gusta su actitud.
El detective ladeó la cabeza.
–Entonces comprenderá lo que siento yo respecto a la suya.
Tyson no dijo nada, pero sus labios formaron un adusta línea.
–¿Por qué iba acompañada de hombres? –continuó el detective.
–No tengo ni idea.
–¿Tal vez tenía miedo de usted?
–No, claro que no. En todo caso, pretendía... –bajó la voz ligeramente avergonzado–. En todo caso pretendía presumir.
–¿Qué le hace pensar algo así?
Tyson se removió incómodo y estiró el cuello.
–Algunos de esos tipos me llevaban balones de fútbol y otras cosas para que se las firmara.
El otro hombre pareció no darle importancia a aquella alusión a su fama.
–¿Los llevaba a su casa?
–No, habitualmente quedábamos en las oficinas del equipo.
–¿Por qué?
–Porque no quería que estuviera invadiendo constantemente mi intimidad.
–Ella dice que era ella la que insistía en quedar en lugares públicos.
–Sé adónde quiere ir a parar con esto, pero no es cierto. No me tenía miedo.
–Ha contratado a un guardaespaldas. Lo sabe, ¿verdad?
Tyson se pellizcó con los dedos brevemente el puente de la nariz.
–¿No se da cuenta? –dijo, mirando al detective–. Solo quiere llamar la atención. Disfruta siendo el centro de atención.
–¿Cómo lo sabe? –contestó él.
–Porque era yo quien decía dónde se celebraban nuestros encuentros. Tiene que comprenderlo. Ella no paraba de llamarme, de pedirme dinero, incapaz de esperar a que llegara el pago mensual. A veces cedía y le daba el cheque para que no tuviera que esperar.
–Porque es usted un gran tipo, claro.
Tyson se sentía al borde de su paciencia y Dakota estaba segura de ello. Aquel tipo le estaba llevando la contraria adrede, presionándolo para ver cuánto podía aguantar antes de saltar, comprobando si se le podría sacar más información presionándolo emocionalmente.
«No dejes que lo haga...».
Una fría sonrisa se dibujó en los labios de Tyson. Al menos, pensó Dakota, se había dado cuenta de lo que estaba pasando.
–Piense lo que quiera, pero Rachelle fue quien se metió en mi cama.
–Claro. Una gran estrella como usted, ¿quién podría resistírsele? –dijo el detective con una suave carcajada.
La sonrisa de Tyson se mantuvo en su sitio, pero también era visible el gesto de advertencia de sus ojos.
«No, Ty...».
–Es la verdad. No la conocía de nada, estaba muerto de cansancio después de jugar todo el día, y no quería aprovecharme de una mujer que estaba pasando una racha de mala suerte. No hice ningún movimiento. Fue ella la que se acercó a mí, y conforme fuimos –miró a Dakota como si deseara que no estuviera allí para no oír lo que seguía– intimando, dejé clara mi preocupación ante la posibilidad de un embarazo, y me aseguró que tomaba la píldora. Poco después de que yo terminara con la relación, me llamó para decirme que estaba embarazada de mí. Eso es lo que ocurrió. Nadie forzó a nadie.
–Entiendo. ¿Y después de eso?
–No podía permitirle que viniera a mi casa y apareciera a cualquier hora, borracha o drogada, pidiéndome dinero. Le dije que le pagaría si dejaba las drogas y cuidaba bien de Braden.
El escepticismo del detective aumentó.
–¿Tanto le preocupaba un hijo al que ni siquiera conocía?
Un pequeño músculo se contrajo levemente en la mejilla de Tyson. Dakota contuvo el aliento, rezando para que contuviera la rabia.
–No quería que el niño sufriera daño.
–Pero en ningún momento intentó ir a verlo.
–No.
Dakota deseó que Tyson tuviera una buena explicación para ello, como que viajaba mucho, que Rachelle le hacía muy difícil las visitas, algo, pero visto el escepticismo, incluso la mofa, que sus demás afirmaciones habían despertado en su interlocutor, estaba empezando a cerrarse en sí mismo.
–¿Nunca? –presionó el detective.
–¿No es eso lo que significa «no»?
El detective dejó escapar una sonora carcajada.
–Sí, señor, es lo que significa. Es solo que me resulta difícil de creer. ¿O acaso es normal en su círculo ese tipo de indiferencia?
La nuez de Tyson subió y bajó convulsivamente mientras tragaba en un intento de mantener el control.
–¿La pregunta tiene algún significado oculto en algún sitio?
El detective Donaldson habló lentamente, como si Tyson fuera un estúpido que no comprendía nada.
–Supongo que la pregunta sería: ¿por qué no tenía usted contacto con su hijo?
–Porque no lo deseaba.
Dakota estuvo a punto de dejar escapar un gemido de dolor.
–¿Cuántos hijos ilegítimos más tiene usted, señor Garnier?
Tentada de intervenir, Dakota abrió la boca, pero finalmente la cerró.
–Ninguno.
–Que usted sepa.
El músculo de la mejilla se contrajo nuevamente, tensándole la mandíbula que parecía esculpida en piedra.
–Braden es el único –reiteró con una voz engañosamente tranquila aunque Dakota sabía que la ira bullía bajo la superficie.
–Y aun así no tenía interés en conocerlo.
–No.
–Eso habría cambiado –interrumpió Dakota incapaz de guardar silencio un segundo más–. Ya ha cambiado. Como Tyson ha dicho antes, Braden está arriba. Tyson se sentía... molesto al principio, ¿sabe? Le habría pasado a cualquiera en su situación.
Los dos hombres se giraron para mirarla, y Dakota se dio cuenta de que debería haberle hecho caso a la vocecilla interior que le decía que no abriera la boca. Pero el detective estaba lleno de prejuicios contra Tyson antes de empezar con el interrogatorio, y Tyson no parecía saber defenderse.
–Es verdad –añadió, al ver que no retomaban el interrogatorio inmediatamente.
–¿Desde cuándo conoce al señor Garnier? –preguntó el detective, sonriendo con condescendencia.
–Un par de semanas –dijo ella, secándose en los vaqueros las manos húmedas de sudor.
–Un par de semanas –repitió el hombre–. Pero seguro que sabe usted quién es.
–Estoy empezando a saberlo. Por lo que he visto hasta el momento, es un buen hombre. Un hombre muy bueno.
–Me refiero a su lado público. Sabe que es futbolista profesional, ¿verdad?
Tyson se levantó y se colocó entre ambos.
–Déjela fuera de esto, ¿de acuerdo?
–Por supuesto –contestó Dakota, rodeando a Tyson.
–¿Y eso no influye en su opinión? ¿No hace eso que le dé usted más carta blanca?
–No. No soy una de esas estúpidas fans que...
–Lo tendré en cuenta –la atajó el detective al tiempo que le hacía un gesto a Tyson para que volviera a sentarse–. ¿Podemos terminar?
Tyson pareció vacilar. Cuando sus ojos se encontraron con los de Dakota, su rostro no dejaba ver nada, y finalmente se sentó en el borde del sofá.
–No violé a Rachelle. Es la razón de todo esto, ¿no?
–Me temo que no está tan claro.
–¿Qué más necesita saber?
–¿Qué le hizo decidir quedarse con la custodia de su hijo? Ha admitido que, al principio, no quería verlo.
–Rachelle no era buena madre. Solo quería al niño para sacarme dinero. Por eso le ofrecí un acuerdo.
–Un millón de dólares.
–Sí –dijo Tyson con un suspiro.
–¿Dónde conoció a la señorita Rochester?
–Trabajaba en un restaurante al que iba a comer con algunos compañeros.
–¿Era la encargada, la cocinera, la camarera...?
–La camarera.
–¿Podría explicarme cómo se desarrolló su relación desde ese punto?
Tras una breve vacilación, Tyson empezó a hablar de nuevo con un tono acerado.
–Después de cenar aquella noche, fui al cuarto de baño a lavarme las manos. Cuando salí, la encontré hecha un ovillo en un rincón del pasillo, detrás de un teléfono público, llorando. La reconocí como la camarera que nos había servido, y me acerqué a ver si estaba bien.
–¿Y?
Su pecho se hinchó como si estuviera tomando mucho aire.
–Una amiga acababa de llamarla para decirle que todas sus pertenencias estaban en la acera de la casa en la que había estado viviendo con su novio.
–¿Por qué estaban en la acera?
–¿Quién sabe? Ahora mismo, me pregunto si todo eso de la llamada no formaría parte de la encerrona.
–No son necesarios los comentarios al margen. Céntrese en los hechos.
Dakota contemplaba, sentada en el borde de su asiento, la rabia que iba creciendo en el interior de Tyson.
–No hay hechos en esta parte de la historia. Solo mentiras que me contó para manipularme.
El detective Donaldson lo miró detenidamente.
–¿Qué mentiras con esas?
–Según ella, su novio y ella habían cortado varias semanas atrás y él la había echado de la casa. Al principio habían acordado que la dejaría quedarse hasta que encontrara otro sitio, pero decía que le estaba costando trabajo porque no tenía el dinero suficiente. Me dijo que se iba a quedar un sitio libre en el apartamento de una amiga y que necesitaba un lugar temporal donde quedarse.
–¿Qué ocurrió después?
Tyson se alisó el cabello.
–Como un idiota, me ofrecí a recogerla cuando saliera de trabajar y a dejarle un sitio en el que quedarse unos días. No se me ocurrió que pudiera haber ningún peligro en ayudarla.
–Y ella aceptó.
–Inmediatamente.
El detective tomó algunas notas más.
–¿Cuánto tiempo se quedó con usted?
–Tres semanas.
–¿Está seguro de que fue tanto tiempo?
–Totalmente –Tyson se inclinó hacia delante–. ¿No le parece extraño que, si no quería estar allí, se quedara tanto tiempo.
El detective enarcó las cejas y continuó con su tono displicente.
–Ella afirma que lo tomó en serio cuando dijo que la ayudaría. No sabía que tendría que pagar por su ayuda acostándose con usted. Y cuando se negó, usted la forzó –se puso a golpear la libreta con la punta del bolígrafo–. Es plausible, ¿no cree? Por eso se marchó.
–No es cierto –se quejó Tyson–. Yo la eché. Tenía que hacerlo. Al final me di cuenta de que no estaba buscándose otro sitio en el que vivir.
–Según usted, ¿cuándo tomó su relación un cariz romántico?
–Enseguida. Tuvimos una tórrida relación durante las dos primeras semanas. Pero cuanto más tiempo pasaba con ella, más seguro estaba de que no era el tipo de mujer con quien quería estar, y empecé a distanciarme.
–¿Qué le hizo darse cuenta de que no era lo que usted quería?
–Era tan vaga que ni siquiera se ocupaba de sí misma.
Tyson hablaba con la sensación de que de nada serviría lo que dijera, pero a Dakota le parecía muy interesante lo que estaba contando. Sabía que no estaría dando tantos detalles si no se viera obligado.
–Aparte de eso, era una persona materialista y flirteaba descaradamente con cualquiera que pasara por casa. Y empecé a pillarle algunas mentiras.
–Por ejemplo...
–El segundo día me dijo que la habían despedido porque no había logrado mantener la calma después de la desconsoladora llamada de su amiga. Más tarde descubrí que no era verdad.
–¿Cómo?
–Lo comprobé.
–¿Se enfrentó a ella?
–Sí. Me dijo que había mentido porque no podía soportar la idea de trabajar en el restaurante un día más.
El detective pasó página y siguió tomando notas.
–¿Y le pidió que saliera de su casa?
–No de inmediato. Sabía que no tenía dinero porque no había ido a trabajar. Le dejé unos días más. Le dije que podía quedarse hasta que yo volviera y entonces la ayudaría a buscar una casa.
–¿Fue motivo de pelea?
–No. De pronto se calmó y empezó a comportarse de forma normal, y me encontré excusando su comportamiento previo. No habíamos tenido relaciones durante casi una semana, pero cuando fue a mi habitación aquella noche, no la rechacé. Me dijo que quería aprovechar nuestra última oportunidad de estar juntos. Poco imaginaba yo que lo que quería era tentar a la suerte de lograr un nexo de unión permanente entre los dos.
–¿Cuándo le dijo que estaba embarazada?
–En cuanto lo supo. Creo que pensó que la dejaría mudarse a mi casa.
–¿No lo hizo?
–Claro que no. Bastante me había costado deshacerme de ella una vez.
–Así que usted...
–Le envié dinero.
El detective se rascó la cabeza en un gesto de perplejidad a lo Colombo.
–¿Por qué le dio dinero si aún no había niño de por medio?
–Era más fácil que responder a sus incesantes llamadas. Al ver que no me ponía, empezó a llamar a mis amigos. Quería que parara.
–¿Por qué no llamó a la policía?
–¿Para decirles qué?
–Que lo estaban acosando.
–La prensa me acosa todo el tiempo y nadie hace nada. Ni siquiera se me ocurrió acudir a la policía. Me sentía responsable de lo que estaba ocurriendo por haber sido tan idiota de haberla invitado a mi casa para empezar.
–Entiendo –dijo el otro hombre, pero Dakota dudaba mucho que fuera cierto.
–¿Tuvieron algún contacto durante el embarazo?
–Apareció varias veces por mi casa, adulándome todo el tiempo. Llegó incluso a... –se detuvo y miró a Dakota–. No importa. Le pedí que se fuera. Después, cuando nació el bebé, me llamó desde el hospital. Quería dejar claro el asunto de la paternidad para poder empezar a recibir la pensión.
El detective observó a Tyson.
–La describe como una mala persona.
–Nunca he conocido a nadie así.
El hombre cerró la libreta y se puso en pie.
–Bueno, creo que esto es todo por ahora. Lo llamaré si tengo más preguntas.
Tyson lo acompañó hasta la puerta.
–¿Será sincero si le pregunto algo?
–Siempre lo soy –contestó el otro, deteniéndose.
Dakota no pudo contener una mueca. Tyson parecía demasiado concentrado en su pregunta para reaccionar.
–¿Voy a necesitar un abogado?
–Eso dependerá del fiscal del distrito.
–Pero yo no he hecho nada.
–Lo siento –dijo el detective, encogiéndose de hombros.
–Sí, por su voz parece que lo siente mucho –murmuró Tyson.
El detective giró sobre sus talones.
–¿Espera que sienta lástima de un tipo como usted?
–¿Qué se supone que quiere decir?
–Mi trabajo es velar por el pequeño.
–¿El pequeño? –le espetó Tyson–. Su trabajo es investigar y averiguar la verdad.
El detective Donaldson salió al porche. Desde donde estaba, Dakota solo veía parte de él a través de la rendija de la puerta entornada.
–No me sermonee, señor Garnier. Sé cómo hacer mi trabajo. Y que sea famoso no hará más creíble su palabra que la de ella.
–Esto no tiene nada que ver con la fama. ¡Rachelle es una consumada mentirosa!
–Es una mujer que ha pasado momentos difíciles.
–¿Momentos difíciles?
El detective se dirigió hacia la calle.
–No es tan rica como usted, ¿sabe?
–Ni tampoco usted –replicó Tyson–. Y empiezo a preguntarme si no será ese el quid de la cuestión. ¿Lo echaron del equipo de fútbol americano del colegio o qué?
–¡Tyson! –suplicó Dakota, pero era demasiado tarde.
–Esa demostración de mal genio acaba de hundirlo hasta el cuello, señor Garnier –dijo el detective–. Sugiero que no empeore las cosas insultándome –le plantó cara a Tyson a pesar de ser mucho más bajo, pero este no pareció intimidado en absoluto.
–Se lo he dicho, no le hice nada. Y ahora es mucho más rica que cuando me conoció. Un millón de dólares más rica. ¿Cómo puede sentir lástima por alguien así?
–Depende.
–¿De qué? –preguntó Tyson, alzando la voz.
–De si le pagó para que mantuviera la boca cerrada por lo que le hizo.
Tyson lo miró boquiabierto.
–Dígame, ¿acaso ahora se está acostando con usted?
–Se está haciendo un flaco favor, amigo. Espero que lo sepa –dijo el detective y bajó los escalones del porche.
Al ver que Tyson echaba a andar tras él, Dakota se colocó en medio.
–¡Tyson, no! –exclamó, al tiempo que le hacía dar la vuelta y cerraba la puerta–. ¿Qué estás haciendo? ¿Es que quieres acabar en la cárcel?
–¡Ese tío es un idiota! ¿Has oído lo que ha dicho? ¿Cómo puede seguir pensando que Rachelle es una víctima después de lo que le he contado?
–Deja que se vaya. Tiene celos.
–¿De qué?
–¡De ti!
A Tyson no pareció importarle. Sin hacerle caso, echó mano del pomo, pero ella la apartó y se colocó con los brazos y las piernas abiertas delante de la puerta.
–No pienso dejar que salgas.
–¡Tengo que hacer... algo antes de que explote! –exclamó él.
–Lo sé. Pero sea lo que sea, lo harás aquí dentro.
Él la sujetó por la cintura, como si fuera a apartarla, pero en cuanto la tocó ella le tomó la cara entre las manos y lo obligó a mirarla.
–Escúchame –susurró–. Cálmate, ¿vale? Cálmate.
Con expresión atormentada resistió solo un segundo más. Acto seguido, la tomó en sus brazos y enterró el rostro en su cuello.
–Todo saldrá bien –prometió ella, y respiró aliviada al oír el coche del detective que se alejaba por el sendero de entrada.